TERCERA PARTE ASI LUCHARON
Estos actos se transformaron en algo diario. El soldado que venía con un tacho de comida también era un héroe porque llegaba en una de ésas con la manija sola o con la polenta llena de tierra de las explosiones.
O por ejemplo, el soldado S. que en el ataque nocturno que conté que rechazamos, se prendió a una ametralladora y no lo podíamos bajar ni después que se habían ido los ingleses. Seguía tirando. Y el día que aparecía un Harrier, mejor estar en cualquier lugar menos cerca de la ametralladora esa, porque él giraba tirando para todos lados. El único lugar seguro era detrás de él. El combatía contra el Harrier y se olvidaba del mundo; este soldado era un ejemplo.
Y ni que hablar de la "picardía" de muchos de nuestros soldados. Nuestros víveres calientes, es decir, nuestros zapallos, arroces, fideos, estaban a retaguardia, a muchos kilómetros, porque le tiraban tanto a la cocina que cuidaba mucho ya la comida. Entonces cuando uno traía víveres, traía tal vez mil kilos y llegaba siempre menos porque la diferencia quedaba entre los cargadores: se llevaban su paquetito de polenta, de arroz, de fideos, cada uno la mejoraba a su manera y nosotros hacíamos la vista gorda. Y con respecto a los cigarrillos —yo no fumo nada, aunque ahora sí porque estoy muy aburrido en el hospital—, era una cuestión muy colectiva. El que sacaba cigarrillos convidaba a todos sea quien fuere, jefe o no jefe, no había problema. Y el soldado estaba permanentemente pegado con las múltiples anécdotas y todo lo demás. Pero sí puedo decir que el cuerpo estaba fatigado, no la mente ni el corazón, pero el cuerpo sí.
El día 12 de junio, creo que fue el 12, ya los veíamos venir; ya habíamos visto efectivos grandes después del desembarco inglés en Bahía Agradable; también nosotros habíamos pedido que atacaran a esos barcos porque los dominábamos con la vista. Este desembarco fue atacado por nuestra aviación, como se recordará, y como digo, nosotros pasábamos información de lo que veíamos. Ahora sabemos que los ingleses trajeron ahí tres regimientos. Una tarde localizamos fracciones que avanzaban y los rechazamos con artillería y morteros. No sé si habrán sido de esas tropas o de otras enemigas. ,Para nosotros en ese momento eran todos ingleses para el otro lado. Después sí, al caer herido y prisionero me fui informando de muchas cosas que me dijeron ellos mismos, como qué gente venía marchando, quiénes desembarcaron. En fin, me fueron completando el panorama de lo que había pasado.
Bueno, así llegamos al 12 de junio, al que sería el combate final para mi regimiento, algo desgastados. Dormíamos acurrucados y cuando se oía un disparo o una bengala salíamos porque más allá de todo uno es director, conductor, pero éstas son cosas naturales de la guerra.
Llega como digo el combate final, que empezó con ráfagas del lado de la costa pero abajo del cerro nuestro, creo que fue el 12 repito, después me dijeron en el "Uganda" que era el día en que había venido el Papa; ahí me enteré que había venido y por supuesto debe haber venido Dios con él.
Antes de seguir voy a resumir un detalle que olvidé decir. Otra vez habíamos cambiado las armas de lugar apreciando más o menos lo que los ingleses pretendían.
O sea de acuerdo con lo que el enemigo pretende, el arma no se puede poner en cualquier lugar. Se busca que tenga la mayor protección posible, la mayor posibilidad de disparar, de cubrir la mayor cantidad de terreno posible, aunque siempre va a haber ángulos muertos. Por ejemplo: si yo estoy en una ventana veo muchísimo, pero no veo pegado a la ventana. Ese es un ángulo muerto. Las armas que se cambiaban eran las MAG, los morteros y las 12,7. La 12,7 es una ametralladora que se ve montada arriba de los tanques; son las ametralladoras grandes, muy pesadas. La MAG lo es menos, pero lo que pasa es que la MAG tira mil disparos por minuto. Una MAG reemplaza a un montón de fusileros. O sea que esa MAG vela por diez hombres o veinte o treinta que hay en la sección, pero hay una 12,7 que vela inclusive por la MAG. Esa es la importancia de la 12,7 que, además, es antiaérea.
Cambiar de posición las armas es aparte de lo que expliqué buscar un lugar, otro lugar dominante desde donde se pueda atacar al enemigo sorprendiéndolo, tal vez por un flanco; es decir, hay que tratar de no ir a la "cara". Si se lo agarra por la espalda, mejor, que ésa es la ley de la guerra. Uno trata de evitar el mayor daño propio posible y provocarle los mayores dolores al enemigo.
Así que corrimos, como digo, otra vez las armas pesadas y con una oportunidad increíble. Muchas veces uno aprecia, pero no sabe con seguridad si el inglés va a hacer eso; afortunadamente esa noche, en este aspecto estuvimos muy acertados. En otras oportunidades fueron los ingleses los que nos causaron sorpresas a nosotros.
Nosotros teníamos nuestras vulnerabilidades: estar muy distanciados de Puerto Argentino, ser un efectivo desparramado en un amplio frente; pero dados esos medios y lugar geográfico, tenía que ser así. La misión que se nos había dado era rechazarlo, desgastarlo, provocarle el mayor dolor de cabeza al enemigo. Lo que queríamos era provocarle tanto daño que los ingleses se parasen con la bandera blanca en el monte Kent y ya no quisiesen saber nada más, más o menos eso. No pudimos y al fin levantamos la nuestra, pero la realidad es ésa.
Vivíamos pensando en los detalles: el disparo, una luz, el fuego, el radar, ruidos de helicópteros; es decir, cada uno de nosotros era un radar en potencia. Nos consultábamos y las inquietudes llegaban a la plana mayor y al jefe, y evaluábamos qué estarían haciendo los ingleses en la noche.
Esa noche, la de nuestro combate final, estaba —digamos— en "corte y costura" haciéndome un chalequito para poner los cargadores, que iba a ser mucho más cómodo, y estaba cosiéndolo. Viene a ser, como digo, un chalequito para colocar todo: cargadores, pistola, etc. Entonces uno puede estar tranquilo comiendo y sin el peso de esos, más o menos, diez kilos. Cuando empiezan los tiros, uno agarra el chaleco y sale corriendo para el lugar de los tiros. Sabe que lleva todo ahí y no el cinturón por un lado, la pistola por el otro y por ahí se olvida la linterna y todas esas cosas. Así que con una linda velita de dos centímetros, el último cabito que me quedaba, estaba de costurera, en realidad no lo pude hacer antes porque estaba mojada esa ropa: el "chaleco" era una vieja camisa mía.
Cuando estaba en esto, oigo: Prrr... prrr. -. prrr, es decir, disparos esporádicos como a cuarenta metros abajo. Me pareció que era más lejos sobre todo porque eran esporádicos, por lo reducido del fuego. Al rato, prrr. - - prrr... prrr. Ya por ahí dos ráfagas más, cortas, breves, abajo; ya estaban más cerca, a veinte metros. O sea que ya podía ver entonces por una ranura del agujero donde estaba yo metido que era todo roca y me metía parado, como todos. Eramos ratas realmente, pero por eso pudimos aguantar tanto tiempo la artillería. Por una ranura, repito, traté de ver. Escuché también hablar como a trescientos metros de mí. Gritaban en inglés y gritaban en castellano para el lado donde teníamos los morteros pesados, siempre sobre la dorsal del cerro.
Esta sección fue la primera atacada y estaba a cargo del subteniente J. que ahora está en silla de ruedas, herido. Evidentemente fue una infiltración grandísima. Por los informes que tengo hasta ahora no puedo precisar exactamente el punto por donde entraron, pero sí sé que entraron por el flanco que teníamos totalmente cubierto, que era el de la costa que iba para Puerto Argentino. Lo teníamos- minado, ese campo minado costó mucho tiempo, costó sudor, costó bajas, y se pusieron esas minas que pesan veinte kilos. Lo que pasa es que es como todo. Aunque a uno le pongan campos minados, si tenemos que atacar, atacamos igual y ya veremos por dónde pasamos. Esa misma determinación —pienso— la tenían ellos. No nos olvidemos de que eran profesionales y actuaban como tales —hablo de gente seria que sabe lo que quiere y lo que está haciendo. No es lo mismo alguien que estuvo un año en la Facultad de Medicina que un médico recibido. Así que ellos actuaban correctamente, pienso, como queríamos hacerlo nosotros.
Pero esa noche empezó, como digo, ese fuego de distracción debajo de mi pozo y mi problema era que estaba muy próximo. Cuando miré, vi las bocas de fuego, aunque no me tiraban a mí, a Dios gracias, sino que tiraban más arriba hacia la izquierda. Pienso que era para distraernos mientras atacaban a los morteros en un silencio total. Y allí, además de las voces se escuchaban ya el bombazo de una o dos granadas, dos o tres ráfagas de ametralladoras; todo esto siempre en el cerro y no había luna todavía. Se notaba una confusión allá y evidentemente algo pasaba aunque no sabía exactamente qué. Allá, como digo, a trescientos metros.
Mi posición, o sea mi pozo, estaba detrás como de un escaloncito de un metro y allí estaba yo. Como a quince metros había una carpa de unos suboficiales que habían puesto ahí su equipo, porque realmente no entraba el equipo de uno en el hueco.
Entonces, vi que los ingleses que ya estaban a quince metros, evidentemente creyeron que en la carpa había gente y se engolosinaron tirándole y tirándole. Se acercaron más hasta que vi que estaban a dos metros de la carpa y, lo peor, que estaban ya casi a mi misma altura. Como yo arriba de mi pozo terna un poncho impermeable, pensé que el brillo del rocío me iba a delatar en la noche pues ya salía la luna y ellos mismos empezaban a tirar con bengalas. Yo había preparado el chaleco con la pistola, los cargadores, dos granadas, y vi que estaban muy próximos. Cuando llegasen a mi altura me iban a ver, a mi me hubiese convenido que estuvieran más lejos para poder salir con más libertad. Además, yo no tenía un arma larga pues era el oficial de inteligencia y tampoco tropa a mi mando pues era un asesor del jefe del regimiento. Entonces, armé la granada y preparé la pistola. Ya estaban casi a mi altura, los escuchaba: estaban ahí no más.
Tiré entonces la granada hacia la izquierda y escuché plac... plac... plac... plac... y pensé: "No pasa nada... ¡sonamos!", y entonces, hubo un gran bombazo, ¡Brroooommmm! A Dios gracias.
Oí un quejido, un grito, una mala palabra o no sé qué
—fue en inglés— y de ahí no salieron más tiros, pero ya había como cinco armas más tirando. Afortunadamente un poco desplazadas hacia mi derecha, y hacia ahí tiré cuatro o cinco balazos con pistola, así, rápido, prácticamente sin apuntar, en la oscuridad, entre las piedras. Y me preparé a escuchar, ya que lo único que me quedaba en ese pozo era escuchar si alguien se aproximaba y tirar al cuerpo.
En ese momento escuché más abajo estas armas que estaban más arriba; o sea, se habían replegado al escuchar la granada. No sé qué habrán pensado pero se fueron para atrás. Y ahí sí ya no eran los cuatro o cinco hombres que avanzaban sino diez o quince armas que abrían fuego. Ahí sí me empezaron a tirar porque descubrieron ¡ni posición por los tiros de pistola, porque con la granada no era posible. -
Tuve la suerte de que apareciera un correntino, no sé de dónde salió. La cuestión es que éste no me vio —tan disimulado estaba mi pozo—, y me puso el FAP arriba de la cabeza. Me dejó sordo. ¡Rrrrr...! Y le dije: "Escuchame ¡pará!" Casi me rompe los tímpanos. Me acordé de toda su familia. Le pedí el FAP porque yo tenía localizados a dos o tres ingleses que se habían puesto detrás de
una piedra grande.
Me dio el FAP y empecé a tirar y el soldado correntino no entendió bien y se metió al pozo también. Si yo apenas entraba parado, los dos estábamos calzados ahí. Yo no podía echar para atrás el brazo para tirar y era un despelote los dos en el pozo. Entonces el milico me dijo:
"Mi teniente primero, yo creí que entrábamos los dos: voy a salir". "Si no me puedo ni mover", le contesté yo. Entonces le hice pie, salió de nuevo, le di el FAP, tiró él y salí yo; pero no podíamos movernos mucho porque la pendiente hacia atrás era tan pronunciada que no teníamos defensa. Apareció en eso una 12,7 o sea el bendito soldado S. en acción y empezó a tirar, y a tirar, y a tirar’. Yo paré entonces el fuego de FAP esperando ver de qué modo podíamos sustraernos y buscar una mejor altura. Pero junto a S. y su 12,7 empezaron a tirar desde aquellos trescientos metros de que hablé antes, con armas automáticas. Primero pensé que, como nosotros teníamos tropas allí, nos tiraban equivocados, y después me di cuenta de que eran armas de ellos. Así que la cosa se puso fea. Había dos cabos en dos pozos que estaban en la misma situación que yo había estado, sin poder salir y no podían ni agarrar el fusil. Entonces agarré el fusil de uno de ellos, que tenía un problema en la vista, hice fuego y empezamos a replegarnos combatiendo hacia arriba, o sea respondiendo con el fuego al fuego y todo al descubierto.
Desde la posición de donde tiraba el soldado S. aparecieron dos o tres FAP más pero la que nos salvó fue su 12,7, que los obligó a los ingleses a meterse en donde Dios les diera lugar. Era impresionante cómo tiraba esa 12,7. Y eso también hizo que el fuego no se concentrara sobre mi sino que se dispersara y así pude empezar a responder el fuego porque, como dije, tomé un FAL y el suboficial me dio cinco cargadores, que con dos de un soldado hicieron siete. Además tomamos un cajón de munición que teníamos guardado. Destapado y todo listo para combatir. Lo empezamos a correr y a combatir de costado. Es decir, no desplazándonos para atrás sino combatiendo contra los ingleses lateralmente, para ganar altura, siempre apoyándonos mutuamente: uno tira, el otro pasa; uno tira, él otro pasa. Podría decir como en el cine, porque en el cine, en realidad, hacen lo que la guerra manda, aunque exageran —o pensándolo bien— se quedan cortos en algunas cosas. Porque he vivido cosas que no me las olvido más y que prefiero verlas en cine y no ahí.
Lo sorprendente de este movimiento es que nos tuvimos que organizar lateralmente porque nos tiraban desde abajo y desde arriba, así que de esa forma llegamos a la altura. Mientras fuimos avanzando lateralmente, S. seguía tirando y otros fusileros también. Es decir, se va reforzando el lugar del ataque principal que ya veíamos que era un ataque muy serio. En la posición que yo había abandonado, los ingleses tenían ya unas treinta bocas de fuego y en la parte donde me estaban tirando ya había advertido unas ocho. Es decir, gente que venía avanzando por la altura, y a su vez, tratando en el medio de esto, de ganar altura, justo antes del puesto comando. Unos setenta metros, más o menos, gané de altura.
S. siguió tirando, escuché dos morteros descartables—son como una gran granada— que-le tiraban y al segundo pensé que le habían dado, pero al rato otra vez:
¡Rrrrr! - -. iRrrrr! y los ingleses de nuevo a tirarle. Así transcurrieron las horas y el soldado S. reaparecía tirando. Es típico el ruido de la 12,7, en comparación con las otras armas. Y era mi flanco, un flanco muy importante; el soldado S. me cuidaba ese flanco y me confié en él.
Apareció también el teniente A.G. con unos soldados; no recuerdo la cantidad. Me lo encontré en la media pendiente; yo ya tenía los dos cabos y cuatro soldados. Entonces me fui al puesto comando para avisarle al teniente coronel cuál era la situación, aclarándole que ya no era un golpe sino un ataque definitivo. Esto lo hice después de cruzarme en la pendiente con el teniente A.G. y sus soldados. Los cabos y los soldados quedaron en posición, excepto el soldado G. que fue conmigo al puesto comando. El soldado G. fue realmente mi guardaespaldas, porque los ingleses ya nos estaban tirando a dos metros de nuestras cabezas, como mucho, y correr ahí a través del cerro no era fácil. y. me cubría. Llegué al puesto de comando que era un agujero grande con la radio, y el teniente coronel D.A.S. estaba hablando con el general J. Estaba dando la situación y explicando la necesidad posible de un inmediato fuego de artillería a pedido, con los cañones más grandes, los SOFMA.
El puesto de comando se encontraba a unos setenta metros del lugar donde dejé a los cabos con los tres soldados y me fui con G.
Ya había advertido que a mi izquierda, a unos cuatrocientos metros tirándose hacia un pequeño valle por unas grandes piedras —hablo de piedras de cincuenta metros por doscientos de largo—, se estaba combatiendo pues se veían las trazantes. Es decir, se estaba generalizando el fuego. Desconozco qué pasaba en la primera línea, realmente.
Ya teníamos una idea de los efectivos que había en esta área, los que eran muy superiores a nosotros pues estaban calculados en unos trescientos a cuatrocientos hombres, por lo menos, ya vistos. Todos comandos ingleses. Luego de explicar la situación me volví adonde había dejado a los dos cabos y los soldados.
Allí observé que los ingleses habían avanzado más sobre nuestra izquierda. Por supuesto todo esto había transcurrido en una o dos horas. Regresé nuevamente al puesto de comando e informé que yo aguantaba la situación en mi frente, pero donde no podía aguantar era en mi flanco, porque no tenía efectivos y yo ya recibía proyectiles a uno o dos metros de altura, lo que significaba que los ingleses habían avanzado la pendiente; porque primero, siguiendo la pendiente natural pasarían los proyectiles a unos veinte metros de mi cabeza pero pasando a uno o dos, estaban muy, muy próximos. Además, recibimos algún fuego de rebote de bala perdida de nuestra izquierda también.
En ese momento empezaron a caer bengalas sobre el puesto de comando y parecía "Alicia en el país de las maravillas" porque caían una, dos, tres, cuatro bengalas... Llegué a contar hasta catorce bengalas en el aire, una arriba de otra; parecía un arbolito de bengalas.
Regresé hacia mi posición, que estaba a unos setenta metros del puesto de comando y cuando había hecho unos cuarenta encontré a un cabo con dos fusileros, resistiendo desde la altura. Es decir, ya era. crítica la situación y mi problema era que me iban a cortar con el puesto de comando. Estaban tirando desde ahí no mas.
El teniente A.G. me dijo que necesitaba hombres y justo en ese momento recibimos más gente que venía en la oscuridad, del lado de los ingleses. Enganché otros más y le di dos al teniente A.G. y tres dejé a mi retaguardia, porque ya empezaba a dudar de la capacidad de resistencia ante semejante ataque de la parte izquierda que cubría el subteniente S. En esa zona era terrible el fuego, muy intenso. Todo señalaba ya el objetivo principal de ellos, con los comandos subiendo en todas direcciones. En primera línea escuché fuego intenso, granadas, ráfagas, fuego que disminuía, después aumentaba, en varias oportunidades.
Llegué a la posición confiando en que el regimiento se iba a poder replegar y ya éramos diez conmigo. Tenía dos heridos: un cabo, que tenía la cara llena de sangre y estaba desvanecido, lo toqué y a’ Dios gracias, sentí que pulsaba todavía; y un soldado con un balazo en la pierna. A los dos los retiré hasta una roca grande como una cama, que estaba a unos quince metros y volví a la posición y seguí tirando, y dirigiendo el combate. Los heridos eran el cabo D., y el soldado P.