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Escocia, abocada a un referéndum de independencia
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<blockquote data-quote="Barbanegra" data-source="post: 1612118" data-attributes="member: 10064"><p style="text-align: center"><u><span style="font-size: 22px"><strong>Glasgow o Edimburgo: ¿Quién sopla más fuerte?</strong></span></u></p><p>Kristina MacDonald aprendió a soplar la gaita desde bien pequeña, en las faldas de su abuelo, que venía de las Tierras Altas y acabó recalando en Glasgow, la ciudad industriosa e industrial, a la eterna sombra de Edimburgo, la capital embrujada, ilustrada y festivalera: la niña bonita de Escocia.</p><p></p><p>A Kristina, 18 años, rubísima y con ojos azulones, le pegaba más estar tocando la gaita en la Milla Real de Edimburgo. Al fin y al cabo, en el reparto histórico de papeles, la capital siempre corrió con la parte femenina, en duelo comparable al de San Sebastián y Bilbao, sin ir más lejos. Pongamos que Glasgow ha sido la ciudad maleada por los astilleros ('mean city'), con ese olor a río que no fluye y ese color a herrumbre que se apodera de las esquinas.</p><p></p><p>Pero aquí está Kristina, en el río humano de la calle Buchanan, poniendo la nota femenina en las Ramblas de Glasgow, presionando la bolsa de la gaita con el antebrazo izquierdo e intentando demostrar entre número y número que su ciudad "sonríe mejor", como dice el viejo lema... "Yo no tengo nada contra Edimburgo, pero la gente allí es mucho más borde y pretenciosa. Aquí te sientes querida: la gente te sonríe y te apoya, quizás porque estamos habituados a que las cosas vayan mal. Y también es una ciudad mucho más real: en Edimburgo sólo verás turistas y estudiantes".</p><p></p><p>Kristina se muerde la lengua porque ella misma es estudiante y porque Glasgow se ha convertido estos días en lo más parecido a una "trampa para turistas" con la excusa de los Juegos de las Commonwealth: "Yo sé lo que me digo. Aquí tenemos otra actitud. No vamos a sacarle las libras a los visitantes. En todo caso vamos a arrancarle antes una sonrisa...".</p><p></p><p>Los turistas coreanos se hacen la foto de rigor con Kristina, pero los niños no pueden reprimir la tentación y quieren tocar la bolsa de la gaita, como buscándole el secreto a ese enigmático instrumento que, si le llenas de aire, sigue tocando solo... "Yo llevo 10 años y no he hecho más que empezar. Pero como diría mi abuelo: no voy por mal camino. Con lo que saque estos días en Glasgow pienso pagarme las vacaciones. Espero llegar más allá de Edimburgo...".</p><p></p><p>El gaitero Iain Davidson sonríe menos e interpreta muy serio, como si temiera quedarse sin aire a media interpretación. Ocasionalmente, Iain recorre los 67 escasos kilómetros que separan Edimburgo de Glasgow con su kilt y su bagpipe para tocar en alguna fiesta, pero su corazón está a los pies del viejo castillo, asediado estos días por los miles de turistas que acuden al reclamo del Royal Militar Tattoo, el primero de los incontables festivales de cada verano en The Auld Reekie (la vieja chimenea, el sobrenombre despectivo de la también conocida como la "Atenas del norte").</p><p></p><p>El gaitero se instala en The Mond, el montículo que separa la parte vieja y nueva de Edimburgo. El sonido se proyecta como en un afiteatro por los jardines de Princes Street y llega casi hasta la estación de Waverly, como un lejano monstruo que te reclama desde lejos.</p><p></p><p>Con cierta intencionalidad política, Davidson se ha instalado junto a una llamativa pintada de "Yes Scotland" en el pretil del puente. Si Alex Salmond pudiera captar este momento, a buen seguro lo utilizaría como imagen para su campaña de la independencia, aunque en el fondo el gaitero de 37 años tiene aún sus dudas: "No sé cómo nos iría, la verdad. Hay mucha incertidumbre por el lado económico, y no es algo que puedas probar y luego echarte para atrás. Pero la verdad es que algo se ha reactivado en Escocia: la gente joven vuelve a interesarse por la política y a tocar la gaita, y eso siempre es bueno".</p><p></p><p>Dicen los analistas que el referéndum se decidirá al final a cara o cruz, y no Edimburgo sino en Glasgow, que por algo fue elegida por Alex Salmond para presentar su libro blanco de la independencia. 'The Oldie', la revista satírica por antonomasia, se ha desmarcado este año pidiendo la capitalidad para la segunda ciudad de Escocia, que es realmente la primera por número de habitantes (600.000 frente a 500.000).</p><p></p><p>"Edimburgo se ha convertido en la mayor trampa para turistas del hemisferio occidental y ha sido invadida por el sonido asmático de la gaita, el peor instrumento musical jamás inventado", escribe en la revista Toby Sculthorp. "A orillas del río Clyde tenemos sin embargo una ciudad con una larga tradición de industria, innovación y espíritu emprendedor, que sirvió para construir el mayor imperio del mundo: hagamos de Glasgow la capital, y dejemos que Edimburgo pase a la historia".</p><p></p><p>Sobre Glasgow y Edimburgo da título al libro del profesor y poeta Robert Crawford, que ha tenido la osadía explorar la rivalidad entre las dos ciudades y dejarla en un empate... "Aunque sean más pequeñas que Madrid y Barcelona, y aunque estén tan absurdamente cerca, hace falta estar psicológicamente preparado para viajar de una a otra. Y sin embargo, es imposible entender Escocia sin tener en cuenta la encarnizada competencia entre las dos, en contraste con el dominio incontestable que ha tenido siempre Londres en Inglaterra".</p><p></p><p>Crawfod, natural de Bellshill (más cerca de Glasgow que de Edimburgo) y profesor en la Universidad de St. Adrews (más cerca de Edimburgo que de Glasgow) reconoce que él mismo tiene el corazón partido entre estas dos ciudades "testarudas por naturaleza" y "radicalmente distintas".</p><p></p><p>"La gente suele tomar partido con uñas y dientes, y es curioso que hasta la fecha no existiera un libro serio consagrado a las dos ciudades por igual", reconoce Robert Crawford, no sin antes advertir que conviene adentrarse en ella con dos actitudes muy distintas: "Una gran sonrisa es la manera de abrazar Glasgow, mientras que nadie abraza Edimburgo, con un beso en la mejilla es bastante".</p><p></p><p>Reconoce Crawford que pocas ciudades pueden rivalizar con las vistas de Edimburgo, desde la Silla de Arturo (la meseta que domina la ciudad), desde el monumento a Nelson o desde lo alto del Castillo (de visita obligada, junto al Parlamento diseñado por el catalán Enric Miralles y la Biblioteca Escocesa de Poesía). Glasgow es ciudad llana y hosca a primera vista, pero está llena de pequeñas sorpresas como la Holmwood House, la Escuela de Arte diseñada por Charles Rennie Mackintosh (el Gaudí local) o el Museo de Kelvingrove, con su impresionante colección de impresionistas y con el 'Cristo de San Juan de la Cruz' de Dalí como su joya más preciada.</p><p></p><p><u><strong>Contra los prejuicios</strong></u></p><p>El poeta escocés nos invita también a romper los prejuicios que han acreditado durante décadas a Glasgow como ciudad dura y violenta, castigada por la pobreza y con uno de los índices de esperanza media de vida comparables a los de Albania... "Edimburgo estaba ganando el poder y la atención, y Glasgow estaba perdiendo terreno. Los Juegos de la Commonwealth van a ser una inyección de orgullo, por no hablar del papel vital que va a jugar durante el referéndum de independencia".</p><p></p><p>"Pienso que el referendum se va a ganar o perder en Glasgow", asegura Robert Crawford. "Todo dependerá de si prevalece al final un conservadurismo innato (diferente al de los 'tories') o si la gente se convence que votando sí tendremos finalmente un gobierno laborista en Escocia. A mí me atrae personalmente la idea del sí".</p><p></p><p>Advierte también Crawford de esa tendencia al radicalismo de Glasgow, que se manifiesta esporádicamente en hechos como la elección del ex analista de la CIA Edward Snowden como rector ausente de la vestusta universidad local... "Hace poco le pregunté a un profesor de la Universidad de Edimburgo por el nombre de su rector y no lo sabía. ¡Pero todo el mundo sabe el nombre del rector de la Universidad de Glasgow!".</p><p></p><p>Otra muestra, aún más visible, de la radicalidad de Glasgow es la dedicación con la que sus vecinos se obstinan en ponerle un capirote de tráfico a la estatua ecuestre de Arthur Wellesley, el Duque de Wellington. Emplazada frente a la Galería de Arte Moderno (GOMA), la estatua se ha hecho mundialmente famosa por el cono anaranjado que amanece regularmente en su cabeza.</p><p></p><p>Más de 100 veces al año, los operarios del Ayuntamiento ascienden hasta lo alto de la estatua para quitarle el sombrero de plástico. Y otras tantas ascienden los vecinos para colocarlo en su lugar, alegando que se trata de un gesto artístico que sirve además para proteger al Duque de Wellington de los guanos de las gaviotas y las palomas.</p><p></p><p>A finales del 2013, el Ayuntamiento intentó aprobar un plan para elevar el pedestal de la estatua y hacerla inaccesible al común de los mortales, para ahorrarse los 13.000 euros al año que cuesta la gamberrada. La iniciativa fue rechazada finalmente tras una campaña vecinal -Keep the cone- que logró reunir más de 72.000 firmas en Facebook en menos de 24 horas.</p><p></p><p>El cono de quita y pon (a veces también se beneficia el caballo) se ha convertido en uno de los inesperados atractivos de Glasgow durante los Juegos, al igual de que las Torres de Red Road, que llegaron a ser en tiempos los edificios residenciales más altos de Europa y que hoy son los fantasmas del pasado más siniestro de la ciudad. Las cinco torres desocupadas (en la sexta vive aún un puñado de extranjeros que han logrado asilo político) iban a saltar por los aires en 15 segundos como símbolo de la regeneración de Glasgow durante la ceremonia inaugural de los Juegos de la Commonwealth.</p><p></p><p>Pero Glasgow es su gente, como dice el lema, y la oposición vecinal logró detener el singular acto de destrucción creativa con el que la ciudad aspiraba a dar la nota alta en la ceremonia (más allá del improbable dúo entre Rod Stewart y Susan Boyle). El arte en cualquier caso lo invade todo, y ahí están los cien artistas contemporáneos ('Generation') que durante estos días celebran los 25 años de ascenso imparable de Glasgow como capital de las artes plásticas.</p><p></p><p><u><strong>Arte y música</strong></u></p><p>Desde 1996, cuando se consagró Douglas Gordon ('24 hours Psycho'), Glasgow ha copado un año tras otro los Premios Turner, con nombres como Martin Creed, Susan Philipsz, Richard Wright o Martin Boyce. Sarah Lowndes, autora de 'Social Sculpture', asegura que la creatividad artística de la ciudad está íntimamente ligada a su intensa vida nocturna (los Franz Ferdinand como último gran exponente). La novelista Nicola White lo atribuye a la mezcla del "sentido colectivo" y a la cultura del hazlo tú mismo que ha arraigado en la ciudad en torno a instituciones como el Glasgow School of Art o la Lighthouse.</p><p></p><p>Se diría que el pasado pesa menos en Glasgow, y hasta el declive industrial ha adquirido un tinte futurista, simbolizado por la Titan Clydebank, la imponente grúa de 46 metros con la que se construyó el trasatlántico Queen Elizabeth, reconvertida en una de la principales atracciones en la renovada periferia industrial. A orillas del Clyde se levanta también el ondulante Museo Riverside, una oda a la historia de la movilidad humana, con ese diseño vibrante de Zaha Hadid en diálogo permanente con el río.</p><p></p><p>En Glasgow vivió poco más de un año la española Rosa Naváez, 27 años, profesora de piano, hasta que volvió a sentir el reclamo de Edimburgo... "De Glasgow me quedo sobre todo con la gente, pero Edimburgo te embruja a otro nivel. Yo me fui de allí saturada de tanto turista y tanta tienda de souvenir, aunque tengo que reconocer que no hay nada comparable al Fringe Festival. Hay que vivirlo al menos un verano en la vida".</p><p></p><p>Con más de 300 locales esparcidos por la ciudad, de callejones semiocultos a carpas inflables, de aparcamientos a sacristías y criptas, el universo de La Franja (traducción literal) se expande por la ciudad como traca incesante de teatro, comedia, circo, cabaret, agitación, ilusionismo y todo lo que vaya apareciendo por el camino. Edimburgo, en verano, es para vivirla a todo tren y salir huyendo en el primer expreso que salga de la cavernosa Waverly (por fin le han quitado los andamios) rumbo hacia Inverness y a las Tierras Altas, por la senda ineludible del whisky y de las gaitas.</p><p></p><p><a href="http://www.elmundo.es/cultura/2014/07/24/53d1661c268e3ead328b456f.html">http://www.elmundo.es/cultura/2014/07/24/53d1661c268e3ead328b456f.html</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Barbanegra, post: 1612118, member: 10064"] [CENTER][U][SIZE=6][B]Glasgow o Edimburgo: ¿Quién sopla más fuerte?[/B][/SIZE][/U][/CENTER] Kristina MacDonald aprendió a soplar la gaita desde bien pequeña, en las faldas de su abuelo, que venía de las Tierras Altas y acabó recalando en Glasgow, la ciudad industriosa e industrial, a la eterna sombra de Edimburgo, la capital embrujada, ilustrada y festivalera: la niña bonita de Escocia. A Kristina, 18 años, rubísima y con ojos azulones, le pegaba más estar tocando la gaita en la Milla Real de Edimburgo. Al fin y al cabo, en el reparto histórico de papeles, la capital siempre corrió con la parte femenina, en duelo comparable al de San Sebastián y Bilbao, sin ir más lejos. Pongamos que Glasgow ha sido la ciudad maleada por los astilleros ('mean city'), con ese olor a río que no fluye y ese color a herrumbre que se apodera de las esquinas. Pero aquí está Kristina, en el río humano de la calle Buchanan, poniendo la nota femenina en las Ramblas de Glasgow, presionando la bolsa de la gaita con el antebrazo izquierdo e intentando demostrar entre número y número que su ciudad "sonríe mejor", como dice el viejo lema... "Yo no tengo nada contra Edimburgo, pero la gente allí es mucho más borde y pretenciosa. Aquí te sientes querida: la gente te sonríe y te apoya, quizás porque estamos habituados a que las cosas vayan mal. Y también es una ciudad mucho más real: en Edimburgo sólo verás turistas y estudiantes". Kristina se muerde la lengua porque ella misma es estudiante y porque Glasgow se ha convertido estos días en lo más parecido a una "trampa para turistas" con la excusa de los Juegos de las Commonwealth: "Yo sé lo que me digo. Aquí tenemos otra actitud. No vamos a sacarle las libras a los visitantes. En todo caso vamos a arrancarle antes una sonrisa...". Los turistas coreanos se hacen la foto de rigor con Kristina, pero los niños no pueden reprimir la tentación y quieren tocar la bolsa de la gaita, como buscándole el secreto a ese enigmático instrumento que, si le llenas de aire, sigue tocando solo... "Yo llevo 10 años y no he hecho más que empezar. Pero como diría mi abuelo: no voy por mal camino. Con lo que saque estos días en Glasgow pienso pagarme las vacaciones. Espero llegar más allá de Edimburgo...". El gaitero Iain Davidson sonríe menos e interpreta muy serio, como si temiera quedarse sin aire a media interpretación. Ocasionalmente, Iain recorre los 67 escasos kilómetros que separan Edimburgo de Glasgow con su kilt y su bagpipe para tocar en alguna fiesta, pero su corazón está a los pies del viejo castillo, asediado estos días por los miles de turistas que acuden al reclamo del Royal Militar Tattoo, el primero de los incontables festivales de cada verano en The Auld Reekie (la vieja chimenea, el sobrenombre despectivo de la también conocida como la "Atenas del norte"). El gaitero se instala en The Mond, el montículo que separa la parte vieja y nueva de Edimburgo. El sonido se proyecta como en un afiteatro por los jardines de Princes Street y llega casi hasta la estación de Waverly, como un lejano monstruo que te reclama desde lejos. Con cierta intencionalidad política, Davidson se ha instalado junto a una llamativa pintada de "Yes Scotland" en el pretil del puente. Si Alex Salmond pudiera captar este momento, a buen seguro lo utilizaría como imagen para su campaña de la independencia, aunque en el fondo el gaitero de 37 años tiene aún sus dudas: "No sé cómo nos iría, la verdad. Hay mucha incertidumbre por el lado económico, y no es algo que puedas probar y luego echarte para atrás. Pero la verdad es que algo se ha reactivado en Escocia: la gente joven vuelve a interesarse por la política y a tocar la gaita, y eso siempre es bueno". Dicen los analistas que el referéndum se decidirá al final a cara o cruz, y no Edimburgo sino en Glasgow, que por algo fue elegida por Alex Salmond para presentar su libro blanco de la independencia. 'The Oldie', la revista satírica por antonomasia, se ha desmarcado este año pidiendo la capitalidad para la segunda ciudad de Escocia, que es realmente la primera por número de habitantes (600.000 frente a 500.000). "Edimburgo se ha convertido en la mayor trampa para turistas del hemisferio occidental y ha sido invadida por el sonido asmático de la gaita, el peor instrumento musical jamás inventado", escribe en la revista Toby Sculthorp. "A orillas del río Clyde tenemos sin embargo una ciudad con una larga tradición de industria, innovación y espíritu emprendedor, que sirvió para construir el mayor imperio del mundo: hagamos de Glasgow la capital, y dejemos que Edimburgo pase a la historia". Sobre Glasgow y Edimburgo da título al libro del profesor y poeta Robert Crawford, que ha tenido la osadía explorar la rivalidad entre las dos ciudades y dejarla en un empate... "Aunque sean más pequeñas que Madrid y Barcelona, y aunque estén tan absurdamente cerca, hace falta estar psicológicamente preparado para viajar de una a otra. Y sin embargo, es imposible entender Escocia sin tener en cuenta la encarnizada competencia entre las dos, en contraste con el dominio incontestable que ha tenido siempre Londres en Inglaterra". Crawfod, natural de Bellshill (más cerca de Glasgow que de Edimburgo) y profesor en la Universidad de St. Adrews (más cerca de Edimburgo que de Glasgow) reconoce que él mismo tiene el corazón partido entre estas dos ciudades "testarudas por naturaleza" y "radicalmente distintas". "La gente suele tomar partido con uñas y dientes, y es curioso que hasta la fecha no existiera un libro serio consagrado a las dos ciudades por igual", reconoce Robert Crawford, no sin antes advertir que conviene adentrarse en ella con dos actitudes muy distintas: "Una gran sonrisa es la manera de abrazar Glasgow, mientras que nadie abraza Edimburgo, con un beso en la mejilla es bastante". Reconoce Crawford que pocas ciudades pueden rivalizar con las vistas de Edimburgo, desde la Silla de Arturo (la meseta que domina la ciudad), desde el monumento a Nelson o desde lo alto del Castillo (de visita obligada, junto al Parlamento diseñado por el catalán Enric Miralles y la Biblioteca Escocesa de Poesía). Glasgow es ciudad llana y hosca a primera vista, pero está llena de pequeñas sorpresas como la Holmwood House, la Escuela de Arte diseñada por Charles Rennie Mackintosh (el Gaudí local) o el Museo de Kelvingrove, con su impresionante colección de impresionistas y con el 'Cristo de San Juan de la Cruz' de Dalí como su joya más preciada. [U][B]Contra los prejuicios[/B][/U] El poeta escocés nos invita también a romper los prejuicios que han acreditado durante décadas a Glasgow como ciudad dura y violenta, castigada por la pobreza y con uno de los índices de esperanza media de vida comparables a los de Albania... "Edimburgo estaba ganando el poder y la atención, y Glasgow estaba perdiendo terreno. Los Juegos de la Commonwealth van a ser una inyección de orgullo, por no hablar del papel vital que va a jugar durante el referéndum de independencia". "Pienso que el referendum se va a ganar o perder en Glasgow", asegura Robert Crawford. "Todo dependerá de si prevalece al final un conservadurismo innato (diferente al de los 'tories') o si la gente se convence que votando sí tendremos finalmente un gobierno laborista en Escocia. A mí me atrae personalmente la idea del sí". Advierte también Crawford de esa tendencia al radicalismo de Glasgow, que se manifiesta esporádicamente en hechos como la elección del ex analista de la CIA Edward Snowden como rector ausente de la vestusta universidad local... "Hace poco le pregunté a un profesor de la Universidad de Edimburgo por el nombre de su rector y no lo sabía. ¡Pero todo el mundo sabe el nombre del rector de la Universidad de Glasgow!". Otra muestra, aún más visible, de la radicalidad de Glasgow es la dedicación con la que sus vecinos se obstinan en ponerle un capirote de tráfico a la estatua ecuestre de Arthur Wellesley, el Duque de Wellington. Emplazada frente a la Galería de Arte Moderno (GOMA), la estatua se ha hecho mundialmente famosa por el cono anaranjado que amanece regularmente en su cabeza. Más de 100 veces al año, los operarios del Ayuntamiento ascienden hasta lo alto de la estatua para quitarle el sombrero de plástico. Y otras tantas ascienden los vecinos para colocarlo en su lugar, alegando que se trata de un gesto artístico que sirve además para proteger al Duque de Wellington de los guanos de las gaviotas y las palomas. A finales del 2013, el Ayuntamiento intentó aprobar un plan para elevar el pedestal de la estatua y hacerla inaccesible al común de los mortales, para ahorrarse los 13.000 euros al año que cuesta la gamberrada. La iniciativa fue rechazada finalmente tras una campaña vecinal -Keep the cone- que logró reunir más de 72.000 firmas en Facebook en menos de 24 horas. El cono de quita y pon (a veces también se beneficia el caballo) se ha convertido en uno de los inesperados atractivos de Glasgow durante los Juegos, al igual de que las Torres de Red Road, que llegaron a ser en tiempos los edificios residenciales más altos de Europa y que hoy son los fantasmas del pasado más siniestro de la ciudad. Las cinco torres desocupadas (en la sexta vive aún un puñado de extranjeros que han logrado asilo político) iban a saltar por los aires en 15 segundos como símbolo de la regeneración de Glasgow durante la ceremonia inaugural de los Juegos de la Commonwealth. Pero Glasgow es su gente, como dice el lema, y la oposición vecinal logró detener el singular acto de destrucción creativa con el que la ciudad aspiraba a dar la nota alta en la ceremonia (más allá del improbable dúo entre Rod Stewart y Susan Boyle). El arte en cualquier caso lo invade todo, y ahí están los cien artistas contemporáneos ('Generation') que durante estos días celebran los 25 años de ascenso imparable de Glasgow como capital de las artes plásticas. [U][B]Arte y música[/B][/U] Desde 1996, cuando se consagró Douglas Gordon ('24 hours Psycho'), Glasgow ha copado un año tras otro los Premios Turner, con nombres como Martin Creed, Susan Philipsz, Richard Wright o Martin Boyce. Sarah Lowndes, autora de 'Social Sculpture', asegura que la creatividad artística de la ciudad está íntimamente ligada a su intensa vida nocturna (los Franz Ferdinand como último gran exponente). La novelista Nicola White lo atribuye a la mezcla del "sentido colectivo" y a la cultura del hazlo tú mismo que ha arraigado en la ciudad en torno a instituciones como el Glasgow School of Art o la Lighthouse. Se diría que el pasado pesa menos en Glasgow, y hasta el declive industrial ha adquirido un tinte futurista, simbolizado por la Titan Clydebank, la imponente grúa de 46 metros con la que se construyó el trasatlántico Queen Elizabeth, reconvertida en una de la principales atracciones en la renovada periferia industrial. A orillas del Clyde se levanta también el ondulante Museo Riverside, una oda a la historia de la movilidad humana, con ese diseño vibrante de Zaha Hadid en diálogo permanente con el río. En Glasgow vivió poco más de un año la española Rosa Naváez, 27 años, profesora de piano, hasta que volvió a sentir el reclamo de Edimburgo... "De Glasgow me quedo sobre todo con la gente, pero Edimburgo te embruja a otro nivel. Yo me fui de allí saturada de tanto turista y tanta tienda de souvenir, aunque tengo que reconocer que no hay nada comparable al Fringe Festival. Hay que vivirlo al menos un verano en la vida". Con más de 300 locales esparcidos por la ciudad, de callejones semiocultos a carpas inflables, de aparcamientos a sacristías y criptas, el universo de La Franja (traducción literal) se expande por la ciudad como traca incesante de teatro, comedia, circo, cabaret, agitación, ilusionismo y todo lo que vaya apareciendo por el camino. Edimburgo, en verano, es para vivirla a todo tren y salir huyendo en el primer expreso que salga de la cavernosa Waverly (por fin le han quitado los andamios) rumbo hacia Inverness y a las Tierras Altas, por la senda ineludible del whisky y de las gaitas. [url]http://www.elmundo.es/cultura/2014/07/24/53d1661c268e3ead328b456f.html[/url] [/QUOTE]
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Verificación
Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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