Menú
Inicio
Visitar el Sitio Zona Militar
Foros
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Qué hay de nuevo
Nuevos mensajes
Última actividad
Miembros
Visitantes actuales
Entrar
Registrarse
Novedades
Buscar
Buscar
Buscar sólo en títulos
Por:
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Menú
Entrar
Registrarse
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
JavaScript is disabled. For a better experience, please enable JavaScript in your browser before proceeding.
Estás usando un navegador obsoleto. No se pueden mostrar estos u otros sitios web correctamente.
Se debe actualizar o usar un
navegador alternativo
.
Responder al tema
Mensaje
<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812399" data-attributes="member: 341"><p><strong> El brigadier general Lami Dozo se quitó la gorra y encendió un cigarrillo.</strong></p><p><strong> - ¿Anaya no viene?</strong></p><p><strong> Galtieri sirvió dos copas de coñac.</strong></p><p><strong> - ¿Para qué? Bien podríamos prescindir de la Marina, en vista de lo útil que resulta. Gracias a Dios contamos con una Fuerza Aérea. Tus muchachos son unos verdaderos héroes. – Ofreció una copa a Lami Dozo -. ¡Brindo por ellos!</strong></p><p><strong> - Por los que quedan – dijo Lami Dozo amargamente, y sorbió el coñac -. La situación en Río Gallegos es desastrosa, todos tienen que volar. ¡Raúl Montero, por Dios! Está cerca de cumplir los cuarenta y seis y sigue combatiendo en bahía San Carlos en un Skyhawk. – Meneó la cabeza -. A veces pienso que yo mismo debería estar en la carlinga.</strong></p><p><strong> - Tonterías – dijo Galtieri -. Raúl Montero es un idiota romántico. Siempre lo fue...</strong></p><p><strong> - De acuerdo. Es magnífico. Lo admiro.</strong></p><p><strong> - Así lo llaman los muchachos. El Magnífico. No va a sobrevivir. La semana pasada efectuó once misiones. – Meneó la cabeza -. ¿Qué le diré a su madre cuando lo derriben?</strong></p><p><strong> - ¿A doña Elena? – Galtieri se estremeció -. No quiero ni verla. Esa mujer con la personalidad que tiene me hace sentir, en realidad, como disminuido. ¿Qué novedades hay?</strong></p><p><strong> - Averiamos la fragata HMS Antelope. Lo último que supe es que hubo una explosión y se incendió. Aparentemente, también averiamos el destructor Glasgow, pero no estamos seguros. Nos derribaron seis Mirages y dos Skyhaws. Algunos pudieron volver a la base, a pesar de los daños. – Meneó la cabeza con asombro -. La moral de los muchachos es fantástica! Pero esto no puede seguir. Nos quedaremos sin pilotos.</strong></p><p><strong> - Precisamente – dijo Galtieri -. Necesitamos más Exocets. De acuerdo con este informe cifrado de nuestra Embajada en París, podríamos tenerlos en cuestión de días. Léelo.</strong></p><p><strong> Fue a la ventana y contempló los jardines bajo el sol deslumbrante, mientras terminaba de sorber el coñac. A sus espaldas, Lami Dozo, dijo:</strong></p><p><strong> - Puede que tengas razón. Pero García aparentemente no sabe cómo ni dónde piensa conseguir los Exocets este fulano, Donner.</strong></p><p><strong> - Cierto, pero está convencido de que Donner cumplirá, y vale la pena intentarlo. Habrás visto que piden un oficial superior de la Fuerza Aérea para servir de intermediario y, si es piloto, mejor.</strong></p><p><strong> - Sí.</strong></p><p><strong> - ¿No se te ocurre quién es el más adecuado para la tarea?</strong></p><p><strong> Lami Dozo sonrió:</strong></p><p><strong> - Con eso lo conservaremos con vida y, además, da la casualidad de que habla muy bien el francés.</strong></p><p><strong> - No hay tiempo que perder. Mañana mismo debe partir hacia París.</strong></p><p><strong> Lami Dozo recogió su gorra.</strong></p><p><strong> - No hay problema. Ahora mismo viajo a Gallegos en el Lear Jet y me encargaré de esto.</strong></p><p><strong> - Quiero hablar con él antes de que embarque. – Cuando Lami Dozo se dirigía a la puerta, Galtieri lo llamó -: ¿Sabés qué día es pasado mañana?</strong></p><p><strong> - Por supuesto.</strong></p><p><strong> Era el martes 25 de mayo, la efemérides nacional argentina.</strong></p><p><strong> - Habrás planeado algo, ¿verdad?</strong></p><p><strong> - Haremos lo mejor que podamos.</strong></p><p><strong> Lami Dozo salió, el presidente suspiró, se sentó al escritorio y volvió a su trabajo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/hundantelope.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><strong>Hundimiento del HMS Antelope</strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> En Londres, Gabrielle Legrand estaba de compras en Harrods. Entró en la sección de aparatos eléctricos, donde una pequeña multitud se había congregado frente a un televisor encendido que transmitía el noticiario de la ITV. Se veían imágenes de barcos anclados en Bahía San Carlos, rodeados por una nube de humo. Todavía no habían llegado las películas filmadas en el lugar. Un comentarista anónimo describía el ataque: los Skyhawk argentinos comenzaban a lanzar sus bombas...</strong></p><p><strong> La voz emocionada describió la trayectoria de un misil Rapier, se oyó una explosión violenta y un Skyhawk cayó destruido.</strong></p><p><strong> Hubo <img src="https://www.smiley-lol.com/smiley/musique/0applaude.gif" class="smilie" loading="lazy" alt="aplausos" title="Aplausos aplausos" data-shortname="aplausos" /> en la multitud y una voz de hombre exclamó: “¡ Derribaron al hijo de ****!” Era comprensible. Ese era el enemigo. Los aviones pretendían asesinar a los muchachos. Y uno de aquellos muchachos era su hermanastro Richard. Sabía que se hallaba en un portaaviones a doscientas millas al este del estrecho de San Carlos, pero no a salvo. Los pilotos de helicóptero como Richard se enfrentaban diariamente al peligro, y sus aparatos de transporte eran los blancos preferidos de los misiles argentinos. Gabrielle rogó a Dios que protegiera a esos muchachos de veintidós años.</strong></p><p><strong> Sintió náuseas, y se alejó. Pensaba en Raúl.</strong></p><p><strong> Gracias a Dios, es demasiado viejo para pilotar uno de esos aparatos.</strong></p><p><strong> Salió de la tienda.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/A-4BataqueC-240.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> En ese preciso instante, Raúl Montero se hallaba a setenta y cinco kilómetros del extremo sur de la Argentina, a mil quinientos metros sobre el nivel mar, tratando de conducir hasta la base, desde su avión, a otro Skyhawk que había perdido la mayor parte de la cola y soltaba una estela de humo.</strong></p><p><strong> El joven piloto estaba malherido. Montero lo sabía y había abandonado todo el protocolo.</strong></p><p><strong> - ¡Ánimo José, falta poco!</strong></p><p><strong> - Imposible, Señor. – Había cansancio en la voz del joven -. Se cae. No puedo impedirlo.</strong></p><p><strong> Cuando el Skyhawk empezó a caer en picado, Montero dijo:</strong></p><p><strong> - ¡Teniente Ortega! – exclamó Montero -. Le ordeno que salte.</strong></p><p><strong> Un segundo después, la capota de la carlinga saltó y el piloto salió despedido. Mientras lo veía caer, lentamente, con el paracaídas abierto, Montero se comunicó con la base para dar a conocer su posición, rogando en su fuero interno que la misión de rescate marítimo llegara a tiempo.</strong></p><p><strong> Sobrevoló rápidamente la zona y vio cómo Ortega llegaba al agua y se desembarazaba del paracaídas. El bote salvavidas amarillo se infló y vio al joven tratando de subirse a él.</strong></p><p><strong> Un fuerte zumbido del panel de instrumentos le indicó que se le agotaba el combustible. Pasó una vez más, meneó las alas a modo de saludo y viró hacia la costa. </strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Al bajar de la carlinga del Skyhawk en la base de Gallegos, Montero vio al sargento Santerra, mecánico jefe de la tripulación, examinando el aparato y meneando la cabeza. </strong></p><p><strong> - ¡Por Dios!, mire la cola, señor comodoro. Obuses, cuatro por lo menos. Está todo agujereado.</strong></p><p><strong> - Ya lo sé. Al alejarnos de San Carlos nos persiguieron dos Harriers. Bajaron a Santini. Ortega casi llega, tuvo que saltar a setenta y cinco kilómetros de la costa.</strong></p><p><strong> - Usted es afortunado, Señor. Es asombroso. Tendría que haber muerto hace varios días ya…</strong></p><p><strong> - Mire lo que puede el amor de una mujer. – Raúl Montero alzó la mano y acarició el nombre Gabrielle, pintado en la carlinga -. Gracias, amor mío.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Al entrar en la sala de Inteligencia del edificio de operaciones, encontró al mayor Pedro Munro, oficial superior de Inteligencia, argentino de ascendencia escocesa y amigo personal de Montero.</strong></p><p><strong> - Por fin llegaste, Raúl. Un día de éstos no pasarás esa puerta – dijo alegremente.</strong></p><p><strong> - Te agradezco los buenos deseos – respondió Montero -. ¿Alguna novedad de Ortega?</strong></p><p><strong> - Todavía no. ¿Tienes algo que informar?</strong></p><p><strong> Montero tomó un cigarrillo de un paquete sobre el escritorio.</strong></p><p><strong> - Es un infierno, parece una de esas viejas películas que pasan por la televisión. Salvo que esto es de verdad. Hay muertos.</strong></p><p><strong> - Muy chistoso – dijo Munro -. Ahora vamos a los hechos concretos, si eres tan amable. ¿Hundiste algo?</strong></p><p><strong> - Creo que no, por la sencilla razón de que mis bombas no explotaron otra vez. ¿Tendrías la bondad de decirles a los de Armamento que ajusten bien los detonadores?</strong></p><p><strong> Munro se puso serio.</strong></p><p><strong> - Lo siento mucho, Raúl. De veras.</strong></p><p><strong> - Yo también – dijo Montero, y salió.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Caminó lentamente hacia el bar de oficiales, taconeando sobre la pista. Se sentía deprimido, agotado, al límite de sus fuerzas. Era demasiado viejo para esa clase de cosas; luego recordó lo que le había dicho Gabrielle acerca de que la edad era un estado de ánimo y sonrió. Pensaba mucho en ella. Todo el tiempo, en realidad. Ella estaba en sus pensamientos y en su corazón, volaba con él, dormía con él. </strong></p><p><strong> Cuando entró en la antesala, vio a Lami Dozo junto al fuego, rodeado por un grupo de oficiales jóvenes.</strong></p><p><strong> El brigadier general se excusó y fue al encuentro de Montero, con una sonrisa de verdadero placer. Se abrazaron formalmente</strong></p><p><strong> - Ayer estuve con su madre en una función de beneficencia. Reunía fondos para el Ejército. La encontré espléndida.</strong></p><p><strong> - ¿Vio a mi hija?</strong></p><p><strong> - No, estaba en la escuela. Como le dije, su madre estaba espléndida. Usted, en cambio, tiene un aspecto horrible. Basta de tonterías. Once misiones en una semana.</strong></p><p><strong> - Doce con la de hoy – dijo Montero -. ¿Tendría la bondad de ordenar que sean más cuidadosos con las bombas? Muchas no explotan. Es algo muy fastidioso considerando las molestias que uno se toma para lanzarlas.</strong></p><p><strong> - Tomemos algo – dijo Lami Dozo.</strong></p><p><strong> - Buena idea – Montero llamó al camarero -. Té, para mí. – Se volvió hacia el brigadier general -: ¿Me acompaña?</strong></p><p><strong> - ¿Té? – exclamó Lami Dozo -. Por Dios, ¿qué le pasa?</strong></p><p><strong> Montero le hizo un gesto al camarero, que se alejó</strong></p><p><strong> - Nada. Una amiga me convenció en Londres de que el café hace daño.</strong></p><p><strong> - ¿Quién, esa Gabrielle? Me contaron que pintó ese nombre en la nariz del Skyhawk.</strong></p><p><strong> - La mujer que amo – dijo Montero llanamente.</strong></p><p><strong> - ¿Tengo el placer de conocerla?</strong></p><p><strong> - No. Cuando no está en Londres, vive en París. ¿Algo más?</strong></p><p><strong> - ¿París? Si le queda tiempo, va a poder visitarla.</strong></p><p><strong> - No entiendo.</strong></p><p><strong> - Mañana viaja a París. Debe regresar ahora mismo a Buenos Aires. Galtieri quiere hablar con usted antes de que embarque.</strong></p><p><strong> - ¿Por qué no me lo explica?</strong></p><p><strong> Lami Dozo le explicó todo con lujo de detalles.</strong></p><p><strong> - ¿Qué le parece? – dijo, a modo de conclusión.</strong></p><p><strong> - Me parece que están todos locos – dijo Raúl Montero-. Pero, ¿quién soy yo para discutir una orden?</strong></p><p><strong> - Con eso podemos ganar la guerra.</strong></p><p><strong> - ¿Ganar la guerra? – Montero rió con amargura -. Esto no es una película. La guerra está perdida. Ni siquiera debería haber comenzado. Pero está bien, envíeme a París a divertirme mientras los muchachos siguen muriendo aquí…</strong></p><p><strong> En ese momento llegó el camarero con la bandeja. Montero se sirvió una taza de té con manos temblorosas. Se llevó la taza a los labios y sorbió el líquido caliente.</strong></p><p><strong> - El café es muy dañino –dijo.</strong></p><p><strong> Sonrió al recordar una mañana en Kensington, con Gabrielle en el baño, mil años atrás.</strong></p><p><strong> Lami Dozo lo miró preocupado.</strong></p><p><strong> - Se esfuerza demasiado. Debe descansar un poco. Vamos, viajará conmigo, partios en media hora.</strong></p><p><strong> Montero acabó de beber el té.</strong></p><p><strong> - Usted cree que estoy a punto de volverme loco, pero se equivoca. Ya estoy loco.</strong></p><p><strong> Cuando se disponían a salir, entró el mayor Munro. Echó una mirada alrededor del comedor, vio a Montero, y sonrió.</strong></p><p><strong> - Buenas noticias, Raúl. Recogieron a Ortega. Malherido, pero dicen que se salvará. Parece que el agua helada le salvó la vida al detener la hemorragia.</strong></p><p><strong> En ese instante reconoció al brigadier general y se cuadró.</strong></p><p><strong> - Tuvo suerte – dijo Lami Dozo.</strong></p><p><strong> - Esperemos que yo también – musitó Raúl Montero.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p></p><p></p><p>Parte 10</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812399, member: 341"] [B] El brigadier general Lami Dozo se quitó la gorra y encendió un cigarrillo. - ¿Anaya no viene? Galtieri sirvió dos copas de coñac. - ¿Para qué? Bien podríamos prescindir de la Marina, en vista de lo útil que resulta. Gracias a Dios contamos con una Fuerza Aérea. Tus muchachos son unos verdaderos héroes. – Ofreció una copa a Lami Dozo -. ¡Brindo por ellos! - Por los que quedan – dijo Lami Dozo amargamente, y sorbió el coñac -. La situación en Río Gallegos es desastrosa, todos tienen que volar. ¡Raúl Montero, por Dios! Está cerca de cumplir los cuarenta y seis y sigue combatiendo en bahía San Carlos en un Skyhawk. – Meneó la cabeza -. A veces pienso que yo mismo debería estar en la carlinga. - Tonterías – dijo Galtieri -. Raúl Montero es un idiota romántico. Siempre lo fue... - De acuerdo. Es magnífico. Lo admiro. - Así lo llaman los muchachos. El Magnífico. No va a sobrevivir. La semana pasada efectuó once misiones. – Meneó la cabeza -. ¿Qué le diré a su madre cuando lo derriben? - ¿A doña Elena? – Galtieri se estremeció -. No quiero ni verla. Esa mujer con la personalidad que tiene me hace sentir, en realidad, como disminuido. ¿Qué novedades hay? - Averiamos la fragata HMS Antelope. Lo último que supe es que hubo una explosión y se incendió. Aparentemente, también averiamos el destructor Glasgow, pero no estamos seguros. Nos derribaron seis Mirages y dos Skyhaws. Algunos pudieron volver a la base, a pesar de los daños. – Meneó la cabeza con asombro -. La moral de los muchachos es fantástica! Pero esto no puede seguir. Nos quedaremos sin pilotos. - Precisamente – dijo Galtieri -. Necesitamos más Exocets. De acuerdo con este informe cifrado de nuestra Embajada en París, podríamos tenerlos en cuestión de días. Léelo. Fue a la ventana y contempló los jardines bajo el sol deslumbrante, mientras terminaba de sorber el coñac. A sus espaldas, Lami Dozo, dijo: - Puede que tengas razón. Pero García aparentemente no sabe cómo ni dónde piensa conseguir los Exocets este fulano, Donner. - Cierto, pero está convencido de que Donner cumplirá, y vale la pena intentarlo. Habrás visto que piden un oficial superior de la Fuerza Aérea para servir de intermediario y, si es piloto, mejor. - Sí. - ¿No se te ocurre quién es el más adecuado para la tarea? Lami Dozo sonrió: - Con eso lo conservaremos con vida y, además, da la casualidad de que habla muy bien el francés. - No hay tiempo que perder. Mañana mismo debe partir hacia París. Lami Dozo recogió su gorra. - No hay problema. Ahora mismo viajo a Gallegos en el Lear Jet y me encargaré de esto. - Quiero hablar con él antes de que embarque. – Cuando Lami Dozo se dirigía a la puerta, Galtieri lo llamó -: ¿Sabés qué día es pasado mañana? - Por supuesto. Era el martes 25 de mayo, la efemérides nacional argentina. - Habrás planeado algo, ¿verdad? - Haremos lo mejor que podamos. Lami Dozo salió, el presidente suspiró, se sentó al escritorio y volvió a su trabajo. [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/hundantelope.jpg[/IMG] [B]Hundimiento del HMS Antelope[/B] En Londres, Gabrielle Legrand estaba de compras en Harrods. Entró en la sección de aparatos eléctricos, donde una pequeña multitud se había congregado frente a un televisor encendido que transmitía el noticiario de la ITV. Se veían imágenes de barcos anclados en Bahía San Carlos, rodeados por una nube de humo. Todavía no habían llegado las películas filmadas en el lugar. Un comentarista anónimo describía el ataque: los Skyhawk argentinos comenzaban a lanzar sus bombas... La voz emocionada describió la trayectoria de un misil Rapier, se oyó una explosión violenta y un Skyhawk cayó destruido. Hubo aplausos en la multitud y una voz de hombre exclamó: “¡ Derribaron al hijo de ****!” Era comprensible. Ese era el enemigo. Los aviones pretendían asesinar a los muchachos. Y uno de aquellos muchachos era su hermanastro Richard. Sabía que se hallaba en un portaaviones a doscientas millas al este del estrecho de San Carlos, pero no a salvo. Los pilotos de helicóptero como Richard se enfrentaban diariamente al peligro, y sus aparatos de transporte eran los blancos preferidos de los misiles argentinos. Gabrielle rogó a Dios que protegiera a esos muchachos de veintidós años. Sintió náuseas, y se alejó. Pensaba en Raúl. Gracias a Dios, es demasiado viejo para pilotar uno de esos aparatos. Salió de la tienda. [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/A-4BataqueC-240.jpg[/IMG] En ese preciso instante, Raúl Montero se hallaba a setenta y cinco kilómetros del extremo sur de la Argentina, a mil quinientos metros sobre el nivel mar, tratando de conducir hasta la base, desde su avión, a otro Skyhawk que había perdido la mayor parte de la cola y soltaba una estela de humo. El joven piloto estaba malherido. Montero lo sabía y había abandonado todo el protocolo. - ¡Ánimo José, falta poco! - Imposible, Señor. – Había cansancio en la voz del joven -. Se cae. No puedo impedirlo. Cuando el Skyhawk empezó a caer en picado, Montero dijo: - ¡Teniente Ortega! – exclamó Montero -. Le ordeno que salte. Un segundo después, la capota de la carlinga saltó y el piloto salió despedido. Mientras lo veía caer, lentamente, con el paracaídas abierto, Montero se comunicó con la base para dar a conocer su posición, rogando en su fuero interno que la misión de rescate marítimo llegara a tiempo. Sobrevoló rápidamente la zona y vio cómo Ortega llegaba al agua y se desembarazaba del paracaídas. El bote salvavidas amarillo se infló y vio al joven tratando de subirse a él. Un fuerte zumbido del panel de instrumentos le indicó que se le agotaba el combustible. Pasó una vez más, meneó las alas a modo de saludo y viró hacia la costa. Al bajar de la carlinga del Skyhawk en la base de Gallegos, Montero vio al sargento Santerra, mecánico jefe de la tripulación, examinando el aparato y meneando la cabeza. - ¡Por Dios!, mire la cola, señor comodoro. Obuses, cuatro por lo menos. Está todo agujereado. - Ya lo sé. Al alejarnos de San Carlos nos persiguieron dos Harriers. Bajaron a Santini. Ortega casi llega, tuvo que saltar a setenta y cinco kilómetros de la costa. - Usted es afortunado, Señor. Es asombroso. Tendría que haber muerto hace varios días ya… - Mire lo que puede el amor de una mujer. – Raúl Montero alzó la mano y acarició el nombre Gabrielle, pintado en la carlinga -. Gracias, amor mío. Al entrar en la sala de Inteligencia del edificio de operaciones, encontró al mayor Pedro Munro, oficial superior de Inteligencia, argentino de ascendencia escocesa y amigo personal de Montero. - Por fin llegaste, Raúl. Un día de éstos no pasarás esa puerta – dijo alegremente. - Te agradezco los buenos deseos – respondió Montero -. ¿Alguna novedad de Ortega? - Todavía no. ¿Tienes algo que informar? Montero tomó un cigarrillo de un paquete sobre el escritorio. - Es un infierno, parece una de esas viejas películas que pasan por la televisión. Salvo que esto es de verdad. Hay muertos. - Muy chistoso – dijo Munro -. Ahora vamos a los hechos concretos, si eres tan amable. ¿Hundiste algo? - Creo que no, por la sencilla razón de que mis bombas no explotaron otra vez. ¿Tendrías la bondad de decirles a los de Armamento que ajusten bien los detonadores? Munro se puso serio. - Lo siento mucho, Raúl. De veras. - Yo también – dijo Montero, y salió. Caminó lentamente hacia el bar de oficiales, taconeando sobre la pista. Se sentía deprimido, agotado, al límite de sus fuerzas. Era demasiado viejo para esa clase de cosas; luego recordó lo que le había dicho Gabrielle acerca de que la edad era un estado de ánimo y sonrió. Pensaba mucho en ella. Todo el tiempo, en realidad. Ella estaba en sus pensamientos y en su corazón, volaba con él, dormía con él. Cuando entró en la antesala, vio a Lami Dozo junto al fuego, rodeado por un grupo de oficiales jóvenes. El brigadier general se excusó y fue al encuentro de Montero, con una sonrisa de verdadero placer. Se abrazaron formalmente - Ayer estuve con su madre en una función de beneficencia. Reunía fondos para el Ejército. La encontré espléndida. - ¿Vio a mi hija? - No, estaba en la escuela. Como le dije, su madre estaba espléndida. Usted, en cambio, tiene un aspecto horrible. Basta de tonterías. Once misiones en una semana. - Doce con la de hoy – dijo Montero -. ¿Tendría la bondad de ordenar que sean más cuidadosos con las bombas? Muchas no explotan. Es algo muy fastidioso considerando las molestias que uno se toma para lanzarlas. - Tomemos algo – dijo Lami Dozo. - Buena idea – Montero llamó al camarero -. Té, para mí. – Se volvió hacia el brigadier general -: ¿Me acompaña? - ¿Té? – exclamó Lami Dozo -. Por Dios, ¿qué le pasa? Montero le hizo un gesto al camarero, que se alejó - Nada. Una amiga me convenció en Londres de que el café hace daño. - ¿Quién, esa Gabrielle? Me contaron que pintó ese nombre en la nariz del Skyhawk. - La mujer que amo – dijo Montero llanamente. - ¿Tengo el placer de conocerla? - No. Cuando no está en Londres, vive en París. ¿Algo más? - ¿París? Si le queda tiempo, va a poder visitarla. - No entiendo. - Mañana viaja a París. Debe regresar ahora mismo a Buenos Aires. Galtieri quiere hablar con usted antes de que embarque. - ¿Por qué no me lo explica? Lami Dozo le explicó todo con lujo de detalles. - ¿Qué le parece? – dijo, a modo de conclusión. - Me parece que están todos locos – dijo Raúl Montero-. Pero, ¿quién soy yo para discutir una orden? - Con eso podemos ganar la guerra. - ¿Ganar la guerra? – Montero rió con amargura -. Esto no es una película. La guerra está perdida. Ni siquiera debería haber comenzado. Pero está bien, envíeme a París a divertirme mientras los muchachos siguen muriendo aquí… En ese momento llegó el camarero con la bandeja. Montero se sirvió una taza de té con manos temblorosas. Se llevó la taza a los labios y sorbió el líquido caliente. - El café es muy dañino –dijo. Sonrió al recordar una mañana en Kensington, con Gabrielle en el baño, mil años atrás. Lami Dozo lo miró preocupado. - Se esfuerza demasiado. Debe descansar un poco. Vamos, viajará conmigo, partios en media hora. Montero acabó de beber el té. - Usted cree que estoy a punto de volverme loco, pero se equivoca. Ya estoy loco. Cuando se disponían a salir, entró el mayor Munro. Echó una mirada alrededor del comedor, vio a Montero, y sonrió. - Buenas noticias, Raúl. Recogieron a Ortega. Malherido, pero dicen que se salvará. Parece que el agua helada le salvó la vida al detener la hemorragia. En ese instante reconoció al brigadier general y se cuadró. - Tuvo suerte – dijo Lami Dozo. - Esperemos que yo también – musitó Raúl Montero. [/B] Parte 10 [/QUOTE]
Insertar citas…
Verificación
¿Cuanto es 2 mas 6? (en letras)
Responder
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
Este sitio usa cookies. Para continuar usando este sitio, se debe aceptar nuestro uso de cookies.
Aceptar
Más información.…
Arriba