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<blockquote data-quote="JQ01" data-source="post: 245952" data-attributes="member: 40"><p>Respecto a los españoles enrolados en las fuerzas francesas.</p><p></p><p><strong>LOS ESPAÑOLES EN EL LANGELAND, 1808</strong></p><p>Andrés Allendesalazar y Bernar</p><p></p><p><img src="http://img249.imageshack.us/img249/5561/langejpgdj1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p>Es posible que en ciertos aspectos los recuerdos del pasado tengan una menor importancia, como enseñanza, ante los problemas del presente y del porvenir, tal como sucederá con lo que se relacione con los medios materiales para la guerra, que tanto han variado a través de los tiempos, pero hay, por lo menos, un punto en que esos recuerdos históricos tienen siempre interés y ejemplaridad: son los que se refieren al "factor hombre", los que muestren patriotismo, valor, lealtad y decisión en los momentos excepcionales que pueden presentarse. Se combata con lanzas y espadas contra escudos y rodelas, con ballestas, con arcabuces, con fusiles, cañones y ametralladoras, con carros, con aviones o con energía nuclear, siempre el hombre y su temple serán lo esencial en la guerra como en la paz. Y es interesante recordar, especialmente los casos en que un grupo de españoles, en país lejano y aislados de toda comunicación con la Patria, tuvieron una actuación en la que dieron ejemplo de esas cualidades en las que tanto brilló el carácter hispano.</p><p>Desde las hazañas de los Almogávares en Oriente, pasando por las de Hernán Cortés, Pizarro y demás conquistadores de las Indias, con sus reducidos contingentes, seguidas de la digna y ejemplar conducta de los que sufrieron el subsiguiente cautiverio, ha habido variadas ocasiones en que los españoles dieron ejemplo de saber cumplir heroicamente su misión, a pesar de lo enormemente dificultoso de las circunstancias.</p><p>Tiene interés el episodio que vamos a recordar por lo que se refiere a uno de esos momentos (afortunadamente excepcionales) en que hay que decidir, y sin ocasión ni tiempo de vacilar, dónde está el verdadero camino de la lealtad y el patriotismo, presentándose un dilema que no todos, desgraciadamente, saben resolver como se debe. Son esos momentos excepcionales en que aparentemente, a algunos les parece que se quiebra la sumisión debida a un poder que se erige en tal, pero que no es legítimo en su origen y conduce precisamente a destruir la independencia, la dignidad, la unidad y aun la vida de la Patria, y otros por el contrario, comprenden que la verdadera lealtad consiste en alzarse contra ese falso poder y luchar hasta vencerlo. Tal fue el trance en que se emprendió el alzamiento de 1808, contra el régimen que quería imponernos Napoleón. Y si esto es siempre difícil cuando puede resolverse con conocimiento de todas las circunstancias del caso, lo es más cuando hay que adoptar la decisión en lugares muy alejados, aislados de toda clase de noticias y rodeados de fuerzas contrarias muy superiores.</p><p>Esta fue la situación de la División española mandada por el teniente general don Pedro Caro y Sureda, marqués de La Romana, destacada en Diciembre en el año de 1808.</p><p>Antecedentes</p><p>Contra una vulgaridad, bastante difundida, que supone que España ha carecido de política internacional, puede demostrarse (y alguna vez habrá ocasión de hacerlo detallada y cumplidamente) que siempre fue acertada y digna ya que, en general, las guerras, paces y alianzas que se hicieron tenían un carácter ideológico y solían ser "de vida o muerte" para la cristiandad y la civilización, manteniéndose, en cambio, la neutralidad en las luchas y combinaciones que nada vital se ventilaba por reducirse a cuestiones de rivalidad y competencia entre otras potencias. Pero así como puede decirse, de un modo absoluto, que siempre hubo una política internacional, sólo se puede afirmar que casi siempre fue acertada, pues en esto hubo excepciones, pocas y concretas, sobre todo en el siglo XVIII, en que se entró en complicaciones de muy discutible oportunidad. Pero, sobre todo, hubo una ocasión en que esa política fue desacertada y además desastrosa e incluso vergonzosa: fue la seguida en una parte del reinado de Carlos IV, sobre todo durante la privanza de Godoy. La época del Tratado de San Ildefonso y la subsiguiente sumisión a Napoleón I. El Tratado de Basilea era una necesidad, dado el resultado de las campañas, el empuje, el "élan", de la Francia revolucionaria y la dirección, luego, de Bonaparte. Todas las naciones fueron firmando paces análogas, incluso en algún momento Inglaterra, la más tenaz resistente. Pero no era necesario el Tratado de San Ildefonso y la alianza con Napoleón, ni la sumisión con que se le sirvió por Carlos IV y Godoy. Puede que no hubiera sido posible, seguir en una actitud, como la que, con tesón, mantuvo la Gran Bretaña contra "el Corso", pues disponía ese Reino de otras circunstancias geográficas y de poder naval que le permitían ese "lujo", pero eso no era razón para salir de nuestra neutralidad, y además entregarse, como se hizo, de un modo servil a los designios de Napoleón; éste comprometió a España en sus ambiciosas aventuras, obligándonos a darle ruinosos subsidios, y llevarnos a una guerra naval contra una potencia de poderosa Marina, en cuya lucha perdimos en Trafalgar nuestros mejores barcos y muchos de nuestros mejores marinos. Si una política como esa se considera "política internacional" más valdría que, en ese caso, tuvieran razón los que dicen que no la tuvimos. El emperador Napoleón más que los verdaderos intereses de Francia (cuya opinión hubiese preferido una paz que le asegurase los límites que siempre ha considerado como "naturales") tenía en su mente y actuaba bajo la idea del "Imperium", el dominio de toda Europa (y después también la de los países extraeuropeos), pero no una Unión, que respetase el sello, no sólo francés y revolucionario, sino su propio sello personal, "napoleónico", y creyó empresa fácil dominar a España, y, como consecuencia, a sus "Indias", lo que la situación española, bajo el mando de Carlos IV y del Príncipe de la Paz le hacía ver que era "fruta madura". Con astucia suficiente para engañar a aquellos ilusos gobernantes (a los que era intelectualmente tan superior), iba preparando las bases de su proyectada empresa.</p><p>Tropas españolas en Toscana</p><p>Una de las medidas que convenían para los designios del Emperador era sacar algunas tropas españolas fuera de nuestro territorio nacional, no sólo para utilizarlas para sus operaciones militares, como lo hacía con las de diversas nacionalidades, sino principalmente para disminuir la posible resistencia de España, cuando creyese llegado el momento de dominar completamente nuestra Península.</p><p>Ya intentó que se le facilitase un contingente de 6.000 hombres para sofocar la rebelión de la isla de Santo Domingo, que era en aquel momento posesión francesa, a cuya petición consiguió oponerse Carlos IV, alegando que necesitaba de todas sus fuerzas militares para defender las costas peninsulares contra los ingleses.</p><p>Luego Napoleón movió astutamente los asuntos de Italia y como había despojado de los Ducados de Parma, Plasencia y Guastalla a la rama menor de la Casa de Borbón, a la que pertenecía la Reina María Luisa, convino con el Gobierno de Carlos IV entregar la Toscana (arrebatada a una rama de la Casa de Austria) con el nombre y categoría de "Reino de Etruria" al heredero de Parma, el Infante Don Luís, casado con la Infanta María Luisa de España, hija de Carlos IV. Este, dado su amor a la familia, y aún con la idea de que era buena política el mantener una sombra de influencia de España en Italia, aceptó esta solución a costa de ceder España territorios de Soberanía en América. Pero Bonaparte entretuvo a los flamantes "Reyes de Etruria", recibiéndolos y agasajándolos en París, y dando largas y más largas, dilaciones y más dilaciones, con lo que consiguió que partiese del propio Carlos IV la propuesta de enviar tropas españolas a guarnecer los territorios toscanos, como medio de asegurar la efectividad de la nueva Soberanía; efectividad que tampoco se alcanzó.</p><p>Con esto ya consiguió Napoleón sacar de España un contingente de tropas. Fueron estas: los regimientos de Zamora y Guadalajara, de Infantería de Línea; el de Voluntarios de Cataluña, de Infantería Ligera; los de Caballería de Algarbe y de Dragones de Villaviciosa, y una Batería Montada de Artillería.</p><p>La División al Norte de Europa</p><p>Después de esto, Napoleón, que ya planeaba como inmediata la dominación de España, propuso se le mandasen 3.000 soldados de Caballería para el sitio de Hamburgo, y luego 6.000 de Infantería, y en sus instrucciones a su Ministro de Relaciones Exteriores, Príncipe de Benevento (el inteligente y desaprensivo Tayllerand), le encargaba consiguiese esto del Gobierno español, añadiendo textualmente; "...Si no lo quieren, todo se acabó."</p><p>Por fin consiguió sus propósitos, forzando su ascendiente con Godoy, al que engolosinó, contando con su ambición y poco talento, con el ofrecimiento de un Principado Soberano en los Algarbes, cuando se ocupase Portugal, con cuyo pretexto entrarían sus tropas en España y, halagando también a los Reyes con el ofrecimiento de un Reino "de la Lusitania Seteptrional" para los Infantes Luís y María Luisa, a los que ya no se daba posesión del de Etruria. Con esto se consiguió se accediese al envío de una fuerte División al Norte de Europa, formada por las tropas que habían guarnecido el ilusorio Reino de Etruria, y otras que, con estas maniobras, alejaba aún más de nuestra Península. Obtenía con esto Napoleón un doble fin para sus empresas: el fin primero y aparente (que no dejaba de tener importancia) era nutrir con tropas españolas el número de fuerzas que, en las costas del Norte de Europa, mantenían el bloqueo continental para tratar de arruinar el comercio de Inglaterra; y el segundo fin, no declarado, pero más importante para él, era el de restar fuerzas al Ejército español en la Península, para así, más impunemente, ocupar el territorio de nuestra Monarquía.</p><p>La organización de la División del Norte, estaba integrada por los Cuerpos siguientes:</p><p>• Infantería de Línea: cuatro Regimientos:</p><p>1. Zamora, con 2.566 hombres.</p><p>2. Guadalajara, con 2.282 hombres.</p><p>3. Asturias, formado por 2.337 hombres.</p><p>4. Princesa, con 2.286 hombres.</p><p>• Infantería Ligera: dos Regimientos: </p><p>1. Voluntarios de Cataluña, con 1.200 hombres.</p><p>2. Voluntarios de Barcelona, con 1.200 hombres.</p><p>• Caballería de Línea: tres Regimientos, cada uno con 540 caballos.</p><p>1. del Rey.</p><p>2. del Infante.</p><p>3. Algarbe.</p><p>• Caballería Ligera: dos Regimientos, cada uno con 540 caballos.</p><p>1. Almansa.</p><p>2. Dragones de Villaviciosa</p><p>• Artillería a Caballo: Una Batería con 252 hombres y sus respectivos caballos, y un total de 25 piezas.</p><p>• Ingenieros: Formada por 135 hombres de zapadores y pontoneros.</p><p>En total 14.905 hombres, 3.088 caballos y 25 cañones.</p><p>El Marqués de La Romana</p><p>El mando de esta fuerza se confió al Teniente general don Pedro Caro y Sureda, III marqués de La Romana, a la sazón Capitán General interino de Cataluña, a cuyas guarniciones pertenecían casi todos los Regimientos que, juntamente con los procedentes de la ocupación de Toscana, formaron la División del Norte.</p><p>Este General de ilustre familia valenciana y mallorquina, cuyos miembros se habían distinguido en los altos mandos del Ejército, tenía también una brillante historia militar. Había nacido en Palma de Mallorca en 1761.</p><p>Alférez de Fragata, solamente, pues después de haber servido algún tiempo en la Armada a las órdenes de Gravina, estalló la guerra contra la Revolución Francesa de 1793, deseó luchar en forma más directa contra aquella República, por lo que solicitó y obtuvo el pase al Ejército como oficial de Infantería. Alcanzó sus ascensos por méritos de guerra hasta el grado de Brigadier, y después, también por méritos de guerra, los de Mariscal y Teniente General.</p><p>Traslado al Norte y concentración en Maguncia</p><p>Las tropas que habían guarnecido Toscana fueron por la Alta Italia y Babiera a concentrarse todas en Maguncia y reunirse con las unidades que habían sido llevadas del Norte de España a través de Francia, casi todas por Lyon y alguna por Burdeos. </p><p>En Maguncia se organizó la División tomó el mando el marqués de La Romana. La marcialidad, disciplina y lucida presentación de las tropas españolas, llamaron la atención del Rey Maximiliano de Baviera, entonces aliado de Napoleón, y de los Mariscales franceses, que creyeron que eran tropas escogidas, de "elite", cuando, en realidad, fueron designadas para el caso por suerte o por su proximidad a las fronteras.</p><p>Este hecho nos obliga a una observación: por muchos sobre todo en el siglo XIX, se ha dado a entender que el Ejército español se hallaba en un estado de desorganización o decadencia, y que sólo gracias a la acción "del pueblo" se hizo el "Levantamiento, guerra y revolución de España" (como decían los escritores de entonces, siguiendo a Toreno). Pero el hecho de que unas tropas, elegidas por azares geográficos tuvieran esa presentación, y que los hechos posteriores probaron que correspondía a una real superioridad, revela que no había tal decadencia, pues la presentación lucida y la eficacia guerrera de unas tropas se tiene que deber no sólo a la buena calidad de los soldados, sino a la eficaz acción de los jefes y oficiales que los han formado, y a los Generales, con mando sobre esas unidades; es decir, a todo el Ejército. La política desastrosa y desacertada del Príncipe de la Paz (pues en la primera parte del reinado de Carlos IV tuvo éste los mismos Ministros, que, ideologías aparte, fueron eficaces organizadores en el de Carlos III) puso al Estado y, por consecuencia, a la Nación en una situación muy lamentable, pero no bastan unos años de mal gobierno para que se pierdan las virtudes de unas instituciones, entre ellas el Ejército, que se conservan y en un momento dado salvan a la Patria. Como sucedió entonces. Además, Godoy tuvo grandes faltas y errores, pero no fue un "triturador" del Ejército, el Ejército supo conservar su espíritu y cumplir su misión con eficacia, y cuando hizo falta, con heroísmo. </p><p>El sitio de Straslund</p><p>Llegada la División al Norte de Alemania, y teniendo que obrar según las órdenes del alto mando francés, ejercido por el mariscal Bernadotte, Príncipe de Pontecorvo, algunos de los Cuerpos tuvieron que cooperar al sitio y toma de Straslund, plaza de Pomerania, región que estaba entonces en poder de Suecia, a la sazón en guerra contra Francia. Fueron estas unidades los Regimientos de Guadalajara y de Voluntarios de Cataluña y los Dragones de Villaviciosa; todos ellos se distinguieron, entre las otras nacionalidades, por su actuación en aquella empresa, citándose especialmente al de Voluntarios de Cataluña.</p><p>Después de esta operación, que fue dura, se concentró a la División en Hamburgo, para prepararla para nuevas empresas, pero Napoleón ya estaba empezando a ejecutar sus planes para invadir España, temió que, al darse cuenta de ello, estas fuerzas pudieran rebelarse y decidió trasladarlas a Dinamarca para dispersarlas entre la península de Jutlandia, el Schleswig y las islas que integran dicho reino. El 14 de marzo de 1808 empezaron a desembarcar las tropas españolas en el puerto de Odense, en la isla de Fionia.</p><p>Dinamarca y los daneses</p><p>Un matiz interesante de estos episodios y del que no se han ocupado, generalmente, los historiadores de estos sucesos, es la actitud de Dinamarca, como Estado, y de los daneses, como nación, ante los españoles. Dinamarca tuvo que someterse entonces a la voluntad de Napoleón como lo ha tenido que hacer posteriormente a otros poderes, por que ese es el sino de las naciones pequeñas en su roce con las grandes; lección expresiva para los pequeños separatismos regionales, que, si esto sucede a una nación pequeña, pero de verdadera personalidad y larga y gloriosa historia, debe hacer pensar a los que fundan sus tendencias secesionistas en hechos "diferenciales", tan inoperantes como el de tener un idioma particular.</p><p>Por ello, el Gobierno y las tropas danesas tuvieron que coadyuvar con las napoleónicas en vigilar y, en su caso, cercar a los españoles, pero no fue esa la impresión de la "población civil", y, en su fuero interno, seguramente el sentir de los militares y autoridades de aquel reino, sentir que no podrían exteriorizar.</p><p>Consta que fue grande la simpatía de los habitantes del país por la corrección y comportamiento de las tropas españolas, que contrastaba, sin duda con las de los contingentes de otras nacionalidades que servían a Napoleón. Fueron tan populares que existen curiosos grabados hechos por los daneses, representando todos los uniformes de la División española. Y lo más notables es que el recuerdo de esa buena impresión se conservó y se vino transmitiendo de padres a hijos, y así el 14 de marzo de 1908 se conmemoró solemnemente en Odense, punto de desembarco, el Centenario de ese hecho, en recuerdo y elogio de la conducta de los españoles durante su estancia en Dinamarca. En este homenaje a España pronunció una conferencia un sabio profesor, el doctor Carl Smuts, quien recordó la ejemplar conducta de los españoles, que no había sido olvidada en el transcurso de un siglo. Hubo un festival, interpretándose música española y nuestra Marcha Real, con asistencia de las autoridades del país y de la representación diplomática y consular de España. De este homenaje se hizo mención, para agradecerlo y resaltar su significación, en una sesión del Senado de España en dicho año de 1908.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="JQ01, post: 245952, member: 40"] Respecto a los españoles enrolados en las fuerzas francesas. [B]LOS ESPAÑOLES EN EL LANGELAND, 1808[/B] Andrés Allendesalazar y Bernar [IMG]http://img249.imageshack.us/img249/5561/langejpgdj1.jpg[/IMG] Es posible que en ciertos aspectos los recuerdos del pasado tengan una menor importancia, como enseñanza, ante los problemas del presente y del porvenir, tal como sucederá con lo que se relacione con los medios materiales para la guerra, que tanto han variado a través de los tiempos, pero hay, por lo menos, un punto en que esos recuerdos históricos tienen siempre interés y ejemplaridad: son los que se refieren al "factor hombre", los que muestren patriotismo, valor, lealtad y decisión en los momentos excepcionales que pueden presentarse. Se combata con lanzas y espadas contra escudos y rodelas, con ballestas, con arcabuces, con fusiles, cañones y ametralladoras, con carros, con aviones o con energía nuclear, siempre el hombre y su temple serán lo esencial en la guerra como en la paz. Y es interesante recordar, especialmente los casos en que un grupo de españoles, en país lejano y aislados de toda comunicación con la Patria, tuvieron una actuación en la que dieron ejemplo de esas cualidades en las que tanto brilló el carácter hispano. Desde las hazañas de los Almogávares en Oriente, pasando por las de Hernán Cortés, Pizarro y demás conquistadores de las Indias, con sus reducidos contingentes, seguidas de la digna y ejemplar conducta de los que sufrieron el subsiguiente cautiverio, ha habido variadas ocasiones en que los españoles dieron ejemplo de saber cumplir heroicamente su misión, a pesar de lo enormemente dificultoso de las circunstancias. Tiene interés el episodio que vamos a recordar por lo que se refiere a uno de esos momentos (afortunadamente excepcionales) en que hay que decidir, y sin ocasión ni tiempo de vacilar, dónde está el verdadero camino de la lealtad y el patriotismo, presentándose un dilema que no todos, desgraciadamente, saben resolver como se debe. Son esos momentos excepcionales en que aparentemente, a algunos les parece que se quiebra la sumisión debida a un poder que se erige en tal, pero que no es legítimo en su origen y conduce precisamente a destruir la independencia, la dignidad, la unidad y aun la vida de la Patria, y otros por el contrario, comprenden que la verdadera lealtad consiste en alzarse contra ese falso poder y luchar hasta vencerlo. Tal fue el trance en que se emprendió el alzamiento de 1808, contra el régimen que quería imponernos Napoleón. Y si esto es siempre difícil cuando puede resolverse con conocimiento de todas las circunstancias del caso, lo es más cuando hay que adoptar la decisión en lugares muy alejados, aislados de toda clase de noticias y rodeados de fuerzas contrarias muy superiores. Esta fue la situación de la División española mandada por el teniente general don Pedro Caro y Sureda, marqués de La Romana, destacada en Diciembre en el año de 1808. Antecedentes Contra una vulgaridad, bastante difundida, que supone que España ha carecido de política internacional, puede demostrarse (y alguna vez habrá ocasión de hacerlo detallada y cumplidamente) que siempre fue acertada y digna ya que, en general, las guerras, paces y alianzas que se hicieron tenían un carácter ideológico y solían ser "de vida o muerte" para la cristiandad y la civilización, manteniéndose, en cambio, la neutralidad en las luchas y combinaciones que nada vital se ventilaba por reducirse a cuestiones de rivalidad y competencia entre otras potencias. Pero así como puede decirse, de un modo absoluto, que siempre hubo una política internacional, sólo se puede afirmar que casi siempre fue acertada, pues en esto hubo excepciones, pocas y concretas, sobre todo en el siglo XVIII, en que se entró en complicaciones de muy discutible oportunidad. Pero, sobre todo, hubo una ocasión en que esa política fue desacertada y además desastrosa e incluso vergonzosa: fue la seguida en una parte del reinado de Carlos IV, sobre todo durante la privanza de Godoy. La época del Tratado de San Ildefonso y la subsiguiente sumisión a Napoleón I. El Tratado de Basilea era una necesidad, dado el resultado de las campañas, el empuje, el "élan", de la Francia revolucionaria y la dirección, luego, de Bonaparte. Todas las naciones fueron firmando paces análogas, incluso en algún momento Inglaterra, la más tenaz resistente. Pero no era necesario el Tratado de San Ildefonso y la alianza con Napoleón, ni la sumisión con que se le sirvió por Carlos IV y Godoy. Puede que no hubiera sido posible, seguir en una actitud, como la que, con tesón, mantuvo la Gran Bretaña contra "el Corso", pues disponía ese Reino de otras circunstancias geográficas y de poder naval que le permitían ese "lujo", pero eso no era razón para salir de nuestra neutralidad, y además entregarse, como se hizo, de un modo servil a los designios de Napoleón; éste comprometió a España en sus ambiciosas aventuras, obligándonos a darle ruinosos subsidios, y llevarnos a una guerra naval contra una potencia de poderosa Marina, en cuya lucha perdimos en Trafalgar nuestros mejores barcos y muchos de nuestros mejores marinos. Si una política como esa se considera "política internacional" más valdría que, en ese caso, tuvieran razón los que dicen que no la tuvimos. El emperador Napoleón más que los verdaderos intereses de Francia (cuya opinión hubiese preferido una paz que le asegurase los límites que siempre ha considerado como "naturales") tenía en su mente y actuaba bajo la idea del "Imperium", el dominio de toda Europa (y después también la de los países extraeuropeos), pero no una Unión, que respetase el sello, no sólo francés y revolucionario, sino su propio sello personal, "napoleónico", y creyó empresa fácil dominar a España, y, como consecuencia, a sus "Indias", lo que la situación española, bajo el mando de Carlos IV y del Príncipe de la Paz le hacía ver que era "fruta madura". Con astucia suficiente para engañar a aquellos ilusos gobernantes (a los que era intelectualmente tan superior), iba preparando las bases de su proyectada empresa. Tropas españolas en Toscana Una de las medidas que convenían para los designios del Emperador era sacar algunas tropas españolas fuera de nuestro territorio nacional, no sólo para utilizarlas para sus operaciones militares, como lo hacía con las de diversas nacionalidades, sino principalmente para disminuir la posible resistencia de España, cuando creyese llegado el momento de dominar completamente nuestra Península. Ya intentó que se le facilitase un contingente de 6.000 hombres para sofocar la rebelión de la isla de Santo Domingo, que era en aquel momento posesión francesa, a cuya petición consiguió oponerse Carlos IV, alegando que necesitaba de todas sus fuerzas militares para defender las costas peninsulares contra los ingleses. Luego Napoleón movió astutamente los asuntos de Italia y como había despojado de los Ducados de Parma, Plasencia y Guastalla a la rama menor de la Casa de Borbón, a la que pertenecía la Reina María Luisa, convino con el Gobierno de Carlos IV entregar la Toscana (arrebatada a una rama de la Casa de Austria) con el nombre y categoría de "Reino de Etruria" al heredero de Parma, el Infante Don Luís, casado con la Infanta María Luisa de España, hija de Carlos IV. Este, dado su amor a la familia, y aún con la idea de que era buena política el mantener una sombra de influencia de España en Italia, aceptó esta solución a costa de ceder España territorios de Soberanía en América. Pero Bonaparte entretuvo a los flamantes "Reyes de Etruria", recibiéndolos y agasajándolos en París, y dando largas y más largas, dilaciones y más dilaciones, con lo que consiguió que partiese del propio Carlos IV la propuesta de enviar tropas españolas a guarnecer los territorios toscanos, como medio de asegurar la efectividad de la nueva Soberanía; efectividad que tampoco se alcanzó. Con esto ya consiguió Napoleón sacar de España un contingente de tropas. Fueron estas: los regimientos de Zamora y Guadalajara, de Infantería de Línea; el de Voluntarios de Cataluña, de Infantería Ligera; los de Caballería de Algarbe y de Dragones de Villaviciosa, y una Batería Montada de Artillería. La División al Norte de Europa Después de esto, Napoleón, que ya planeaba como inmediata la dominación de España, propuso se le mandasen 3.000 soldados de Caballería para el sitio de Hamburgo, y luego 6.000 de Infantería, y en sus instrucciones a su Ministro de Relaciones Exteriores, Príncipe de Benevento (el inteligente y desaprensivo Tayllerand), le encargaba consiguiese esto del Gobierno español, añadiendo textualmente; "...Si no lo quieren, todo se acabó." Por fin consiguió sus propósitos, forzando su ascendiente con Godoy, al que engolosinó, contando con su ambición y poco talento, con el ofrecimiento de un Principado Soberano en los Algarbes, cuando se ocupase Portugal, con cuyo pretexto entrarían sus tropas en España y, halagando también a los Reyes con el ofrecimiento de un Reino "de la Lusitania Seteptrional" para los Infantes Luís y María Luisa, a los que ya no se daba posesión del de Etruria. Con esto se consiguió se accediese al envío de una fuerte División al Norte de Europa, formada por las tropas que habían guarnecido el ilusorio Reino de Etruria, y otras que, con estas maniobras, alejaba aún más de nuestra Península. Obtenía con esto Napoleón un doble fin para sus empresas: el fin primero y aparente (que no dejaba de tener importancia) era nutrir con tropas españolas el número de fuerzas que, en las costas del Norte de Europa, mantenían el bloqueo continental para tratar de arruinar el comercio de Inglaterra; y el segundo fin, no declarado, pero más importante para él, era el de restar fuerzas al Ejército español en la Península, para así, más impunemente, ocupar el territorio de nuestra Monarquía. La organización de la División del Norte, estaba integrada por los Cuerpos siguientes: • Infantería de Línea: cuatro Regimientos: 1. Zamora, con 2.566 hombres. 2. Guadalajara, con 2.282 hombres. 3. Asturias, formado por 2.337 hombres. 4. Princesa, con 2.286 hombres. • Infantería Ligera: dos Regimientos: 1. Voluntarios de Cataluña, con 1.200 hombres. 2. Voluntarios de Barcelona, con 1.200 hombres. • Caballería de Línea: tres Regimientos, cada uno con 540 caballos. 1. del Rey. 2. del Infante. 3. Algarbe. • Caballería Ligera: dos Regimientos, cada uno con 540 caballos. 1. Almansa. 2. Dragones de Villaviciosa • Artillería a Caballo: Una Batería con 252 hombres y sus respectivos caballos, y un total de 25 piezas. • Ingenieros: Formada por 135 hombres de zapadores y pontoneros. En total 14.905 hombres, 3.088 caballos y 25 cañones. El Marqués de La Romana El mando de esta fuerza se confió al Teniente general don Pedro Caro y Sureda, III marqués de La Romana, a la sazón Capitán General interino de Cataluña, a cuyas guarniciones pertenecían casi todos los Regimientos que, juntamente con los procedentes de la ocupación de Toscana, formaron la División del Norte. Este General de ilustre familia valenciana y mallorquina, cuyos miembros se habían distinguido en los altos mandos del Ejército, tenía también una brillante historia militar. Había nacido en Palma de Mallorca en 1761. Alférez de Fragata, solamente, pues después de haber servido algún tiempo en la Armada a las órdenes de Gravina, estalló la guerra contra la Revolución Francesa de 1793, deseó luchar en forma más directa contra aquella República, por lo que solicitó y obtuvo el pase al Ejército como oficial de Infantería. Alcanzó sus ascensos por méritos de guerra hasta el grado de Brigadier, y después, también por méritos de guerra, los de Mariscal y Teniente General. Traslado al Norte y concentración en Maguncia Las tropas que habían guarnecido Toscana fueron por la Alta Italia y Babiera a concentrarse todas en Maguncia y reunirse con las unidades que habían sido llevadas del Norte de España a través de Francia, casi todas por Lyon y alguna por Burdeos. En Maguncia se organizó la División tomó el mando el marqués de La Romana. La marcialidad, disciplina y lucida presentación de las tropas españolas, llamaron la atención del Rey Maximiliano de Baviera, entonces aliado de Napoleón, y de los Mariscales franceses, que creyeron que eran tropas escogidas, de "elite", cuando, en realidad, fueron designadas para el caso por suerte o por su proximidad a las fronteras. Este hecho nos obliga a una observación: por muchos sobre todo en el siglo XIX, se ha dado a entender que el Ejército español se hallaba en un estado de desorganización o decadencia, y que sólo gracias a la acción "del pueblo" se hizo el "Levantamiento, guerra y revolución de España" (como decían los escritores de entonces, siguiendo a Toreno). Pero el hecho de que unas tropas, elegidas por azares geográficos tuvieran esa presentación, y que los hechos posteriores probaron que correspondía a una real superioridad, revela que no había tal decadencia, pues la presentación lucida y la eficacia guerrera de unas tropas se tiene que deber no sólo a la buena calidad de los soldados, sino a la eficaz acción de los jefes y oficiales que los han formado, y a los Generales, con mando sobre esas unidades; es decir, a todo el Ejército. La política desastrosa y desacertada del Príncipe de la Paz (pues en la primera parte del reinado de Carlos IV tuvo éste los mismos Ministros, que, ideologías aparte, fueron eficaces organizadores en el de Carlos III) puso al Estado y, por consecuencia, a la Nación en una situación muy lamentable, pero no bastan unos años de mal gobierno para que se pierdan las virtudes de unas instituciones, entre ellas el Ejército, que se conservan y en un momento dado salvan a la Patria. Como sucedió entonces. Además, Godoy tuvo grandes faltas y errores, pero no fue un "triturador" del Ejército, el Ejército supo conservar su espíritu y cumplir su misión con eficacia, y cuando hizo falta, con heroísmo. El sitio de Straslund Llegada la División al Norte de Alemania, y teniendo que obrar según las órdenes del alto mando francés, ejercido por el mariscal Bernadotte, Príncipe de Pontecorvo, algunos de los Cuerpos tuvieron que cooperar al sitio y toma de Straslund, plaza de Pomerania, región que estaba entonces en poder de Suecia, a la sazón en guerra contra Francia. Fueron estas unidades los Regimientos de Guadalajara y de Voluntarios de Cataluña y los Dragones de Villaviciosa; todos ellos se distinguieron, entre las otras nacionalidades, por su actuación en aquella empresa, citándose especialmente al de Voluntarios de Cataluña. Después de esta operación, que fue dura, se concentró a la División en Hamburgo, para prepararla para nuevas empresas, pero Napoleón ya estaba empezando a ejecutar sus planes para invadir España, temió que, al darse cuenta de ello, estas fuerzas pudieran rebelarse y decidió trasladarlas a Dinamarca para dispersarlas entre la península de Jutlandia, el Schleswig y las islas que integran dicho reino. El 14 de marzo de 1808 empezaron a desembarcar las tropas españolas en el puerto de Odense, en la isla de Fionia. Dinamarca y los daneses Un matiz interesante de estos episodios y del que no se han ocupado, generalmente, los historiadores de estos sucesos, es la actitud de Dinamarca, como Estado, y de los daneses, como nación, ante los españoles. Dinamarca tuvo que someterse entonces a la voluntad de Napoleón como lo ha tenido que hacer posteriormente a otros poderes, por que ese es el sino de las naciones pequeñas en su roce con las grandes; lección expresiva para los pequeños separatismos regionales, que, si esto sucede a una nación pequeña, pero de verdadera personalidad y larga y gloriosa historia, debe hacer pensar a los que fundan sus tendencias secesionistas en hechos "diferenciales", tan inoperantes como el de tener un idioma particular. Por ello, el Gobierno y las tropas danesas tuvieron que coadyuvar con las napoleónicas en vigilar y, en su caso, cercar a los españoles, pero no fue esa la impresión de la "población civil", y, en su fuero interno, seguramente el sentir de los militares y autoridades de aquel reino, sentir que no podrían exteriorizar. Consta que fue grande la simpatía de los habitantes del país por la corrección y comportamiento de las tropas españolas, que contrastaba, sin duda con las de los contingentes de otras nacionalidades que servían a Napoleón. Fueron tan populares que existen curiosos grabados hechos por los daneses, representando todos los uniformes de la División española. Y lo más notables es que el recuerdo de esa buena impresión se conservó y se vino transmitiendo de padres a hijos, y así el 14 de marzo de 1908 se conmemoró solemnemente en Odense, punto de desembarco, el Centenario de ese hecho, en recuerdo y elogio de la conducta de los españoles durante su estancia en Dinamarca. En este homenaje a España pronunció una conferencia un sabio profesor, el doctor Carl Smuts, quien recordó la ejemplar conducta de los españoles, que no había sido olvidada en el transcurso de un siglo. Hubo un festival, interpretándose música española y nuestra Marcha Real, con asistencia de las autoridades del país y de la representación diplomática y consular de España. De este homenaje se hizo mención, para agradecerlo y resaltar su significación, en una sesión del Senado de España en dicho año de 1908. [/QUOTE]
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