Menú
Inicio
Visitar el Sitio Zona Militar
Foros
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Qué hay de nuevo
Nuevos mensajes
Última actividad
Miembros
Visitantes actuales
Entrar
Registrarse
Novedades
Buscar
Buscar
Buscar sólo en títulos
Por:
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Menú
Entrar
Registrarse
Inicio
Foros
Area Militar General
Historia Militar
En el Mando Supremo de Hitler
JavaScript is disabled. For a better experience, please enable JavaScript in your browser before proceeding.
Estás usando un navegador obsoleto. No se pueden mostrar estos u otros sitios web correctamente.
Se debe actualizar o usar un
navegador alternativo
.
Responder al tema
Mensaje
<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 775513" data-attributes="member: 341"><p><strong>Fragmentos de la obra de H.S.Hegner "El Tercer Reich"</strong></p><p></p><p><em>Eran las instancias previas a la Gran Tragedia Humana, los angustiantes parlamentos de los "embajadores de paz" se estaban terminando... Los interlocutores y traductores se quedaban ya sin palabras... En el interior de la inmensa Cancillería del Reich, ya cundía un gélido manto de silencio, cruzaba los brillosos pasillos, se introducía por los resquicios de cerraduras, ventanas y puertas, y de pronto colmaba los altivos y suntuosos salones, hasta detenerse en los portales del amplio salón y despacho del Führer, donde el fuego maquiavélico cundía paulatinamente hasta transfigurar al hombre común, el cual ya manipulaba el poder. Pronto Adolf Hitler cambiaría la historia para siempre...</em></p><p></p><p></p><p><em>"...Y LUEGO, QUE DIOS SE APIADE DE NOSOTROS"</em></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p><strong> La Gran Bretaña siempre deseaba la paz, pero no por cierto a cualquier precio. El Ministro Charles Spencer, miembro de la Cámara de los Comunes, hizo una breve pausa. Lo que iba a decir no lo hacía únicamente en presencia de los miembros del "Constitutional Club", en uno de cuyos salones pronunciaba su alocución, sino ante el industrial sueco Birger Dahlerus, de quien se decía que le unía una estrecha amistad con Goering.</strong></p><p><strong> Era el domingo 2 de julio de 1939. Por la tarde, el rey Jorge VI había presenciado un desfile militar que puso de manifiesto la deficiencia del armamento británico frente a la enorme capacidad de combate de los alemanes. Ni los oficiales británicos ni los agregados militares extranjeros se hacían ninguna ilusión al respecto. No obstante, tanto en los rostros de las personalidades oficiales, como en el de los soldados y público que presenciaba el desfile, se leía la firme determinación de no ceder esta vez ante las amenazas de Hitler.</strong></p><p><strong> El primer ministro británico, Chamberlain, había exclamado el otoño pasado, al regresar de la conferencia de Munich: <em>"Peace for our time."</em> Ahora se sabía que aquello había sido una prórroga, nada más. La tragedia avanzaba como un rodillo demoledor, lenta, pero inexorable, sobre la humanidad inerme, si bien, en tanto no se efectuara disparo alguno cabía la esperanza de mantener la precaria paz.</strong></p><p><strong> Precisamente ese débil hálito de esperanza había inducido a unas cuantas personalidades a reunirse en el "Constitutional Club" después del desfile. Querían examinar lo que podía hacerse todavía para alejar el fantasma de la guerra. La condición previa para cualquier intento era descartar toda intervención del ministro de Asuntos Exteriores alemán. En Inglaterra todo el mundo estaba enterado de que von Ribbentroop, bien fuere por ignorancia, estupidez o mala fe, aconsejaba en falso a su jefe de Estado, Adolf Hitler.</strong></p><p><strong> Dirigiéndose especialmente a Dahlerus, Spencer manifestó:</strong></p><p><strong> - El pueblo inglés desea vivir en paz con el pueblo alemán, y no ve ningún motivo fundado para que la situación desemboque en un conflicto armado... La Gran Bretaña y sus aliados experimentarían pérdidas enormes en caso de guerra, que tal vez significarían el desmoronamiento de la civilización, pero nosotros no podemos ceder más. Y lo mismo que antaño, Alemania será finalmente vencida en una próxima guerra...</strong></p><p><strong> Sir Holberry Mensforth hizo uso de la palabra a continuación de Spencer.</strong></p><p><strong> - ... Pese a todo, hay que intentar de nuevo solucionar la grave crisis por la vía de las negociaciones antes de que comience la horrible matanza...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Todos expresaron su conformidad, y, después de prolijas discusiones, se determinó enviar a Berlín al sueco Dahlerus, para que actuara de emisario en un nuevo intento de concertar una reunión de ingleses y alemanes, fuera de los cauces diplomáticos normales, en territorio neutral. Tal vez de ese modo pudiera llegar a acordarse la solución pacífica de la actual tensión germano-polaca.</strong></p><p><strong> Birger Dahlerus sabía muy bien que el Gobierno británico estaba dispuesto a hacer ciertas concesiones a Alemania, incluso en el asunto de las colonias. Para ello, la condición primordial era la siguiente:<em> "Antes de acudir a la mesa de las negociaciones, las armas deberían quedar en los arsenales."</em> Ni Inglaterra ni su aliada Francia deseaban pactar bajo amenaza de los elementos bélicos. Además, se exigiría plena garantía de que Hitler no volvería a quebrantar sus promesas. Dahlerus pertenecía a un país que nada exigía de Alemania, y por tal motivo abrigaba la esperanza de que su cometido tal vez tendría éxito. Partió de Londres en la tarde del 3 de julio de 1939, y llegó al día siguiente a la capital del Reich. Apenas aposentado en su cuarto del Hotel Esplanade, se puso en comunicación con el Ministerio de Goering, en la Leipzigerstrasse.</strong></p><p><strong> El industrial sueco había trabado conocimiento con el mariscal Goering en diciembre de 1934, en cuya ocasión solicitó el concurso de Goering para un asunto particular. En compensación Dahlerus se ofreció en interesarse por el hijastro de Goering. Thomas Kantzow, hijo del primer matrimonio de la difunta esposa de Goering.</strong></p><p><strong> Dahlerus se dirigió por la mañana a la mansión Karinhall. Todavía recordaba con precisión el aspecto que presentaba el antiguo pabellón de caza imperial durante su primera visita en el año 1934. Entonces no era nada más que una modesta casa tipo nórdico, compuesta de toscas vigas, y cuya decoración interior era ciertamente agradable, pero, en modo alguno pomposa. ¿Qué aspecto tendría en la actualidad? En todo el mundo se contaban maravillas acerca de aquella fabulosa mansión.</strong></p><p><strong> Una vez que el automóvil se desvió de la ruta principal pasó frente a un enorme edificio de moderna factura, que era el cuartel de la companía que custodiaba la mansión Karinhall. Después de una marcha de algunos kilómetros apareció la residencia señorial, rodeada de inmensos jardines. Incontables grupos de trabajadores, camareros, sirvientes y soldados de la Luftwaffe se afanaban en concluir los preparativos de una gran fiesta que iba a celebrarse al aire libre. Goering había invitado a varios centenares de personajes del mundo del cine y del teatro, y de modo contínuo llegaban autobuses con bandas de música, camareros y artistas de variedades, junto con lujosos automóviles que transportaban a invitados eminentes.</strong></p><p><strong> Un oficial de blanco uniforme de verano condujo a Dahlerus hasta el amplio vestíbulo de la residencia. En él el dueño de la casa saludó al recién llegado y le acompañó hasta su enorme despacho. El picaporte de la puerta de acceso a dicha pieza tenía unas dimensiones bastante fuera de lo corriente, de modo que el criado tuvo que utilizar ambas manos. Goering rogó a su visitante que tomara asiento en uno de los sillones tapizados de rico brocado, ante una gran mesa redonda de caoba. Dahlerus no invirtió su tiempo en admirar los magníficos cuadros y las innumerables fotografías de reyes y generales en ricos marcos de plata, en cuyos retratos figuraban las correspondientes dedicatorias manuscritas. Ni siquiera se fijó en las preciosas esculturas y otros miles de objetos valiosos dignos de admirar. Sin preámbulo de ninguna especie comenzó a tratar de la misión que se le había encomendado.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> - Anteayer estaba aún en Inglaterra y allí me reuní con una serie de personalidades que desean intentar por todos los medios remediar la crisis actual...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Goering escuchaba con atención. Era un secreto a voces el que el mariscal se pronunciaba contra cualquier aventura bélica, pues con ella no tenía apenas nada que ganar y sí mucho que perder. Carecía, sin embargo, del valor de declararse contra las intenciones guerreras de Hitler, si bien, naturalmente, no podía manifestarlo así a su visitante sueco. Al contrario, debía defender ante él la política de su Führer...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - La postura de Inglaterra en el conflicto germano-polaco es puro <em>bluff</em>. Los ingleses se guardarán muy bien de recurrir a las armas para la defensa de Danzig. La promesa hecha a Polonia no vale siquiera la tinta utilizada para firmarla.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Alguien llamó a la puerta y acto seguido, un ayudante, que vestía blanco uniforme de oficial de la Luftwaffe, penetró en la estancia y anunció al mariscal que los huéspedes estaban ya reunidos. Dahlerus consultó el reloj y observó que eran las cuatro cuarenta y cinco. Goering hizo ademán de despedir a su ayudante, que se mantenía en posición de firmes junto a la puerta, diciendo en tono altivo: <em>"Que esperen..."</em></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/dalherus.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><strong>El diplomático, emisario y empresario sueco Birger Dahlerus</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/Goering.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/karinhall.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong><strong>Vista de la enorme mansión Karinhall...</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/carinhall.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong><strong>Y uno de sus tantos jardines...</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Parte 1</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 775513, member: 341"] [b]Fragmentos de la obra de H.S.Hegner "El Tercer Reich"[/b] [I]Eran las instancias previas a la Gran Tragedia Humana, los angustiantes parlamentos de los "embajadores de paz" se estaban terminando... Los interlocutores y traductores se quedaban ya sin palabras... En el interior de la inmensa Cancillería del Reich, ya cundía un gélido manto de silencio, cruzaba los brillosos pasillos, se introducía por los resquicios de cerraduras, ventanas y puertas, y de pronto colmaba los altivos y suntuosos salones, hasta detenerse en los portales del amplio salón y despacho del Führer, donde el fuego maquiavélico cundía paulatinamente hasta transfigurar al hombre común, el cual ya manipulaba el poder. Pronto Adolf Hitler cambiaría la historia para siempre...[/I] [I]"...Y LUEGO, QUE DIOS SE APIADE DE NOSOTROS"[/I] [B] La Gran Bretaña siempre deseaba la paz, pero no por cierto a cualquier precio. El Ministro Charles Spencer, miembro de la Cámara de los Comunes, hizo una breve pausa. Lo que iba a decir no lo hacía únicamente en presencia de los miembros del "Constitutional Club", en uno de cuyos salones pronunciaba su alocución, sino ante el industrial sueco Birger Dahlerus, de quien se decía que le unía una estrecha amistad con Goering. Era el domingo 2 de julio de 1939. Por la tarde, el rey Jorge VI había presenciado un desfile militar que puso de manifiesto la deficiencia del armamento británico frente a la enorme capacidad de combate de los alemanes. Ni los oficiales británicos ni los agregados militares extranjeros se hacían ninguna ilusión al respecto. No obstante, tanto en los rostros de las personalidades oficiales, como en el de los soldados y público que presenciaba el desfile, se leía la firme determinación de no ceder esta vez ante las amenazas de Hitler. El primer ministro británico, Chamberlain, había exclamado el otoño pasado, al regresar de la conferencia de Munich: [I]"Peace for our time."[/I] Ahora se sabía que aquello había sido una prórroga, nada más. La tragedia avanzaba como un rodillo demoledor, lenta, pero inexorable, sobre la humanidad inerme, si bien, en tanto no se efectuara disparo alguno cabía la esperanza de mantener la precaria paz. Precisamente ese débil hálito de esperanza había inducido a unas cuantas personalidades a reunirse en el "Constitutional Club" después del desfile. Querían examinar lo que podía hacerse todavía para alejar el fantasma de la guerra. La condición previa para cualquier intento era descartar toda intervención del ministro de Asuntos Exteriores alemán. En Inglaterra todo el mundo estaba enterado de que von Ribbentroop, bien fuere por ignorancia, estupidez o mala fe, aconsejaba en falso a su jefe de Estado, Adolf Hitler. Dirigiéndose especialmente a Dahlerus, Spencer manifestó: - El pueblo inglés desea vivir en paz con el pueblo alemán, y no ve ningún motivo fundado para que la situación desemboque en un conflicto armado... La Gran Bretaña y sus aliados experimentarían pérdidas enormes en caso de guerra, que tal vez significarían el desmoronamiento de la civilización, pero nosotros no podemos ceder más. Y lo mismo que antaño, Alemania será finalmente vencida en una próxima guerra... Sir Holberry Mensforth hizo uso de la palabra a continuación de Spencer. - ... Pese a todo, hay que intentar de nuevo solucionar la grave crisis por la vía de las negociaciones antes de que comience la horrible matanza... Todos expresaron su conformidad, y, después de prolijas discusiones, se determinó enviar a Berlín al sueco Dahlerus, para que actuara de emisario en un nuevo intento de concertar una reunión de ingleses y alemanes, fuera de los cauces diplomáticos normales, en territorio neutral. Tal vez de ese modo pudiera llegar a acordarse la solución pacífica de la actual tensión germano-polaca. Birger Dahlerus sabía muy bien que el Gobierno británico estaba dispuesto a hacer ciertas concesiones a Alemania, incluso en el asunto de las colonias. Para ello, la condición primordial era la siguiente:[I] "Antes de acudir a la mesa de las negociaciones, las armas deberían quedar en los arsenales."[/I] Ni Inglaterra ni su aliada Francia deseaban pactar bajo amenaza de los elementos bélicos. Además, se exigiría plena garantía de que Hitler no volvería a quebrantar sus promesas. Dahlerus pertenecía a un país que nada exigía de Alemania, y por tal motivo abrigaba la esperanza de que su cometido tal vez tendría éxito. Partió de Londres en la tarde del 3 de julio de 1939, y llegó al día siguiente a la capital del Reich. Apenas aposentado en su cuarto del Hotel Esplanade, se puso en comunicación con el Ministerio de Goering, en la Leipzigerstrasse. El industrial sueco había trabado conocimiento con el mariscal Goering en diciembre de 1934, en cuya ocasión solicitó el concurso de Goering para un asunto particular. En compensación Dahlerus se ofreció en interesarse por el hijastro de Goering. Thomas Kantzow, hijo del primer matrimonio de la difunta esposa de Goering. Dahlerus se dirigió por la mañana a la mansión Karinhall. Todavía recordaba con precisión el aspecto que presentaba el antiguo pabellón de caza imperial durante su primera visita en el año 1934. Entonces no era nada más que una modesta casa tipo nórdico, compuesta de toscas vigas, y cuya decoración interior era ciertamente agradable, pero, en modo alguno pomposa. ¿Qué aspecto tendría en la actualidad? En todo el mundo se contaban maravillas acerca de aquella fabulosa mansión. Una vez que el automóvil se desvió de la ruta principal pasó frente a un enorme edificio de moderna factura, que era el cuartel de la companía que custodiaba la mansión Karinhall. Después de una marcha de algunos kilómetros apareció la residencia señorial, rodeada de inmensos jardines. Incontables grupos de trabajadores, camareros, sirvientes y soldados de la Luftwaffe se afanaban en concluir los preparativos de una gran fiesta que iba a celebrarse al aire libre. Goering había invitado a varios centenares de personajes del mundo del cine y del teatro, y de modo contínuo llegaban autobuses con bandas de música, camareros y artistas de variedades, junto con lujosos automóviles que transportaban a invitados eminentes. Un oficial de blanco uniforme de verano condujo a Dahlerus hasta el amplio vestíbulo de la residencia. En él el dueño de la casa saludó al recién llegado y le acompañó hasta su enorme despacho. El picaporte de la puerta de acceso a dicha pieza tenía unas dimensiones bastante fuera de lo corriente, de modo que el criado tuvo que utilizar ambas manos. Goering rogó a su visitante que tomara asiento en uno de los sillones tapizados de rico brocado, ante una gran mesa redonda de caoba. Dahlerus no invirtió su tiempo en admirar los magníficos cuadros y las innumerables fotografías de reyes y generales en ricos marcos de plata, en cuyos retratos figuraban las correspondientes dedicatorias manuscritas. Ni siquiera se fijó en las preciosas esculturas y otros miles de objetos valiosos dignos de admirar. Sin preámbulo de ninguna especie comenzó a tratar de la misión que se le había encomendado. - Anteayer estaba aún en Inglaterra y allí me reuní con una serie de personalidades que desean intentar por todos los medios remediar la crisis actual... Goering escuchaba con atención. Era un secreto a voces el que el mariscal se pronunciaba contra cualquier aventura bélica, pues con ella no tenía apenas nada que ganar y sí mucho que perder. Carecía, sin embargo, del valor de declararse contra las intenciones guerreras de Hitler, si bien, naturalmente, no podía manifestarlo así a su visitante sueco. Al contrario, debía defender ante él la política de su Führer... - La postura de Inglaterra en el conflicto germano-polaco es puro [I]bluff[/I]. Los ingleses se guardarán muy bien de recurrir a las armas para la defensa de Danzig. La promesa hecha a Polonia no vale siquiera la tinta utilizada para firmarla. Alguien llamó a la puerta y acto seguido, un ayudante, que vestía blanco uniforme de oficial de la Luftwaffe, penetró en la estancia y anunció al mariscal que los huéspedes estaban ya reunidos. Dahlerus consultó el reloj y observó que eran las cuatro cuarenta y cinco. Goering hizo ademán de despedir a su ayudante, que se mantenía en posición de firmes junto a la puerta, diciendo en tono altivo: [I]"Que esperen..."[/I] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/dalherus.jpg[/IMG] [B]El diplomático, emisario y empresario sueco Birger Dahlerus[/B] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/Goering.jpg[/IMG] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/karinhall.jpg[/IMG] [B]Vista de la enorme mansión Karinhall...[/B] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/carinhall.jpg[/IMG] [B]Y uno de sus tantos jardines...[/B] Parte 1 [/B] [/QUOTE]
Insertar citas…
Verificación
Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
Responder
Inicio
Foros
Area Militar General
Historia Militar
En el Mando Supremo de Hitler
Este sitio usa cookies. Para continuar usando este sitio, se debe aceptar nuestro uso de cookies.
Aceptar
Más información.…
Arriba