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<blockquote data-quote="Sebastian" data-source="post: 2039843" data-attributes="member: 8629"><p>Parte 2</p><p></p><p><span style="font-size: 15px"><strong>Análisis descartados</strong></span></p><p>Durante el proceso de limpieza, un equipo médico reunió más de 1500 muestras de orina del personal que hizo la limpieza para calcular la cantidad de plutonio que absorbían. Cuanto mayor fuera el nivel que había en las muestras, mayor era el riesgo.</p><p></p><p>Esos análisis siguen siendo el resultado más interesante de aquella limpieza. Dicen que 10 hombres absorbieron más de lo considerado seguro y que el resto, hasta 1500, salieron sanos. Todavía hoy esos exámenes son los que le sirven a la Fuerza Aérea para decir que los soldados nunca resultaron afectados por la radiación. Pero quienes hicieron esos análisis dicen que servían de poco a la hora de determinar quién se había expuesto.</p><p></p><p>“¿Seguimos un protocolo? Por supuesto que no. No teníamos ni el tiempo ni el equipo necesario”, dijo Victor Skaar, quien ahora tiene 79 años y trabajó en el equipo que hizo las pruebas. La manera de determinar el nivel de contaminación era recoger la orina de 12 horas. Pero solo recogió una de la mayoría de los soldados e, incluso, la de muchos nunca fue analizada.</p><p></p><p>Skaar envió muestras al jefe de análisis de radiación de la Fuerza Aérea, el doctor Lawrence Odland, que descubrió valores altos, pero decidió que esas cifras no eran peligrosas para la salud y se debían al plutonio suelto por el campo que había contaminado las manos de los hombres, su ropa y lo que les rodeaba. El médico descartó 1000 muestras, 67 por ciento, entre las que se encontraban todas las tomadas los primeros días, cuando la exposición era mayor.</p><p></p><p>Ahora de 94 años, y con una mansión victoriana en Hillsboro, Ohio, Odland tiene una foto del accidente de Groenlandia en su casa. Y cuestiona cómo actuó.</p><p></p><p>“No teníamos manera de saber qué venía de la contaminación y qué era producto de la inhalación. ¿Se acababa el mundo o estaba todo bien? Tuve que tomar una decisión”.</p><p></p><p>Dice que nunca tuvo resultados precisos para cientos de hombres que pudieron haber estado contaminados. Además, se dio cuenta rápidamente de que el plutonio en los pulmones no tenía por qué aparecer en los análisis de orina y que aún con pruebas limpias, un hombre podía estar contaminado.</p><p></p><p>“Es triste, por supuesto. Es triste, pero ¿qué puedes hacer? El plutonio no se expulsa, el cáncer no se cura. Lo único que puedes hacer es agachar la cabeza y decir que lo sientes”.</p><p></p><p><span style="font-size: 15px">Sin seguimiento alguno</span></p><p>Convencido de que las muestras de orina no estaban bien, Odland intentó convencer a la Fuerza Aérea para que siguiera a esos hombres durante toda su vida y registrara los datos resultantes. Expertos de la Fuerza Aérea, la Armada, el Departamento de Asuntos de los Veteranos y la Comisión de Energía Atómica se reunieron para poner eso en marcha después de la limpieza.</p><p></p><p>Un general de la Fuerza Aérea dijo que ese seguimiento era “esencial” y que seguir a esos hombres hasta la tumba arrojaría “datos muy necesarios”.</p><p></p><p>Quienes lo organizaron propusieron que se omitiera informar a los soldados sobre su exposición a la radiación y dejar los detalles de los resultados fuera de sus historiales médicos, según las minutas de la reunión. Pensaron que informarles “prepararía el camino para acciones legales”.</p><p></p><p>El plan era que Odland y su equipo siguieran a los hombres, pero en cuestión de meses se toparon con un muro.</p><p></p><p>“No tiene apoyo del Departamento de Defensa para ir tras los que quedan o mantener un registro real debido a la política del ‘perro dormido’”, se lee en un memorando de la Comisión de la Energía Atómica de 1967.</p><p></p><p>“¿Qué significa la política del perro dormido? Dejar el asunto en paz. Dejar que muriera. No estaba de acuerdo. Por supuesto que no”, dijo Odland. “Todo el mundo había decidido que teníamos que cuidar a estos chicos y de repente llegó una orden de arriba que dijo que nos deshiciéramos del tema”.</p><p></p><p>Odland no sabe quién dio la orden para detener el seguimiento, pero como en la reunión incluyeron a todas las agencias y al departamento de los veteranos, la orden tuvo que venir de muy arriba.</p><p></p><p>La Fuerza Aérea desmanteló el programa en 1968. El grupo “permanente” solo se reunió una vez.</p><p><img src="https://static01.nyt.com/images/2016/06/09/universal/es/13PLUTONIUM2-copy/13PLUTONIUM2-master675.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /> </p><p>Personal de la Fuerza Aérea con mascarillas protectoras y guantes en la zona en la que aparecieron tres de las bombas. Credit Fuerza Aérea de Estados Unidos</p><p><span style="font-size: 15px">Tras la limpieza, la enfermedad</span></p><p>Los soldados comenzaron a sentirse mal poco después de terminar de limpiar. Hombres sanos de 20 años caían redondos por dolor en las articulaciones, en la espalda y por debilidad. Los médicos les decían que era artritis. Un policía militar tenía una sinusitis tan fuerte que se golpeaba la cabeza contra el suelo para que algo le distrajese del dolor. Los médicos le dijeron que era alergia.</p><p></p><p>Algunos hombres comenzaron a tener erupciones. Un miembro de la Fuerza Aérea, Noris Paul, tuvo quistes tan graves que en 1967 estuvo seis meses hospitalizado y se volvió estéril.</p><p></p><p>“Nadie supo explicarme qué me pasaba”, dijo.</p><p></p><p>Arthur Kindler, uno de los soldados que estaba encargado de comestibles, llegó a estar tan cubierto de plutonio los días siguientes a las explosiones, que le hicieron bañarse en el mar y se llevaron su ropa. Tuvo cáncer de testículos cuatro años después del accidente y una extraña infección pulmonar estuvo a punto de terminar con su vida. Desde entonces ha tenido cáncer en los ganglios linfáticos tres veces.</p><p></p><p>“Me llevó mucho tiempo comenzar a darme cuenta de que esto tenía que ver con la limpieza de las bombas”, dijo Kindler, que ahora tiene 74 años y vive en Tucson, Arizona. “Tienes que comprender que nos dijeron que era seguro. Éramos jóvenes, confiábamos. ¿Por qué iban a mentirnos?”.</p><p></p><p>Kindler pidió ayuda dos veces al Departamento de Asuntos de los Veteranos. “La negaron”, explicó. “Eventualmente tiré la toalla”.</p><p></p><p><span style="font-size: 12px">El seguimiento español</span></p><p>Estados Unidos prometió pagar el seguimiento del estado de salud del pueblo, pero por décadas solo costeó el 15 por ciento y España pagaría el resto, de acuerdo con un resumen desclasificado del Departamento de Energía. Las estaciones de monitoreo de aire se quedaron sin mantenimiento y el equipo habitualmente era viejo y poco confiable. A principios de los setenta, un investigador de la Comisión de Energía Atómica señaló que el monitoreo que hacían los españoles consistía en un solo estudiante.</p><p></p><p>Se supo que dos niños que murieron de leucemia nunca fueron analizados. Los científicos españoles que estudiaban el estado de la población le dijeron a sus contrapartes en Estados Unidos, en un memorando fechado en 1976, que debido a los casos de leucemia, Palomares “necesitaba algún tipo se seguimiento médico de la población para identificar enfermedades y muertes”. Pero nunca sucedió.</p><p></p><p>A finales de los noventa, después de que España presionara durante años, Estados Unidos aceptó incrementar la financiación. Se hicieron investigaciones en el pueblo que encontraron cifras altas de contaminación que no habían sido detectadas, incluyendo zonas en las que la radiación multiplicaba por 20 el nivel permitido en zonas no habitadas. En 2004, el gobierno español levantó vallas alrededor de las zonas contaminadas cerca de los cráteres que dejaron las bombas.</p><p></p><p>Desde entonces, España ha pedido a Estados Unidos que termine de limpiar el lugar. Debido a que el monitoreo no fue constante, no está claro el impacto sobre la salud. Un pequeño estudio sobre la mortalidad realizado en 2005 encontró que la incidencia del cáncer había aumentado en el pueblo. Pero su autor, Pedro Antonio Martínez Pinilla, advirtió que el resultado podría deberse al margen de error y pidió que se investigara más.</p><p></p><p>Por aquella época, en el Departamento de Energía, el científico Terry Hamilton propuso otro estudio en el que señalaba que las técnicas de seguimiento utilizadas por España presentaban problemas. “Está claro que no entendían correctamente el consumo de plutonio”. El departamento rechazó su petición.</p><p></p><p>Las autoridades españolas dicen que el miedo puede haberse exagerado. Yolanda Benito, que dirige el departamento de medio ambiente de la Agencia de Energía nuclear Española, Ciemat, dice que no hay muestras de un incremento del cáncer en Palomares. “Desde un punto de vista científico, no hay nada que nos permita trazar una relación entre el cáncer y el accidente”, dijo.</p><p></p><p>Cerca de una quinta parte del plutonio que se derramó en 1966 todavía contamina la zona. Después de años de presión, en 2015 Estados Unidos acordó con España retirar el plutonio que queda, pero no hay calendario ni plan aprobado para que eso suceda.</p><p><img src="https://static01.nyt.com/images/2016/06/09/universal/es/13PLUTONIUM10-copy/13PLUTONIUM10-master675.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Kindler, uno de los soldados que trabajó en la limpieza de las bombas de Palomares, estaba tan cubierto de plutonio que le pidieron que se lavase en el mar. Tuvo cáncer de testículos cuatro años después del accidente. Credit Raymond McCrea Jones para The New York Times</p><p><span style="font-size: 12px"><strong>Voy a decir lo que tengo que decir</strong></span></p><p>Un mañana lluviosa, hace poco tiempo, Nona Watson, profesora jubilada en Buckhead, Georgia, le abrió la puerta de un centro de salud para veteranos a su marido, Nolan Watson. Cojeaba y temblaba. Sus manos no podían asirse al bastón.</p><p></p><p>Watson durmió en el polvo a pocos metros de uno de los cráteres el día después de la explosión. Tenía 22 años y cuidaba a los perros. Un año después tenía dolores de cabeza que le impedían ver y las caderas tan rígidas que apenas podía caminar. Entonces pidió ayuda al Departamento de Asuntos de los Veteranos. Lo rechazaron. Durante años tuvo dolores en las articulaciones, piedras en el riñón y cáncer en la piel. En 2002 le diagnosticaron cáncer de riñón. En 2010 el cáncer apareció de nuevo en el otro riñón. Unos exámenes de sangre recientes sugirieron que también tiene leucemia.</p><p></p><p>“Arruinó mi vida. Era joven, estaba en forma. Pero desde entonces no he dejado de tener problemas”.</p><p></p><p>Watson, hoy de 73 años, presentó una queja que fue denegada y ahora se encuentra en proceso de apelación. Otros veteranos de Palomares ya le han dicho que es una pérdida de tiempo. Solo un veterano, que ellos sepan, ha conseguido que se reconozca que fue afectado por la radiación y le llevó 10 años. Al final ya estaba carcomido por cáncer de estómago.</p><p></p><p>De todas formas Watson quería dar su testimonio personal sobre la exposición al plutonio.</p><p></p><p>En la sala de espera comenzó a sangrar por la nariz. Hace algunos años, después de que denegaran su primera queja, su mujer comenzó a recopilar documentos oficiales viejos, con la esperanza de encontrar algo que probase que la Fuerza Aérea encubría lo sucedido en Palomares. Quizás, se dijo, podría encontrar pruebas suficientes como para que las autoridades lo reconsideraran.</p><p></p><p>Halló informes de más de 40 años de antigüedad que confirmaban las historias de los hombres: altos niveles de radioactividad y pocas medidas de seguridad. Pero el hallazgo más incómodo fue un estudio realizado en 2001 que evaluaba de nuevo la contaminación en los veteranos de Palomares.</p><p></p><p>El estudio encontró que los exámenes de orina antiguos estaban tan mal hechos que no “eran útiles” y la Fuerza Aérea debía repetirlos.</p><p></p><p>La señora Watson sabía que esos exámenes no se habían repetido y llamó al Servicio Médico de la Fuerza Aérea para preguntar el motivo. No consiguió ninguna respuesta clara y le pidió a su congresista de aquel momento, un republicano llamado Paul Broun, que enviara una carta a la Fuerza Aérea. El congresista tampoco logró una respuesta satisfactoria y aprobó una norma que exigía que la Fuerza Aérea le respondiese al congreso.</p><p></p><p>En 2013, la Fuerza Aérea envió la respuesta que se exigía en una carta al Comité de las Fuerzas Armadas del Congreso. Para consternación de la señora Watson, se limitaba a hacer eco de la respuesta que ya habían recibido tanto ella como el congresista: los nuevos exámenes recomendados en 2001 ya “no eran necesarios” porque las tropas habían tenido equipamiento para su protección y los exámenes de orina originales mostraban que casi nadie había estado expuesto a la radiactividad.</p><p></p><p>Documentos desclasificados y testimonios de testigos cuestionan seriamente la exactitud del informe de la Fuerza Aérea al congreso.</p><p></p><p>Después de enviar la carta, el servicio médico de la Fuerza Aérea retiró de su página web el informe de 2001, sin dar aviso.</p><p></p><p>En una entrevista en su casa, la señora Watson dijo: “Comencé a adentrarme en esto pensando que se trataba solo de un error. Pero después descubrí que trataban de encubrir algo”.</p><p></p><p>El coronel Kirk Philips, que supervisa el programa de radiación del Servicio Médico de la Fuerza Aérea, dijo en una entrevista reciente que la Fuerza Aérea ha tratado de hacer lo mejor con los veteranos de Palomares. Retiró el informe porque no quería alimentar las expectativas de los veteranos y temía que los lectores lo encontraran “confuso”.</p><p></p><p>“Tenemos un gran número de veteranos que creemos que nunca estuvieron expuestos”, dijo. También que los niveles de radiación en Palomares fueron bajos y que los hombres iban protegidos.</p><p></p><p>Repetir los exámenes con técnicas más modernas y precisas, como se sugería en el informe de 2011, podría revelar niveles de radiactividad incluso menores, y tendría como consecuencia que los veteranos recibieran una compensación menor aún.</p><p></p><p>“Creemos que repetir las pruebas sería un error. Podría perjudicarles”.</p><p></p><p>Para ayudar a los veteranos, dijo, la Fuerza Aérea dejó de usar los exámenes de orina antiguos en 2013 y dio a todos los soldados que limpiaron el lugar una dosis de radiación más alta de la hallada en los resultados originales para “darles el beneficio de la duda”.</p><p></p><p>Recibieron una dosis de 0,31 rem, la unidad que mide la absorción en radiología. Demasiado pequeña para que tengan derecho a recibir atención sanitaria del sistema de salud de los veteranos. A los veteranos que limpiaron el accidente de Groenlandia, similar al de Palomares, les fue asignada una dosis de radiación cero.</p><p></p><p>La señora Watson, que ha estudiado a detalle los informes y resultados de los exámenes realizados en Palomares, dijo que los análisis del aire no reflejaban lo que absorbieron aquellos que trabajaron cerca de los cráteres. “Hasta donde sé, no se basa en nada y no servirá. Una se pregunta por qué se tomaron la molestia”.</p><p></p><p>Mientras esperaba junto a su marido, explicó cómo esperaba que su apelación fuera rechazada. Dijera lo que dijera en su testimonio no tenía pruebas y el departamento de veteranos se remitiría a los exámenes de orina para decir que nadie había sido afectado. Al soldado nunca le habían hecho un examen de orina y ahora era imposible porque el cáncer ya se había llevado gran parte de sus dos riñones.</p><p></p><p>Si la apelación llegara a tener éxito. Watson tendría cubiertos sus costos sanitarios y conseguiría una pequeña pensión por incapacidad.</p><p></p><p>“Pero no lo hago por eso”, dijo mientras se limpiaba la nariz. “No lo hago por dinero”.</p><p></p><p>No cree que vaya a vivir los suficiente para conseguir mucho. Sobre todo, quiere que se aclare lo ocurrido. Quiere decirle a la Fuerza Aérea que tanto él como los hombres junto a los que sirvió, importan lo suficiente como para saber la verdad”.</p><p></p><p>“Voy a decir lo que tengo que decir. Saben que todo esto es una mentira”.</p><p></p><p>Raphael Minder contribuyó desde Palomares, España.</p><p><a href="http://www.nytimes.com/es/2016/06/21/las-consecuencias-ocultas-de-un-accidente-nuclear-en-espana-causado-por-estados-unidos/">http://www.nytimes.com/es/2016/06/21/las-consecuencias-ocultas-de-un-accidente-nuclear-en-espana-causado-por-estados-unidos/</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Sebastian, post: 2039843, member: 8629"] Parte 2 [SIZE=4][B]Análisis descartados[/B][/SIZE] Durante el proceso de limpieza, un equipo médico reunió más de 1500 muestras de orina del personal que hizo la limpieza para calcular la cantidad de plutonio que absorbían. Cuanto mayor fuera el nivel que había en las muestras, mayor era el riesgo. Esos análisis siguen siendo el resultado más interesante de aquella limpieza. Dicen que 10 hombres absorbieron más de lo considerado seguro y que el resto, hasta 1500, salieron sanos. Todavía hoy esos exámenes son los que le sirven a la Fuerza Aérea para decir que los soldados nunca resultaron afectados por la radiación. Pero quienes hicieron esos análisis dicen que servían de poco a la hora de determinar quién se había expuesto. “¿Seguimos un protocolo? Por supuesto que no. No teníamos ni el tiempo ni el equipo necesario”, dijo Victor Skaar, quien ahora tiene 79 años y trabajó en el equipo que hizo las pruebas. La manera de determinar el nivel de contaminación era recoger la orina de 12 horas. Pero solo recogió una de la mayoría de los soldados e, incluso, la de muchos nunca fue analizada. Skaar envió muestras al jefe de análisis de radiación de la Fuerza Aérea, el doctor Lawrence Odland, que descubrió valores altos, pero decidió que esas cifras no eran peligrosas para la salud y se debían al plutonio suelto por el campo que había contaminado las manos de los hombres, su ropa y lo que les rodeaba. El médico descartó 1000 muestras, 67 por ciento, entre las que se encontraban todas las tomadas los primeros días, cuando la exposición era mayor. Ahora de 94 años, y con una mansión victoriana en Hillsboro, Ohio, Odland tiene una foto del accidente de Groenlandia en su casa. Y cuestiona cómo actuó. “No teníamos manera de saber qué venía de la contaminación y qué era producto de la inhalación. ¿Se acababa el mundo o estaba todo bien? Tuve que tomar una decisión”. Dice que nunca tuvo resultados precisos para cientos de hombres que pudieron haber estado contaminados. Además, se dio cuenta rápidamente de que el plutonio en los pulmones no tenía por qué aparecer en los análisis de orina y que aún con pruebas limpias, un hombre podía estar contaminado. “Es triste, por supuesto. Es triste, pero ¿qué puedes hacer? El plutonio no se expulsa, el cáncer no se cura. Lo único que puedes hacer es agachar la cabeza y decir que lo sientes”. [SIZE=4]Sin seguimiento alguno[/SIZE] Convencido de que las muestras de orina no estaban bien, Odland intentó convencer a la Fuerza Aérea para que siguiera a esos hombres durante toda su vida y registrara los datos resultantes. Expertos de la Fuerza Aérea, la Armada, el Departamento de Asuntos de los Veteranos y la Comisión de Energía Atómica se reunieron para poner eso en marcha después de la limpieza. Un general de la Fuerza Aérea dijo que ese seguimiento era “esencial” y que seguir a esos hombres hasta la tumba arrojaría “datos muy necesarios”. Quienes lo organizaron propusieron que se omitiera informar a los soldados sobre su exposición a la radiación y dejar los detalles de los resultados fuera de sus historiales médicos, según las minutas de la reunión. Pensaron que informarles “prepararía el camino para acciones legales”. El plan era que Odland y su equipo siguieran a los hombres, pero en cuestión de meses se toparon con un muro. “No tiene apoyo del Departamento de Defensa para ir tras los que quedan o mantener un registro real debido a la política del ‘perro dormido’”, se lee en un memorando de la Comisión de la Energía Atómica de 1967. “¿Qué significa la política del perro dormido? Dejar el asunto en paz. Dejar que muriera. No estaba de acuerdo. Por supuesto que no”, dijo Odland. “Todo el mundo había decidido que teníamos que cuidar a estos chicos y de repente llegó una orden de arriba que dijo que nos deshiciéramos del tema”. Odland no sabe quién dio la orden para detener el seguimiento, pero como en la reunión incluyeron a todas las agencias y al departamento de los veteranos, la orden tuvo que venir de muy arriba. La Fuerza Aérea desmanteló el programa en 1968. El grupo “permanente” solo se reunió una vez. [IMG]https://static01.nyt.com/images/2016/06/09/universal/es/13PLUTONIUM2-copy/13PLUTONIUM2-master675.jpg[/IMG] Personal de la Fuerza Aérea con mascarillas protectoras y guantes en la zona en la que aparecieron tres de las bombas. Credit Fuerza Aérea de Estados Unidos [SIZE=4]Tras la limpieza, la enfermedad[/SIZE] Los soldados comenzaron a sentirse mal poco después de terminar de limpiar. Hombres sanos de 20 años caían redondos por dolor en las articulaciones, en la espalda y por debilidad. Los médicos les decían que era artritis. Un policía militar tenía una sinusitis tan fuerte que se golpeaba la cabeza contra el suelo para que algo le distrajese del dolor. Los médicos le dijeron que era alergia. Algunos hombres comenzaron a tener erupciones. Un miembro de la Fuerza Aérea, Noris Paul, tuvo quistes tan graves que en 1967 estuvo seis meses hospitalizado y se volvió estéril. “Nadie supo explicarme qué me pasaba”, dijo. Arthur Kindler, uno de los soldados que estaba encargado de comestibles, llegó a estar tan cubierto de plutonio los días siguientes a las explosiones, que le hicieron bañarse en el mar y se llevaron su ropa. Tuvo cáncer de testículos cuatro años después del accidente y una extraña infección pulmonar estuvo a punto de terminar con su vida. Desde entonces ha tenido cáncer en los ganglios linfáticos tres veces. “Me llevó mucho tiempo comenzar a darme cuenta de que esto tenía que ver con la limpieza de las bombas”, dijo Kindler, que ahora tiene 74 años y vive en Tucson, Arizona. “Tienes que comprender que nos dijeron que era seguro. Éramos jóvenes, confiábamos. ¿Por qué iban a mentirnos?”. Kindler pidió ayuda dos veces al Departamento de Asuntos de los Veteranos. “La negaron”, explicó. “Eventualmente tiré la toalla”. [SIZE=3]El seguimiento español[/SIZE] Estados Unidos prometió pagar el seguimiento del estado de salud del pueblo, pero por décadas solo costeó el 15 por ciento y España pagaría el resto, de acuerdo con un resumen desclasificado del Departamento de Energía. Las estaciones de monitoreo de aire se quedaron sin mantenimiento y el equipo habitualmente era viejo y poco confiable. A principios de los setenta, un investigador de la Comisión de Energía Atómica señaló que el monitoreo que hacían los españoles consistía en un solo estudiante. Se supo que dos niños que murieron de leucemia nunca fueron analizados. Los científicos españoles que estudiaban el estado de la población le dijeron a sus contrapartes en Estados Unidos, en un memorando fechado en 1976, que debido a los casos de leucemia, Palomares “necesitaba algún tipo se seguimiento médico de la población para identificar enfermedades y muertes”. Pero nunca sucedió. A finales de los noventa, después de que España presionara durante años, Estados Unidos aceptó incrementar la financiación. Se hicieron investigaciones en el pueblo que encontraron cifras altas de contaminación que no habían sido detectadas, incluyendo zonas en las que la radiación multiplicaba por 20 el nivel permitido en zonas no habitadas. En 2004, el gobierno español levantó vallas alrededor de las zonas contaminadas cerca de los cráteres que dejaron las bombas. Desde entonces, España ha pedido a Estados Unidos que termine de limpiar el lugar. Debido a que el monitoreo no fue constante, no está claro el impacto sobre la salud. Un pequeño estudio sobre la mortalidad realizado en 2005 encontró que la incidencia del cáncer había aumentado en el pueblo. Pero su autor, Pedro Antonio Martínez Pinilla, advirtió que el resultado podría deberse al margen de error y pidió que se investigara más. Por aquella época, en el Departamento de Energía, el científico Terry Hamilton propuso otro estudio en el que señalaba que las técnicas de seguimiento utilizadas por España presentaban problemas. “Está claro que no entendían correctamente el consumo de plutonio”. El departamento rechazó su petición. Las autoridades españolas dicen que el miedo puede haberse exagerado. Yolanda Benito, que dirige el departamento de medio ambiente de la Agencia de Energía nuclear Española, Ciemat, dice que no hay muestras de un incremento del cáncer en Palomares. “Desde un punto de vista científico, no hay nada que nos permita trazar una relación entre el cáncer y el accidente”, dijo. Cerca de una quinta parte del plutonio que se derramó en 1966 todavía contamina la zona. Después de años de presión, en 2015 Estados Unidos acordó con España retirar el plutonio que queda, pero no hay calendario ni plan aprobado para que eso suceda. [IMG]https://static01.nyt.com/images/2016/06/09/universal/es/13PLUTONIUM10-copy/13PLUTONIUM10-master675.jpg[/IMG] Kindler, uno de los soldados que trabajó en la limpieza de las bombas de Palomares, estaba tan cubierto de plutonio que le pidieron que se lavase en el mar. Tuvo cáncer de testículos cuatro años después del accidente. Credit Raymond McCrea Jones para The New York Times [SIZE=3][B]Voy a decir lo que tengo que decir[/B][/SIZE] Un mañana lluviosa, hace poco tiempo, Nona Watson, profesora jubilada en Buckhead, Georgia, le abrió la puerta de un centro de salud para veteranos a su marido, Nolan Watson. Cojeaba y temblaba. Sus manos no podían asirse al bastón. Watson durmió en el polvo a pocos metros de uno de los cráteres el día después de la explosión. Tenía 22 años y cuidaba a los perros. Un año después tenía dolores de cabeza que le impedían ver y las caderas tan rígidas que apenas podía caminar. Entonces pidió ayuda al Departamento de Asuntos de los Veteranos. Lo rechazaron. Durante años tuvo dolores en las articulaciones, piedras en el riñón y cáncer en la piel. En 2002 le diagnosticaron cáncer de riñón. En 2010 el cáncer apareció de nuevo en el otro riñón. Unos exámenes de sangre recientes sugirieron que también tiene leucemia. “Arruinó mi vida. Era joven, estaba en forma. Pero desde entonces no he dejado de tener problemas”. Watson, hoy de 73 años, presentó una queja que fue denegada y ahora se encuentra en proceso de apelación. Otros veteranos de Palomares ya le han dicho que es una pérdida de tiempo. Solo un veterano, que ellos sepan, ha conseguido que se reconozca que fue afectado por la radiación y le llevó 10 años. Al final ya estaba carcomido por cáncer de estómago. De todas formas Watson quería dar su testimonio personal sobre la exposición al plutonio. En la sala de espera comenzó a sangrar por la nariz. Hace algunos años, después de que denegaran su primera queja, su mujer comenzó a recopilar documentos oficiales viejos, con la esperanza de encontrar algo que probase que la Fuerza Aérea encubría lo sucedido en Palomares. Quizás, se dijo, podría encontrar pruebas suficientes como para que las autoridades lo reconsideraran. Halló informes de más de 40 años de antigüedad que confirmaban las historias de los hombres: altos niveles de radioactividad y pocas medidas de seguridad. Pero el hallazgo más incómodo fue un estudio realizado en 2001 que evaluaba de nuevo la contaminación en los veteranos de Palomares. El estudio encontró que los exámenes de orina antiguos estaban tan mal hechos que no “eran útiles” y la Fuerza Aérea debía repetirlos. La señora Watson sabía que esos exámenes no se habían repetido y llamó al Servicio Médico de la Fuerza Aérea para preguntar el motivo. No consiguió ninguna respuesta clara y le pidió a su congresista de aquel momento, un republicano llamado Paul Broun, que enviara una carta a la Fuerza Aérea. El congresista tampoco logró una respuesta satisfactoria y aprobó una norma que exigía que la Fuerza Aérea le respondiese al congreso. En 2013, la Fuerza Aérea envió la respuesta que se exigía en una carta al Comité de las Fuerzas Armadas del Congreso. Para consternación de la señora Watson, se limitaba a hacer eco de la respuesta que ya habían recibido tanto ella como el congresista: los nuevos exámenes recomendados en 2001 ya “no eran necesarios” porque las tropas habían tenido equipamiento para su protección y los exámenes de orina originales mostraban que casi nadie había estado expuesto a la radiactividad. Documentos desclasificados y testimonios de testigos cuestionan seriamente la exactitud del informe de la Fuerza Aérea al congreso. Después de enviar la carta, el servicio médico de la Fuerza Aérea retiró de su página web el informe de 2001, sin dar aviso. En una entrevista en su casa, la señora Watson dijo: “Comencé a adentrarme en esto pensando que se trataba solo de un error. Pero después descubrí que trataban de encubrir algo”. El coronel Kirk Philips, que supervisa el programa de radiación del Servicio Médico de la Fuerza Aérea, dijo en una entrevista reciente que la Fuerza Aérea ha tratado de hacer lo mejor con los veteranos de Palomares. Retiró el informe porque no quería alimentar las expectativas de los veteranos y temía que los lectores lo encontraran “confuso”. “Tenemos un gran número de veteranos que creemos que nunca estuvieron expuestos”, dijo. También que los niveles de radiación en Palomares fueron bajos y que los hombres iban protegidos. Repetir los exámenes con técnicas más modernas y precisas, como se sugería en el informe de 2011, podría revelar niveles de radiactividad incluso menores, y tendría como consecuencia que los veteranos recibieran una compensación menor aún. “Creemos que repetir las pruebas sería un error. Podría perjudicarles”. Para ayudar a los veteranos, dijo, la Fuerza Aérea dejó de usar los exámenes de orina antiguos en 2013 y dio a todos los soldados que limpiaron el lugar una dosis de radiación más alta de la hallada en los resultados originales para “darles el beneficio de la duda”. Recibieron una dosis de 0,31 rem, la unidad que mide la absorción en radiología. Demasiado pequeña para que tengan derecho a recibir atención sanitaria del sistema de salud de los veteranos. A los veteranos que limpiaron el accidente de Groenlandia, similar al de Palomares, les fue asignada una dosis de radiación cero. La señora Watson, que ha estudiado a detalle los informes y resultados de los exámenes realizados en Palomares, dijo que los análisis del aire no reflejaban lo que absorbieron aquellos que trabajaron cerca de los cráteres. “Hasta donde sé, no se basa en nada y no servirá. Una se pregunta por qué se tomaron la molestia”. Mientras esperaba junto a su marido, explicó cómo esperaba que su apelación fuera rechazada. Dijera lo que dijera en su testimonio no tenía pruebas y el departamento de veteranos se remitiría a los exámenes de orina para decir que nadie había sido afectado. Al soldado nunca le habían hecho un examen de orina y ahora era imposible porque el cáncer ya se había llevado gran parte de sus dos riñones. Si la apelación llegara a tener éxito. Watson tendría cubiertos sus costos sanitarios y conseguiría una pequeña pensión por incapacidad. “Pero no lo hago por eso”, dijo mientras se limpiaba la nariz. “No lo hago por dinero”. No cree que vaya a vivir los suficiente para conseguir mucho. Sobre todo, quiere que se aclare lo ocurrido. Quiere decirle a la Fuerza Aérea que tanto él como los hombres junto a los que sirvió, importan lo suficiente como para saber la verdad”. “Voy a decir lo que tengo que decir. Saben que todo esto es una mentira”. Raphael Minder contribuyó desde Palomares, España. [URL]http://www.nytimes.com/es/2016/06/21/las-consecuencias-ocultas-de-un-accidente-nuclear-en-espana-causado-por-estados-unidos/[/URL] [/QUOTE]
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