EL PAIS › ENTREVISTA CON MARIA EMMA MEJIA, SECRETARIA GENERAL DE LA UNASUR
“La prioridad son nuestros recursos”
La flamante secretaria general de la Unión Suramericana de Naciones, Unasur, periodista de televisión, ex canciller y consejera presidencial de César Gaviria en 1989 para Medellín, su ciudad natal, explicó la nueva doctrina regional de defensa.
Por Martín Granovsky
Se da vuelta y dice: “Ah, tenía detrás al Libertador”. De traje negro y blusa blanca, María Emma Mejía sonríe al descubrir a Simón Bolívar en la embajada de Colombia en Buenos Aires, donde recibe a Página/12 para explicar sus planes en la Unasur.
–¿Unasur es anorteamericana o antinorteamericana?
–Yo diría que ninguna de las dos cosas. Es un fruto del siglo XXI con las características del siglo XXI. Un mecanismo ágil, con capacidad de respuesta temprana, que permite a las naciones construir aun por sobre sus diferencias. Esa es la magia que ha tenido.
–Una parte del trabajo de la Unasur fue la resolución de conflictos: la ruptura de relaciones de Colombia y Venezuela, el riesgo institucional en Bolivia, el alzamiento en Ecuador. ¿Cuáles son los desafíos actuales?
–Vengo de una ronda de conversaciones con todos los presidentes. Sólo me quedan la presidenta de Brasil y el presidente de Surinam. Converso con ellos y veo que son conscientes de que se superó esa época. Están agradecidos y reconocidos a la agilidad que tuvo Néstor Kirchner para convocar a mandatarios y superar esas tres crisis. Los presidentes me dijeron que quieren construir una Unasur que no solo sirva para tiempos de crisis sino para épocas de bonanza.
–¿Como en seguridad?
–Exactamente. No hay conflictos como esos tres y hemos logrado crear con mucha velocidad el primer Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa en el marco del Consejo de Defensa Sudamericano. ¿Hubiera sido posible ese centro hace pocos años?
–Por lo pronto, no hubiera sido posible con Colombia y Venezuela sin relaciones, ¿no? Y eso fue hace menos de un año, a principios de agosto de 2010.
–Ahora tenemos que atrevernos a pensar no sólo en términos de seguridad nacional sino de seguridad regional. En la reunión de Buenos Aires participaron ministros de Defensa que responden a procesos democráticos muy distintos. Sin embargo, fueron capaces de dejar de lado las diferencias para trabajar en una agenda positiva y en una doctrina común.
–¿Cuál sería, en el caso de la defensa, la doctrina común?
–Por trillada que parezca la idea, Sudamérica es una zona de paz y tanto la idea como la realidad de la paz hay que reforzarlas y trabajarlas todos los días. Hay que convencer a los ciudadanos y ciudadanas de que no termina el mundo en la calle de cada uno sino que hay nuevas doctrinas. Construir esas nuevas doctrinas y aplicarlas es el mayor desafío. Y se logró en muy corto plazo. Pasó poco tiempo desde que (el ministro de Defensa de Brasil, Nelson) Jobim imaginó que podía construirse una nueva doctrina, cogió la maleta y viajó para comentársela a Condoleezza Rice en su momento. Y también le dijo a la Junta Interamericana de Defensa: “Perdonen, pero quiero proponerle a Sudamérica una nueva doctrina”. Bueno, eso era impensable no solo desde el punto de vista ideológico sino filosófico. Siempre habíamos sido receptores de doctrina y ahora queremos generar nuestra propia doctrina.
–En su discurso de cierre de la primera jornada del Centro de Estudios Estratégicos, el jueves por la noche, la Presidenta argentina dijo que el nuevo desafío era la defensa de los recursos naturales de Sudamérica. ¿Por allí viene la nueva doctrina?
–Sí, ése es el principal desafío: nuestros recursos. Es la nueva agenda. Vivimos en la zona más rica en aguas, más rica en biodiversidad, rica en minerales, rica en petróleo, rica en carbón y gas, la que tiene la Amazonia... ¿Qué significará eso para el mundo? Ahí están los nuevos desafíos como región. Tal vez nuestros países no sean muy fuertes, pero con todo eso acumulado somos una potencia. Y así en el mundo podemos trabajar como pares de potencia a potencia, o atender los desafíos sur-sur. Todo, teniendo en cuenta la pobreza y que, mientras registramos la existencia de esas potencialidades, también somos la zona número uno del mundo en inequidad. También hay que trabajar en ese punto.
–El desafío de defender los recursos, ¿es transversal a los diferentes gobiernos de la región, sean del signo que fueren?
–Absolutamente. Lo comprobé tanto en esta reunión de Buenos Aires como en la que tuvimos en Lima del Consejo Sudamericano de Defensa. De paso, es interesante ver que la presidencia pro témpore está en Guyana y que hay ocho consejos en distintos lugares para ayudar a Guyana. Eso dinamizó mucho y generó una sana competencia por ver qué consejo resuelve primero su agenda y avanza más. En Lima, hace dos semanas, los ministros de Defensa plantearon ese desafío transversal. Con este desafío y una posición común muy probablemente lleguemos a la Cumbre de la Tierra del año entrante.
–Hoy, además de la Unasur, están el Mercosur, la Comunidad Andina de Naciones y la nueva asociación del Pacífico entre Chile, Perú, Colombia y México. ¿Unasur es lo que une cuando los países toman opciones diferentes?
–Yo creería que es una región con diferentes ensayos de integración. Desde el Libertador, en 1826, cuando el discurso Panamá, esa visión integradora existió siempre. Incluso después, con José Martí. El vicepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera, decía ayer que no-sotros nacimos de las guerras. En la segunda mitad del siglo XX comenzaron los mecanismos de integración comercial. Y yo veo que los países seguirán buscando fórmulas para aliviar sus problemas y llegar al desarrollo. Hablé con los presidentes de ese tema. No todos los países estarán en todas las formas de integración. Pero a las alianzas que usted citó yo le puedo agregar, por ejemplo, la alianza energética de Colombia, Ecuador, Chile, Bolivia, Perú y falta Venezuela. Habrá fórmulas distintas. Y a la vez hay que preservar a la Unasur. Es eso que une, es eso que soluciona, pero al mismo tiempo es un proceso que busca desarrollo. Lo decía en este encuentro de Buenos Aires el ministro de Defensa de Uruguay: el desarrollo da seguridad. El desafío es interesante para los presidentes.
–El mundo no termina con la gestión de una persona, pero el año fijado para su mandato, antes de que comience el año del venezolano Alí Rodríguez, sí es inexorable. ¿Se autoimpuso un objetivo en particular?
–Un nivel es el fortalecimiento de la institucionalidad de la organización: el consejo de delegados de las cancillerías, la estructura, el presupuesto... Kirchner llevaba solo cinco meses en la secretaría y casi no tenía estructura, ¿no es cierto?
–Rafael Follonier y Juan Manuel Abal Medina.
–Así es. Bueno, hay que armar la institucionalidad. Siempre, eso sí, preservando la impronta de Néstor Kirchner sobre agilidad y preservando lo que quieren los presidentes y las presidentas: un ente no burocratizado y de respuesta inmediata. Un ente con funcionarios que puedan ***** un avión o un medio electrónico y obtengan resultados. Con Alí Rodríguez nos juntamos en la inauguración del Centro de Estudios Estratégicos. Acordamos que los equipos de ambos trabajen ya juntos y vayan construyendo una memoria colectiva. Bien: la institucionalidad más organizada es el primer nivel de mis objetivos. El segundo es que los consejos que tienen temas no tan inmediatos, o incluso de largo plazo, porque en infraestructura no puede hablarse de menos de diez años, puedan trabajar desde ya en lo que los sudamericanos creíamos que sería siempre solo un sueño: unas avenidas, unas carreteras, unos puentes para vencer la geografía sudamericana que a veces nos juega malas pasadas. Decía Alí Rodríguez hoy que a veces es más difícil trabajar en momentos de paz.
–Es menos espectacular.
–Exacto. Ojalá nos dure mucho el período de paz y podamos trabajar en los mecanismos de integración energética, en los mecanismos de integración de infraestructuras y conectividades, y que la agenda se vaya enriqueciendo.
–Usted tiene varias experiencias en su vida: la periodística, la diplomática y la que reformó Medellín. ¿En qué la marcó la última?
–Esos tres años en Medellín fueron la experiencia más enriquecedora. Ahora vengo de estar ocho años en una organización no gubernamental, donde de la mano de Shakira las dos intentamos armar en materia de educación una respuesta a las zonas de desplazamiento de personas en Colombia. Pero Medellín fue importante. Como decía el alcalde Alonso Salazar en su libro No nacimos pa’semilla o mostraba la película de Víctor Gaviria Rodrigo D: no futuro, perdimos una generación.
–¿Qué significa que perdieron una generación?
–Que perdimos 18 mil jóvenes en el proceso del sicariato de Pablo Escobar. Uno queda marcado para siempre y dice: “Esto no debe volver a pasar”. Por eso el trabajo en educación con Shakira, que comenzamos en 2003 en medio del desplazamiento de miles de personas y de una guerra. A uno lo marca en el sentido de nunca más, ¿no? Por eso hay que trabajar en la equidad. Es difícil de resolver, pero algunos de nuestros países han empezado a pensar en esto.
–Además de la conclusión del nunca más, ¿cómo fue la experiencia concreta del trabajo en Medellín?
–Muy difícil. Era un imposible cuando César Gaviria, el entonces presidente, pronunció su discurso el 7 de agosto de 1990, para cambiar las cosas. Medellín era una ciudad entregada al narco.
–Perdida.
–Perdida, sí. Medellín era la ciudad emprendedora, el emporio, la ciudad industrializada, la de los textiles, con gente dura y fuerte... Para una nación como la nuestra, era importante y estaba vencida y subsumida. Fueron tres años muy importantes donde desde la civilidad y desde el tejido social teníamos que ir “robando” una generación a Pablo Escobar. Cuando llegué a Medellín estaba la Cuarta Brigada en las montañas, junto a las comunas populares. Fui a decirles que no, que había otra manera. Por eso me entusiasma la Unasur. Veo presidentas, presidentes, cancilleres, con entusiasmo que no le temen a nada. Podemos equivocarnos. Pero lo intentamos con Honduras, por ejemplo. El espíritu de Medellín era el mismo: inventar el propio destino y evitar lo que parecía absolutamente inevitable. Con Alonso Salazar inventé un programa de televisión que todavía existe, Arriba mi barrio. Eramos los únicos que entrábamos a las comunas, los únicos que dejaban entrar los sicarios de Pablo Escobar y el cartel de Medellín. Me iba con Alonso. No había ni maestros, ni profesores, ni enfermeros ni policías. Yo era el Estado. Entramos y reconstruimos el tejido. Por eso cuando veo presidentas y presidentes cogiendo un avión y viajando siete horas para abortar una crisis, veo que afrontan riesgos.
–Usted hablaba de la primera reunión del ministro brasileño Jobim en la Junta Interamericana de Defensa, cuando les explicó que Sudamérica quería formar un cuerpo propio y diseñar su doctrina. ¿Cómo se conjuga esa situación con el Barack Obama que una noche anuncia la eliminación de Osama bin Laden y dice que se ha hecho justicia? ¿Qué hace Sudamérica frente a esa autoafirmación de poder militar?
–Todas son advertencias. En ese tema prefiero dejarles la página a mis presidentas, mis presidentes y sus cancilleres. Mientras tanto, le digo que Sudamérica puede darle una lección al mundo en un área que tal vez nadie esperaba: que de aquí, de esta zona, ya democratizada, sin necesidad de atacar a otros, podemos trabajar integrándonos en paz.