Los sistemas de armas anti-satélite (ASAT, anti-satellite) no son una novedad y su origen data de la Guerra Fría. Como su nombre indica, su objetivo primario es la destrucción satelital. Han probado ser útiles para la destrucción de objetivos propios con defectos orbitales a fin de evitar su caída en países rivales y, consecuentemente, la vulneración de información y tecnología ultra secretas, y han servido, por supuesto, como elemento disuasorio al garantizar la posibilidad de destruir la red satelital enemiga ante un potencial inicio de hostilidades.
Si bien ya hacia 1985 EE.UU. había logrado derribar un satélite meteorológico con un misil lanzado desde un F-15 Eagle modificado, la prohibición legislativa de 1985 de probar armas anti satélites inició, sin embargo, una era de zigzagueo con respecto a los sistemas ASAT que sólo quedaría saldado con la emergencia de un nuevo gran competidor estratégico.
Más de diez años antes, hacia 1973, la Unión Soviética declaraba operacional un sistema ASAT de tipo co-orbital que contaba no con el impacto directo pero sí con la detonación cercana de una ojiva y la posterior destrucción del blanco fruto de la metralla espacial.
Casos icónicos recientes de uso de sistemas ASAT contra objetivos propios fue la destrucción en 2008 del satélite estadounidense USA-193. Habiendo perdido control sobre su trayectoria y ante la posibilidad de que la hidrazina que transportaba como combustible –altamente tóxica- pudiera resultar diseminada sobre poblaciones civiles, en febrero de ese año se decidió disparar un misil Standard Missile -3 desde el USS-Lake Erie que logró abatir el blanco.
Pero fue la destrucción del Feng Yun 1C -un caduco satélite meteorológico chino- en 2007, lo que logró reinstalar definitiva y estratégicamente la temática ASAT entre las potencias militares del mundo. Se habría tratado de un arma de tipo cinético sin cabeza explosiva y fue la primera prueba militar de destrucción satelital en más de treinta años.
Sólo se sabe de cuatro países que cuentan con esta tecnología en la actualidad y son todos potencias nucleares: Estados Unidos, Rusia, China e India.
Los sistemas ASAT ahora incluyen misiles, capacidades de guerra electrónica y ciberguerra y, más recientemente, armas láser. Son parte de una nueva era de la guerra moderna que procura acabar con el comando y control enemigo antes de iniciado el enfrentamiento en el terreno. Por ejemplo, mucho de lo que la aviación de la coalición occidental logró durante los bombardeos de enero y febrero de 1991 sobre Irak, hoy día bien podría conseguirse mediante la destrucción de las comunicaciones y sistemas de posicionamiento global que dependen de la cobertura satelital. Acabar con la infraestructura orbital de un adversario, junto a ataques cibernéticos coordinados contra su infraestructura crítica terrestre bien podrían constituir la primera etapa de cualquier enfrentamiento contemporáneo. Sólo de ser necesarios proseguirían los combates terrestres, aéreos y navales para garantizar el quebrantamiento de la voluntad de lucha enemiga y la ocupación del terreno con tropa propia.
Las potencias nucleares y satelitales ya han comenzado a prepararse para esta contingencia. Han dado pie al desarrollo de sistemas autónomos de calibración matemática capaces de analizar en tiempo real si variaciones mínimas en las trayectorias de los satélites se deben a causas humanas, escombro espacial o vulneraciones de tipo militar. Los objetivos, y elementos primarios a proteger, son los satélites de órbita baja particularmente críticos para roles de comunicación y por ello especialmente sensibles a las necesidades militares.
El pasado agosto de 2019 Estados Unidos anunció la creación del United States Space Command como fuerza conjunta encargada de todas las operaciones de defensa del país en el espacio. Indicio de que los sistemas ASAT en todas sus variantes han vuelto definitivamente luego de un largo letargo.