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Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812384" data-attributes="member: 341"><p>Gracias a vos José!:cheers2:</p><p>Continúo con la saga un tramo más, luego debo irme, pero continuará...</p><p></p><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/SUE.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p><strong> En el gran salón de la Embajada Argentina reinaba un ambiente de esplendor. La luz de las arañas de cristal llegaba a todos los rincones y se reflejaba en las paredes cubiertas de espejos. Hermosas mujeres con magníficos vestidos; hombres apuestos, con uniforme de gala; algunos dignatarios eclesiásticos, de escarlata y púrpura. Era una escena más bien arcaica, como si los espejos reflejaran un vago recuerdo de un pasado distante, mientras las parejas de baile giraban sin cesar al son de una música lejana.</strong></p><p><strong> Los tres músicos, ubicados sobre una tarima en un rincón, eran buenos, y la música era muy del gusto de Raúl Montero. Las viejas melodías: Cole Porter, Rodgers & Hart, Irving Berlin... Sin embargo, estaba aburrido. Se excusó ante el grupo que rodeaba al embajador, tomó un vaso de agua Perrier de una bandeja que llevaba un camarero, encendió un cigarrillo y se apoyó despreocupadamente contra una columna.</strong></p><p><strong> En su rostro pálido, los ojos, de un azul llamativo, se movían constantemente a pesar de su aspecto de aparente tranquilidad. El uniforme de gala le sentaba a la perfección; lucía las condecoraciones sobre el bolsillo izquierdo. Todo su cuerpo transmitía una energía, un desasosiego que indicaba a las claras que deseaba algo más vigoroso que una simple fiesta mundana.</strong></p><p><strong> La voz del mayordomo se alzó sobre los ruidos de la sala: "Mademoiselle Gabrielle Legrand." </strong></p><p><strong> Montero alzó la vista sin demasiado interés y entonces la vio, reflejada en el espejo de marco dorado que tenía enfrente.</strong></p><p><strong> Perdió el aliento. En cuanto pudo recuperarse se volvió con esfuerzo para mirar a la mujer más hermosa que había visto en toda su vida.</strong></p><p><strong> Uno de los rasgos más llamativos de Gabrielle era el cabello, que ya no llevaba recogido; era muy rubio y estaba cortado al estilo <em>sauvage</em>. Por detrás le caía hasta los hombros, pero delante parecía corto, liso, suave a los costados, enmarcando un rostro de gran belleza.</strong></p><p><strong> Los ojos eran de un color verde brillnate, los pómulos altos le daban un aire escandinavo, la boca era ancha y hermosa. Vestía un modelo Yves St.-Laurent de noche, con hilos plateados y abalorios, y el dobladillo desparejo muy por encima de la rodilla porque la mini estaba nuevamente de moda. Al entrar, su paso arrogante parecía decir <em>tómame o déjame, me da lo mismo...</em></strong></p><p><strong> Raul Montero jamás había visto a una mujer que pareciera tan capaz de enfrentarse al mundo entero en caso de necesidad. Ella, a su vez,, al verlo, experimentó una sensación extraña, irracional, y se volvió hacia otro lado como si buscara a alguien.</strong></p><p><strong> Inmediatamente se le acercó un joven capitán del Ejército argentino, con todo el aspecto de haber bebido demás. Montero esperó el tiempo suficiente como para que el oficial comenzara a cansarla y luego se acercó, abriénsoe paso entre la multitud.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Por fin llegaste, <em>chérie</em> - dijo en excelente francés -. Te he estado buscando por todas partes.</strong></p><p><strong> Los reflejos de ella eran veloces. Se volvió con elegancia, se alzó y lo besó en la mejilla.</strong></p><p><strong> - Empezaba pensar que me había equivocado de fiesta...</strong></p><p><strong> - Con su permiso, señor.</strong></p><p><strong> El capitán se retiró, desconcertado. Montero, burlón, miró a Gabrielle, y ambos rieron. Le tomó las manos y las retuvo con suavidad entre las suyas.</strong></p><p><strong> - Supongo que esto le sucede con frecuencia - continuó hablando en francés.</strong></p><p><strong> - Desde que tenía catorce años, más o menos...</strong></p><p><strong> Había tristeza en sus ojos verdes.</strong></p><p><strong> - En consecuencia, no tendrá una buena opinión de mis congéneres, ¿verdad?</strong></p><p><strong> - Si se refiere a que no me gustan los hombres, tiene bastante razón. - sonrió -. Hablo en términos generales. </strong></p><p><strong> Montero miró las manos de ella.</strong></p><p><strong> - Ah, excelente -exclamó.</strong></p><p><strong> - No comprendo - dijo ella, perpleja.</strong></p><p><strong> - No lleva anillo de matrimonio. -Y, sin darle tiempo a decir nada, agregó -: Comodoro Raúl Carlos Montero, a sus órdenes. Sería para mí un honor y una alegría que me concediera esta pieza y todas las demás.</strong></p><p><strong> La tomó de la mano y la llevó a la pista. El trío arrancaba con <em>Our Love is Here to Stay</em>, en ritmo lento de foxtrot.</strong></p><p><strong> - Sumamente apropiado - dijo él, y la estrechó.</strong></p><p><strong> Gabrielle prefirió callar. Montero bailaba bien, su brazo le rodeaba la cintura con suavidad. Ella le rozó suavemente la cicatriz de la mejilla con un dedo.</strong></p><p><strong> - Cuénteme...</strong></p><p><strong> - Esquirla de obús. Combate aéreo.</strong></p><p><strong> - ¿Cuando? Nunca he sabido que Argentina fuera a la guerra - musitó ella, con absoluta sorpresa. Era buena actuando.</strong></p><p><strong> - Una guerra ajena - dijo él -. Hace mucho tiempo. Es una historia muy larga.</strong></p><p><strong> Gabrielle rozó nuevamente la cicatriz. Montero soltó un gemido y musitó en español:</strong></p><p><strong> - Dicen que el amor a primera vista existe, pero siempre me pareció ridículo.</strong></p><p><strong> - ¿Por qué? - dijo ella en el mismo idioma -. ¿Acaso los poetas no han dicho desde siempre que ése es el único amor que vale la pena?</strong></p><p><strong> - ¿También habla español? - exclamó él, asombrado -. Qué maravilla de mujer.</strong></p><p><strong> - También inglés -dijo ella-, alemán y un poco de ruso. Apenas.</strong></p><p><strong> - Asombroso.</strong></p><p><strong> - Quiere decir, por tratarse de una hermosa rubia de lindo cuerpo...</strong></p><p><strong> Percibió la amargura en su voz y se alejó un poco para mirarle el rostro. El de él reflejaba ternura y también cierto autoritarismo.</strong></p><p><strong> - Si la he ofendido, perdóneme. No era mi intención. Aprenderé a mejorar mis modales. Déme tiempo.</strong></p><p><strong> Cuando la música calló, él la alejó de la pista.</strong></p><p><strong> - ¿Champagna? -propuso-. Supongo que será su bebida preferida, puesto que es francesa.</strong></p><p><strong> - Claro que sí.</strong></p><p><strong> Chasqueó los dedos para llamar al camarero, tomó una copa de la bandeja y se la ofreció, gentil.</strong></p><p><strong> - Dom Perignon... el mejor. Esta noche queremos hacer amigos e influenciar a la gente.</strong></p><p><strong> - Lo necesitarán - dijo ella.</strong></p><p><strong> - No comprendo - dijo él, frunciendo el entrecejo.</strong></p><p><strong> - Algo que oí en un noticiero televisivo, esta tarde. El Parlamento británico discutió el problema de las Malvinas. Dicen que la Marina argentina está efectuando maniobras en la zona.</strong></p><p><strong> - No son las Malvinas - dijo él -. Para nosotros son las Malvinas. - Se encogió de hombros -. Un antiguo litigio que no vale la pena discutir. En mi opinión, tarde o temprano los ingleses negociarán con nosotros. Quizás en un futuro no muy distante...</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Parte 3 </strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812384, member: 341"] Gracias a vos José!:cheers2: Continúo con la saga un tramo más, luego debo irme, pero continuará... [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/SUE.jpg[/IMG] [B] En el gran salón de la Embajada Argentina reinaba un ambiente de esplendor. La luz de las arañas de cristal llegaba a todos los rincones y se reflejaba en las paredes cubiertas de espejos. Hermosas mujeres con magníficos vestidos; hombres apuestos, con uniforme de gala; algunos dignatarios eclesiásticos, de escarlata y púrpura. Era una escena más bien arcaica, como si los espejos reflejaran un vago recuerdo de un pasado distante, mientras las parejas de baile giraban sin cesar al son de una música lejana. Los tres músicos, ubicados sobre una tarima en un rincón, eran buenos, y la música era muy del gusto de Raúl Montero. Las viejas melodías: Cole Porter, Rodgers & Hart, Irving Berlin... Sin embargo, estaba aburrido. Se excusó ante el grupo que rodeaba al embajador, tomó un vaso de agua Perrier de una bandeja que llevaba un camarero, encendió un cigarrillo y se apoyó despreocupadamente contra una columna. En su rostro pálido, los ojos, de un azul llamativo, se movían constantemente a pesar de su aspecto de aparente tranquilidad. El uniforme de gala le sentaba a la perfección; lucía las condecoraciones sobre el bolsillo izquierdo. Todo su cuerpo transmitía una energía, un desasosiego que indicaba a las claras que deseaba algo más vigoroso que una simple fiesta mundana. La voz del mayordomo se alzó sobre los ruidos de la sala: "Mademoiselle Gabrielle Legrand." Montero alzó la vista sin demasiado interés y entonces la vio, reflejada en el espejo de marco dorado que tenía enfrente. Perdió el aliento. En cuanto pudo recuperarse se volvió con esfuerzo para mirar a la mujer más hermosa que había visto en toda su vida. Uno de los rasgos más llamativos de Gabrielle era el cabello, que ya no llevaba recogido; era muy rubio y estaba cortado al estilo [I]sauvage[/I]. Por detrás le caía hasta los hombros, pero delante parecía corto, liso, suave a los costados, enmarcando un rostro de gran belleza. Los ojos eran de un color verde brillnate, los pómulos altos le daban un aire escandinavo, la boca era ancha y hermosa. Vestía un modelo Yves St.-Laurent de noche, con hilos plateados y abalorios, y el dobladillo desparejo muy por encima de la rodilla porque la mini estaba nuevamente de moda. Al entrar, su paso arrogante parecía decir [I]tómame o déjame, me da lo mismo...[/I] Raul Montero jamás había visto a una mujer que pareciera tan capaz de enfrentarse al mundo entero en caso de necesidad. Ella, a su vez,, al verlo, experimentó una sensación extraña, irracional, y se volvió hacia otro lado como si buscara a alguien. Inmediatamente se le acercó un joven capitán del Ejército argentino, con todo el aspecto de haber bebido demás. Montero esperó el tiempo suficiente como para que el oficial comenzara a cansarla y luego se acercó, abriénsoe paso entre la multitud. - Por fin llegaste, [I]chérie[/I] - dijo en excelente francés -. Te he estado buscando por todas partes. Los reflejos de ella eran veloces. Se volvió con elegancia, se alzó y lo besó en la mejilla. - Empezaba pensar que me había equivocado de fiesta... - Con su permiso, señor. El capitán se retiró, desconcertado. Montero, burlón, miró a Gabrielle, y ambos rieron. Le tomó las manos y las retuvo con suavidad entre las suyas. - Supongo que esto le sucede con frecuencia - continuó hablando en francés. - Desde que tenía catorce años, más o menos... Había tristeza en sus ojos verdes. - En consecuencia, no tendrá una buena opinión de mis congéneres, ¿verdad? - Si se refiere a que no me gustan los hombres, tiene bastante razón. - sonrió -. Hablo en términos generales. Montero miró las manos de ella. - Ah, excelente -exclamó. - No comprendo - dijo ella, perpleja. - No lleva anillo de matrimonio. -Y, sin darle tiempo a decir nada, agregó -: Comodoro Raúl Carlos Montero, a sus órdenes. Sería para mí un honor y una alegría que me concediera esta pieza y todas las demás. La tomó de la mano y la llevó a la pista. El trío arrancaba con [I]Our Love is Here to Stay[/I], en ritmo lento de foxtrot. - Sumamente apropiado - dijo él, y la estrechó. Gabrielle prefirió callar. Montero bailaba bien, su brazo le rodeaba la cintura con suavidad. Ella le rozó suavemente la cicatriz de la mejilla con un dedo. - Cuénteme... - Esquirla de obús. Combate aéreo. - ¿Cuando? Nunca he sabido que Argentina fuera a la guerra - musitó ella, con absoluta sorpresa. Era buena actuando. - Una guerra ajena - dijo él -. Hace mucho tiempo. Es una historia muy larga. Gabrielle rozó nuevamente la cicatriz. Montero soltó un gemido y musitó en español: - Dicen que el amor a primera vista existe, pero siempre me pareció ridículo. - ¿Por qué? - dijo ella en el mismo idioma -. ¿Acaso los poetas no han dicho desde siempre que ése es el único amor que vale la pena? - ¿También habla español? - exclamó él, asombrado -. Qué maravilla de mujer. - También inglés -dijo ella-, alemán y un poco de ruso. Apenas. - Asombroso. - Quiere decir, por tratarse de una hermosa rubia de lindo cuerpo... Percibió la amargura en su voz y se alejó un poco para mirarle el rostro. El de él reflejaba ternura y también cierto autoritarismo. - Si la he ofendido, perdóneme. No era mi intención. Aprenderé a mejorar mis modales. Déme tiempo. Cuando la música calló, él la alejó de la pista. - ¿Champagna? -propuso-. Supongo que será su bebida preferida, puesto que es francesa. - Claro que sí. Chasqueó los dedos para llamar al camarero, tomó una copa de la bandeja y se la ofreció, gentil. - Dom Perignon... el mejor. Esta noche queremos hacer amigos e influenciar a la gente. - Lo necesitarán - dijo ella. - No comprendo - dijo él, frunciendo el entrecejo. - Algo que oí en un noticiero televisivo, esta tarde. El Parlamento británico discutió el problema de las Malvinas. Dicen que la Marina argentina está efectuando maniobras en la zona. - No son las Malvinas - dijo él -. Para nosotros son las Malvinas. - Se encogió de hombros -. Un antiguo litigio que no vale la pena discutir. En mi opinión, tarde o temprano los ingleses negociarán con nosotros. Quizás en un futuro no muy distante... Parte 3 [/B] [/QUOTE]
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