2da PARTE...
¡Los ingleses están a 200 millas!
Cerca de las dos de la tarde, con una buena y agradable temperatura producto del sol y la ausencia de viento nos encontrábamos sentados sobre la duna conversando con un grupo de personas en las proximidades del radar, cuando algo ubicado detrás del horizonte marino llamó mi atención.
Agudizando un poco la vista hacia el Sur, divisé lo que parecían ser mástiles de embarcaciones que se desplazaban de Este a Oeste. Por aquellos tiempos, mi agudeza visual era uno de mis rasgos distintivos. Podía ver con claridad en distancias donde el común de los mortales no ve nada. Por lo tanto, en situaciones como aquellas mis sentidos se potenciaban.
Me incorporé de un salto y fui hasta el OPO, enfocando el anteojo en dirección a los presuntos buques. Gracias a la increíble capacidad de magnificar imágenes que tenía el anteojo corroboré que estaba en lo cierto.
Recortándose apenas en el horizonte, vi los mástiles y estructuras superiores (antenas/chimeneas) de al menos dos embarcaciones que estaban desplazándose como si estuvieran “desfilando” por nuestro frente, con rumbo al Oeste.
Estaban tan lejos que la curvatura de la tierra sólo me permitió ver esa porción de las embarcaciones que, si las matemáticas no fallaban, estaban ubicadas a un poco más de 16 kilómetros.
La pregunta del millón fue si eran propios o enemigos.
De inmediato alerté a mis compañeros de charla. Canessini, que pertenecía a la dotación de Batería de GAL, fue el primero que se acercó corriendo a ver de qué se trataba. Como disponía de una HT le dije que llamara al Jefe y le preguntara si los barcos que se aproximaban eran nuestros o de los ingleses.
Mientras Canessini intentaba comunicarse con Maiorano me esforcé para distinguir detalles que me dieran alguna señal con respecto de la procedencia de los buques.
¡Y lo conseguí! Con seguridad uno de ellos lucía la “Unión Jack”.
Recuerdo que se me erizaron los pelos de la nuca e inmediatamente le grité a Canessini que les comunicara que eran ingleses.
La reacción del otro lado de la línea no se hizo esperar. El Jefe nos dijo que dejáramos de dar falsas alarmas porque los ingleses estaban a 200 millas y pidió hablar con la persona que estaba a cargo.
Mientras seguía observando el movimiento de las naves, escuché con claridad la conversación. Por eso noté cierto dejo de molestia en la voz del Jefe. Como me di cuenta de que él no le daba crédito a lo que le estábamos informando, tomé la HT de Canessini y hablé con él.
Sin quitar la vista de las embarcaciones que cada vez se volvían más nítidas le dije:
–Jefe, aquí Turco. Cambio
–Turco, ¿qué pasa con los barquitos? ¿Quién es el que dice que son ingleses? ¡Dejen de ver fantasmas y no generen falsas alarmas! ¡Los ingleses están bien lejos!
Con gran esfuerzo, respirando profundo para no reaccionar de mala manera y guardando la compostura le contesté:
–Jefe, yo digo que son ingleses porque acabo de confirmarlo. Al menos llevan en sus mástiles la bandera inglesa. Y sigo teniendo malas noticias para usted. No son dos, sino tres. Ahora cambiaron de rumbo, pusieron proa hacia aquí y se aproximan a toda máquina. ¡Cambio!
Ante esa catarata de noticias del otro extremo de la línea se produjo silencio total.
Un yunque era menos pesado que esas novedades. Además el Jefe sabía que precisamente el Turco no era míster simpatía. Por lo tanto, no estaba bromeando.
Trascurridos unos largos segundos en los que habrá meditado o no sé qué cosa, salió al aire y dijo: “¡Atento, Turco! Enseguida le confirmo”.
Mientras tanto los buques comenzaron a distinguirse en toda su magnitud. Habían puesto proa al Norte y se aproximaban velozmente en una formación en línea hacia el aeropuerto. Una que se destacó de las otras dos por el gran porte, chimeneas y domos de radar creí que era un Destructor. Las otras dos eran un poco más pequeñas. Quizás eran Fragatas o Corbetas. En realidad poco importaba el porte de las embarcaciones. Se acercaban con total impunidad en una demostración de fuerza, dominio y control de la situación.
De pronto la HT cobró vida:
–¡Turco, aquí Jefe.
–Prosiga Jefe para Turco.
–Turco a partir de ahora hay alarma gris.
Eso fue todo lo que dijo. El timbre de voz había cambiado denotando preocupación.
¡Alarma Gris! “¿Qué será Alarma Gris?”, me preguntaba y les preguntaba con mirada de súplica a los que estaban conmigo. Por supuesto nadie tuvo una respuesta. Para salir de dudas, lo llamé y le pregunté:
–Jefe - Turco. Me aclara qué significa alarma gris.
–Turco significa Cañoneo Naval. ¡Todos deben hacer cubierta completa! ¡Todo el mundo a los pozos! ¿Recibió?
–¡Ok Jefe! Recibido.
A partir de ese momento, iniciamos una serie de actividades para prepararnos para el cañoneo naval; algo totalmente desconocido para nosotros. Personalmente la única noción con respecto a ese tipo de ataque la había obtenido viendo alguna película de la II Guerra Mundial; sobre todo, aquellas que mostraban a la flota norteamericana cañoneando a las tropas japonesas acantonadas en alguna isla del Pacífico.
Por lo tanto, no tenía experiencia en ese tipo de ataque. Por lo cual pensé que no estábamos adecuadamente preparados; pero como en todas las cosas siempre hay una primera vez. Además, era esperable que tras la actividad de ablandamiento de las posiciones defensivas inmediatamente después sobreviniera un ataque con infantería de marina a reconquistar la plaza o establecer una cabeza de playa.
Preventivamente ordené que se desarmaran las carpas que estaban frente a los refugios para evitar que las visualizaran desde los buques y reglaran nuestra posición para cañonearla. Además hice guardar los víveres, distribuyéndolos equitativamente e hice colocar las herramientas de trabajo dentro de los refugios. Si se producía algún derrumbe, producto del cañoneo naval y nos quedábamos encerrados, íbamos a poder salir por nuestros propios medios desde adentro. Había que sobrellevar el cañoneo para combatir el posible desembarco.
En los cañones quedó la dotación mínima de personal, en caso de que simultáneamente se produjera un ataque aéreo. El resto debió buscar cubierta en los refugios.
Cuando las estructuras de los buques ya se veían en toda su magnitud, se destacó con mayor nitidez la imponencia de uno de ellos respecto de los otros dos. También vimos que un helicóptero que por su silueta parecía un Sea King de color casi negro. Como un “pájaro de mal agüero” se elevó de uno de los buques y empezó a desplazarse hacia el Este. Luego pasó por detrás del Faro, bastante lejos de él, y se dirigió hacia el Norte.
Allí, en la península Freycinet, un poco al Oeste de “Punta Celebroña”, comenzó a descender. Antes de tocar el suelo, vimos que descendían unas personas que rápidamente desaparecieron de nuestra vista. Esas maniobras se realizaban a unos 8 Kilómetros, totalmente fuera de nuestras posibilidades de combate.
A medida que esas cosas iban ocurriendo, en tiempo real se las trasmitíamos al PC que a su vez se las pasaba a la COAaCj, en donde Savoia les informaba a los miembros del CIC.
Una vez efectuada la descarga, el helicóptero regresó por la misma ruta dirigiéndose nuevamente hacia las naves. Antes de que se posara, otro Sea King despegó e inició un recorrido idéntico. Se nos ocurrió la idea de que alguien tenía que dispararle, porque para nosotros estaba demasiado lejos y muy fuera de alcance.
Entonces, le hablamos al personal de Ejército que operaba los mísiles Tiger Cat y que se encontraba a 600 metros más hacia el Sureste, para ver si ellos podrían llegar con sus armas. Nos respondieron que creían que no llegaban pero que de todas maneras lo iban a intentar.
Todo eso ocurrió delante de nuestras narices. Nos dimos cuenta de que los ingleses tenían todo controlado o al menos nos dio esa sensación. Se movieron con suma tranquilidad. Los helicópteros trasladaron al personal sin que nadie pudiera hacerles nada. ¡Qué impotencia!
Por ello, con la expectativa de que la gente de Tiger Cat intentara algo, nos quedamos a la espera del disparo del misil. Mientras el ave negra se desplazaba lentamente en dirección al Faro, escuchamos un fuerte estampido. Fue el inicio del motor cohete del misil que salió volando bajo en dirección al helicóptero. La llama de la tobera de escape tenía la forma de un dardo de color anaranjado, igual al que había visto durante las horas de la mañana. Recuerdo que fue bien dirigido. Mientras veía que se acercaba y pensaba que le íbamos a dar un buen susto, cuando todavía faltaba un buen trecho, el misil inició un brusco ascenso y explotó bien alto. Alcanzó la máxima distancia de operación; por eso, al interrumpirse o finalizar la etapa de guiado el misil realizó ese proceso de ascenso seguido de la autodestrucción.
Evidentemente los ingleses no arriesgaron nada y los helicópteros operaron muy lejos y seguros, sabiendo que no íbamos a poder alcanzarlos con las armas de la defensa emplazadas en el aeropuerto. Una vez que completaron la tarea de descargar tropas, en el viaje de regreso hacia los buques, el helicóptero se detuvo detrás del faro, ubicándose como a unos 6 kilómetros de nuestra posición y a unos 100 metros de altura, en vuelo estacionario, con la proa apuntando hacia nosotros.
Inmediatamente comprendimos que desde allí haría las veces de reglador del tiro, indicándole a los buques las correcciones a efectuar en sus respectivas trayectorias para asegurarse batir eficazmente los blancos y las zonas preseleccionadas. ¡El cañoneo naval comenzó!
Las embarcaciones estaban detenidas como a unos 10/12 kilómetros de la costa. En la proa del buque vimos una nube de humo, después escuchamos el estampido del disparo de un cañón con un ruido seco y potente y luego otro y así sucesivamente. A partir del cuarto disparo oímos el ulular del proyectil en acercamiento y luego la explosión de unos tras otros hasta contar andanadas de más de diez.
Dentro del refugio, los oficiales, los suboficiales y los soldados, libres de la operación de los cañones, nos protegimos del eventual desmoronamiento del lugar, sentado o acostado. Colocamos nuestras cabezas debajo de la mesa, esperando que sus fuertes tablones soportaran todo el peso del techo en caso de que se cayera.
Me senté dando frente a la puerta de acceso, en el sector en donde se ubicaba la mesada y la cocina. Desde allí observé los rostros de mis hombres. Noté en ellos el miedo a lo desconocido. Estaban todos muy callados.
Cuando comenzaron a explotar los proyectiles en la zona del aeropuerto, notamos que en el refugio no pasaba nada. Sólo tembló un poco; pero se mantuvo incólume. Los buques dispararon salvas de diez a quince proyectiles. Una vez que terminaron, prosiguieron con el siguiente. Nos asomamos unos instantes y confirmamos que la mayor concentración de tiro era en dirección a los entornos del aeropuerto. Así estuvieron como quince minutos. Como nos dimos cuenta de que el bombardeo estaba dirigido hacia un lugar distante, comenzamos a salir para observar qué estaba pasando.
Los Dagger atacan
En el sector opuesto a nuestra posición de combate, el fierro 9 emplazado casi al Suroeste de la cabecera de pista 08, donde el soldado Javier Saucedo, estaba al comando del cañón, con una vista privilegiada y panorámica del sector en donde se ubicaban los buques, siguiendo con atención las evoluciones de los Sea King en su ir y venir mientras trasladaban tropas. Cuando esa tarea finalizó, uno de ellos se posicionó detrás del faro en vuelo estacionario y, en un breve lapso posterior, comenzó el cañoneo naval sobre las instalaciones del aeropuerto.
El recuerdo de ese momento es contundente y al respecto dijo: “Ya llevaban como veinte minutos cañoneando sobre las instalaciones del aeropuerto, cuando me sorprendió la aparición de tres aviones volando bajo por detrás del Faro. Estos realizaron un viraje escarpado, poniendo proa al Oeste con rumbo directo hacia los buques. Les lanzaron las bombas y pasando sobre ellos y con seguridad vi como impactaron sobre el buque de mayor porte, el más imponente, que le produjo abundante humo entre gris y negro, envolviéndolo casi en su totalidad.”
En ese momento, yo me estaba encaminando hacia la salida del refugio para visualizar hacia dónde iba dirigido el cañoneo. A pocos pasos de alcanzar la misma, escuché el sonido de los reactores.
Esos sonidos eran muy familiares. “¡Son Dagger o Mirage!”, pensé. ¡No me equivoqué! Los Dagger estaban saliendo de la maniobra de ataque y acababan de descargar sus armas sobre las embarcaciones que nos hostigaban y que, por tal motivo, habían dejado de cañonear.
A los gritos y a los saltos de alegría festejamos lo que nuestros pilotos, compañeros y amigos de tantos años, habían realizado atropellando a la flota. Por lo tanto, esos tres buques que nos perturbaban comenzaron a iniciar una rápida retirada.
Unos de los operadores de 20 mm que estaba sentado como en la primera fila de la platea de ese particular teatro nos avisó, confirmándolo luego por HT, que los Dagger de la FAA habían impactado a uno de los buques con una bomba.
Evidentemente algo por el estilo había ocurrido. Las dos embarcaciones menores inmediatamente pusieron proa al Sur y huyeron a “toda máquina”, desprendiendo humo blanquecino por la chimenea y abandonando a su suerte al Destructor malherido. El helicóptero que hasta hacía unos momentos actuaba como reglador del tiro de esos buques raudamente se fue con proa al Sur al encuentro de una nave en donde posarse.
Pero al Destructor las cosas no le fueron del todo bien, ya que estaba envuelto en un humo oscuro y denso. Lentamente comenzó a girar a babor en dirección hacia las Corbetas “velocistas”. Cuando su popa quedó presentada hacia nosotros del lado de estribor se desprendió un humo entre gris y gris oscuro con bocanadas de color casi negro que nos dieron la pauta de que había sufrido averías. Lo vimos bastante escorado a estribor.
Para describirlo utilizando términos automovilísticos podría decir que se le había roto un elástico o dañado un amortiguador porque estaba bastante caído hacia ese lado. No navegaba majestuosa ni arrogantemente como unas horas atrás, sino que se arrastraba penando y sufriendo. De ese modo se alejó lentamente entre los vítores de todos los que apreciamos ese espectáculo. Una vez que desapareció tras el horizonte, durante bastante tiempo seguimos observando la nube de humo que iba dejando tras de sí señalando la posición exacta en donde se encontraba a cada instante. En ese momento, intuimos que por algún tiempo no volvería por donde estábamos.
Todavía no salíamos de la emoción vivida, cuando el Jefe se comunicó preguntándome: “¿Turco, ustedes le dispararon a un avión Mirage que se dirigía al aterrizaje?”
Me extrañó sobre manera esa pregunta puesto que, salvo los aviones que recientemente habían atacado en la zona del aeropuerto, no habíamos visto ningún otro.
Le respondí: “¡No, señor! Nosotros no abrimos fuego sobre ningún avión”.
Durante un buen rato, me quedé pensando sobre ese tema. Me preguntaba qué había sucedido. La respuesta llegaría bastante entrada la noche, ya que en el mismo momento en que estábamos bajo los efectos del cañoneo naval, un avión Mirage que regresaba de una misión de combate, por el gran consumo de combustible que le insumió, como no estaba en condiciones de regresar al continente, quiso aterrizar en el aeropuerto.
Al pasar sobre las posiciones de artillería antiaérea, ubicadas al extremo Oeste de la bahía de Puerto Argentino, desprendió sus cargas externas para aligerar el avión ya que iba al aterrizaje en una pista demasiado corta para un Mirage. Ese hecho confundió a los artilleros que lo tomaron como enemigo y los derribaron. El piloto no se pudo eyectar y falleció.
¡Qué día! Sin dudas el día más agitado de nuestras existencias. En el ambiente se percibía un mesurado optimismo fruto de nuestras propias acciones en el aeropuerto. Además también contribuyó el accionar de los pilotos sobre los buques ingleses en un momento muy difícil para nosotros.
Recuento de novedades
Entrada la noche cuando nos reunimos en el refugio cada uno contó cómo había vivido ese día. Sobresalieron las anécdotas del fierro 303 que había sido el primero en abrir fuego sobre los incursores ingleses, al realizar una ráfaga de 129 cartuchos. Eso fue algo poco usual ya que normalmente disparábamos mucho menos de la mitad.
Recuerdo que al Cabo Albornoz le hice contar varias veces las vainas servidas posteriores al tiro, ya que me parecía imposible que hubieran sido tantas. ¡Pero era verdad!
Evidentemente el nerviosismo por la presencia del enemigo y el ataque de aviones reales fueron los factores inexistentes en un tiro de adiestramiento. Por lo tanto, bajo esas condiciones extremas fue muy difícil controlar la ráfaga. No obstante, pudimos comprobar con total certeza que no se habían amilanado ni paralizado ante la situación adversa y habían actuado acorde a cómo habían sido instruidos.
Durante el fragor del combate en uno de los cambios de blanco, al girar tan rápido el cañón y no estar debidamente sentado, Mancilla fue expulsado del mismo y se golpeó en la zona de los riñones. Eso le produjo un fuerte dolor que hizo que estuviera en observación durante un tiempo.
El Cabo Principal Eduardo Molina, el Cuervo, operador del fierro 304, tuvo una severa contractura muscular en la espalda que no lo dejó moverse. El otro golpeado fue Repizo a quien se le hincharon los dedos de la mano por la contusión que había sufrido. Rivarola que fue el que le apretó los dedos contó lo que pasó. A modo de cargada, todos dijeron que no le creían y lo acusaron de querer cortárselos.
Hubo un ambiente alegre y distendido. No era para nada igual a lo que habíamos vivido unas pocas horas atrás: ¡un duro e intenso combate!
Luego de intentar varias veces contar su historia, cuando los ánimos se aquietaron Rivarola explicó que cuando vieron que el avión venía directo hacía ellos el Cuervo le apuntó y disparó. Los cañones hicieron Brumm y se quedaron mudos.
Supuso que debieron haber salido cuatro proyectiles y que luego de eso se trabó. Mientras tanto el avión seguía viniendo. Entonces, él levantó las tapas de los cajones de mecanismos, el Cuervo tiró los blocks de cierre hacia atrás y lo destrabaron. Lo hicieron tan rápido que bajaron la tapa sin comprobar dónde estaba la mano de Repizo. Así fue que se la apretaron.
También dijo que cuando el avión estuvo a unos 100 metros y pasó lateral al radar, estuvieron otra vez en servicio. Pero dada la proximidad no lo pudieron combatir nuevamente. Dijo que le pareció que pasó a 20 metros laterales sobre ellos. Se quedaron a la espera de otro. Sin embargo, como los ingleses no eran tontos salieron para otro lado.
Eso último lo dijo con un tonito de suficiencia que provocó que le lanzaran una lluvia de jarros, vasos plásticos y latitas de gaseosa. Todo lo que estuviera al alcance de la mano iba a parar hacia él.
Sin lugar a dudas lo que más festejamos fue el relato del ataque de los Dagger a los buques ingleses. Pensamos que quizás la precisión y audacia de ese ataque, los haría repensar su estrategia en cuanto quisieran acercarse a las Islas.
Recuerdo que nos había sorprendido mucho cómo las Corbetas habían abandonado a su suerte al buque averiado. Era como el viejo dicho popular: “Soldado que huye, sirve para otra guerra” o “Disparar no es cobardía”. Lo cierto era que ambas salieron de la escena, dejando una estela de espuma tras de sí y desapareciendo rápidamente de nuestra vista.
Ya era noche cuando nos aprestamos a cenar un apetitoso y picante guiso de fideos, con carne, papas y arvejas. Esa comida contribuyó a consolidar la sensación de bienestar que nos había dejado el día que iba terminando. Por la radio portátil escuchamos un poco entrecortado el anuncio de que iba a hablar al país el Presidente de la Nación.
A la distancia, escuchamos el tronar de los cañones. No sabíamos si era un nuevo cañoneo naval o la artillería de campaña que estaba ubicada en las proximidades de la ciudad. Las explosiones eran lejanas. Para ese entonces, ya no le temíamos.
El cañoneo naval sólo iba a ser letal si nos impactaba de manera directa o nos sorprendía en un descampado. Por experiencia sabíamos que los efectos que producía eran más psicológicos que reales. Con el sonido del cañoneo como telón de fondo, nos dispusimos a descansar.
En nuestros rostros se notaba que el día había sido muy duro. Jóvenes y veteranos habíamos realizamos por igual un desgaste importante. A partir de ese momento, sólo esperamos ver qué actitud iba a adoptar el enemigo. Una de las hipótesis más probables era que tuviera planeado hostigarnos de continuo para impedir que descansáramos. Esa noche más que nunca realicé lo que venía haciendo como rutina todas las noches: rezar el Rosario. Tenía mucho para agradecer: haber entrado en combate, haber resistido los embates del enemigo y estar todos íntegros y sanos.
A pesar del día agitado pasamos una noche relativamente tranquila. El cañoneo se transformó en un arrullo. Nos despertamos el domingo 2 de mayo con el olorcito a café recién hecho que activó con rapidez nuestro deseo de desayunar.
Cerca de las diez de la mañana, por la HT recibimos el llamado del capitán Savoia que había regresado a ocupar su puesto de combate. Recuerdo que nos dirigió una arenga sentida y emotiva y nos felicitó a todos los artilleros por el gran desempeño. Entre varias cosas, nos dijo: “Los felicito por la defensa que han realizado. Ahora los ingleses se han ido bien lejos, mar adentro, a lamerse las heridas. ¡Los insto a seguir así!”.
En respuesta, lanzamos gritos, vivas y un sapucay. La autoestima estaba bien alta, en el punto deseable para proseguir con la lucha.
Como no había indicios de presencia de los enemigos, decidimos ir hasta la zona del aeropuerto para constatar los efectos que habían producido las diferentes armas durante los ataques y también para evaluar los daños.
Lo primero que nos llamó la atención fue la gran cantidad de bombas del tipo Belougas que había diseminadas por todas partes. Eso implicó que los que se movían por allí tuvieran que hacerlo con mucho cuidado, ya que estaba latente el riesgo de que se activaran al moverse. Era preferible prevenir que curar.
Además muchas de ellas ni siquiera se habían armado (una condición necesaria para explotar). Eso quizás se debió al hecho de que fueron lanzadas desde una altura inferior a la aconsejada. También pudimos ver algunos cráteres inmensos como de quince o veinte metros de diámetro y al menos ocho metros de profundidad que habían dejado las bombas pesadas lanzadas por el Vulcan durante el primer ataque nocturno.
El hangar utilizado por el personal de la armada para almacenar combustibles, aceites, fluidos hidráulicos, herramientas y repuestos para los aviones Aermacchi, por fuera estaba totalmente tiznado por el humo del incendio que había consumido todo lo que se encontraba adentro.
En un sector el terreno circundante parecía arado producto del cañoneo naval. Afortunadamente los daños fueron escasos. Por desgracia, nos confirmaron el fallecimiento de dos soldados: uno de la Armada y otro de la Fuerza Aérea; además de la del piloto del Mirage en el aeropuerto. Dentro de los heridos, estuvo el suboficial Gómez, que fue destinado con nosotros en Mar del Plata, que había sido desplegado para atender el mantenimiento de los cañones de GAL. Lo trasladaron al hospital con las costillas rotas. Por suerte, se recuperó satisfactoriamente.
Por nuestra parte, dejamos a Mancilla en observación en el refugio porque el golpe que se había dado nos preocupaba.
El saldo de la contienda había generado las primeras víctimas que en comparación con la gran cantidad de armamento lanzado por los británicos, en un espacio tan reducido, no había afectado a mayor cantidad de personal por Gracia de Dios.
No obstante, la muerte había comenzado a rondar por el aeropuerto.
Los del PC abandonaron la posición que tenían y fueron a cavar unos hoyos en forma de “nichos” en las depresiones del terreno. En ellos introdujeron primero los pies y luego dejaron la cabeza hacia fuera.
Con un poco de humor negro, podríamos decir que se aprestaban para efectuar una práctica para el descanso eterno. En esa condición era muy difícil pensar que pudieran durar mucho tiempo en ese lugar. La solución de ese problema pasaba por construir un PC en otro lugar. Pero lo más atinado era que el PC se integrara a nuestra posición. Había suficiente espacio para ello y sabían que eran bienvenidos.
Conversando con Savoia, nos enteramos que en un determinado momento, antes de lanzar el primer ataque masivo al aeropuerto, a eso de las ocho de la mañana, el Almirante Sandy Woodward, Comandante de la Fuerza de Tareas Británica, le había enviado al General Menéndez un mensaje en el que le ofrecía que las Fuerzas argentinas nos rindiéramos. Por supuesto que dicho “ofrecimiento” fue rechazado.
Viendo dónde y cómo estaban nuestros camaradas, la posición que teníamos realmente podría haber sido considerada como un “palacio”. Otra vez quedó en evidencia que el esfuerzo por construir los refugios daba sus frutos.
Sin muchas novedades, el día pasó casi sin pena ni gloria. Parecía que era cierto que les habíamos propinado una fuerte paliza a los ingleses, ya que durante toda la jornada no hubo un solo ataque aéreo. Pensamos que quizás estaban reorganizándose y planificando un nuevo modo de acción, ante el mal resultado de la jornada inicial. Después del mediodía, desde el PC nos avisaron que nuestros helicópteros iban a decolar para realizar una tarea. Por lo tanto, como de costumbre, entramos en alerta para darles protección en caso de ataque.
Una vez despegados iban a ir directamente hacia la zona en donde los británicos, durante las horas de la tarde anterior, habían desembarcado las tropas transportadas por los helicópteros Sea King. Recuerdo que iban volando bien bajo, apenas a tres metros sobre el nivel del agua. Al momento de aproximarse al borde de la península, las siluetas se recortaron con precisión debido al contraste que hacían con el cielo azul. Luego, tomaron una cierta altura y atacaron en un pasaje de Este a Oeste, lanzando cohetes.
La descarga de cohetes en salva batió una vasta zona. Se pudo ver con claridad las explosiones que levantaron grandes columnas de humo y tierra. Personalmente, vi ese hecho como una respuesta muy tardía a las inquietudes formuladas en su debido momento. Pero trascurridas 24 horas, vaya uno a saber por dónde andaban esas tropas desembarcadas.
Al final de la tarea los helicópteros regresaron directo al aeropuerto y dimos por finalizado el Alerta.
Como Mancilla continuaba dolido lo trasladamos hacia el hospital para que lo controlaran mejor.
La tarde del domingo se fue apagando lentamente. La rutina nos impuso escribir cartas que no se sabíamos cuándo se iban a poder enviar, iniciar una “rueda” de contadores de chistes y cuentos, jugar al truco o al póquer. El mate circulaba por doquier, acompañando la velada.
Antes de dar por terminada la jornada, establecí un turno de seguridad perimetral de las instalaciones de la Batería. Los más antiguos nos quedamos a cargo del dispositivo de defensa terrestre y atendimos las comunicaciones con el PC.
Recuerdo que lo inició Ledesma de 22:00 a 00:00 horas; Alasino de 00:00 a 02:00 horas; Iraizoz de 02:00 a 04:00 horas y yo de 04:00 a 06:00 horas.
El personal restante fue a descansar para estar al cien por cien al día siguiente. La premisa era que nadie se desplazara en la zona. Por tal motivo, me dispuse a descansar porque una vez que me levantara no volvería a hacerlo hasta la próxima noche.
-