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<blockquote data-quote="Chungungo" data-source="post: 820037" data-attributes="member: 3033"><p><strong>Hacer patria en el fin del mundo...</strong></p><p>Una hermosa columna aparecida en el Mercurio. Si no corresponde este topic a esta sección espero que me perdonen y la pongan donde corresponda.</p><p></p><p><strong>Cristián Warnken </strong></p><p>Jueves 01 de Octubre de 2009</p><p><strong><span style="font-size: 18px">Los guardianes </span></strong></p><p></p><p>En el canal de Beagle, en algunos recodos de la misma ruta que en 1833 hicieran Darwin y Fitz Roy, la Armada de Chile ha instalado en tierra firme un puñado de “alcaldías de mar”, pequeñas casas levantadas bajo un cielo inmenso, compañeras de la soledad total de esas latitudes. Viven durante el año, en cada una de ellas, una mujer y un hombre, matrimonios a los que la Armada ha encomendado la misión de vigilar los movimientos de embarcaciones, las pocas que suelen atravesar esas lejanías. Son los guardianes anónimos de nuestra soberanía. En algunas de esas “alcaldías” también hay niños, cuidados por sus padres y por el silencio y el frío austral.</p><p></p><p>Al regresar hace unas semanas de nuestra peregrinación desde Bahía Wulaia, allí donde fuera devuelto Jemmy Button, el yagán trasplantado a Londres por una delirante ocurrencia del marino inglés Robert Fitz Roy, divisé una luz solitaria, la luz más solitaria que haya visto nunca en medio de la noche. Le pregunté al suboficial de la patrullera de la Armada qué podía ser esa luz. Y me dijo: “Ésa es la alcaldía de mar de Punta Yamana. Es la alcaldía, entre todas, por la que sentimos los marinos más aprecio”. “¿Y por qué?”—le pregunté—. “Porque es la más desprovista de todo, la más precaria de todas”.</p><p>La patrullera se detuvo y entendí que iban a enviar una pequeña embarcación para llevarles alguna encomienda a esos habitantes solitarios. Tal vez era sólo una excusa para ir a saludarlos, para que sus rostros, sus miradas se cruzaran aunque fuese por un instante con la mirada de otros hombres, allí donde sólo vive y habla el viento.</p><p></p><p>Les pedí que me permitieran acompañarlos en esa visita. Mientras avanzábamos hacia el minúsculo muelle improvisado de la alcaldía, pensé en los primeros habitantes de estos canales, los desnudos yaganes; pensé en la soledad de Darwin y Fitz Roy, y en la soledad final de algún náufrago que supo que iba a morir aquí, mientras miraba por última vez este cielo encendido de estrellas y las costas deshabitadas.</p><p></p><p>Entramos en una modesta pero digna casa de madera. Adentro estaban Giovanna González y Álex Damian, impecablemente vestidos con sus trajes azules de la Armada y con una sonrisa pura, limpia y al mismo tiempo llena de anhelo, una sonrisa que nunca olvidaré cuando yo también alguna vez naufrague. ¿No naufragamos todos acaso, cuando termina nuestro paso por la tierra? Esa sonrisa sólo la he visto en los rostros de los chilenos más sencillos que viven en los confines de nuestro territorio. Mientras probaba un trozo de torta que nos habían servido con cordialidad, y miraba unas flores rojas en una jarra sobre la mesa, pensaba en lo que sería la tierra sin un hombre y una mujer habitándola y cuidándola: un planeta hermoso, majestuoso, pero frío, atravesado por dentro por una soledad cósmica insoportable. Giovanna y Álex me recordaron al farolero de “El Principito” de Saint-Exupéry, ese hombre que prende y apaga los faroles de su planeta, todos los días del año, con una dedicación que parece lindar con el absurdo, pero que en verdad está llena de sentido, el sentido del oficio, y la responsabilidad que sostiene las tareas más anónimas de todas. Giovanna y Álex cuidan nuestra soberanía, sólo con un equipo de radio y un perro, Boby, que ha estado siempre ahí, con los anteriores ocupantes de esa alcaldía de mar y con los que vendrán.</p><p></p><p>Al despedirnos y regresar al patrullero que nos llevaría de vuelta a Puerto Williams, lo último que vi de Punta Yamana fue a Boby mirando al horizonte, y lo sentí como un símbolo de la fidelidad y la alerta extremas. Y pensé: si Chile existe y no ha desaparecido, es porque hay todavía seres anónimos, fieles y alertas, como Giovanna y Álex y Boby, que “hacen patria” y sostienen este frágil y delicado país que tiembla como un cometa y una bandera en el viento al final de la tierra.</p><p></p><p>-----------------------------</p><p>Saludos!</p><p></p><p>PS: fuente <a href="http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2009/10/01/los-guardianes.asp">http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2009/10/01/los-guardianes.asp</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Chungungo, post: 820037, member: 3033"] [B]Hacer patria en el fin del mundo...[/B] Una hermosa columna aparecida en el Mercurio. Si no corresponde este topic a esta sección espero que me perdonen y la pongan donde corresponda. [B]Cristián Warnken [/B] Jueves 01 de Octubre de 2009 [B][SIZE=5]Los guardianes [/SIZE][/B] En el canal de Beagle, en algunos recodos de la misma ruta que en 1833 hicieran Darwin y Fitz Roy, la Armada de Chile ha instalado en tierra firme un puñado de “alcaldías de mar”, pequeñas casas levantadas bajo un cielo inmenso, compañeras de la soledad total de esas latitudes. Viven durante el año, en cada una de ellas, una mujer y un hombre, matrimonios a los que la Armada ha encomendado la misión de vigilar los movimientos de embarcaciones, las pocas que suelen atravesar esas lejanías. Son los guardianes anónimos de nuestra soberanía. En algunas de esas “alcaldías” también hay niños, cuidados por sus padres y por el silencio y el frío austral. Al regresar hace unas semanas de nuestra peregrinación desde Bahía Wulaia, allí donde fuera devuelto Jemmy Button, el yagán trasplantado a Londres por una delirante ocurrencia del marino inglés Robert Fitz Roy, divisé una luz solitaria, la luz más solitaria que haya visto nunca en medio de la noche. Le pregunté al suboficial de la patrullera de la Armada qué podía ser esa luz. Y me dijo: “Ésa es la alcaldía de mar de Punta Yamana. Es la alcaldía, entre todas, por la que sentimos los marinos más aprecio”. “¿Y por qué?”—le pregunté—. “Porque es la más desprovista de todo, la más precaria de todas”. La patrullera se detuvo y entendí que iban a enviar una pequeña embarcación para llevarles alguna encomienda a esos habitantes solitarios. Tal vez era sólo una excusa para ir a saludarlos, para que sus rostros, sus miradas se cruzaran aunque fuese por un instante con la mirada de otros hombres, allí donde sólo vive y habla el viento. Les pedí que me permitieran acompañarlos en esa visita. Mientras avanzábamos hacia el minúsculo muelle improvisado de la alcaldía, pensé en los primeros habitantes de estos canales, los desnudos yaganes; pensé en la soledad de Darwin y Fitz Roy, y en la soledad final de algún náufrago que supo que iba a morir aquí, mientras miraba por última vez este cielo encendido de estrellas y las costas deshabitadas. Entramos en una modesta pero digna casa de madera. Adentro estaban Giovanna González y Álex Damian, impecablemente vestidos con sus trajes azules de la Armada y con una sonrisa pura, limpia y al mismo tiempo llena de anhelo, una sonrisa que nunca olvidaré cuando yo también alguna vez naufrague. ¿No naufragamos todos acaso, cuando termina nuestro paso por la tierra? Esa sonrisa sólo la he visto en los rostros de los chilenos más sencillos que viven en los confines de nuestro territorio. Mientras probaba un trozo de torta que nos habían servido con cordialidad, y miraba unas flores rojas en una jarra sobre la mesa, pensaba en lo que sería la tierra sin un hombre y una mujer habitándola y cuidándola: un planeta hermoso, majestuoso, pero frío, atravesado por dentro por una soledad cósmica insoportable. Giovanna y Álex me recordaron al farolero de “El Principito” de Saint-Exupéry, ese hombre que prende y apaga los faroles de su planeta, todos los días del año, con una dedicación que parece lindar con el absurdo, pero que en verdad está llena de sentido, el sentido del oficio, y la responsabilidad que sostiene las tareas más anónimas de todas. Giovanna y Álex cuidan nuestra soberanía, sólo con un equipo de radio y un perro, Boby, que ha estado siempre ahí, con los anteriores ocupantes de esa alcaldía de mar y con los que vendrán. Al despedirnos y regresar al patrullero que nos llevaría de vuelta a Puerto Williams, lo último que vi de Punta Yamana fue a Boby mirando al horizonte, y lo sentí como un símbolo de la fidelidad y la alerta extremas. Y pensé: si Chile existe y no ha desaparecido, es porque hay todavía seres anónimos, fieles y alertas, como Giovanna y Álex y Boby, que “hacen patria” y sostienen este frágil y delicado país que tiembla como un cometa y una bandera en el viento al final de la tierra. ----------------------------- Saludos! PS: fuente [URL]http://blogs.elmercurio.com/columnasycartas/2009/10/01/los-guardianes.asp[/URL] [/QUOTE]
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