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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 1638700" data-attributes="member: 50"><p>TESTIMONIO VOCES HISTÓRICAS</p><p><span style="font-size: 22px"><strong>Del 'III Reich' a Mallorca</strong></span></p><ul> <li data-xf-list-type="ul"><span style="font-size: 18px"><strong>Gisela es 'hija' del horror nazi: nació en 1934 en Prusia Oriental</strong></span></li> <li data-xf-list-type="ul"><span style="font-size: 18px"><strong>A sus 80 años, actualmente reside en s'Arenal</strong></span></li> </ul><p></p><p>Empieza a anochecer en S'Arenal. El ruido de la calle cada vez es menor. Encima de su regazo tiene una pequeña carpeta transparente. La abre. «Tienes que ver esto». Son fotos muy antiguas. Coge una y la enseña.<strong>«¿Sabes quién es el de delante?». Es el Führer, sin duda</strong>. «El de atrás es mi tío Kurt. A Hitler le encantaba pasear por la montaña». Se queda unos segundos mirando el retrato. «Esta no la publiques, por respeto a mi tío Kurt y a su madre». Y añade: «¿Sabes? Siempre me he preguntado una cosa..<strong>.He llegado a los 80 años y no sé cómo he conseguido seguir viva. Debe de ser por una razón muy importante</strong>».</p><p><strong>Gisela Schütz nació en 1934</strong>en el seno de una familia comerciante de clase media. Su ciudad se llamaba Wehlau y estaba en Prusia Oriental. Ahora no se llama así ni es territorio alemán. Desde 1945 es Rusia y la ciudad se llama Znamensk.</p><p>Su infancia no fue nada fácil pero la recuerda como una de las etapas más felices de su vida. «<strong>Hitler tenía un don para convencer, hablaba muy bien</strong>. Prometía dinero, casa, trabajo... Nadie era capaz de decirle que no». Sus padres eran los dueños de una relojería pero, empezada la guerra, tuvieron que sucumbir a las órdenes del Führer. «<strong>Si no querías luchar en el frente, te mataban</strong>. Por suerte, mi padre padecía seriamente del corazón y se limitó a desempeñar funciones administrativas para el Reich. Mi madre sí tuvo que ir a cavar trincheras para los soldados».</p><p></p><p>Sus padres no comulgaban con las ideas del régimen aunque tampoco se oponían a él. «Cada dos domingos el régimen organizaba reuniones en recintos deportivos donde el ambiente era como el de una secta. En una ocasión asistimos y mi padre dijo que jamás volveríamos a ese lugar».</p><p><strong>En el colegio, debían sentarse según las notas que sacaban, de mejor a peor alumno</strong>. «Cuando subían la bandera del Reich, debíamos levantar el brazo derecho a modo de saludo hitleriano y cantar el nuevo himno», relata. Parece que intenta recordar algo y con un hilo de voz empieza a cantar: «Die Fahne hoch! Die Reihen fest geschlossen! Sa marschiert mit ruhig und festem Schritt». Es el himno nacionalsocialista. Nunca se le borrará de la cabeza.</p><p>«<strong>Un simple hola, ¿qué tal? resultaba sospechoso para el régimen</strong>y en la calle debíamos levantar el brazo diciendo ¡Heil Hitler! Les daba igual que tuviese cinco años».</p><p><img src="http://estaticos02.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/09/08/14101691589892.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>En su primer día de colegio.</p><p></p><p><strong><span style="font-size: 15px">Vida de película</span></strong></p><p>Nace en 1934</p><p>Hija de una familia de clase media, Gisela nació en Wehlau, en Prusia Oriental, hoy Rusia. Hitler llevaba un año en el poder.</p><p>Bajo el 'Reich'</p><p>Su padre trabajó para el Estado y su madre tuvo que cavar trincheras. «En la escuela nos hacían alzar el brazo y cantar el himno nazi:daba igual que tuvieras 5 años».</p><p>La guerra</p><p>«Para nosotros, la guerra de verdad empezó en 1945». Su familia tuvo que huir. «No podíamos llevar ropa oscura para que no nos vieran en la nieve».</p><p>El horror y Mallorca</p><p>«Recuerdo a una madre llorando porque no hallaba a su hijo». Les llevaron en un tren de carga animal y las SS obligaban a bajar a quien no fuera ario. «Oímos cómo les disparaban». Emigraron a Dinamarca, a un campo de refugiados. Llegó a Mallorca años después, ya como turista. Y se quedó.</p><p>Gisela recuerda que, al salir de clase, los jóvenes acostumbraban a ir a los centros de las Juventudes Hitlerianas, que llegaron a ser obligatorios para muchos arios. «Me hubiese encantado llevar el pañuelo en forma de nudo de las Juventudes, pero aún era demasiado pequeña. Ahora sé que aquella dichosa prenda sólo me hubiese hecho infeliz encasillándome en las aburridas tareas del régimen».</p><p><strong>El que sí que formó parte de la Juventudes Hitlerianas fue su tío Kurt</strong>, un joven acérrimo defensor del régimen hitleriano y líder de grupo. Las ideas nacionalsocialistas le habían causado tal impacto que vivía por y para el régimen. «En casa de mi tío se tomaban muy en serio todo esto». El 20 de abril, el día del cumpleaños de Hitler, algunos de los oficiales eran ascendidos a cargos superiores. Kurt esperaba ser uno de ellos, pero no fue así, y se hundió en una depresión.<strong>Finalmente desapareció en extrañas circunstancias</strong>y nunca volvieron a saber nada más del él.</p><p>Una vez comenzada la guerra, el padre de Gisela trajo un prisionero polaco a su casa para que les ayudara con las tareas. Se llamaba Johannes y era relojero. «Era un buen hombre. Nos ayudó mucho a mi padre y a mí». A cambio, recibió comida caliente y un trato digno, aunque quizás algo distante -reconoce-. Cuando llegaba la noche, lo acompañaban a la prisión para que durmiese allí.</p><p>Todo aquel que fuese ario debía poseer<strong>un libro de familia en el cual no figurase ningún antepasado judío</strong>. «Así lo decía nuestro libro de familia», dice Gisela. A partir del 41 todos los judíos debían llevar cosida en sus prendas una estrella de David para ser identificados y no ser mezclados con los arios. «A una minoría siempre le dan la culpa, por eso los judíos siempre salían perdiendo».</p><p>Hasta el verano del 44, Prusia Oriental había vivido la guerra desde lejos. «Los prusianos estábamos un poco marginados del resto de Alemania». Gisela se levanta para ***** un libro que hay encima de la mesa. Lo abre y enseña un mapa de Prusia. «¿Lo ves? Los aliados marcaron sus objetivos sobre Alemania occidental y central. El frente del este les parecía muy lejano». Aún recuerda que, de noche,<strong>ninguna casa podía tener las luces encendidas para que los aviones no pudieran verlos</strong>. «Cada vez que sobrevolaban aviones por encima de la ciudad empezaba a sonar una estruendosa alarma; cuando la oíamos teníamos que ir corriendo a escondernos al sótano para que no nos pasara nada».</p><p>«<strong>Para nosotros, la guerra de verdad empezó en el 1945</strong>». La zona de Nemmersdorf se había convertido en un terrorífico símbolo para los prusianos debido a la ofensiva del Ejército Rojo. Allí masacraron a decenas de mujeres y niños alemanes.</p><p>Gisela tuvo que dejar Wehlau y dirigirse a un lugar más seguro. En plena noche y con lo puesto, la familia Schütz cruzó el río Pregel (Pregolya). «La nieve era tan blanca que no podíamos llevar ropa oscura.<strong>Los soldados nos habrían visto desde los aviones</strong>». El camino no fue nada fácil. «El pánico se olía de lejos. Recuerdo a una madre llorando porque no encontraba a su hijo». Tras cruzar el río, subieron a un tren de carga animal que no sabían adónde los llevaría. «A medianoche las SS entraron en el vagón y mandaron bajar a todo aquel que no fuera ario. Mi padre hizo ademán a Johannes para que no se moviera, pero él dijo que debía hacerlo para no comprometernos y bajó». Momentos más tarde, oyeron cómo le disparaban.</p><p>Tras llegar a su destino, la capital de Prusia Oriental, Königsberg (Kaliningrado), las SS les buscaron una casa y les aconsejaron huir por mar. La familia se dirigió al puerto, donde miles de personas pugnaban por subir a un barco. «<strong>Mi padre tuvo que sobornar al capitán con algunos de los relojes que llevaba en el abrigo para que nos dejase subir</strong>. Era prácticamente imposible escapar de aquel lugar». El barco con el que zarparon se dirigió hacia Dinamarca, ocupada en aquel momento por los alemanes. Allí se invirtieron los papeles al finalizar la guerra. «Los alemanes pasamos a ser prisioneros de los daneses en campos de refugiados». Los Schütz pasaron dos años en precarias condiciones en el campo de Kolding, hasta que en 1947 recibieron una carta. Era el cuñado de su padre. «¡Qué felicidad! Solo podíamos regresar a Alemania si un familiar nos reclamaba», recuerda.</p><p><img src="http://estaticos03.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/09/08/14101692917201.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>La foto de familia de los Schütz en la boda de los padres de Gisela en 1933. Hitler llegó aquel año al poder.</p><p>«Pero para nuestra sorpresa, cuando regresamos nada era igual, nos fuimos a vivir con mis tíos a Recklinghausen (Alemania Occidental). Nuestro país, del que Prusia Oriental ya no formaba parte, se había convertido en un lugar catastrófico y lleno de ruinas».</p><p>«¿Y cómo terminaste en Mallorca?». «<strong>Vine pasada la tormenta, en 1958, como una turista exótica y pionera</strong>. Me gustó tanto que decidí volver dos años después», dice entre risas. «A mis padres no les hizo mucha gracia pero entendieron que iba en serio cuando en otoño les pedí que me enviasen mi abrigo».</p><p><span style="font-size: 18px"><strong>Mallorquina de adopción</strong></span></p><p>En Mallorca fue donde Gisela encontró al que iba a ser su futuro esposo, Jaime Noguera, con el que se casó en 1962 y formó una familia numerosa. Hace unos años decidió plasmar sus recuerdos en un libro inédito llamado<em>Prusia Oriental, tierra natal y orgullo mío</em>.</p><p>Ya lo vaticinó el propio general Ludendorff en la carta que envió al presidente de la República Alemana, Hindenburg, en el año 1933. «Al nombrar a Hitler Canciller del Reich ha entregado usted nuestra santa patria al mayor demagogo de todos los tiempos. Le auguro solemnemente que este nefasto individuo precipitará al Reich en el abismo y llevará nuestra nación a una miseria inimaginable.<strong>Generaciones futuras lo maldecirán por ello en su tumba</strong>».</p><p></p><p>elmundo.es</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 1638700, member: 50"] TESTIMONIO VOCES HISTÓRICAS [SIZE=6][B]Del 'III Reich' a Mallorca[/B][/SIZE] [LIST] [*][SIZE=5][B]Gisela es 'hija' del horror nazi: nació en 1934 en Prusia Oriental[/B][/SIZE] [*][SIZE=5][B]A sus 80 años, actualmente reside en s'Arenal[/B][/SIZE] [/LIST] Empieza a anochecer en S'Arenal. El ruido de la calle cada vez es menor. Encima de su regazo tiene una pequeña carpeta transparente. La abre. «Tienes que ver esto». Son fotos muy antiguas. Coge una y la enseña.[B]«¿Sabes quién es el de delante?». Es el Führer, sin duda[/B]. «El de atrás es mi tío Kurt. A Hitler le encantaba pasear por la montaña». Se queda unos segundos mirando el retrato. «Esta no la publiques, por respeto a mi tío Kurt y a su madre». Y añade: «¿Sabes? Siempre me he preguntado una cosa..[B].He llegado a los 80 años y no sé cómo he conseguido seguir viva. Debe de ser por una razón muy importante[/B]». [B]Gisela Schütz nació en 1934[/B]en el seno de una familia comerciante de clase media. Su ciudad se llamaba Wehlau y estaba en Prusia Oriental. Ahora no se llama así ni es territorio alemán. Desde 1945 es Rusia y la ciudad se llama Znamensk. Su infancia no fue nada fácil pero la recuerda como una de las etapas más felices de su vida. «[B]Hitler tenía un don para convencer, hablaba muy bien[/B]. Prometía dinero, casa, trabajo... Nadie era capaz de decirle que no». Sus padres eran los dueños de una relojería pero, empezada la guerra, tuvieron que sucumbir a las órdenes del Führer. «[B]Si no querías luchar en el frente, te mataban[/B]. Por suerte, mi padre padecía seriamente del corazón y se limitó a desempeñar funciones administrativas para el Reich. Mi madre sí tuvo que ir a cavar trincheras para los soldados». Sus padres no comulgaban con las ideas del régimen aunque tampoco se oponían a él. «Cada dos domingos el régimen organizaba reuniones en recintos deportivos donde el ambiente era como el de una secta. En una ocasión asistimos y mi padre dijo que jamás volveríamos a ese lugar». [B]En el colegio, debían sentarse según las notas que sacaban, de mejor a peor alumno[/B]. «Cuando subían la bandera del Reich, debíamos levantar el brazo derecho a modo de saludo hitleriano y cantar el nuevo himno», relata. Parece que intenta recordar algo y con un hilo de voz empieza a cantar: «Die Fahne hoch! Die Reihen fest geschlossen! Sa marschiert mit ruhig und festem Schritt». Es el himno nacionalsocialista. Nunca se le borrará de la cabeza. «[B]Un simple hola, ¿qué tal? resultaba sospechoso para el régimen[/B]y en la calle debíamos levantar el brazo diciendo ¡Heil Hitler! Les daba igual que tuviese cinco años». [IMG]http://estaticos02.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/09/08/14101691589892.jpg[/IMG] En su primer día de colegio. [B][SIZE=4]Vida de película[/SIZE][/B] Nace en 1934 Hija de una familia de clase media, Gisela nació en Wehlau, en Prusia Oriental, hoy Rusia. Hitler llevaba un año en el poder. Bajo el 'Reich' Su padre trabajó para el Estado y su madre tuvo que cavar trincheras. «En la escuela nos hacían alzar el brazo y cantar el himno nazi:daba igual que tuvieras 5 años». La guerra «Para nosotros, la guerra de verdad empezó en 1945». Su familia tuvo que huir. «No podíamos llevar ropa oscura para que no nos vieran en la nieve». El horror y Mallorca «Recuerdo a una madre llorando porque no hallaba a su hijo». Les llevaron en un tren de carga animal y las SS obligaban a bajar a quien no fuera ario. «Oímos cómo les disparaban». Emigraron a Dinamarca, a un campo de refugiados. Llegó a Mallorca años después, ya como turista. Y se quedó. Gisela recuerda que, al salir de clase, los jóvenes acostumbraban a ir a los centros de las Juventudes Hitlerianas, que llegaron a ser obligatorios para muchos arios. «Me hubiese encantado llevar el pañuelo en forma de nudo de las Juventudes, pero aún era demasiado pequeña. Ahora sé que aquella dichosa prenda sólo me hubiese hecho infeliz encasillándome en las aburridas tareas del régimen». [B]El que sí que formó parte de la Juventudes Hitlerianas fue su tío Kurt[/B], un joven acérrimo defensor del régimen hitleriano y líder de grupo. Las ideas nacionalsocialistas le habían causado tal impacto que vivía por y para el régimen. «En casa de mi tío se tomaban muy en serio todo esto». El 20 de abril, el día del cumpleaños de Hitler, algunos de los oficiales eran ascendidos a cargos superiores. Kurt esperaba ser uno de ellos, pero no fue así, y se hundió en una depresión.[B]Finalmente desapareció en extrañas circunstancias[/B]y nunca volvieron a saber nada más del él. Una vez comenzada la guerra, el padre de Gisela trajo un prisionero polaco a su casa para que les ayudara con las tareas. Se llamaba Johannes y era relojero. «Era un buen hombre. Nos ayudó mucho a mi padre y a mí». A cambio, recibió comida caliente y un trato digno, aunque quizás algo distante -reconoce-. Cuando llegaba la noche, lo acompañaban a la prisión para que durmiese allí. Todo aquel que fuese ario debía poseer[B]un libro de familia en el cual no figurase ningún antepasado judío[/B]. «Así lo decía nuestro libro de familia», dice Gisela. A partir del 41 todos los judíos debían llevar cosida en sus prendas una estrella de David para ser identificados y no ser mezclados con los arios. «A una minoría siempre le dan la culpa, por eso los judíos siempre salían perdiendo». Hasta el verano del 44, Prusia Oriental había vivido la guerra desde lejos. «Los prusianos estábamos un poco marginados del resto de Alemania». Gisela se levanta para ***** un libro que hay encima de la mesa. Lo abre y enseña un mapa de Prusia. «¿Lo ves? Los aliados marcaron sus objetivos sobre Alemania occidental y central. El frente del este les parecía muy lejano». Aún recuerda que, de noche,[B]ninguna casa podía tener las luces encendidas para que los aviones no pudieran verlos[/B]. «Cada vez que sobrevolaban aviones por encima de la ciudad empezaba a sonar una estruendosa alarma; cuando la oíamos teníamos que ir corriendo a escondernos al sótano para que no nos pasara nada». «[B]Para nosotros, la guerra de verdad empezó en el 1945[/B]». La zona de Nemmersdorf se había convertido en un terrorífico símbolo para los prusianos debido a la ofensiva del Ejército Rojo. Allí masacraron a decenas de mujeres y niños alemanes. Gisela tuvo que dejar Wehlau y dirigirse a un lugar más seguro. En plena noche y con lo puesto, la familia Schütz cruzó el río Pregel (Pregolya). «La nieve era tan blanca que no podíamos llevar ropa oscura.[B]Los soldados nos habrían visto desde los aviones[/B]». El camino no fue nada fácil. «El pánico se olía de lejos. Recuerdo a una madre llorando porque no encontraba a su hijo». Tras cruzar el río, subieron a un tren de carga animal que no sabían adónde los llevaría. «A medianoche las SS entraron en el vagón y mandaron bajar a todo aquel que no fuera ario. Mi padre hizo ademán a Johannes para que no se moviera, pero él dijo que debía hacerlo para no comprometernos y bajó». Momentos más tarde, oyeron cómo le disparaban. Tras llegar a su destino, la capital de Prusia Oriental, Königsberg (Kaliningrado), las SS les buscaron una casa y les aconsejaron huir por mar. La familia se dirigió al puerto, donde miles de personas pugnaban por subir a un barco. «[B]Mi padre tuvo que sobornar al capitán con algunos de los relojes que llevaba en el abrigo para que nos dejase subir[/B]. Era prácticamente imposible escapar de aquel lugar». El barco con el que zarparon se dirigió hacia Dinamarca, ocupada en aquel momento por los alemanes. Allí se invirtieron los papeles al finalizar la guerra. «Los alemanes pasamos a ser prisioneros de los daneses en campos de refugiados». Los Schütz pasaron dos años en precarias condiciones en el campo de Kolding, hasta que en 1947 recibieron una carta. Era el cuñado de su padre. «¡Qué felicidad! Solo podíamos regresar a Alemania si un familiar nos reclamaba», recuerda. [IMG]http://estaticos03.elmundo.es/assets/multimedia/imagenes/2014/09/08/14101692917201.jpg[/IMG] La foto de familia de los Schütz en la boda de los padres de Gisela en 1933. Hitler llegó aquel año al poder. «Pero para nuestra sorpresa, cuando regresamos nada era igual, nos fuimos a vivir con mis tíos a Recklinghausen (Alemania Occidental). Nuestro país, del que Prusia Oriental ya no formaba parte, se había convertido en un lugar catastrófico y lleno de ruinas». «¿Y cómo terminaste en Mallorca?». «[B]Vine pasada la tormenta, en 1958, como una turista exótica y pionera[/B]. Me gustó tanto que decidí volver dos años después», dice entre risas. «A mis padres no les hizo mucha gracia pero entendieron que iba en serio cuando en otoño les pedí que me enviasen mi abrigo». [SIZE=5][B]Mallorquina de adopción[/B][/SIZE] En Mallorca fue donde Gisela encontró al que iba a ser su futuro esposo, Jaime Noguera, con el que se casó en 1962 y formó una familia numerosa. Hace unos años decidió plasmar sus recuerdos en un libro inédito llamado[I]Prusia Oriental, tierra natal y orgullo mío[/I]. Ya lo vaticinó el propio general Ludendorff en la carta que envió al presidente de la República Alemana, Hindenburg, en el año 1933. «Al nombrar a Hitler Canciller del Reich ha entregado usted nuestra santa patria al mayor demagogo de todos los tiempos. Le auguro solemnemente que este nefasto individuo precipitará al Reich en el abismo y llevará nuestra nación a una miseria inimaginable.[B]Generaciones futuras lo maldecirán por ello en su tumba[/B]». elmundo.es [/QUOTE]
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