Estimados foristas y VGM
De la pagina en Facebook de
"EX Y TRIPULANTES DE LOS SUBMARINOS DE LA ARMADA ARGENTINA"
UN relato imperdible del VGM RUBEN MARIO FUSCO
"Este es un ejemplo de cuando una persona sabe convertir una situación dramática de su vida en una anécdota tragicómica. Nuestro querido Tano Ruben Fusco (Promoción 24), en abril de 1982 fue embarcado en el ARA Santa Fe y llevado con un grupo comando a la las Islas Georgias. El 25 a la madrugada entró en combate y... el resto está en este relato de su autoría: (Para no perdérselo)
TRISTE DIARIO DE UNA DE LAS TANTAS TRISTES GUERRAS
Esta historieta empieza el lunes 12 de abril del año 1982. Día, mes y año que quedarán impresos en retinas y mentes de muchos hombres. (Léase feroces combatientes) (Fig 1)
Estos hombres fueron intensamente adiestrados en el arte de la guerra y el manejo de todo tipo de armas, incluso las más contundentes. (Fig 2)
El adiestramiento duró lo suficiente como para que estos héroes anónimos adquirieran la dureza y el temple del guerrero nato.
Una semana después los elegidos por el Dios Marte (debe haber sido Marte 7) se encontraban camino a la perla del Atlántico, en un charter que los depositaría en las entrañas de un monstruo de la guerra; así como Jonás fue devorado por la ballena (Fig 3)
De aquí en más comenzó para nuestros héroes el peregrinaje por los mares del Sur; todos iban en busca de un mismo objetivo: la gloria que da el combate y la suerte de salvar el pellejo.
Durante la travesía se puso de manifiesto la estirpe de marinos, acostumbrados a los embates de Neptuno; que se empeñaba que nuestros gladiadores no pasaran a rancho. (Fig 4).
Sin otros altibajos llegó el día señalado, (mejor dicho la noche) en que pasarían a la historia. La noche del 24 y la madrugada del 25. Sobre la cubierta del buque se desarrollaba una febril tarea, comparable a la de un hormiguero en verano. Los brazos fuertes, la mirada atenta, el oído agudo, los pies… los pies tropezando y las bocas puteando al que te ató el pie a una balsa.
¡Cuánto esfuerzo! Pero todo esfuerzo tiene su recompensa, y la recompensa de estos hombres era saber que lo que se hacía era por mantener la tierra reconquistada al Patrimonio Nacional.
El alba sorprendió a nuestros paladines poniendo pie en la Isla San Pedro, y a partir de ese momento los hechos se sucedieron a una velocidad vertiginosa, sin tiempo siquiera de arreglar nuestros bagajes. El llamado angustioso del Submarino que era atacado por helicópteros, la sirena de alarma, tomar las armas y buscar una posición en ese terreno desconocido. Para ese entonces ya había amanecido por completo y parecía imposible que la naturaleza reflejada en la bahía pudiese ser destruida o siquiera alterada por la mano del hombre. Pero la realidad era otra, y esta realidad se hizo presente cuando el silencio fue roto por una explosión proveniente del lado de la entrada a la bahía.
Un helicóptero se empeñaba por destruir al submarino, que ya herido buscaba refugio en el atracadero.
Hasta ahora para mí era una sucesión de hechos pero sin la palpable verdad de la guerra. En ese momento comprendí lo insignificante que se puede sentir uno ante la realidad del fuego enemigo.
Otro golpe más. Cerca mío había un equipo de radio y el submarino avisa que trae un herido a bordo. De inmediato se cruzó por mi mente un montón de buena gente que había conocido a bordo durante la travesía. En especial pedía a Dios que nada le hubiese pasado a mi buen amigo Delmiro Ibalo, que como timonel cubría en la vela. Un sentimiento de ira me invadió al ver como el helicóptero se ensañaba con el submarino, que estando en superficie era indefenso.
En un momento dado hace un vuelo rasante y pasa ametrallando; inútilmente descargué un cargador porque el helicóptero estaba demasiado lejos como para que mi fusil fuera efectivo. No sé cuanto tiempo transcurrió entre cada acción, lo único que recuerdo es que luego de un misil que atravesó la vela el helicóptero se retira.
Después ¡Qué confusión!, el abandono del submarino, el fuego naval de los ingleses que se mantuvo durante toda la tarde. Impotentes veíamos como a lo lejos los helicópteros de los buques hacían desembarco de tropas. Me cansé de contar los vuelos. A eso de las 4 de la tarde nuestro comandante decide la rendición.
No acepta que además de quedarse con la Isla por la superioridad numérica y el volumen de fuego de los buques, tuviéramos que sacrificar nuestras vidas que podrían servir más adelante.
Luego ¡La vergüenza!
Hasta ese punto de mi vida no recuerdo haber experimentado un sentimiento de vergüenza tan profundo.
Formamos frente al mástil, arriamos nuestra bandera y sin darme cuenta estábamos cantando el himno y unas cosas húmedas caían de mis ojos.
Así nos encontraron los primeros ingleses. Lo que más me molesta de esa gente es que es muy difícil averiguar sus sentimientos. En todo el tiempo que duró nuestro cautiverio no pude averiguar si lo que sentían por nosotros era rabia, lástima o desdén. ¿Quizás las tres?
En la Isla estuvimos prisioneros cuatro días, cuatro días de incertidumbre.
Nos trasladaron a un buque petrolero de la Royal Navy (Tidespring) que iba a ser nuestro medio de transporte, no sabíamos a donde. A bordo nos enteramos: Isla Ascensión.
Ese buque lo comparé con una galera romana. Nos ubicaron a mi grupo, el más numeroso, en una bodega que habían acondicionado para que sirviera de alojamiento durante los 15 días que duraría la travesía. ¡Y qué travesía! Del frío Atlántico al calor del trópico.
Verdaderamente estábamos mal anímicamente por esta situación y por la incertidumbre de no saber qué iba a pasar cuando llegáramos a la Isla. Si nos dejarían libres ¿o qué?
Diariamente nos sacaban a tomar aire a cubierta durante una hora, que era para nosotros la mejor hora del día. El encierro en esa bodega era bastante más que un encierro.
Como era un buque petrolero teníamos horarios para fumar. Diez minutos a la mañana, una hora después del almuerzo, diez minutos a la tarde y una hora después de la cena.
Ahora le toca el turno a la comida: si a los ingleses les gusta lo que comen ¡Los felicito!, pero para un argentino acostumbrado a usar los colmillos para pelar los huesos del asado no va.
Nos daban un guiso de porotos, eso no era raro, lo feo es que era dulce. Algo así como comer mortadela con dulce de leche.
Para el almuerzo: guiso, para la cena: guiso. Ni cuando entré a Marina comí tanto guiso. Pero el hambre es el hambre y había que comerse el guiso.
Cuando entramos a la zona más calurosa nos cambiaron el menú: pan, fiambre, queso y dulce; eso ya tenía más color.
Sin darnos cuenta llegamos a la Isla. Nos desembarcaron en helicóptero y de noche.
Ahí pude ver militares norteamericanos que con sus bocas llenas de dientes y chicles se reían de los pobres combatientes Argies.
Ahí fue donde nos fotografiaron para su archivo, creo que Margaret tiene una foto mía en su mesa de luz.
Después de escarcharnos nos subieron en micros que nos transportaron a un súper DC10 de la KLM que nos dejaría en Uruguay.
El viaje fue breve porque nos dormimos cinco horas seguidas. En el avión todos estábamos contentos: ¡Volver a casa!
Llegamos a Carrasco y de allí en micro hasta el Puerto. No lo podía creer. La gente nos saludaba y agitaban banderitas argentinas.
Cuando llegamos al Puerto nos esperaba un buque, el Piloto Alsina, que nos iba a transportar hasta el Puerto de Buenos Aires.
Fue hermoso, un desayuno a “la Argentina”, café con leche con pan, manteca y dulce.
Y el almuerzo: churrasco con papas fritas. ¡No lo podía creer!.
¡Qué gente hermosa la del buque! Gente de la Marina Mercante.
El arribo a Buenos Aires
Estábamos formados en cubierta. El buque entrando a Puerto y desde los edificios lluvia de papeles, las sirenas de los buques y la gente colmando los muelles.
El encuentro con los familiares, los abrazos, las lágrimas. Desde ahí hasta mi casa a Espora el viaje fue en micro. Y el regreso a casa fue lo más hermoso de toda mi vida".
Rubén Mario Fusco
bagre