El lanzamiento del ARSAT-2 consolida la apuesta por el desarrollo de satélites de comunicaciones en la Argentina. Héctor Otheguy, gerente general de INVAP, habló con TSS sobre cómo se gestó su fabricación y cuáles son los próximos proyectos satelitales.
Agencia TSS – Se palpitaba algo histórico y la hazaña prevista para el 30 de septiembre de 2015 generaba expectativas en diferentes puntos de la Argentina. Pasadas las 17, cientos de personas se dieron cita en el predio de Tecnópolis en Villa Martelli, donde se desarrolló parte de la transmisión oficial. Una pantalla gigante, banderas argentinas y la esperanza de que no hubiese inconveniente técnico o meteorológico que pudiera detener la cuenta regresiva. Pero todo estaba con luz verde, informaron los especialistas desde Guayana Francesa, donde se jugaba el partido; desde un centro de control en Benavídez, en la provincia de Buenos Aires; y desde Bariloche, Río en Negro, donde se trabajó durante miles de horas en el desarrollo de un proyecto satelital que algunos años atrás apenas parecía un sueño.
Minutos antes de las 17.30, el satélite de comunicaciones argentino ARSAT-2 pasaba sus últimos momentos en la Tierra. Protegido dentro del cohete Ariane 5, que reposaba imponente en la plataforma guayanesa de Kourou, esperaba el momento crucial para levantar vuelo.
Héctor Otheguy, gerente de INVAP, la empresa estatal barilochense responsable de la construcción del ARSAT-2, dijo a
TSS: “Un compañero nuestro decía que es una de las pocas veces, o la única, en la cual un grupo de científicos y técnicos genera en la población un estado de ánimo, un orgullo, que únicamente logra el fútbol en este país. Es como que la gente dice ‘en la Argentina también podemos’. Y eso se logra con cosas concretas”.
Casi un año después que su predecesor, se lanzó el ARSAT-2, segundo satélite geoestacionario de comunicaciones diseñado, construido, probado y operado en la Argentina. Fue gestado por la empresa estatal de telecomunicaciones
ARSAT y fabricado por
INVAP, al igual que los otros dos integrantes de la familia tecnológica: el 1, lanzado al espacio el 16 de octubre de 2014; y el 3, que aún está en proceso de rediseño y será lanzado en 2019. Todos tienen la misma misión: brindar servicios de telecomunicaciones, que incluye datos (Internet), televisión y telefonía. La diferencia entre el 2 y el 1 es que el primero tiene solo una antena, que transmite en banda Ku y enfoca su cobertura en el territorio nacional. En tanto, el ARSAT-2 cuenta con tres antenas, dos en banda Ku y una en banda C, lo que permite una cobertura de todo el continente americano y una mejor calidad de transmisión.
Héctor Otheguy, gerente general de INVAP: “Cuando empezamos, no teníamos ni la menor idea de que podíamos llegar
a hacer satélites”.
Durante la jornada hubo dos anuncios importantes. El primero fue realizado por especialistas de INVAP y Arsat, que adelantaron que ya se está conversando sobre el diseño de un ARSAT-4, al que se espera equipar con propulsión eléctrica. Por su parte, el segundo llegó por cadena nacional, cuando la presidenta Cristina Kirchner anunció el envío al Congreso de un proyecto de ley para declarar “de interés público” el desarrollo de la industria satelital, que ya ingresó al Senado. Además, el proyecto prevé poner en marcha el Plan Satelital Geoestacionario Argentino 2015-2035, que apunta a “proteger las posiciones orbitales argentinas” y estima la construcción de ocho satélites en ese período.
Solo diez países en el mundo tienen la capacidad de construir este tipo de satélites, debido a que son sistemas tecnológicos complejos que requieren de importantes inversiones y de profesionales altamente capacitados. Pero, ¿por qué la Argentina debe invertir en la industria satelital? Para Otheguy, “una cuestión importante es que la Argentina necesita contar con un control de las comunicaciones en casos críticos para la soberanía, como lo es en el área de defensa y seguridad. Otro punto fundamental es impulsar el desarrollo de la industria nacional en general. Porque uno puede decir ‘bueno, lo compramos afuera y listo’, como era la política argentina en la década del noventa. Pero hay una decisión política estratégica para el país, que es utilizar las capacidades científico-tecnológicas nacionales para implementar proyectos complejos como un satélite, un reactor nuclear o un radar, maximizando la participación de empresas locales, que perfeccionan sus capacidades y elevan su nivel de competitividad general. Se produce, así, un efecto multiplicador de la industria nacional”.
¿Qué implica buscar la soberanía tecnológica?
Es tener autonomía de decisión. Por ejemplo, no tiene sentido que en la Argentina se haga todo el desarrollo y hay cosas que vamos a comprar, como también lo hacen otros países fabricantes de satélites. Pero también hay que saber qué comprar, a quién y cómo hacer que, luego de integrar las distintas partes, todo el sistema funcione. Ese es el
know-how. Decidir qué compro afuera y qué hago acá, que no me lo imponga una empresa extranjera. Si un componente tiene varios proveedores y no es crítico para el desarrollo, lo compro. El día que necesitemos fabricarlo, lo hacemos, pero mientras tanto hacemos posible que el proyecto esté en un tiempo razonable. Porque si me quiero poner a desarrollar todo, puedo hacerlo, pero voy a tardar 20 años y la tecnología va a quedar obsoleta.
En el caso de los ARSAT, ¿qué se compró y qué se desarrolló en el país? ¿Qué porcentaje de componentes nacionales tiene?
Lo que se compró afuera son los componentes electrónicos y parte del sistema de transmisión, porque no se fabrican en el país. Tienen que ser elementos aptos para ser sometidos durante 15 años a situaciones extremas de fuertes radiaciones y de cambios muy bruscos de temperatura, entre otras cuestiones. Pero todo el diseño y el software, que lleva cientos de miles de horas de trabajo, se hizo en la Argentina. Ambos satélites ocuparon muchísima mano de obra altamente capacitada durante todo el proceso. Del proyecto total, debe haber un 25 % de elementos importados, pero las tres cuartas partes del satélite son nacionales. Y con el tiempo se puede ir desarrollando lo que hoy se importa para reemplazarlo con industria local.
Despiece del Arsat.
Cuando la cuenta regresiva llegó a cero, se encendieron los motores del Ariane 5 y despegó. Casi no hubo suspenso: el satélite partió rumbo al espacio a las 17.30, exactamente como estaba previsto. Claro que aún faltaba para declarar exitosa la misión. A los tres minutos con 21 segundos del lanzamiento, se abrió la cofia del cohete, encargada de proteger a los dos pasajeros: el ARSAT-2 y el satélite australiano Sky Muster. A partir de ese momento, vendrían los momentos críticos en que ambos deben abandonar la protección del lanzador y comenzar a valerse por sí mismos.
Otheguy prefirió mirarlo por televisión. “Fui al lanzamiento del SAC-B, en el ’97, y fue el único con el que tuvimos problemas. No por culpa del satélite, sino del cohete que lo transportaba, pero salió mal. Y después, cuando se lanzaron el SAC-C y el D, por una cosa u otra no fui, y empezó a hacerse tradición. Así que por eso siempre digo, un poco en broma, un poco en serio, que no voy más. ¡No vaya a ser cosa de que llego a ir allá y sale mal! Me van a querer matar”, sonríe.
Los satélites ARSAT pesan casi tres toneladas, miden unos 16 metros de largo con los paneles solares desplegados y tienen cinco metros de ancho. Se les calcula una vida útil de 15 años, aunque esto depende de la cantidad de combustible que gastan las maniobras que los técnicos en Benavídez hacen en los diez días posteriores al lanzamiento para ubicarlos en la posición orbital en la que van a operar, ya que el cohete los deja a unos 250 kilómetros de altura y tienen que llegar hasta los 36 mil kilómetros. El ARSAT-1 se encuentra orbitando en la posición 71,8° Longitud Oeste, mientras que el RSAT-2 ocupará la posición 81°, un lugar estratégico que permite brindar cobertura a todo el continente y que la Argentina podía perder si no ponía un satélite en órbita.
Arsat 2: Ficha técnica.
Para comprender cómo funciona un satélite, se puede decir que hay dos tipos de componentes: los que hacen a la estructura de la “plataforma”, como llaman en la jerga técnica al satélite propiamente dicho (la cáscara del huevo), y los que conforman la “carga útil”, encargada de brindar el servicio para el que fue construido (el huevo). Dentro del primer grupo están, por ejemplo, los paneles solares, que colectarán la energía del sol, y las baterías, donde se almacena energía para cuando el satélite queda tapado por la Tierra y la energía solar no llegua. Otros componentes son la unidad de control de potencia, que supervisa la energía que gasta; la computadora de control de orientación y las ruedas de inercia, que le permiten girar en su recorrido orbital para que siempre apunte hacia la misma zona; y los sensores estelares, que miden la luminosidad de las estrellas para conocer y corregir la orientación. En tanto, en el segundo grupo están los paneles de comunicación norte y sur, que cuentan con los componentes electrónicos (transpondedores), encargados de recibir y transmitir las señales de telecomunicación desde y hacia la estación terrena de ARSAT, en Benavídez. Y, por supuesto, está la OBC (siglas en inglés de computadora a bordo), el cerebro del satélite.
Antes de los ARSAT, INVAP había desarrollado los satélites de observación de la tierra SAC-B, SAC-A, SAC-C y SAC-D/Aquarius. ¿Qué tecnologías les sirvieron para construir los satélites de comunicación y cuáles tuvieron que diseñar especialmente para esta misión?
Básicamente, ambos tipos de satélites tienen los mismos elementos, pero la vida útil de uno para observación de la Tierra generalmente es más corta, de unos cuatro a cinco años. Otra diferencia es el ambiente. Uno de observación está a unos cientos de kilómetros, lo que se llama órbita baja. En cambio, los de comunicación tienen que estar a 36.000 kilómetros, por lo que están sometidos a condiciones ambientales más extremas. Así que hubo que adaptarlos. Otra modificación tuvo que ver con que los segundos tienen más potencia, así que hubo que utilizar una nueva tecnología para extraer el calor, para que los componentes electrónicos no se fundieran. En la parte estructural no presentaron mayores complejidades que los que ya habíamos hecho, por eso los pudimos construir en un tiempo y costo razonable.
¿Por qué se lanzaron desde Guayana?
Esto es propio de los satélites de telecomunicaciones, que tienen que dar la vuelta a la Tierra en 24 horas, es decir, en el mismo tiempo que gira el planeta, de manera que las antenas apunten siempre a la misma zona a la que se quiere dar cobertura. Esto se logra solo cuando el satélite está a 36.000 kilómetros. Si está más cerca rota más rápido, como los SAC, que daban una vuelta a la Tierra en una hora y media. Además, éstos se pueden lanzar desde cualquier punto del globo. En cambio, los geoestacionarios tienen que lanzarse exclusivamente en el plano del Ecuador, para que giren igual que la Tierra.
Cuando la cuenta regresiva llegó a cero, se encendieron los motores del Ariane 5 y despegó. Casi no hubo suspenso:
el Arsat 2 partió rumbo al espacio a las 17.30, exactamente como estaba previsto.
Finalmente, 32 minutos y 28 segundos después del despegue del Ariane 5, el ARSAT-2 se separó con éxito del lanzador. Otra vez resonaron
y expresiones de alegría en Tecnópolis, Guayana, Benavídez, Bariloche y en cada rincón del país donde se siguió el lanzamiento. Después, hubo que esperar 17 minutos más para el primer contacto de telemetría entre el satélite y la estación terrena de Corea del Sur, para confirmar su correcto funcionamiento. Ahora, todo queda en manos de los técnicos de ARSAT, que guiarán al satélite hasta la codiciada posición orbital 81°. Esto sucederá en las próximas semanas y, si todo sigue bien, podrá comenzar a brindar servicios dentro de 45 días.
INVAP se creó en 1976 por iniciativa de Conrado Varotto, hoy director de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (CONAE). ¿Imaginaban por entonces que podían llegar a construir satélites?
Yo hablo a título personal y de varios compañeros de ese grupo al decir que, cuando empezamos, no teníamos ni la menor idea de que podíamos llegar a hacer satélites. Yo ni soñaba con eso. Por ahí Varotto sí. Él había vuelto de Estados Unidos, de haber estado en el nacimiento del Silicon Valley, y vino con la idea de “hacer cosas útiles”, en el sentido de usar el método científico-tecnológico para resolver problemas concretos. Lo que más rescato de esa época fue la actitud que nos inspiró Varotto, de que no había cosas que en la Argentina no se podían hacer, a pesar de los intereses que buscan generar la duda. Siempre usaba la frase “colonización mental”, que es algo que todavía tenemos. Muchas veces, se copian cosas que en otras condiciones funcionan bien y se extrapolan acá. Por eso, uno de los grandes méritos de Varotto es generarnos la actitud de no querer copiar el modelo, sino de tomar los conceptos generales de cosas que funcionan en otros lugares y adaptarlas a lo que necesita el país.
Nadia Luna
http://www.unsam.edu.ar/tss/arsat-2-o-por-que-la-argentina-debe-invertir-en-satelites/