En el Mando Supremo de Hitler

Una vez llegado a Karinhall, Birger Dahlerus creyó leer en la expresión del rostro de Goering cuán escasa eran las posibilidades de preservar la paz.
- Parece que el el Ministerio de Asuntos Exteriores no está en disposición de entablar negociaciones encaminadas a encontrar una solución pacífica de la crisis - manifestó Goering.
Informó minusiosamente al industrial sueco de sus contactos con las altas esferas.
- Debo salir ahora para Berlín para entrevistarme con el embajador polaco. A continuación, iré a la Cancillería para hablar con el Führer. Hoy regresará de Moscú von Ribbentrop, y tengo gran interés en cambiar impresiones con él. Puede usted venir en mi automóvil hasta Berlín y una vez allí puede aguardar mi llamada en su habitación.
Goering condujo en persona su coche deportivo biplaza. Al llegar el vehículo a un cruce de carreteras próximo a Berlín, varios viajantes reconocieron a Goering y le saludaron con evidente exaltación. Se sabía en todo el país que el " grueso Hermann" se pronunciaba en favor de la paz, y de ahí que gozara de bastante popularidad. Entre tanto, había cundido la nueva de la firma del pacto de no agresión con la Unión Soviética. La población creía que esta "aproximación" germano-soviética había alejado definitivamente el riesgo de la guerra. Nadie podía sospechar que precisamente dicho pacto no tenía otro motivo que el de desencadenar el conflicto...


Firma del Pacto Ribbentrop-Molotow...

Dahlerus se apeó ante la puerta principal del Hotel Esplanade. Goering le había prometido información tan pronto como le fuese factible. Poco antes de la medianoche, exactamente a las once y veinte, sonó el teléfono en la habitación del hombre de negocios sueco. El propio Goering estaba al aparato, y con voz profunda le informó de que el convenio con Rusia acarrearía mayores consecuencias en el futuro de lo que la versión oficial de los hechos daba a entender.
¿Existían tal vez cláusulas secretas, de mucha mayor importancia que el texto oficial del pacto? Tal pensamiento bullía en la mente de Dahlerus.

- ¿No puede usted salir inmediatamente para Inglaterra? - preguntó la voz al otro extremo de la línea.
El sueco le escuchó en silencio.
- Yo mismo cuidaré -continuó Goering - de que mañana temprano, a las ocho, disponga usted de una plaza en el avión de línea con destino a Inglaterra.
Parecía como si temiese que aquel avión comercial fuera el último en volar, antes de que las escuadrillas de cazas y bombarderos cruzasen amenazadores los cielos...

Doce horas después, Birger Dahlerus conferenciaba en Londres con los participantes en la reunión de Sönke Nissen Koog. Su informe verbal fue inmediatamente trasladado en letra impresa y sometido a la consideración del Gabinete inglés. Nadie sospechaba que a la misma hora Hitler daba al coronel Warlimont la orden de iniciar la "Operación Weiss", es decir, el ataque a Polonia. Poco antes, el Führer había recibido en su despacho de la Cancillería al embajador británico, sir Neville Henderson, a quien refirió los numerosos incidentes fronterizos llevados a cabo por elementos polacos.

- Esa situación "macedónica" en mis fronteras orientales debe ser eliminada a toda costa.

Las manifestaciones que hizo Hitler después de describir con gran irritación la situación "macedónica" en los límites fronterizos orientales de Alemania, fueron en extremo sorprentes.

- Rusia y Alemania jamás volverán a enfrentarse con las armas en la mano - dijo al embajador británico. Acto seguido, le ofreció "garantizar la existencia del Imperio Británico" e indicó al inglés que " estaba dispuesto a combatir en ultramar o en cualquier otro punto en el que fuese necesaria su ayuda..."
Hitler no se percataba de la afrenta que su oferta significaba para los ingleses. Henderson consideró fríamente la proposición y manifestó al Führer que estaba dispuesto a trasladarse a Londres al día siguiente, al objeto de informar a su Gobierno. Antes de abandonar el despacho del Adolf Hitler en la Cancillería del Reich, Henderson volvió a hablar de nuevo sobre el motivo de la crisis actual:

- Excelencia, me creo en el deber de informarle, sin que ofrezca lugar a dudas, que mi país está firmemente dispuesto a mantener la palabra dada a Polonia. El Gobierno de Su Majestad considerará asímismo muy seriamente cualquier acto encaminado al mejoramiento de las relaciones con Alemania, si bien sólo las tomará en cuenta en el caso de que se llegue a una solución pacífica de las diferencias con Polonia y se llegue a un acuerdo por la vía de las negociaciones.
De regreso a la Embajada, sir Neville Henderson redactó el primer informe para su Gobierno. El encargado de las claves lo puso en cifrado, y el embajador preparó su viaje a Londres para el día siguiente. En la capital británica, el fabricante sueco Birger Dahlerus se disponía a regresar a Alemania con el fin de entregar al mariscal Goering una carta de lord Halifax.


Lord Halifax


Parte 3
 
El 26 de agosto, Dahlerus estaba de nuevo en Berlín. El ayudante de Goering le recogió en el aeródromo y le rogó que le acompañara en seguida hasta Karinhall. Era ya de noche, y el automóvil avanzaba con rapidez por la carretera rodeada de prados, hasta que se detuvo ante la mansión de Goering. Pero al llegar allí supo que el mariscal había salido en dirección a Berlín en tren especial, que por aquel momento debería encontrarse en cualquier punto no demasiado lejos de la capital. El automóvil condujo a Dahlerus hasta un lugar llamado Friedrichswalde, donde estaba detenido el tren. Goering le recibió al instante, y antes de hacerle entrega de la carta de que era portador, Birgen Dahlerus le informó acerca de la atmósfera que prevalecía en la capital inglesa.

- No existe la menor duda, Excelencia, de que Inglaterra considera muy seriamente su pacto con Polonia. En caso de ataque por parte de Alemania, los ingleses recurrirán sin vacilar al uso de las armas.
Goering le escuchó con atención. Dahlerus le entregó la carta de lord Halifax. El mariscal rasgó el sobre e intentó leer el texto. Sus conocimientos de inglés no eran lo bastante fuertes como para enterarse bien del contenido de la misiva, por lo que rogó al sueco que lo hiciera por él.
- Herr Dahlerus, tradúzcame esta carta al alemán y considere lo importante que es el que dé a cada una de las palabras su auténtico significado.

Entre tanto, el tren se había puesto en marcha. El traqueteo de las ruedas se confundía con las palabras del fabricante sueco. Goering no se tomó ninguna molestia en disimular su emoción: no cabía duda de que el mensaje del ministro de Asuntos Exteriores británico le había causado profunda impresión. Apenas hubo acabado Dahlerus con la traducción, el mariscal dio al jefe del tren orden de detenerse en la próxima estación, al mismo tiempo que pedía tuvieran dispuesto un automóvil a su llegada.
Eran las once de la noche. Los frenos del convoy chirriaron y éste se detuvo en una pequeña estación, cuyo nombre no podía leerse a consecuencia de la oscuridad. Pocos minutos después llegó un automóvil, que en rauda marcha condujo a ambos pasajeros a Berlín. El reloj de la Wilhelmsplatz señalaba la medianoche cuando el coche que conducía a Dahlerus y a Goering se detuvo ante el edificio de la Cancillería del Reich. La Wilhelmstrasse y calles adyacentes parecían hoscas gargantas; tal era la penumbra reinante. Las farolas estaban extinguidas y parecía que la ciudad se hallaba ya en pie de guerra.
El ayudante de Goering llamó a la puerta de la Cancillería, en cuya fachada no había ninguna ventana iluminada. Goering indicó a Dahlerus que se dirigiera a su hotel a esperar sus noticias. El mariscal mandaría despertar al Führer, que con toda seguridad estaría ya acostado.
La mayor parte de los residentes extranjeros habían abandonado ya la ciudad, y el vestíbulo del Hotel Esplanade estaba tranquilo y vacío. La voz de Dahlerus sonó hueco al hablar con el conserje:
- Esperaré aquí abajo. Tráigame, mientras, algo para beber.
Un cuarto de hora después llegaron dos coroneles que hablaron primero con el conserje, y luego se dirigieron a Dahleurs, ante el cual se cuadraron, informándole de que el Führer le aguardaba en la Cancillería.
Habían transcurrido apenas treinta minutos desde que Dahlerus había estado por primera vez ante el edificio de la Cancillería aquella noche. En tan corto tiempo la fisonomía del edificio se había transformado por entero. Casi todas las ventanas se hallaban ahora plenamente iluminadas, en contraste con los edificios fronterizos y cercanos. Este fue el motivo de que se observara a algunos transeúntes detenidos, como sorprendidos por lo inusitado del espectáculo. Los rapazuelos vendedores de periódicos aprovecharon la coyuntura para vocear la primera edición de la madrugada...
Las pesadas puertas de bronce del edificio contiguo a la vieja Cancillería estaban abiertas de par en par. El automóvil, sin detenerse, se deslizó hasta el patio interior donde unos cuantos funcionarios estaban presentes para dar la bienvenida al visitante nocturno. Dos de aquellos caballeros acompañaron a Birger Dahlerus a través del patio de honor, un enorme vestíbulo, la sala de los mosaicos, una gran pieza circular, y por fin hasta el sector de la galería de mármol, donde se hallaba la antesala del gabinete del Führer.
Adolf Hitler rogó a su huésped, así como a Hermann Goering, que tomaran asiento en un tresillo frente a la chimenea, sobre la que había un retrato de Bismarck pintado por Lenbach. Sin mencionar todavía la carta del ministro de Asuntos Exteriores británico, de la cual había sido portador Dahlerus, Hitler inició una extensa exposición sobre los objetivos de la política alemana. Todo ello acompañado de agudas críticas sobre la actitud de la Gran Bretaña. Dahlerus aprovechó una breve pausa del Führer para tomar aliento e interrumpir su monólogo.
- Excelencia, lamento no compartir su opinión acerca de Inglaterra y del pueblo británico. Es evidente que Su Excelencia está mal informado. He vivido mucho tiempo en Inglaterra en calidad de obrero y, por lo tanto, conozco muy bien a los distintos estamentos del pueblo inglés...

Hitler contempló con asombro a su visitante sueco. Era cosa que jamás se hubiera imaginado: frente a él tenía a un hombre que osaba opinar de modo diferente que él. Pero lo que más le dejó perplejo fue la confesión de Dahlerus de que había trabajado como obrero en Inglaterra.
- Pero, ¿qué dice usted? ¿Que ha trabajado en Inglaterra como simple obrero? Eso es muy interesante. Por favor, cuénteme.

En su obra Mein Kampf, Hitler describía sus experiencias como obrero de la construcción en Viena, aunque todo era falso, pues jamás ganó su pan con el trabajo corporal, y todas sus meditaciones sobre el sentir de los trabajadores vieneses eran sólo producto de su mente calenturienta. En Birger Dahlerus había encontrado un hombre que conocía de verdad a los ingleses. Hitler casi había olvidado el verdadero motivo por el que había recibido al sueco a medianoche en el edificio de la Cancillería.
- El inglés es muy tenaz y firme en la persecución de sus objetivos - dijo Dahlerus, al terminar su descripción del carácter inglés -, y, además, son conscientes de su condición de ciudadanos de una gran potencia. No en vano el pueblo inglés ha dominado medio mundo.
- Pero los plutócratas ingleses se han vuelto ineptos y perezosos - replicó Hitler.
- Este fenómeno no es típicamente inglés - supo contestar el fabricante sueco -. En todos los países se ha producido, y también en Alemania. Creo que si Su Excelencia hubiera tenido, como yo, la oportunidad de vivir largo tiempo en Inglaterra, ahora opinaría de muy distinta manera. Y acaso muchos conflictos se solucionarían mucho más fácilmente...

El amistoso intermezzo tocaba a su fin. Hitler comenzó de nuevo a emplear su tono doctoral, y volvió al tema del que treinta y seis hora antes había tratado con el embajador inglés: su apoyo garantizando la existencia del Imperio colonial británico.
- "Esta es mi última y generosa proposición!" - exclamó, mientras no cejaba en alabar la formidable preparación bélica de su nación. Al hablar de ello parecía transfigurarse; sus pupilas se dilataban, su rostro adquiría la rigidez de una mascarilla; parecía la faz de un demente.
- Si estalla la guerra - dijo a Dahlerus -, construiré submarinos. ¡Submarinos, submarinos!
Se levantó de su asiento y comenzó a pasear por la amplia estancia de su gabinete con movimientos envarados, como los de un títere cuyos brazos y piernas son manejados por hilos invisibles.
De pronto se detuvo en el centro de la sala, alzó la voz, como si fuera a dirigir la palabra a una asamblea, y exclamó:
- ¡También construiré aviones, muchos aviones! ¡Destruiré a mis enemigos! No temo la guerra, y es imposible sitiar a Alemania. Mi pueblo me adora y me seguirá con fidelidad. Si para Alemania llegan jornadas difíciles, yo seré el primero en sufrir privaciones. Si escasea la mantequilla, seré el primero en prescindir de ella, y mi pueblo hará lo mismo con alegre resignación.




Parte 4


 





Las palabras que siguieron fueron algo semejante a un murmullo inarticulado. Dahlerus estaba convencido de que aquel hombre, que no sólo tenía en sus manos el destino de su pueblo, sino el bienestar de toda Europa, y tal vez, el de todo el mundo, no era normal. Y nuevamente operó en el Führer una de sus contínuas mutaciones de carácter. Parecía que en cada una de ellas emergiera de un profundo estado hipnótico y procurara olvidar con todas sus fuerzas la penosa escena anterior.

- ¡Herr Dalherus! -exclamó el Führer, con el brazo derecho extendido en dirección a su interlocutor, a quien señalaba con el dedo índice de la misma mano -. Usted conoce muy bien Inglaterra. ¿Puede decirme el motivo de mis continuos fracasos por llegar a un acuerdo con los ingleses?

El sueco dudaba entre dar una respuesta cortés o decir lo que pensaba. Se decidió por lo último, y, haciendo acopio de valor, manifestó a Hitler:
- Excelencia, basándome en el profundo conocimiento que poseo acerca de Inglaterra y los ingleses, de su mentalidad y su postura con respecto a Alemania, opino que esas dificultades a que ha aludido obedecen a una falta de confianza en usted y en su Gobierno...

Hermann Goering se quedó mudo de asombro. Nadie hasta la fecha había osado hablar así al Führer: ni ministro, ni embajador, ni general. ¿Cuál sería la reacción de Adolf Hitler ante las atrevidas frases del sueco?
Sin embargo, el Führer estaba de muy buen genio. Con la mano derecha alzada, cual si quisiera pronunciar un juramento, y dándose golpes en el pecho con la izquierda, exclamó:

- ¡Idiotas! ¿Acaso alguna vez en mi vida he faltado a mi palabra? Usted, Herr Dahlerus, conoce ya mi modo de enfocar las cosas. Regrese inmediatamente a Inglaterra e informe al Gobierno británico de mis puntos de vista. Creo que Henderson no me ha comprendido muy bien, y es mi mayor deseo poder llegar a un entendimiento.

Hitler hizo a continuación nuevas proposiciones, que Birger Dahlerus aprendió de memoria, palabra por palabra, cual si se tratara de un escolar que grabara en su mente la lección explicada por el maestro:


1.- Alemania desea establecer un pacto o alianza con Inglaterra...
2.- Inglaterra contribuirá a que Alemania obtenga Danzig y el corredor polaco. Polonia tendrá derecho a disfrutar de un puerto libre en el Báltico y conservará, además, la ciudad de Gdynia.
3.- Alemania se compromete a garantizar las fronteras de Polonia.
4.- Alemania solicita la devolución de sus antiguas colonias o llegar a un compromiso con las colonias pertenecientes al Imperio británico...
5.- Se exigen garantías por lo que hace referencia al trato de las minorías alemanas en Polonia.
6.- Alemania se compromete a ayudar al Imperio británico con la intervención de sus fuerzas armadas, en el caso de que éste se viera amenazado, dondequiera que fuere.



Sobre este último punto intervino Goering.
- Eso significa - dijo éste - que Alemania apoyaría a Inglaterra incluso en un eventual conflicto armado con Italia...

Hacía pocos meses que entre Italia y Alemania había sido suscrito el llamado "Pacto de Acero", con gran pompa y estruendo, y apenas transcurridos tres meses de su ratificación, una de las potencias signatarias estaba ya dispuesta a entrar en guerra contra su copartícipe. El sueco se abstuvo de emitir la opinión que le merecía tan actitud, pues juzgó conveniente no pronunciar el verdadero juicio sobre el concepto que de la fidelidad de una palabra tenían los nacionalsocialistas y que, según rezaba el lema de las S.S., iba ligada con el honor del régimen. Consideró más prudente no hacerlo, pues cualquier censura podría enrarecer la atmósfera, que se hallaba por el momento bastante despejada.

- Comunique todo cuanto le he dicho a Herr Chamberlain - manifestó Hitler, en tono jovial.
- No puedo emprender el viaje como delegado del Gobierno del Reich - intervino Dahlerus -. Sólo puedo ir a Londres a bordo de un avión británico y con el beneplácito del Gobierno de Su Majestad.

Hermann Goering salió del amplio despacho y regresó a los pocos minutos.
- Mañana temprano, a las ocho, habrá un avión alemán a su disposición, que le conducirá a Amsterdam. De allí puede usted trasladarse a Londres en cualquier aparato inglés.

Desde su apartamento del Hotel Esplanade, Birger Dahlerus telefoneó a su intermediario Spencer. No pasó mucho tiempo sin que Spencer le llamara de nuevo para informarle de que era dudoso que en Londres le dieran la bienvenida por su nueva misión, pero, no obstante, le indicó que podía emprender el viaje. A causa del escaso tiempo disponible, le aconsejó que volara directamente a Londres en el avión alemán, pues en el aeródromo de Croydon estaría todo dispuesto para recibirle. Mientras tanto, se había hecho ya tarde: eran las cinco y media de la madrugada. El sueco comenzó a hacer su equipaje. A las siete cuarenta se trasladó desde el Hotel Esplanade al aeropuerto. Veinte horas después de haber abandonado el territorio metropolitano inglés volvía a pisarlo de nuevo.




Parte 5

 

Sir Neville Henderson, embajador británico en Berlín.


El Primer Ministro británico sir Arthur Neville Chamberlain.

El tráfico aéreo cotidiano con el extranjero había sido suspendido, y el aeródromo londinense de Croydon ofrecía un aspecto desolador. La llegada del avión alemán con un único pasajero a bordo no contribuyó precisamente a darle mayor animación. Acudieron a recibirle un reducido número de conocidos hombres de la empresa; los mismos que participaron en la reunión de Sönke Nissen Koog, que formaron una muralla humana a su alrededor para evitar que fuera fotografiado por los reporteros...
En las oficinas de la dirección del aeropuerto, Dahlerus dictó su informe a una taquimecanógrafa, el cual fue transmitido sin pérdida de tiempo a lord Halifax, en el Foreign Office. A fin de eludir el encuentro con la nube de periodistas y reporteros gráficos, los amigos de Dahlerus enfilaron con sus vehículos la salida principal, mientras el propio Dahlerus abandonaba el aeródromo por una salida posterior.
En el número diez de Downing Street, residencia oficial del Primer Ministro, Birger Dahlerus repitió los consabidos seis puntos de que se componía la nueva propuesta del Führer, sin olvidar una sola palabra. Sir Arthur Neville Chamberlain cotejó las frases de Dahlerus con el informe del embajador inglés en Alemania, Henderson.

- Míster Dahlerus - dijo por fin el Primer Ministro -. ¿Ha interpretado usted, sin lugar a dudas, lo que Herr Hitler le comunicó? Su mensaje difiere en algunos puntos de las noticias que nos ha proporcionado sir Neville Henderson.

Birger Dahlerus aseguró al Primer Ministro que era imposible que hubiera habido algún equívoco, ya que su dominio de la lengua alemana era perfecto y, además, la conversación con Hitler, y precisamente en este punto, había sido muy puntualizada.
Por último se determinó que sir Henderson permanecieseun día más en Londres, y que Dahlerus regresara a Berlín. Goering celebró consulta con Hitler, y éste dio su consentimiento, por lo que el mariscal comunicó a Dahlerus que se le esperaba de nuevo en la capital del Reich.

- ¿Qué impresión le ha causado a usted Herr Hitler? - le preguntó sir Arthur Neville Chamberlain.
Dahlerus vaciló unos segundos antes de responder. En este caso era únicamente un intermediario que procedía de la mejor buena fe, y cuyo único objetivo era contribuir en lo posible a evitar que estallara la guerra, que traería para Europa la mayor de las calamidades. Movió negativamente la cabeza y, mirando fijamente a Chamberlain, exclamó:
- No me gustaría tenerle como socio...
Por el rostro habitualmente grave del Primer Ministro se dibujó una leve sonrisa.




Parte 6
 
La respuesta de los ingleses a las proposiciones de Hitler no podía ser más amistosa, tanto en el fondo como en la forma. Sólo en dos de los puntos el Gobierno británico pensaba de otro modo que el Führer. Uno de ellos era lo relativo a la cuestión de las fronteras de Polonia, sobre el cual el Gobierno de Su Majestad era del parecer de que ese tema tan delicado no podía ser decidido por Alemania, sino que en ello era necesaria la aquiescencia de la Unión Soviética, Francia, Gran Bretaña e Italia. Inglaterra estaba dispuesta a tratar de la posible devolución a Alemania de sus antiguas posesiones de ultramar siempre y cuando se procediese a la desmovilización de la Wehrmacht. El punto número seis fue rechazado categóricamente, pues Inglaterra consideraba el contenido del mismo como altamente humillante para el prestigio y los intereses del Imperio británico.
Dahlerus retuvo punto por punto la respuesta británica a la nota del Führer. A las siete de la tarde del mismo día tomó un avión para regresar a Berlín, en cuyo aeródromo aterrizó a las once. Allí le esperaba ya un automóvil que a toda velocidad lo trasladó a la residencia oficial de Goering en la Leipzigerstrasse.
A las dos y media de la madrugada informaron a Dahlerus en su habitación del Hotel Esplanade, que Adolf Hitler aceptaba todos los extremos contenidos en la nota provicional británica. Goering indicó a Dahlerus que la respuesta definitiva sería entregada por sir Henderson.

- Si todo coincide con los informes verbales que usted ha traído de Londres... - prosiguió Goering -, la paz está a salvo. Tal vez sería conveniente que rogara usted a Londres que no se hiciera pública la nota provisional del Gobierno británico hasta que el Führer la tenga en su poder.

Dahlerus pidió comunicación con la embajada inglesa, pero el encargado de negocios, sir George Ogilvie-Forbes, había salido ya para su domicilio particular. Este funcionario ignoraba entonces el viaje de Birger Dahlerus. El Foreign Office no había pensado que Dahlerus podría ponerse en contacto con la Embajada inglesa en Berlín, y por tal motivo informó algo tarde a la citada Embajada. Puesto en contacto con la residencia del mismo funcionario, éste creyó que se trataba de algún demente; además, se halla furioso por haber sido turbado su descanso. No obstante, regresó a la Embajada y allí oyó el informe de Birger Dahlerus.
Los ojos del inglés no se apartaban del rostro del sueco. "Desde luego, tiene todas las trazas de parecer una persona absolutamente normal...", pensó sir George Ogilvie-Forbes. No obstante, todo aquello le parecía bastante irreal. El encargado de negocios británico no podía ocultar la irónica sonrisa que le brillaba en los ojos. A las tres de la madrugada un empleado de la Embajada irrumpió en el gabinete llevando un mensaje, descifrado ya, recién llegado de Londres en cuyo texto citaba el nombre de Dahlerus. El rostro del funcionario inglés mudó por completo.; con la mayor cortesía y atención Ogilvie-Forbes escuchó lo que el sueco tenía que decirle. Acto seguido telegrafió a Londres informando tal y como le había indicado ese notable míster Dahlerus...
Eran las seis de la mañana cuando el sueco salía de la Embajada inglesa para regresar a su hotel, e inmediatamente después alcanzó en las cercanías de Postdam el tren especial que conducía a Goering.

- ¿Ha comunicado usted los deseos del Führer? - le preguntó Goering.
Al contestar Dahlerus afirmativamente, Goering prosiguió, con gran satisfacción:
- En tal caso, la paz ha sido salvada...



Festejando antes de tiempo...



Parte 7
 

El Reichsführer de las S.S. Heinrich Himmler...


El lugarteniente de las S.S., obergruppenführer Reinhard Heydrich...

Hacía ya dos semanas que Adolf Hitelr mandó llamar a su presencia al Reichsführer de las S.S., Heinrich Himmler, y su lugarteniente, obergruppenführer Reinhard Heydrich, y les dio instrucciones para que " a su debido tiempo" se produjeran "incursiones de tropas polacas" o de "insurrección de polacos" en las instalaciones del Reich.

- Es de importancia vital que, en atención a la Prensa extranjera y a la propaganda alemana existan pruebas de semejantes incursiones polacas - instruyó Hitler a sus jefes de las S.S. Y aunque era innecesario añadió -: Naturalmente, todo eso debe quedar en el más absoluto secreto.

En el departamento del Servicio de Seguridad del Obersalzberg, en el mismo lugar que antes había sido la posada "Zum Törken", a poca distancia de la cima de la montaña, Heydrich estudiaba en un mapa la línea fronteriza del Reich con Polonia. En caso de un hipotético ataque efectuado por "insurgentes polacos", se dijo el jefe de los Servicios de Seguridad, era conveniente presentar numerosos testigos y que se enterase de ello la opinión pública mundial, lo mismo que en el caso del incendio del Reichtag, del cual se hicieron películas que fueron ampliamente difundidas en los noticiarios cinematográficos. Heydrich resolvió rápidamente lo que tenía que hacer. Si no eran suficientes los efectos visuales, se recurriría a medios acústicos. Un "golpe de mano polaco" a una estación de radio alemana emplazada cerca de la frontera, con un breve parlamento en lengua polaca y el correspondiente fondo compuesto de disparos y explosiones de granadas de mano, producirían el efecto deseado, pese a las eventuales negativas del Gobierno de Varsovia. Después de 1918, los rebeldes polacos y generales del Ejército de dicho país habían llevado a cabo más de media docena de dichos golpes de mano en territorio alemán. Así, pues, el mundo creería en la autenticidad de dichas incursiones.
Con pleno consentimiento del Führer, el jefe de los Servicios de Seguridad actuó con rapidez y precisión, como era su costumbre. La estación emisora de Gleiwitz, muy cercana a la frontera polaca, parecía la más apropiada para la función "acústica". Para los partidarios de "efectos visuales" sería suficiente el incendio de un puesto aduanero. Los edificios en llamas siempre causan gran impresión. En cuanto a la segunda acción, convendría contar con la presencia de algunas víctimas, para lo cual tuvo Heydrich una idea especialmente diabólica. En esta ocasión caería en virtud de la incursión polaca un gruppo de "desprevenidos e inocentes soldados de las S.S.", en su propio pueblo natal.
El 10 de agosto, Heydrich dio la orden al sturmbannführer de las S.S., Alfred Naujocks, de que estudiara las posibilidades de un ataque simulado a una estación emisora.

- Con seis elementos de las S.S. que a su debido tiempo se le indicarán, se dirigirá usted a Gleiwitz y efectuará los preparativos necesarios. Cuando reciba el santo y seña que le será dado por Müller, asaltarán ustedes la emisora y permanecerán en ella el tiempo suficiente para que uno de los nuestros que domine el idioma polaco, pueda dirigir una alocución en dicha lengua durante unos minutos. Oportunamente, se le proporcionará el locutor, que ya llevará esccrito el mensaje.

Como encargado de ejecutar la segunda parte de la operación, Heydrich eligió al experto ex jefe de policía y entonces general de las S.S., Heinrich Müller. Su cometido era elegir un par de docenas de prisioneros de los campos de concentración, a ser posible gente oriunda de la Alta Silesia. Con el fin de que esos individuos adquirieran un aspecto lo más parecido posible a los miembros de las S.S., fueron alojados en confortables barracas y bien alimentados. Asimismo les fue proporcionado el equipo adecuado de miembros de las S.S., para lo cual no existía ninguna dificultad en dotar a esas desprevenidas víctimas del "golpe de mano polaco". Más difícil era hacerse con uniformes polacos auténticos con destino a las tropas de las S.S. que iban a actuar en calidad de atacantes. Pues precisamente ahí residía la treta que debería probar a la opinión pública que "soldados del Ejército regular polaco habían atacado alevosamente a un grupo de las S.S., y acabado con ellos". Los "individuos de las S.S." seleccionados entre prisioneros, y destinados a ser inmolados en la criminal emboscada, era cosa que no importaba demasiado a Heydrich. Lo que sí era de importancia vital desde el punto de vista de mantener secreta la operación, era que los hombres que habían de vestir uniforme polaco fueran elementos absolutamente adictos al Führer. Ante la sorpresa de Heydrich se supo que se disponía de enorme cantidad de uniformes polacos verdaderos. Procedían de los fugitivos alemanes que habían desertado de las unidades polacas en las que servían, y al cruzar la frontera habían entregado el uniforme, la cartilla militar y el resto del equipo.


Heydrich imaginando el "golpe de mano polaco"...


Parte 8
 
La respuesta oficial a las últimas proposiciones de Adolf Hitler fue entregada por el embajador inglés. Este salió de Londres alrededor de las cinco de la tarde (hora británica), y tres horas después el avión especial que le conducía aterrizó en el aeródromo de Berlín-Tempelhof. Hitler hizo saber a Henderson que le recibiría, pese a lo intempestivo de la hora. El embajador se dio prisa con la traducción de la nota de su Gobierno, y a las diez y media se hallaba frente al edificio de la Cancillería del Reich con su automóvil. En la entrada que da a la Wilhelmplatz se aguardaban ya el jefe de la Cancillería, doctor Meissner, y un ayudante de Hitler llamado Brückner. La guardia presentó armas y una banda de música hizo redoblar los tambores. Meissner hizo notar que el embajador llevaba su tradicional clavel en la solapa del frac. Durante los días críticos de la cuestión checa en septiembre del año anterior, la solapa de dicha prenda no lucía adorno alguno. Al preguntarle, en aquella ocasión, la causa, Henderson respondió que en realidad nunca había olvidado su costumbre, pero que consideraba impropio, dada la gravedad de la situación, llevar ningún clavel.
Mirando fijamente a Meissner, el embajador británico le manifestó:
- Creo también con usted, Herr Staatsminister que la paz puede ser mantenida. Soy portador de buenas noticias; la respuesta del Gobierno de Su Majestad ofrece en todo caso la oportunidad de evitar la guerra.
Con la sorpresa de Henderson, el Führer estaba notablemente reposado. No actuó como era su costumbre, es decir, asediando a su interlocutor con su interminable monólogo, sino que escuchó en primer lugar lo que el inglés tenía que decirle.
- La condición que pone Su Excelencia sobre el problema de solventar las diferencias entre Alemania y Polonia mediante conversaciones anglo-germanas merece la plena conformidad del Gobierno de Su Majestad.

Pero, a continuación, Henderson hizo resaltar que Inglaterra cumpliría con sus compromisos con respecto a la república polaca. La Gran Bretaña estaba dispuesta a negociar con el Reich sobre la cuestión polaca únicamente a base de equidad y sin la sombra de la amenaza.
- El Gobierno de Su Majestad ha recibido ya la promesa del Gobierno polaco de resolver sus diferencias con Alemania por la vía diplomática, que significaría abrir para el mundo excelentes perspectivas de paz. Cualquier paso en falso, empero, acabaría con la posibilidad de un entendimiento entre Gran Bretaña y Alemania en la cuestión de Polonia, y ambos países, lo mismo que casi todo el mundo, se verían abocados a la guerra. Y sería ciertamente una tragedia sin paralelo en la Historia...

En el transcurso de la conversación, que discurría por cauces tranquilos, Henderson trajo a colación la fraternidad de armas anglo-alemana durante las campañas napoleónicas.

- "¡Adelante, camaradas adelante! He prometido al hermano Wellington que lo haría, y no querréis que falte a la palabra empeñada" - exclamó el mariscal Blücher arengando a sus tropas. Desde aquel entonces el citado militar era conocido en Inglaterra con el sobrenombre de "mariscal adelante", lo mismo que en Alemania. Y así como el mariscal Blücher mantuvo su palabra, Inglaterra mantendrá la suya en la cuestión de Polonia.

Hitler se quedó unos instantes pensativo. Era poco antes de medianoche cuando se despidió el embajador. Cerca de la puerta de su gabinete, dijo a Henderson:
- Contestaré a la nota mañana mismo.
- El Gobierno de Su Majestad ha empleado dos días en preparar su respuesta. Creo, Excelencia, que en realidad no hay demasiada prisa.
- ¡Pero yo sí la tengo! - exclamó el Führer, mirando fijamente a su visitante. Y añadió acto seguido -: Y conste que no fanfarroneo.
- Nosotros tampoco - replicó el embajador británico, en tono de advertencia.
Meissner acompañó a sir Neville Henderson por la galería de mármol en dirección a la salida. Durante la entrevista, Hitler había citado Danzig y el corredor polaco, y por primera vez la Alta Silesia, manifestado que "el problema tenía que ser solucionado sin demora y en cualquier circunstancia". Henderson comprendía ahora el alcance de tales observaciones, y no pudo por menos que hablar con Meissner acerca de la gravedad de la situación.

- No puede haber duda alguna de que Gran Bretaña y Francia declararán la guerra a Alemania si ésta ataca a Polonia. Parece que Hitler no se halla lo bastante convencido de ello. Tenga en cuenta que mi país no puede actuar de otro modo, pues en tal caso todos perderían la confianza en nuestra capacidad para cumplir con nuestros compromisos.

Meissner informó inmediatamente a Hitler de las palabras de Henderson. Ribbentrop se hallaba asimismo presente en el gabinete de trabajo del Führer.
- Creo que lo meditarán todavía - exclamó Hitler.

Ribbentrop asintió con la cabeza como aprobando las palabras de Hitler mientras dirigía a su superior miradas que indicaban su absoluta identificación con las ideas del Führer. El ministro de Asuntos Exteriores alemán dijo a su secretario de Estado, Weizsäcker, a la mañana siguiente:
- En menos de dos meses el asunto de Polonia quedará zanjado, y luego celebraremos una gran conferencia de paz con las potencias occidentales...


Adolf Hitler y su ministro de Asuntos Exteriores, Ribbentrop.



Parte 9

 
A pesar de todo, parecía que la paz no sería violada. En todo caso, así lo creía Hermann Goering, más para despejar posibles equívocos preguntó a Adolf Hitler si iban a jugarse el todo por el todo...
- Así lo he hecho durante toda mi vida! - replicó el Führer, irritado.

El martes siguiente todavía se respiraba cierto optimismo en Berlín, Paris, Londres y Roma. En la Cancillería del Reich, el Führer y von Ribbentrop estudiaban la respuesta a la última nota del Gobierno británico. Dedicaban especial atención al redactado del párrafo referente a la cuestión de los negociadores polacos. En modo alguno debía sonar a ultimátum, pero tampoco querían que fuese demasiado "suave". Poco antes de las seis de la tarde la traducción estaba ya lista, y sin Neville Henderson fue llamado a la Cancillería. Adolf Hitler se mostró afable, pero el mebajador británico se percató, no obstante, de que su comportamiento era un tanto más adusto que en la anterior ocasión. Después de un prolongado cambio de impresiones, efectuado con deferencia, Hitler le hizo entrega de la nota. Sir Neville Henderson la leyó.
En el prólogo figuraba ya la consabida reclamación de que el Gobierno polaco había rechazado las propuestas de negociaciones alemanas y, por añadidura, adoptaba ciertas medidas militares contrarias al espíritu de buena voluntad. A continuación, una minuciosa descripción de los malos tratos dispensados a ciudadanos polacos de habla alemana y asimismo, a los miembros de las minorías alemanas en el país. "Tales hechos son intolerables para una gran potencia como Alemania...", se decía en la nota. Sir Neville Henderson sabía que, desgraciadamente, se habían producido en Polonia actos vandálicos contra la población de habla alemana residente, aunque en realidad el número de los mismos era evidentemente muy inferior al manifestado por las autoridades alemanas. Se exigían también plenas garantías de que en lo sucesivo esas minorías alemanas en el país polaco serían respetadas. Adolf Hitler requería la anexión de Danzig y el corredor polaco a Alemania. En la nota había algo nuevo: en las negociaciones relativas al problema polaco era solicitada la presencia de la Unión Soviética:

"El Gobierno del Reich debe advertir al Gobierno de Su Majestad británica que no está en situación de decidir respecto a la eventualidad de cualquier modificación en las condiciones territoriales de Polonia, sin que en las negociaciones intervenga la Unión Soviética, ni puede aceptar garantía alguna sin previo cambio de impresiones con la U.R.S.S."

Sir Neville Henderson leyó dos veces el mismo párrafo, para percatarse bien de su significado. De mayor gravedad todavía era el que figuraba a continuación:

"Teniendo en cuenta las actuales circunstancias, el Gobierno del Reich acepta la intervención del Gobierno de Su Majestad británica en el sentido de enviar a Berlín una prominente personalidad polaca al objeto de iniciar las negociaciones. Dicha personalidad deberá estar en Berlín el miércoles, día 30 de agosto de 1939".

- Estamos hoy a 2, son ya las siete de la tarde... - observó Henderson -. Apenas hay tiempo para que el personaje en cuestión se traslade a Berlín. Este párrafo parece un ultimátum...

Hitler discutía, secundado por von Ribbentrop, y exclamó que en modo alguno se trataba de un ultimátum.
- Únicamente pedimos un poco de premura - casi gritó el Führer, exasperado por la intervención de Henderson -. Dos ejércitos se hallan frente a frente, y en Polonia los residentes alemanes son martirizados, asesinados, ultrajados. Naturalmente, a usted le tiene sin cuidado, señor Embajador, el número de alemanes asesinados en Polonia.

Sir Neville Henderson protestó con toda energía contra semejante afirmación e intentó convencer al Führer de que era imposible cumplir dicho plazo. Todo fue inútil.

- ¡Mis soldados preguntan cuál es mi decisión! - gritó el Führer -. Mi ejército y mi Luftwaffe estaban preparados desde el 25 de agosto. Mis generales protestan ante la perspectiva de nuevas demoras, pues se aproxima el período de las lluvias y con ello las operaciones militares quedan dificultadas. En fin de cuentas sólo se invierte hora y media para volar desde Varsovia a Berlín.

Sir Neville Henderson se despidió resignado. En vista de la brevedad del plazo solicitó la respuesta a la nota británica lo antes posible, con el fin de transmitirla a Londres. Con paso rápido cruzó la galería de mármol, en la que halló docenas de rostros ávidos. El embajador sabía muy bien que los altos jerarcas del régimen deseaban la paz, así como los mandos de la Wehrmacht. Una vez alcanzadas ya las esferas superiores del poder, querían lógicamente disfrutar de su posición de privilegio sin necesidad de arriesgar la vida en el "campo de honor..."
Mientras la Embajada británica remitía a Londres la respuesta alemana a su última nota, Henderson se entrevistaba con el embajador polaco, Lipski, dándole cuenta de la situación. Al propio tiempo, Adolf Hitler recibía al embajador italiano, Attolico. Hermann Goering se ponía al habla con su amigo e intermediario, el industrial sueco Dahlerus, que cenaba aquella noche en el Hotel Esplanade con unos compatriotas. Habían comenzado los últimos y desesperados esfuerzos en pro de la paz...






Parte 10
 
Conjuntamente con el sueco Birger Dahlerus, Hermann Goering estudió la nota, de cuyo original alemán se había procurado una copia. Con un grueso lápiz rojo subrayó determinados párrafos.
- Debe usted convenir, Herr Dahlerus - dijo Goering empleando su mejor tono persuasivo -, en que el Führer ha llegado hasta el extremo de la transigencia. Ya conocemos a los polacos. Con bastante frecuencia he salido de caza con ellos y sé que no son gente de fiar. Son una nación inferior, y su comportamiento para con los alemanes es francamente intolerable. Sesenta divisiones alemanas se hallan estacionadas ante la frontera polaca,y, no obstante, concedemos aún la oportunidad de que un personaje polaco se traslade a Berlín para negociar. Y eso mientras cada día se producen golpes de mano organizados contra nuestro territorio a lo largo de toda la frontera. Eso no puede continuar.
- ¿Y qué significa esto en realidad? - preguntó Dahlerus -. Esas incursiones no constituyen por sí mismas motivo suficiente para desencadenar una guerra, que puede costar la vida a cientos de miles o tal vez millones de hombres. ¿Qué territorios exige Alemania?

Goering se levantó para hojear en un enorme atlas, hasta que por fin se detuvo en un mapa que comprendía toda la frontera oriental alemana. Con un lápiz verde señaló las provincias pertenecientes a Polonia que, en su opinión exigía Alemania, y, con el lápiz rojo señaló el territorio restante, genuinamente polaco. A continuación dirigió a Birger Dahlerus su última proposición.

- Debe usted volver a Londres otra vez, mi apreciado Dahlerus. ¡En seguida! Esta misma noche. Y debe informar minusiosamente al Gobierno británico de todos los acontecimientos de esta tarde. Ante todo, debe destacar la decisión de Alemania de llegar a un acuerdo con la Gran Bretaña. Pondré a su disposición un aparato alemán, ya que no hay tiempo que perder. Comunique a los miembros del Gobierno británico, de modo estrictamente confidencial, que el Führer entregará mañana a los polacos una nota cuyo contenido es tal que no podrá por menos que ser aceptado.

Birger Dahlerus levantó la cabeza. La situación era realmente grave, y las palabras de Hermann Goering significaban una última oportunidad que en modo alguno podía dejar de aprovecharse. El sueco apartó sus propios pensamientos y manifestó que estaba dispuesto a emprender el vuelo.

- Lo intentaré otra vez! - exclamó.
- Se lo agradezco mucho, mi estimado Dahlerus - respondió Goering -. Por si acaso no llegamos a vernos más, tenga la seguridad de mi mayor agradecimiento por todo lo que ha hecho hasta el presente.
- ¿Y por qué no nos veremos más? - preguntó el sueco, con asombro -. Pronto estaré de regreso.
- Naturalmente, tiene usted razón -respondió Goering -. Pero no olvide usted... que hay algunas personas que tratarán de que usted no salga con vida de todo esto...

Birger Dahlerus recibió la advertencia con frialdad. Algunas semanas más tarde - la guerra había comenzado ya - le fue confirmada la noticia de que Ribbentrop planeaba la destrucción del aparato que iba a conducir al sueco a Inglaterra. Para el Ministros de Asuntos Exteriores alemán, Dahlerus era el "hijo de perra" que con su intervención iba a estropear su guerra al Führer.
De regreso al hotel, Dahlerus estableció contacto con Londres a las dos de la madrugada. De allí recibió la conformidad de que se trasladara en un avión alemán. Tres horas después tomaba un avión en un aeropuerto militar que le era desconocido, situado en las cercanías de Berlín, y a las nueve y veinte aterrizaba en el aeródromo Heston de Londres. Mientras se dirigía a la ciudad, el sueco observó los grandes titulares de última hora insertados en la Prensa inglesa, publicando la última información: "El avión secreto ha salido de Berlín a las cinco de esta madrugada". Dicha indiscreción solamente pudo venir de Alemania.


Los Ju-52 dispuestos previo al desenlace...


Aeródromo Heston en los alrededores de Londres.


Los Lockheed Electra utilizados por los británicos.


Parte 11
 
El Gobierno británico, en su último esfuerzo para evitar lo peor, aconsejó a Varsovia que no hiciera pública la movilización general. No obstante, al mismo tiempo que Dahlerus se dirigía al mismo aeródromo de las cercanías de Londres para emprender el regreso a Berlín y dar la respuesta verbal del Gobierno británico a las propuestas de Hermann Goering, el encargado de negocios alemán en Varsovia transmitió a Berlín la siguiente información:

"Desde hace una hora, Polonia ha decretado la movilización general, con efectos a partir del 31 de agosto..."

Para Hitler y Ribbentrop la noticia no podía ser mejor. Ahora ya podían empujar al "diablo" frente a Polonia. Varsovia había dado un paso hacia la catástrofe, antes de que se extinguiera el plazo concedido para las negociaciones. ANte la opinión pública mundial, que no sabía que Alemania había movilizado ya a su Wehrmacht, Polonia había sido la primera en iniciar los movimientos de tropas.
Poco antes de medianoche, antes de que terminara el plazo señalado por Adolf Hitler, el embajador británico solicitó ser recibido por Ribbentrop para informarle de la decisión de su Gobierno. Recibido con rígida formalidad, sir Neville Henderson tomó asiento ante la pequeña mesa del gabinete de trabajo de Bismarck, en el número setenta y seis de la Wilhelmstrasse. La conversación se desarrolló parcialmente en inglés y en alemán. Desde el primer momento, el embajador británico evidenció la exigüidad del plazo concedido para que un delegado polaco se trasladara a Berlín. Ribbentrop interrumpió varias veces, no con muy buenos modales, la lectura de la nota británica. Ante la observación hecha por el Gobierno inglés en su referida comunicación, de que había noticias de que los alemanes habían comenzado a efectuar en Polonia actos de sabotaje, von Ribbentrop gritó:

- ¡Eso es una insidiosa mentira polaca! ¡Le digo a usted que esta maldita situación es muy grave!
- Ha dicho usted "maldita" - replicó Henderson, visiblemente irritado -. Ese no es el lenguaje de un estadista en momento tan crítico.

La reprimenda hizo que Ribbentrop montara en cólera; levantándose de un salto, tronó furioso:
- ¿Qué ha dicho usted?

Ambos personajes quedaron frente a frente mirándose con ojos chispeantes de furor. El intérprete Schmidt, que presenció la escena, bajó la vista al suelo.
Luego que ambos "gallos de pelea" se calmaron un poco, Ribbentrop leyó al embajador las propuestas de Goering, autorizadas por Hitler acerca de la cuestión polaca, sin tener en cuenta el ministro de Asuntos Exteriores alemán que sir Neville Henderson no dominaba la lengua alemana. Después de efectuada la lectura, von Ribbentrop no se tomó la molestia de entregar al embajador británico una copia de dicho escrito para que pudiera informar a Londres. Sir Neville Henderson solicitó dicha copia, a lo que el ministro de Asuntos Exteriores alemán replicó en tono desdeñoso:

- ¡No! No puedo darle a usted una copia de las proposiciones puesto que el enviado polaco no ha comparecido, y el contenido de la nota ha caído en desuso.
El intérprete Schmidt comprendía el motivo por el cual Ribbentrop se negaba a dar una copia del texto. En tal caso, el Gobierno inglés hubiera podido transmitir el contenido a Varsovia y con ello existía la posibilidad de que Polonia se mostrara dispuesta a negociar. Más tarde, el propio Adolf Hitler confirmó las suposiciones de Schmidt.

- "Necesitaba una coartada, ante todo para demostrar al pueblo alemán de que hice lo posible para mantener la paz. Por ello redacté tan generosa proposición sobre el asunto de Danzig y el corredor polaco."

Aquella misma noche el industrial sueco Birger Dahlerus informaba a Hermann Goering de sus gestiones en Londres. Poco antes de medianoche, Dahlerus llamó a la Embajada británica para que se le informara de la conversación sostenida entre Henderson y Ribbentrop. Un consejero de la Embajada le manifestó que el resultado de la misma no podía haber sido más descorazonador. "Sir Neville Henderson apenas comprendió unas cuantas palabras, pues el documento fue leído con rapidez, y el ministro de Asuntos Exteriores alemán no creyó conveniente entregar una copia de dicha nota".

Hermann Goering, informado a su vez por Dahlerus, estaba verdaderamente consternado. Después de corta vacilación, dijo: "Tendrá usted una copia del texto. Asumo esa responsabilidad". Goering escribió de propia mano los párrafos más destacados de la nota, y por teléfono informó de ellos a Dahlerus, que se hallaba en la Embajada británica. Sir Neville Henderson pudo así informar debidamente a Londres, pues sabían exactamente cuáles eran las propuestas de Adolf Hitler. El embajador inglés informó también al embajador polaco del contenido de la nota. Lipski informó telefónicamente a Varsovia y además envió al consejero de Embajada, príncipe Stefan Lubomirski, en automóvil hacia Poznan con una copia del texto. Desde allí el diplomático se trasladaría a Varsovia en avión.
Los amigos de la paz no se daban por vencidos. A las nueve y media el ex embajador alemán en Roma, Ulrich von Hassel, habló con la hermana de Goering, Olga Rigele, suplicándole una nueva mediación. También Dahlerus proseguía la lucha. No sólo conversó con el embajador inglés en Berlín, sino que también lo hizo con el embajador polaco, Lipski. El embajador francés, Robert Coulondre, ex oficial de la Primera Guerra Mundial, con quien Adolf Hitler había comentado en muchas ocasiones los horrores de aquellos cuatro años... y que en virtud de su condición de ex combatiente intentaba convercerle en su favor, se puso al habla con su Gobierno en Paris al que informó de que el Gobierno polaco había hecho saber a la Cancillería del Reich en Berlín, que estaba dispuesto a entablar negociaciones. No obstante, todos los intentos efectuados fueron inútiles, pues Adolf Hitler estaba decidido desde hacía algún tiempo a lanzarse a la guerra. El jueves, 31 de agosto de 1939, extendió su mapa y por segunda vez dio orden de atacar a Polonia...



Mapa de situación en el conflicto...


Hitler dando muestras de la ira y el fuego que amenaza a Europa...


El Führer en una de esas "sombrías" muestras de júbilo...


Extranjeros y refugiados que alcanzan a salir de Alemania antes que la serpiente rompa su cascarón...


La serpiente ha roto el cascarón, es el inicio del fin...


Parte 12
 

Shandor

Colaborador
Colaborador
Conmemoran el 65º aniversario del atentado fallido contra Hitler

Alemania conmemoró hoy el 65º aniversario de un intento frustrado de asesinar al líder nazi Adolf Hitler en su "Guardia del Lobo", el cuartel general del este, en 1944.

En la conspiración del 20 de julio, como es conocida, un oficial del ejército perteneciente a la aristocracia, el conde Claus von Stauffenberg, colocó una bomba bajo una mesa en el cuartel general en Prusia Oriental, actualmente Polonia.

Von Stauffenberg salió de la sala antes de que la bomba estallara. Después de escuchar la explosión, supuso que Hitler había muerto y partió del complejo en dirección a Berlín, donde él y un grupo de conspiradores planeaban derrocar al régimen.

Sin embargo, un oficial había colocado el maletín que contenía los explosivos tras una pata maciza de la mesa de roble, y Hitler escapó con heridas leves.

Poco después, von Stauffenberg y varias personas más fueron ejecutados en el patio del Bendlerblock, que sigue siendo parte del ministerio de Defensa, y el lugar del memorial donde se llevó a cabo este lunes la ceremonia durante la cual se colocó una corona de flores.

Más tarde en la jornada, el ministro de Economía, Karl-Theodor zu Guttenberg, hablará en una ceremonia en el memorial Ploetzensee, al norte de Berlín, una ex prisión donde fueron ejecutadas unas 90 personas, sospechosas de haber estado involucradas en la conspiración.

AFP

El País Digital
 

Kar98k

Forista Sancionado o Expulsado
En Rusia todo iba bien, hasta que a 30 km de Moscú a Hitler se le ocurrió desviar a todo el ejército hacia el caucaso! dejó escapar al gobierno de Stalin al norte y que reorganizara las fuerzas de defensa y tiró al caño la oportunidad de destruir la totalidad del Ejército Rojo. Y luego, bueno, Normandia e incontables errores que llevaron a Alemánia a la ruina total en 1945.
Bah, es mi humilde opinión.

Saludos!!!

La desicion de Hitler de atacar hacia el sur y no a Moscu buscaba una victoria decisiva sobre Rusia. Buscaba atacar la fuente de provisiones de petroleo, minerales y cortar la via del Volga. En sintesis, despojar a Stalin de los materiales para poder combatir en una guerra moderna. Lo que los generales buscaban esra una victoria de prestigio(tomar Moscu) Hitler buscaba una victoria total y definitiva(el sur de Rusia). Si Hitler hubiese tenido el Caucaso en diciembre de 1941 hubiese solucionado sus problemas de petroleo, hubiese podido presionar sobre el medio oriente y la guerra seguramente habría tenido otro final. Ahora es muy facil culpar a Hitler de todo, es la encarnacion del mal y publicamnte no se lo puede defender.

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Conmemoran el 65º aniversario del atentado fallido contra Hitler

Alemania conmemoró hoy el 65º aniversario de un intento frustrado de asesinar al líder nazi Adolf Hitler en su "Guardia del Lobo", el cuartel general del este, en 1944.

En la conspiración del 20 de julio, como es conocida, un oficial del ejército perteneciente a la aristocracia, el conde Claus von Stauffenberg, colocó una bomba bajo una mesa en el cuartel general en Prusia Oriental, actualmente Polonia.

Von Stauffenberg salió de la sala antes de que la bomba estallara. Después de escuchar la explosión, supuso que Hitler había muerto y partió del complejo en dirección a Berlín, donde él y un grupo de conspiradores planeaban derrocar al régimen.

Sin embargo, un oficial había colocado el maletín que contenía los explosivos tras una pata maciza de la mesa de roble, y Hitler escapó con heridas leves.

Poco después, von Stauffenberg y varias personas más fueron ejecutados en el patio del Bendlerblock, que sigue siendo parte del ministerio de Defensa, y el lugar del memorial donde se llevó a cabo este lunes la ceremonia durante la cual se colocó una corona de flores.

Más tarde en la jornada, el ministro de Economía, Karl-Theodor zu Guttenberg, hablará en una ceremonia en el memorial Ploetzensee, al norte de Berlín, una ex prisión donde fueron ejecutadas unas 90 personas, sospechosas de haber estado involucradas en la conspiración.

AFP

El País Digital

Que loco que esta todo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Un pais donde se homenajea a un traidor!!!!!!!!!!!
Por que :puke:Von Stauffenberg les guste o no no era mas que un vil traidor.
Ni siquiera tuvo el valor suficiente de intentar matalo a tiros, que seguramente hubiese tenido exito. No, puso una bomba y se rajo en un avion, despues se junto con los otros traidores y se pusieron a festejar con Champagne. Al principio acusaron a miembros del partido de atentar contra el Führer. No tuvieron en cuenta la red que conectaba el cuartel general de Hitler con los mandos del Ejercito territorial. Desde la Guardia del Lobo se interceptaron todos los mensajes de los conspirados y asi se pudo conocer la magnitud del crimen. Se habian apoderado del edificio de la radio de Belin pero como no tenian ordenes de que hacer despues ni siquiera interrumpieron la programacion. Asi eran los generales que se burlaban del criterio de Hitler. Otra cosa que nunca se tiene un cuenta. NI SIQUIERA UN SOLO COMANDANTE DEL FRENTE SE PLEGO AL COMPLOT
 

El jefe de la Gestapo Heinrich Müller

Para Heinrich Müller, alto funcionario de la Gestapo, había llegado la gran hora de su vida: tenía que proporcionar el motivo "Oficial" para declarar la guerra. Un centenar de prisioneros de los campos de concentración se hallaban ya reunidos en la localidad de Oppeln desde hacía algunos días. Hacia las dos de la tarde, Heydrich, jefe de los Servicios de Seguridad, dio a Müller la consigna estipulada, y éste se puso en marcha. Como primera provisión les fue arreglado el pelo a quince prisioneros...

- Muy corto por detrás - ordenó Müller -, y por encima unos tres milímetros, con una leve raya en el centro.

Por último hizo comparecer a los hombres ante él.

- Ahora habéis ascendido directamente a la categoría de hombres! - exclamó Müller, bromeando con los prisioneros -. Parecía cosa imposible, pero tres semanas han sido suficientes para transformar a unos infrahombres en auténticos miembros de las S.S.

Este chiste macabro divertía mucho a Heinrich Müller. Su risa cavernosa resonó en la estancia durante unos minutos... A los prisioneros no les produjo gracia alguna, pues sospechaban que iban al encuentro de un horrible destino. Müller no les acompañó en su viaje sin retorno. A las nueve de la noche, el grupo de prisioneros vestido con uniformes de las S.S. se hallaba en un claro del bosque. Reinaba la oscuridad y de repente sonó una voz de alarma. Se encendieron dos poderosos reflectores y varias ráfagas de ametralladora se concentraron sobre los desgraciados prisioneros. No había ninguna posibilidad de salvación; los gritos de los prisioneros eran apagados por los disparos y las explosiones de las granadas de mano, arrojadas en abundancia...
Unos hombres de las S.S. vistiendo uniforme polaco se precipitaron sobre los desgraciados prisioneros disfrazados de miembros de las S.S. y le dieron el tiro de gracia a los que aún vivían. Una vez hecho esto se encaminaron hacia la frontera polaca. En su marcha prendieron fuego al puesto aduanero de Hohenlinde. La hoguera se recortaba en la noche, cual brillante antorcha...
La segunda acción, el asalto a la estación emisora alemana de Gleiwitz, bajo el mando de Naujocks, se efectuó conforme a lo previsto. En esta operación hubo solamente un muerto, que oportunamente facilitó Müller. Era un prisionero que llevaba uniforme polaco y a quien se había dejado incosciente por medio de inyecciones y que después fue ejecutado en el lugar de acción.
La estación de Radio de Gleiwitz estuvo en poder de los "insurrectos polacos" durante cuatro minutos, tiempo suficiente para dirigir una alocución en idioma polaco utilizando un transmisor de emergencia, pues los empleados de la emisora, en la creencia de que se trataba de un auténtico ataque polaco, interrumpieron el suministro de corriente.
Hacia la medianoche, un suplemento del periódico Berliner Morgenpost publicó la siguiente noticia: " Polonia rechaza la nota alemana. El conflicto es inevitable..."
La noticia fue el preludio de los acontecimientos de la mañana siguiente. El primero de setiembre de 1939, el Volkischer Beobachter informó a grandes titulares que "Una horda de bandoleros polacos ha asaltado la emisora de Gleiwitz". A la misma hora la Radio alemana difundía la noticia de que el gauleiter Forster había ordenado que la ciudad libre de Danzig fuera "libertada" con efectos inmediatos. "El territorio de Danzig es nuevamente parte integrante del Reich alemán." El presindente supremo de las Finanzas de Oppeln informó a Berlín que "en la noche del 31 de agosto al primero de setiembre el edificio de la aduana de Hohenlinde fue atacado e incendiado por los insurrectos polacos y que, mediante un contrataque, las tropas de las S.S. habían obligado al enemigo a retirarse más allá de la frontera."

La sesión del Reichstag, que a las tres de la madrugada fue convocada para las diez de la mañana, empezó sólo con siete minutos de rtraso. Pese a que el presidente del Reichstag, general-feldmarschall Hermann Goering, había puesto a la Luftwaffe a disposición de los delegados, muchos de ellos no llegaron a tiempo y veíanse muchos escaños vacíos. Faltaba asimismo el poderoso industrila Fritz Thyssen.


El magnate industrial de la cuenca del Ruhr, Fritz Thyssen...

Posteriormente dirigió una carta protestando contra la guerra, caso único entre los ochocientos diez miembros del Reichstag, ninguno de ellos elegido, sino todos nombrados por Hitler...


Parte 13

 

El 1 de septiembre en el Reichstag...


Adolf Hitler llevaba una guerrera gris de campaña del alma de las S.S., aunque sin distintivo alguno. Después de un breve discurso introductorio del presidente Hermann Goering, el Führer ocupó la tribuna. Los delegados, que entre tanto se habían enterado de que la guerra estaba ya en marcha, contuvieron el aliento cuando el Führer y canciller del Reich manifestó:

- " Polonia, por primera vez ha llevado a cabo durante esta noche una incursión en nuestro territorio con sus tropas regulares. Desde las cinco cuarenta y cinco de esta madrugada todos los ataques serán repelidos. Desde ahora en adelante se replicará al fuego con el fuego..."




La sesión del Reichstag, retransmitida por todas las emisoras nacionales, terminó con el canto del glorioso himno nacional. " En alto los estandartes, y bien cerradas las filas..." Las estrofas resonaban en muchos altavoces que ciertos fanáticos camaradas habían instalado en la ventana. Pero esta vez su gesto produjo el efecto contrario; el discurso del Führer en el Reichstag anunciando el comienzo de la guerra obró en forma deprimente. La frase de Hitler en la que manifestaba que él no había conocido jamás la palabra "capitulación" y que la infausta fecha de un noviembre de 1918 jamás se repetiría en la historia alemana, indicó claramente cuál era la gravedad de la situación. ¡Otra vez había guerra!... Con los dientes apretados, se escuchaba en las calles y en los locales públicos el himno nacional. Nadie expresó en voz alta su conformidad con las palabras del Führer. Un atrevido berlinés cantó en voz alta, parodiando las estrofas del himno: " En alto la nariz, y bien cerrados los ojos...", y a nadie se le ocurrió hacerlo detener, cosa que hubiera resultado imposible unas semanas atrás.



Parte 14
 
Hitler fue uno de los tantos cachorros de la serpiente cuyos huevos dieron miles como él , pero ademas hay que tener en cuenta que su sed de trepador no tenía límites porque era una forma de tapar su propia y pobre historia personal., pero no estaba capacitado adecuadamente, se le dio lamentablemente. Como siempre sucede cuando el mando militar flaqueaba él apareció con sus ideas “Nacionalistas” que prendieron en parte de la rancia aristocracia militar de ese momento.
Es una humilde opinión pero aprecio enormemente toda información sobre el tema aunque este o no de acuerdo, mi interés es seguir estudiando para bien.
A veces duele conocer la verdad, sobre todo cuando se refiere a la Argentina.
Que esten bien :+)
 

Kar98k

Forista Sancionado o Expulsado
Hitler fue uno de los tantos cachorros de la serpiente cuyos huevos dieron miles como él , pero ademas hay que tener en cuenta que su sed de trepador no tenía límites porque era una forma de tapar su propia y pobre historia personal., pero no estaba capacitado adecuadamente, se le dio lamentablemente. Como siempre sucede cuando el mando militar flaqueaba él apareció con sus ideas “Nacionalistas” que prendieron en parte de la rancia aristocracia militar de ese momento.
Es una humilde opinión pero aprecio enormemente toda información sobre el tema aunque este o no de acuerdo, mi interés es seguir estudiando para bien.
A veces duele conocer la verdad, sobre todo cuando se refiere a la Argentina.
Que esten bien :+)

Esa es tu opinion y es tan valida como la de cualquiera. No la comparto. Si tenes la oportunidad leé "El camino de la guerra" y "La guerra de Hitler" escritos por David Irving
 

Las tropas alemanas cruzan la frontera polaca en Sopot durante el 1 de septiembre...


El día 1 de septiembre, primero de la Segunda Guerra Mundial, el cielo estaba encapotado y los berlineses prefirieron permanecer en su domicilios. Los locales públicos y las calles estaban notablemente desiertas, tanto, que apenas se veía circular a nadie, en contra de lo que era costumbre. Tal vez era porque nadie se atrevía a hablar en voz alta... Incluso los automóviles circulaban más despacio y no se oía apenas el sonido de un claxon. Unicamente en los vestíbulos de los grandes hoteles reinaba febril actividad. Los últimos extranjeros residentes en la ciudad, que hasta el último momento habían confiado en la solución pacífica de la crisis, se disponían a abandonar a toda prisa la capital del Reich.
Los salones del Hotel Adlon, en la Unter den Linden, semejaban los de un hotel londinense. Los empleados de la Embajada británica habían abandonado sus domicilios particulares por motivos de seguridad, y se habían dado cita en los salones de dicho hotel. El edificio anexo al mismo lindaba con el inmueble de la Embajada. Apenas se oía hablar alemán, pero ningún berlinés intentó maltratar de palabra ni de obra a los ciudadanos británicos. La calma poco berlinesa que reinaba en las calles fue súbitamente interrumpida. Procedente de la Brandenburger Tor llegaba el estrépito de una caravana automovilística: Hitler regresaba a la Krolloper una vez terminaba la asamblea en el Reichstag. La columna avanzó por el escaso trecho de la Unter den Linden hasta la Wilhelmstrasse, doblando luego a la derecha. Los funcionarios de la Embajada británica contemplaban desde las ventanas el paso de la caravana. Los ingleses no se fijaban sólo en el Führer, sino en la gente que transitaba por la calle y, sobre todo, en la actitud. Ninguno de ellos levantó la mano o saludó con el clásico "Heil Hitler!" cuando pasó ante ellos el automóvil que conducía al jefe de Estado. Era evidente que el Führer se percataba también del silencio con que se observaba su paso. Con el rostro petrificado se arrellanó en el asiento de su vehículo. Semicerrados los párpados, miraba al exterior. ¡Y con un pueblo así iba a emprender una guerra a escala mundial!



En el antepatio de la Cancillería del Reich la guardia presentó armas. Sin dirigir la vista hacia ningun lado, Hitler atravezó el patio de armas, la galería de mármol, y llegó con paso rápido hasta su cuarto de trabajo. El Führer de la Gran Alemania tenía, hay que reconocerlo, sus motivos para estar de mal talante. Pocos minutos antes de llegar a la Krolloper se presentó el embajador italiano, Attolico, diciendo que era portador de un mensaje personal del Duce, en el que decía que Alemania no podía esperar el concurso armado de Italia.


Embajador italiano en Berlín, Bernardo Attolico... El Duce y el Führer...

Con gran irritación, Hitler mandó a poner el siguiente telegrama a su embajador en Roma, para que éste lo retrasmitiera al Duce:

"Duce, agradezco siceramente la ayuda política y diplomática
que ha prestado a Alemania y a sus reivindicaciones. Estoy
convencido de que será suficiente el poderío militar de mi país
para resolver la situación, y ante tales circunstancias la ayuda
militar italiana no es necesaria. Agradezco todos sus esfuerzos,
Duce, y lo que en el futuro pueda hacer para el bien común del
facismo y el nacionalsocialismo."


El colmo de la desventura salió al encuentro de Hitler inmediatamente después de su regreso a la Cancillería. De Londres llegó la noticia de que a las diez y media de la mañana se había reunido el Consejo de la Corona británica y el monarca, Jorge VI, había decretado la movilización general...


El Rey Jorge VI de Inglaterra...


Parte 15

 
El industrial sueco Dahlerus contemplaba el paso de la comitiva hitleriana desde la ventana del edificio de la Embajada inglesa. A las doce alguien preguntó por él al teléfono. Era el mariscal Hermann Goering, quien le rogaba que acudiera a la Cancillería lo antes posible.

- Le enviaré dos oficiales que le acompañarán hasta aquí, para que no tenga dificultades con la guardia...

Dahlerus se despidió apresuradamente del embajador Henderson, y pocos minutos después se hallaba frente al mariscal Goering en la parte reconstruida de la antigua Cancillería. Goering le preguntó:

-¿Ha oído usted el discurso del Führer?
- Sólo en parte...

Goering se levantó, y con las manos cruzadas a la espalda paseó de un lado al otro. El sueco presintió que Hermann Goering tenía algo importante que comunicarle.

- ¿No sabe usted que el Führer me ha nombrado su sucesor? Esto me confiere la posibilidad de hacer algo para lograr una solución pacífica del conflicto. Aunque, como es natural, en calidad de sucesor del Führer debo seguir siendo leal a sus directrices políticas, pero ello no es óbice para que intente llegar a un acuerdo entre Alemania y Gran Bretaña...

Goering se detuvo de pronto en el centro de la estancia y se volvió hacia su visitante.

- ¿Cree usted, Herr Dahlerus - le dijo en voz entrecortada por la emoción -, cree usted que es posible aún establecer un convenio entre Inglaterra y Alemania?

Hacía escasamente media hora que Birger Dahlerus había oído de boca del embajador británico que la invasión de Polonia por Alemania había destruido la última esperanza de poder llegar a un arreglo pacífico.

- No lo sé, Excelencia -respondió Dahlerus -. La única esperanza consiste, en mi opinión, en que usted mismo se reúna sin perder tiempo con los delegados ingleses e intente concertar una solución...

Goering se quedó como electrizado, pero en su macizo cuerpo se desató de súbito la necesidad de movimiento.

- Aguarde un minuto - dijo -. Voy a hablar con el Führer.

Regresó a los pocos minutos e invitó a Birger Dahlerus a que le siguiera. En su camino hacia la Cancillería del Reich tropezó Dahlerus con el lugarteniente del Führer, Rudolf Hess, el ministro del interior, Frick, el Reichsführer de las S.S., Himmler, y otros muchos jefes y generales. Ante una puerta en la que montaban la guardia dos miembros de las S.S., Hermann Goering se detuvo unos instantes. Antes de entrar en el amplio despacho de trabajo de Adolf Hitler, el mariscal manifestó a Dahlerus que informara de todo al Führer, pues éste le escucharía. Acto seguido, hicieron su entrada en el despacho de Hitler.
Birger Dahlerus abarcó con una mirada el panorama completo del amplio interior de la sala. En el centro de la misma estaba el Führer, con las manos plegadas en el regazo, vistiendo un nuevo uniforme de campaña. El sueco se encaminó hacia él y le dio la mano. Hitler comenzó acumulando contra Inglaterra un reproche tras otro, diciendo que los ingleses no deseaban la paz, y que únicamente obraban a impulsos de sus intereses egoístas y por su afán de mantener el dominio universal...

- Estoy firmemente decidido - dijo, continuando su monólogo - a aplastar la resistencia polaca y a destruir al pueblo polaco. Si los ingleses desean entablar negociaciones, estoy siempre dispuesto a ello. Pero si no quieren entender nuestra posición y persisten en actuar en defensa de sus solos intereses, habrá lucha, y los ingleses pagarán bien caras sus propias culpas...


1 de setiembre. El buque alemán Schleswig-Holstein abre fuego contra las fuerzas polacas fortificadas de Westerplatte. Terminarán por rendirse el 7 de setiembre...

Otra imagen del ataque...


Panzertruppen Heinz Guderian presentándose ante el Führer...


Oficiales rusos y alemanes en Brest-Litvosk reunidos en "extraña camaradería" un 18 de setiembre...[/B




La palabra del jefe de Estado alemán se tornó aguda, provocándole algunos falsetes en la voz.

- Si Inglaterra desea luchar durante un año, yo también lucharé durante un año. Si Inglaterra desea hacerlo durante dos años, también yo estoy dispuesto a hacerlo. Si quiere luchar tres años, yo lo haré asimismo, y hasta diez años, si es necesario...

Parecía estar fuera de sí. Blandía ambos puños y se contorcía hasta tocar casi el suelo. La situación era sumamente embarazosa. ¡Y también de tan trágicas consecuencias para el mundo entero! Hasta Goering dio media vuelta y volvió la espalda al Führer.
A última hora de la tarde, Dahlerus llamó por teléfono a Londres desde la Embajada británica. Un miembro del Gobierno le hizo saber las condiciones por las que Inglaterra se avendría a iniciar las negociaciones: Alemania tendría que interrumpir inmediatamente las hostilidades y ordenar la retirada de sus tropas tras sus propias fronteras. Cuando el hombre de negocios regresó al cuartel general del mariscal Goering, los vendedores de periódicos pregonaban el primer parte oficial de guerra de la Wehrmacht. Dahlerus adquirió un ejemplar, el cual hojeó mientras se dirigía en automóvil al encuentro de Goering.


La prensa británica actuó en consecuencia...

" En el curso de las acciones ofensivas en Silesia, Pomerania y Prusia Oriental, se han producido en todos los sectores del frente los esperados éxitos iniciales...
" Las fuerzas aéreas alemanas dominan por completo el espacio aéreo enemigo, pese a que el grueso de la Luftwaffe se halla estacionado en el centro y oeste de Alemania..."



Parte 16
 



Imagen bizarra. La heroica caballería polaca aunque inútil en sus esfuerzos ante la blitzkrieg germana...

En las primeras horas del día 2 de setiembre el Gobierno italiano, por mediación de su embajador en Berlín, propuso la celebración de una conferencia, que tendría lugar en los dos o tres días siguientes. Ante todo, era requisito indispensable el cese de las hostilidades. Por espacio de algunas horas pareció que Hitler estaba dispuesto por fin a avenirse a razones. La propuesta transmitida por el embajador italiano Bernardo Attolico, no fue rechazada por el Führer de buenas a primeras, como había temido en principio el diplomático italiano. Adolf Hitler preguntó a von Ribbentrop:

- Dígame si las notas recibidas ayer de los Gobiernos inglés y francés constituyen por sí un ultimátum. En caso afitmativo, la aceptación de la proposición italiana no puede tomarse en consideración.

El embajador italiano no perdió ni un minuto. Desde las diez de la noche anterior conocía el contenido de las notas presentadas al Gobierno alemán por los embajadores Henderson y Coulondre, en las cuales se indicaba que el convenio suscrito por Inglaterra y Francia en relación a Polonia entraría en vigor si el Gobierno alemán no cesaba automáticamente en sus ataques contra Polonia, y no ordenaba la retirada inmediata de sus fuerzas. Attolico abandonó súbitamente el cuarto de trabajo de von Ribbentrop, y preguntó a los embajadores francés e inglés si las notas entregadas al Gobierno alemán tenían la consideración de ultimátum. Media hora después, sin aliento casi, Attolico regresó al Ministerio de Asuntos Exteriores.

- Ambas notas no son un ultimátum - manifestó -, sino más bien advertencias...

Todo era inútil sin embargo, Adolf Hitler no deseaba en modo alguno considerar seriamente las reconversiones franco-británicas. Parecía encontrarse en pleno éxtasis.






Parte 17
 
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