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Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812407" data-attributes="member: 341"><p>Halo Gabi Argento, la versión que tengo, en su portada tiene el perfil de una fragata o destructor anglo, sobre la bandera británica, ensombrecida en su borde superior, un horizonte y un objetivo...</p><p>Estimados saludos!</p><p></p><p></p><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/rumbmalvindagger.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p><strong></strong></p><p><strong>Gabrielle cabalgaba por la Bois de Boulogne al mediodía. Ya no llovía, y había poca gente. Había dormido mal, y aún no estaba repuesta. Se sentía cansada y aturdida, enferma de miedo ante la misión que le aguardaba.</strong></p><p><strong> Cuando la lluvia comenzó a repiquetear nuevamente, George Corwin se refugió bajo un roble. Gabrielle avanzaba al trote entre los árboles rumbo al lago, por la misma senda que había tomado Montero esa mañana. La cabalgata le había devuelto el color a sus mejillas, y estaba hermosa.</strong></p><p><strong> Cuando vio a Corwin frenó el caballo.</strong></p><p><strong> - Ah, es usted.</strong></p><p><strong> Desmontó. Corwin le entregó copias de las fotos que había tomado esa mañana.</strong></p><p><strong> - Mírelas. Yo sostendré las riendas.</strong></p><p><strong> Miró la primera.</strong></p><p><strong> - El hombre más bajo es Juan García. El alto es Donner y el otro el Belov, el agente de la KGB. A Montero ya lo conoce.</strong></p><p><strong> Pasó a la foto siguiente, sintiendo un nudo en el estómago.</strong></p><p><strong> - Ese es Yanni Stavrou, el guardaespaldas de Donner. Un tipo de lo más peligroso imaginable.</strong></p><p><strong> Pasó a las fotos de Montero en el parque. Había una donde se lo veía corriendo al máximo de velocidad, saturado de la alegría de correr, el rostro distendido y sin dolor. Gabrielle sintió una punzada tan violenta que le resultaba insoportable seguir mirando las fotos.</strong></p><p><strong> Se las devolvió y tomó las riendas del caballo.</strong></p><p><strong> - ¿Está usted bien?</strong></p><p><strong> - Claro que sí. ¿Cuándo llega Tony?</strong></p><p><strong> - Alrededor de las cinco. Harry Fox llegará antes. El brigadier quiere que su esposo esté al corriente de todo antes de verla a usted.</strong></p><p><strong> - Ya no es mi esposo, señor Corwin – dijo Gabrielle al montar al caballo - Ha cometido usted un tonto error. En este juego no podemos darnos lujos de cometer errores.</strong></p><p><strong> En su fuero interno, Corwin le dio la razón, al verla alejarse.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Corwin, Jackson y Tony Villiers subían por el ascensor al décimo piso de la casa de apartamentos de la Avenue Victor-Hugo.</strong></p><p><strong> - Este un apartamento con pensión, pequeño pero muy cómodo – dijo Corwin, espectante -. Tuve que alquilarlo por todo el mes, no aceptan menos.</strong></p><p><strong> - Estoy seguro que el Departamento podrá pagarlo – dijo Villiers.</strong></p><p><strong> - Lo alquilé porque Gabrielle vive a pocas manzanas, en la misma avenida La ubicación es muy conveniente.</strong></p><p><strong> Trató de sonreír, pero se topó con la implacable hostilidad de Villiers.</strong></p><p><strong> - Sé donde vive aunque usted no lo crea…</strong></p><p><strong> Estaba cansado, demasiado. Además, sentía frustración y, cuando pensaba en Ferguson, lo invadía el odio.</strong></p><p><strong> El ascensor se detuvo, Corwin los condujo por el pasillo, tomó una llave y abrió una puerta. Luego le entregó la llave a Villiers.</strong></p><p><strong> Junato a la ventana, Harry Fox leía un diario. Villiers lo miró.</strong></p><p><strong> - ¿Alguna novedad?</strong></p><p><strong> - En realidad no. –Fox dejó el diario a un lado -. Dicen que el avance desde San Carlos empezará en cualquier momento.</strong></p><p><strong> Villiers arrojó su bolso sobre la cama.</strong></p><p><strong> - Al grano, Harry. La última vez que vi a Ferguson le dije que dejara en paz a Gabrielle. ¿Qué está tramando ahora?</strong></p><p><strong> - No va a gustarte, Tony.</strong></p><p><strong> - Harvey, tráenos un trago. Creo que voy a necesitarlo. Bien, desembucha…</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> En la Maison Blanche, el viejo gitano Maurice Gaubert y su hijo Paul ponían trampas para conejos en el bosque cerca de la casa, cuando un camión se detuvo en el patio, ante un establo. Ante la mirada de los Gaubert, varios hombres bajaron y empezaron a recibir diversos elementos que otros les pasaban desde adentro. Stavrou salió de la cabina y abrió las puertas del establo.</strong></p><p><strong> - Es el guardaespaldas del señor Donner – dijo Paul Gaubert.</strong></p><p><strong>El padre soltó las trampas y tomó su escopeta.</strong></p><p><strong> - Bajemos a ver qué pasa.</strong></p><p><strong> Stavrou salió del establo y los vio. Encendió un cigarrillo y se apoyó en el camión para esperarlos.</strong></p><p><strong> - Bonjour, Monsieur – dijo Maurice Gaubert -. Veo que ahora sois más.</strong></p><p><strong> - Así es.</strong></p><p><strong> - ¿Monsieur Donner vendrá también?</strong></p><p><strong> - Mañana, probablemente.</strong></p><p><strong> Paul Gaubert se sentía incómodo bajo la mirada sombría de Stavrou.</strong></p><p><strong> - ¿Podemos servirle en algo, Monsieur?</strong></p><p><strong> - Mantengan los ojos abiertos por si viene algún extraño – Stavrou le tendió un par de billetes de mil francos -. ¿Comprendido?</strong></p><p><strong> - Perfectamente, Monsieur – dijo Gaubert -. Si vemos algo, se lo comunicaremos.</strong></p><p><strong> Stavrou los contempló mientras se alejaban y luego volvió al establo, donde los hombres ordenaban los elementos descargados del camión.</strong></p><p><strong> - A formar – ordenó -. Rápido.</strong></p><p><strong> Los hombres en un instante estaban en posición de firmes. Stavrou se paseó por el establo, mirándolos.</strong></p><p><strong> - Por lo que a mí respecta, ustedes han vuelto al Ejército. Cuanto antes se hagan a la idea, mejor.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Corwin había conseguido un Citroën y, cuando se detuvieron ante el departamento de Gabrielle esa noche, Jackson estaba al volante. Harry Fox y Villiers ocupaban el asiento trasero.</strong></p><p><strong> - Eso es todo – dijo Fox -. Ahora sabes de qué se trata.</strong></p><p><strong> - Así parece.</strong></p><p><strong> - Hay otro etalle más. Ese profesor Bernard, que mencioné, sigue recibiendo llamadas desde Buenos Aires. Le piden asesoramiento técnico sobre los Exocets que les quedan, que no pueden ser muchos. Nuestra gente en Buenos Aires interceptó dos llamadas anoche.</strong></p><p><strong> - Mala cosa –dijo Villiers.</strong></p><p><strong> - Así es. Ferguson considera que eso no puede seguir. Quiere que te ocupes de eso ya que estás aquí.</strong></p><p><strong> - De acuerdo – dijo Villiers, inexpresivo.</strong></p><p><strong> - Bien. Ahora, si el sargento mayor es tan amable, le pediré que me lleve al aeropuerto Charles de Gaulle, para que pueda alcanzar el último vuelo a Londres.</strong></p><p><strong> - De acuerdo. Harvey, ocúpate del capitán Fox – dijo Villiers -. No vengas a recogerme. Volveré a pie. Te veré más tarde.</strong></p><p><strong> Salió del coche y empezó a alejarse, pero Fox lo llamó. </strong></p><p><strong> - ¿Qué pasa?</strong></p><p><strong> - No seas duro con ella.</strong></p><p><strong> Villiers lo miró, con las manos en los bolsillos, se volvió y marchó hacia el edificio sin decir palabra.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Se te ve bien – dijo él.</strong></p><p><strong> Se hallaba de pie junto a la chimenea, donde ardía un fuego a gas. Gabrielle vestía pantalón de seda negro, iba descalza y llevaba el cabello atado atrás.</strong></p><p><strong> - También tú. ¿Cómo era aquello?</strong></p><p><strong> - Como las montañas de Escocia en un día de lluvia. – Rió con amargura -. Bien podríamos devolvérselas a los argentinos. La North Malvinas tiene escasos atractivos. Prefiero Armagh u Omán.</strong></p><p><strong> - Entonces, ¡qué significa todo esto? – preguntó -. ¿Qué estamos haciendo, Tony?</strong></p><p><strong> Ambos sintieron que resurgía el cariño, el afecto. No era amor, en sentido estricto, sino algo especial que existía entre ellos. </strong></p><p><strong> - Estamos jugando, mi amor. – Villiers se sirvió una copa de brandy -. Todos estamos jugando, desde Thatcher, Galtieri y Reagan para abajo.</strong></p><p><strong> - Y tú, Tony, ¿a qué has estado jugando todos estos años?</strong></p><p><strong> La miró con una sonrisa.</strong></p><p><strong> - Por Dios, Gabrielle, ¿no comprendes que eso es justamente lo que me he preguntado todos estos años?</strong></p><p><strong> Ella frunció el ceño, como si tratara de aclarar sus pensamientos, y se sentó.</strong></p><p><strong> - Amas a Montero, ¿verdad?</strong></p><p><strong> - Es lo más extraordinario que se haya cruzado por mi vida – dijo llanamente.</strong></p><p><strong> - ¿Podrás seguir en esto hasta el final?</strong></p><p><strong> - Así lo espero. No tengo opción, gracias a Ferguson.</strong></p><p><strong> - Un día de éstos pienso atropellarlo con un camión pesado. – Ella sonrió y él le tomó las manos -. Me gusta verte sonreír. Bueno, veamos ahora cómo te encuentras nuevamente con el argentino.</strong></p><p><strong> - ¿Tienes alguna idea?</strong></p><p><strong> - Es sencillo. Corwin dice que lo vio correr por el Bois de Boulogne ayer por la mañana.</strong></p><p><strong> - ¿Y bien?</strong></p><p><strong> - Aparentemente, corre muy bien, lo cual indica que está en buen estado físico. Además, ¿quién sale a correr bajo la lluvia, salvo un fanático, de esos que por nada del mundo dejan de hacer sus ejercicios diarios? Estoy seguro de que mañana estará allá.</strong></p><p><strong> - ¿Y yo?</strong></p><p><strong> - Saldrás a cabalgar. Te lo explicaré.</strong></p><p><strong> Cuando terminó, ella sonrió a su pesar.</strong></p><p><strong> - Siempre fuiste un tipo ingenioso, Tony.</strong></p><p><strong> - Para algunas cosas, sí. – Se puso de pie -. Estaré cerca. No te molestes, conozco la salida.</strong></p><p><strong> Vaciló y le tomó la mano. Ella se la apretó y lo miró con ojos angustiados.</strong></p><p><strong> - Lo amo, Tony. Cosa extraña, ¿verdad? Como en la poesía y los cuentos de hadas. Amor a primera vista. No puedo dejar de pensar en él.</strong></p><p><strong> - Comprendo.</strong></p><p><strong> - A partir de ahora trataré por todos los medios anular ese amor. No tengo alternativa…- Había lágrimas en sus ojos -. Bastante irónico, ¿no te parece?</strong></p><p><strong> Villiers no pudo responder, no había nada que pudiera decirle. Sintió crecer en él la furia, contra sí mismo y el argentino, contra Ferguson y el mundo en que vivían. La besó en la frente y salió.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> La mañana era lluviosa. Gabrielle cabalgó hasta los árboles y allí se detuvo siguiendo las instrucciones de Villiers. No había otro ruido que el susurro de la lluvia entre los árboles. Todo tenía un aire irreal.</strong></p><p><strong> En ese momento, a lo lejos, un hombre con un chandal negro apareció entre los árboles junto al lago y empezó a subir la cuesta a la carrera. Lo reconoció de inmediato, lo observó unos instantes, tal como le habían dicho, y luego espoleó el caballo.</strong></p><p><strong> Oyó un ruido a su derecha y dos hombres aparecieron entre los árboles. Uno de ellos tenía barba y vestía impermeable. El otro, más joven, vestía jeans, cabello rubio y largo. En ese instante supo que eran peligrosos.</strong></p><p><strong> El barbudo corrió hacia ella y alzó los brazos para asustar al caballo, éste se encabritó, tomó las riendas mientras el otro la agarraba del brazo derecho para bajarla de la montura. Ella lanzó un grito al caer.</strong></p><p><strong> El barbudo le aferró los brazos por detrás y el muchacho le palpó los pechos bajo el suéter. El caballo se había alejado.</strong></p><p><strong> - Llevémosla bajo los árboles – masculló el barbudo.</strong></p><p><strong> Gabrielle volvió a gritar, no tanto por temor sino por ira contra todos aquellos hombres que alguna vez trataron de ponerle una mano encima.</strong></p><p><strong> Al oír el primer grito, Montero se detuvo y alzó la vista, justamente cuando ella caía de la montura. No la reconoció, sólo vio a una mujer en dificultades y corrió a toda velocidad por la cuesta; sus zapatillas pisaban el césped mojado sin el menor ruido.</strong></p><p><strong> Gabrielle estaba tendida en el suelo; el barbudo la estiraba de un brazo mientras el otro miraba. Montero cayó sobre ellos como una tromba y lanzó un terrible golpe al riñon del más joven. El muchacho chilló y cayó de rodillas. El barbudo levantó la cabeza y Montero le dio un puntapié.</strong></p><p><strong> La zapatilla blanda no le hizo daño; el barbudo rodó y se puso de pie de un salto, sacando una navaja de bolsillo.</strong></p><p><strong> En ese momento, Gabrielle logró ponerse de pie y Montero la vio. Se detuvo, estupefacto, e instintivamente le tendió la mano.</strong></p><p><strong> Ella gritó asustada ante la arremetida del barbudo. Montero la apartó de un empujón y, con un ágil movimiento de cintura, eludió la embestida.</strong></p><p><strong> Raúl Montero jamás había sentido semejante ansia de matar. Aguardó la carga del otro, sólidamente plantado sobre sus pies. El hombre arremetió nuevamente con su navaja. Montero le aferró la muñeca y, manteniendo el brazo tenso como una barra de acero, se lo retorció hacia arriba y atrás. El hombre gritó y Montero lo derribó de un golpe terrible en el cuello. El joven vomitaba. Gabrielle se apoyó contra un árbol, el rostro pálido y manchado de barro.</strong></p><p><strong> - ¡Gabrielle, Dios mío! – gritó Montero sin poder contenerse.</strong></p><p><strong> Luego rió y la tomó de los brazos.</strong></p><p><strong> - No te gusta hacer las cosas a medias, ¿verdad? –dijo ella, temblorosa.</strong></p><p><strong> - Estas cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas. Traeré tu caballo.</strong></p><p><strong> Lo halló pastando en una mata cercana. El barbudo gimió y trató de incorporarse. El muchacho estaba apoyado contra un árbol.</strong></p><p><strong> - ¿Qué quieres que haga con estas bestias? ¿Llamo a la policía?</strong></p><p><strong> - No, déjalos. Ya tienen suficiente castigo.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Caminaron juntos hacia la verja.</strong></p><p><strong> - Es asombroso, realmente asombroso. Llegué ayer y no tenía tu dirección en París. Llamé a Londres pero no contestaba nadie.</strong></p><p><strong> - Lógico. Estaba aquí. – Había llegado el momento de comenzar con el libreto -. ¿Qué pasa, Raúl? Tu país está en guerra. ¿Por qué estas aquí y no en Buenos Aires?</strong></p><p><strong> - Es largo de explicar. Vivo cerca de aquí, en la Avenue de Neuilly, ¿y tú?</strong></p><p><strong> - Mi apartamento está en la Avenue Victor-Hugo.</strong></p><p><strong> - Bastante cerca – sonrió. ¿Vamos a mi apartamento o al tuyo?</strong></p><p><strong> La felicidad de Gabrielle era tal que por un instante olvidó el libreto.</strong></p><p><strong> - Raúl, estoy tan feliz de verte.</strong></p><p><strong> - Creo que esto debe ser lo que los ingleses llaman serendipity. Felicidad plena, total, inesperada…</strong></p><p><strong> - Sí, creo que así lo llaman.</strong></p><p><strong> Ascendieron la cuesta. Él le rodeaba la cintura. El caballo los seguía detrás.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Cuando desaparecieron, Tony Villiers y Harvey Jackson salieron de entre los árboles y se acercaron a los asaltantes. El barbudo, de pie, se aferraba el brazo, el rostro retorcido de dolor. El muchacho seguía vomitando.</strong></p><p><strong> - Les dije que la asustaran, nada más – dijo Villiers -. Lo tienen bien merecido por excederse.</strong></p><p><strong> Jackson sacó varios billetes y los metió en el bolsillo de la camisa del barbudo.</strong></p><p><strong> - Cinco mil francos.</strong></p><p><strong> - Quiero más – gimió el barbudo -. Ese tipo me ha roto el brazo.</strong></p><p><strong> - Tú te lo buscaste – dijo Jackson en mal francés.</strong></p><p><strong> Villiers estaba furioso, continuaba viendo la expresión horrorizada de Gabrielle. Parte su furia estaba dirigida contra él mismo, por haberla puesto en peligro.</strong></p><p><strong> - Malditos aficionados…. – Villiers se alejaba con la cabeza gacha.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El apartamento de la Avenue Victor –Hugo era espacioso y ventilado, con decorado y muebles de excelente gusto. Montero estaba sentado en el extremo de una enorme bañeras de mármol verde. Gabrielle volvió de la cocina, desnuda, con dos tazas de loza en una bandeja. Le dio una y entró en la bañera por el otro extremo.</strong></p><p><strong> - Por nosotros – dijo él, brindando con té.</strong></p><p><strong> - Por nosotros.</strong></p><p><strong> Por un instante, ella olvidó su horrible situación para saborear ese maravilloso momento con él. Ella frunció las cejas y con la punta del dedo rozó una larga cicatriz, no del todo cerrada, bajo su hombro derecho.</strong></p><p><strong> - ¿Qué pasó?</strong></p><p><strong> - Una esquirla de cañón. Tuve suerte.</strong></p><p><strong> Ella debió fingir ignorancia nuevamente.</strong></p><p><strong> - ¿has estado pilotando un avión? ¿En las Malvinas?</strong></p><p><strong> - Malvinas… - sonrió él -. Recuerda que ése es el nombre. Sí, pilotaba un bombardero Skyhawk llamado Gabrielle… Aparece en los noticiarios televisivos.</strong></p><p><strong> - ¿Estás bromeando?</strong></p><p><strong> - No, es cierto. Tu nombre está pintado en el morro de mi avión, bajo la carlinga. Has estado varias veces en el estrecho San Carlos, mi amor.</strong></p><p><strong> Bruscamente, recordó el incidente en Harrods, la voz del locutor, los aviones que bajaban sobre San Carlos, el misil destruyendo el Skywawk y los <img src="https://www.smiley-lol.com/smiley/musique/0applaude.gif" class="smilie" loading="lazy" alt="aplausos" title="Aplausos aplausos" data-shortname="aplausos" /> de los espectadores.</strong></p><p><strong> - Sí – dijo él con una sonrisa irónica – Quien hubiera dicho que a mi edad…</strong></p><p><strong> Ella sintió un destello de indignación.</strong></p><p><strong> - A tu edad, salir a combatir en un jet. Es lo más ridículo que he oído en mi vida. – Le acarició la mejilla -. ¿Lo pasaste muy mal, Raúl?</strong></p><p><strong> - He estado en el infierno varias veces –dijo -. He visto cómo los muchachos caían destrozados a mi alrededor. ¿Y todo para qué? – sus ojos enrojecidos miraban al vacío -. Cuando me fui de Río Gallegos, ya habíamos perdido a la mitad de nuestros pilotos. Y todo en vano, Gabrielle. Todo en vano. Es inútil</strong></p><p><strong> Ella sintió instintivamente su dolor.</strong></p><p><strong> - Cuéntame, Raúl. Quiero saberlo. No te contengas.</strong></p><p><strong> Estrechó sus manos con fuerza y se miraron.</strong></p><p><strong> - ¿Recuerdas a mi pariente, torero?</strong></p><p><strong> - Sí.</strong></p><p><strong> - Antes de salir al ruedo solía arrodillarse ante la Virgen para rezar. “Sálvame de los cuernos de esas bestias”, decía. Yo he enfrentado esos cuernos varias veces en las últimas semanas.</strong></p><p><strong> - ¿Por qué Raúl? ¿Por qué?</strong></p><p><strong> - Porque soy así. Vuelo. Es parte de mí, y allá no había alternativa. No podía quedarme sentado a un escritorio mientras los muchachos salían a combatir. ¿Sabes cómo llamamos al estrecho de las Malvinas? El Valle de la Muerte.</strong></p><p><strong> Tenía la mirada fija y la piel tensa sobre los pómulos.</strong></p><p><strong> - Cuando volaba a San Carlos lo único que mantenía esa puerta cerrada eras tú. Una vez, en uno de los peores momentos, cuando el avión dejó de responder a los mandos, estuve a punto de saltar. En ese momento, sentí el aroma de tu perfume. Aunque te parezca una locura, estabas allí, conmigo.</strong></p><p><strong> Ella lo miró, estupefacta.</strong></p><p><strong> - ¿Quiere decir que volverás allá?</strong></p><p><strong> Se encogió de hombros y respondió con evasivas.</strong></p><p><strong> - Permaneceré aquí un par de días más. No sé qué me espera a mi regreso.</strong></p><p><strong> - ¿Qué haces aquí?</strong></p><p><strong> - Asuntos de mi gobierno. El embargo que impusieron los franceses a la venta de armas nos causa problemas. Pero no hablemos de ellos. ¿Qué haces tú?</strong></p><p><strong> - Escribo una serie de notas para Paris Match.</strong></p><p><strong> - Y tu amoroso padre te mantiene.</strong></p><p><strong> - Por supuesto. </strong></p><p><strong> - Un Degas en una pared, un Monet en la otra.</strong></p><p><strong> Gabrielle se arrodilló y lo besó en la boca con suavidad.</strong></p><p><strong> - Había olvidado lo espléndido que eras.</strong></p><p><strong> - Otra vez usas esa palabra –dijo él, burlón -. ¿No se te ocurre otra?</strong></p><p><strong> - En este momento, no, pero si me llevas a la cama lo intentaré.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Más tarde, en la penumbra del dormitorio, ella se apoyó en un codo para mirarlo dormir. Repentinamente, la piel del rostro de él se crispó dolorida. Gimió, le brotó sudor de la frente, comenzó a bambolear la cabeza.</strong></p><p><strong> Ella le apartó el pelo de la frente y lo besó suavemente, como si fuera un niño.</strong></p><p><strong> - Todo está bien. Estoy aquí.</strong></p><p><strong> Él sonrió débilmente.</strong></p><p><strong> - Otra vez lo mismo. Me sucede con frecuencia últimamente. Recuerdas el sueño que te conté en tu apartamento en Londres?</strong></p><p><strong> - Un águila que se abate sobre ti.</strong></p><p><strong> - Así es. Como una tromba.</strong></p><p><strong> - Bueno, recuerda lo que te dije que debes hacer. Baja los alerones. El águila se estrellará.</strong></p><p><strong> Él la estrechó contra su cuerpo y la besó.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Cuando despertó, él se había ido. Sintió una horrible sensación de pánico. Se sentó y miró el reloj. Eran las cuatro. Entonces lo vio. Vestía el chandal negro y tenía un diario en la mano.</strong></p><p><strong> - Lo encontré en el buzón.</strong></p><p><strong> Montero se sentó al borde de la cama y comenzó a leer la primera página.</strong></p><p><strong> - ¿Algo de interés? – preguntó ella.</strong></p><p><strong> - Sí. Las fuerzas británicas iniciaron el avance desde San Carlos. Los Skyhawks atacaron a las tropas de tierra, pero cayeron dos. – Dejó el diario a un lado y se cubrió el rostro con las manos -. Demos un paseo.</strong></p><p><strong> - En cinco minutos estaré lista.</strong></p><p><strong>La esperó en la sala, fumando, y cuando ella apareció, vestía los mismos jeans y el impermeable de Londres. Bajaron y partieron en el coche de ella al Bois de Boulogne. Allá pasearon, tomados de la mano, hablando poco. Ya de regreso al parking, abrazados, ella preguntó:</strong></p><p><strong> - ¿Qué sucederá con nosotros?</strong></p><p><strong> - ¿Quieres saber cuáles sin mis intenciones? Las mejores. Me casaré contigo en el momento apropiado.</strong></p><p><strong> - Me refiero al futuro inmediato.</strong></p><p><strong> - Un par de días juntos, si tenemos suerte. Luego volveré a la Argentina.</strong></p><p><strong> Ella hizo un esfuerzo para parecer alegre.</strong></p><p><strong> - Eso quiere decir que tenemos esta noche. ¡Vamos a algún lugar a cenar y bailar y estar solos!</strong></p><p><strong> - ¿Qué sugieres?</strong></p><p><strong> - Un lugar en Montmartre que se llama Paco`s. Brasileño. La música es excelente.</strong></p><p><strong> - De acuerdo. Pasaré a buscarte a las ocho.</strong></p><p><strong> - Muy Bien.</strong></p><p><strong> Al abrir la portezuela del coche, Gabrielle vio a Villiers junto al quiosco de revistas, al otro lado del parking. Sintió un destello de furia.</strong></p><p><strong> - Te llevaré a tu departamento.</strong></p><p><strong> Así lo hizo.</strong></p><p><strong> Frente al apartamento de Montero, uno de los agentes de Nikolai Belov leía un diario sentado en un banco. Cuando Montero entró en el edificio, anotó el número de matrícula del coche de ella y se fue.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Gabrielle se paseaba por la sala del apartamento, a la espera de la inevitable llamada. Cuando ésta se produjo, fue rápidamente a la puerta y la abrió para dar paso a Villiers. Volvió a la sala, furiosa, giró para enfrentarse a él.</strong></p><p><strong> - ¿Y bien? – dijo él -. ¿Tienes algo que informar?</strong></p><p><strong> - El gobierno argentino lo ha enviado aquí por un problema relacionado con el embargo de armas.</strong></p><p><strong> - Excelente. ¿Algo más?</strong></p><p><strong> - Sí. No quiero que estés pisándome los talones constantemente. Hablo en serio. Ya tengo bastantes problemas sin eso.</strong></p><p><strong> - Quieres decir que te inquieto.</strong></p><p><strong> - Puedes pensar lo que te plazca. No te necesito esta noche. Cenaremos en Montmartre.</strong></p><p><strong> - Y luego volveréis aquí.</strong></p><p><strong> Ella fue hasta la puerta y la abrió.</strong></p><p><strong> - Adiós, Tony.</strong></p><p><strong> - No te preocupes –dijo él -. Harvey y yo tenemos otras cosas que hacer esta noche. ¡Hasta luego!</strong></p><p><strong> Gabrielle se prometió que pasaría una buena noche. No importaba lo que sucediera después; esa noche no se la robarían.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong>Donner estaba en la ducha cuando Wanda le alcanzó el teléfono.</strong></p><p><strong> - Belov quiere hablarte.</strong></p><p><strong> Donner se secó y tomó el teléfono.</strong></p><p><strong> - ¿En qué puedo servirte, Nikolai? – Escuchó unos instantes, impasible -. Muy interesante. Sí, mantenme al corriente. Si salen esta noche, infórmame.</strong></p><p><strong> - Hay algún problema? –preguntó ella.</strong></p><p><strong> - Parece que nuestro héroe de guerra se consiguió una amiguita. Según Belov, es una joven de belleza espectacular, que vive en la Avenue Victor-Hugo.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Montero había llevado un solo traje formal a París. Era un mohair azul oscuro, camisa blanca y corbata negra. Ella se había puesto el mismo vestido plateado de la noche en que se conocieron en la Embajada Argentina en Londres.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Cuando Belov lo llamó por segunda vez, Donner miraba el último boletín informativo sobre las Malvinas en la televisión.</strong></p><p><strong> - Han salido a divertirse – dijo el ruso -. Un restaurante brasileño en Montmartre. Se llama Paco`s.</strong></p><p><strong> - Interesante – dijo Donner -. ¿La comida es buena?</strong></p><p><strong> - Más o menos, pero buena música. La joven es hija de un empresario industrial muy adinerado, de nombre Maurice Legrand.</strong></p><p><strong> - Muy incesante. Bueno, yo me ocuparé - cortó la comunicación y se dirigió a Wanda -. Ponte lo mejor que tengas. Saldremos a bailar.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Después de hablar con Donner, Belov permaneció sentado. Irana Vronsky apareció con una cafetera.</strong></p><p><strong> - ¿Algún problema?</strong></p><p><strong> - No lo sé. Esta joven Legrand. Hay algo raro.</strong></p><p><strong> - Si quieres tranquilizarte, pide que la verifiquen… </strong></p><p><strong> - Muy buena idea. Ocúpate de eso mañana a primera hora.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El restaurante Paco`s era un lugar refinado y concurrido, con las mesas muy juntas y un quinteto sensacional. Consiguieron una mesa alejada desde la cual observar todo. Ella pidió whisky sour y él una soda Perrier con jugo de lima.</strong></p><p><strong> - ¿Sigues siendo abstemio?</strong></p><p><strong> - Tengo que mantenerme en forma; conservar el control. Hombre de mediana edad, mujer joven. ¿Entiendes?</strong></p><p><strong> - Sigue tomando vitaminas entonces – respondió ella -. Estás muy bien. Por supuesto que a mí sólo me interesa tu dinero…</strong></p><p><strong> - No –dijo él -. Te equivocas. Con la inflación que tenemos en Argentina, es a mi a quien le interesa tu dinero. Hasta los Montero sufrirán la crisis cuando termine la guerra. </strong></p><p><strong> La mención de la guerra la devolvió a la realidad, cosa que quería evitar.</strong></p><p><strong> - Bailemos – dijo ella, poniéndose de pie.</strong></p><p><strong> El quinteto tocaba bossa nova. Montero la llevaba a la perfección. Era un excelente bailarín.</strong></p><p><strong> Cuando terminó la pieza, Gabrielle dijo:</strong></p><p><strong> - Eres muy bueno. Deberías ser un gigoló.</strong></p><p><strong> - Es lo que decía mi madre. Los caballeros no bailan bien. – sonrió con picardía -. Siempre me ha gustado. De joven, recorría los boliches tangueros. El tango es la única forma de baile que le cuadra a un argentino. Refleja todo: la vida, el amor, la crisis… la muerte. ¿Y tú, bailas el tango?</strong></p><p><strong> - En raras ocasiones.</strong></p><p><strong> Se volvió hacia el director del quinteto y le dijo en portugués:</strong></p><p><strong> - Oye, por qué no tocas un tango. Uno que llegue al corazón, como Cambalache.</strong></p><p><strong> - Así que el señor es argentino – dijo el director -. Está usted muy lejos de su país en estos momentos, de modo que voy a dedicarle este tango a usted y la dama.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Desapareció detrás del escenario y volvió con un instrumento parecido a una concertina, aunque más largo. </strong></p><p><strong> - Muy bien – dijo Montero, complacido -, escucharemos tango en serio. Eso, mi amor, se llama bandoneón…</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El director empezó a tocar, acompañado únicamente por el piano y el violín. La música le llegó a Gabrielle hasta lo más hondo, porque expresaba una infinita tristeza, un deseo de amor, una resignación ante todo lo que vale la pena en la vida y está en manos de otro.</strong></p><p><strong> Bailaron como una sola persona, de una manera que a ella le habría parecido imposible. Montero no la dominaba ni la llevaba. Era un bailarín exquisito. Y al sonreír expresaba su amor, como una ofrenda honesta, sin pedir nada a cambio.</strong></p><p><strong> Muchos de los espectadores los contemplaban fascinados; uno de ellos era Felix Donner, sentado en la barra con Wanda.</strong></p><p><strong> - Dios mío – dijo -, qué belleza. Jamás he visto nada igual.</strong></p><p><strong> Al ver su expresión y su mirada, Wanda sintió celos.</strong></p><p><strong> - Cualquiera resulta atractiva con semejante vestido.</strong></p><p><strong> - *********** con el vestido – dijo Donner -. Ella resultaría atractiva con cualquier cosa… o sin nada.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> La pieza terminó. Varias personas aplaudieron. Montero y Gabrielle permanecieron abrazados, ajenos al mundo que los rodeaba.</strong></p><p><strong> - Realmente me amas – musitó ella suavemente, con un dejo de asombro en su voz.</strong></p><p><strong> - No tengo alternativa – dijo él -. Me preguntaste por qué vuelo. Te dije que porque soy así. Pregúntame por qué te amo. Te daré la misma respuesta.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Gabrielle se sintió invadida por una increíble ola de certeza y serenidad. Lo tomó de la mano.</strong></p><p><strong> - Sentémonos.</strong></p><p><strong> Al volver a la mesa pidió una botella de Dom Perignon.</strong></p><p><strong> - El tango es una forma de vida en Buenos Aires. Te llevaré a San Telmo, el barrio antiguo. Los mejores boliches de tango del mundo. Iremos a El Viejo Almacén. Allí te enseñarán a bailar como la mejor, en una noche.</strong></p><p><strong> - ¿Cuándo? –preguntó -. ¿Cuándo sucederá?</strong></p><p><strong> Pero la expresión de él se había enturbiado súbitamente.</strong></p><p><strong> - ¡Qué extraña casualidad! – exclamó Donner -. Señor Montero, qué agradable sorpresa.</strong></p><p><strong> Gabrielle giró la cabeza y vio a una pareja de pie junto a la mesa. Montero se incorporó a regañadientes.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> </strong></p><p></p><p>Parte 15</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812407, member: 341"] Halo Gabi Argento, la versión que tengo, en su portada tiene el perfil de una fragata o destructor anglo, sobre la bandera británica, ensombrecida en su borde superior, un horizonte y un objetivo... Estimados saludos! [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/rumbmalvindagger.jpg[/IMG] [B] Gabrielle cabalgaba por la Bois de Boulogne al mediodía. Ya no llovía, y había poca gente. Había dormido mal, y aún no estaba repuesta. Se sentía cansada y aturdida, enferma de miedo ante la misión que le aguardaba. Cuando la lluvia comenzó a repiquetear nuevamente, George Corwin se refugió bajo un roble. Gabrielle avanzaba al trote entre los árboles rumbo al lago, por la misma senda que había tomado Montero esa mañana. La cabalgata le había devuelto el color a sus mejillas, y estaba hermosa. Cuando vio a Corwin frenó el caballo. - Ah, es usted. Desmontó. Corwin le entregó copias de las fotos que había tomado esa mañana. - Mírelas. Yo sostendré las riendas. Miró la primera. - El hombre más bajo es Juan García. El alto es Donner y el otro el Belov, el agente de la KGB. A Montero ya lo conoce. Pasó a la foto siguiente, sintiendo un nudo en el estómago. - Ese es Yanni Stavrou, el guardaespaldas de Donner. Un tipo de lo más peligroso imaginable. Pasó a las fotos de Montero en el parque. Había una donde se lo veía corriendo al máximo de velocidad, saturado de la alegría de correr, el rostro distendido y sin dolor. Gabrielle sintió una punzada tan violenta que le resultaba insoportable seguir mirando las fotos. Se las devolvió y tomó las riendas del caballo. - ¿Está usted bien? - Claro que sí. ¿Cuándo llega Tony? - Alrededor de las cinco. Harry Fox llegará antes. El brigadier quiere que su esposo esté al corriente de todo antes de verla a usted. - Ya no es mi esposo, señor Corwin – dijo Gabrielle al montar al caballo - Ha cometido usted un tonto error. En este juego no podemos darnos lujos de cometer errores. En su fuero interno, Corwin le dio la razón, al verla alejarse. Corwin, Jackson y Tony Villiers subían por el ascensor al décimo piso de la casa de apartamentos de la Avenue Victor-Hugo. - Este un apartamento con pensión, pequeño pero muy cómodo – dijo Corwin, espectante -. Tuve que alquilarlo por todo el mes, no aceptan menos. - Estoy seguro que el Departamento podrá pagarlo – dijo Villiers. - Lo alquilé porque Gabrielle vive a pocas manzanas, en la misma avenida La ubicación es muy conveniente. Trató de sonreír, pero se topó con la implacable hostilidad de Villiers. - Sé donde vive aunque usted no lo crea… Estaba cansado, demasiado. Además, sentía frustración y, cuando pensaba en Ferguson, lo invadía el odio. El ascensor se detuvo, Corwin los condujo por el pasillo, tomó una llave y abrió una puerta. Luego le entregó la llave a Villiers. Junato a la ventana, Harry Fox leía un diario. Villiers lo miró. - ¿Alguna novedad? - En realidad no. –Fox dejó el diario a un lado -. Dicen que el avance desde San Carlos empezará en cualquier momento. Villiers arrojó su bolso sobre la cama. - Al grano, Harry. La última vez que vi a Ferguson le dije que dejara en paz a Gabrielle. ¿Qué está tramando ahora? - No va a gustarte, Tony. - Harvey, tráenos un trago. Creo que voy a necesitarlo. Bien, desembucha… En la Maison Blanche, el viejo gitano Maurice Gaubert y su hijo Paul ponían trampas para conejos en el bosque cerca de la casa, cuando un camión se detuvo en el patio, ante un establo. Ante la mirada de los Gaubert, varios hombres bajaron y empezaron a recibir diversos elementos que otros les pasaban desde adentro. Stavrou salió de la cabina y abrió las puertas del establo. - Es el guardaespaldas del señor Donner – dijo Paul Gaubert. El padre soltó las trampas y tomó su escopeta. - Bajemos a ver qué pasa. Stavrou salió del establo y los vio. Encendió un cigarrillo y se apoyó en el camión para esperarlos. - Bonjour, Monsieur – dijo Maurice Gaubert -. Veo que ahora sois más. - Así es. - ¿Monsieur Donner vendrá también? - Mañana, probablemente. Paul Gaubert se sentía incómodo bajo la mirada sombría de Stavrou. - ¿Podemos servirle en algo, Monsieur? - Mantengan los ojos abiertos por si viene algún extraño – Stavrou le tendió un par de billetes de mil francos -. ¿Comprendido? - Perfectamente, Monsieur – dijo Gaubert -. Si vemos algo, se lo comunicaremos. Stavrou los contempló mientras se alejaban y luego volvió al establo, donde los hombres ordenaban los elementos descargados del camión. - A formar – ordenó -. Rápido. Los hombres en un instante estaban en posición de firmes. Stavrou se paseó por el establo, mirándolos. - Por lo que a mí respecta, ustedes han vuelto al Ejército. Cuanto antes se hagan a la idea, mejor. Corwin había conseguido un Citroën y, cuando se detuvieron ante el departamento de Gabrielle esa noche, Jackson estaba al volante. Harry Fox y Villiers ocupaban el asiento trasero. - Eso es todo – dijo Fox -. Ahora sabes de qué se trata. - Así parece. - Hay otro etalle más. Ese profesor Bernard, que mencioné, sigue recibiendo llamadas desde Buenos Aires. Le piden asesoramiento técnico sobre los Exocets que les quedan, que no pueden ser muchos. Nuestra gente en Buenos Aires interceptó dos llamadas anoche. - Mala cosa –dijo Villiers. - Así es. Ferguson considera que eso no puede seguir. Quiere que te ocupes de eso ya que estás aquí. - De acuerdo – dijo Villiers, inexpresivo. - Bien. Ahora, si el sargento mayor es tan amable, le pediré que me lleve al aeropuerto Charles de Gaulle, para que pueda alcanzar el último vuelo a Londres. - De acuerdo. Harvey, ocúpate del capitán Fox – dijo Villiers -. No vengas a recogerme. Volveré a pie. Te veré más tarde. Salió del coche y empezó a alejarse, pero Fox lo llamó. - ¿Qué pasa? - No seas duro con ella. Villiers lo miró, con las manos en los bolsillos, se volvió y marchó hacia el edificio sin decir palabra. - Se te ve bien – dijo él. Se hallaba de pie junto a la chimenea, donde ardía un fuego a gas. Gabrielle vestía pantalón de seda negro, iba descalza y llevaba el cabello atado atrás. - También tú. ¿Cómo era aquello? - Como las montañas de Escocia en un día de lluvia. – Rió con amargura -. Bien podríamos devolvérselas a los argentinos. La North Malvinas tiene escasos atractivos. Prefiero Armagh u Omán. - Entonces, ¡qué significa todo esto? – preguntó -. ¿Qué estamos haciendo, Tony? Ambos sintieron que resurgía el cariño, el afecto. No era amor, en sentido estricto, sino algo especial que existía entre ellos. - Estamos jugando, mi amor. – Villiers se sirvió una copa de brandy -. Todos estamos jugando, desde Thatcher, Galtieri y Reagan para abajo. - Y tú, Tony, ¿a qué has estado jugando todos estos años? La miró con una sonrisa. - Por Dios, Gabrielle, ¿no comprendes que eso es justamente lo que me he preguntado todos estos años? Ella frunció el ceño, como si tratara de aclarar sus pensamientos, y se sentó. - Amas a Montero, ¿verdad? - Es lo más extraordinario que se haya cruzado por mi vida – dijo llanamente. - ¿Podrás seguir en esto hasta el final? - Así lo espero. No tengo opción, gracias a Ferguson. - Un día de éstos pienso atropellarlo con un camión pesado. – Ella sonrió y él le tomó las manos -. Me gusta verte sonreír. Bueno, veamos ahora cómo te encuentras nuevamente con el argentino. - ¿Tienes alguna idea? - Es sencillo. Corwin dice que lo vio correr por el Bois de Boulogne ayer por la mañana. - ¿Y bien? - Aparentemente, corre muy bien, lo cual indica que está en buen estado físico. Además, ¿quién sale a correr bajo la lluvia, salvo un fanático, de esos que por nada del mundo dejan de hacer sus ejercicios diarios? Estoy seguro de que mañana estará allá. - ¿Y yo? - Saldrás a cabalgar. Te lo explicaré. Cuando terminó, ella sonrió a su pesar. - Siempre fuiste un tipo ingenioso, Tony. - Para algunas cosas, sí. – Se puso de pie -. Estaré cerca. No te molestes, conozco la salida. Vaciló y le tomó la mano. Ella se la apretó y lo miró con ojos angustiados. - Lo amo, Tony. Cosa extraña, ¿verdad? Como en la poesía y los cuentos de hadas. Amor a primera vista. No puedo dejar de pensar en él. - Comprendo. - A partir de ahora trataré por todos los medios anular ese amor. No tengo alternativa…- Había lágrimas en sus ojos -. Bastante irónico, ¿no te parece? Villiers no pudo responder, no había nada que pudiera decirle. Sintió crecer en él la furia, contra sí mismo y el argentino, contra Ferguson y el mundo en que vivían. La besó en la frente y salió. La mañana era lluviosa. Gabrielle cabalgó hasta los árboles y allí se detuvo siguiendo las instrucciones de Villiers. No había otro ruido que el susurro de la lluvia entre los árboles. Todo tenía un aire irreal. En ese momento, a lo lejos, un hombre con un chandal negro apareció entre los árboles junto al lago y empezó a subir la cuesta a la carrera. Lo reconoció de inmediato, lo observó unos instantes, tal como le habían dicho, y luego espoleó el caballo. Oyó un ruido a su derecha y dos hombres aparecieron entre los árboles. Uno de ellos tenía barba y vestía impermeable. El otro, más joven, vestía jeans, cabello rubio y largo. En ese instante supo que eran peligrosos. El barbudo corrió hacia ella y alzó los brazos para asustar al caballo, éste se encabritó, tomó las riendas mientras el otro la agarraba del brazo derecho para bajarla de la montura. Ella lanzó un grito al caer. El barbudo le aferró los brazos por detrás y el muchacho le palpó los pechos bajo el suéter. El caballo se había alejado. - Llevémosla bajo los árboles – masculló el barbudo. Gabrielle volvió a gritar, no tanto por temor sino por ira contra todos aquellos hombres que alguna vez trataron de ponerle una mano encima. Al oír el primer grito, Montero se detuvo y alzó la vista, justamente cuando ella caía de la montura. No la reconoció, sólo vio a una mujer en dificultades y corrió a toda velocidad por la cuesta; sus zapatillas pisaban el césped mojado sin el menor ruido. Gabrielle estaba tendida en el suelo; el barbudo la estiraba de un brazo mientras el otro miraba. Montero cayó sobre ellos como una tromba y lanzó un terrible golpe al riñon del más joven. El muchacho chilló y cayó de rodillas. El barbudo levantó la cabeza y Montero le dio un puntapié. La zapatilla blanda no le hizo daño; el barbudo rodó y se puso de pie de un salto, sacando una navaja de bolsillo. En ese momento, Gabrielle logró ponerse de pie y Montero la vio. Se detuvo, estupefacto, e instintivamente le tendió la mano. Ella gritó asustada ante la arremetida del barbudo. Montero la apartó de un empujón y, con un ágil movimiento de cintura, eludió la embestida. Raúl Montero jamás había sentido semejante ansia de matar. Aguardó la carga del otro, sólidamente plantado sobre sus pies. El hombre arremetió nuevamente con su navaja. Montero le aferró la muñeca y, manteniendo el brazo tenso como una barra de acero, se lo retorció hacia arriba y atrás. El hombre gritó y Montero lo derribó de un golpe terrible en el cuello. El joven vomitaba. Gabrielle se apoyó contra un árbol, el rostro pálido y manchado de barro. - ¡Gabrielle, Dios mío! – gritó Montero sin poder contenerse. Luego rió y la tomó de los brazos. - No te gusta hacer las cosas a medias, ¿verdad? –dijo ella, temblorosa. - Estas cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas. Traeré tu caballo. Lo halló pastando en una mata cercana. El barbudo gimió y trató de incorporarse. El muchacho estaba apoyado contra un árbol. - ¿Qué quieres que haga con estas bestias? ¿Llamo a la policía? - No, déjalos. Ya tienen suficiente castigo. Caminaron juntos hacia la verja. - Es asombroso, realmente asombroso. Llegué ayer y no tenía tu dirección en París. Llamé a Londres pero no contestaba nadie. - Lógico. Estaba aquí. – Había llegado el momento de comenzar con el libreto -. ¿Qué pasa, Raúl? Tu país está en guerra. ¿Por qué estas aquí y no en Buenos Aires? - Es largo de explicar. Vivo cerca de aquí, en la Avenue de Neuilly, ¿y tú? - Mi apartamento está en la Avenue Victor-Hugo. - Bastante cerca – sonrió. ¿Vamos a mi apartamento o al tuyo? La felicidad de Gabrielle era tal que por un instante olvidó el libreto. - Raúl, estoy tan feliz de verte. - Creo que esto debe ser lo que los ingleses llaman serendipity. Felicidad plena, total, inesperada… - Sí, creo que así lo llaman. Ascendieron la cuesta. Él le rodeaba la cintura. El caballo los seguía detrás. Cuando desaparecieron, Tony Villiers y Harvey Jackson salieron de entre los árboles y se acercaron a los asaltantes. El barbudo, de pie, se aferraba el brazo, el rostro retorcido de dolor. El muchacho seguía vomitando. - Les dije que la asustaran, nada más – dijo Villiers -. Lo tienen bien merecido por excederse. Jackson sacó varios billetes y los metió en el bolsillo de la camisa del barbudo. - Cinco mil francos. - Quiero más – gimió el barbudo -. Ese tipo me ha roto el brazo. - Tú te lo buscaste – dijo Jackson en mal francés. Villiers estaba furioso, continuaba viendo la expresión horrorizada de Gabrielle. Parte su furia estaba dirigida contra él mismo, por haberla puesto en peligro. - Malditos aficionados…. – Villiers se alejaba con la cabeza gacha. El apartamento de la Avenue Victor –Hugo era espacioso y ventilado, con decorado y muebles de excelente gusto. Montero estaba sentado en el extremo de una enorme bañeras de mármol verde. Gabrielle volvió de la cocina, desnuda, con dos tazas de loza en una bandeja. Le dio una y entró en la bañera por el otro extremo. - Por nosotros – dijo él, brindando con té. - Por nosotros. Por un instante, ella olvidó su horrible situación para saborear ese maravilloso momento con él. Ella frunció las cejas y con la punta del dedo rozó una larga cicatriz, no del todo cerrada, bajo su hombro derecho. - ¿Qué pasó? - Una esquirla de cañón. Tuve suerte. Ella debió fingir ignorancia nuevamente. - ¿has estado pilotando un avión? ¿En las Malvinas? - Malvinas… - sonrió él -. Recuerda que ése es el nombre. Sí, pilotaba un bombardero Skyhawk llamado Gabrielle… Aparece en los noticiarios televisivos. - ¿Estás bromeando? - No, es cierto. Tu nombre está pintado en el morro de mi avión, bajo la carlinga. Has estado varias veces en el estrecho San Carlos, mi amor. Bruscamente, recordó el incidente en Harrods, la voz del locutor, los aviones que bajaban sobre San Carlos, el misil destruyendo el Skywawk y los aplausos de los espectadores. - Sí – dijo él con una sonrisa irónica – Quien hubiera dicho que a mi edad… Ella sintió un destello de indignación. - A tu edad, salir a combatir en un jet. Es lo más ridículo que he oído en mi vida. – Le acarició la mejilla -. ¿Lo pasaste muy mal, Raúl? - He estado en el infierno varias veces –dijo -. He visto cómo los muchachos caían destrozados a mi alrededor. ¿Y todo para qué? – sus ojos enrojecidos miraban al vacío -. Cuando me fui de Río Gallegos, ya habíamos perdido a la mitad de nuestros pilotos. Y todo en vano, Gabrielle. Todo en vano. Es inútil Ella sintió instintivamente su dolor. - Cuéntame, Raúl. Quiero saberlo. No te contengas. Estrechó sus manos con fuerza y se miraron. - ¿Recuerdas a mi pariente, torero? - Sí. - Antes de salir al ruedo solía arrodillarse ante la Virgen para rezar. “Sálvame de los cuernos de esas bestias”, decía. Yo he enfrentado esos cuernos varias veces en las últimas semanas. - ¿Por qué Raúl? ¿Por qué? - Porque soy así. Vuelo. Es parte de mí, y allá no había alternativa. No podía quedarme sentado a un escritorio mientras los muchachos salían a combatir. ¿Sabes cómo llamamos al estrecho de las Malvinas? El Valle de la Muerte. Tenía la mirada fija y la piel tensa sobre los pómulos. - Cuando volaba a San Carlos lo único que mantenía esa puerta cerrada eras tú. Una vez, en uno de los peores momentos, cuando el avión dejó de responder a los mandos, estuve a punto de saltar. En ese momento, sentí el aroma de tu perfume. Aunque te parezca una locura, estabas allí, conmigo. Ella lo miró, estupefacta. - ¿Quiere decir que volverás allá? Se encogió de hombros y respondió con evasivas. - Permaneceré aquí un par de días más. No sé qué me espera a mi regreso. - ¿Qué haces aquí? - Asuntos de mi gobierno. El embargo que impusieron los franceses a la venta de armas nos causa problemas. Pero no hablemos de ellos. ¿Qué haces tú? - Escribo una serie de notas para Paris Match. - Y tu amoroso padre te mantiene. - Por supuesto. - Un Degas en una pared, un Monet en la otra. Gabrielle se arrodilló y lo besó en la boca con suavidad. - Había olvidado lo espléndido que eras. - Otra vez usas esa palabra –dijo él, burlón -. ¿No se te ocurre otra? - En este momento, no, pero si me llevas a la cama lo intentaré. Más tarde, en la penumbra del dormitorio, ella se apoyó en un codo para mirarlo dormir. Repentinamente, la piel del rostro de él se crispó dolorida. Gimió, le brotó sudor de la frente, comenzó a bambolear la cabeza. Ella le apartó el pelo de la frente y lo besó suavemente, como si fuera un niño. - Todo está bien. Estoy aquí. Él sonrió débilmente. - Otra vez lo mismo. Me sucede con frecuencia últimamente. Recuerdas el sueño que te conté en tu apartamento en Londres? - Un águila que se abate sobre ti. - Así es. Como una tromba. - Bueno, recuerda lo que te dije que debes hacer. Baja los alerones. El águila se estrellará. Él la estrechó contra su cuerpo y la besó. Cuando despertó, él se había ido. Sintió una horrible sensación de pánico. Se sentó y miró el reloj. Eran las cuatro. Entonces lo vio. Vestía el chandal negro y tenía un diario en la mano. - Lo encontré en el buzón. Montero se sentó al borde de la cama y comenzó a leer la primera página. - ¿Algo de interés? – preguntó ella. - Sí. Las fuerzas británicas iniciaron el avance desde San Carlos. Los Skyhawks atacaron a las tropas de tierra, pero cayeron dos. – Dejó el diario a un lado y se cubrió el rostro con las manos -. Demos un paseo. - En cinco minutos estaré lista. La esperó en la sala, fumando, y cuando ella apareció, vestía los mismos jeans y el impermeable de Londres. Bajaron y partieron en el coche de ella al Bois de Boulogne. Allá pasearon, tomados de la mano, hablando poco. Ya de regreso al parking, abrazados, ella preguntó: - ¿Qué sucederá con nosotros? - ¿Quieres saber cuáles sin mis intenciones? Las mejores. Me casaré contigo en el momento apropiado. - Me refiero al futuro inmediato. - Un par de días juntos, si tenemos suerte. Luego volveré a la Argentina. Ella hizo un esfuerzo para parecer alegre. - Eso quiere decir que tenemos esta noche. ¡Vamos a algún lugar a cenar y bailar y estar solos! - ¿Qué sugieres? - Un lugar en Montmartre que se llama Paco`s. Brasileño. La música es excelente. - De acuerdo. Pasaré a buscarte a las ocho. - Muy Bien. Al abrir la portezuela del coche, Gabrielle vio a Villiers junto al quiosco de revistas, al otro lado del parking. Sintió un destello de furia. - Te llevaré a tu departamento. Así lo hizo. Frente al apartamento de Montero, uno de los agentes de Nikolai Belov leía un diario sentado en un banco. Cuando Montero entró en el edificio, anotó el número de matrícula del coche de ella y se fue. Gabrielle se paseaba por la sala del apartamento, a la espera de la inevitable llamada. Cuando ésta se produjo, fue rápidamente a la puerta y la abrió para dar paso a Villiers. Volvió a la sala, furiosa, giró para enfrentarse a él. - ¿Y bien? – dijo él -. ¿Tienes algo que informar? - El gobierno argentino lo ha enviado aquí por un problema relacionado con el embargo de armas. - Excelente. ¿Algo más? - Sí. No quiero que estés pisándome los talones constantemente. Hablo en serio. Ya tengo bastantes problemas sin eso. - Quieres decir que te inquieto. - Puedes pensar lo que te plazca. No te necesito esta noche. Cenaremos en Montmartre. - Y luego volveréis aquí. Ella fue hasta la puerta y la abrió. - Adiós, Tony. - No te preocupes –dijo él -. Harvey y yo tenemos otras cosas que hacer esta noche. ¡Hasta luego! Gabrielle se prometió que pasaría una buena noche. No importaba lo que sucediera después; esa noche no se la robarían. Donner estaba en la ducha cuando Wanda le alcanzó el teléfono. - Belov quiere hablarte. Donner se secó y tomó el teléfono. - ¿En qué puedo servirte, Nikolai? – Escuchó unos instantes, impasible -. Muy interesante. Sí, mantenme al corriente. Si salen esta noche, infórmame. - Hay algún problema? –preguntó ella. - Parece que nuestro héroe de guerra se consiguió una amiguita. Según Belov, es una joven de belleza espectacular, que vive en la Avenue Victor-Hugo. Montero había llevado un solo traje formal a París. Era un mohair azul oscuro, camisa blanca y corbata negra. Ella se había puesto el mismo vestido plateado de la noche en que se conocieron en la Embajada Argentina en Londres. Cuando Belov lo llamó por segunda vez, Donner miraba el último boletín informativo sobre las Malvinas en la televisión. - Han salido a divertirse – dijo el ruso -. Un restaurante brasileño en Montmartre. Se llama Paco`s. - Interesante – dijo Donner -. ¿La comida es buena? - Más o menos, pero buena música. La joven es hija de un empresario industrial muy adinerado, de nombre Maurice Legrand. - Muy incesante. Bueno, yo me ocuparé - cortó la comunicación y se dirigió a Wanda -. Ponte lo mejor que tengas. Saldremos a bailar. Después de hablar con Donner, Belov permaneció sentado. Irana Vronsky apareció con una cafetera. - ¿Algún problema? - No lo sé. Esta joven Legrand. Hay algo raro. - Si quieres tranquilizarte, pide que la verifiquen… - Muy buena idea. Ocúpate de eso mañana a primera hora. El restaurante Paco`s era un lugar refinado y concurrido, con las mesas muy juntas y un quinteto sensacional. Consiguieron una mesa alejada desde la cual observar todo. Ella pidió whisky sour y él una soda Perrier con jugo de lima. - ¿Sigues siendo abstemio? - Tengo que mantenerme en forma; conservar el control. Hombre de mediana edad, mujer joven. ¿Entiendes? - Sigue tomando vitaminas entonces – respondió ella -. Estás muy bien. Por supuesto que a mí sólo me interesa tu dinero… - No –dijo él -. Te equivocas. Con la inflación que tenemos en Argentina, es a mi a quien le interesa tu dinero. Hasta los Montero sufrirán la crisis cuando termine la guerra. La mención de la guerra la devolvió a la realidad, cosa que quería evitar. - Bailemos – dijo ella, poniéndose de pie. El quinteto tocaba bossa nova. Montero la llevaba a la perfección. Era un excelente bailarín. Cuando terminó la pieza, Gabrielle dijo: - Eres muy bueno. Deberías ser un gigoló. - Es lo que decía mi madre. Los caballeros no bailan bien. – sonrió con picardía -. Siempre me ha gustado. De joven, recorría los boliches tangueros. El tango es la única forma de baile que le cuadra a un argentino. Refleja todo: la vida, el amor, la crisis… la muerte. ¿Y tú, bailas el tango? - En raras ocasiones. Se volvió hacia el director del quinteto y le dijo en portugués: - Oye, por qué no tocas un tango. Uno que llegue al corazón, como Cambalache. - Así que el señor es argentino – dijo el director -. Está usted muy lejos de su país en estos momentos, de modo que voy a dedicarle este tango a usted y la dama. Desapareció detrás del escenario y volvió con un instrumento parecido a una concertina, aunque más largo. - Muy bien – dijo Montero, complacido -, escucharemos tango en serio. Eso, mi amor, se llama bandoneón… El director empezó a tocar, acompañado únicamente por el piano y el violín. La música le llegó a Gabrielle hasta lo más hondo, porque expresaba una infinita tristeza, un deseo de amor, una resignación ante todo lo que vale la pena en la vida y está en manos de otro. Bailaron como una sola persona, de una manera que a ella le habría parecido imposible. Montero no la dominaba ni la llevaba. Era un bailarín exquisito. Y al sonreír expresaba su amor, como una ofrenda honesta, sin pedir nada a cambio. Muchos de los espectadores los contemplaban fascinados; uno de ellos era Felix Donner, sentado en la barra con Wanda. - Dios mío – dijo -, qué belleza. Jamás he visto nada igual. Al ver su expresión y su mirada, Wanda sintió celos. - Cualquiera resulta atractiva con semejante vestido. - *********** con el vestido – dijo Donner -. Ella resultaría atractiva con cualquier cosa… o sin nada. La pieza terminó. Varias personas aplaudieron. Montero y Gabrielle permanecieron abrazados, ajenos al mundo que los rodeaba. - Realmente me amas – musitó ella suavemente, con un dejo de asombro en su voz. - No tengo alternativa – dijo él -. Me preguntaste por qué vuelo. Te dije que porque soy así. Pregúntame por qué te amo. Te daré la misma respuesta. Gabrielle se sintió invadida por una increíble ola de certeza y serenidad. Lo tomó de la mano. - Sentémonos. Al volver a la mesa pidió una botella de Dom Perignon. - El tango es una forma de vida en Buenos Aires. Te llevaré a San Telmo, el barrio antiguo. Los mejores boliches de tango del mundo. Iremos a El Viejo Almacén. Allí te enseñarán a bailar como la mejor, en una noche. - ¿Cuándo? –preguntó -. ¿Cuándo sucederá? Pero la expresión de él se había enturbiado súbitamente. - ¡Qué extraña casualidad! – exclamó Donner -. Señor Montero, qué agradable sorpresa. Gabrielle giró la cabeza y vio a una pareja de pie junto a la mesa. Montero se incorporó a regañadientes. [/B] Parte 15 [/QUOTE]
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