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En el Mando Supremo de Hitler
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 775532" data-attributes="member: 341"><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/sopot1seppolonia.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p><strong>Las tropas alemanas cruzan la frontera polaca en Sopot durante el 1 de septiembre...</strong></p><p></p><p></p><p><strong> El día 1 de septiembre, primero de la Segunda Guerra Mundial, el cielo estaba encapotado y los berlineses prefirieron permanecer en su domicilios. Los locales públicos y las calles estaban notablemente desiertas, tanto, que apenas se veía circular a nadie, en contra de lo que era costumbre. Tal vez era porque nadie se atrevía a hablar en voz alta... Incluso los automóviles circulaban más despacio y no se oía apenas el sonido de un claxon. Unicamente en los vestíbulos de los grandes hoteles reinaba febril actividad. Los últimos extranjeros residentes en la ciudad, que hasta el último momento habían confiado en la solución pacífica de la crisis, se disponían a abandonar a toda prisa la capital del Reich.</strong></p><p><strong> Los salones del Hotel Adlon, en la Unter den Linden, semejaban los de un hotel londinense. Los empleados de la Embajada británica habían abandonado sus domicilios particulares por motivos de seguridad, y se habían dado cita en los salones de dicho hotel. El edificio anexo al mismo lindaba con el inmueble de la Embajada. Apenas se oía hablar alemán, pero ningún berlinés intentó maltratar de palabra ni de obra a los ciudadanos británicos. La calma poco berlinesa que reinaba en las calles fue súbitamente interrumpida. Procedente de la Brandenburger Tor llegaba el estrépito de una caravana automovilística: Hitler regresaba a la Krolloper una vez terminaba la asamblea en el Reichstag. La columna avanzó por el escaso trecho de la Unter den Linden hasta la Wilhelmstrasse, doblando luego a la derecha. Los funcionarios de la Embajada británica contemplaban desde las ventanas el paso de la caravana. Los ingleses no se fijaban sólo en el Führer, sino en la gente que transitaba por la calle y, sobre todo, en la actitud. Ninguno de ellos levantó la mano o saludó con el clásico <em>"Heil Hitler!"</em> cuando pasó ante ellos el automóvil que conducía al jefe de Estado. Era evidente que el Führer se percataba también del silencio con que se observaba su paso. Con el rostro petrificado se arrellanó en el asiento de su vehículo. Semicerrados los párpados, miraba al exterior. ¡Y con un pueblo así iba a emprender una guerra a escala mundial!</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> En el antepatio de la Cancillería del Reich la guardia presentó armas. Sin dirigir la vista hacia ningun lado, Hitler atravezó el patio de armas, la galería de mármol, y llegó con paso rápido hasta su cuarto de trabajo. El Führer de la Gran Alemania tenía, hay que reconocerlo, sus motivos para estar de mal talante. Pocos minutos antes de llegar a la Krolloper se presentó el embajador italiano, Attolico, diciendo que era portador de un mensaje personal del Duce, en el que decía que Alemania no podía esperar el concurso armado de Italia.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/bernardo_attolico.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /> <img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/Mussolini_Hitler.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong><strong>Embajador italiano en Berlín, Bernardo Attolico... El Duce y el Führer...</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Con gran irritación, Hitler mandó a poner el siguiente telegrama a su embajador en Roma, para que éste lo retrasmitiera al Duce:</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><em> "Duce, agradezco siceramente la ayuda política y diplomática</em></strong></p><p><strong><em> que ha prestado a Alemania y a sus reivindicaciones. Estoy </em></strong></p><p><strong><em> convencido de que será suficiente el poderío militar de mi país</em></strong></p><p><strong><em> para resolver la situación, y ante tales circunstancias la ayuda</em></strong></p><p><strong><em> militar italiana no es necesaria. Agradezco todos sus esfuerzos,</em></strong></p><p><strong><em> Duce, y lo que en el futuro pueda hacer para el bien común del</em></strong></p><p><strong><em> facismo y el nacionalsocialismo."</em></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El colmo de la desventura salió al encuentro de Hitler inmediatamente después de su regreso a la Cancillería. De Londres llegó la noticia de que a las diez y media de la mañana se había reunido el Consejo de la Corona británica y el monarca, Jorge VI, había decretado la movilización general...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/King_George_VI_of_England.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong><strong> El Rey Jorge VI de Inglaterra...</strong></strong></p><p><strong><strong></strong></strong></p><p><strong><strong></strong></strong></p><p><strong><strong>Parte 15</strong></strong></p><p><strong></strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 775532, member: 341"] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/sopot1seppolonia.jpg[/IMG] [B]Las tropas alemanas cruzan la frontera polaca en Sopot durante el 1 de septiembre...[/B] [B] El día 1 de septiembre, primero de la Segunda Guerra Mundial, el cielo estaba encapotado y los berlineses prefirieron permanecer en su domicilios. Los locales públicos y las calles estaban notablemente desiertas, tanto, que apenas se veía circular a nadie, en contra de lo que era costumbre. Tal vez era porque nadie se atrevía a hablar en voz alta... Incluso los automóviles circulaban más despacio y no se oía apenas el sonido de un claxon. Unicamente en los vestíbulos de los grandes hoteles reinaba febril actividad. Los últimos extranjeros residentes en la ciudad, que hasta el último momento habían confiado en la solución pacífica de la crisis, se disponían a abandonar a toda prisa la capital del Reich. Los salones del Hotel Adlon, en la Unter den Linden, semejaban los de un hotel londinense. Los empleados de la Embajada británica habían abandonado sus domicilios particulares por motivos de seguridad, y se habían dado cita en los salones de dicho hotel. El edificio anexo al mismo lindaba con el inmueble de la Embajada. Apenas se oía hablar alemán, pero ningún berlinés intentó maltratar de palabra ni de obra a los ciudadanos británicos. La calma poco berlinesa que reinaba en las calles fue súbitamente interrumpida. Procedente de la Brandenburger Tor llegaba el estrépito de una caravana automovilística: Hitler regresaba a la Krolloper una vez terminaba la asamblea en el Reichstag. La columna avanzó por el escaso trecho de la Unter den Linden hasta la Wilhelmstrasse, doblando luego a la derecha. Los funcionarios de la Embajada británica contemplaban desde las ventanas el paso de la caravana. Los ingleses no se fijaban sólo en el Führer, sino en la gente que transitaba por la calle y, sobre todo, en la actitud. Ninguno de ellos levantó la mano o saludó con el clásico [I]"Heil Hitler!"[/I] cuando pasó ante ellos el automóvil que conducía al jefe de Estado. Era evidente que el Führer se percataba también del silencio con que se observaba su paso. Con el rostro petrificado se arrellanó en el asiento de su vehículo. Semicerrados los párpados, miraba al exterior. ¡Y con un pueblo así iba a emprender una guerra a escala mundial! En el antepatio de la Cancillería del Reich la guardia presentó armas. Sin dirigir la vista hacia ningun lado, Hitler atravezó el patio de armas, la galería de mármol, y llegó con paso rápido hasta su cuarto de trabajo. El Führer de la Gran Alemania tenía, hay que reconocerlo, sus motivos para estar de mal talante. Pocos minutos antes de llegar a la Krolloper se presentó el embajador italiano, Attolico, diciendo que era portador de un mensaje personal del Duce, en el que decía que Alemania no podía esperar el concurso armado de Italia. [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/bernardo_attolico.jpg[/IMG] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/Mussolini_Hitler.jpg[/IMG] [B]Embajador italiano en Berlín, Bernardo Attolico... El Duce y el Führer...[/B] Con gran irritación, Hitler mandó a poner el siguiente telegrama a su embajador en Roma, para que éste lo retrasmitiera al Duce: [I] "Duce, agradezco siceramente la ayuda política y diplomática que ha prestado a Alemania y a sus reivindicaciones. Estoy convencido de que será suficiente el poderío militar de mi país para resolver la situación, y ante tales circunstancias la ayuda militar italiana no es necesaria. Agradezco todos sus esfuerzos, Duce, y lo que en el futuro pueda hacer para el bien común del facismo y el nacionalsocialismo."[/I] El colmo de la desventura salió al encuentro de Hitler inmediatamente después de su regreso a la Cancillería. De Londres llegó la noticia de que a las diez y media de la mañana se había reunido el Consejo de la Corona británica y el monarca, Jorge VI, había decretado la movilización general... [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/King_George_VI_of_England.jpg[/IMG] [B] El Rey Jorge VI de Inglaterra... Parte 15[/B] [/B] [/QUOTE]
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