Aquellos combates navales.......

MAC1966

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Lo de aquella época si era combatir,ahora con apretar un botón.........

Combate naval entre españoles y holandeses(siglo XVII)
Representa uno de los numerosos combates navales mantenidos entre las armadas de España y las Provincias Unidas de los Países Bajos durante la primera mitad del siglo XVII.



Cuadro nº2

Representa el momento en el que un navío holandés navega desde barlovento para cortar la popa a uno español, desarbolado del trinquete, y pasar por la proa a otro de esta nación que se ve en segundo plano. Tradicionalmente se creía, sin fundamento que lo probase, que la pintura representa una fase del encuentro que tuvo la escuadra española al mando de Juan de Fajardo con otra holandesa del Almirante Swartenhont en aguas de Fuengirola (6 de Octubre 1622).



Combate del navío español Catalán con el británico Mary
Representa el combate que sostuvo en latitud 23°N y longitud 29°W el navío El Catalán, de 62 cañones, al mando de Antonio Serrano, con el británico Mary, de 60 cañones, que se retiró de la acción.



Combate de una fragata española con el navío británico Stanhope
Durante la Guerra de Sucesión, Blas de Lezo (1688-1741), al mando de una fragata de la Real Armada, hizo en 1710 once presas al enemigo, la menor de 20 cañones de porte, entre ellas el Stanhope, un corsario inglés fuertemente armado al mando de John Combs.



La fragata de Blas de Lezo remolcando el navío Stanhope (1710)
Una vez rendido el navío Stanhope, Blas de Lezo lo lleva a remolque con la bandera española —blanca con las armas reales— izada sobre la británica, como era costumbre en la época.




Combate del navío Princesa contra tres británicos
El navío Princesa, de 64 cañones, al mando de Pablo Agustín de Aguirre, sostuvo el 19 de abril de 1740 un obstinado combate durante más de siete horas con los británicos Orford, Kent y Lenox, de 70 cañones, a la altura de cabo Prior, a los que tuvo que rendirse. El Princesa, construido en Guarnizo en 1730, sirvió en la Royal Navy con el nombre de Princessa hasta 1784 en que fue vendido. Se desguazó en 1809.




Combate del navío Glorioso con el británico Darmouth(19 de octubre de 1747)
El navío español Glorioso, de 70 cañones, al mando de Pedro Mesía de la Cerda, luego marqués de la Vega de Armijo, venía procedente de América con caudales. En las Azores rechazó el ataque del navío ingles Warwich, de 60 cañones, y la fragata Lark, de 44, a los que desmanteló (25 de julio de 1747); en Finisterre volvió a rechazar otro ataque de un navío de 60 cañones y dos fragatas de la escuela del almirante Byng, consiguiendo entrar en Corcubión y desembarcar su carga (16 de agosto de 1747). Abandonó este puerto para dirigirse a Cádiz; a la altura del cabo San Vicente fue atacado sucesivamente por dos fragatas corsarias inglesas (King George y Prince Frederick) —que tuvieron que retirarse destrozadas— y diez bajeles más que le daban caza, entre ellos el navío Darmouth de 50 cañones y dos fragatas, se rindió cuando había consumido sus municiones y tenía a bordo 33 muertos y 130 heridos (19 de octubre de 1747).
Si que tenia bien puesto el nombre,si señor,con dos cojones.



Combate del navío San Francisco de Asís(25 de enero de 1797)
Encontrándose el navío San Francisco de Asís, de 74 cañones, al mando de Alonso de Torres-Guerra, cruzando frente a Cádiz el 25 de enero de 1797, fue atacado por un escuadrón inglés compuesto por dos fragatas de 40 cañones, una de 34 y una corbeta de 28, que fue rechazado con pérdidas.



Fuente CVC
 
Que lindo trabajo, hermosos oleos. Y si, la guerra es la guerra, pero la tecnificación de la misma, no podía ser de otra manera, termino de deshumanisar el conflicto, quitandole lo poco de humano que tenía, y, por lo tanto, agravándola y haciendola más cruel.
Un piloto puede hacer toda su carrera, participar en diversos conflictos y jamás ver una gota de sangre u oler carne humana quemada.
La escena publicitada de la imagen Flir de un artillero de AH64 Apache disparandole una ronda de 30mm a una imagen verde levemente antropomorfa y segundos después pedazos de imagen verde esparcidos... Una guerra de video game.
 
Yo estoy leyendo la serie de Patrick O Brian. Son alrededor de 20 libros.

El primero de ellos es el conocido "Capitán de Mar y Guerra", llevado al cine como un mix de varias historias relatadas en esta serie.

Es considerado en general como el mejor autor de novelas históricas de la Armada Inglesa.

Resulta impresionante la vida que tenían que hacer a bordo los tripulantes de esos barcos a vela.

Puro sacrificio.

Y al describir las batallas es difícil imaginar algo mas sanguinario que las masacres de los barcos haciendo puré en esos combates a corta distancia "penol a penol".

Al que le interese, son mas que recomendables. Se aprende muchísimo. Un lujo de exactitud en las descripciones de los barcos, maniobras, costumbres y sistema naval de las distintas potencias marítimas.

Queda mas que resaltado el valor de españoles, franceses, holandeses e ingleses en las luchas navales de la época napoleónica.

Saludos
 
MAC1966 dijo:
Lo de aquella época si era combatir,ahora con apretar un botón.........




La fragata de Blas de Lezo remolcando el navío Stanhope (1710)
Una vez rendido el navío Stanhope, Blas de Lezo lo lleva a remolque con la bandera española —blanca con las armas reales— izada sobre la británica, como era costumbre en la época.

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Este oleo parece que mostrara al barco Español acrreado por el Ingles.

Saludos.
 
Daniel: el título que señalás, se refiere a la pintura de abajo (quinta en el orden de presentación de Mac1966), no la de arriba, que es la que pegaste en tu post.

Ahi claramente podrás ver la bandera Española sobre la Inglesa, lo que se hacía para señalar que el buque era una presa obtenida en combate.

Saludos.
 

argie

Fernet Lover
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La batalla de Monte Santiago (Argentina-Brasil)



Combate Naval de Monte Santiago - 8 de Abril de 1827. Dibujo de Gaston Roullet. Posicion a las 4 de la tarde.Grupo Central: el bergantin Caboclo, las goletas Paula (Norton) Itaparica (estas dos al frente), Conceiçao, Maria Thereza y Río (al fondo) rodean y cañonean a los dods barcos varados y escorados (en segundo plano). Bergantines Independencia y República, acompañados por la goleta Sarandi. A la izquierda: el lugre Princ. Imperial y la fragata Paula (haciendo fuego). Lejos de la Ipiranga, la Imperatriz y los bergantines 29 de Agosto y Rio da prata. A la derecha: un cañon en la playa.



Combate naval de Monte Santiago. Acuarela de Rodolfo Sundblad. 1.Goleta Sarandí - 2. Barca Congreso - 3. Bergantin Independencia - 4. Bergantin República.


Reseña del combate: http://www.histarmar.com.ar/InfHistorica/Berisso/MonteSantiago.htm
 

argie

Fernet Lover
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LA BATALLA DEL RIACHUELO - GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (Paraguay-Brasil)


Dibujo de Carlos Sosa "Calo" mostrando parte d ela batalla.

El 11 de Junio de 1865 se libro la batalla naval más grande de América., en el sitio donde desemboca el curso de agua llamado Riachuelo , situado en la desembocadura del río Parana en su conjuncion con el rio Paraguay, a pocos kms. de la ciudad de Corrientes, sobre aguas Argentinas. Esa zona de la Pcia. de Corrientes estaba en poder de las tropas paraguayas, por lo que tenian el dominio de la costa.


Cuadro de Victor Meireles, Museo Historico Nacional de Rio de Janeiro.. A bordo del "Amazonas", nave insignia de la escuadra brasileña, se ve al Almirante Francisco Manuel Barroso da Silva, quien comandaba esa embarcacion y la escuadra.

Reseña, buques, mapas:
http://www.histarmar.com.ar/ArmadasExtranjeras/Paraguay/BatallaRiachueloBase.htm
 
Argie: espectaculares cuadros !!!

Un lujo la cantidad de detalles.

Qué poco se sabe de estos temas navales. Y de la guerra de la Triple Alianza mucho menos.

Saludos
 

MAC1966

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Daniel78 Este oleo parece que mostrara al barco Español acrreado por el Ingles. Saludos.[/QUOTE dijo:
Como dice Reservista,pongo los titulos de los cuadros encima,de ahí tú confusión.

Argie,¡¡EXCELENTE!!,sobre todo el último cuadro,te mete de lleno en la batalla.
 

MAC1966

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2ª Parte

Combate naval entre españoles y turcos (s. XVII)
El óleo representa una escuadra de galeones españoles, atacada por galeotas y galeras turcas o berberiscas; dominando la escena central, en primer plano, un gran galeón en el momento de ser abordado simultáneamente por ambas bandas por sendas galeras.



Combate naval de Pernambuco o de los Abrojos(12 de septiembre de 1631)
En 1630 los holandeses se habían apoderado de Pernambuco y bloqueaban las costas de Brasil. Salió una escuadra hispano portuguesa desde Lisboa al mando de Antonio de Oquendo, el día 5 de mayo de 1631, con objeto de reforzar las guarniciones brasileñas; el 12 de septiembre se encontró con la holandesa del almirante Hans Pater, entablándose sangriento combate a 240 millas al este de los Abrojos. Los españoles perdieron dos galeones hundidos, y un galeoncete apresado, mientras que de los holandeses, la capitana se voló con muerte de Pater y dos galeones más resultaron hundidos. Oquendo consiguió finalmente reforzar la guarnición de Pernambuco.



Ataque británico en Cartagena de Indias (1741)
El 15 de marzo de 1741 se presentó ante Cartagena de Indias una flota británica de 36 navíos y 100 mercaderes, al mando del almirante Edward Vernon, que transportaba el ejército del general Wentworth, con intención de apoderarse de la plaza. La defensa estaba a cargo de Sebastián de Eslava y en la bahía se encontraba una escuadra de navíos al mando de Blas de Lezo, comandante general del apostadero de Marina. Habiendo forzado el paso de Boca Chica defendido por los navíos de Lezo —hecho que reproduce el óleo—, los ingleses atacaron la ciudad por tierra y mar, siendo rechazados con pérdida considerable. Las mismas fuerzas británicas tuvieron idéntico resultado en su intento de apoderarse de Santiago de Cuba (20 de noviembre de 1741).



Defensa del Morro de La Habana(1 de julio de 1762)
Defensa del Morro de La Habana; ataque británico del 1 de julio de 1762.

El 6 de junio de 1762 se presentó ante La Habana una escuadra británica de 27 navíos, 15 fragatas, 9 avisos, 3 bombardas y 150 transportes que, al mando del almirante Pocock, conducía a bordo una fuerza de 10 000 hombres a cargo del general conde de Albemarle. Atacada la plaza, resistió durante 40 días, significándose la defensa del castillo del Morro confiada al capitán de navío Luis Vicente de Velasco.

El óleo representa el ataque dado al baluarte Santiago por un escuadrón de cuatro navíos británicos, el 1 de julio de 1762. De izquierda a derecha se aprecian el Dragon, de 60 cañones, (capitán de navío Hervey); el Malborough, de 80, (capitán de navío Barnet); el Cambridge, de 80, desmantelado, con su comandante capitán de navío Goostrey, muerto, que acaba de salir del fuego a remolque de sus lanchas y del Malborough y, por último, el Stirling Castle, de 70, que al mando del capitán de navío Campbell navega para salir fuera del alcance de las baterías españolas, conducta que le costó la separación del servicio. Duró la acción siete horas, bravamente sostenida por ambas partes. Velasco en persona dirigió el fuego del baluarte español.




Antonio Barceló, con su jabeque correo, rechaza a dos galeotas argelinas (1738)
Antonio Barceló (1717-1797), cuando apenas contaba los 18 años de edad, fue nombrado capitán de uno de los jabeques correo que hacían el servicio entre Palma de Mallorca y Barcelona. En 1738 rechazó y puso en fuga a dos galeotas argelinas que le atacaron cuando llevaba de transporte en su jabeque un destacamento de dragones del regimiento de Orán y otro del de infantería de África, acción recompensada por el Rey con la graduación de alférez de fragata de la Armada, el día 6 de noviembre de 1738.

Cortellini se equivoca en la leyenda que puso en la parte inferior del cuadro, al decir rinde a dos goletas argelinas, cuando en realidad las rechazó, y en la fecha del combate, que fue en 1738 y no en 1736.



Combate de San Vicente(14 de febrero de 1797)
Combate de San Vicente; el navío Pelayo acude en auxilio del navío Santísima Trinidad (14 de febrero de 1797).
Una escuadra española al mando del general José de Córdoba había salida de Cartagena el 2 de febrero de 1797, con 27 navíos en línea, 10 fragatas, 1 bergantín, 13 lanchas, 4 urnas y 50 mercantes con destino a Cádiz. En Algeciras dejó el convoy y las lanchas con 3 navíos y se dirigió a Cádiz. Forzado por vientos de levante, se encontraba el 14 de febrero a 24 millas al S.W. del cabo de San Vicente. En estas circunstancias se avisó la escuadra inglesa del almirante Jervis, de 15 navíos en línea, 4 fragatas, 2 sloops y un cutter. La escuadra española estaba dividida en dos grupos de 16 y 8 navíos respectivamente, mal formados. Jervis dirigió su fuerza hacia el primer grupo, que era el de barlovento, y comenzó una acción particularmente adversa para la escuadra española, que perdió 4 navíos apresados y tuvo 1 318 bajas entre muertos, heridos y contusos, mientras los británicos tuvieron sólo tres navíos con fuertes averías y 400 hombres muertos o heridos.

El óleo representa el momento en que el navío Santísima Trinidad, de 130 cañones, insignia de Córdoba, atacado por el Blenheim, de 98, el Orion, de 74, el Irresistible, de 74 y el Excellent, de 74, habiendo combatido previamente con el Captain y el Culloden, ambos de 74, completamente desarbolado, con 476 bajas a bordo, arría la bandera; sin embargo, acude en su auxilio el navío Infante don Pelayo de 74 cañones, al mando de Cayetano Valdés, y consigue salvarlo. La acción del Pelayo fue secundada por los navíos San Pablo, Conde de Regla y Príncipe de Asturias, no representados en la pintura.



Combate en la Bahía de Algeciras(6 de julio de 1801)
El contralmirante francés Linois, salió de Tolón el 13 de Junio de 1810 con tres navíos y una fragata, para unirse en Cádiz a los seis navíos de Dumanoir entregados por el gobierno español y a los estacionados en Ferrol. Temiendo la aparición de la escuadra británica del almirante James Saumarez, se refugió en Algeciras el día 4 de julio, al amparo de las baterías españolas y siete lanchas cañoneras de esta nación. En efecto, Saumarez con seis navíos y una fragata se presentó el día 6, comenzando el combate sostenido con ardor por ambas partes. El navío inglés Hannibal, de 74 cañones, varado ante el fuerte Santiago y las cañoneras españolas, tuvo que rendirse después de sufrir mucha pérdida; lo mismo estuvo a punto de sucederle al Pompée, y el escuadrón británico fue obligado a retirarse con un gran número de bajas.



Fuente CVC
 
lindos cuadros si pero los marinos de esa epoca si eran "marinos" , una bocha de esas que te pase por el cuerpo era como pasar un machete por manteca.
 

MAC1966

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Una Derrota Naval De Nelson En 1796.

Cuando se menciona una derrota del genial marino británico, siempre viene a la memoria su desgraciada intentona en Tenerife en 1797, durante la cual perdió, como es notorio, su brazo izquierdo.

Pero hubo antes otra derrota, si bien muy honrosa para Nelson, que ha permanecido hasta ahora en la penumbra y ello pese a que se trató de un combate puramente naval, no de una operación anfibia como la mencionada.

Los hechos sucedieron así:

En el invierno de 1796, el ya capitán de navío Horacio Nelson regresaba de sus bases napolitanas a reunirse con la escuadra de Jervis en las costas portuguesas, en las cuales, durante el combate de San Vicente, ganaría, en febrero de 1797, su fama.

Embarcaba con insignia de comodoro en la fragata Minerve, de 38 cañones y de 941 toneladas, botada en Woolwich en 1780, al mando de George Cockburn, a la que acompañaba la Blanche, de 32 cañones, con 722 toneladas inglesas y botada en 1786 en Calhoon (Burlesdom).

A eso de las once de la mañana del 19 de diciembre de 1796, y no lejos de Cartagena, se divisaron dos fragatas españolas, que resultaron ser la Sabina, de 40 cañones y botada en 1781 en Ferrol y la Matilde, de 34 cañones, insignia del capitán de fragata Miguel María Gastón de Iriarte.

Al poco se inició el combate, entablándose de un lado entre la Minerve y la Sabina y de otro, entre la Matilde y la Blanche, buscando cada adversario la fragata de su mismo o parecido porte.

Pronto las dos últimas se separaron, recayendo la acción principal sobre la Sabina, al mando de Jacobo Stuart, y la Minerve, con el propio Nelson.

El resultado no podía ser dudoso, sin embargo, y no como se ha repetido tantas veces, por la proverbial habilidad náutica británica, sino por algo mucho más concreto: la fragata británica llevaba piezas de a 18 y 6 libras, mientras que la española las llevaba de a 12 y 8 libras, lo que suponía una ventaja en el peso de bala de la artillería principal de no menos de un 33 por 100, superior incluso a la ventaja que consiguieron años después las grandes fragatas estadounidenses al emplazar en ellas piezas de a 24, que resultaron mortíferas para las más débiles británicas.

Pero, además, el buque británico llevaba entres seis y ocho carronadas de a 32, aparte de las piezas de su porte y aquellos cortos y manejables cañones, aunque de escaso alcance y de tiro impreciso, resultaban demoledores a corta distancia.

Curiosamente, la Amada española, pese a conocer tales armas y probarlas, nunca las tuvo en mucho, por lo que apenas se instalaron en nuestros buques.

Tal desventaja en el armamento no se correspondía con el diseño general del buque pues, como es sabido, los españoles solían ser algo más grandes, resistentes y marineros que sus contrarios, como fruto de unos diseños que estaban por entonces entre los mejores del mundo.

Aunque la andanada británica era muy superior, como hemos visto, el combate se prolongó por tres horas cuando se vino abajo el palo de mesana de la Sabina, teniendo los otros muy averiados y a punto de caer, tuvo que rendirse con dos muertos y cuarenta y ocho heridos<<entre ellos dos oficiales>> en su dotación.

Los británicos perdieron siete hombres muertos y tuvieron treinta y tres heridos.

Se trasladó una dotación de presa a la fragata española y su vencedora se aprestó a darle remolque, dado el penoso estado de su aparejo.

Al parecer se habían invertido los objetivos que, tradicionalmente, se adjudicaban unos y otros enemigos durante sus combates, pues los británicos se habían dedicado a destrozar el aparejo de la española, mientras que éstos habían disparado especialmente sobre el casco de la Minerve.

Cabe imaginar la sorpresa de Nelson al descubrir que el comandante de la fragata enemiga, que acababa de apresar era nada menos que un descendiente de los antiguos reyes de Inglaterra, los Estuardo, y así era realmente, al ser don Jacobo de la casa de los duques de Berwick, que pocos años después se convertirían en los duques de Alba por extinción de esta familia. (Fue a la muerte de Cayetana Álvarez de Toledo, la decimotercera duquesa de Alba la que no tuvo descendencia y según cuentan las malas lenguas, esta pintada desnuda y vestida por Goya, en sus no menos famosos cuadros de las Majas).

Pero Nelson conservó durante poco tiempo su presa, a las 0430 de la madrugada apareció la Matilde, que había conseguido despegarse de la Blanche, y Miguel Gastón se dirigió contra la fragata británica para represar a su compañera.

Nelson ordenó soltar el remolque y enfrentarse a su nueva enemiga.

Llevaban media hora de combate cuando en el horizonte se divisaron varias velas españolas, buques que salían de Cartagena alertados por el cañoneo; se trataba de las fragatas Ceres y Perla, seguidas por el poderoso navío Príncipe de Asturias, un poco más retrasado.

A Nelson se le había reunido mientras tanto la Blanche, pero no podía hacer frente con dos fragatas a tres enemigas, y mucho menos, si retrasado por el combate daba tiempo a que se incorporara el gran navío de tres puentes.

Así que abandonó a su presa y se batió en retirada, perseguido por dos de las fragatas españolas durante todo el día, cuyos disparos le causaron otras diez bajas.

Pero disparar en aquellas condiciones era mal asunto en la época de la vela a no ser que se fuera alcanzando al enemigo, pues el retroceso de las piezas frenaba al perseguidor y salvo que algún afortunado disparo desaparejara al perseguido, éste veía facilitada su huida.

En la apresada Sabina, quedó su dotación británica de presa, que al mando de Hardy, fiel amigo de Nelson y comandante del Victory en trafalgar, se aprestó a defenderse con el fin de entretener a alguna de las fragatas españolas, pero la resistencia no pudo prolongarse mucho, cayendo los británicos prisioneros a su vez.

No mucho tiempo después tuvo lugar el canje de prisioneros, y Nelson tuvo consideraciones especiales con Jacobo Stuart, al que devolvió su espada, reconociendo que se había batido con valentía.

Lo cierto es que resultó una costosa e incompleta victoria para los españoles y que Nelson tuvo la habilidad de escapar de un enemigo muy superior, que debió haberle podido dar caza y apresarlo, contando además con las averías de la Minerve, el cansancio de su dotación y que ésta se había disminuido con las bajas y la dotación de presa.

Tal vez la excesiva prudencia o la descoordinación de los españoles fueron la causa de que el triunfo no fuera completo.

Pero todas estas consideraciones no nos deben hacer olvidar que se trató de la única ocasión en la que el gran marino británico tuvo que retirarse con serias pérdidas en un combate naval, abandonando su presa ya su dotación.

Ya hubiera querido para sí otros de sus enemigos de entonces, fueran franceses, holandeses o daneses, poder decir en cualquier situación que habían visto la popa del buque de Nelson.


Y, desde luego, si aquella modesta victoria la hubieran obtenido buques de cualquiera de esas naciones, no hubieran permanecido virtualmente desconocidas hasta la fecha.


Agustín Ramón Rodríguez González
Doctor en Historia Contemporánea y miembro del Círculo Naval Español.
REVISTA GENERAL DE MARINA, junio de 1999. pp.795-799.
 

SuperEtendard

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Yo tengo una admiracion por este Almirante y su Navio:


La muerte del almirante Churruca en Trafalgar, a bordo del buque “San Juan Nepomuceno”. Óleo de E. Álvarez Dumont. Museo del Prado (Madrid)

Al mando del "San Juan Nepomuceno", sólo frente a seis buques ingleses, Churruca dio muestras de precisión en el tiro, arrojo y eficacia, pese a lo cual, tras ser alcanzado por una bala de cañón que le voló la pierna, falleció ante la admiración de sus enemigos que tuvieron el barco en Gibraltar expuesto a los visitantes, con el nombre de Churruca en letras de oro escrito sobre su camarote.
Su navío fue remolcado a Gibraltar, siendo uno de los pocos que pudieron enseñar los británicos como trofeo del combate.
Durante muchos años lo conservaron, manteniendo la cámara del comandante cerrada y con una lapida en que se leía el nombre de Churruca en letras de oro y si algún visitante pretendía entrar, se le advertía que se descubriera para poderlo hacer, como si aún estuviera presente don Cosme Damián Churruca y Elorza, brigadier de la Real Armada Española, muerto a flote del navío de su mando, el dos baterías y 74 cañones "San Juan" Nepomuceno.

Saludos

PD: MAC no consiguio una foto de un oleo del "San Juan Nepomuceno", tienes alguna?
 

JQ01

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Muchos de los artículos de D. Agustín Ramón Rodríguez González para la Revista General de Marina han sido publicados en un único libro



Victorias por mar de los españoles

RESUMEN DEL LIBRO:
Muchos historiadores, novelas de fondo histórico y el cine, han descrito normalmente la Historia Naval española como una serie continua de derrotas, cuando no de desastres. Esta es la muy interesada y parcial visión del mundo anglosajón, justamente nuestro tradicional enemigo en los mares, que obviamente, tiende a divulgar sus propios logros y a oscurecer los ajenos. Tan hondo ha calado ese bombardeo, que muchos españoles han llegado a creerlo. Pero esta difundida visión contrasta fuertemente con el rotundo hecho de que fueron los españoles los que crearon el primer imperio oceánico de la Historia, el más grande conocido hasta entonces, y lo mantuvieron en su poder durante cuatro siglos. Lo definitivo es que, salvo en muy contadas ocasiones, ese imperio se perdió no porque pasara a manos e otras potencias, como sucedió con otros, sino por los deseos de emancipación de sus habitantes. Indudablemente, los españoles debieron vencer en muchas ocasiones en las luchas por mar para que esto fuera así, aunque se haya prácticamente olvidado. La pretensión del autor es recordar algunas de estas victorias, las más meritorias y significativas y las menos conocidas.


ÍNDICE DEL LIBRO:

Prólogo.
Introducción.
EL SIGLO XVI. DE LAS TERCERAS A LA GUERRA CON INGLATERRA:
Las Terceras.
Desembarcos españoles en las Islas Británicas (1578 - 1601)
La Invencible inglesa de 1589.
La última expedición de Drake y Hawkins.
La paz con Inglaterra en 1604.
EL SIGLO XVII: DE MANILA A CHIPRE:
Dos victorias de la improvisación: Del San Diego a playa Honda. (1600 - 1610).
Celidonia y Ragusa.
El Estrecho de Gibraltar en 1621: Nueve buques contra treinta y uno.
Los combates de Cabañas.
Las costas catalanas: 1641 - 1650.
EL SIGO XVIII: INGLESES Y ARGELINOS:
La campaña y el combate del cabo Sicié.
La gesta del Glorioso en 1747.
Las tres capitanas de Argel (1732 - 1758).
Barceló y los corsarios argelinos.
Los bombardeos de Argel.
Un día aciago para la Marina británica.
La conquista española de las Bahamas.
Una derrota naval de Nelson.
Corsarios españoles.
Las cañoneras.
EL SIGLO XIX: FIN DEL IMPERIO:
El combate de Calamianes.
La campaña de Chiloé.
Los últimos de Filipinas de la Armada.
Cárdenas y Manzanillo en 1898.
 

MAC1966

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SuperEtendard
PD: MAC no consiguio una foto de un oleo del "San Juan Nepomuceno", tienes alguna?

Yo tampoco,solo tengo una foto de un maqueta.



De Churruca me quedo entre muchas otras cosas con:

"Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto."
 

MAC1966

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JQ01 dijo:
Muchos de los artículos de D. Agustín Ramón Rodríguez González para la Revista General de Marina han sido publicados en un único libro

Para estas Navidades,"pá la saca".
 

MAC1966

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Batalla de Isla Terceira (26 de julio de 1582):

Felipe II consolida el trono de Portugal,por José Ramón Cumplido Muñoz

En Julio de 1582 tuvo lugar la primera gran batalla naval en la que intervinieran galeones, en la cual una flota mandada por Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz y Capitán General de Galeras, derrotó en las cercanías de la Isla Terceira (San Miguel de Azores), en las Azores, a una flota mercenaria francesa que apoyaba las pretensiones de Don Antonio, Prior de Crato, de convertirse en Rey de Portugal. De este modo, Felipe II aseguraba para sí el trono de Portugal, con su inmensa cadena de establecimientos coloniales que unidos a las ya de por sí enormes posesiones españolas, convertirían a Felipe en uno de los monarcas más poderosos de toda la Historia.

Sin embargo, con aquella victoria y en la euforia del triunfo, los capitanes españoles creyeron ver confirmados sus modos de combatir, que en acontecimientos posteriores se revelaron superados por los nuevos tiempos y que acabarían teniendo consecuencias funestas para España y para sus marinos.



La unidad Ibérica

Durante el s. XVI, España y Portugal se convirtieron en los estados más poderosos de Europa gracias a sus imperios coloniales y a una serie de matrimonios políticos que entrelazaron a las dos dinastías entre sí y con el resto de la realeza europea. Cuando Sebastián de Portugal murió en 1578 en la batalla de Alcázarquivir, le sustituyó el Cardenal Infante Don Enrique, quien anunció su voluntad de casarse para obtener un heredero, muriendo antes de obtener la dispensa del Papa. Su muerte indujo a Felipe II, como primo del último rey, a reclamar el trono de Portugal frente a Don Antonio, Prior de Crato y sobrino ilegítimo del rey Juan.

Para "apoyar" sus razones, Felipe envió a Don Fernán Álvarez de Toledo, Duque de Alba, al frente de un ejército que, descendiendo el cauce del Tajo, ocupó en Lisboa. Para apoyar al Duque de Alba, Don Álvaro de Bazán, el más afamado Almirante de la época, entraría por la desembocadura del Tajo navegando hasta el puerto de Lisboa. Felipe utilizó sobornos con amplitud y repartió títulos y tierras entre los nobles para recabar partidarios, pero aún así el Duque de Alba hubo de combatir para contrarrestar el apoyo que Don Antonio recibió de las clases populares. De todos modos, a finales de Agosto de 1580 el control de Portugal por parte de Alba ya era efectivo y Don Antonio hubo de refugiarse en las islas Azores. Finalmente, en 1581, ante las Cortes de Tomar, Felipe fue reconocido como Rey de Portugal. En atención a la autonomía solicitada por el Reino fue creado en 1582 el Consejo de Portugal, aunque sólo sirvió para asentir las decisiones de Felipe, y la administración de Portugal pasó a disolverse entre la burocracia estatal castellana.

Al tiempo que dominaba toda la Península Ibérica, Felipe II recibía la red portuguesa de establecimientos en las Indias Orientales, África y Brasil, y además, la más firme tradición naval de Europa se ponía a su servicio. Portugal llevaba más de un siglo comerciando con la India por mar, y sus barcos tenían merecida fama por su gran tamaño, necesario para cargar mercancías en gran número (no eran raros los buques de 1.000 toneladas) y robustez, pues el largo viaje a lo largo de África y el Océano Indico, haciendo uso exclusivo del velamen, imponía severas condiciones. Un cronista español, Escalante de Mendoza, escribía en 1575 que "las naos y galeones que en Lisboa se labran para sus navegaciones y armadas son en todo más fuertes que otras ningunas".

En contraste con esto, la construcción naval de Castilla no se había especializado en ningún tipo concreto, abarcando todo tipo de buques, grandes o pequeños, para comerciar por toda Europa y las Américas, ya fuera en el Báltico o en el Caribe. Aunque no faltaban grandes galeones, el prestigio del poder militar español en el mar se concentraba en las galeras, un tipo de buque inadecuado para los océanos pero excelente en el Mediterrráneo, donde en 1571 habían conseguido vencer en Lepanto, gracias en buena parte a la actuación de Don Álvaro de Bazán. Ahora Felipe pondrá los grandes galeones oceánicos de Portugal al mando del mismo Don Álvaro para tomar las islas Azores, único sector de territorio portugués que todavía no controlaba y donde el Prior de Crato, Don Antonio, trataba de reorganizarse.

Las nueve islas de las Azores están situadas en medio del Atlántico formando parte de las rutas de la Carrera de Indias. La necesidad de hacer escala en estas islas en el viaje de regreso produjo, ya desde los primeros tiempos de la Conquista de América, un área perfecta para la actuación de los corsarios, en aquella época principalmente franceses. Hasta entonces, tanto Felipe II como su padre, el Emperador Carlos, toleraron de mala gana la presencia de los corsarios en las Azores, ya que cualquier acción en la zona hubiera significado un conflicto directo con Portugal. Ahora se presentaba ante Felipe la oportunidad de eliminar a su rival y al mismo tiempo aumentar la seguridad de los navíos venidos de la Carrera de Indias desde América y de la Flota del Tesoro desde las Indias Orientales.

Desde la isla Terceira, la segunda en tamaño del archipiélago, Don Antonio estaba buscando apoyos en las cortes europeas para reclutar un ejército que le permitiera conquistar Portugal. En Inglaterra consiguió algunos fondos, pero en la corte de Francia fue donde consiguió sus mayores simpatías, seguramente esperando obtener alguna posición ventajosa en las Azores para los corsarios franceses y al mismo tiempo socavar un poco el enorme poder acumulado por Felipe II. Se estableció un acuerdo por el que el condottiero Filippo Strozzi, un noble florentino primo de la reina madre, se pondría al servicio de Don Antonio. Strozzi reunió 6.000 soldados y una flota de 60 barcos que zarparon desde Belle Île el 16 de junio de 1582 hacia las Azores.

La batalla de la Isla Terceira

Los agentes al servicio de Felipe habían seguido el peregrinaje de Don Antonio por Europa y habían alertado de la salida de la flota de Strozzi. Arrinconado en las Azores, Don Antonio no parecía un serio rival, pero habiendo obtenido tropas y buques, obligaba a Felipe a organizar rápidamente una flota con la que hacerle frente. Para ello en Lisboa se habían concentrado 36 barcos capitaneados por Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, quién desde 1576 era Capitán General de Galeras. De hecho, Don Álvaro era especialista en las tácticas de galeras y en la batalla de Lepanto, en la cual estuvo al mando de la escuadra de retaguardia, había entrado por una abertura en la línea frontal del despliegue enemigo y en última instancia, dando la victoria a La Liga Santa. Felipe II le concedió el título de Marqués de Santa Cruz por este gran triunfo y ahora Felipe volvía a recurrir a su mejor marino. Al mando de una flota oceánica de galeones y mercantes armados con grandes cañones, Don Álvaro iba a encontrarse con un combate naval sin precedentes, pues nunca antes habían luchado en mar abierto un grupo numeroso de barcos de semejante tamaño y fuertemente armados.

Don Álvaro izó su estandarte en un gran galeón portugués armado con 48 cañones, el San Martín, de 1.000 toneladas y zarpó el 10 de julio. El Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, quien mandaba las compañías del Tercio embarcado, unos 6.000 hombres, se encontraba a bordo de otro galeón portugués, el San Mateo, de 36 cañones. Otro reputado marino, el Capitán General de la Armada de Guipúzcoa, Don Miguel de Oquendo (padre de otro futuro gran Almirante de España, don Antonio de Oquendo), tenía el mando de una escuadra de mercantes armados, mientras que otra escuadra reunía a los mercantes y buques auxiliares. El mismo Don Álvaro aportaba una escuadra de galeazas de su propiedad, que armaban unas 50 piezas de artillería cada una, y que a diferencia de las que participaron en Lepanto, solían navegar principalmente a vela. Se esperaba además, que en un momento u otro se uniera a esta flota la escuadra de Don Juan Martínez de Recalde.

Al poco de zarpar, la flota española se encontró con una tormenta que dispersó las escuadras obligando a cuatro barcos a regresar a Lisboa. La flota de Don Álvaro consiguió reagruparse anclando el día 22 de Julio en Villagranca, al sur de la isla de San Miguel, pero la flota de Strozzi se encontraba en las Azores ya desde el día 16. Don Miguel de Oquendo fue destacado para reconocer la flota francesa, encontrándola en Punta Delgada, doce millas al Oeste, donde se contaron hasta 56 barcos franceses. La flota francesa era numéricamente superior, sin embargo, el promedio de tamaño de los buques franceses era menor que el de los españoles y portugueses, impuesto sobre todo por el escaso calado de los puertos franceses, proporcionándoles a cambio la ventaja de ser muy maniobrables y buenos veleros. Don Álvaro convocó una reunión de los capitanes de su flota para celebrar consejo, donde acordaron entablar combate inmediatamente aún contra un enemigo superior en número sin esperar la llegada de los refuerzos de la escuadra de Recalde.

Con la flota francesa ya en alta mar, Don Álvaro decidió adoptar para su flota el despliegue habitual para una formación de galeras organizando una formación cerrada en línea de frente. El galeón San Martín, como buque insignia de Don Álvaro ocuparía el centro de la formación flanqueado por los barcos más poderosos, y a continuación lanzó sus barcos a la lucha. Pero a diferencia de las galeras que utilizaban los remos para lanzarse al ataque en cualquier dirección sin preocuparse del viento, los galeones propulsados únicamente por el velamen de su aparejo en cruz podían quedar inmóviles por la ausencia de viento. Y esto fue precisamente lo que sucedió: rápidamente la intensidad del viento disminuyó hasta encalmarse por completo y las dos flotas se vieron condenadas a la inmovilidad pasando la noche meciéndose suavemente frente a Punta Delgada.

Durante los siguientes tres días sólo soplaron unos vientos muy ligeros, lo que no permitió a ninguno de los adversarios lanzarse de nuevo al ataque. Se entablaban periódicamente escaramuzas en los flancos de la flota española cuando un grupo de franceses se aproximaba en un intento de aislar alguno de los barcos más adelantados. Pero en todas estas ocasiones, el grueso de la flota española pudo maniobrar y ahuyentar a los incursores. Sin embargo, ya en la tarde del segundo día, los franceses decidieron actuar con tres escuadras completas. La retaguardia española, al mando de Don Miguel de Oquendo, dio la vuelta para aceptar el combate. El San Martin y el San Mateo, que en ese momento se encontraban con viento a favor, viraron para sumarse a la refriega que, con un breve e intenso cañoneo por ambas partes, terminó cuando los franceses decidieron retirarse nuevamente, dejando tras de sí un barco español con vías de agua bajo la línea de flotación.

Durante estos tres días, Strozzi había contado siempre con la ventaja del barlovento, pues el viento había soplado siempre desde detrás de su flota y de cara a la flota española, permitiendo a los franceses colocarse en la mejor posición para elegir el punto de la formación española donde lanzar su ataque. Situado a sotavento, Don Álvaro trató en repetidas ocasiones de mejorar su posición, pero los barcos franceses, más rápidos y manejables, acababan siempre por volver a la zona desde donde soplaba el viento. Sin embargo, durante la noche del 24 de Julio, consiguió hacer virar su flota entre la oscuridad sin ser detectado y cuando amaneció, la flota española estaba situada detrás de la flota de Strozzi y con el viento a favor.

Don Álvaro volvió a formar su barcos en línea de frente y dio la orden de ataque. Pero en este crucial momento tuvo lugar un suceso que daría al traste con el nuevo ataque. El buque en el que se hallaba embarcado Don Cristóbal de Eraso, lugarteniente de Don Álvaro de Bazán, desarboló su palo mayor. Don Álvaro, al comprobar que perdía uno de los barcos más importantes de la formación, decidió no proseguir con el ataque y viró para remolcar a Eraso, acabando aquí otra jornada infructuosa.

Al amanecer del día siguiente, 26 de Julio, las dos flotas se encontraban a unas dieciocho millas de la costa. Hacia las ocho de la mañana comenzó a soplar viento del oeste y de nuevo los franceses se encontraron con la ventaja del barlovento. A mediodía, al norte de la isla de San Miguel, las dos flotas navegaban en formación de línea separadas por dos o tres millas y en cursos paralelos pero contrarios. Strozzi se dirigía hacia el Oeste y Don Álvaro de Bazán hacia el Este. En este momento el buque del Maestre de Campo Don Lope de Figueroa, el galeón San Mateo, se salió de la formación dirigiéndose hacia la flota francesa. Parecía que Figueroa estaba rompiendo la formación únicamente por su voluntad de retar a los franceses y buscando su gloria personal, pero en todo caso se estaba convirtiendo en un blanco muy vulnerable.

Filippo Strozzi no se lo pensó dos veces. Durante las jornadas anteriores su táctica había consistido en atacar los barcos más alejados de la flota española con la esperanza de separarlos y batirlos uno a uno. Ahora con el segundo buque más importante de la flota española se le presentaba su mejor oportunidad y Strozzi ordenó a su propio buque insignia y al de su lugarteniente y tres galeones más dirigirse a cobrar la pieza que se les ponía a tiro.

El buque insignia de Strozzi fue el primero en romper el fuego con su artillería, hizo una virada a babor y embistió el bauprés del San Mateo. Don Lope de Figueroa hasta el momento se había contenido de responder al ataque y esperó hasta que la nave insignia francesa se colocó junto a su costado y entonces le lanzó una andanada completa a quemarropa. La almiranta francesa se colocó a estribor y Figueroa aprovechó para lanzarle una andanada con las piezas de ese costado. Mientras, la nave del lugarteniente de Strozzi se situó en el costado de babor y su tripulación se aprestó para el abordaje lanzando cables con garfios a las bordas del San Mateo. Los tres galeones franceses restantes que se habían lanzado al asalto junto con la nave de Strozzi se situaron a popa del San Mateo, su parte más desprotegida, y desde la que no se podían devolver los golpes, y desde allí comenzaron a castigar impunemente el castillo de popa.

El San Mateo aguantó durante dos horas el castigo al que le sometieron los cinco buques franceses. Su casco recibió más de 500 impactos de artillería y fue desarbolado de mástiles y aparejos. La mitad de la tripulación y de los soldados habían sido muertos o heridos, pero el San Mateo no mostraba evidencias de aflojar su defensa. Durante esas dos horas el resto de la flota española había estado efectuando trabajosamente una maniobra de virada en contra del viento. La primera escuadra en llegar al lugar del combate fue la retaguardia formada por los mercantes armados de Don Miguel de Oquendo. El galeón castellano Juana de 350 toneladas y un mercante armado fueron los primeros en llegar y lanzar una andanada contra el buque de Strozzi. Tras ellos llegaba el propio Oquendo, quien se lanzó con su buque entre la almiranta y el San Mateo, cortando los cables de abordaje que trababan a los dos combatientes. Acto seguido lanzó una andanada completa contra el buque francés matando a 50 tripulantes. Oquendo dio la orden de lanzar los garfios de abordaje y él mismo lideró el asalto hasta el castillo de popa donde consiguió capturar la bandera del buque. Durante el combate cuerpo a cuerpo Strozzi recibió una herida de bala que se reveló al instante de gran gravedad. Una vez conquistado el castillo de popa, y dado que el buque francés estaba comenzando a hundirse, Oquendo decidió dar la orden de regresar a su propio barco abandonando a los franceses a su suerte.

Ahora, en el momento más decisivo y cuando el combate se había generalizado, la escuadra de la retaguardia de la flota de Strozzi abandonó la batalla. La lucha se desarrollaba sin que ninguna de las dos flotas intentara siquiera mantener una mínima formación. La confusión era total y cada capitán maniobraba su nave según sus propias circunstancias. La única directriz común era buscar un oponente, abrir fuego y enzarzarse mutuamente con los garfios para pasar luego al abordaje. Existía un acuerdo tácito entre los marinos de la época por el cuál las naves almirantas de dos flotas enfrentadas debían entablar un duelo singular y del que dependería el resultado final del combate. Así la nave insignia de Don Álvaro se abrió paso entre la confusión buscando el buque insignia de Strozzi, quien desde el combate con Don Miguel de Oquendo se hallaba a la deriva. Don Álvaro finalmente localizó el buque de Strozzi y decidió pasar al abordaje para cobrar la pieza, aún sabiendo que el buque francés hacía agua.

Después de cinco horas de combate, Strozzi no se hallaba en condiciones de continuar combatiendo. Con 400 muertos a bordo de un buque que se hundía y él mismo gravemente herido, fue capturado y llevado a bordo del San Martín para rendirse. Pero Don Álvaro no pudo recibir la espada de Strozzi de sus manos ya que éste murió mientras era llevado a bordo.

Los buques franceses al ver rendido su buque insignia renunciaron a seguir el combate y se retiraron en todas direcciones dando por concluida la batalla. El día terminaba con un rotundo triunfo de Don Álvaro de Bazán a pesar de haberse enfrentado a fuerzas superiores. La flota francesa había perdido un total de 11 naves, entre ellas la nave capitana. Las bajas francesas fueron de unos 1500 muertos, incluyendo a su Almirante, mientras que los españoles tuvieron una moderada cifra de 250 muertos. A pesar de la victoria, Don Álvaro juzgó imprudente continuar la campaña por tierra con soldados que acababan de librar un combate y dio la orden de volver a Lisboa para reparar los buques.

Durante el año siguiente se reunió una nueva armada de 98 buques donde embarcó un ejército de 15.000 hombres distribuidos en diecisiete compañías, al mando del Maestre de Campo Don Agustín Iñiguez de Zárate, quien ocupaba el puesto de Figueroa, quizá como reprimenda por su peligrosa iniciativa al romper la formación. Don Álvaro de Bazán regresó a las Azores en Julio de 1583 y en dos semanas se hizo con el control de todo el archipiélago, obligando al aspirante al trono Don Antonio a huir a Francia.

Después de la conquista definitiva de las Azores, la fama de Don Álvaro de Bazán fue mayor que nunca. Felipe II le otorgó le nombró Capitán General del Mar Océano y Grande de España. Después del triunfo en Terceira, el mejor marino con que contaba España recibió el encargo de una nueva misión: preparar la Empresa de Inglaterra.



Conclusiones y enseñanzas

La rotunda victoria de Don Álvaro fue conseguida sin duda gracias al mayor tamaño de sus buques de alto bordo, en especial los portugueses, lo que les proporcionaba mayor altura sobre el mar, permitiéndole dominar a los buques franceses más rasos, aunque mejores veleros y mucho más maniobrables. La mentalidad militar de la época en España continuaba las más rancias tradiciones cuyo origen se remontaba a la Reconquista, y que tenían su perfecta continuación en la Conquista de las Américas y en las guerras en Italia y Flandes. Los buques españoles fueron diseñados con grandes superestructuras a proa y popa, desde donde disparar contra los tripulantes enemigos, como una versión naval de las fortalezas castellanas pues no en vano estas estructuras se llamaron "castillos" e incluso en la actualidad se sigue usando tal nomenclatura. Además, los combates navales en los que intervinieron los capitanes españoles eran concebidos como combates entre caballeros e infantes, la gente de guerra, dejando que la gente de mar se ocupara únicamente de gobernar el buque e incluso menospreciando el manejo de la artillería. Las tácticas de la época estimaban que el momento decisivo del combate era el abordaje, por lo que la altura de la borda se consideraba el factor determinante de la victoria. Incluso las ordenanzas españolas para el uso de la artillería de los buques establecían, que "...una vez cerradas las distancias, al alcance de lombardas y cañones, se debe orzar para descargar la artillería montada en el costado de sotavento, sobre la lumbre del agua del buque enemigo..." Tras esto, "...el buque debe arribar para descargar la artillería que estaba a barlovento y abordar al enemigo al amparo del viento, con el fuego de apoyo de la gente y piezas situadas en las cofas y altos". Es decir, el uso que se establecía de la artillería consistía casi únicamente en descargar las dos andanadas que se habían preparado con anterioridad al encuentro con el fin de causar ya desde el inicio la mayor cantidad de daño posible y abordar el buque con un trozo de abordaje compuesto principalmente de soldados e infantes profesionales, que siempre en las naves españolas estuvieron embarcados en gran número. Además, en las naves españolas se conservó durante largo tiempo el uso de lombardas, piezas de hierro forjado que disparaban proyectiles de piedra, los bolaños, pues debido a la fragilidad del proyectil en sí, cuando impactaba contra cualquier estructura se dividía en miles de fragmentos que actuaban como metralla, causando gran número de bajas entre los tripulantes, pero escasos daños en los buques. También eran favoritas entre los españoles las culebrinas, unas piezas de pequeño calibre que se situaban en los elevados castillos y que estaban pensadas para causar bajas entre los tripulantes enemigos.

Así, los preparativos que realizaba Don Álvaro de Bazan para la Empresa de Inglaterra continuaban su tradicional modus operandi que tan útil le había sido durante otras ocasiones. Sin embargo, Don Álvaro no tendría ocasión de ponerse al mando de la Felicísima Armada ya que murió en Lisboa en 1588. Sin embargo, aunque su sucesor el Duque de Medinasidonia carecía del carisma del Marqués de Santa Cruz, los experimentados marinos españoles que se embarcaron en la Empresa de Inglaterra estaban decididos a continuar combatiendo al viejo modo, algo que los capitanes ingleses no aceptarían.

La fama de Don Álvaro de Bazán en el momento de su muerte era inmensa, y no es exageración decir que, en el que poco más tarde se revelaría como uno de los sucesos más críticos de su Historia, España y la Armada echaron a faltar su mejor Almirante.

Como ejemplo del fervor popular hacia el Marqués que circulaba entre los españoles en la época, he aquí sendos epitafios compuestos por dos de las grandes figuras de la Literatura española:

No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano,
Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.
El un mar de tus velas coronado,
De tus remos el otro encanecido,
Tablas serán de cosas tan extrañas.
De la inmortalidad el no cansado
Pincel las logre, y sean tus hazañas
Alma del tiempo, espada del olvido.

Luis de Góngora y Argote, 1588


El fiero Turco en Lepanto,
En la Tercera el Francés,
Y en todo mar el Inglés
Tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
Dirán mejor quién he sido,
Por la cruz de mi apellido
Y con la cruz de mi espada.

Lope de Vega, 1588 (sirvió como soldado
a las órdenes del Marqués de Santa Cruz)
 
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