Este pasado septiembre de 2019 se publicó el databook anual del Centro para el Estudio del Drone (the Center for the Study of the Drone) del Bard College. El objetivo de esta institución es analizar el impacto creciente de estas tecnologías en las esferas civil y militar, y su evolución gradual a lo largo y ancho del mundo con cada vez más países operando vehículos aéreos no tripulados (VANT o, en inglés, UAV: unmanned aerial vehicle).
La distinción básica que hace el anuario entre estos sistemas aéreos –de acuerdo a los estándares de la OTAN- es entre tres tipos de UAV con capacidades muy diferentes. La primera es la Clase I, que responde a sistemas pequeños, con no más de tres horas de autonomía, un rango operativo de 80 kms y una carga útil en torno a los 5 kg. Los Clase II son UAVs con autonomías considerablemente mayores, en torno a las 10 horas, que operan dentro de un radio de 200 km y que pueden transportar aproximadamente 70 kg. Son sistemas mucho más complejos que pueden requerir de pistas cortas para aterrizar y despegar, y suelen ser utilizados para misiones de vigilancia y control si bien esporádicamente cargan armamento aire-tierra. Se los suele denominar tácticos por su servidumbre a los teatros de operaciones donde se los utiliza y por su función táctica, valga la redundancia, de ISR (intelligence, surveillance and reconnaissance). La Clase III, por último, comprende UAVs con aptitudes MALE (medium altitud long endurance) o HALE (high altitud long endurance) y son sistemas icónicamente famosos por su empleo en la lucha contra el terrorismo por parte de los Estados Unidos a lo largo de la última década. Pueden permanecer en el aire por extensos períodos que pueden sobrepasar las 24 hs, ser operados a miles de kilómetros de distancia de su zona de operaciones y cargar más que suficiente armamento para cumplir roles ofensivos. Ejemplos de estos últimos son el Hermes 900 israelí, los Reaper y Predator estadounidenses, y el Chengdu Pterodactyl I, de China.
Del informe se desprenden algunas apreciaciones muy puntuales que evidencian el crecimiento que esta industria está teniendo en todo el mundo. Por ejemplo, cerca de 95 países ya son operadores de drones y 31 de ellos ya cuentan con capacidades MALE o HALE en sus inventarios.
Para su uso se registran unas 236 instalaciones entre pistas, bases y sitios de prueba en 61 países. El anuario menciona a la Argentina como uno de doce países que cuentan con este tipo de instalaciones dedicadas casi exclusivamente a propósitos militares o de seguridad. Se refiere a la Base Aérea Chamical, operada por la Fuerza Aérea Argentina, que, como Zona Militar bien ha reportado hacia mediados de 2018, cumplirá el rol de ser el epicentro local de vehículos aéreos no tripulados (VANT).
A nivel global, los drones cumplen cada vez más roles en labores de recolección de inteligencia y han probado ser letalmente útiles a la hora de realizar ataques quirúrgicos contra blancos individuales. La controversia jurídica que han suscitado con respecto a la guerra preventiva no ha disuadido su continuo empleo contra blancos seleccionados. Quienes arguyen que su utilización viola el derecho internacional y tergiversa, intencionalmente, la naturaleza del ataque preemptivo –legítimo y avalado internacionalmente- confundiendo o asimilándolo a la guerra preventiva –defenestrada en el derecho internacional– chocan contra la seducción que provocan su tremenda eficacia y escaso costo político por la nula pérdida de vidas humanas propias.
Descolla, entre otras conclusiones finales, la advertencia de que la fabricación y comercialización de drones se encuentra, aún hoy, extraordinariamente concentrada. Si bien se estima que hay más de 30.000 UAVs en servicio activo a escala global, sólo 12 países contarían con inventarios total o casi totalmente compuestos por sistemas de producción propia. A la vanguardia se encuentran Estado unidos, Israel y China, principales productores y exportadores.
Lógicamente, en lo que a sistemas VANT se refiere, la adquisición de capacidades de I+D y producción industrial en serie se transformará, tarde o temprano, en una necesidad prioritaria para todo país que aspire a contar con un instrumento militar moderno pero también crecientemente autosuficiente y con voluntad de potenciar su sistema industrial nacional con el control –total o compartido con sus aliados- del ciclo completo de fabricación y comercialización de UAVs.
Por esto, justamente, no deben dejarse de lado nuestros proyectos nacionales. Tampoco autolimitarnos a pedido de países extranjeros, si podemos fabricar drones de combate, lo deberíamos hacer, le guste a quien le guste. Veremos cómo sigue la historia con nuestros VANT.