Les dejo este pequeño informe que transcribi para ustedes sobre este trascendental e importante momento de la guerra civil estadounidense, la fuente es el libro del autor Carl Sandburg "Lincoln, tomo II, Los años de la guerra"
En diez días de fines de marzo y comienzos de abril, Lee había perdido 19.000 hombres que Grant había tomado prisioneros. En una serie de luchas desperadas, el total de muertos y heridos de Lee era muy elevado…y el no tenia mas reservas a las cuales acudir. La carrera hacia el oeste, por líneas paralelas estaba puntuada por sangrientos combates. En la detención de un día en el poblado de Amelia los soldados de Lee no recibieron las provisiones que habían esperado. No las había. La tropa marchaba alimentándose de raciones pobrísimas. En Sayler's Creek una parte suficiente del ejercito de Grant había alcanzado a Lee y este tuvo que empeñar combate. Al termino del mismo Lee dijo a uno de sus oficiales: “General esa mitad de nuestro ejercito a quedado destruida.” Los cañones de Lee también estaban racionados, lo mismo que los soldados de infantería y los caballos. Los artilleros sabían que en una batalla frontal no les durarían mucho sus cargas.
General Robert Edward Lee
Probablemente Grant sabia mejor que nadie que el podía derrotar ese ejercito, hacerlo pedazos y obligarlo a retroceder en desorden. Pero no podía jurar que lograría capturarlo. Embolsar ese ejercito de probada capacidad y coraje –tomarlo integro y terminar así la guerra– eso ya era otra cosa. Cualquier eventualidad podía ocurrir. Mientras Lincoln viajaba rumbo a Washington, en la noche del 8 de abril, Grant, a la retaguardia del Ejercito del Potomac, que iba empujando la retaguardia de Lee, se detuvo en una granja afectado por una horrible jaqueca. Se paso la noche bañándose los pies con agua caliente y mostaza, poniéndose cataplasmas de mostaza en las muñecas y la nuca, agitándose inquieto en un sofá de la sala, tratando de dormir un poco. Su mente se había concentrado con tremenda intensidad en las notas que le había escrito a Lee y las que había recibido de este. Cada uno de estos dos grandes y sagaces comandantes estaba tratando de adivinar que pasaba en la mente del otro. Grant, sin embargo, estaba seguro de conocer los pensamientos y sentimientos de Lincoln. Sus muchas conversaciones en City Point lo habían convencido que lo que ofreciera a Lee tendría el mismo valor que si la oferta proviniera del presidente en persona. Envió a Lee otra nota, diciéndole que si bien el “no tenia autoridad para tratar el tema de la paz”, se hallaba dispuesto a manifestar, sin embargo, “que estoy igualmente ansioso de hacer la paz con usted, y todo el Norte comparte estos sentimientos.” Lee leyó la nota como una invitación para ir a discutir con Grant los términos de la rendición, a tono con la esperanza de Grant “de que todas nuestras dificultades puedan ser resueltas sin la perdida de una vida mas”.
General Ulysses Simpson Grant
En la mañana del Domingo de Ramos –9 de abril de 1865– cruzada en el camino del Lee y cerrándole el paso estaba la caballería de Phil Sheridan. A las cinco de la mañana de ese día, el general Lee estudio desde una loma el paisaje y sus nuevos habitantes. Dieron las ocho. Llego la noticia de que la caballería de Sheridan había retrocedido un tanto y se había desplegado. Detrás, protegidos por los bosques esperaban los poderosos cuerpos de infantería de los generales Ord y Griffin, quienes habían cumplido el casi milagro de recorrer 30 millas entre el día y la noche anterior, llegando al rayar el alba, para apoyar a los efectivos de Sheridan e invitar a Lee a entablar combate. A la izquierda y a la retaguardia del sureño había más formaciones unionistas.
Los oficiales del estado mayor de Lee lo oyeron decir: “Ya no me queda nada que hacer mas que ir a ver al general Grant, y antes preferiría morir mil muertes.” “Oh, general”, protesto uno, “¿qué dirá la historia de la rendición del ejercito en campaña?” “¡Si, ya se que dirán de nosotros cosas duras! No comprenderán como fuimos abrumados por la superioridad numérica. Pero esa no es la cuestión, coronel: la cuestión es, ¿es justo rendir este ejercito? Si es justo, entonces yo asumo la plena responsabilidad.”
Lee envió una nota pidiendo a Grant una entrevista “con relación a la rendición de este ejercito”. En seguida Grant le contesto pidiéndole que indicara el lugar en que se efectuaría la reunión. Rumbo al frente, Grant dijo al coronel Porter: “Mi jaqueca pareció ceder en el momento mismo en que recibí la carta de Lee.”
En la casa de la familia Mclean, en las afueras de Appomattox, a 95 millas al oeste de Richmond se encontraron frente a frente los dos grandes capitanes en una pequeña habitación, y Lee entrego su ejercito a Grant…Lee alto y erguido, Grant bajo y con los hombros encorvados; Lee de 58 años, con cabellos plateados, cerca ya del ocaso de su vida, Grant de 42, lleno todavía del vigor de la juventud; Lee con un uniforme limpio y deslumbrante, Grant con una chaquetilla azul arrugada y polvorienta que solo indicaba su rango por las tres estrellas que llevaba en los hombros, disculpándose ante Lee de que había llegado directamente del frente y no había tenido tiempo de cambiar su uniforme.
Casa de la familia Mclean en 1865
Por dentro Lee se retorcía al tener que soportar esta ordalía, y Grant admitió mas tarde que el se sentía incomodo… aunque los dos estaban serios, sus rostros eran mascaras inescrutables y nadie podía haber leído en ellas los sentimientos que agitaban a los dos comandantes. “Yo ya lo había encontrado en otra oportunidad, general Lee”, empezó a decir Grant con voz pareja, “mientras estábamos sirviendo en la campaña de México… Siempre he recordado su aspecto y lo habría reconocido en cualquier parte.” “Si, yo se que lo conocí a usted en esa ocasión, y a menudo he pensado en ello y he tratado de recordar como era usted, pero nunca he sido capaz de reconstruir un solo rasgo.”
La conversación acerca de la guerra de México se encamino por recuerdos de esa guerra en la que los dos comandantes habían vestido la chaquetilla azul. Grant parecía haber olvidado para que se encontraban allí. Lee lo hizo recordar. “Supongo, general Grant, que el objeto de nuestra reunión esta plenamente comprendido. Yo le pedí que especificara en que condiciones aceptaría usted la rendición de mi ejercito.”
Gran siguió como si se tratara de una charla entre vecinos “Los términos que propongo son los que exprese sustancialmente en mi carta de ayer; es decir, los oficiales y soldados que se rindan serán libertados bajo palabra de honor y no podrán volver a empuñar las armas hasta no haber sido debidamente intercambiados; y todas las armas, municiones y pertrechos serán entregados como propiedad capturada.” “esas”, dijo Lee, “son mas o menos las condiciones que yo esperaba me fueran propuestas.”
Grant, sentado a la mesa, las puso por escrito; sus edecanes y comandantes de cuerpos estaban de pie alrededor; Lee estaba sentado también y detrás de su silla, de pie, estaba su edecán, el coronel Charles Marshall. Gran se levanto, se acerco a Lee y le entrego el documento escrito con lápiz. Lee saco sus lentes, saco un pañuelo, limpio los cristales, cruzo las piernas y leyó lentamente el documento más extraño y trascendental sobre el que hubiera posado sus ojos. Y con su primer toque humano dijo a Grant: “Esto tendrá un efecto muy feliz sobre mi ejercito.”
Rendición en Appomattox (Surrender at Appomattox) reproduccion de Tom Lovell
Sala donde se firmo la rendición, la fotografia fue tomada el 9 de abril de 1965 (Creditos: National Park Service Historic Photograph Collection)
Grant pregunto si sugería algo más. Lee tenia algo que formular. En su ejercito los soldados de caballería y los artilleros poseían sus propios caballos y mulas; quería que se dejase esos animales a sus hombres para que pudieran hacer con ellos la arada de primavera en sus tierras. Grant dijo; “Supongo que la mayoría de los soldados son pequeños granjeros, y como la región ha sido tan devastada por ambos ejércitos, dudo que puedan lograr una cosecha que les permita pasar el invierno –lo mismo sus familias– sin la ayuda de estos animales.” Y así, sin modificar los términos del acuerdo, daría instrucciones a los oficiales encargados de tomar juramento para que “permitieran a todos los hombres que adujeran ser propietarios de un caballo o una mula que se los llevaran para trabajar con ellos en sus tierras”. Lee demostró su alivio. “Esto tendrá el mejor efecto sobre los hombres. Será muy satisfactorio y hará mucho por la reconciliación de nuestro pueblo.”
Lee estrecho la mano de algunos de los generales de Grant que se la tendieron, se inclino y después se volvió a Grant diciéndole que un millar de prisioneros de la Unión habían estado viviendo estos últimos días solo con maíz tostado, necesitaban ser atendidos, y en cuanto a las provisiones: “En verdad yo no tengo nada, ni siquiera para mis hombres.” Esto fue motivo de una breve conversación y Grant dispuso que fueran entregadas 25.000 raciones al ejercito de Lee.
Lee escribió su aceptación de los términos de Grant, la firmo y quedaron así completadas las formalidades de la rendición de su ejercito. Solo quedaban detalles, como la lista de efectivos y la entrega de las armas. Los artilleros de la Unión se aprestaron a efectuar una salva de saludo al gran triunfo de la nación, pero Grant prohibió toda muestra de regocijo frente a un enemigo apesadumbrado que el esperaba en lo sucesivo dejara de ser un enemigo.
Lee cabalgo en medio de sus hombres, que se apiñaban en torno de el llorando, y gritando: “¡todavía los vamos a seguir peleando!”… y el les explicaba con la voz ahogada por la emoción, que ellos habían librado la guerra juntos, que el había hecho lo que había podido, pero que ahora todo había terminado. Muchos estaban apabullados. Algunos lloraban. Otros maldecían y balbuceaban palabras sin sentido. Ellos habían esperado que ese ejercito muriera, mas no que se rindiera. Pero seguían idolatrando a Lee. Le tocaban las manos, el uniforme, acariciaban los flancos de su caballo Traveller. Un hombre, arrojando su mosquete, grito a los cielos azules: “¡Toca la trompeta, Gabriel, Toca! ¡Dios mío, hazle que toque, yo estoy listo para morir!”
Para Grant fue otro día extraño, con este eran tres las veces que había logrado la rendición de un ejercito completo, en el fuerte Donelson, Vicksburg y Appomattox. Había mantenido la promesa empeñada ante Lincoln de que haría lo posible para evitar una sangrienta batalla final.
Al día siguiente llovió. Los prisioneros capturados y liberados bajo palabra de honor llegaron a 28.231. Grant y Lee se encontraron a caballo para despedirse; Grant dijo que ningún hombre tenia una influencia tan grande sobre los soldados y el pueblo todo del sur como el general Lee, y que si el aconsejara ahora la rendición de los otros ejércitos, sus palabras serian escuchadas. Lee dijo que no poda hacerlo sin antes consultar con Davis. Y sin desavenencias se separaron los dos capitanes.
Uno de los grandes caudillos militares de la Confederación, el general John B. Gordon, había montado a caballo y se había despedido de sus hombres. A algunos los había visto llorar mientras plegaban sus banderas de combate ennegrecidas y perforadas por las balas y las depositaban en las altas pilas junto con sus armas. Al hablar a sus hombres de su propia pena, trato de darles esperanzas para reconstruir, a partir de la miseria y las cenizas que seria todo lo que muchos hallarían al volver a sus hogares. Gordon no podía olvidar un padre de Kentucky que había perdido sus dos hijos, uno combatiendo por el Norte, el otro por el Sur. Sobre las dos tumbas de sus hijos soldados, ese padre levanto un solo monumento y allí escribió: “Dios sabe cual tenia razón.”
Desde Appomattox, Grant telegrafió a Stanton a las cuatro y media de la tarde del 9 de abril: “El general Lee ha rendido esta tarde el ejercito de Virginia del Norte en las condiciones fijadas por mi.” La guerra había terminado. Aun se levantarían llamaradas postreras que iluminarían el cielo del crepúsculo. Los costos y los sacrificios no podrían ser olvidados jamás. Habría odios y espíritus resentidos. Sin embargo, la llama de la guerra ya se había consumido y ahora se había trasladado a un reino de recuerdos y alucinaciones; una ordalía nacional, una fiebre habían terminado y ahora eran pasado.
Saludos
En diez días de fines de marzo y comienzos de abril, Lee había perdido 19.000 hombres que Grant había tomado prisioneros. En una serie de luchas desperadas, el total de muertos y heridos de Lee era muy elevado…y el no tenia mas reservas a las cuales acudir. La carrera hacia el oeste, por líneas paralelas estaba puntuada por sangrientos combates. En la detención de un día en el poblado de Amelia los soldados de Lee no recibieron las provisiones que habían esperado. No las había. La tropa marchaba alimentándose de raciones pobrísimas. En Sayler's Creek una parte suficiente del ejercito de Grant había alcanzado a Lee y este tuvo que empeñar combate. Al termino del mismo Lee dijo a uno de sus oficiales: “General esa mitad de nuestro ejercito a quedado destruida.” Los cañones de Lee también estaban racionados, lo mismo que los soldados de infantería y los caballos. Los artilleros sabían que en una batalla frontal no les durarían mucho sus cargas.
General Robert Edward Lee
Probablemente Grant sabia mejor que nadie que el podía derrotar ese ejercito, hacerlo pedazos y obligarlo a retroceder en desorden. Pero no podía jurar que lograría capturarlo. Embolsar ese ejercito de probada capacidad y coraje –tomarlo integro y terminar así la guerra– eso ya era otra cosa. Cualquier eventualidad podía ocurrir. Mientras Lincoln viajaba rumbo a Washington, en la noche del 8 de abril, Grant, a la retaguardia del Ejercito del Potomac, que iba empujando la retaguardia de Lee, se detuvo en una granja afectado por una horrible jaqueca. Se paso la noche bañándose los pies con agua caliente y mostaza, poniéndose cataplasmas de mostaza en las muñecas y la nuca, agitándose inquieto en un sofá de la sala, tratando de dormir un poco. Su mente se había concentrado con tremenda intensidad en las notas que le había escrito a Lee y las que había recibido de este. Cada uno de estos dos grandes y sagaces comandantes estaba tratando de adivinar que pasaba en la mente del otro. Grant, sin embargo, estaba seguro de conocer los pensamientos y sentimientos de Lincoln. Sus muchas conversaciones en City Point lo habían convencido que lo que ofreciera a Lee tendría el mismo valor que si la oferta proviniera del presidente en persona. Envió a Lee otra nota, diciéndole que si bien el “no tenia autoridad para tratar el tema de la paz”, se hallaba dispuesto a manifestar, sin embargo, “que estoy igualmente ansioso de hacer la paz con usted, y todo el Norte comparte estos sentimientos.” Lee leyó la nota como una invitación para ir a discutir con Grant los términos de la rendición, a tono con la esperanza de Grant “de que todas nuestras dificultades puedan ser resueltas sin la perdida de una vida mas”.
General Ulysses Simpson Grant
En la mañana del Domingo de Ramos –9 de abril de 1865– cruzada en el camino del Lee y cerrándole el paso estaba la caballería de Phil Sheridan. A las cinco de la mañana de ese día, el general Lee estudio desde una loma el paisaje y sus nuevos habitantes. Dieron las ocho. Llego la noticia de que la caballería de Sheridan había retrocedido un tanto y se había desplegado. Detrás, protegidos por los bosques esperaban los poderosos cuerpos de infantería de los generales Ord y Griffin, quienes habían cumplido el casi milagro de recorrer 30 millas entre el día y la noche anterior, llegando al rayar el alba, para apoyar a los efectivos de Sheridan e invitar a Lee a entablar combate. A la izquierda y a la retaguardia del sureño había más formaciones unionistas.
Los oficiales del estado mayor de Lee lo oyeron decir: “Ya no me queda nada que hacer mas que ir a ver al general Grant, y antes preferiría morir mil muertes.” “Oh, general”, protesto uno, “¿qué dirá la historia de la rendición del ejercito en campaña?” “¡Si, ya se que dirán de nosotros cosas duras! No comprenderán como fuimos abrumados por la superioridad numérica. Pero esa no es la cuestión, coronel: la cuestión es, ¿es justo rendir este ejercito? Si es justo, entonces yo asumo la plena responsabilidad.”
Lee envió una nota pidiendo a Grant una entrevista “con relación a la rendición de este ejercito”. En seguida Grant le contesto pidiéndole que indicara el lugar en que se efectuaría la reunión. Rumbo al frente, Grant dijo al coronel Porter: “Mi jaqueca pareció ceder en el momento mismo en que recibí la carta de Lee.”
En la casa de la familia Mclean, en las afueras de Appomattox, a 95 millas al oeste de Richmond se encontraron frente a frente los dos grandes capitanes en una pequeña habitación, y Lee entrego su ejercito a Grant…Lee alto y erguido, Grant bajo y con los hombros encorvados; Lee de 58 años, con cabellos plateados, cerca ya del ocaso de su vida, Grant de 42, lleno todavía del vigor de la juventud; Lee con un uniforme limpio y deslumbrante, Grant con una chaquetilla azul arrugada y polvorienta que solo indicaba su rango por las tres estrellas que llevaba en los hombros, disculpándose ante Lee de que había llegado directamente del frente y no había tenido tiempo de cambiar su uniforme.
Casa de la familia Mclean en 1865
Por dentro Lee se retorcía al tener que soportar esta ordalía, y Grant admitió mas tarde que el se sentía incomodo… aunque los dos estaban serios, sus rostros eran mascaras inescrutables y nadie podía haber leído en ellas los sentimientos que agitaban a los dos comandantes. “Yo ya lo había encontrado en otra oportunidad, general Lee”, empezó a decir Grant con voz pareja, “mientras estábamos sirviendo en la campaña de México… Siempre he recordado su aspecto y lo habría reconocido en cualquier parte.” “Si, yo se que lo conocí a usted en esa ocasión, y a menudo he pensado en ello y he tratado de recordar como era usted, pero nunca he sido capaz de reconstruir un solo rasgo.”
La conversación acerca de la guerra de México se encamino por recuerdos de esa guerra en la que los dos comandantes habían vestido la chaquetilla azul. Grant parecía haber olvidado para que se encontraban allí. Lee lo hizo recordar. “Supongo, general Grant, que el objeto de nuestra reunión esta plenamente comprendido. Yo le pedí que especificara en que condiciones aceptaría usted la rendición de mi ejercito.”
Gran siguió como si se tratara de una charla entre vecinos “Los términos que propongo son los que exprese sustancialmente en mi carta de ayer; es decir, los oficiales y soldados que se rindan serán libertados bajo palabra de honor y no podrán volver a empuñar las armas hasta no haber sido debidamente intercambiados; y todas las armas, municiones y pertrechos serán entregados como propiedad capturada.” “esas”, dijo Lee, “son mas o menos las condiciones que yo esperaba me fueran propuestas.”
Grant, sentado a la mesa, las puso por escrito; sus edecanes y comandantes de cuerpos estaban de pie alrededor; Lee estaba sentado también y detrás de su silla, de pie, estaba su edecán, el coronel Charles Marshall. Gran se levanto, se acerco a Lee y le entrego el documento escrito con lápiz. Lee saco sus lentes, saco un pañuelo, limpio los cristales, cruzo las piernas y leyó lentamente el documento más extraño y trascendental sobre el que hubiera posado sus ojos. Y con su primer toque humano dijo a Grant: “Esto tendrá un efecto muy feliz sobre mi ejercito.”
Rendición en Appomattox (Surrender at Appomattox) reproduccion de Tom Lovell
Sala donde se firmo la rendición, la fotografia fue tomada el 9 de abril de 1965 (Creditos: National Park Service Historic Photograph Collection)
Grant pregunto si sugería algo más. Lee tenia algo que formular. En su ejercito los soldados de caballería y los artilleros poseían sus propios caballos y mulas; quería que se dejase esos animales a sus hombres para que pudieran hacer con ellos la arada de primavera en sus tierras. Grant dijo; “Supongo que la mayoría de los soldados son pequeños granjeros, y como la región ha sido tan devastada por ambos ejércitos, dudo que puedan lograr una cosecha que les permita pasar el invierno –lo mismo sus familias– sin la ayuda de estos animales.” Y así, sin modificar los términos del acuerdo, daría instrucciones a los oficiales encargados de tomar juramento para que “permitieran a todos los hombres que adujeran ser propietarios de un caballo o una mula que se los llevaran para trabajar con ellos en sus tierras”. Lee demostró su alivio. “Esto tendrá el mejor efecto sobre los hombres. Será muy satisfactorio y hará mucho por la reconciliación de nuestro pueblo.”
Lee estrecho la mano de algunos de los generales de Grant que se la tendieron, se inclino y después se volvió a Grant diciéndole que un millar de prisioneros de la Unión habían estado viviendo estos últimos días solo con maíz tostado, necesitaban ser atendidos, y en cuanto a las provisiones: “En verdad yo no tengo nada, ni siquiera para mis hombres.” Esto fue motivo de una breve conversación y Grant dispuso que fueran entregadas 25.000 raciones al ejercito de Lee.
Lee escribió su aceptación de los términos de Grant, la firmo y quedaron así completadas las formalidades de la rendición de su ejercito. Solo quedaban detalles, como la lista de efectivos y la entrega de las armas. Los artilleros de la Unión se aprestaron a efectuar una salva de saludo al gran triunfo de la nación, pero Grant prohibió toda muestra de regocijo frente a un enemigo apesadumbrado que el esperaba en lo sucesivo dejara de ser un enemigo.
Lee cabalgo en medio de sus hombres, que se apiñaban en torno de el llorando, y gritando: “¡todavía los vamos a seguir peleando!”… y el les explicaba con la voz ahogada por la emoción, que ellos habían librado la guerra juntos, que el había hecho lo que había podido, pero que ahora todo había terminado. Muchos estaban apabullados. Algunos lloraban. Otros maldecían y balbuceaban palabras sin sentido. Ellos habían esperado que ese ejercito muriera, mas no que se rindiera. Pero seguían idolatrando a Lee. Le tocaban las manos, el uniforme, acariciaban los flancos de su caballo Traveller. Un hombre, arrojando su mosquete, grito a los cielos azules: “¡Toca la trompeta, Gabriel, Toca! ¡Dios mío, hazle que toque, yo estoy listo para morir!”
Para Grant fue otro día extraño, con este eran tres las veces que había logrado la rendición de un ejercito completo, en el fuerte Donelson, Vicksburg y Appomattox. Había mantenido la promesa empeñada ante Lincoln de que haría lo posible para evitar una sangrienta batalla final.
Al día siguiente llovió. Los prisioneros capturados y liberados bajo palabra de honor llegaron a 28.231. Grant y Lee se encontraron a caballo para despedirse; Grant dijo que ningún hombre tenia una influencia tan grande sobre los soldados y el pueblo todo del sur como el general Lee, y que si el aconsejara ahora la rendición de los otros ejércitos, sus palabras serian escuchadas. Lee dijo que no poda hacerlo sin antes consultar con Davis. Y sin desavenencias se separaron los dos capitanes.
Uno de los grandes caudillos militares de la Confederación, el general John B. Gordon, había montado a caballo y se había despedido de sus hombres. A algunos los había visto llorar mientras plegaban sus banderas de combate ennegrecidas y perforadas por las balas y las depositaban en las altas pilas junto con sus armas. Al hablar a sus hombres de su propia pena, trato de darles esperanzas para reconstruir, a partir de la miseria y las cenizas que seria todo lo que muchos hallarían al volver a sus hogares. Gordon no podía olvidar un padre de Kentucky que había perdido sus dos hijos, uno combatiendo por el Norte, el otro por el Sur. Sobre las dos tumbas de sus hijos soldados, ese padre levanto un solo monumento y allí escribió: “Dios sabe cual tenia razón.”
Desde Appomattox, Grant telegrafió a Stanton a las cuatro y media de la tarde del 9 de abril: “El general Lee ha rendido esta tarde el ejercito de Virginia del Norte en las condiciones fijadas por mi.” La guerra había terminado. Aun se levantarían llamaradas postreras que iluminarían el cielo del crepúsculo. Los costos y los sacrificios no podrían ser olvidados jamás. Habría odios y espíritus resentidos. Sin embargo, la llama de la guerra ya se había consumido y ahora se había trasladado a un reino de recuerdos y alucinaciones; una ordalía nacional, una fiebre habían terminado y ahora eran pasado.
Saludos