El teniente Baldini nunca nos dirigió la palabra, simplemente lo seguíamos por los montes. Cuando llegamosa Monte Longdon, señaló nuestras posiciones y nos dijo que empezáramos a cavar. Nos ubicaron, sección por sección, y yo estaba en la sección del cabo Casio. Como casi todos los demás cabos, era un vago hijo de ****. Pero había otro, el cabo Ríos, que era el peor de todos. Se portaban como si ellos fueran la ley.
Estabas cavando como un esclavo con tu compañero, construyendo
un búnker y aparecía, te señalaba un lugar y te ordenabaq ue
construyerausn búnker para él. Nada de 'por favor' ni de pedir ayuda.
Se quedaba parado allí, vago de mierd@, especificando cómo lo quería
y dándote órdenes. Cinco o seis días después volvía y te decía que ese
lugar no servía porque filtraba agua y te mandaba a otro sitio a construir
otro. Debemos haber construido como diez búnkers. Por lo que yo recuerdo, el teniente Baldini fue el único oficial que no cambió de posición.
Estar en ese monte era como vivir en el inflerno. El clima, el
viento, la lluvia, la niebla y el frío se te metían hasta los huesos.
Cuando no estabas arreglando tu propio búnker o construyendo otros
para esos vagos de porquería, tenías que subir y bajar el monte hombreando municiones. Con un helicóptero habría bastado para subir todo
lo necesario, pero el único que vi fue el que arrojó nuestros equipos
dos o tres días después de que llegamos. Así era nuestra rutina
diaria: construir, deslomarse, ir v venir. La moral estaba bajísima. Nadie
dormía lo necesario porque después de pasarte el día deslomándote
muerto de frío y de hambre, tenías que hacer guardia cada dos horas
todas las noches. Ninguno de nuestros superiores demostró el menor interés por nosotros.
No había árboles ni cercos que pararan un poco el vientoy los
cabos eran unos vagos de mierd@, que cuando tenían frío nos mandaban
a buscar leña para poder prender fuego y calentarse. Si no había
árboles ni matorrales se entiende que tampoco había leña.
Muy pronto la supervivencia se convirtió en lo prioritario.Yo
estaba adelgazando muchísimo debido a todo el trabajo pesado y debido a la falta de comida.
Hacia fines de la primera semana de junio. No teníamos noción del
tiempo ahí arriba. La mitad del tiempo no sabían ni qué día de la semana
era. Una noche estábamos todos en nuestras posicionese en la
cumbre. Era noche cerrada, totalmente oscura, y ese radar de mierd@
se pone a chillar: 'Atención. Alerta roja. Enemigo enfrente'. Y los tipos
que estaban detrás de mí con grandes ametralladoras 12.7 mm
abrieron fuego. Las balas que disparaban eran infernales, grandes.
Le abren unos agujeros enorrnes a la gente. Los boludos disparaban
hacia abajo justo por encima de nuestras cabezas. Diez minutos duraron
los tiros enloquecidos con estas mierdas enormes que nos silbaban
por encima de la cabeza, hasta que se dio la orden: 'Alto el
fuego. El objetivo dejó de moverse'.
La comida era prácticamente inexistente. No recuerdo haber conseguido nada que fuera mejor que malo o pésimo...y eso cuando conseguía
algo. Déjenme explicar. A veces recibíamos un plato de agua
turbia con un par de fideos flotando. Eso era lo que recibíamos los
soldados enviados a pelear en la guerra.
Como yo estaba más alejado, el problema de la comida era mayor
aún. Cuando me llegaba estaba fría y completamente en mal estado.
Hacía frío y yo tenía hambre todo el tiempo. Todos sentíamos que
habíamos sido abandonados para arreglárnoslas por nuestra cuentae en
esa montaña. Ahora soy un sobreviviente, lo he sido toda la vida. No
iba a hacer que ninguno se muriera de hambre, de ninguna manera. Tenía
hambre y el frío, el viento y la lluvia lo empeoraban. El 'rancho', comida del catnpo de batalla, cuando vino, sólo trajo agua sucia.
mierd@ pura. Comencé a escabullirme junto con otros hacia Puerto Argentino,
fundamentalmente para ver si conseguíamos algo de agua potable. El deseo de tomar agua era muy poderoso. Debía dejar a mi compañero en el puesto para que no pareciera abandonado. Los oficiales venían poco a controlar, así que podía bajar hacia Puerto Argentino.
Tenía que ir hasta un depósito y unirme a la fila de soldados que descargaban los camiones y contenedores y, luego robaba lo que podía.
Después, tenía que volver corriendo todo el camino. Abajo, en Puerto
Argentino, nadie sabía quién era yo, por eso podía robar queso, sopa y
batatas. Comenzamos a hacer turnos para bajar al poblado. Nunca dejábamos la posición desguarnecida para que no nos robaran las provisiones.
Debíamos cuidarnos de nosotros mismos. A nadie le llamaban la atención los entusiastas voluntarios que se unían para ayudar en la descarga de los camiones, pero era demasiado bueno para durar.
Un día un oficial al que nunca había visto se volvió hacia mí y
me preguntó de dónde era. Vio que no llevaba mi arma conmigo y comenzó a
pegarme duro. Verdaderos puñetazos. Me cubrí y pensé alguna forma de escapar. No quería que me agarraran porque podía verme en un gran problema. Corrí, pero no había ido muy lejos cuando lo escuché cargarse un arma y gritar: '¡Alto o disparol'. Entonces me detuve. Comenzó a golpearme nuevamente y lo siguió haciendo durante un rato. Luego me hizo sentar. Él estaba muy nervioso. Me mantuvo bajo custodia todo el día, hasta las seis de la mañana. Luego me hizo volver al Longdon y me ubicó en la zona posterior de nuestras posiciones para poder humillarme con mayor frecuencia.
Me ordenó que me tendiera en el suelo y me ató. Yo quedé tirado
ahí, con los miembros extendidos y estaqueado en el piso, preguntándome qué iba a sucederme. Pensé que me iban a disparar. Estaba realmente aterrorizado, muerto de frío y de hambre. Todo lo que había querido obtener era un poco de comida. No sé cuánto tienrpo hubiera estado allí de no ser por un sargento que estaba muy disgustado por lo que me habían hecho y me liberó. Yo estaba muy dolorido y tenía mucho frío. El sargento estaba indignado. Yo también lo estaba, y luego de ser liberado quería ir a enfrentar al oficial. Pero no sabía quién era ni de dónde había venido, y en ese momento ya había desaparecido.
Una semana después escuché que había sido herido y lo habían enviado de regreso a la Argentina. Me puse contento. Era como si él hubieras ido castigado por lo que me había hecho, y eso me complacía mucho. Se llevó su merecido. Luego vino otro oficial con una orden de que nos afeitáramos
todos los días. ¿Usted lo puede creer? Aunque estábamos en uno de
los lugares más húmedos del mundo, el agua era escasa y nos íbamos
a gastar el poco agua limpia que teníamos en afeitarnos. Entonces
simplemente me dijo que si no me afeitaba, él me llevaría tras las rocas y
me dispararía. A un así no me afeité pero corté mi barba. No venían oficiales a menudo. Dejaban que nos las arregláramos solos. Sin embargo, recuerdo otra ocasión en que llegó otro oficial. Estabatr anquilo¡ ; eraa mableM. e preguntóe n un pard e ocasionessi
vo mataríau na oveja.Y o no estabas eguro.L c pregunt(at l nrayory
éstem e dijo que si lo hacíam e mandaríaa una corte marciald e crímenes
de guerra. Pero la idea quedó en mi mente. Fui de cacería y
conseguuí na.E ncontréa l oficial y se la di. El tomó su parte.m e dio
el resto y no hubo problemas.