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Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812385" data-attributes="member: 341"><p><strong> Llovía y había niebla en las calles. El impedrmeable que había conseguido Montero para ella estaba empapado, lo mismo que el pañuelo con que cubría su pelo. Él seguía de uniforme, aunque su esplendor estaba oculto bajo un abrigo de oficial.</strong></p><p><strong>Habían caminado varias millas bajo la lluvia, seguidos por el coche oficial, conducido pacientemente por un chofer. Ella llevaba zapatos sin tacón, qu és le había conseguido de una de las criadas de la Embajada.</strong></p><p><strong> Birdcage Walk, El Palacio, St. James Park. Montero jamás se había sentido tan a gusto en compañia de otro ser humano.</strong></p><p><strong> - Está segura que quiere seguir? - preguntó cuando se acercaban al puente de Westminster.</strong></p><p><strong> - Claro que sí. Le prometí algo especial, ¿recuerda?</strong></p><p><strong> - AH, me olvidaba.</strong></p><p><strong> Llegaron al puente y ella giró hacia el terraplén.</strong></p><p><strong> - Bueno, helo aquí. El lugar más romántico de la ciudad. En esa película, Fred Astaire cogía del brazo a la dama y le cantaba una canción mientras caminaban y el coche los seguía pegado a la acera.</strong></p><p><strong> - Bueno, pero el tránsito no es el mismo que entonces. Y hay demasiados coches aparcados junto a la acera.</strong></p><p><strong> El Big Ben dio la priemera campanada de la medianoche.</strong></p><p><strong> - La hora de las brujas - dijo ella -. ¿Le gustó la excursión con guía?</strong></p><p><strong> Él encendió un cigarrillo y se apoyó en la pared.</strong></p><p><strong> - Sí, me gusta Londres. Es una ciudad maravillosa.</strong></p><p><strong> - ¿Y los ingleses?</strong></p><p><strong> Él demostró su extraordinaria intuición.</strong></p><p><strong> - Ningún problema. Yo me adiestré con la RAF en Cranwell. Eran buenos, de lo mejor. Sólo había un inconveniente: para ellos los sudamericanos somos "latinos" y si, por casualidad, un latino resulta buen piloto, el mérito es de quienes lo adiestraron.</strong></p><p><strong> - ¡Qué estupidez! - dijo ella con ira -. No les deben nada. Usted es un gran piloto. De los mejores.</strong></p><p><strong> - ¿De veras? ¿Cómo lo sabe?</strong></p><p><strong> La lluvia empezó a caer con más fuerza. Montero silbó para el el coche se acercara.</strong></p><p><strong> - Será mejor que la lleve a su casa.</strong></p><p><strong> - Sí - dijo ella -. Creo que es lo más apropiado.</strong></p><p><strong> Tomados de la mano, corrieron al coche.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El Pissarro en la pared de la sala de estar del apartamento en Kensington Gardens era hermoso. Montero lo contempló durante un largo rato, de pie y con una copa de brandy en la mano.</strong></p><p><strong> Gabrielle salió de su dormitorio, cepillándose el pelo. Se había puesto una vieja bata de baño, evidentemente masculina y demasiado grande para ella.</strong></p><p><strong> - Si la vista no me engaña - dijo Montero -, este Pissarro es auténtico.</strong></p><p><strong> - Mi padre tiene mucho dinero - dijo ella -. Electrónica, armamento, cosas por el estilo. Tiene su centro de operaciones en Marsella. Me mima demasiado.</strong></p><p><strong> Él vio la bata de baño y su expresión se entristeció. </strong></p><p><strong> - Era mucho esperar que una muchacha como tú llegara a la madura edad de veintisiete años sin problemas. Veo que eres casada, después de todo...</strong></p><p><strong> - Divorciada - corrigió ella.</strong></p><p><strong> - Ah, comprendo.</strong></p><p><strong> - ¿Y tú?</strong></p><p><strong> - Mi esposa murió hace cuatro años. Leucemia. Yo era un tipo difícil de complacer, y mi madre dispuso el casamiento. Ella era así. Mi mujer era la hija de un amigo de la familia.</strong></p><p><strong> - ¿Buena partido para u Montero...? </strong></p><p><strong> - Exactamente. Tengo una hija de diez años llamada Mercedes, que vive muy contenta con su abuela. No soy un buen padre. Tengo poca paciencia.</strong></p><p><strong> _ No lo creo. </strong></p><p><strong> Él se acercó. la tomó en sus brazos y le rozó el rostro con sus labios. </strong></p><p><strong> - te amo. No me preguntes cómo es posible; es así simplemente. Jamás he conocido a nadie como tú.</strong></p><p><strong> La besó y ella respondió al contacto de sus labios;pero enseguida lo rechazó con un extraño temor en la mirada.</strong></p><p><strong> - Por favor, Raúl, no, ahora no.</strong></p><p><strong> Montero le tomó las manos con delicadeza y asintió.</strong></p><p><strong> - Claro. Comprendo. de veras, créeme. Puedo llamarte por la mañana.</strong></p><p><strong> - Sí, hazlo.</strong></p><p><strong> La soltó, tomó su abrigo y fue hacia la puerta. Se giró y sonrió; una sonrisa única, extraña y de un encanto tal, que ella cruzó el cuarto y colocó las manos sobre sus hombros.</strong></p><p><strong> - Eres tan bueno... No estoy acostumbrada a que los hombres actúen así. dame tiempo.</strong></p><p><strong> - Todo lo que quieras. </strong></p><p><strong> La puerta se cerró con suavidad y Gabrielle apoyó su espalda en ella con una sensación de placer como jamás había conocido.</strong></p><p><strong> Montero se introdujo en el coche de la Embajada y el chofer lo puso en marcha. Un minuto después, Tony Villiers salió de un portal cercano. Encendió un cigarrillo y, cuando el coche se alejó, alzó la vista hacia la ventana del apartamento. En ese momento se apagaron las luces, permaneció allí un rato más y luego se alejó, a pie.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Sentado en la cama, apoyado en varias almohadas, el brigadier Charles Ferguson hojeaba una montaña de papeles. En ese momento sonó el teléfono rojo, la línea directa entre su oficiana y el cuartel general del Servicio de Seguridad, en un edificio anónimo de ladrillos blancos y rojos en el Wets End, cerca del hotel Hilton.</strong></p><p><strong> - Aquí Ferguson.</strong></p><p><strong> - Señor, ha llegado un mensaje cifrado de la CIA en Washington - dijo Harry Fox -. Aparentemente, los argentinos invadirán las Malvinas en los próximos días.</strong></p><p><strong> - Conque esas tenemos. ¿Y qué dice el Foreign Office?</strong></p><p><strong> - Que son puras tonterías, señor.</strong></p><p><strong> - Típico de ellos. ¿Tiene noticias de Gabrielle?</strong></p><p><strong> - Todavía no.</strong></p><p><strong> - Una cuestión interesante, Harry. Raúl Montero es uno de los pocos pilotos de la Fuerza Aérea argentina que posee experiencia en combate. Me inclinaría a pensar que, si estuvieran por hacerlo, lo llamarían a Buenos Aires.</strong></p><p><strong> - Son muy astutos al mantenerlo aquí.</strong></p><p><strong> - Cierto. Bueno, le veré por la mañana. Si no tenemos noticias de Gabrielle al mediadía, la llamaré.</strong></p><p><strong> Cortó la comunicación, tomó una carpeta y siguió con su trabajo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Parte 4 </strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812385, member: 341"] [B] Llovía y había niebla en las calles. El impedrmeable que había conseguido Montero para ella estaba empapado, lo mismo que el pañuelo con que cubría su pelo. Él seguía de uniforme, aunque su esplendor estaba oculto bajo un abrigo de oficial. Habían caminado varias millas bajo la lluvia, seguidos por el coche oficial, conducido pacientemente por un chofer. Ella llevaba zapatos sin tacón, qu és le había conseguido de una de las criadas de la Embajada. Birdcage Walk, El Palacio, St. James Park. Montero jamás se había sentido tan a gusto en compañia de otro ser humano. - Está segura que quiere seguir? - preguntó cuando se acercaban al puente de Westminster. - Claro que sí. Le prometí algo especial, ¿recuerda? - AH, me olvidaba. Llegaron al puente y ella giró hacia el terraplén. - Bueno, helo aquí. El lugar más romántico de la ciudad. En esa película, Fred Astaire cogía del brazo a la dama y le cantaba una canción mientras caminaban y el coche los seguía pegado a la acera. - Bueno, pero el tránsito no es el mismo que entonces. Y hay demasiados coches aparcados junto a la acera. El Big Ben dio la priemera campanada de la medianoche. - La hora de las brujas - dijo ella -. ¿Le gustó la excursión con guía? Él encendió un cigarrillo y se apoyó en la pared. - Sí, me gusta Londres. Es una ciudad maravillosa. - ¿Y los ingleses? Él demostró su extraordinaria intuición. - Ningún problema. Yo me adiestré con la RAF en Cranwell. Eran buenos, de lo mejor. Sólo había un inconveniente: para ellos los sudamericanos somos "latinos" y si, por casualidad, un latino resulta buen piloto, el mérito es de quienes lo adiestraron. - ¡Qué estupidez! - dijo ella con ira -. No les deben nada. Usted es un gran piloto. De los mejores. - ¿De veras? ¿Cómo lo sabe? La lluvia empezó a caer con más fuerza. Montero silbó para el el coche se acercara. - Será mejor que la lleve a su casa. - Sí - dijo ella -. Creo que es lo más apropiado. Tomados de la mano, corrieron al coche. El Pissarro en la pared de la sala de estar del apartamento en Kensington Gardens era hermoso. Montero lo contempló durante un largo rato, de pie y con una copa de brandy en la mano. Gabrielle salió de su dormitorio, cepillándose el pelo. Se había puesto una vieja bata de baño, evidentemente masculina y demasiado grande para ella. - Si la vista no me engaña - dijo Montero -, este Pissarro es auténtico. - Mi padre tiene mucho dinero - dijo ella -. Electrónica, armamento, cosas por el estilo. Tiene su centro de operaciones en Marsella. Me mima demasiado. Él vio la bata de baño y su expresión se entristeció. - Era mucho esperar que una muchacha como tú llegara a la madura edad de veintisiete años sin problemas. Veo que eres casada, después de todo... - Divorciada - corrigió ella. - Ah, comprendo. - ¿Y tú? - Mi esposa murió hace cuatro años. Leucemia. Yo era un tipo difícil de complacer, y mi madre dispuso el casamiento. Ella era así. Mi mujer era la hija de un amigo de la familia. - ¿Buena partido para u Montero...? - Exactamente. Tengo una hija de diez años llamada Mercedes, que vive muy contenta con su abuela. No soy un buen padre. Tengo poca paciencia. _ No lo creo. Él se acercó. la tomó en sus brazos y le rozó el rostro con sus labios. - te amo. No me preguntes cómo es posible; es así simplemente. Jamás he conocido a nadie como tú. La besó y ella respondió al contacto de sus labios;pero enseguida lo rechazó con un extraño temor en la mirada. - Por favor, Raúl, no, ahora no. Montero le tomó las manos con delicadeza y asintió. - Claro. Comprendo. de veras, créeme. Puedo llamarte por la mañana. - Sí, hazlo. La soltó, tomó su abrigo y fue hacia la puerta. Se giró y sonrió; una sonrisa única, extraña y de un encanto tal, que ella cruzó el cuarto y colocó las manos sobre sus hombros. - Eres tan bueno... No estoy acostumbrada a que los hombres actúen así. dame tiempo. - Todo lo que quieras. La puerta se cerró con suavidad y Gabrielle apoyó su espalda en ella con una sensación de placer como jamás había conocido. Montero se introdujo en el coche de la Embajada y el chofer lo puso en marcha. Un minuto después, Tony Villiers salió de un portal cercano. Encendió un cigarrillo y, cuando el coche se alejó, alzó la vista hacia la ventana del apartamento. En ese momento se apagaron las luces, permaneció allí un rato más y luego se alejó, a pie. Sentado en la cama, apoyado en varias almohadas, el brigadier Charles Ferguson hojeaba una montaña de papeles. En ese momento sonó el teléfono rojo, la línea directa entre su oficiana y el cuartel general del Servicio de Seguridad, en un edificio anónimo de ladrillos blancos y rojos en el Wets End, cerca del hotel Hilton. - Aquí Ferguson. - Señor, ha llegado un mensaje cifrado de la CIA en Washington - dijo Harry Fox -. Aparentemente, los argentinos invadirán las Malvinas en los próximos días. - Conque esas tenemos. ¿Y qué dice el Foreign Office? - Que son puras tonterías, señor. - Típico de ellos. ¿Tiene noticias de Gabrielle? - Todavía no. - Una cuestión interesante, Harry. Raúl Montero es uno de los pocos pilotos de la Fuerza Aérea argentina que posee experiencia en combate. Me inclinaría a pensar que, si estuvieran por hacerlo, lo llamarían a Buenos Aires. - Son muy astutos al mantenerlo aquí. - Cierto. Bueno, le veré por la mañana. Si no tenemos noticias de Gabrielle al mediadía, la llamaré. Cortó la comunicación, tomó una carpeta y siguió con su trabajo. Parte 4 [/B] [/QUOTE]
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