Bueno amigos de ZM, les transcribo para ustedes una nota bastante interesante que salio publicada en la revista DEF Desarrollo/Defensa/Energía/Medio Ambiente en el mes de octubre del presente año (la iba a postear antes pero no tenia tiempo para pasarla)
Argentina, EEUU y la cuestión nuclear
Por Carlos Escude
(El autor es director del Centro de Investigaciones Internacionales de la Universidad del CEMA, Investigador principal del CONICET. Autor de Realismo Periférico: fundamentos para la Nueva Política Exterior Argentina, editorial Planeta 1992)
El autor sostiene que si bien el país no debería apartarse del cumplimiento del Tratado de No Proliferación, nunca más debe aceptar la imposición de acuerdos que limiten el desarrollo de tecnologías de vanguardia.
En la década de 1990 la Argentina adopto una política exterior de cooperación con Occidente a la que llame “realismo periférico”. La mayor parte de la prensa local la tildo de “relaciones carnales”.
Esta política encuadro a nuestro país en todos los acuerdos vigentes contra las armas de destrucción masiva. La Argentina firmo y ratifico el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de orden global, y el de Tlatelolco, de alcance regional, interrumpió el enriquecimiento de uranio y sus esfuerzos por producir plutonio. Renuncio al misil balistico Cóndor II, que una vez puesto a punto hubiera podido recorrer mil kilómetros acarreando una ojiva nuclear de peso promedio. Restableció relaciones con el Reino Unido. Profundizo una amistad con Chile que había renacido durante la previa gestión radical. Y se alineo explícitamente con nuestra civilización de origen.
El realismo periférico y el TNP
Al adoptar estas medidas, cuestionadas desde un amplio espectro ideológico, el país abandono su rica historia de confrontaciones con las grandes potencias occidentales y algunos Estados vecinos. Debido a esa trayectoria, desde el exterior se nos percibía como un país potencialmente peligroso. Considérese que no necesitábamos uranio enriquecido, porque nuestros reactores funcionan con uranio natural. Que al misil Cóndor II lo habíamos desarrollado en sociedad con el Irak de Saddam Hussein. Y que el Estado que llevaba a cabo esos programas sospechosos era el mismo que en 1978 casi le hizo la Guerra a Chile y que en 1982 invadió las Malvinas.
Nuestro realismo periférico fue inspirado en la convicción de que un país con un perfil externo de esas características seria boicoteado por Occidente. Esta hipótesis, a su vez, se abonaba en trabajos historiográficos que documentaron las graves sanciones sufridas por Argentina como consecuencia de su dudosa actuación durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzando en 1984, desde el instituto Torcuato S. Di Tella se había desarrollado un amplio programa de investigaciones sobre estos temas, mucho antes de que alguien imaginara que Guido Di Tella seria canciller y Carlos Menem, presidente.
Mas allá de errores y aciertos, la política exterior argentina de la década del 90 tuvo un fundamento científico como pocas en el mundo. Y su motivación, aunque pueda suponerse malhadada, fue patriótica, no de cipayos. Busco eliminar aquellos obstáculos al desarrollo provenientes de un exceso de confrontaciones externas. Sus gestores sabían que una buena política exterior no puede por si sola generar desarrollo socioeconómico, pero entendían que una que desatara graves sanciones por parte de los poderosos podía destruir la posibilidad de progreso. Aunque externo, el caso de Irak ilustra trágicamente esta premisa.
Sin embargo, desde entonces muchas cosas han cambiado. Si el realismo periférico tuvo algún modesto éxito parcial, el principal fue la eliminación de la imagen agresiva que el país se había granjeado en décadas previas. Ya nadie considera a nuestro país como potencialmente peligroso (excepto algún uruguayo, no sin motivos).
Limitaciones de los EEUU
Por otra parte, también cambio el mundo. La capacidad estadounidense para aplicar sanciones ha disminuido, porque están demasiado comprometidos con sus guerras como para darse el lujo de hacerse más enemigos. Además, la gran potencia norteamericana ha demostrado no estar a la altura del papel de gendarme mundial que pretendió ejercer.
Por cierto, no solo los argentinos sino también los brasileños nos convencimos acerca de las adversas consecuencias de continuar con planes nucleares y misilisticos independientes. Para evitar males mayores, debíamos someternos al corsé de los regimenes de no proliferación. Pero cuando llegaron las detonaciones de la India y Pakistán, países que no se sometieron, ¡no paso nada! Después llego la bomba norcoreana. Y ahora, con la amenaza iraní, esta por desencadenar un alud de programas nucleares. El 14 de abril el New York Times informaba que motivados por la natural paranoia engendrada por los ayatolas, Arabia Saudita, Egipto, Turquía y Siria están alentando programas atómicos propios.
En realidad esta situación no debería sorprender. Que los Estados Unidos no están bien dotados para ejercer una vigilancia exitosa de estas cuestiones es algo que analistas perspicaces comprendieron inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
En ese entonces, cuando los norteamericanos poseían un monopolio planetario del armamento nuclear, estadistas y pensadores de la talla de Winston Churchill y Bertrand Russsell abogaron por una guerra preventiva de Estados Unidos contra la Unión Soviética. El primero, un halcón conservador, era la antitesis del segundo, un pacifista extremo. No eran norteamericanos y sin embargo blandían la consigna de “usar el monopolio atómico para preservar el monopolio atómico”.(1)
En 1945, en un articulo titulado “Humanity’s Last Chance”, Russell razonaba que pretender que los Estados Unidos se desarmaran seria “utópico, porque implicaba la entrega voluntaria de la soberanía absoluta por parte de ese país”, pero que en cambio lo que no era utópico sino posible era que los norteamericanos les impusieran esa solución a los demás, apelando a su monopolio atómico. Se trataba de “la ultima oportunidad para la humanidad” porque solo a través de un monopolio atómico podría evitarse la proliferación nuclear en el largo plazo, condición indispensable para evitar una eventual guerra del fin del mundo.
Estos argumentos eran complementarios de los que formulo en su discurso del 3 de diciembre de 1947, cuando dijo que había que estar dispuesto “a ir a la guerra por este asunto”, en cuyo caso seria “altamente probable que el gobierno soviético cediera en esta cuestión. Si no lo hiciera, y si se forzara la cuestión dentro del próximo par de años, entonces solo un bando tendría las bombas y la guerra podría ser suficientemente corta como para no acarrear la ruina total”.(2)
Sin embargo, ni Russell ni Churchill creían que los norteamericanos fueran a seguir el rumbo aconsejado. ¿Por qué el escepticismo? Por un problema cultural que Russell diagnosticaba con la lucidez propia de su formación científica y cultura humanista:
“Si Estados Unidos fuese mas imperialista […] seria posible que los americanos usasen su posición de superioridad temporaria para insistir en el desarme, no solamente en Alemania y Japón, sino en todas partes excepto en Estados Unidos, o por lo menos en cualquier país que no estuviera dispuesto a entrar en una alianza militar estrecha con ese país, que involucrara la obligación de compartir secretos militares. Durante los próximos años, esta alianza podría ser impuesta; si fuesen necesarias una o dos guerras, serian breves y concluirían con una decisiva victoria norteamericana. De esta manera, se podría fundar una nueva Liga de las Naciones bajo liderazgo norteamericano, y la paz del mundo quedaría establecida. Pero me temo que su respeto por la justicia internacional le impedirá a Washington adoptar esta política”.(3)
Este diagnostico es paradójico a la luz de la visión popular de Estados Unidos como potencia imperialista. No obstante, el verdadero imperialismo viene junto a una vocación por la dominación de territorios ajenos, de la que los norteamericanos carecen casi por completo. Estos pueden haber expoliado económicamente a multitud de países minusvalidos, pero es precisamente a ellos y a sus presiones sobre las potencias europeas que se debe el fin de la era del colonialismo.
Este rasgo cultural, que a mi juicio es una grave deficiencia en el caso de una superpotencia, explica por que entre 1945 y 1949 dejaron escapar la oportunidad de evitar la proliferación en el futuro previsible, erradicando la posibilidad de un holocausto nuclear. Y es el mismo defecto el que luego impidió que fueran eficaces como guardianes del oligopolio nuclear de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones unidas.
Por cierto, los norteamericanos atacan cuando perciben una amenaza de parte de un adversario, pero nunca lo hacen si quien viola el orden es un país amigo, aunque sepan que nada garantiza que será su amigo por siempre. Esto es ausencia de verdadera vocación imperial. Y un país sin esa vocación jamás hubiera podido cumplir bien con el papel de gendarme del orden nuclear, porque la proliferación siempre engendra más proliferación, unos países imitando a otros, todos prisioneros del dilema de la seguridad.
Esto implica que cada vez serán más los Estados con armas nucleares. Y tarde o temprano, llegara el loco que apriete el botón, desencadenando las represalias que acaben con la vida humana. Todo siglo tiene su Hitler, y por culpa de este pecado de omisión norteamericano, el próximo nos destruirá a todos.
Moraleja
Frente a esta realidad lamentable, ¿cómo se ubica Argentina?
La primera reflexión que se nos impone es que, a pesar de todo, debemos estar orgullosos de haber contribuido, con nuestro sacrificio, a que el orden mundial sea un poco menos inseguro. Gracias a nuestra política, toda la región latinoamericana quedo bajo el paraguas del TNP, Brasil incluido, Esto no debe cambiar.
La segunda reflexión es que Estados Unidos nos fallo (a nosotros y a los brasileños), paradójicamente por falta de vocación imperial. Para convencer a nuestros pueblos y congresos de someternos al desigual régimen del TNP, argüimos que nada había más peligroso que desafiar a los norteamericanos en este plano. Pero cuando un país tan peligroso como Pakistán, cuya población se inscribe mayoritariamente en el fundamentalismo islámico, detono su bomba, ¡su gobierno siguió siendo aliado privilegiado de los Estados Unidos!
Finalmente, cabe anotar que, a pesar de las limitaciones impuestas por los asimétricos tratados vigentes, en nuestro vapuleado país la industria nuclear sigue cosechando éxitos. El reactor argentino recientemente inaugurado en Australia es la mejor prueba de que aquí no todo ha colapsado. Habiendo demostrado tal capacidad de supervivencia, esa actividad merece ser incentivada y homenajeada.
Por todo ello, debemos concluir que aunque la Argentina no debe apartarse del cumplimiento de las obligaciones que emanan del Tratado de No Proliferación, nunca más debe aceptar la imposición de acuerdos que limiten el desarrollo de tecnologías de vanguardia. Ya no se justificaría. Con el fluir de la historia, las ecuaciones del realismo periférico se han transformado.
(1) Bertrand Russell, “Humanity’s Last Chance”, Calvacade 7 (20 de octubre de 1945), p. 398.
(2) Pronunciado el 3 de diciembre de 1947 y publicado en United Empire 39, (enero/febrero de 1948): 18-21 cf. Ray Perkins “Bertran Russell and Preventive war”, in Bertrand Russell Society, Bertrand Russell on Nuclear War, Peace an language: Critical and Historical Essays, Praeger/Grenwood, 2002, p. 5.
(3) Ronald William Clark, The life of Bertrand Russell, Londres: Jonathan Cape, 1975, pp. 518 y 527-530, cf. George H Quester, Nuclear Monopoly, New Brusnswick, New Jersey: Transaction Publishers, 200, op. cit. p. 38.
Saludos
Argentina, EEUU y la cuestión nuclear
Por Carlos Escude
(El autor es director del Centro de Investigaciones Internacionales de la Universidad del CEMA, Investigador principal del CONICET. Autor de Realismo Periférico: fundamentos para la Nueva Política Exterior Argentina, editorial Planeta 1992)
El autor sostiene que si bien el país no debería apartarse del cumplimiento del Tratado de No Proliferación, nunca más debe aceptar la imposición de acuerdos que limiten el desarrollo de tecnologías de vanguardia.
En la década de 1990 la Argentina adopto una política exterior de cooperación con Occidente a la que llame “realismo periférico”. La mayor parte de la prensa local la tildo de “relaciones carnales”.
Esta política encuadro a nuestro país en todos los acuerdos vigentes contra las armas de destrucción masiva. La Argentina firmo y ratifico el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP), de orden global, y el de Tlatelolco, de alcance regional, interrumpió el enriquecimiento de uranio y sus esfuerzos por producir plutonio. Renuncio al misil balistico Cóndor II, que una vez puesto a punto hubiera podido recorrer mil kilómetros acarreando una ojiva nuclear de peso promedio. Restableció relaciones con el Reino Unido. Profundizo una amistad con Chile que había renacido durante la previa gestión radical. Y se alineo explícitamente con nuestra civilización de origen.
El realismo periférico y el TNP
Al adoptar estas medidas, cuestionadas desde un amplio espectro ideológico, el país abandono su rica historia de confrontaciones con las grandes potencias occidentales y algunos Estados vecinos. Debido a esa trayectoria, desde el exterior se nos percibía como un país potencialmente peligroso. Considérese que no necesitábamos uranio enriquecido, porque nuestros reactores funcionan con uranio natural. Que al misil Cóndor II lo habíamos desarrollado en sociedad con el Irak de Saddam Hussein. Y que el Estado que llevaba a cabo esos programas sospechosos era el mismo que en 1978 casi le hizo la Guerra a Chile y que en 1982 invadió las Malvinas.
Nuestro realismo periférico fue inspirado en la convicción de que un país con un perfil externo de esas características seria boicoteado por Occidente. Esta hipótesis, a su vez, se abonaba en trabajos historiográficos que documentaron las graves sanciones sufridas por Argentina como consecuencia de su dudosa actuación durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzando en 1984, desde el instituto Torcuato S. Di Tella se había desarrollado un amplio programa de investigaciones sobre estos temas, mucho antes de que alguien imaginara que Guido Di Tella seria canciller y Carlos Menem, presidente.
Mas allá de errores y aciertos, la política exterior argentina de la década del 90 tuvo un fundamento científico como pocas en el mundo. Y su motivación, aunque pueda suponerse malhadada, fue patriótica, no de cipayos. Busco eliminar aquellos obstáculos al desarrollo provenientes de un exceso de confrontaciones externas. Sus gestores sabían que una buena política exterior no puede por si sola generar desarrollo socioeconómico, pero entendían que una que desatara graves sanciones por parte de los poderosos podía destruir la posibilidad de progreso. Aunque externo, el caso de Irak ilustra trágicamente esta premisa.
Sin embargo, desde entonces muchas cosas han cambiado. Si el realismo periférico tuvo algún modesto éxito parcial, el principal fue la eliminación de la imagen agresiva que el país se había granjeado en décadas previas. Ya nadie considera a nuestro país como potencialmente peligroso (excepto algún uruguayo, no sin motivos).
Limitaciones de los EEUU
Por otra parte, también cambio el mundo. La capacidad estadounidense para aplicar sanciones ha disminuido, porque están demasiado comprometidos con sus guerras como para darse el lujo de hacerse más enemigos. Además, la gran potencia norteamericana ha demostrado no estar a la altura del papel de gendarme mundial que pretendió ejercer.
Por cierto, no solo los argentinos sino también los brasileños nos convencimos acerca de las adversas consecuencias de continuar con planes nucleares y misilisticos independientes. Para evitar males mayores, debíamos someternos al corsé de los regimenes de no proliferación. Pero cuando llegaron las detonaciones de la India y Pakistán, países que no se sometieron, ¡no paso nada! Después llego la bomba norcoreana. Y ahora, con la amenaza iraní, esta por desencadenar un alud de programas nucleares. El 14 de abril el New York Times informaba que motivados por la natural paranoia engendrada por los ayatolas, Arabia Saudita, Egipto, Turquía y Siria están alentando programas atómicos propios.
En realidad esta situación no debería sorprender. Que los Estados Unidos no están bien dotados para ejercer una vigilancia exitosa de estas cuestiones es algo que analistas perspicaces comprendieron inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial.
En ese entonces, cuando los norteamericanos poseían un monopolio planetario del armamento nuclear, estadistas y pensadores de la talla de Winston Churchill y Bertrand Russsell abogaron por una guerra preventiva de Estados Unidos contra la Unión Soviética. El primero, un halcón conservador, era la antitesis del segundo, un pacifista extremo. No eran norteamericanos y sin embargo blandían la consigna de “usar el monopolio atómico para preservar el monopolio atómico”.(1)
En 1945, en un articulo titulado “Humanity’s Last Chance”, Russell razonaba que pretender que los Estados Unidos se desarmaran seria “utópico, porque implicaba la entrega voluntaria de la soberanía absoluta por parte de ese país”, pero que en cambio lo que no era utópico sino posible era que los norteamericanos les impusieran esa solución a los demás, apelando a su monopolio atómico. Se trataba de “la ultima oportunidad para la humanidad” porque solo a través de un monopolio atómico podría evitarse la proliferación nuclear en el largo plazo, condición indispensable para evitar una eventual guerra del fin del mundo.
Estos argumentos eran complementarios de los que formulo en su discurso del 3 de diciembre de 1947, cuando dijo que había que estar dispuesto “a ir a la guerra por este asunto”, en cuyo caso seria “altamente probable que el gobierno soviético cediera en esta cuestión. Si no lo hiciera, y si se forzara la cuestión dentro del próximo par de años, entonces solo un bando tendría las bombas y la guerra podría ser suficientemente corta como para no acarrear la ruina total”.(2)
Sin embargo, ni Russell ni Churchill creían que los norteamericanos fueran a seguir el rumbo aconsejado. ¿Por qué el escepticismo? Por un problema cultural que Russell diagnosticaba con la lucidez propia de su formación científica y cultura humanista:
“Si Estados Unidos fuese mas imperialista […] seria posible que los americanos usasen su posición de superioridad temporaria para insistir en el desarme, no solamente en Alemania y Japón, sino en todas partes excepto en Estados Unidos, o por lo menos en cualquier país que no estuviera dispuesto a entrar en una alianza militar estrecha con ese país, que involucrara la obligación de compartir secretos militares. Durante los próximos años, esta alianza podría ser impuesta; si fuesen necesarias una o dos guerras, serian breves y concluirían con una decisiva victoria norteamericana. De esta manera, se podría fundar una nueva Liga de las Naciones bajo liderazgo norteamericano, y la paz del mundo quedaría establecida. Pero me temo que su respeto por la justicia internacional le impedirá a Washington adoptar esta política”.(3)
Este diagnostico es paradójico a la luz de la visión popular de Estados Unidos como potencia imperialista. No obstante, el verdadero imperialismo viene junto a una vocación por la dominación de territorios ajenos, de la que los norteamericanos carecen casi por completo. Estos pueden haber expoliado económicamente a multitud de países minusvalidos, pero es precisamente a ellos y a sus presiones sobre las potencias europeas que se debe el fin de la era del colonialismo.
Este rasgo cultural, que a mi juicio es una grave deficiencia en el caso de una superpotencia, explica por que entre 1945 y 1949 dejaron escapar la oportunidad de evitar la proliferación en el futuro previsible, erradicando la posibilidad de un holocausto nuclear. Y es el mismo defecto el que luego impidió que fueran eficaces como guardianes del oligopolio nuclear de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones unidas.
Por cierto, los norteamericanos atacan cuando perciben una amenaza de parte de un adversario, pero nunca lo hacen si quien viola el orden es un país amigo, aunque sepan que nada garantiza que será su amigo por siempre. Esto es ausencia de verdadera vocación imperial. Y un país sin esa vocación jamás hubiera podido cumplir bien con el papel de gendarme del orden nuclear, porque la proliferación siempre engendra más proliferación, unos países imitando a otros, todos prisioneros del dilema de la seguridad.
Esto implica que cada vez serán más los Estados con armas nucleares. Y tarde o temprano, llegara el loco que apriete el botón, desencadenando las represalias que acaben con la vida humana. Todo siglo tiene su Hitler, y por culpa de este pecado de omisión norteamericano, el próximo nos destruirá a todos.
Moraleja
Frente a esta realidad lamentable, ¿cómo se ubica Argentina?
La primera reflexión que se nos impone es que, a pesar de todo, debemos estar orgullosos de haber contribuido, con nuestro sacrificio, a que el orden mundial sea un poco menos inseguro. Gracias a nuestra política, toda la región latinoamericana quedo bajo el paraguas del TNP, Brasil incluido, Esto no debe cambiar.
La segunda reflexión es que Estados Unidos nos fallo (a nosotros y a los brasileños), paradójicamente por falta de vocación imperial. Para convencer a nuestros pueblos y congresos de someternos al desigual régimen del TNP, argüimos que nada había más peligroso que desafiar a los norteamericanos en este plano. Pero cuando un país tan peligroso como Pakistán, cuya población se inscribe mayoritariamente en el fundamentalismo islámico, detono su bomba, ¡su gobierno siguió siendo aliado privilegiado de los Estados Unidos!
Finalmente, cabe anotar que, a pesar de las limitaciones impuestas por los asimétricos tratados vigentes, en nuestro vapuleado país la industria nuclear sigue cosechando éxitos. El reactor argentino recientemente inaugurado en Australia es la mejor prueba de que aquí no todo ha colapsado. Habiendo demostrado tal capacidad de supervivencia, esa actividad merece ser incentivada y homenajeada.
Por todo ello, debemos concluir que aunque la Argentina no debe apartarse del cumplimiento de las obligaciones que emanan del Tratado de No Proliferación, nunca más debe aceptar la imposición de acuerdos que limiten el desarrollo de tecnologías de vanguardia. Ya no se justificaría. Con el fluir de la historia, las ecuaciones del realismo periférico se han transformado.
(1) Bertrand Russell, “Humanity’s Last Chance”, Calvacade 7 (20 de octubre de 1945), p. 398.
(2) Pronunciado el 3 de diciembre de 1947 y publicado en United Empire 39, (enero/febrero de 1948): 18-21 cf. Ray Perkins “Bertran Russell and Preventive war”, in Bertrand Russell Society, Bertrand Russell on Nuclear War, Peace an language: Critical and Historical Essays, Praeger/Grenwood, 2002, p. 5.
(3) Ronald William Clark, The life of Bertrand Russell, Londres: Jonathan Cape, 1975, pp. 518 y 527-530, cf. George H Quester, Nuclear Monopoly, New Brusnswick, New Jersey: Transaction Publishers, 200, op. cit. p. 38.
Saludos