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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 1592125" data-attributes="member: 50"><p>La tragedia de 1914</p><p></p><p>Se cumplen 100 años del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro-húngaro.</p><p></p><p></p><p>Este sábado se cumplen 100 años del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro-húngaro. Como es sabido, ese magnicidio fue el detonante de la Primera Guerra Mundial, conflicto que, aunque relegado ya a los manuales de historia, sigue fascinando a los expertos por lo intrincado de sus causas y por las consecuencias nefastas que engendró, algunas de las cuales llegan hasta nuestros días.</p><p>La guerra, conviene no olvidarlo, fue una espantosa carnicería de cuatro años que segó las vidas de 9,6 millones de combatientes y liquidó a cuatro imperios en el comienzo de una devastadora secuencia de cataclismos geopolíticos.</p><p>En Rusia la caída de los Romanov despejó el camino para el triunfo comunista y para 70 años de pugna ideológica planetaria. En Alemania, la derrota del Káiser sembró las semillas del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. El fin del Imperio Otomano permitió a los Aliados rediseñar a su antojo el mapa del Medio Oriente, con resultados que hoy saltan a la vista en Irak, Siria o Palestina. Dos de los vencedores, Francia y Gran Bretaña, se hundieron en el marasmo económico y resignaron sus sueños imperiales. Sólo Estados Unidos y Japón salieron fortalecidos de la contienda, que de todos modos se reanudaría veinte años después en una forma mucho más destructiva.</p><p>Pero las secuelas más demoledoras excedieron la política y la economía. Acallados los cañones, una profunda sensación de desesperanza se abatió sobre los antiguos rivales. Toda una forma de civilización, la Europa de un común origen histórico y religioso, que además llevaba un siglo entero sin conflictos continentales, había volado por los aires.</p><p>Ya entonces resultaba difícil encontrarle un sentido a la matanza, y lo sigue siendo hoy, pese a los repetidos esfuerzos. Hay bibliotecas enteras dedicadas sólo a los orígenes de la guerra, uno de los temas más estudiados por la historiografía mundial. Sobran las explicaciones (la ambición imperial alemana y su rivalidad con Gran Bretaña, la debilidad congénita de los imperios austro-húngaro y otomano, el fenómeno tumultuoso del paneslavismo en los Balcanes) y los datos concretos fueron contados una y mil veces, pero la pregunta de fondo sigue sin responderse: ¿cómo fue posible?</p><p>Sin duda los máximos culpables del desatino fueron los políticos y los militares que no supieron -o no quisieron- apagar la mecha antes de que explotara el polvorín. Pero también es cierto que en 1914 las elites culturales de ambos bandos marcharon al combate hipnotizadas por un clima de pesimismo existencial que repudiaba toda forma de orden y estabilidad. Flotaba en el aire un sentimiento de rebelión contra lo heredado, ya fuera en el arte, la política o la religión. Los más extremistas exigían destruir las ataduras de la tradición cristiana y devolver al hombre a su estado primitivo, salvaje. La guerra, escribió un entusiasta Thomas Mann, era una necesidad moral, a la vez "una purga y una liberación".</p><p>Cuatro años después, obtendrían lo que buscaban. El historiador John Keegan lo resumió con desgarradora precisión: <strong>"Todo lo peor del siglo que abrió la Primera Guerra Mundial, la hambruna o el exilio de los enemigos de clase, el exterminio de los excluidos raciales, la persecución de artistas y pensadores incorrectos, la extinción de pequeñas soberanías nacionales, la destrucción de los parlamentos y la elevación de los comisarios, los gauleiters y los caudillos guerreros por encima de los millones sin voz, todo eso tuvo sus orígenes en el caos que (la guerra) dejó atrás".</strong></p><p>la prensa</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 1592125, member: 50"] La tragedia de 1914 Se cumplen 100 años del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro-húngaro. [B] [/B] Este sábado se cumplen 100 años del asesinato en Sarajevo del archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austro-húngaro. Como es sabido, ese magnicidio fue el detonante de la Primera Guerra Mundial, conflicto que, aunque relegado ya a los manuales de historia, sigue fascinando a los expertos por lo intrincado de sus causas y por las consecuencias nefastas que engendró, algunas de las cuales llegan hasta nuestros días. La guerra, conviene no olvidarlo, fue una espantosa carnicería de cuatro años que segó las vidas de 9,6 millones de combatientes y liquidó a cuatro imperios en el comienzo de una devastadora secuencia de cataclismos geopolíticos. En Rusia la caída de los Romanov despejó el camino para el triunfo comunista y para 70 años de pugna ideológica planetaria. En Alemania, la derrota del Káiser sembró las semillas del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial. El fin del Imperio Otomano permitió a los Aliados rediseñar a su antojo el mapa del Medio Oriente, con resultados que hoy saltan a la vista en Irak, Siria o Palestina. Dos de los vencedores, Francia y Gran Bretaña, se hundieron en el marasmo económico y resignaron sus sueños imperiales. Sólo Estados Unidos y Japón salieron fortalecidos de la contienda, que de todos modos se reanudaría veinte años después en una forma mucho más destructiva. Pero las secuelas más demoledoras excedieron la política y la economía. Acallados los cañones, una profunda sensación de desesperanza se abatió sobre los antiguos rivales. Toda una forma de civilización, la Europa de un común origen histórico y religioso, que además llevaba un siglo entero sin conflictos continentales, había volado por los aires. Ya entonces resultaba difícil encontrarle un sentido a la matanza, y lo sigue siendo hoy, pese a los repetidos esfuerzos. Hay bibliotecas enteras dedicadas sólo a los orígenes de la guerra, uno de los temas más estudiados por la historiografía mundial. Sobran las explicaciones (la ambición imperial alemana y su rivalidad con Gran Bretaña, la debilidad congénita de los imperios austro-húngaro y otomano, el fenómeno tumultuoso del paneslavismo en los Balcanes) y los datos concretos fueron contados una y mil veces, pero la pregunta de fondo sigue sin responderse: ¿cómo fue posible? Sin duda los máximos culpables del desatino fueron los políticos y los militares que no supieron -o no quisieron- apagar la mecha antes de que explotara el polvorín. Pero también es cierto que en 1914 las elites culturales de ambos bandos marcharon al combate hipnotizadas por un clima de pesimismo existencial que repudiaba toda forma de orden y estabilidad. Flotaba en el aire un sentimiento de rebelión contra lo heredado, ya fuera en el arte, la política o la religión. Los más extremistas exigían destruir las ataduras de la tradición cristiana y devolver al hombre a su estado primitivo, salvaje. La guerra, escribió un entusiasta Thomas Mann, era una necesidad moral, a la vez "una purga y una liberación". Cuatro años después, obtendrían lo que buscaban. El historiador John Keegan lo resumió con desgarradora precisión: [B]"Todo lo peor del siglo que abrió la Primera Guerra Mundial, la hambruna o el exilio de los enemigos de clase, el exterminio de los excluidos raciales, la persecución de artistas y pensadores incorrectos, la extinción de pequeñas soberanías nacionales, la destrucción de los parlamentos y la elevación de los comisarios, los gauleiters y los caudillos guerreros por encima de los millones sin voz, todo eso tuvo sus orígenes en el caos que (la guerra) dejó atrás".[/B] la prensa [/QUOTE]
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