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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 1596253" data-attributes="member: 50"><p><span style="font-size: 22px"><strong>Hombres rotos</strong></span></p><ul> <li data-xf-list-type="ul"><span style="font-size: 18px"><strong>El periodista estadounidense Charles Glass se adentra en uno de los aspectos más silenciados de la contienda en Europa: los desertores </strong></span></li> <li data-xf-list-type="ul"><span style="font-size: 18px"><strong>Narra la historia de cuatro soldados que se negaron a combatir </strong></span></li> <li data-xf-list-type="ul"><span style="font-size: 18px"><strong>Estos hombres tenían sus motivos y no eran unos cobardes aunque fueron considerados unos traidores por los Ejércitos </strong></span></li> </ul><p><img src="http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/02/14043215350513.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p>Hablar de la <strong>deserción</strong> supone un tabú equivalente al que representa en la 'vida civil' el <strong>suicidio</strong>, un<strong> acto valeroso </strong>según algunos y para otros el más <strong>cobarde</strong> de los que pueda ejecutar un hombre.Curiosamente, existe mucha literatura acerca de los soldados que abandonaron sin permiso sus unidades en la<strong> Primera Guerra Mundial</strong>, pero sobre los que lo hicieron en la Segunda persiste un tabú de décadas. El libro de <strong>Charles Glass</strong> '<strong>Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial</strong>', que publica Ariel, viene a llenar en parte ese vacío.</p><p>El relato del <strong>periodista estadounidense </strong>sigue la pista de cuatro soldados ingleses y de su propio país cuyas diferentes razones para abandonar su deber ilustran la complejidad de motivos que movió a desertar a <strong>150.000 hombres</strong> en aquel conflicto. Demasiados para poder despacharlos con el <strong>calificativo de "cobardes" o "maricas"</strong> que estaba en boca de los oficiales de la vieja escuela, por mucho que el mismísimo <strong>general Patton</strong> abofeteara en Sicilia a uno de aquellos "gallinas" al que acusaba de simular <strong>"agotamiento por batalla"</strong>.</p><p>Éste era el nuevo <strong>eufemismo recién acuñado</strong> para reemplazar al de uso cotidiano en la Gran Guerra, '<strong>shell shock</strong>' -traducido literalmente "<strong>choque de obús" o "fatiga de combate"</strong>-, y provenía de las investigaciones psicológicas llevadas a cabo en el periodo de entreguerras que probaban que, durante la batalla, "<strong>la mente sufría tanto estrés como el cuerpo</strong>, y que tenía sus propias heridas".</p><p>En primer lugar estaban, pues,<strong> los pusilánimes </strong>y los individuos que padecían algún <strong>trastorno identificable</strong> por los exigentes psiquiatras, por ejemplo, del ejército americano. Ésos eran descartados directamente -<strong>1.750.000</strong> estadounidenses, <strong>uno de cada ocho </strong>examinados, <strong>no pasaron el filtro</strong>-, de modo que los reclutas movilizados eran supuestamente normales en términos de valor, pues muchos de ellos eran voluntarios, y de salud mental.</p><p>Entre los huidos había, naturalmente, <strong>aprovechados y delincuentes</strong> que robaban y vendían los suministros militares "que sus camaradas en el frente necesitaban para sobrevivir". Muchos de ellos acabaron formando parte de <strong>bandas organizadas</strong> que se dedicaban al <strong>mercado negro y a actividades mafiosas en Roma, París y Londres</strong> hasta años después de terminada la contienda. Los saqueos llegaron a tal extremo que los tanques de Patton se quedaron literalmente secos cuando llegaron a atacar la <strong>Línea Siegfried</strong>.</p><p>Otros soldados tenían motivos diferentes para escapar. <strong>John Bain, boxeador y poeta</strong>, desertó dos veces, una por convicción y otra cuando su mente sufrió lo que, en jerga psiquiátrica, se llamaba 'una fuga'. Dejó el ejército británico en Escocia, antes de que lo enviaran al combate, "hastiado del <strong>demoledor tedio del servicio</strong>" y tras haber sido rechazado en la RAF por ser daltónico y tener un ojo lesionado a resultas de un puñetazo. Acabó, degradado, en el regimiento de los <strong>Gordon Highlanders</strong>, con los que participó en la campaña de África del Norte y en el <strong>desembarco de Normandía</strong>.</p><p><img src="http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042415661477_464x0.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Un soldado estadounidense es tratado tras sufrir 'fatiga de combate'HAYWOOD MAGEE GETTY</p><p>En <strong>Uadi Acarit </strong>(Túnez) los combates eran tan despiadados que un oficial afirmó haber visto "<strong>hombres fuertes llorar como niños</strong>". Bain se encontraba tan aturdido que hablaba de sí mismo en tercera persona. Pero lo peor para él no fue despertar una mañana rodeado de muertos sino ver a sus compañeros saqueando los cuerpos de su propia gente, "<strong>dándoles la vuelta indolentemente con la bota</strong>" y moviéndose "con una<strong> lentitud sobrenatural</strong> (...), alcanzando cosas de modo metódico, absortos", una experiencia que cambiaría el curso de su vida y que lo forzó a escapar.</p><p>Arrestado en los barracones <strong>Mustafá</strong>, al este de Alejandría, la mente del soldado poeta vagaba <strong>entre tinieblas y visiones de cadáveres</strong> que "yacían sobre la arena y la piedra en su último abandono, en sus terribles cancelaciones, en aquella<strong> triste burla de la vida</strong>". Como escribió en su <strong>poema 'Amor y coraje'</strong>, siempre en tercera persona: "Escogió la deserción, la ignominia y la cárcel".</p><p>El soldado americano<strong> Steve Weiss </strong>desoyó los consejos de su padre, que pudo resistir los quebrantos de la Primera Guerra Mundial sólo gracias a los cuidados especiales que le dispensó una enfermera francesa y le advertía: "<strong>Olvídate de las banderas, las bandas de música y los desfiles</strong>. Eso es sólo seducción. Para que haya más alistamientos". Pero el muchacho quería servir a su país en el campo de la guerra psicológica. Antes de conseguir algo parecido remotamente a eso engrosó las ingentes filas de los soldados de infantería, que sufrían el <strong>70% de las bajas en la contienda europea</strong> y eran los que aspiraban en primer lugar "<strong>el olor de la guerra</strong>" descrito por Bain, "el aroma dulce pero penetrante de la cordita, <strong>el miedo y la putrefacción</strong>".</p><p><img src="http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042417424454_189x0.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>John Bain, poeta, boxeador, y desertor en dos ocasionesEM</p><p>Mientras Weiss recibía instrucción en <strong>Fort Blanding</strong>, 300 reclutas norteamericanos sucumbían cada semana a<strong> crisis nerviosas</strong>, informaba la revista Time, especialmente entre quienes iban a ser destinados a infantería: saltaban por las ventanillas de los trenes, de los camiones en marcha y hasta por la borda de los buques, lo que llamaban la "fiebre de la pasarela". Eran tantos los hombres que desertaban que era imposible llevarlos a juicio "salvo en circunstancias con agravantes".</p><p>En la<strong> primavera de 1944</strong>, patrullas conjuntas de policías militares británicos y estadounidenses realizaron redadas en el <strong>West End de Londres </strong>en busca de desertores que pudieran volver a sus unidades para la inminente invasión de Francia; para entrar en los locales nocturnos más peligrosos del Soho calaron las bayonetas en sus rifles.</p><p>Algunos de los soldados americanos que llegaban al <strong>Teatro Europeo de Operaciones </strong>mostraban "<strong>ansiedad por disparar</strong>", según la descripción del cabo <strong>Robert Green</strong>. Su consejo no tenía desperdicio: "<strong>Se puede encubrir a un tío así antes de que se vuelva completamente majara</strong>. Se lo puede mandar a buscar munición o algo (...). Así él se engaña pensando que tiene un motivo para no estar en la primera línea y conserva su amor propio. Quizá hasta recupere el valor para la vez siguiente".</p><p>Después de esperar en los <strong>Depósitos de Reemplazos de Orán y Caserta</strong>, Weiss se había unido a la <strong>36ª División</strong>, con la que desembarcó en las playas del sur de Francia, hasta que su compañía perdió contacto con el resto del regimiento a las afueras de Valence (Francia), lo que ya lo convertía en un 'AWOL' (ausente sin permiso, por sus siglas en inglés).</p><p>Pasó a colaborar con la Resistencia y trabajó para la<strong> Oficina de Servicios Estratégicos</strong>, cuyo comandante solicitó que le fuera transferido indefinidamente y con la que se ofreció a saltar en paracaídas en territorio enemigo. Estos servicios le harían acreedor de varias medallas e insignias al valor, así como del nombramiento como Oficial de la <strong>Legión de Honor</strong>, formalizado en 31 de mayo de 2005.</p><p>No parece éste el <strong>perfil de un cobarde</strong> y, sin embargo, a efectos oficiales él seguía siendo un huido. En los <strong>Vosgos</strong> se reincorporó por obligación a una 36ª División exhausta y desmoralizada en la que <strong>algunos soldados se autolesionaban</strong> de modo deliberado o -relata Glass- "hacían todo lo posible por contraer pie de trinchera", afección que se producía con la prolongada inmersión de los pies en agua fría. En la llamada <strong>Colina A</strong>, la artillería alemana bombardeó las posiciones estadounidenses «con una intensidad que supera la constitución de cualquier psique humana", asevera el autor norteamericano.</p><p>Como se lee en el libro '<strong>Psicología para el combatiente</strong>', que hizo furor en EEUU por aquellos años,"todo hombre, no importa cuán fuerte física o mentalmente, tiene unos límites, más allá de los cuales ni la más poderosa de las voluntades podrá llevarlo". Weiss había alcanzado los suyos. Subió la colina, arrastrando su fusil entre temblores, y encontró un granero en el que durmió durante seis días seguidos.</p><p>Regresó a las órdenes del odiado capitán Simmons, cuyos hombres se quejaban de que era imposible encontrarlo jamás "ni siquiera tras las líneas", lo que no contribuía precisamente a aumentar su compromiso con el ejército. Weiss <strong>confundió entonces el ruido del viento con una patrulla alemana</strong> y tiró de la anilla de una granada que por poco lo hace pedazos. Comprendió que no sólo era un peligro para sí mismo sino también para el resto de la compañía.</p><p><img src="http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042417986175_189x0.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Eddie Slovik, soldado que fue ejecutado</p><p>De haber podido<strong> pensar con claridad </strong>habría acusado a los altos mandos de su ejército de abusar de unas tropas que no habían disfrutado de un solo descanso desde que pisaron suelo francés mientras las de retaguardia nunca habían estado "al alcance de un proyectil más peligroso que un corcho", como escribiría el poeta Bain. También les habría reprochado su <strong>política de reemplazos individuales</strong> de los soldados caídos o capturados, que impedía el establecimiento de lazos de <strong>amistad y camaradería</strong>.</p><p>Pocos días después, Weiss se dio a la fuga con otros dos soldados, uno de los cuales había <strong>perdido el habla</strong> desde que los alemanes estuvieron a punto de <strong>quemarlo vivo en un pajar</strong>. Se entregó de nuevo porque<strong> todo le importaba "una mierd@"</strong> y fue juzgado por un tribunal militar que lo condenó a trabajos forzados de por vida. Su salvación de este destino atroz fue aceptar el traslado al Pacífico, que no llegó a tener lugar porque <strong>Eisenhower </strong>había ordenado que ningún soldado que hubiera combatido en dos teatros de operaciones (él había luchado en el del Mediterráneo y en el Europeo) fuera enviado a un tercero.</p><p>De los <strong>100.000 soldados británicos y 50.000 estadounidenses</strong> que desertaron en la Segunda Guerra Mundial, únicamente <strong>49 fueron condenados a muerte</strong>, y de ellos sólo uno llegó a ser <strong>ejecutado</strong>, el americano <strong>Eddie Slovik</strong>. Seguramente era el tipo más gafe del mundo, pues su consejo de guerra coincidió con la batalla en los <strong>bosques de Hürtgen</strong>, que costó la vida a 6.184 hombres de los 15.000 que componían la 28ª División de Infantería, y la apelación, con la feroz contraofensiva alemana en el norte de Europa de enero de 1945. Ambas circunstancias desaconsejaban mostrar clemencia con un recluta que había manifestado bien a las claras que prefería la prisión al combate y que no había luchado en una sola batalla.</p><p>Sin embargo, lo que más perjudicó al joven desertor fue su condición de ex presidiario. <strong>Charlie Sheen encarnó a Slovik en un telefilme de 1974 </strong>en el que recitaba ante el pelotón de fusilamiento: "No me fusilan por desertar del ejército de los Estados Unidos; miles de tipos han hecho eso. Tan sólo necesitan dar ejemplo con un tipo, y yo soy ideal porque soy un ex convicto. Robaba cosas de crío, y por eso me ejecutan. Me fusilan por el pan y los chicles que robé cuando tenía 12 años".</p><p><span style="font-size: 18px"><strong>'Estrés pretraumático'</strong></span></p><p>Distinto de estos casos fue el de<strong> Al Whitehead,</strong> quien se alistó en el ejército americano huyendo de los malos tratos de su padrastro. Endurecido como un autómata hasta extremos que a él mismo llegaron a asustarle, según contó en su libro de memorias autopublicado <strong>'Diario de un soldado', </strong>sus únicas vías de escape fueron las borracheras y los ocasionales escarceos amatorios. A diferencia de otros soldados fugados, él estaba deseoso de desertar hacia el frente, como lo hicieron el<strong> teniente Keith Douglas</strong>, destinado en una división de acorazados en la retaguardia y deseoso de servir en primera línea, y el propio comandante del batallón de Whitehead,<strong> David M. Frazior</strong>, que en 1943 había abandonado el hospital militar en el norte de Túnez para reunirse con sus hombres para la invasión de Italia.</p><p>Cada hombre respondía de la manera que le permitían sus fuerzas y su carácter a los bombardeos, las descargas de artillería, la asechanza de los francotiradores, el<strong> miedo a las minas y las trampas explosivas, la desnutrición, la higiene deplorable y la falta de sueño</strong>. Y, como recordaba el best seller '<strong>Psicología de un combatiente</strong>', "está, ante todo, <strong>el miedo a la muerte</strong>", que a todos iguala.</p><p>Empleando palabras tan llanas como expresivas, <strong>John Bain</strong>, el poeta desertor, evocó en estos versos el honor que tuvo su batallón de ser el primero de los <strong> Highlanders </strong>en pisar suelo francés.</p><p>"Lo que yo y otros compartimos ese día / fue el trastorno de <strong>estrés pretraumático</strong>, o, / como dirían los especialistas, estábamos '<strong>cagados de miedo</strong>'".</p><p>elmundo.es</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 1596253, member: 50"] [SIZE=6][B]Hombres rotos[/B][/SIZE] [LIST] [*][SIZE=5][B]El periodista estadounidense Charles Glass se adentra en uno de los aspectos más silenciados de la contienda en Europa: los desertores [/B][/SIZE] [*][SIZE=5][B]Narra la historia de cuatro soldados que se negaron a combatir [/B][/SIZE] [*][SIZE=5][B]Estos hombres tenían sus motivos y no eran unos cobardes aunque fueron considerados unos traidores por los Ejércitos [/B][/SIZE] [/LIST] [IMG]http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/02/14043215350513.jpg[/IMG] Hablar de la [B]deserción[/B] supone un tabú equivalente al que representa en la 'vida civil' el [B]suicidio[/B], un[B] acto valeroso [/B]según algunos y para otros el más [B]cobarde[/B] de los que pueda ejecutar un hombre.Curiosamente, existe mucha literatura acerca de los soldados que abandonaron sin permiso sus unidades en la[B] Primera Guerra Mundial[/B], pero sobre los que lo hicieron en la Segunda persiste un tabú de décadas. El libro de [B]Charles Glass[/B] '[B]Desertores. Una historia silenciada de la Segunda Guerra Mundial[/B]', que publica Ariel, viene a llenar en parte ese vacío. El relato del [B]periodista estadounidense [/B]sigue la pista de cuatro soldados ingleses y de su propio país cuyas diferentes razones para abandonar su deber ilustran la complejidad de motivos que movió a desertar a [B]150.000 hombres[/B] en aquel conflicto. Demasiados para poder despacharlos con el [B]calificativo de "cobardes" o "maricas"[/B] que estaba en boca de los oficiales de la vieja escuela, por mucho que el mismísimo [B]general Patton[/B] abofeteara en Sicilia a uno de aquellos "gallinas" al que acusaba de simular [B]"agotamiento por batalla"[/B]. Éste era el nuevo [B]eufemismo recién acuñado[/B] para reemplazar al de uso cotidiano en la Gran Guerra, '[B]shell shock[/B]' -traducido literalmente "[B]choque de obús" o "fatiga de combate"[/B]-, y provenía de las investigaciones psicológicas llevadas a cabo en el periodo de entreguerras que probaban que, durante la batalla, "[B]la mente sufría tanto estrés como el cuerpo[/B], y que tenía sus propias heridas". En primer lugar estaban, pues,[B] los pusilánimes [/B]y los individuos que padecían algún [B]trastorno identificable[/B] por los exigentes psiquiatras, por ejemplo, del ejército americano. Ésos eran descartados directamente -[B]1.750.000[/B] estadounidenses, [B]uno de cada ocho [/B]examinados, [B]no pasaron el filtro[/B]-, de modo que los reclutas movilizados eran supuestamente normales en términos de valor, pues muchos de ellos eran voluntarios, y de salud mental. Entre los huidos había, naturalmente, [B]aprovechados y delincuentes[/B] que robaban y vendían los suministros militares "que sus camaradas en el frente necesitaban para sobrevivir". Muchos de ellos acabaron formando parte de [B]bandas organizadas[/B] que se dedicaban al [B]mercado negro y a actividades mafiosas en Roma, París y Londres[/B] hasta años después de terminada la contienda. Los saqueos llegaron a tal extremo que los tanques de Patton se quedaron literalmente secos cuando llegaron a atacar la [B]Línea Siegfried[/B]. Otros soldados tenían motivos diferentes para escapar. [B]John Bain, boxeador y poeta[/B], desertó dos veces, una por convicción y otra cuando su mente sufrió lo que, en jerga psiquiátrica, se llamaba 'una fuga'. Dejó el ejército británico en Escocia, antes de que lo enviaran al combate, "hastiado del [B]demoledor tedio del servicio[/B]" y tras haber sido rechazado en la RAF por ser daltónico y tener un ojo lesionado a resultas de un puñetazo. Acabó, degradado, en el regimiento de los [B]Gordon Highlanders[/B], con los que participó en la campaña de África del Norte y en el [B]desembarco de Normandía[/B]. [IMG]http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042415661477_464x0.jpg[/IMG] Un soldado estadounidense es tratado tras sufrir 'fatiga de combate'HAYWOOD MAGEE GETTY En [B]Uadi Acarit [/B](Túnez) los combates eran tan despiadados que un oficial afirmó haber visto "[B]hombres fuertes llorar como niños[/B]". Bain se encontraba tan aturdido que hablaba de sí mismo en tercera persona. Pero lo peor para él no fue despertar una mañana rodeado de muertos sino ver a sus compañeros saqueando los cuerpos de su propia gente, "[B]dándoles la vuelta indolentemente con la bota[/B]" y moviéndose "con una[B] lentitud sobrenatural[/B] (...), alcanzando cosas de modo metódico, absortos", una experiencia que cambiaría el curso de su vida y que lo forzó a escapar. Arrestado en los barracones [B]Mustafá[/B], al este de Alejandría, la mente del soldado poeta vagaba [B]entre tinieblas y visiones de cadáveres[/B] que "yacían sobre la arena y la piedra en su último abandono, en sus terribles cancelaciones, en aquella[B] triste burla de la vida[/B]". Como escribió en su [B]poema 'Amor y coraje'[/B], siempre en tercera persona: "Escogió la deserción, la ignominia y la cárcel". El soldado americano[B] Steve Weiss [/B]desoyó los consejos de su padre, que pudo resistir los quebrantos de la Primera Guerra Mundial sólo gracias a los cuidados especiales que le dispensó una enfermera francesa y le advertía: "[B]Olvídate de las banderas, las bandas de música y los desfiles[/B]. Eso es sólo seducción. Para que haya más alistamientos". Pero el muchacho quería servir a su país en el campo de la guerra psicológica. Antes de conseguir algo parecido remotamente a eso engrosó las ingentes filas de los soldados de infantería, que sufrían el [B]70% de las bajas en la contienda europea[/B] y eran los que aspiraban en primer lugar "[B]el olor de la guerra[/B]" descrito por Bain, "el aroma dulce pero penetrante de la cordita, [B]el miedo y la putrefacción[/B]". [IMG]http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042417424454_189x0.jpg[/IMG] John Bain, poeta, boxeador, y desertor en dos ocasionesEM Mientras Weiss recibía instrucción en [B]Fort Blanding[/B], 300 reclutas norteamericanos sucumbían cada semana a[B] crisis nerviosas[/B], informaba la revista Time, especialmente entre quienes iban a ser destinados a infantería: saltaban por las ventanillas de los trenes, de los camiones en marcha y hasta por la borda de los buques, lo que llamaban la "fiebre de la pasarela". Eran tantos los hombres que desertaban que era imposible llevarlos a juicio "salvo en circunstancias con agravantes". En la[B] primavera de 1944[/B], patrullas conjuntas de policías militares británicos y estadounidenses realizaron redadas en el [B]West End de Londres [/B]en busca de desertores que pudieran volver a sus unidades para la inminente invasión de Francia; para entrar en los locales nocturnos más peligrosos del Soho calaron las bayonetas en sus rifles. Algunos de los soldados americanos que llegaban al [B]Teatro Europeo de Operaciones [/B]mostraban "[B]ansiedad por disparar[/B]", según la descripción del cabo [B]Robert Green[/B]. Su consejo no tenía desperdicio: "[B]Se puede encubrir a un tío así antes de que se vuelva completamente majara[/B]. Se lo puede mandar a buscar munición o algo (...). Así él se engaña pensando que tiene un motivo para no estar en la primera línea y conserva su amor propio. Quizá hasta recupere el valor para la vez siguiente". Después de esperar en los [B]Depósitos de Reemplazos de Orán y Caserta[/B], Weiss se había unido a la [B]36ª División[/B], con la que desembarcó en las playas del sur de Francia, hasta que su compañía perdió contacto con el resto del regimiento a las afueras de Valence (Francia), lo que ya lo convertía en un 'AWOL' (ausente sin permiso, por sus siglas en inglés). Pasó a colaborar con la Resistencia y trabajó para la[B] Oficina de Servicios Estratégicos[/B], cuyo comandante solicitó que le fuera transferido indefinidamente y con la que se ofreció a saltar en paracaídas en territorio enemigo. Estos servicios le harían acreedor de varias medallas e insignias al valor, así como del nombramiento como Oficial de la [B]Legión de Honor[/B], formalizado en 31 de mayo de 2005. No parece éste el [B]perfil de un cobarde[/B] y, sin embargo, a efectos oficiales él seguía siendo un huido. En los [B]Vosgos[/B] se reincorporó por obligación a una 36ª División exhausta y desmoralizada en la que [B]algunos soldados se autolesionaban[/B] de modo deliberado o -relata Glass- "hacían todo lo posible por contraer pie de trinchera", afección que se producía con la prolongada inmersión de los pies en agua fría. En la llamada [B]Colina A[/B], la artillería alemana bombardeó las posiciones estadounidenses «con una intensidad que supera la constitución de cualquier psique humana", asevera el autor norteamericano. Como se lee en el libro '[B]Psicología para el combatiente[/B]', que hizo furor en EEUU por aquellos años,"todo hombre, no importa cuán fuerte física o mentalmente, tiene unos límites, más allá de los cuales ni la más poderosa de las voluntades podrá llevarlo". Weiss había alcanzado los suyos. Subió la colina, arrastrando su fusil entre temblores, y encontró un granero en el que durmió durante seis días seguidos. Regresó a las órdenes del odiado capitán Simmons, cuyos hombres se quejaban de que era imposible encontrarlo jamás "ni siquiera tras las líneas", lo que no contribuía precisamente a aumentar su compromiso con el ejército. Weiss [B]confundió entonces el ruido del viento con una patrulla alemana[/B] y tiró de la anilla de una granada que por poco lo hace pedazos. Comprendió que no sólo era un peligro para sí mismo sino también para el resto de la compañía. [IMG]http://estaticos.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/07/01/14042417986175_189x0.jpg[/IMG] Eddie Slovik, soldado que fue ejecutado De haber podido[B] pensar con claridad [/B]habría acusado a los altos mandos de su ejército de abusar de unas tropas que no habían disfrutado de un solo descanso desde que pisaron suelo francés mientras las de retaguardia nunca habían estado "al alcance de un proyectil más peligroso que un corcho", como escribiría el poeta Bain. También les habría reprochado su [B]política de reemplazos individuales[/B] de los soldados caídos o capturados, que impedía el establecimiento de lazos de [B]amistad y camaradería[/B]. Pocos días después, Weiss se dio a la fuga con otros dos soldados, uno de los cuales había [B]perdido el habla[/B] desde que los alemanes estuvieron a punto de [B]quemarlo vivo en un pajar[/B]. Se entregó de nuevo porque[B] todo le importaba "una mierd@"[/B] y fue juzgado por un tribunal militar que lo condenó a trabajos forzados de por vida. Su salvación de este destino atroz fue aceptar el traslado al Pacífico, que no llegó a tener lugar porque [B]Eisenhower [/B]había ordenado que ningún soldado que hubiera combatido en dos teatros de operaciones (él había luchado en el del Mediterráneo y en el Europeo) fuera enviado a un tercero. De los [B]100.000 soldados británicos y 50.000 estadounidenses[/B] que desertaron en la Segunda Guerra Mundial, únicamente [B]49 fueron condenados a muerte[/B], y de ellos sólo uno llegó a ser [B]ejecutado[/B], el americano [B]Eddie Slovik[/B]. Seguramente era el tipo más gafe del mundo, pues su consejo de guerra coincidió con la batalla en los [B]bosques de Hürtgen[/B], que costó la vida a 6.184 hombres de los 15.000 que componían la 28ª División de Infantería, y la apelación, con la feroz contraofensiva alemana en el norte de Europa de enero de 1945. Ambas circunstancias desaconsejaban mostrar clemencia con un recluta que había manifestado bien a las claras que prefería la prisión al combate y que no había luchado en una sola batalla. Sin embargo, lo que más perjudicó al joven desertor fue su condición de ex presidiario. [B]Charlie Sheen encarnó a Slovik en un telefilme de 1974 [/B]en el que recitaba ante el pelotón de fusilamiento: "No me fusilan por desertar del ejército de los Estados Unidos; miles de tipos han hecho eso. Tan sólo necesitan dar ejemplo con un tipo, y yo soy ideal porque soy un ex convicto. Robaba cosas de crío, y por eso me ejecutan. Me fusilan por el pan y los chicles que robé cuando tenía 12 años". [SIZE=5][B]'Estrés pretraumático'[/B][/SIZE] Distinto de estos casos fue el de[B] Al Whitehead,[/B] quien se alistó en el ejército americano huyendo de los malos tratos de su padrastro. Endurecido como un autómata hasta extremos que a él mismo llegaron a asustarle, según contó en su libro de memorias autopublicado [B]'Diario de un soldado', [/B]sus únicas vías de escape fueron las borracheras y los ocasionales escarceos amatorios. A diferencia de otros soldados fugados, él estaba deseoso de desertar hacia el frente, como lo hicieron el[B] teniente Keith Douglas[/B], destinado en una división de acorazados en la retaguardia y deseoso de servir en primera línea, y el propio comandante del batallón de Whitehead,[B] David M. Frazior[/B], que en 1943 había abandonado el hospital militar en el norte de Túnez para reunirse con sus hombres para la invasión de Italia. Cada hombre respondía de la manera que le permitían sus fuerzas y su carácter a los bombardeos, las descargas de artillería, la asechanza de los francotiradores, el[B] miedo a las minas y las trampas explosivas, la desnutrición, la higiene deplorable y la falta de sueño[/B]. Y, como recordaba el best seller '[B]Psicología de un combatiente[/B]', "está, ante todo, [B]el miedo a la muerte[/B]", que a todos iguala. Empleando palabras tan llanas como expresivas, [B]John Bain[/B], el poeta desertor, evocó en estos versos el honor que tuvo su batallón de ser el primero de los [B] Highlanders [/B]en pisar suelo francés. "Lo que yo y otros compartimos ese día / fue el trastorno de [B]estrés pretraumático[/B], o, / como dirían los especialistas, estábamos '[B]cagados de miedo[/B]'". elmundo.es [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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