Irak-EEUU: Ganadores y perdedores
Al condicionar el financiamiento de la guerra en Irak con una fecha límite para retirar las tropas estadounidenses de ese país, el Congreso demócrata dio una señal clara de que el partido opositor en Washington estima, como lo declaró el jefe de la mayoría en el Senado, Harry Reid, que la guerra está perdida. Por lo menos la guerra como la define el presidente George Bush, que persiste en pensar que Estados Unidos puede lograr una "victoria" militar con sólo introducir más efectivos.
Para los demócratas, y para la ahora mayoría de la población, ha desaparecido la ficción de que Estados Unidos se enfrenta en Irak con los terroristas responsables por los ataques del 11 de septiembre y que derrotándolos en Bagdad el país evitaría un ataque en Washington.
Es una gran ironía histórica, sin embargo, que Al-Qaeda, en vez de ser uno de los grandes perdedores por la acción bélica de Estados Unidos en el Medio Oriente, sea uno de los grandes beneficiados. La guerra interrumpió el esfuerzo por encontrar a Osama Bin Laden y desarticular su red de militantes fundamentalistas y, al prolongarse por más de cuatro años superando la duración de la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, le privó a Washington los recursos y la capacidad militar para contener el resurgimiento del grupo terrorista y de su aliado el Talibán. Es más, la guerra le entregó a Bin Laden lo que precisamente necesitaba después del duro revés que experimentó en Afganistán: una causa nueva que le permite reclutar toda una generación de seguidores en el vasto mundo musulmán, al tiempo que la desaparición de Hussein le priva de un enemigo acérrimo que defendía una concepción distinta del mundo sunita dejando en caos una potencia regional que con políticas sanguinarias había preservado la autoridad secular en un mundo amenazado por extremismos religiosos.
Pero el grupo terrorista no es el único beneficiario de la guerra. Al derrotar a Saddam Hussein Estados Unidos le hizo un enorme favor a Irán, potencia que había sido neutralizada por Irak en el pasado con el indiscutible apoyo de Estados Unidos que veía una república islámica chiíta como el mayor desafío para la seguridad de Israel y los intereses occidentales en una región clave para un mundo dependiente de la producción petrolera. Hoy, gracias a Washington, Irak, en vez de servir como elemento de contención frente al fundamentalismo musulmán, podría convertirse en un aliado fiel de Teherán si el grupo dominante chiíta logra afianzarse al mando de la nación.
Es así como el otro gran ganador en Irak ha sido precisamente ese fundamentalismo chiíta cuya concepción de Estado-nación está a años luz de la concepción de democracia liberal que los asesores neoconservadores de Bush pensaron dejar como su legado para la estabilidad del Medio Oriente. Y hoy, las milicias de los chiítas no tienen que ponerse a riesgo ya que con el incremento de tropas estadounidenses pueden replegarse y esperar que los extranjeros eliminen a sus enemigos sunnitas.
A primera vista el gran perdedor es sin duda el propio presidente Bush,
que se embarcó rodeado de un puñado de ideólogos en una aventura bélica sin hacerle caso a los especialistas del Departamento de Estado y de los propios servicios de inteligencia quienes advirtieron que cualquier acción bélica contra Saddam Hussein sería enormemente costosa. Hoy su popularidad se encuentra al nivel más bajo de su presidencia y desde que renunció Nixon a la primera magistratura de la nación Washington no ha visto un presidente tan desprestigiado.
Pero la guerra también ha repercutido en forma negativa sobre el partido del presidente que había logrado consolidarse como el partido mayoritario después de décadas en la minoría. Hoy las encuestas muestran nuevamente al Partido Demócrata como el partido mayoritario. Es así como la prestigiosa encuesta del Pew Research Center, que mide la identificación partidaria de los ciudadanos estadounidenses, muestra que hoy sólo 35% se identifican con el Partido Republicano, mientras que 50% son partidarios del Partido Demócrata. Esto representa un dramático desplome del Partido Republicano que en el año 2002 empataba las preferencias de su contendor con 43% identificación partidaria.
Pero el revés más serio no es la de un liderazgo personal o la de un partido. La acción bélica en Irak ha debilitado las instituciones y las alianzas que se estaban consolidando en el período de la post guerra fría para lidiar con los nuevos desafíos del Siglo XXI, entre ellos las enormes disparidades internacionales y la necesidad de crear instituciones que velen por la dignidad del ser humano al tiempo que le permiten un mayor grado de participación política y económica. En fin de cuentas la gestión de Bush, en vez de dejar un mundo más seguro para sus conciudadanos los ha dejado más desamparados, contribuyendo a exacerbar la inseguridad internacional que se propuso revertir.
Nueva Mayoria