Menú
Inicio
Visitar el Sitio Zona Militar
Foros
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Qué hay de nuevo
Nuevos mensajes
Última actividad
Miembros
Visitantes actuales
Entrar
Registrarse
Novedades
Buscar
Buscar
Buscar sólo en títulos
Por:
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Menú
Entrar
Registrarse
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
JavaScript is disabled. For a better experience, please enable JavaScript in your browser before proceeding.
Estás usando un navegador obsoleto. No se pueden mostrar estos u otros sitios web correctamente.
Se debe actualizar o usar un
navegador alternativo
.
Responder al tema
Mensaje
<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812382" data-attributes="member: 341"><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/am39turn-1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p><strong> Su Majestad la reina Isabel II se encontraba cómodamente sentada junto a la chimenea en su sala de estar, leyendo un libro. A pesar de la hora, estaba esmeradamente peinada y vestía chaqueta azul, falda de tweed y collar de perlas. Al oír el crujido de la puerta levantó la cabeza Villiers entró en el cuarto y cerró la puerta a sus espaldas.</strong></p><p><strong> El uniforme negro y el pasamontañas le daba un aspecto amenazante. Un instante, luego se quitó el pasamontañas.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Ah, es usted, mayor Villiers - dijo la reina -.¿Tuvo alguna fidicultad?</strong></p><p><strong> - Me temo que no, <em>madame.</em></strong></p><p><strong> La reina frunció el entrecejo.</strong></p><p><strong> - Comprendo. Bueno, manos a la obra. Supongo que tiene poco tiempo.</strong></p><p><strong> - Muy poco, <em>madam.</em></strong></p><p><strong> Cogió un diario y se lo mostró:</strong></p><p><strong> - Es el Standard de anoche. ¿Servirá?</strong></p><p><strong> - Creo que sí, <em>madam.</em></strong></p><p><strong> Villiers tomó una cámara Polaroid portátil y la retrató. La reina alzó el diario, Villiers disparó el flash, y la cámara extrajo la foto. El rostro de la reina apareció lentamente.</strong></p><p><strong> - Excelente, <em>Madam.</em></strong></p><p><strong> Se la mostró.</strong></p><p><strong> Muy bien, entonces será mejor que se retire. No conviene que lo encuentren aquí, arruinaría todo el plan.</strong></p><p><strong> Villiers colocó nuevamente su pasamontañas, hizo una reverencia, cerró la puerta tras de sí y desapareció. La reina no se retiraría a dormir. la lluvia arreciaba. Tomó un libro y siguió leyendo. </strong></p><p><strong> Poco después, Villiers y Harvey levantaron su tienda, taparon la cámara callejera, se asearon la cara, y partieron en su furgón.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> En 1972 el terrorismo internacional adquirió carácter de epideia, el director general del D15, Servicio de Inteligencia británico, creó un departamento llamado Grupo Cuatro, con poderes otorgados directamente por el primer ministro, para coordinar investigación sobre casos de terrorismo y asustos afines.</strong></p><p><strong> El brigadier Charles Ferguson estuvo a cargo del grupo desde su creación. Era un hombre robusto, de aspecto bondadoso. Lo único militar en su indumentaria era la corbata negra. El pelo canoso revuelto le daban un aire de profesor universitario.</strong></p><p><strong> En ese momento vestía el típico abrigo de los guardias reales, con el cuello levantado para protegerse del frío matinal. El Bentley estaba aparcado en Eaton Square, no muy lejos del Palacio. Su único acompañante era su chofer, Harry Fox, treintañero, el cual había sido capitán en el regimiento de los Blues and Royal, un guante de cuero izquierdo disimulaba una mano ortopédica, extremidad perdida al estallarle una bomba en su servicio en Belfast.</strong></p><p><strong> Sirvió té de un termo el cual pasó a Ferguson.</strong></p><p><strong> - Me pregunto cómo le irá...</strong></p><p><strong> - ¿A Tony? Pues estará actuando con implacable eficacia.</strong></p><p><strong> - Sin embargo, señor, si lo atrapan habrá problemas. Y no servirá para mejorar la imagen del SAS.</strong></p><p><strong> - Se preocupa demasiado, Harry - dijo Ferguson. Su mirada se posó en el furgón amarillo de la empresa de teléfonos, aparcado al otro lado de la plaza a la alcantarilla rodeada por una tienda de lona -. Mire a esos infelices. Qué manera de ganarse el pan...</strong></p><p><strong> Un Ford Granada negro, con un hombre al volante y otra atrás, se detuvo junto a la acera. Un hombre gordo de impermeable negro y sombrero bajó, se acercó al coche de Ferguson y entró.</strong></p><p><strong> - Cómo está, superintendente - dijo Ferguson -. Harry, le presento al superintendente Caver, jefe de detectives del Servicio Especial, de la Scotland Yard como observador oficial de este procedimiento. Tenga cuidado, superintendente. -Ferguson sirvió té y se la ofreció -. Antiguamente ejecutaban a los portadores de malas noticias.</strong></p><p><strong> - Tonterías -replicó Carver afablemente -. Su agente no tendrá la menor oportunidad, y usted lo sabe. ¿Cómo pensaba entrar?</strong></p><p><strong> - No tengo la menor idea - dijo Ferguson -. No me interesan los métodos, superintendente, sólo los resultados.</strong></p><p><strong> - Atención señor - dijo Fox -. Creo que tenemos visitas.</strong></p><p><strong> Los dos operarios de teléfonos habían salido de la alcantarilla y cruzaban la plaza hacia el coche, empapados por la lluvia. Fox abrió la guantera y sacó una pistola Walther PPK.</strong></p><p><strong> - Qué ingenioso - dijo Ferguson. Bajó la ventanilla -. Buenos días Tony. Buenos días sargento..</strong></p><p><strong> - Buenos días, señor - dijo Jackson, entrechocando los talones.</strong></p><p><strong> Villiers se inclinó y le pasó la foto de la reina.</strong></p><p><strong> - ¿Algo más, señor?</strong></p><p><strong> Ferguson tomó la foto, sacó eun encendedor y la hizo arder. Luego se dirigió a Villiers.</strong></p><p><strong> - No convendrá que esa foto anduviera circulando por ahí. Bueno, cuéntenos todo.</strong></p><p><strong> - El dispositivo de alarma del jardín está apenas a medio metro del muro. Se puede eludir sin dificultad. El sistema de alarma del Palacio es anticuado y defectuoso. Cualquier ladronzuelo puede entrar. Los albañiles dejan escalera, las criadas dejan ventanas entreabiertas...</strong></p><p><strong> Carver pareció abatido.</strong></p><p><strong> - ¿Quién diablos es este tipo? - preguntó Carver -. Habla como un aristócrata y parece un ladrón de los bajos fondos.</strong></p><p><strong> - En realidad, es un mayor de Granaderos, en comisión en el SAS - dijo Ferguson.</strong></p><p><strong> - ¿Con semejante melena?</strong></p><p><strong> - Los del SAS tienen permiso especial para no cortarse el pelo. El camuflaje personal es vital, superintendente, si uno quiere hacerse pasar por un vagabundo en los muelles de Belfast.</strong></p><p><strong> - ¿Es de confianza?</strong></p><p><strong> - Sí, por supuesto. Dos condecoraciones. Cruz Militar en combate contra las guerrillas marxistas en Omán y otra medalla por un asunto en Belfast, información reservada.</strong></p><p><strong> Carver sacudió la cabeza.</strong></p><p><strong> - Mala cosa. Habrá problemas.</strong></p><p><strong> - Les enviaremos el informe completo...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Al brigadier Charles Ferguson le gustaba trabajar, cuando podía, en su apartamento de Cavendish Square. Era su mayor placer. La chimenea Adam era auténtica, como lo era el fuego que ardía en ella. Eran las diez de la mañana en que Villiers había realizado su hazaña en el Palacio, y él se encontraba sentado al lado del fuego, leyendo el Financial Time, cuando la puerta se abrió y entró Kim, su criado, un cabo retirado de los gurkhas.</strong></p><p><strong> - Mademoiselle Legrand, señor.</strong></p><p><strong> Ferguson se quitó las gafas para leer, las dejó junto al diario, y se puso de pie.</strong></p><p><strong> - Dile que pase, Kim, y trae té para tres, por favor.</strong></p><p><strong> Kim salió y a continuación entró Gabrielle Legrand.</strong></p><p><strong> Como siempre, pensó Ferguson, lucía excepcionalmente hermosa. Gabrielle era la mujer más bella que había conocido en su vida. Ese día parecía una amazona. Llevaba botas, unos gastados pantalones de montar, camisa blanca y una vieja chaqueta de tweed verde. El cabello rubio estaba sostenido por una cinta roja y recojido atrás por un moño. Todo su porte era de aspecto grave y sus grandes ojos verdes miraban inexpresivos, mientras se golpeaba la rodilla con la fusta que llevaba en la mano izquierda.</strong></p><p><strong> - Mi bella Gabrielle. - La besó en la mejilla -. Me han dicho que ya no eres la señora de Villiers.</strong></p><p><strong> - No - dijo ella en tono inexpresivo -. He vuelto a ser yo misma.</strong></p><p><strong> Tenía una voz de aristócrata inglesa, pero con un matiz especial y único. Dejó la fusta sobre la mesa, fue a la ventana y miró hacia la plaza.</strong></p><p><strong> - ¿Has visto a Tony últimamente? </strong></p><p><strong> - Creía que tú lo habías visto - dijo Ferguson -. Se encuentra en la ciudad. De licencia, creo. ¿No ha ido a su apartamento?</strong></p><p><strong> - No - dijo ella -. No lo hará mientras yo esté allí.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Se abrió la puerta y Kim entró con una bandeja de plata. La dejó junto al fuego.</strong></p><p><strong> - Aquí está el té - dijo Ferguson -. Kim, llama al capitán Fox.</strong></p><p><strong> El gurkha salió y Gabrielle se sentó junto al fuego. Ferguson se situó frente a ella y le sirvió té en una taza de porcelana.</strong></p><p><strong> Ella bebió un sorbo y sonrió.</strong></p><p><strong> - Excelente -dijo-. Mi parte inglesa ama estas cosas.</strong></p><p><strong> - El café es dañino - dijo él.</strong></p><p><strong> Le ofreció un cigarrrillo, pero ella lo rechazó con un gesto.</strong></p><p><strong> - Gracias, prefiero ir al grano. Tengo una cita para el almuerzo. ¿Para qué me necesita?</strong></p><p><strong> En ese momento se abrió la puerta y entró Harry Fox. Vestía corbata militar y traje de franela gris, y traía una carpeta que dejó sobre el escritorio.</strong></p><p><strong> - Gabrielle, me alegro verte.</strong></p><p><strong> Su voz sonó cálida. Se inclinó para darle un beso en la mejilla.</strong></p><p><strong> - Harry - dijo ella, dándole un golpecito en la mejilla -. ¿Qué estará tramando tu jefe?</strong></p><p><strong> Fox tomó la taza de té que le ofrecía Ferguson y lo miró. Ferguson hizo un movimiento de cabeza y el joven capitán, de pie junto a la chimenea, decidió internarse en el tema.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> -¿Has oído hablar de las islas Malvinas, Gabrielle?</strong></p><p><strong> - Atlántico Sur - dijo ella-. A unos quinientos cincuenta kilómetros de la costa argentina. El gobierno argentino las reclama desde hace años...</strong></p><p><strong> - Exactamente. El territorio pertenece a la Corona Británica, pero está a trece mil kilómetros de aquí y resulta difícil defenderlo.</strong></p><p><strong> - Para más datos - añadió Ferguson -, tenemos allí en este momento sesenta y ocho hombres de los Royal Marines respaldados por la fuerza de seguridad local y una nave de la Royal Navy. Es el rompehielos HMS Endurance, armado con dos cañones de 20mm y un par de helicópteros Wasp. Nuestros amos en el Parlamento han dicho claramente, en público, que piensan reducirlo a chatarra para ahorrar dinero.</strong></p><p><strong> - Y a escasos seiscientos kilómetros de distancia hay una fuerza aérea extraordinariamente bien equipada, un gran ejército y una marina importante... - dijo Fox.</strong></p><p><strong> Gabrielle se encogió de hombros.</strong></p><p><strong> - ¿Y qué? Äcaso consideran que el gobierno argentino está dispuesto a invadir las islas?</strong></p><p><strong> - Eso es precisamente lo que creemos - dijo Ferguson -. Existen fuertes indicios de ello desde enero y la CIA está casi segura. Tiene su lógica. El país está gobernado por una junta militar. El presidente, y a la vez comandante en jefe del Ejçercito, es el general Galtieri, quien se ha comprometido a mejorar la situación económica. Deesgraciadamente, el país está al borde de la quiebra.</strong></p><p><strong> - La invasión de las islas Malvinas les vendría muy bien - intervino Fox -. Serviría para desviar la atención de la gente.</strong></p><p><strong> - Como los romanos - dijo Ferguson -. Pan y circo, pra manetener contenta a la turba. ¿Más té?</strong></p><p><strong> Volvió a llenar la taza de Gabrielle, quien dijo:</strong></p><p><strong> - No comprendo qué tengo que ver yo con esto.</strong></p><p><strong> - Es muy sencillo.</strong></p><p><strong> Ferguson le hizo una señal a Fox, quien abrió la carpeta, tomó una vistosa tarjeta de invitación y se la entregó. Decía en inglés y español que Su Excelencia, el embajador argentino ante la Corte de Saint James, Calos Ortiz de Rosas, invitaba a Mademoiselle Gabrielle Simone Legrand a un cóctel y cena fría a las 19:30, en la Embajada Argentina, Wilton Crescent.</strong></p><p><strong> - Cerca de Belgrave Square - dijo Fox amablemente.</strong></p><p><strong> - ¿Esta noche? - dijo ella -. No puedo. Tengo entradas para el teatro.</strong></p><p><strong> - Esto es importante, Gabrielle.</strong></p><p><strong> Ante otro gesto de Ferguson, Fox abrió la carpeta, sacó una foto en blanco y negro y la colocó sobre la mesa frente a Gabrielle.</strong></p><p><strong> Ella la tomó. El retratado vestía uniforme de aviador militar, del tipo que usan los pilotos de jet. Llevaba un casco de aviador en la mano derecha y un pañuelo al cuello. No era joven, tenía por lo menos cuarenta años y, al igual que la mayoría de los pilotos, no era demasiado alto. Su cabello era oscuro y ondulado, levemente canoso en las sienes, su mirada era apacible y tenía una cicatriz que surcaba su mejilla derecha hasta el ojo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - El comodoro Raúl Carlos Montero - dijo Fox -. Su madre es una destacada figura de la sociedad de Buenos Aires. Su padre murió hace un año. Sólo Dios sabe cuántas hectáreas de tierra posee la familia, además de todas las vacas del mundo. Son muy ricos.</strong></p><p><strong> - ¿Él es piloto?</strong></p><p><strong> - Sí, y un tipo obsesivo. Estudió idiomas en Harvard y luego ingresó en la Fuerza Aérea argentina. Se entrenó en la base de la Royal Air Force en Cranwell y luego con los sudafricanos y los israelíes.</strong></p><p><strong> - Algo que debemos tener en cuenta - dijo Ferguson, parándose ante la ventana -, es que no estamos ante un típico fascista sudamericano. En 1967 pidió la baja. Durante la guerra civil nigeriana fue piloto de Dakotas para Biafra... Volaba de noche de Fernando Po a Port Harcourt. Muy arriesgado.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> " Luego se juntó con un aristócrata sueco, el conde Carl Gustaf von Rosen. Biafra compró cinco Minicom, aviones de adiestramiento suecos. Les pusieron ametralladoras y todo lo demás. Montero fue uno de los idiotas que salió en ellos a combatir a los Mig rusos, pilotados por egipcios y alemanes orientales. Tiempo después se reincorporó a la Fuerza Aérea. - Fox le mostró otra más foto -. Ésta es en Port Harcourt, justo antes del fin de la guerra..."</strong></p><p><strong> Montero vestía una vieja chaqueta de aviador, tenía el cabello revuelto, ojeras y el rostro fatigado. La cicatriz en la mejilla estaba inflamada y roja, como si la herida fuese reciente. Gabrielle sintió un fugaz impulso de reconfortar a ese hombre a quien ni siquiera conocía. Al dejar la foto sobre la mesa, su mano temblaba levemente.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> - ¿Qué se supone que debo hacer?</strong></p><p><strong> - Él asistirá a la cena esta noche - dijo Ferguson -. Seamos fracos, Gabrielle: por lo general, los hombres te encuentran irresistible y, si haces un pequeño esfuerzo...</strong></p><p><strong> La frase quedó flotando en el aire, inconclusa.</strong></p><p><strong> - Comprendo - dijo ella -. Se supone que debo seducirlo y llevármelo a la cama, con la esperanza de que me diga algo importante sobre las Malvinas. Todo sea por Inglaterra...</strong></p><p><strong> - Es una forma bastante grosera, aunque precisa, de decirlo.</strong></p><p><strong> - Y usted es un hijo de ****, Charles.</strong></p><p><strong> Se puso de pie y tomó su fusta.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> - ¿Lo harás? - preguntó él.</strong></p><p><strong> - Creo que sí. De todas maneras, ya he visto la obra a la que pensaba asistir y Raúl Montero parece muy interesante.</strong></p><p><strong> Cuando hubo partido, Fox se sirvió otra taza de té.</strong></p><p><strong> - Por supuesto - dijo Ferguson -. A nuestra Gabrielle le fascina el teatro de la vida. ¿Qué sabe usted de ella, Harry?</strong></p><p><strong> - Si no me equivoco, ella y Tony Villiers estuvieron casados durante cinco años.</strong></p><p><strong> - Exacto. Padre francés, madre inglesa. Se divorciaron cuando ella era muy joven. Estudió política y economía en la Sorbona y pasó un año en la universidad de St. Hugh, en Oxford. Conoció a Villiers en la Fiesta de la Primavera en Cambridge y se casaron. ¿Cuántas veces trabajó para nosotros Harry?</strong></p><p><strong> - Cinco. Una en la que yo tuve participación directa. Las otras cuatro fueron a través de usted.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Parte 2</strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812382, member: 341"] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/am39turn-1.jpg[/IMG] [B] Su Majestad la reina Isabel II se encontraba cómodamente sentada junto a la chimenea en su sala de estar, leyendo un libro. A pesar de la hora, estaba esmeradamente peinada y vestía chaqueta azul, falda de tweed y collar de perlas. Al oír el crujido de la puerta levantó la cabeza Villiers entró en el cuarto y cerró la puerta a sus espaldas. El uniforme negro y el pasamontañas le daba un aspecto amenazante. Un instante, luego se quitó el pasamontañas. - Ah, es usted, mayor Villiers - dijo la reina -.¿Tuvo alguna fidicultad? - Me temo que no, [I]madame.[/I] La reina frunció el entrecejo. - Comprendo. Bueno, manos a la obra. Supongo que tiene poco tiempo. - Muy poco, [I]madam.[/I] Cogió un diario y se lo mostró: - Es el Standard de anoche. ¿Servirá? - Creo que sí, [I]madam.[/I] Villiers tomó una cámara Polaroid portátil y la retrató. La reina alzó el diario, Villiers disparó el flash, y la cámara extrajo la foto. El rostro de la reina apareció lentamente. - Excelente, [I]Madam.[/I] Se la mostró. Muy bien, entonces será mejor que se retire. No conviene que lo encuentren aquí, arruinaría todo el plan. Villiers colocó nuevamente su pasamontañas, hizo una reverencia, cerró la puerta tras de sí y desapareció. La reina no se retiraría a dormir. la lluvia arreciaba. Tomó un libro y siguió leyendo. Poco después, Villiers y Harvey levantaron su tienda, taparon la cámara callejera, se asearon la cara, y partieron en su furgón. En 1972 el terrorismo internacional adquirió carácter de epideia, el director general del D15, Servicio de Inteligencia británico, creó un departamento llamado Grupo Cuatro, con poderes otorgados directamente por el primer ministro, para coordinar investigación sobre casos de terrorismo y asustos afines. El brigadier Charles Ferguson estuvo a cargo del grupo desde su creación. Era un hombre robusto, de aspecto bondadoso. Lo único militar en su indumentaria era la corbata negra. El pelo canoso revuelto le daban un aire de profesor universitario. En ese momento vestía el típico abrigo de los guardias reales, con el cuello levantado para protegerse del frío matinal. El Bentley estaba aparcado en Eaton Square, no muy lejos del Palacio. Su único acompañante era su chofer, Harry Fox, treintañero, el cual había sido capitán en el regimiento de los Blues and Royal, un guante de cuero izquierdo disimulaba una mano ortopédica, extremidad perdida al estallarle una bomba en su servicio en Belfast. Sirvió té de un termo el cual pasó a Ferguson. - Me pregunto cómo le irá... - ¿A Tony? Pues estará actuando con implacable eficacia. - Sin embargo, señor, si lo atrapan habrá problemas. Y no servirá para mejorar la imagen del SAS. - Se preocupa demasiado, Harry - dijo Ferguson. Su mirada se posó en el furgón amarillo de la empresa de teléfonos, aparcado al otro lado de la plaza a la alcantarilla rodeada por una tienda de lona -. Mire a esos infelices. Qué manera de ganarse el pan... Un Ford Granada negro, con un hombre al volante y otra atrás, se detuvo junto a la acera. Un hombre gordo de impermeable negro y sombrero bajó, se acercó al coche de Ferguson y entró. - Cómo está, superintendente - dijo Ferguson -. Harry, le presento al superintendente Caver, jefe de detectives del Servicio Especial, de la Scotland Yard como observador oficial de este procedimiento. Tenga cuidado, superintendente. -Ferguson sirvió té y se la ofreció -. Antiguamente ejecutaban a los portadores de malas noticias. - Tonterías -replicó Carver afablemente -. Su agente no tendrá la menor oportunidad, y usted lo sabe. ¿Cómo pensaba entrar? - No tengo la menor idea - dijo Ferguson -. No me interesan los métodos, superintendente, sólo los resultados. - Atención señor - dijo Fox -. Creo que tenemos visitas. Los dos operarios de teléfonos habían salido de la alcantarilla y cruzaban la plaza hacia el coche, empapados por la lluvia. Fox abrió la guantera y sacó una pistola Walther PPK. - Qué ingenioso - dijo Ferguson. Bajó la ventanilla -. Buenos días Tony. Buenos días sargento.. - Buenos días, señor - dijo Jackson, entrechocando los talones. Villiers se inclinó y le pasó la foto de la reina. - ¿Algo más, señor? Ferguson tomó la foto, sacó eun encendedor y la hizo arder. Luego se dirigió a Villiers. - No convendrá que esa foto anduviera circulando por ahí. Bueno, cuéntenos todo. - El dispositivo de alarma del jardín está apenas a medio metro del muro. Se puede eludir sin dificultad. El sistema de alarma del Palacio es anticuado y defectuoso. Cualquier ladronzuelo puede entrar. Los albañiles dejan escalera, las criadas dejan ventanas entreabiertas... Carver pareció abatido. - ¿Quién diablos es este tipo? - preguntó Carver -. Habla como un aristócrata y parece un ladrón de los bajos fondos. - En realidad, es un mayor de Granaderos, en comisión en el SAS - dijo Ferguson. - ¿Con semejante melena? - Los del SAS tienen permiso especial para no cortarse el pelo. El camuflaje personal es vital, superintendente, si uno quiere hacerse pasar por un vagabundo en los muelles de Belfast. - ¿Es de confianza? - Sí, por supuesto. Dos condecoraciones. Cruz Militar en combate contra las guerrillas marxistas en Omán y otra medalla por un asunto en Belfast, información reservada. Carver sacudió la cabeza. - Mala cosa. Habrá problemas. - Les enviaremos el informe completo... Al brigadier Charles Ferguson le gustaba trabajar, cuando podía, en su apartamento de Cavendish Square. Era su mayor placer. La chimenea Adam era auténtica, como lo era el fuego que ardía en ella. Eran las diez de la mañana en que Villiers había realizado su hazaña en el Palacio, y él se encontraba sentado al lado del fuego, leyendo el Financial Time, cuando la puerta se abrió y entró Kim, su criado, un cabo retirado de los gurkhas. - Mademoiselle Legrand, señor. Ferguson se quitó las gafas para leer, las dejó junto al diario, y se puso de pie. - Dile que pase, Kim, y trae té para tres, por favor. Kim salió y a continuación entró Gabrielle Legrand. Como siempre, pensó Ferguson, lucía excepcionalmente hermosa. Gabrielle era la mujer más bella que había conocido en su vida. Ese día parecía una amazona. Llevaba botas, unos gastados pantalones de montar, camisa blanca y una vieja chaqueta de tweed verde. El cabello rubio estaba sostenido por una cinta roja y recojido atrás por un moño. Todo su porte era de aspecto grave y sus grandes ojos verdes miraban inexpresivos, mientras se golpeaba la rodilla con la fusta que llevaba en la mano izquierda. - Mi bella Gabrielle. - La besó en la mejilla -. Me han dicho que ya no eres la señora de Villiers. - No - dijo ella en tono inexpresivo -. He vuelto a ser yo misma. Tenía una voz de aristócrata inglesa, pero con un matiz especial y único. Dejó la fusta sobre la mesa, fue a la ventana y miró hacia la plaza. - ¿Has visto a Tony últimamente? - Creía que tú lo habías visto - dijo Ferguson -. Se encuentra en la ciudad. De licencia, creo. ¿No ha ido a su apartamento? - No - dijo ella -. No lo hará mientras yo esté allí. Se abrió la puerta y Kim entró con una bandeja de plata. La dejó junto al fuego. - Aquí está el té - dijo Ferguson -. Kim, llama al capitán Fox. El gurkha salió y Gabrielle se sentó junto al fuego. Ferguson se situó frente a ella y le sirvió té en una taza de porcelana. Ella bebió un sorbo y sonrió. - Excelente -dijo-. Mi parte inglesa ama estas cosas. - El café es dañino - dijo él. Le ofreció un cigarrrillo, pero ella lo rechazó con un gesto. - Gracias, prefiero ir al grano. Tengo una cita para el almuerzo. ¿Para qué me necesita? En ese momento se abrió la puerta y entró Harry Fox. Vestía corbata militar y traje de franela gris, y traía una carpeta que dejó sobre el escritorio. - Gabrielle, me alegro verte. Su voz sonó cálida. Se inclinó para darle un beso en la mejilla. - Harry - dijo ella, dándole un golpecito en la mejilla -. ¿Qué estará tramando tu jefe? Fox tomó la taza de té que le ofrecía Ferguson y lo miró. Ferguson hizo un movimiento de cabeza y el joven capitán, de pie junto a la chimenea, decidió internarse en el tema. -¿Has oído hablar de las islas Malvinas, Gabrielle? - Atlántico Sur - dijo ella-. A unos quinientos cincuenta kilómetros de la costa argentina. El gobierno argentino las reclama desde hace años... - Exactamente. El territorio pertenece a la Corona Británica, pero está a trece mil kilómetros de aquí y resulta difícil defenderlo. - Para más datos - añadió Ferguson -, tenemos allí en este momento sesenta y ocho hombres de los Royal Marines respaldados por la fuerza de seguridad local y una nave de la Royal Navy. Es el rompehielos HMS Endurance, armado con dos cañones de 20mm y un par de helicópteros Wasp. Nuestros amos en el Parlamento han dicho claramente, en público, que piensan reducirlo a chatarra para ahorrar dinero. - Y a escasos seiscientos kilómetros de distancia hay una fuerza aérea extraordinariamente bien equipada, un gran ejército y una marina importante... - dijo Fox. Gabrielle se encogió de hombros. - ¿Y qué? Äcaso consideran que el gobierno argentino está dispuesto a invadir las islas? - Eso es precisamente lo que creemos - dijo Ferguson -. Existen fuertes indicios de ello desde enero y la CIA está casi segura. Tiene su lógica. El país está gobernado por una junta militar. El presidente, y a la vez comandante en jefe del Ejçercito, es el general Galtieri, quien se ha comprometido a mejorar la situación económica. Deesgraciadamente, el país está al borde de la quiebra. - La invasión de las islas Malvinas les vendría muy bien - intervino Fox -. Serviría para desviar la atención de la gente. - Como los romanos - dijo Ferguson -. Pan y circo, pra manetener contenta a la turba. ¿Más té? Volvió a llenar la taza de Gabrielle, quien dijo: - No comprendo qué tengo que ver yo con esto. - Es muy sencillo. Ferguson le hizo una señal a Fox, quien abrió la carpeta, tomó una vistosa tarjeta de invitación y se la entregó. Decía en inglés y español que Su Excelencia, el embajador argentino ante la Corte de Saint James, Calos Ortiz de Rosas, invitaba a Mademoiselle Gabrielle Simone Legrand a un cóctel y cena fría a las 19:30, en la Embajada Argentina, Wilton Crescent. - Cerca de Belgrave Square - dijo Fox amablemente. - ¿Esta noche? - dijo ella -. No puedo. Tengo entradas para el teatro. - Esto es importante, Gabrielle. Ante otro gesto de Ferguson, Fox abrió la carpeta, sacó una foto en blanco y negro y la colocó sobre la mesa frente a Gabrielle. Ella la tomó. El retratado vestía uniforme de aviador militar, del tipo que usan los pilotos de jet. Llevaba un casco de aviador en la mano derecha y un pañuelo al cuello. No era joven, tenía por lo menos cuarenta años y, al igual que la mayoría de los pilotos, no era demasiado alto. Su cabello era oscuro y ondulado, levemente canoso en las sienes, su mirada era apacible y tenía una cicatriz que surcaba su mejilla derecha hasta el ojo. - El comodoro Raúl Carlos Montero - dijo Fox -. Su madre es una destacada figura de la sociedad de Buenos Aires. Su padre murió hace un año. Sólo Dios sabe cuántas hectáreas de tierra posee la familia, además de todas las vacas del mundo. Son muy ricos. - ¿Él es piloto? - Sí, y un tipo obsesivo. Estudió idiomas en Harvard y luego ingresó en la Fuerza Aérea argentina. Se entrenó en la base de la Royal Air Force en Cranwell y luego con los sudafricanos y los israelíes. - Algo que debemos tener en cuenta - dijo Ferguson, parándose ante la ventana -, es que no estamos ante un típico fascista sudamericano. En 1967 pidió la baja. Durante la guerra civil nigeriana fue piloto de Dakotas para Biafra... Volaba de noche de Fernando Po a Port Harcourt. Muy arriesgado. " Luego se juntó con un aristócrata sueco, el conde Carl Gustaf von Rosen. Biafra compró cinco Minicom, aviones de adiestramiento suecos. Les pusieron ametralladoras y todo lo demás. Montero fue uno de los idiotas que salió en ellos a combatir a los Mig rusos, pilotados por egipcios y alemanes orientales. Tiempo después se reincorporó a la Fuerza Aérea. - Fox le mostró otra más foto -. Ésta es en Port Harcourt, justo antes del fin de la guerra..." Montero vestía una vieja chaqueta de aviador, tenía el cabello revuelto, ojeras y el rostro fatigado. La cicatriz en la mejilla estaba inflamada y roja, como si la herida fuese reciente. Gabrielle sintió un fugaz impulso de reconfortar a ese hombre a quien ni siquiera conocía. Al dejar la foto sobre la mesa, su mano temblaba levemente. - ¿Qué se supone que debo hacer? - Él asistirá a la cena esta noche - dijo Ferguson -. Seamos fracos, Gabrielle: por lo general, los hombres te encuentran irresistible y, si haces un pequeño esfuerzo... La frase quedó flotando en el aire, inconclusa. - Comprendo - dijo ella -. Se supone que debo seducirlo y llevármelo a la cama, con la esperanza de que me diga algo importante sobre las Malvinas. Todo sea por Inglaterra... - Es una forma bastante grosera, aunque precisa, de decirlo. - Y usted es un hijo de ****, Charles. Se puso de pie y tomó su fusta. - ¿Lo harás? - preguntó él. - Creo que sí. De todas maneras, ya he visto la obra a la que pensaba asistir y Raúl Montero parece muy interesante. Cuando hubo partido, Fox se sirvió otra taza de té. - Por supuesto - dijo Ferguson -. A nuestra Gabrielle le fascina el teatro de la vida. ¿Qué sabe usted de ella, Harry? - Si no me equivoco, ella y Tony Villiers estuvieron casados durante cinco años. - Exacto. Padre francés, madre inglesa. Se divorciaron cuando ella era muy joven. Estudió política y economía en la Sorbona y pasó un año en la universidad de St. Hugh, en Oxford. Conoció a Villiers en la Fiesta de la Primavera en Cambridge y se casaron. ¿Cuántas veces trabajó para nosotros Harry? - Cinco. Una en la que yo tuve participación directa. Las otras cuatro fueron a través de usted. Parte 2[/B] [/QUOTE]
Insertar citas…
Verificación
Libertador de Argentina
Responder
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
Este sitio usa cookies. Para continuar usando este sitio, se debe aceptar nuestro uso de cookies.
Aceptar
Más información.…
Arriba