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El levantamiento del Dos de Mayo
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<blockquote data-quote="JQ01" data-source="post: 245950" data-attributes="member: 40"><p>EL FRACASO DE NAPOLEÓN EN ESPAÑA, VISTO DESDE FRANCIA.</p><p>Louis MADELIN, en Revué Militaire d'Information.</p><p></p><p>ADVERTENCIA</p><p>Es posible que el lector encuentre determinadas analogías entre los acontecimientos que se estudian en el presente trabajo y otros más cercanos a nuestro tiempo e incluso actuales.</p><p>Tampoco será ocioso recordar que la historia en general y la historia militar en particular no son más que patrones para analizar, dada una solución, un problema cualquiera.</p><p>En este estudio se trata de un “caso concreto” preciso -la guerra de España en la época de Napoleón-. Si sus enseñanzas pueden resultar de utilidad en estudio objetivo de casos análogos, no serán, sin embargo, aplicables de un modo directo a circunstancias, lugares y tiempos distintos.</p><p></p><p>INTRODUCCIÓN</p><p>La insurrección, en sus diversos aspectos, es una de las más antiguas formas de guerra. Fue la que practicaron Vercingétorix, el gran Ferré, los “chouans” y los guerrilleros. Forma de guerra con la cual aficionados mal equipados y mal armados han derrotado a Ejércitos profesionales superiores. Es el caso de Sansón que, armado con una quijada de asno, logró poner en fuga a los arqueros filisteos. </p><p>Pero parece que, desde hace algún tiempo, tal procedimiento guerrero se ha extendido de tal manera, que hay quien acaba preguntándose si no estaremos ante una completa regresión del arte de la guerra. A tal punto parece llegar la reacción contra la maquinaria y la química militares modernas. “Cuando la eficacia de las armas ofensivas da un salto hacia a delante, la reacción del bando que no las posee es siempre dispersarse, diluirse, recurrir a los métodos de los guerrilleros medievales, que podrán parecer pueriles cuando no se palpan pronto los buenos resultados” </p><p></p><p></p><p>El arte de la guerra, tal como lo practicamos todavía, nos ha sido legado por Napoleón a través de Clasewiz, Moltke, Foch y otros.</p><p>Su primer axioma era que es necesario tratar de destruir las “fuerzas principales” del adversario. “Yo trato de destruirlas –decía el Emperador-, bien seguro de que las accesorias caerían solas.” Además es necesario apreciar exactamente donde se encuentran “las fuerzas principales” que hay que destruir y dónde “las accesorias” que caerán solas.</p><p>Después de Napoleón, todo el siglo XIX ha convenido en ver las “fuerzas principales” en un “Cuerpo de Batalla”, dando por sentado que si éste era derrotado el enemigo solicitaría la paz.</p><p>La importancia adquirida por el armamento o, de manera más general, por el “sostén logístico” de los Ejércitos, inclinaba ya a equiparar las “fuerzas principales” de un país con su equipo económico: se llegó incluso a concebir un sistema de guerra que habría de dirigirse de manera esencial a su destrucción, con lo que el Cuerpo de Batalla quedaba relegado a un verdadero “accesorio”.</p><p>Teniendo en cuenta la sensibilidad de las retaguardias en un país hostil, esta evolución no ha contribuido a valorizar determinadas formas de “resistencia”.</p><p>Pero ¿qué ocurre cuando, por el contrario, el enemigo que trata de destruirse no posee nada que recuerde a un “Cuerpo de Batalla”?</p><p>O bien.¿Cuándo los medios de que el país dispone saben hurtarse de manera indefinida tras “lo accesorio”?</p><p>Napoleón fracasó en España porque no encontró la solución de un problema semejante. Por lo menos, ya que su “teoría de la guerra”, en este punto concreto, es discutible, nada podría justificar mejor este intento de hallar las causas de su fracaso.</p><p>Las campañas de España durante el Imperio son poco conocidas y parecen haber desconcertado a todos nuestros escritores militares. La causa de ello hay que buscarla en el hecho de que todos han estudiado las campañas napoleónicas con el objeto concreto de estudiar el “sistema de guerra” del Emperador. Y ¿cómo lo podrán encontrar en las guerras de la Península, serie sin ilación, a primera vista, de campañas y batallas sin resultado, donde la derrota del “Cuerpo de Batalla” no soluciona nada? ¿En las que se ven Ejércitos victoriosas detenerse de manera repentina como aquejados de parálisis locomotriz? Y es que se trata de una historia completamente incomprensible si no se tiene en cuenta la resistencia española.</p><p>Pero además, el que paisanos mal armados, sin conocimientos ni experiencia militar alguna, derrotados y dispersos frecuentemente, hayan podido hacer fracasar al genial Emperador y a los valerosos “vencedores de Europa”, obligándoles, finalmente, a evacuar España, es una verdad que los profesionales no suelen admitir fácilmente, y ello no solamente los franceses, sino también los británicos y, a veces, hasta los propios españoles.</p><p>Y es que la leyenda napoleónica se conserva con tanto prestigio que siempre hay en el pensamiento de los militares un íntimo sentimiento de protesta que les impide admitir que “el gran hombre” pudiera equivocarse.</p><p></p><p>Un historiador inglés de la guerra de España (Napier: Guerra de la Península), a quien suele concederse gran autoridad en la cuestión, ha escrito: “Los españoles han asegurado audazmente, y todo el mundo lo ha creído, que ellos solos han liberado la Península; yo me opongo a tal afirmación, contraria totalmente a la verdad...”</p><p>“... los jefes de las guerrillas hubieran sido exterminados rápidamente si los franceses, presionados por los Batallones de Lord Wellington, no se hubiesen visto obligados a mantenerse concentrados en grandes masas... Los abundantes recursos de Inglaterra y el valor de las tropas anglo-portuguesas sostuvieron solos la guerra.”</p><p>Pero es que los primeros ingleses que desembarcaron en Portugal lo hicieron en agosto de 1808, después de Bailén, cuando ya el Ejército francés había evacuado España por vez primera. Y teniendo en cuenta sus efectivos, se ve que el Ejército anglo-hannoveriano no llegó a contar durante mucho tiempo con más de 30.000 hombres; no alcanzó los 45.000 hasta el final de la guerra, e incluso agregando los Regimientos portugueses, que constituyeron parte importante del Ejército de Wellington, a partir de 1809, no llegó a totalizar más de 80.000 hombres. Frente a ellos, el Ejército francés que entró en España en 1808 contaba con 80.000 hombres; alcanzó los 200.000 a finales de dicho año y llegó a los 350.000 en 1811; no reduciendo sus efectivos por debajo de los 20.000 hombres hasta después de la campaña de 1812, cuando ya se habían perdido las tres cuartas partes de España.</p><p>Es indudable entonces que el Ejército inglés ha pesado en la balanza. Y si los Ejércitos españoles apenas si cuentan, ¿cuál habría sido el resultado si no hubiera existido la “resistencia española”? Admitamos incluso que el Ejército inglés fuese necesario para finalizar la guerra. Aun así, sería más justo decir todo lo contrario de lo que afirma Napier: “Que los Batallones de Lord Wellington hubieran sido rápidamente exterminados si los franceses, inquietados por los jefes de las guerrillas, no se hubiesen visto obligados a mantener dispersas sus fuerzas.”</p><p>En realidad, los hechos se han sucedido como si la estrategia de Wellington en España no hubiese consistido más en esperar para dar el golpe de gracia a que la resistencia española acabase de ”pudrir” la potencia francesa para recoger los laureles de una guerra en la que España había hecho todos los gastos.</p><p></p><p>El Ejército francés entró en España, como aliado, en los últimos días de 1807.</p><p>Junot avanzaba hacia Portugal a marchas forzadas; detrás de él, Dupont, Moncey y Bessiéres se aproximan a Madrid, en donde entró Murat el 23 de marzo de 1808; Duhesme ocupaba Barcelona.</p><p>Los franceses, en general, son bien acogidos; a veces incluso “con entusiasmo”. Pero la conducta del Emperador fue inspirando mayores sospechas cada vez, al mismo tiempo que la ocupación se hacía más pesada, con lo que los buenos sentimientos del principio se cambiaron bien pronto en inquietud, primero, y en hostilidad después.</p><p>El 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid una sublevación que fue duramente reprimida, y al tenerse noticia, al final del mismo mes, de la doble abdicación de Carlos IV y de Fernando VII, la insurrección se desencadenó simultáneamente por todo el país.</p><p>Ni en Bayona, donde seguía Napoleón, ni en Madrid –donde actuaba Savary entre Murat y José Bonaparte, “promovido” Rey de España- se dio entonces toda la importancia que la gravedad de la situación exigía. No se trataba más que de restablecer el orden. En todas partes las autoridades españolas se habían opuesto a las revueltas populares, de las que, además, fueron las primeras víctimas: “Se pasará a cuchillo a la *******, que se disipará como el humo.”</p><p>Por el Norte, Bessières marcha sobre Valladolid; después, contra Santander; en el Centro, Lefebvre-Desnouettes y Verdier someten Zaragoza; al Este, Moncey hace entrar en razón a Valencia; finalmente, en el Sur, Dupont se dirige ya hacia Sevilla y Cádiz.</p><p>Pero las tropas regulares españoles preparan sus jefes, se unen a los insurrectos; un Cuerpo de Ejército se concentra en Galicia bajo el mando de La Cuesta y Blake; otro, en Andalucía, bajo el de Castaños.</p><p>Sin duda que las tropas españolas, improvisadas en sus tres cuartes partes, no parecían ser como para preocupar, y en todos los escalones se miraba la situación con optimismo. Sin embargo, lo que empezó considerándose como una operación de policía, acabó convirtiéndose en una gran empresa guerrera.</p><p></p><p>“La guerra de España es una guerra en que el Ejército francés ocupa en centro y el enemigo numerosos puntos de la circunferencia”, escribía el Emperador . Es necesario conservar ese centro –Madrid- y la línea de comunicación que a él conduce; porque, “según las leyes de la guerra, todo General que pierde su línea de comunicación merece la muerte” , aunque agrega –después de la lección de 1808-: “No se interprete como pérdida de la línea de comunicación el que sea inquietado por perros, miqueletes, paisanos insurrectos, por eso que se denomina guerra de partisanos..., eso no es nada.”</p><p>Es necesario mantener las tropas “bien concentradas”. Nada de puestos aislados; solo se ocuparían en fuerza San Sebastián, Vitoria y Burgos; además, dos columnas móviles de 1.200 hombres cada una mantendrán libre el camino de Bayona a Madrid.</p><p>A partir del centro, es preciso actuar sucesivamente sobre todos los puntos de la circunferencia. Primero, contra Galicia, donde La Cuesta y Blake amenazan la línea de comunicación, mientras que Moncey en San Clemente y Dupont en Andujar, “suficientemente fuertes” para ello –con 8.000 hombres cada uno-, cubren la maniobra hacia Valencia y Andalucía.</p><p>Se debe evitar todo movimiento retrógrado: “Los movimientos retrógrados son peligrosos en la guerra; no deben efectuarse nunca en las guerras populares. La opinión pública pesa más que la realidad; el conocimiento de un movimiento retrógrado que los dirigentes atribuyen a las causas que les convienen, dan nuevas armas al enemigo” </p><p></p><p>He aquí la noticia tal como entonces la exponía Napoleón.</p><p>Todas las noticias confirman que el optimismo del Emperador y del Mando francés esta justificado. Porque la campaña no es más que una serie de victorias, tanto más estrepitosas cuanto que los españoles son más numerosos que los franceses en todos los encuentros. Lasalle derrota sin esfuerzo a los insurrectos de Cabezón, lo mismo que Merle en Santander, Lefebvre-Desnouttes en Tudela, Verdier en Logroño, Moncey en el Cabriel, en las Cabrillas y en el Júcar; Dupont en Alcolea y Córdoba. Así como, finalmente, Bessières en Medina de Rioseco, quien con 15.000 hombres, vence a 35.000 españoles, de los que 5.000 quedan muertos en el campo. Libre de toda preocupación por el Norte después de esta última victoria, Napoleón suelta al fin los refuerzos para Dupont; las Divisiones Vedel y Gobert que, por lo demás, Savary le ha asignado hace tiempo.</p><p>Pero luego ocurre lo siguiente:</p><p>Ante Zaragoza, Verdier y Lefevbre-Desnouttes tienen que montar, ahora ya, un sitio en toda regla. Moncey ha fracasado ante Valencia, y no solo tiene que emprender la retirada, sino que ni aun puede mantenerse en San Clemente y ha de replegarse hasta las puertas de Madrid. Bessières, victorioso, duda durante tres días en León antes de decidirse a seguir adelante, y sin la orden de repliegue general que va a provocar la noticia de Bailén, iría a parar a las mismas dificultades y experimentaría los mismos fracasos.</p><p>Finalmente, en Andalucía Dupont ha capitulado con todo su Cuerpo de Ejército.</p><p></p><p>Ni en Bayona ni en Madrid aciertan a ver cual es la explicación de este triple fracaso: la insurrección de las retaguardias</p><p>Los “bandidos” que la provocan –no inspiran aun el suficiente pánico como para merecer el nombre de “guerrilleros”- no son apenas numerosos, porque la mayor parte de los insurrectos se han reunido con los Ejércitos españoles y luchan encuadrados con ellos. En esta época podrán ser aproximadamente diez mil hombres –un español por milla- los que se bastan para destruir las retaguardias de los Ejércitos franceses y, finalmente, les obligan a retirarse.</p><p>El vetusto proceso es siempre el mismo: Llega a un pueblo cualquiera una partida de “bandidos” extraños a la localidad –o por lo menos esto es lo que dicen los habitantes-. Los “malos habitantes” se unen a ellos. En cuanto a los “buenos” –autoridades, notable, “gentes de posición” –son más numerosos de lo que generalmente se creen los que se inclinan del lado de los franceses, por simpatía o por cálculo; también los hay indiferentes; finalmente, hay que afirmar que no carecen de sentimientos humanitarios. Pero no son sus sentimientos profundos los que nos importan ahora. Lo que interesa es que los primeros expuestos a las represalias en sus propias personas y en sus propios bienes son los “buenos vecinos” los que, por tanto, se encuentran entre la espada y la pared.</p><p>Se encuentran forzados a aullar como los lobos; no dudan, cuando el caso llega, en salvar la vida del correo o del ayudante de campo franceses que se encuentren, los que, a su vez, los protegerán seguidamente en caso necesario ante sus compatriotas, los franceses, sirviéndoles de coartada.</p><p>Que llegan los franceses, entonces los “bandidos” se dispersan y la población que no tiene una coartada les siguen en su totalidad o en parte, para escapar de las seguras represalias, en tanto que las autoridades locales –alcalde, gobernador, cura u obispo- tratan de arreglar el asunto.</p><p>Pero esto no es más que una alternativa mediante la que los “bandidos” a quienes cubren la retirada les protegerán contra las venganzas futuras.</p><p>Resulta así que una pequeña minoría de agitadores es suficiente para poner a los franceses ante todos los dilemas que plantea la “resistencia”.</p><p>Las represalias hacen huir a la población y la entregan en brazos de los insurrectos; pero así no se logra restablecer el orden, sino que, por el contrario, se deja el campo libre a la acción de los sublevados sobre la gente apacible. Para proteger a esta última contra semejantes presiones sería necesario estar en todas partes; pero estar en todas partes es ser débil en todas también. Si se reparten armas a la población civil, las empleará contra nosotros; pero si se les retiran no podrán defenderse de los insurrectos. Guardar las comunicaciones es dispersar las fuerzas, y dispersar las fuerzas es ser incapaz de actuar; pero perder las comunicaciones es morir de hambre. Avanzar es alargar las comunicaciones y debilitarse más aun para conservarlas; retroceder es “perder la opinión” y dejar el campo libre a la insurrección, y no moverse es dejar al enemigo la iniciativa de las operaciones y agotar rápidamente los recursos del país sobre el que se vive.</p><p></p><p>En estas condiciones, la reacción del Ejército francés es análoga a la de otro cualquiera abandonado a sus propias fuerzas. Adopta medidas “ejemplares”. El resultado es que el país se convierte rápidamente en un desierto. La subsistencia de las tropas, que ya constituía un grave problema en un territorio empobrecido, resulta ahora imposible. Se revela la urgencia de aportar soluciones urgentes; surge la organización de un sistema de convoyes y almacenes. Como el país está en plena insurrección, se hace preciso disponer de tropas que recojan los víveres; de otras, para guardar los almacenes, y de otras, finalmente, para escoltar los convoyes. Es decir, no solamente se dispone de esta manera de menos soldados aun para combatir, sino que los que quedan están famélicos, porque las guarniciones se comen los almacenes y las escoltas los convoyes.</p><p>Por esta razón fue por la que Moncey, después de haber fracasado ante Valencia y viéndose cortado de Madrid, tuvo que batirse en retirada, no pudiendo detenerse en San Clemente, “donde todos los medios de subsistencia están agotados”, teniendo que regresar a la capital, “imposibilitado de actuar ofensivamente”. </p><p></p><p>De igual manera, para restablecer sus comunicaciones con Madrid, después de haber entrado en Córdoba, ha tenido Dupont que retroceder hasta Andujar. Pero éste cumple exactamente las instrucciones del Emperador y no continúa la retirada como Moncey. Claro es que la exigencia de conservar sus comunicaciones le paraliza totalmente.</p><p></p><p><img src="http://img511.imageshack.us/img511/9053/dibujogi1gi4.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p>Conserva Andujar con los 8.000 hombres de la División Barbéu. Cubre su izquierda con un destacamento de un millar de hombres, situado en Menjíbar, bajo el mando del General Liger-Belair. A su retaguardia, en Bailén, se sitúa el General Vedel con los 8.000 hombres de la División Gobert, que ha situado tres batallones –los dos tercios de sus fuerzas- en Madrilejos, Manzanares y Puerto del Rey, con el fin de conservar el camino libre.</p><p>No puede seguir avanzando porque “... a medida que se dirija hacia delante será necesario cubrir con algunas fuerzas la línea de operaciones, lo que debilitará al Cuerpo de Ejército”. Y evidentemente, no puede disminuir más las fuerzas que le quedan disponibles.</p><p>En esta situación, sin poder avanzar ni retroceder, ha perdido la iniciativa y la libertad de acción –mientras que frente a él los españoles las conservan totalmente- y queda a merced de que produzca el menor incidente que pueda romper este equilibrio inestable.</p><p></p><p>Y el fatal incidente se produce.</p><p>Para comprenderlo leamos las instrucciones que Savary, aplicando los principios establecidos por el Emperador, hadado a Gobert: “Si usted ve que el General Dupont pide insistentemente apoyo, marche con todas las fuerzas a reunirse con él, teniendo cuidado de adoptar las adecuadas precauciones para que el desfile por Sierra Morena no sea interceptado... Le recomiendo... tomar todas las precauciones imaginables para asegurar nuestras comunicaciones con Madrid. No hay que dispersar a nuestros soldados ni fatigarlos.”</p><p>¿Se puede plantear más claramente el insoluble dilema? Tomar todas las precauciones imaginables para que el desfile por Sierra Morena no pueda ser interceptado nunca, entraña el distribuir las fuerzas en puestos, escoltas y columnas móviles. Y reunirse con Dupont, con todas las fuerzas y no desperdigarlas, exige abandonar las comunicaciones a la insurrección.</p><p>Vedel y Gobert tratarán de resolver el dilema “fatigando” a sus fuerzas.</p><p>En la mañana del 13 de julio es atacado el puesto de Menjíbar. El 15, Vedel abandona Bailén y presiona hacia Menjíbar; Gobert,, detrás de él, abandona La Carolina y avanza hacia Bailén. Pero Dupont es atacado en Andujar y pide refuerzos. Vedel se le reúne en la noche del 15 al 16 “con todas sus tropas”. El 16, el enemigo ataca nuevamente ante Menjíbar y rechaza a Liger-Belair; Gobert abandona Bailén para apoyarlo.</p><p>Así, pues, Vedel Gobert han “marchado con todas sus fuerzas para reunirse con Dupont”, y así también quedan abandonadas las comunicaciones.</p><p>Pero el 17, el enemigo “maniobra sobre el flanco izquierdo con paisanos y algunas tropas regulares”. Dufour –que muerto Gobert lo ha reemplazado- se ve cortado. Dupont envía a Vedel en su socorro. Y los dos marchan hacia La Carolina sin que, por lo demás, encuentren serios obstáculos en su avance.</p><p>Dupont, Vedel y Dufour han adoptado “todas las precauciones imaginables para que el desfile de Sierra Morena no sea nunca interceptado”. Y he aquí por tanto las fuerzas dispersadas completamente. </p><p>El General español Rèding se aprovecha entonces para ocupar Bailén, sin otro esfuerzo que el de continuar su avance todo derecho. Y cuando Dupont se decide al fin a abandonar Andujar, el 18 por la tarde, se encuentra copado ante Bailén, entre Castaños al Sur y Rèding al Norte. Los cansados y famélicos soldados luchan durante roda la mañana del 19. A mediodía, juzgándoles incapaces de un nuevo esfuerzo, Dupont inicia los parlamentos para la rendición.</p><p>“Los perros..., eso no es nada”, escribía el Emperador. Pero ellos son, no obstante, los que han forzado a Dupont a escalonar “los 20.000 hombres que ha podido reunir” desde Madrilejos hasta Andujar, a lo largo de más de 200 kilómetros; ellos son los que le han dejado muerto de hambre, paralizado, cansado en marchas y contramarchas, los que le han separado de Vedel y Dufour; ellos, unos 35.000 hombres de Castaños y Réding, también los que han logrado la rendición, además de los 8.000 hombres de la División Barbou.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="JQ01, post: 245950, member: 40"] EL FRACASO DE NAPOLEÓN EN ESPAÑA, VISTO DESDE FRANCIA. Louis MADELIN, en Revué Militaire d'Information. ADVERTENCIA Es posible que el lector encuentre determinadas analogías entre los acontecimientos que se estudian en el presente trabajo y otros más cercanos a nuestro tiempo e incluso actuales. Tampoco será ocioso recordar que la historia en general y la historia militar en particular no son más que patrones para analizar, dada una solución, un problema cualquiera. En este estudio se trata de un “caso concreto” preciso -la guerra de España en la época de Napoleón-. Si sus enseñanzas pueden resultar de utilidad en estudio objetivo de casos análogos, no serán, sin embargo, aplicables de un modo directo a circunstancias, lugares y tiempos distintos. INTRODUCCIÓN La insurrección, en sus diversos aspectos, es una de las más antiguas formas de guerra. Fue la que practicaron Vercingétorix, el gran Ferré, los “chouans” y los guerrilleros. Forma de guerra con la cual aficionados mal equipados y mal armados han derrotado a Ejércitos profesionales superiores. Es el caso de Sansón que, armado con una quijada de asno, logró poner en fuga a los arqueros filisteos. Pero parece que, desde hace algún tiempo, tal procedimiento guerrero se ha extendido de tal manera, que hay quien acaba preguntándose si no estaremos ante una completa regresión del arte de la guerra. A tal punto parece llegar la reacción contra la maquinaria y la química militares modernas. “Cuando la eficacia de las armas ofensivas da un salto hacia a delante, la reacción del bando que no las posee es siempre dispersarse, diluirse, recurrir a los métodos de los guerrilleros medievales, que podrán parecer pueriles cuando no se palpan pronto los buenos resultados” El arte de la guerra, tal como lo practicamos todavía, nos ha sido legado por Napoleón a través de Clasewiz, Moltke, Foch y otros. Su primer axioma era que es necesario tratar de destruir las “fuerzas principales” del adversario. “Yo trato de destruirlas –decía el Emperador-, bien seguro de que las accesorias caerían solas.” Además es necesario apreciar exactamente donde se encuentran “las fuerzas principales” que hay que destruir y dónde “las accesorias” que caerán solas. Después de Napoleón, todo el siglo XIX ha convenido en ver las “fuerzas principales” en un “Cuerpo de Batalla”, dando por sentado que si éste era derrotado el enemigo solicitaría la paz. La importancia adquirida por el armamento o, de manera más general, por el “sostén logístico” de los Ejércitos, inclinaba ya a equiparar las “fuerzas principales” de un país con su equipo económico: se llegó incluso a concebir un sistema de guerra que habría de dirigirse de manera esencial a su destrucción, con lo que el Cuerpo de Batalla quedaba relegado a un verdadero “accesorio”. Teniendo en cuenta la sensibilidad de las retaguardias en un país hostil, esta evolución no ha contribuido a valorizar determinadas formas de “resistencia”. Pero ¿qué ocurre cuando, por el contrario, el enemigo que trata de destruirse no posee nada que recuerde a un “Cuerpo de Batalla”? O bien.¿Cuándo los medios de que el país dispone saben hurtarse de manera indefinida tras “lo accesorio”? Napoleón fracasó en España porque no encontró la solución de un problema semejante. Por lo menos, ya que su “teoría de la guerra”, en este punto concreto, es discutible, nada podría justificar mejor este intento de hallar las causas de su fracaso. Las campañas de España durante el Imperio son poco conocidas y parecen haber desconcertado a todos nuestros escritores militares. La causa de ello hay que buscarla en el hecho de que todos han estudiado las campañas napoleónicas con el objeto concreto de estudiar el “sistema de guerra” del Emperador. Y ¿cómo lo podrán encontrar en las guerras de la Península, serie sin ilación, a primera vista, de campañas y batallas sin resultado, donde la derrota del “Cuerpo de Batalla” no soluciona nada? ¿En las que se ven Ejércitos victoriosas detenerse de manera repentina como aquejados de parálisis locomotriz? Y es que se trata de una historia completamente incomprensible si no se tiene en cuenta la resistencia española. Pero además, el que paisanos mal armados, sin conocimientos ni experiencia militar alguna, derrotados y dispersos frecuentemente, hayan podido hacer fracasar al genial Emperador y a los valerosos “vencedores de Europa”, obligándoles, finalmente, a evacuar España, es una verdad que los profesionales no suelen admitir fácilmente, y ello no solamente los franceses, sino también los británicos y, a veces, hasta los propios españoles. Y es que la leyenda napoleónica se conserva con tanto prestigio que siempre hay en el pensamiento de los militares un íntimo sentimiento de protesta que les impide admitir que “el gran hombre” pudiera equivocarse. Un historiador inglés de la guerra de España (Napier: Guerra de la Península), a quien suele concederse gran autoridad en la cuestión, ha escrito: “Los españoles han asegurado audazmente, y todo el mundo lo ha creído, que ellos solos han liberado la Península; yo me opongo a tal afirmación, contraria totalmente a la verdad...” “... los jefes de las guerrillas hubieran sido exterminados rápidamente si los franceses, presionados por los Batallones de Lord Wellington, no se hubiesen visto obligados a mantenerse concentrados en grandes masas... Los abundantes recursos de Inglaterra y el valor de las tropas anglo-portuguesas sostuvieron solos la guerra.” Pero es que los primeros ingleses que desembarcaron en Portugal lo hicieron en agosto de 1808, después de Bailén, cuando ya el Ejército francés había evacuado España por vez primera. Y teniendo en cuenta sus efectivos, se ve que el Ejército anglo-hannoveriano no llegó a contar durante mucho tiempo con más de 30.000 hombres; no alcanzó los 45.000 hasta el final de la guerra, e incluso agregando los Regimientos portugueses, que constituyeron parte importante del Ejército de Wellington, a partir de 1809, no llegó a totalizar más de 80.000 hombres. Frente a ellos, el Ejército francés que entró en España en 1808 contaba con 80.000 hombres; alcanzó los 200.000 a finales de dicho año y llegó a los 350.000 en 1811; no reduciendo sus efectivos por debajo de los 20.000 hombres hasta después de la campaña de 1812, cuando ya se habían perdido las tres cuartas partes de España. Es indudable entonces que el Ejército inglés ha pesado en la balanza. Y si los Ejércitos españoles apenas si cuentan, ¿cuál habría sido el resultado si no hubiera existido la “resistencia española”? Admitamos incluso que el Ejército inglés fuese necesario para finalizar la guerra. Aun así, sería más justo decir todo lo contrario de lo que afirma Napier: “Que los Batallones de Lord Wellington hubieran sido rápidamente exterminados si los franceses, inquietados por los jefes de las guerrillas, no se hubiesen visto obligados a mantener dispersas sus fuerzas.” En realidad, los hechos se han sucedido como si la estrategia de Wellington en España no hubiese consistido más en esperar para dar el golpe de gracia a que la resistencia española acabase de ”pudrir” la potencia francesa para recoger los laureles de una guerra en la que España había hecho todos los gastos. El Ejército francés entró en España, como aliado, en los últimos días de 1807. Junot avanzaba hacia Portugal a marchas forzadas; detrás de él, Dupont, Moncey y Bessiéres se aproximan a Madrid, en donde entró Murat el 23 de marzo de 1808; Duhesme ocupaba Barcelona. Los franceses, en general, son bien acogidos; a veces incluso “con entusiasmo”. Pero la conducta del Emperador fue inspirando mayores sospechas cada vez, al mismo tiempo que la ocupación se hacía más pesada, con lo que los buenos sentimientos del principio se cambiaron bien pronto en inquietud, primero, y en hostilidad después. El 2 de mayo de 1808 se produjo en Madrid una sublevación que fue duramente reprimida, y al tenerse noticia, al final del mismo mes, de la doble abdicación de Carlos IV y de Fernando VII, la insurrección se desencadenó simultáneamente por todo el país. Ni en Bayona, donde seguía Napoleón, ni en Madrid –donde actuaba Savary entre Murat y José Bonaparte, “promovido” Rey de España- se dio entonces toda la importancia que la gravedad de la situación exigía. No se trataba más que de restablecer el orden. En todas partes las autoridades españolas se habían opuesto a las revueltas populares, de las que, además, fueron las primeras víctimas: “Se pasará a cuchillo a la *******, que se disipará como el humo.” Por el Norte, Bessières marcha sobre Valladolid; después, contra Santander; en el Centro, Lefebvre-Desnouettes y Verdier someten Zaragoza; al Este, Moncey hace entrar en razón a Valencia; finalmente, en el Sur, Dupont se dirige ya hacia Sevilla y Cádiz. Pero las tropas regulares españoles preparan sus jefes, se unen a los insurrectos; un Cuerpo de Ejército se concentra en Galicia bajo el mando de La Cuesta y Blake; otro, en Andalucía, bajo el de Castaños. Sin duda que las tropas españolas, improvisadas en sus tres cuartes partes, no parecían ser como para preocupar, y en todos los escalones se miraba la situación con optimismo. Sin embargo, lo que empezó considerándose como una operación de policía, acabó convirtiéndose en una gran empresa guerrera. “La guerra de España es una guerra en que el Ejército francés ocupa en centro y el enemigo numerosos puntos de la circunferencia”, escribía el Emperador . Es necesario conservar ese centro –Madrid- y la línea de comunicación que a él conduce; porque, “según las leyes de la guerra, todo General que pierde su línea de comunicación merece la muerte” , aunque agrega –después de la lección de 1808-: “No se interprete como pérdida de la línea de comunicación el que sea inquietado por perros, miqueletes, paisanos insurrectos, por eso que se denomina guerra de partisanos..., eso no es nada.” Es necesario mantener las tropas “bien concentradas”. Nada de puestos aislados; solo se ocuparían en fuerza San Sebastián, Vitoria y Burgos; además, dos columnas móviles de 1.200 hombres cada una mantendrán libre el camino de Bayona a Madrid. A partir del centro, es preciso actuar sucesivamente sobre todos los puntos de la circunferencia. Primero, contra Galicia, donde La Cuesta y Blake amenazan la línea de comunicación, mientras que Moncey en San Clemente y Dupont en Andujar, “suficientemente fuertes” para ello –con 8.000 hombres cada uno-, cubren la maniobra hacia Valencia y Andalucía. Se debe evitar todo movimiento retrógrado: “Los movimientos retrógrados son peligrosos en la guerra; no deben efectuarse nunca en las guerras populares. La opinión pública pesa más que la realidad; el conocimiento de un movimiento retrógrado que los dirigentes atribuyen a las causas que les convienen, dan nuevas armas al enemigo” He aquí la noticia tal como entonces la exponía Napoleón. Todas las noticias confirman que el optimismo del Emperador y del Mando francés esta justificado. Porque la campaña no es más que una serie de victorias, tanto más estrepitosas cuanto que los españoles son más numerosos que los franceses en todos los encuentros. Lasalle derrota sin esfuerzo a los insurrectos de Cabezón, lo mismo que Merle en Santander, Lefebvre-Desnouttes en Tudela, Verdier en Logroño, Moncey en el Cabriel, en las Cabrillas y en el Júcar; Dupont en Alcolea y Córdoba. Así como, finalmente, Bessières en Medina de Rioseco, quien con 15.000 hombres, vence a 35.000 españoles, de los que 5.000 quedan muertos en el campo. Libre de toda preocupación por el Norte después de esta última victoria, Napoleón suelta al fin los refuerzos para Dupont; las Divisiones Vedel y Gobert que, por lo demás, Savary le ha asignado hace tiempo. Pero luego ocurre lo siguiente: Ante Zaragoza, Verdier y Lefevbre-Desnouttes tienen que montar, ahora ya, un sitio en toda regla. Moncey ha fracasado ante Valencia, y no solo tiene que emprender la retirada, sino que ni aun puede mantenerse en San Clemente y ha de replegarse hasta las puertas de Madrid. Bessières, victorioso, duda durante tres días en León antes de decidirse a seguir adelante, y sin la orden de repliegue general que va a provocar la noticia de Bailén, iría a parar a las mismas dificultades y experimentaría los mismos fracasos. Finalmente, en Andalucía Dupont ha capitulado con todo su Cuerpo de Ejército. Ni en Bayona ni en Madrid aciertan a ver cual es la explicación de este triple fracaso: la insurrección de las retaguardias Los “bandidos” que la provocan –no inspiran aun el suficiente pánico como para merecer el nombre de “guerrilleros”- no son apenas numerosos, porque la mayor parte de los insurrectos se han reunido con los Ejércitos españoles y luchan encuadrados con ellos. En esta época podrán ser aproximadamente diez mil hombres –un español por milla- los que se bastan para destruir las retaguardias de los Ejércitos franceses y, finalmente, les obligan a retirarse. El vetusto proceso es siempre el mismo: Llega a un pueblo cualquiera una partida de “bandidos” extraños a la localidad –o por lo menos esto es lo que dicen los habitantes-. Los “malos habitantes” se unen a ellos. En cuanto a los “buenos” –autoridades, notable, “gentes de posición” –son más numerosos de lo que generalmente se creen los que se inclinan del lado de los franceses, por simpatía o por cálculo; también los hay indiferentes; finalmente, hay que afirmar que no carecen de sentimientos humanitarios. Pero no son sus sentimientos profundos los que nos importan ahora. Lo que interesa es que los primeros expuestos a las represalias en sus propias personas y en sus propios bienes son los “buenos vecinos” los que, por tanto, se encuentran entre la espada y la pared. Se encuentran forzados a aullar como los lobos; no dudan, cuando el caso llega, en salvar la vida del correo o del ayudante de campo franceses que se encuentren, los que, a su vez, los protegerán seguidamente en caso necesario ante sus compatriotas, los franceses, sirviéndoles de coartada. Que llegan los franceses, entonces los “bandidos” se dispersan y la población que no tiene una coartada les siguen en su totalidad o en parte, para escapar de las seguras represalias, en tanto que las autoridades locales –alcalde, gobernador, cura u obispo- tratan de arreglar el asunto. Pero esto no es más que una alternativa mediante la que los “bandidos” a quienes cubren la retirada les protegerán contra las venganzas futuras. Resulta así que una pequeña minoría de agitadores es suficiente para poner a los franceses ante todos los dilemas que plantea la “resistencia”. Las represalias hacen huir a la población y la entregan en brazos de los insurrectos; pero así no se logra restablecer el orden, sino que, por el contrario, se deja el campo libre a la acción de los sublevados sobre la gente apacible. Para proteger a esta última contra semejantes presiones sería necesario estar en todas partes; pero estar en todas partes es ser débil en todas también. Si se reparten armas a la población civil, las empleará contra nosotros; pero si se les retiran no podrán defenderse de los insurrectos. Guardar las comunicaciones es dispersar las fuerzas, y dispersar las fuerzas es ser incapaz de actuar; pero perder las comunicaciones es morir de hambre. Avanzar es alargar las comunicaciones y debilitarse más aun para conservarlas; retroceder es “perder la opinión” y dejar el campo libre a la insurrección, y no moverse es dejar al enemigo la iniciativa de las operaciones y agotar rápidamente los recursos del país sobre el que se vive. En estas condiciones, la reacción del Ejército francés es análoga a la de otro cualquiera abandonado a sus propias fuerzas. Adopta medidas “ejemplares”. El resultado es que el país se convierte rápidamente en un desierto. La subsistencia de las tropas, que ya constituía un grave problema en un territorio empobrecido, resulta ahora imposible. Se revela la urgencia de aportar soluciones urgentes; surge la organización de un sistema de convoyes y almacenes. Como el país está en plena insurrección, se hace preciso disponer de tropas que recojan los víveres; de otras, para guardar los almacenes, y de otras, finalmente, para escoltar los convoyes. Es decir, no solamente se dispone de esta manera de menos soldados aun para combatir, sino que los que quedan están famélicos, porque las guarniciones se comen los almacenes y las escoltas los convoyes. Por esta razón fue por la que Moncey, después de haber fracasado ante Valencia y viéndose cortado de Madrid, tuvo que batirse en retirada, no pudiendo detenerse en San Clemente, “donde todos los medios de subsistencia están agotados”, teniendo que regresar a la capital, “imposibilitado de actuar ofensivamente”. De igual manera, para restablecer sus comunicaciones con Madrid, después de haber entrado en Córdoba, ha tenido Dupont que retroceder hasta Andujar. Pero éste cumple exactamente las instrucciones del Emperador y no continúa la retirada como Moncey. Claro es que la exigencia de conservar sus comunicaciones le paraliza totalmente. [IMG]http://img511.imageshack.us/img511/9053/dibujogi1gi4.jpg[/IMG] Conserva Andujar con los 8.000 hombres de la División Barbéu. Cubre su izquierda con un destacamento de un millar de hombres, situado en Menjíbar, bajo el mando del General Liger-Belair. A su retaguardia, en Bailén, se sitúa el General Vedel con los 8.000 hombres de la División Gobert, que ha situado tres batallones –los dos tercios de sus fuerzas- en Madrilejos, Manzanares y Puerto del Rey, con el fin de conservar el camino libre. No puede seguir avanzando porque “... a medida que se dirija hacia delante será necesario cubrir con algunas fuerzas la línea de operaciones, lo que debilitará al Cuerpo de Ejército”. Y evidentemente, no puede disminuir más las fuerzas que le quedan disponibles. En esta situación, sin poder avanzar ni retroceder, ha perdido la iniciativa y la libertad de acción –mientras que frente a él los españoles las conservan totalmente- y queda a merced de que produzca el menor incidente que pueda romper este equilibrio inestable. Y el fatal incidente se produce. Para comprenderlo leamos las instrucciones que Savary, aplicando los principios establecidos por el Emperador, hadado a Gobert: “Si usted ve que el General Dupont pide insistentemente apoyo, marche con todas las fuerzas a reunirse con él, teniendo cuidado de adoptar las adecuadas precauciones para que el desfile por Sierra Morena no sea interceptado... Le recomiendo... tomar todas las precauciones imaginables para asegurar nuestras comunicaciones con Madrid. No hay que dispersar a nuestros soldados ni fatigarlos.” ¿Se puede plantear más claramente el insoluble dilema? Tomar todas las precauciones imaginables para que el desfile por Sierra Morena no pueda ser interceptado nunca, entraña el distribuir las fuerzas en puestos, escoltas y columnas móviles. Y reunirse con Dupont, con todas las fuerzas y no desperdigarlas, exige abandonar las comunicaciones a la insurrección. Vedel y Gobert tratarán de resolver el dilema “fatigando” a sus fuerzas. En la mañana del 13 de julio es atacado el puesto de Menjíbar. El 15, Vedel abandona Bailén y presiona hacia Menjíbar; Gobert,, detrás de él, abandona La Carolina y avanza hacia Bailén. Pero Dupont es atacado en Andujar y pide refuerzos. Vedel se le reúne en la noche del 15 al 16 “con todas sus tropas”. El 16, el enemigo ataca nuevamente ante Menjíbar y rechaza a Liger-Belair; Gobert abandona Bailén para apoyarlo. Así, pues, Vedel Gobert han “marchado con todas sus fuerzas para reunirse con Dupont”, y así también quedan abandonadas las comunicaciones. Pero el 17, el enemigo “maniobra sobre el flanco izquierdo con paisanos y algunas tropas regulares”. Dufour –que muerto Gobert lo ha reemplazado- se ve cortado. Dupont envía a Vedel en su socorro. Y los dos marchan hacia La Carolina sin que, por lo demás, encuentren serios obstáculos en su avance. Dupont, Vedel y Dufour han adoptado “todas las precauciones imaginables para que el desfile de Sierra Morena no sea nunca interceptado”. Y he aquí por tanto las fuerzas dispersadas completamente. El General español Rèding se aprovecha entonces para ocupar Bailén, sin otro esfuerzo que el de continuar su avance todo derecho. Y cuando Dupont se decide al fin a abandonar Andujar, el 18 por la tarde, se encuentra copado ante Bailén, entre Castaños al Sur y Rèding al Norte. Los cansados y famélicos soldados luchan durante roda la mañana del 19. A mediodía, juzgándoles incapaces de un nuevo esfuerzo, Dupont inicia los parlamentos para la rendición. “Los perros..., eso no es nada”, escribía el Emperador. Pero ellos son, no obstante, los que han forzado a Dupont a escalonar “los 20.000 hombres que ha podido reunir” desde Madrilejos hasta Andujar, a lo largo de más de 200 kilómetros; ellos son los que le han dejado muerto de hambre, paralizado, cansado en marchas y contramarchas, los que le han separado de Vedel y Dufour; ellos, unos 35.000 hombres de Castaños y Réding, también los que han logrado la rendición, además de los 8.000 hombres de la División Barbou. [/QUOTE]
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