En la presente primera entrega, haremos una breve introducción al tema de los prisioneros de la guerra del chaco, tema que nos presenta aristas muy interesantes desde el punto de vista histórico, económico y social, y que además nos toca muy de cerca, porque se trató de una conflagración entre dos naciones latinoamericanas, con las que la República Argentina mantuvo y mantiene vínculos amistosos, de cercanía y de hermandad muy importantes.
Como sabemos, la contienda de llevó a cabo entre 1932 y 1935, aunque extraoficialmente ya hubo enfrentamientos armados desde tiempo atrás, y las tratativas diplomáticas por establecer los límites en la zona en disputa, la árida llanura chaqueña, comenzaron a fines del siglo antepasado o a principios del Siglo pasado, con diversos tratados firmados, pero que no llegaron a concretarse, por la falta de ratificación de uno o de los dos gobiernos.
La guerra se declaró en 1932 y el armisticio entre los contendientes, se firmó el 14 de junio de 1935, luego de una serie de arduas negociaciones llevadas a cabo en la Ciudad de Buenos Aires, durante la Presidencia del Gral. Agustín P. Justo, y en las que tuvo descollante actuación el Canciller Argentino, Carlos Saavedra Lamas, posteriormente galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su tarea en el logro de la paz.
El Tratado Final de Paz, se firmó recién tres años después, el 21 de julio de 1938, y en el ínterin, se planteó el tema de la devolución de los prisioneros que habían capturado ambos contendientes. Este problema resultó de suma importancia, por la gran diferencia en el número que existía entre los prisioneros de uno y otro bando, pues –aunque no existen números precisos o exactos- por las indemnizaciones pagadas por cada una de la partes por el mantenimiento de los prisioneros durante el cautiverio, se estableció que Paraguay repatrió a 17.174 bolivianos, y Bolivia 2.578 paraguayos. En esos cálculos no están incluidos los que murieron en cautiverio, los que escaparon y volvieron a su país o huyeron a la Argentina o al Brasil, ni los que se quedaron en el país que los capturó.
Al firmarse el armisticio, se estableció que el canje y liberación de prisioneros se debía hacer de forma inmediata, pero los términos “canje y liberación” fueron objeto de interpretaciones disímiles entre las partes. Bolivia entendía que se debía devolver de inmediato a la totalidad de los cautivos, en cambio el Paraguay sostenía que el “canje” debía hacerse uno por uno, grado por grado y, cuando se firmara el Tratado de Paz definitivo, recién se liberaría al resto. El argumento era de que mientras no se acuerde, firme y ratifique un tratado de paz definitivo, el Paraguay estaría devolviendo una masa importante de oficialidad y tropa veterana, adiestrada y curtida en la batalla, y que podía ser armada y utilizada de nuevo para reiniciar la guerra. Algunos autores consideran, que en esa negativa a devolver los prisioneros, también había un elemento económico, ya que –como veremos más adelante- esos cautivos componían una fuerza laboral importante para el Paraguay.
Como vimos existía una marcada diferencia entre la cantidad de prisioneros devueltos por un lado y por el otro. Eso se debió, en términos generales, a que la gran mayoría de la tropa boliviana no estaba adaptada al árido y rudo clima del bosque chaqueño, ya que provenían del altiplano, zona fría y con un horizonte amplio a la vista, y se encontraron en un lugar boscoso, donde la vegetación impedía ver el horizonte, por lo que se perdían fácilmente en el monte, y además caluroso, que hacía que se deshidrataran rápidamente por la falta de agua. La conjunción de estas dos circunstancias, hábilmente aprovechadas por el Comando Paraguayo, hicieron que en muchas ocasiones se entregaran por estar perdidos en el bosque, o apremiados por la sed, en busca de agua. Es de hacer notar que el Comando Paraguayo había tomado como sistema, aferrar al ejército enemigo por el frente, y rodearlo con un doble anillo, para lograr su aniquilamiento, el que se podía conseguir por las armas, o por el debilitamiento por la sed y el hambre. A ese sistema, lo llamaban “el corralito”.
Por ejemplo, al finalizar la batalla de El Carmen, el entonces Coronel Estigarribia, Comandante de las fuerzas paraguayas, comentaba que con una tropa de 4.500 hombres propios, había logrado la rendición de unos 8.000 soldados bolivianos, lo que le causaba un tremendo problema logístico, ya que él tenía agua y víveres solamente para su ejército, y debió hacer malabarismos para mantener a los prisioneros.
Volviendo al tema de la cantidad de prisioneros bolivianos, algunos autores establecen en 4.000 y otros llegan a decir que fueron 5.000 los prisioneros que se quedaron en Paraguay al finalizar la contienda, hecho notable porque si solamente tomamos la cifra de 4.000 y a ella le adicionamos los 17.174 repatriados, vemos que casi uno de cada cuatro prisioneros bolivianos, prefirieron quedarse en el Paraguay al finalizar la guerra, y no volver a su país natal. Más adelante trataremos de analizar las causas que pudieron haber dado origen a esa conducta inusual.
Sobre el tema del tratamiento que se les debió dar a los prisioneros, hay que recordar que en junio de 1931, entró en vigencia el “Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra”, pero hasta esa fecha, ninguno de los contendientes lo había firmado, por ende no existía ninguna regulación internacional que obligara a las partes a respetarla.
En términos generales, cuando los bolivianos eran apresados, ya sea porque se rendían en batalla, porque estaban perdidos en el monte o porque estaban apremiados por la sed y la falta de agua, primero eran interrogados para tratar de lograr información sobre su tropa, sus órdenes y otros elementos que pudieran ser de utilidad a los captores, se los separaba a los Jefes y Oficiales por un lado, y por el otro suboficiales, clases y soldados. A los Jefes y Oficiales se los trasladaba en camiones hasta Isla Poí, sede del Comanchaco (Comando General de las Fuerzas Paraguayas), y desde allí hasta punta de rieles, desde donde se los levaba en tren hasta Puerto Casado, para finalmente embarcarlos vía fluvial hasta Asunción. Allí se los separaba, y se llevaba a los Jefes hasta las instalaciones del Comando en Jefe, y a los oficiales a un acantonamiento, situado en las afueras de Asunción, llamado Cambio Grande. El ejército Boliviano no tenía en alta consideración a los intelectuales, ya sean abogados, profesores, periodistas, etc., a quienes, al incorporarlos a las filas, les otorgaba el grado de cabo o sargento, empero al caer cautivos de los Paraguayos, generalmente los oficiales que los interrogaban los asimilaban a oficiales, para que no sean enviados con la tropa, que –como veremos más adelante- tenían un trato sustancialmente diferente. Por esa razón, en el acantonamiento de Cambio Grande, estaban cautivos además de los oficiales, esa clase que llamaremos “intelectual”, y que fueron los que, en definitiva, nos dejaron sus impresiones, nos narraron su vida en cautiverio, sus sufrimientos y sus alegrías, sus pensamientos e ideas sobre su futuro y el futuro de Bolivia una vez finalizada la guerra. Muchos de sus escritos nos permiten ahora saber y conocer lo acontecido durante su vida de prisionero de guerra.
Con respecto a los sub-oficiales, clases y soldados, se los llevaba a pie o en camiones desde su lugar de captura hasta punta de rieles, allí se los subía al tren hasta Puerto Casado, y luego por vía fluvial hasta Asunción. Esta clase de cautivos estaba obligada a trabajar, por ende una vez llegados a Asunción, se indagaban las habilidades, los conocimientos o los oficios de cada uno, y en base a ello se los distribuía. Por ejemplo, a los herreros y carpinteros, se los enviaba a los Arsenales de Guerra y Marina en el puerto de Asunción, a los carniceros o destasadores, se los enviaba a los mataderos, a preparar charque para el ejército, a quienes tenían experiencia en construcción de caminos se los utilizó en obras de vialidad, etc., y entre otras diversas profesiones u oficios, se utilizaron encuadernadores para el Registro de la Propiedad de Asunción. A los que habían trabajado en haciendas, campos o chacras, o tenían alguna calificación como operarios, se los entregó en préstamo a particulares o a casas de familia, para que trabajaran allí, y como contraprestación se les debía dar alojamiento y comida. A su vez, esos particulares pagaban un canon mensual al Estado por esos cautivos-operarios. Muchos de estos prisioneros, laboraron en fábricas en las afueras de Asunción, o en campos o estancias o emprendimientos rurales en el campo Paraguayo, o en ciudades tales como Concepción, Asunción o Paraguarí.
Los prisioneros provenientes de la región oriental de Bolivia, los de la llanura, o sea los que venían de Santa Cruz de la Sierra o el Beni, eran tratados de forma diferente, pues con ellos se seguía una política diversa. Esta región oriental, baja, diferente a la del altiplano, siempre se consideró discriminada u olvidada por los de la zona alta Boliviana , en donde se concentraba la riqueza minera del país, y estaba el gobierno central. Además, en esa zona de llanura, la composición étnica de la población era diferente, ya que la mayoría era blanca o mestiza (los cambas), en cambio en el altiplano predominaban las etnias indígenas, principalmente quechuas o aymaras, (los collas).
En esta región oriental, existió en parte de su población un sentimiento separatista, por no considerarse como parte integrante de la nación Boliviana, o por un resentimiento por sentirse olvidados por los del altiplano. Pues bien, como parte de una política de estado, el Gobierno Paraguayo alentaba ese sentimiento separatista, y dio un tratamiento especial, muy benigno, a los prisioneros provenientes de esas regiones. Se los tenía en un acantonamiento especial, el Jardín Botánico de Asunción, tenían buena comida, se les otorgaba permisos especiales de salidas recreativas, algunos escribían artículos en periódicos Asuncenos a favor del separatismo, etc. Todo ello con el fin de debilitar el sentimiento patriótico de esos cautivos, y atraerlos hacia la causa Paraguaya. También el Paraguay veía con buenos ojos la anexión de la región cruceña – rica en petróleo- a su territorio.
Vemos entonces que los cautivos bolivianos componían una fuerza laboral importante para el Paraguay, que vino a reemplazar a los soldados que estaban bajo bandera, y desde este punto de vista se puede comprender la actitud Paraguaya de negarse a devolver a los prisioneros. No olvidemos que el Paraguay había sufrido – durante la Guerra contra la Triple Alianza, la Guerra Guasú o Guerra Grande – un importantísimo drenaje de su población masculina, por lo que cada hombre, cada brazo productivo le resultaba necesario para la economía de post-guerra.
Como hicimos notar anteriormente, una importante cantidad (uno de cada cuatro) de prisioneros bolivianos se quedaron a vivir en el Paraguay luego de finalizada la contienda, y este es un tema digno de análisis, por lo inusual. En general, fueron los que habían trabajado en casas de familia o en pequeños emprendimientos, en los que el tratamiento era más bien familiar. En algunos casos se menciona hasta el hecho de que llegaron a tener relaciones amorosas con miembros de las familias que los cobijaban. Además, al finalizar la guerra y al comenzar la repatriación, los oficiales paraguayos encargados de esos trámites, les pedían que se queden a vivir en el país, les ofrecían tierra, hacienda, semillas y hasta mujer si no tenían. Algunos aceptaban la oferta, generalmente eran los que vivían en el campo y conocían de tareas rurales. Muchos de los que se quedaron llegaron a ser referentes de sus comunidades, y dejaron obras que aún se conservan en el país.
Antes de concluir con esta introducción sobre el tema queremos hacer unas breves consideraciones en base a las cuales creemos que muchos de los cautivos no aceptaron regresar a Bolivia y se quedaron en el Paraguay, a saber: En primer lugar, muchos de los cautivos remisos a repatriarse, eran analfabetos, transplantados desde su altiplano al Paraguay, sin noción de su patria o su terruño. Al no conocer el concepto de patria, no podían saber si donde estaban era o nó su patria, y por ende no podían razonar si quedarse a vivir allí significaba radicarse en suelo enemigo. En segundo lugar, había que analizar cual era su estatus en suelo boliviano. Algunos autores bolivianos mencionan que muchos de los que se quedaron, eran prácticamente esclavos en las haciendas en donde estaban (se los comparan con los ilotas, los siervos espartanos). Y en tercer lugar, el hecho de “sentirse gentes, y a vivir con más decencia”, por haber sido bien tratados, y el ser valorados en su trabajo, pudiendo prosperar económicamente. No olvidemos la tradicional laboriosidad del pueblo boliviano. Y un cuarto y último aspecto, el elemento femenino, puesto aquí en último lugar, pero por ello no menos importante, porque en muchísimos casos tuvo una vital trascendencia.
En próximas entregas, iremos ampliando el tema de los prisioneros, su vida y sus anécdotas, sus sueños de poder actuar para lograr un país mejor al terminar la guerra, sus intentos de fuga, sus enfermedades, su repatriación o su vida posterior en Bolivia, o en el Paraguay con relación a los que se quedaron.
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Interesante
Donde se pueden adquirir alguno de los libros de esta guerra?
Estimado Dr., ¿hay posibilidad de conseguir una copia digital del libro? Desde ya me interesa la temática y poder contactarlo. Atte. Dra. Lorena Córdoba https://conicet.academia.edu/LorenaC%C3%B3rdoba
La guerra del Chaco es tan apasionante que aún queda espacio para seguir conociendo temas como es el caso de “los prisioneros de guerra”; el Sr. Marcelo Herrera lo expone fríamente y rompe con un tema tabú, y me impresiona su agudeza porque lo aborda con buenos argumentos. Espero conocer más sobre el tema, gracias por compartir sus conocimientos.