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En el Mando Supremo de Hitler
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 775514" data-attributes="member: 341"><p><strong> - Yo creo... - dijo Dahlerus en tono persuasivo - que en este caso, todos se equivocan mutuamente. Inglaterra recurrirá a las armas, de ello no cabe la menor duda, y, precisamente para que pueda alejarse toda posibilidad de cometer un error irreparable, sería de recomendar que altas personalidades alemanas se reunieran con sus colegas ingleses en un paíz neutral, Suecia por ejemplo, y entablaran negociaciones, de corazón a corazón...</strong></p><p><strong> Goering se levantó y comenzó a andar por la estancia. Sus pasos eran apenas audibles a causa del espesor de la alfombra, pero ello hacía aumentar el efecto óptico en su visitante. Su cuerpo macizo, embutido en su uniforme de mariscal, era el centro de la enorme habitación. Excepcionalmente llevaba en ese día escasas condecoraciones: <em>Pour le mérite, la Cruz de Hierro, y el emblema de oro del Partido.</em> Hablando en voz alta como en una reunión, manifestó a Dahlerus que en vista de ello sería en verdad conveniente llegar a la realización de dicho encuentro. Dahlerus buscó los ojos azules del mariscal e intentó leer en su rostro.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Naturalmente, habrán de ofrecernos garantías - prosiguió Goering -, de que Inglaterra desea sinceramente llegar a un acuerdo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El tono con que fueron pronunciadas dichas palabras indujo a la creencia al intermediario sueco de que el mariscal Goering deseaba poder concertar dicho encuentro entre alemanes e ingleses para hablar " de corazón a corazón". Tal vez, él mismo tomaría parte en la reunión.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> La conferencia tuvo lugar, efectivamente, pero no en la neutral Suecia, como había sido previsto, sino en la finca de la esposa alemana de Birger Dahlerus, en la localidad de Sönke Nissen Koog, en Holstein. El domingo, 6 de agosto, los siete emisarios ingleses, bajo la dirección de Charles Spencer, se dirigieron en automóvil desde Hamburgo hasta Sönke Nissen Koog. El día siguiente, a las ocho de la mañana, Hermann Goering llegó a Bredstedt en tren especial. Le acompañaba el consejero ministerial Godlnert, el secretario de Estado, Koerner, y el general Bodenschatz; con ellos iba también un intéprete. Goering se comportó magníficamente, sin adoptar su acostumbrado tono doctoral; al contrario, rogó a los enviados británicos que comenzaran a formular sus peticiones. Esa diferencia de táctica, en relación con la empleada en todo momento por Adolf Hitler y Ribbentroop, sentó muy bien a los visitantes. No transcurrió mucho tiempo sin que se llegase a una animada discusión.</strong></p><p><strong> A la hora de la comida, Goering pronunció un emocionado brindis en favor de la paz, y el tono con que lo hizo produjo impacto en todos sus oyentes. Cuando por la tarde abandonó en automóvil la finca de Sönke Nissen Koog, los participantes tenían la firme convicción de que el intento había tenido éxito y que tal vez se había logrado el mantenimiento de la paz. Los delegados alemanes estaban tan satisfechos como los ingleses, ya que en esta ocasión les fue posible manifestarse, pues lo tratado no debía hacerse público. Las líneas telefónicas y los accesos a la finca estaban cuidadosamente vigilados, de modo que Ribbentroop no podía interferir en ningún concepto. Las negociaciones posteriores conducentes a la convocatoria de una conferencia secreta de los cuatro quedaban así en secreto.</strong></p><p><strong> El acompañante de Goering, general de aviación Bodenschatz, se dirigió a Berchtesgaden e informó a Adolf Hitler acerca del resultado de la reunión de Sönke Nissen Koog. No obstante, Hitler procuró obstruir cualquier intento de mediación. Dieciocho días duraron las conversaciones sin que se lograra avanzar un solo paso. Mientras tanto, la crisis se iba agudizando por momentos, y el Führer tomaba en secreto las medidas necesarias para atacar Polonia el 26 de agosto, a las cinco y media de la madrugada...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/berchtesgaden.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong><strong>Adolf Hitler en su palacio de Berchtesgaden, imaginando un imperio...</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Birger Dahlerus, que había regresado a Suecia, presintió la tragedia que se avecinaba cuando el jueves 23 de agosto, a las diez de la mañana, fue llamado telefónicamente por Goering en su residencia de Estocolmo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - La situación ha empeorado sensiblemente... - manifestó el mariscal -. ¿Puede venir sin tardanza? Es posible que tenga necesidad de su presencia.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El hombre de negocios sueco llegó al día siguiente a la capital del Reich. Allí se reunió con uno de sus compatriotas, el director de banca Allan Wettermark. El banquero estaba visiblemente preocupado.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - No existe ninguna duda de que Goering no desea la guerra - dijo Wettermark -; pero, en realidad, todo esto entraña un serio peligro para tu persona, mi querido Dahlerus. Ten presente que no nos enfrentamos con un país democrático, y uno de los enemigos de Goering, acaso Himmler o Ribbentroop, o tal vez el propio Hitler, pueden ordenar tu detención, y jamás nadie conocerá tu paradero.</strong></p><p><strong> Wettermark bajó el tono de su voz, que se convirtió en mero susurro:</strong></p><p><strong> - Creo que será prudente que te acompañe. Aunque no hasta tu destino, por lo menos estaré en el vestíbulo del hitel como por azar, y anotaré el número de matrícula del automóvil que te conduzca hasta Karinhall. Si algo ocurre, el embajador sueco podrá siempre hacer algo por ti...</strong></p><p><strong> Dahlerus manifestó cierta sorpresa; su buen amigo, residente en Berlín desde hacía bastantes años, conocía el estado de las cosas mucho mejor que él. Profundamente impresionado, Dahlerus meditaba en lo bajo que había caído la patria de su esposa. Un hombre neutral como él, que junto con el llamado "príncipe heredero del movimiento nazi", Hermann Goering, hacía todo lo posible para mantener la paz, corría el peligro de ser encarcelado o de desaparecer sin dejar rastro alguno.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Parte 2</strong></p><p><strong></strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 775514, member: 341"] [B] - Yo creo... - dijo Dahlerus en tono persuasivo - que en este caso, todos se equivocan mutuamente. Inglaterra recurrirá a las armas, de ello no cabe la menor duda, y, precisamente para que pueda alejarse toda posibilidad de cometer un error irreparable, sería de recomendar que altas personalidades alemanas se reunieran con sus colegas ingleses en un paíz neutral, Suecia por ejemplo, y entablaran negociaciones, de corazón a corazón... Goering se levantó y comenzó a andar por la estancia. Sus pasos eran apenas audibles a causa del espesor de la alfombra, pero ello hacía aumentar el efecto óptico en su visitante. Su cuerpo macizo, embutido en su uniforme de mariscal, era el centro de la enorme habitación. Excepcionalmente llevaba en ese día escasas condecoraciones: [I]Pour le mérite, la Cruz de Hierro, y el emblema de oro del Partido.[/I] Hablando en voz alta como en una reunión, manifestó a Dahlerus que en vista de ello sería en verdad conveniente llegar a la realización de dicho encuentro. Dahlerus buscó los ojos azules del mariscal e intentó leer en su rostro. - Naturalmente, habrán de ofrecernos garantías - prosiguió Goering -, de que Inglaterra desea sinceramente llegar a un acuerdo. El tono con que fueron pronunciadas dichas palabras indujo a la creencia al intermediario sueco de que el mariscal Goering deseaba poder concertar dicho encuentro entre alemanes e ingleses para hablar " de corazón a corazón". Tal vez, él mismo tomaría parte en la reunión. La conferencia tuvo lugar, efectivamente, pero no en la neutral Suecia, como había sido previsto, sino en la finca de la esposa alemana de Birger Dahlerus, en la localidad de Sönke Nissen Koog, en Holstein. El domingo, 6 de agosto, los siete emisarios ingleses, bajo la dirección de Charles Spencer, se dirigieron en automóvil desde Hamburgo hasta Sönke Nissen Koog. El día siguiente, a las ocho de la mañana, Hermann Goering llegó a Bredstedt en tren especial. Le acompañaba el consejero ministerial Godlnert, el secretario de Estado, Koerner, y el general Bodenschatz; con ellos iba también un intéprete. Goering se comportó magníficamente, sin adoptar su acostumbrado tono doctoral; al contrario, rogó a los enviados británicos que comenzaran a formular sus peticiones. Esa diferencia de táctica, en relación con la empleada en todo momento por Adolf Hitler y Ribbentroop, sentó muy bien a los visitantes. No transcurrió mucho tiempo sin que se llegase a una animada discusión. A la hora de la comida, Goering pronunció un emocionado brindis en favor de la paz, y el tono con que lo hizo produjo impacto en todos sus oyentes. Cuando por la tarde abandonó en automóvil la finca de Sönke Nissen Koog, los participantes tenían la firme convicción de que el intento había tenido éxito y que tal vez se había logrado el mantenimiento de la paz. Los delegados alemanes estaban tan satisfechos como los ingleses, ya que en esta ocasión les fue posible manifestarse, pues lo tratado no debía hacerse público. Las líneas telefónicas y los accesos a la finca estaban cuidadosamente vigilados, de modo que Ribbentroop no podía interferir en ningún concepto. Las negociaciones posteriores conducentes a la convocatoria de una conferencia secreta de los cuatro quedaban así en secreto. El acompañante de Goering, general de aviación Bodenschatz, se dirigió a Berchtesgaden e informó a Adolf Hitler acerca del resultado de la reunión de Sönke Nissen Koog. No obstante, Hitler procuró obstruir cualquier intento de mediación. Dieciocho días duraron las conversaciones sin que se lograra avanzar un solo paso. Mientras tanto, la crisis se iba agudizando por momentos, y el Führer tomaba en secreto las medidas necesarias para atacar Polonia el 26 de agosto, a las cinco y media de la madrugada... [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/berchtesgaden.jpg[/IMG] [B]Adolf Hitler en su palacio de Berchtesgaden, imaginando un imperio...[/B] Birger Dahlerus, que había regresado a Suecia, presintió la tragedia que se avecinaba cuando el jueves 23 de agosto, a las diez de la mañana, fue llamado telefónicamente por Goering en su residencia de Estocolmo. - La situación ha empeorado sensiblemente... - manifestó el mariscal -. ¿Puede venir sin tardanza? Es posible que tenga necesidad de su presencia. El hombre de negocios sueco llegó al día siguiente a la capital del Reich. Allí se reunió con uno de sus compatriotas, el director de banca Allan Wettermark. El banquero estaba visiblemente preocupado. - No existe ninguna duda de que Goering no desea la guerra - dijo Wettermark -; pero, en realidad, todo esto entraña un serio peligro para tu persona, mi querido Dahlerus. Ten presente que no nos enfrentamos con un país democrático, y uno de los enemigos de Goering, acaso Himmler o Ribbentroop, o tal vez el propio Hitler, pueden ordenar tu detención, y jamás nadie conocerá tu paradero. Wettermark bajó el tono de su voz, que se convirtió en mero susurro: - Creo que será prudente que te acompañe. Aunque no hasta tu destino, por lo menos estaré en el vestíbulo del hitel como por azar, y anotaré el número de matrícula del automóvil que te conduzca hasta Karinhall. Si algo ocurre, el embajador sueco podrá siempre hacer algo por ti... Dahlerus manifestó cierta sorpresa; su buen amigo, residente en Berlín desde hacía bastantes años, conocía el estado de las cosas mucho mejor que él. Profundamente impresionado, Dahlerus meditaba en lo bajo que había caído la patria de su esposa. Un hombre neutral como él, que junto con el llamado "príncipe heredero del movimiento nazi", Hermann Goering, hacía todo lo posible para mantener la paz, corría el peligro de ser encarcelado o de desaparecer sin dejar rastro alguno. Parte 2 [/B] [/QUOTE]
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