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Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812408" data-attributes="member: 341"><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/malvinasancarlos.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p><strong> Llovía. Paul Bernard descendió del taxi y le pagó al chofer, en la esquina de una calle próxima al Sena. Era una zona de oficinas y almacenes, muy activa de día, pero desierta de noche. Buscó la dirección que García le había dado esa misma tarde.</strong></p><p><strong> Finalmente llegó a un almacén, el cartel decía Lebel y Compañía, Importadores. Entró, el almacén estaba oscuro, pero había luz en un oficina de un piso superior.</strong></p><p><strong> - García – llamó-. ¿Dónde está?</strong></p><p><strong> Vio una sombra detrás del vidrio opaco de la pared de la oficina. La puerta se abrió y una voz dijo: “Aquí estoy.”</strong></p><p><strong> Bernard subió los desvencijados escalones de madera alegremente.</strong></p><p><strong> - No tengo demasiado tiempo. Una de mis alumnas me ha invitado a cenar para que la ayude a pasar revista a su tesis. Con un poco de suerte, seguiremos hasta la mañana.</strong></p><p><strong> Al franquear la puerta se encontró con Tony Villiers, sentado al escritorio.</strong></p><p><strong> - ¿Quién es usted? – preguntó Bernard -. ¿Dónde está García? ¡Tenía que estar aquí!</strong></p><p><strong> - No pudo venir.</strong></p><p><strong> La puerta se cerró y, al volverse, Bernard se topó con Harvey Jackson. Por primera vez, sintió miedo.</strong></p><p><strong> - ¿Qué pasa aquí?</strong></p><p><strong> Jackson lo tomó de los hombros y lo obligó a sentarse.</strong></p><p><strong> - Cállese y limítese a responder las preguntas que se le hagan.</strong></p><p><strong> Villiers sacó una Smith & Wesson de un bolsillo y un silenciador Carswell del otro y lo enroscó.</strong></p><p><strong> - Este revólver puede ser disparado sin hacer ruido, profesor, pero me imagino que usted ya lo sabía.</strong></p><p><strong> - ¿Qué significa todo esto? – preguntó Bernard</strong></p><p><strong> Villiers dejó el Smith & Wesson sobre el escritorio.</strong></p><p><strong> - Significa que queremos preguntarle sobre sus llamadas telefónicas a la Argentina, incluyendo los misiles Exocet. También queremos saber sobre un sujeto llamado Donner.</strong></p><p><strong> Bernard estaba furioso, a pesar de su temor.</strong></p><p><strong> - ¿Quién es usted?</strong></p><p><strong> - Tres días atrás estaba en las Malvinas y he visto muchos muertos. Soy oficial del Special Air Service británico.</strong></p><p><strong> - ¡Hijo de ****! –exclamó Bernard, incapaz de contenerse.</strong></p><p><strong> - Exactamente. Alguien dijo una vez, con cierta injusticia, que nosotros somos lo más parecido a los SS que pueda encontrarse en el Ejército británico. Pero eso no le importa. Si usted no responde a mis preguntas, le volaré su rótula izquierda con esto. – Tomó el Smith & Wesson -. Una broma bastante pesada que nos enseñó el IRA en el Ulster. Si con esto no basta, le volaré la derecha. Tendrá que caminar con muletas el resto de su vida.</strong></p><p><strong>Había una maceta con una planta sobre un estante en el otro extremo de la oficina. Villiers apuntó el Smith & Wesson. El sonido del disparo fue apagado y la maceta se desintegró.</strong></p><p><strong> - ¿Qué sabe usted de Donner? – preguntó Bernard.</strong></p><p><strong> - Sé que en los próximos días piensa entregar varios misiles Exocet a los agentes argentinos que se encuentran en este país. ¿Dónde piensa obtenerlos?</strong></p><p><strong> - No me lo han dicho – dijo Bernard -. En realidad, creo que no se lo ha dicho a nadie.</strong></p><p><strong> Villiers alzó el Smith & Wesson como si fuera a apuntarle.</strong></p><p><strong> - ¡No, no, escuche...! – dijo Bernard, asustado.</strong></p><p><strong> - Está bien, lo escucho, pero diga lo que sabe.</strong></p><p><strong> - Hay una base de pruebas de Exocets en una isla frente a la costa de Bretaña. Donner alquiló una casa allí. Creo que su plan es secuestrar uno de los camiones de Aerospatiale que los transportan al puerto para ser llevados a la isla.</strong></p><p><strong> Su rostro estaba pálido y bañado en sudor; evidentemente, decía la verdad tal como la conocía. Villiers asintió tranquilamente.</strong></p><p><strong> - Espérame en el coche, Harvey.</strong></p><p><strong> Jackson salió y sus pasos resonaron en los escalones de madera.</strong></p><p><strong> Villiers dejó el Smith & Wesson sobre el escritorio, encendió un cigarrillo y se puso de pie, con las manos en los bolsillos del impermeable.</strong></p><p><strong> - Usted no quiere mucho a los ingleses, ¿verdad? ¿A qué se debe?</strong></p><p><strong> - Ustedes nos abandonaron a los boches en 1940. Fusilaron a mi padre, incendiaron la aldea. A mi madre...</strong></p><p><strong> Se encogió de hombros, agobiado por los años y la desesperación.</strong></p><p><strong> Villiers se dirigió al otro extremo de la oficina y empezó a leer el tablero de informaciones. Bernard echó una mirada nerviosa al Smith & Wesson sobre la mesa.</strong></p><p><strong> - Mi padre estaba en el SOE durante la guerra – dijo Villiers -. La sección francesa. Entró tres veces en Francia en paracaídas para colaborar con la resistencia. La última vez lo traicionaron, lo arrestaron y condujeron al cuartel de la GESTAPO en la Rue de Saussaies. Un lugar horrible en un barrio elegante. Lo interrogaron durante tres días, de manera tan brutal que su pie derecho quedó inútil desde entonces.</strong></p><p><strong> Al volverse, siempre con las manos en los bolsillos del impermeable, vio que Bernard seguía sentado pero tenía el Smith & Wesson en la mano.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Le ruego que me deje terminar, profesor, porque falta lo mejor. Su torturador era un francés al servicio de la Gestapo. Uno de esos fascistas que uno se encuentra por todas partes.</strong></p><p><strong> Bernard lanzó un breve grito y disparó. Pero Villiers ya estaba de rodilla en tierra, y su mano sostenía una Walter PPK que había sacado del bolsillo. El francés cayó hacia atrás con un agujero en la frente.</strong></p><p><strong> Villiers recuperó el Smith & Wesson, apagó la luz, bajó la escalera y salió a la noche. Calle arriba se encendieron los faros de un coche, y el Citroën se detuvo junto a la acera, conducido por Jackson. Villiers se instaló en el asiento de atrás.</strong></p><p><strong> - ¿Le dio una oportunidad? – preguntó Jackson.</strong></p><p><strong> - Por supuesto.</strong></p><p><strong> - Me lo imaginaba. ¿Por qué no lo mató de entrada? ¿A qué estaba jugando? ¿Se siente mejor así? </strong></p><p><strong> - En marcha, sargento – dijo Villiers, y encendió un cigarrillo.</strong></p><p><strong> - Le ofrezco mis disculpas – dijo Jackson -. Confío en que el señor mayor sabrá disculparme.</strong></p><p><strong> Puso primera y partieron.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Donner pidió otra botella de champaña.</strong></p><p><strong> - Su copa está vacía – le dijo a Montero, y trató de llenársela.</strong></p><p><strong> - No, gracias. El champaña me sienta mal.</strong></p><p><strong> Montero se lo impidió con un gesto.</strong></p><p><strong> - Tonterías – dijo Donner -. El hombre que rechaza el champaña rechaza la vida, ¿no le parece, Mademoiselle Legrand?</strong></p><p><strong> - En realidad, eso es una idiotez – contestó ella -. No tiene la menor lógica.</strong></p><p><strong> Donner rió.</strong></p><p><strong> - Me gusta la mujer que dice lo que piensa. Que no calla. Wanda jamás dice lo que piensa. Ella sólo dirá lo que cree que usted quiere escuchar. ¿No es así, Wanda?</strong></p><p><strong> La muchacha no puso ocultar su sentimiento de humillación. Aferró su cartera, cubierta de lentejuelas, para contener el temblor en las manos. Gabrielle abrió la boca para dar rienda suelta a su ira, pero Raúl le dio una palmada en la mano.</strong></p><p><strong> - Si me permite, señorita Jones, será para mí un gran placer demostrale como bailamos el tango en la Argentina.</strong></p><p><strong> Ella lo miró con asombro y luego miró brevemente a Donner. Él la ignoró y se sirvió más champaña.</strong></p><p><strong> - Creo que me gustaría – dijo Wanda y fue hacia la pista.</strong></p><p><strong> - No tardaré – susurró Montero a Gabrielle con una sonrisa -. Si éste te molesta, dímelo y le haré lo mismo que al barbudo.</strong></p><p><strong> - ¿Crees que podrás?</strong></p><p><strong> Él se inclinó y la besó, haciendo caso omiso de la presencia de Donner, y luego fue a la pista, donde lo esperaba Wanda.</strong></p><p><strong> - Hermoso – dijo Donner -. Bello espectáculo. ¿Podré bailar yo también?</strong></p><p><strong> Gabrielle sorbió la champaña.</strong></p><p><strong> - Bajo ninguna circunstancia estaría dispuesta a bailar con usted, por la sencilla razón que me desagrada.</strong></p><p><strong> Los ojos de Donner relampaguearon por un instante, pero su expresión afable no se alteró. Antes que pudiera responder, se acercó el maître.</strong></p><p><strong> - ¿Moiseur Donner?</strong></p><p><strong> - Hay una llamada para usted.</strong></p><p><strong> Donner lo siguió a la mesa de recepción y tomó el teléfono.</strong></p><p><strong> - Aquí Donner. </strong></p><p><strong> - Habla Nikolai. Escucha, me llamó García. Bernard le dejó una nota esta tarde, con una lista de convoyes que parten de St.-Martin a la Ile de Roc en los próximos cuatro días. Hay uno solo que reúne las condiciones, y estará en el lugar exacto en la madrugada del 29.</strong></p><p><strong> - Es decir, pasado mañana.</strong></p><p><strong> - Exactamente, ¿podrás hacerlo?</strong></p><p><strong> - No hay problema. Volaremos en el Chieftain mañana por la mañana. Llevaré al comodoro conmigo.</strong></p><p><strong> - Muy bien. ¿Qué te parece la chica Legrand?</strong></p><p><strong> - Me ha impresionado. Quizá le sugiera que viaje con nosotros.</strong></p><p><strong> - ¿Crees que lo hará?</strong></p><p><strong> - Tal vez. Es evidente que están locamente enamorados.</strong></p><p><strong> - En realidad, es una buena idea – dijo Belov.</strong></p><p><strong> - ¿Por qué?</strong></p><p><strong> - No sé. Hay algo extraño en ella, es mi instinto.</strong></p><p><strong> - Entonces, verifica quién es.</strong></p><p><strong> - Lo haré. Mañana te llamaré.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Donner colgó el teléfono, encendió un cigarrillo, mientras contemplaba a Gabrielle y pensaba en lo que Belov le había dicho. Era una mujer hermosa, pero había algo más.</strong></p><p><strong> Wanda lo vio desde la pista, percibió la expresión en su mirada y le dijo a Montero:</strong></p><p><strong> - ¿La dama que lo acompaña significa mucho para usted?</strong></p><p><strong> - Lo significa todo para mí.</strong></p><p><strong> - Entonces, cuídese de él – dijo Wanda-. Está acostumbrado a conseguir todo lo que se propone.</strong></p><p><strong> Al terminar la pieza el sonrió y le besó la mano.</strong></p><p><strong> - Usted merece algo mejor que él.</strong></p><p><strong> Ella sonrió con tristeza.</strong></p><p><strong> Llegaron a la mesa al mismo tiempo que Donner.</strong></p><p><strong> - Acaban de llamarme por teléfono – le dijo a Montero -. Nuestra transacción tendrá lugar el sábado. Deberemos volar a Lancy mañana por la mañana. He alquilado una antigua residencia campestre, la Maison Blanche. Buen lugar de descanso.</strong></p><p><strong> Montero se sintió embargado por la tristeza. Donner se volvió hacia Gabrielle.</strong></p><p><strong> - ¿Le gustaría pasar un par de días en el campo?</strong></p><p><strong> - Creo que no –dijo ella.</strong></p><p><strong> Al ver la expresión de Montero y comprender que les quedaba poco tiempo juntos, olvidó la misión que le había encomendado Ferguson.</strong></p><p><strong> - Piénselo esta noche – dijo Donner.</strong></p><p><strong> Ella se puso de pie.</strong></p><p><strong> - Les ruego que me disculpen. Estoy muy cansada. </strong></p><p><strong> - Por supuesto – dijo Donner -. Ha sido un placer.</strong></p><p><strong> Los miró partir con expresión hosca, pagó su cuenta y salió sin decir palabra alguna a Wanda.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Gabrielle se preparó un whisky sour en su apartamento, y se paseó por la sala, furiosa.</strong></p><p><strong> - Ese hombre es la cosa más repugnante que he visto en mi vida. ¿Tienes negocios con él?</strong></p><p><strong> - Me temo que sí, pero olvídalo – dijo -. Te traigo un obsequio. – Sacó un paquete de su bolsillo -. Cuando nos separamos esta tarde llamé un taxi y me fui de compras.</strong></p><p><strong> El elegante envoltorio decía Cartier. Gabrielle lo abrió y se encontró con un estuche forrado en terciopelo. En su interior había un anillo, o mejor, tres anillos de oro de distintas tonalidades, entrelazados.</strong></p><p><strong> - Es un anillo de compromiso ruso – dijo-. Se lleva en el meñique de la mano izquierda.</strong></p><p><strong> - Lo sé.</strong></p><p><strong> Ella tendió la mano y él le colocó el anillo.</strong></p><p><strong> - Me parece que está flojo.</strong></p><p><strong> Ella meneó la cabeza y lo miró.</strong></p><p><strong> - No – susurró.- Encaja perfectamente.</strong></p><p><strong> - Es una prenda –dijo -. En señal de… Ha llegado el momento y no tengo palabras. Que Dios me ayude, debo hacer esto bien. Dime, ¿existe la menor posibilidad de que te interese casarte con un anciano piloto de combate que se está volviendo demasiado viejo para volar en un jet y podría resultar difícil convivir?</strong></p><p><strong> Ella lo tomó del brazo. Había lágrimas en sus ojos.</strong></p><p><strong> - Raúl, quiero pedirte algo.</strong></p><p><strong> - Lo que quieras.</strong></p><p><strong> - Ve a dar un paseo. Quiero estar sola un rato.</strong></p><p><strong> Él la miró con preocupación.</strong></p><p><strong> - Lo lamento. Volveré a mi apartamento. Tal vez podamos vernos por la mañana, antes de mi partida.</strong></p><p><strong> - No – susurró Gabrielle, con un dejo de pánico en la voz -. Quiero que vuelvas.</strong></p><p><strong> - Por supuesto, mi amor. - La besó con suavidad -. Volveré luego.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Soy Gabrielle – dijo ella cuando Villiers tomó el teléfono.</strong></p><p><strong> - ¿Tienes algo que informar?</strong></p><p><strong> Tomó aliento antes de hablar.</strong></p><p><strong> - Donner estuvo con nosotros esta noche. Le dijo a Raúl que la transacción tendría lugar el sábado por la mañana y que volarán a Lancy. No sé dónde es.</strong></p><p><strong> - Bretaña – dijo él -. Eso encaja con lo que ya sabíamos.</strong></p><p><strong> - Sugirió que viajara con ellos. Se alojarán en una casa llamada Maison Blanche.</strong></p><p><strong> - ¿Aceptaste?</strong></p><p><strong> - Quiero terminar con esto. No lo soporto más.</strong></p><p><strong> - Es duro, lo sé, pero hay que hacerlo. Ya sé lo que sientes por Montero. Lo admiro como hombre, Gabrielle, pero es nuestro enemigo y éste no es un problema de personas. Se trata de detener una partida de Exocets.</strong></p><p><strong> - No me convencerás – dijo ella.</strong></p><p><strong> - Está bien. No te presionaré. Pero debes informar a Ferguson. Si cambias de parecer, llámame mañana.</strong></p><p><strong> Villiers cortó comunicación e inmediatamente marcó el número del apartamento de Cavendish Place, en Londres. Harry Fox atendió la comunicación.</strong></p><p><strong> - Malas novedades en el frente – dijo Villiers -. Gabrielle me ha llamado. Los planes están en marcha, pero ella no o soporta más. Quiere abandonar.</strong></p><p><strong> - Está bien – dijo Fox -. Yo me ocuparé.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Gabrielle se sirvió otra copa y la bebió de un trago para tranquilizarse. Había que hacerlo. Marcó el número de Ferguson en Londres. Él respondió de inmediato.</strong></p><p><strong> - Habla Ferguson.</strong></p><p><strong> - Soy Gabrielle.</strong></p><p><strong> Su voz se alteró.</strong></p><p><strong> - Mi querida niña, ¿dónde has estado? Te he llamado varias veces.</strong></p><p><strong> - He salido a cenar, ¿por qué?</strong></p><p><strong> Hubo una pausa, ella tuvo una premonición.</strong></p><p><strong> - No me resulta fácil decírtelo – dijo -. He tratado de comunicarme con tu madre y tu padrastro, pero parece que están en un crucero por las islas griegas.</strong></p><p><strong> - ¿Richard? – susurró Gabrielle.</strong></p><p><strong> - Sí, querida. Me duele tener que transmitirte esta noticia. Desaparecido, probablemente muerto en acción cerca de Puerto Argentino.</strong></p><p><strong> - Dios mío – dijo Gabrielle.</strong></p><p><strong> Por un instante lo recordó en el desfile de graduación, un joven sonriente, bien parecido, muy elegante con su uniforme oficial.</strong></p><p><strong> - Comprendo que esto te afectará mucho – dijo Ferguson -. Dadas las circunstancias, será mejor que abandones.</strong></p><p><strong> - No – replicó ella con cansancio -. No tiene objeto. Ya no. Gracias, que tenga buenas noches, brigadier.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Miró el teléfono un instante, luego tomó el auricular y marcó nuevamente el número de Villiers. Él respondió de inmediato.</strong></p><p><strong> - He cambiado de parecer, Tony. Mañana iré con Raúl y Donner a Lancy. No conozco la ubicación de la casa de Donner allí.</strong></p><p><strong> - No te preocupes por eso. Harvey y yo iremos esta noche en coche. Ya la encontraremos. –Vaciló -. ¿Algún problema? ¿Por qué has cambiado de parecer?</strong></p><p><strong> - Richard murió en acción – dijo -. Hay que poner fin a todo esto, por el bien de todos, Tony. Ya hay demasiados muertos.</strong></p><p><strong> - Dios mío – dijo Villiers, y ella cortó.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Al regresar, Montero vio que la puerta estaba entornada. La cerró y pasó a la sala.</strong></p><p><strong> - ¿Gabrielle?</strong></p><p><strong> - Aquí estoy.</strong></p><p><strong> Yacía en la cama, en la oscuridad. El quiso encender la luz.</strong></p><p><strong> - No, no la enciendas, Raúl – pidió ella con voz suave.</strong></p><p><strong> Él se sentó al borde de la cama, preocupado.</strong></p><p><strong> - Mi amor, si no te sientes bien, puedo irme. No hay problema.</strong></p><p><strong> - No. – Le tomó del brazo -. No me dejes. Acuéstate conmigo.</strong></p><p><strong> Ella no pudo contener más su dolor y angustia. Las lágrimas empezaron a fluir, cálidas y lentas. Él la acarició y posó sus labios en su frente como si fuera una niña, hasta que ella se durmió.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Villiers y Jackson viajaron toda la noche, pasaron por Orleáns, Tours y Nantes y de allí al sur. Llegaron temprano a Lancy. Al llegar a la alambrada exterior del viejo aeródromo, Jackson disminuyó la marcha del Citroën. Detuvo el coche al borde del camino, bajo una arboleda. Luego echaron un vistazo a la pista aérea. </strong></p><p><strong> - Da la impresión de ser de la época de la guerra – dijo Villiers.</strong></p><p><strong> - No hay señales de vida – dijo Jackson -. Detesto esta clase de lugares. Me recuerdan a los miles de hombres buenos que han muerto.</strong></p><p><strong> - Te comprendo – asintió Villiers.</strong></p><p><strong> - ¿Qué haremos ahora?</strong></p><p><strong> - Vamos a St.-Martin. Tenemos que descubrir la casa de Donner.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Tendida de espaldas, Gabrielle contemplaba el techo. De pronto giró la cabeza. Montero la miraba.</strong></p><p><strong> - ¿Quieres hablar de ello?</strong></p><p><strong> - No hay nada que contar. Son fantasmas del pasado, nada más –le apretó la mano -. Este asunto con Donner en Bretaña es muy importante, ¿verdad?</strong></p><p><strong> - Sí. Digamos que él puede proporcionarnos ciertos materiales que mi gobierno necesita, porque el embargo de armas ha cerrado las vías normales.</strong></p><p><strong> - Y cuando concluyas el negocio volverás a la Argentinas, ¿verdad? ¿Cuándo, Raúl? ¿En dos días? ¿Tal vez tres?</strong></p><p><strong> - No tengo alternativa – dijo él, llanamente.</strong></p><p><strong> - Ni yo. Debo aprovechar el tiempo que me queda contigo, aun cuando deba compartirlo con ese desgraciado de Donner. Iré con vosotros a Lancy.</strong></p><p><strong> - ¿Estás segura?</strong></p><p><strong> - Muy segura.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Donner se paseaba impaciente, en Brie-Comte-Robert, fumando un cigarrillo tras otro. Wanda estaba apoyada en la pared del hangar y Rabier esperaba en el Chieftain,.</strong></p><p><strong> - ¿Dónde diablos se habrá metido? – preguntó Donner.</strong></p><p><strong> En ese momento un taxi atravesó el portón principal. Raúl Montero vestía unos jeans y la vieja chaqueta de aviador. Bajó del taxi y le tendió una mano a Gabrielle para ayudarla. Donner sintió que su furia se desvanecía, y fue a su encuentro con una expresión de verdadero placer.</strong></p><p><strong> - De modo que ha resuelto acompañarnos.</strong></p><p><strong> - Sí. Lo pensé y decidí que no tenía nada mejor que hacer.</strong></p><p><strong> Montero sacó los bolsos del taxi y pagó al chofer. Gabrielle estaba hermosa con sus jeans e impermeable azul, y Donner la contemplaba maravillado. Era una sensación rara y nueva. Todos se encaminaron hacia el Chieftain.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p></p><p></p><p>Parte 16</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812408, member: 341"] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/malvinasancarlos.jpg[/IMG] [B] Llovía. Paul Bernard descendió del taxi y le pagó al chofer, en la esquina de una calle próxima al Sena. Era una zona de oficinas y almacenes, muy activa de día, pero desierta de noche. Buscó la dirección que García le había dado esa misma tarde. Finalmente llegó a un almacén, el cartel decía Lebel y Compañía, Importadores. Entró, el almacén estaba oscuro, pero había luz en un oficina de un piso superior. - García – llamó-. ¿Dónde está? Vio una sombra detrás del vidrio opaco de la pared de la oficina. La puerta se abrió y una voz dijo: “Aquí estoy.” Bernard subió los desvencijados escalones de madera alegremente. - No tengo demasiado tiempo. Una de mis alumnas me ha invitado a cenar para que la ayude a pasar revista a su tesis. Con un poco de suerte, seguiremos hasta la mañana. Al franquear la puerta se encontró con Tony Villiers, sentado al escritorio. - ¿Quién es usted? – preguntó Bernard -. ¿Dónde está García? ¡Tenía que estar aquí! - No pudo venir. La puerta se cerró y, al volverse, Bernard se topó con Harvey Jackson. Por primera vez, sintió miedo. - ¿Qué pasa aquí? Jackson lo tomó de los hombros y lo obligó a sentarse. - Cállese y limítese a responder las preguntas que se le hagan. Villiers sacó una Smith & Wesson de un bolsillo y un silenciador Carswell del otro y lo enroscó. - Este revólver puede ser disparado sin hacer ruido, profesor, pero me imagino que usted ya lo sabía. - ¿Qué significa todo esto? – preguntó Bernard Villiers dejó el Smith & Wesson sobre el escritorio. - Significa que queremos preguntarle sobre sus llamadas telefónicas a la Argentina, incluyendo los misiles Exocet. También queremos saber sobre un sujeto llamado Donner. Bernard estaba furioso, a pesar de su temor. - ¿Quién es usted? - Tres días atrás estaba en las Malvinas y he visto muchos muertos. Soy oficial del Special Air Service británico. - ¡Hijo de ****! –exclamó Bernard, incapaz de contenerse. - Exactamente. Alguien dijo una vez, con cierta injusticia, que nosotros somos lo más parecido a los SS que pueda encontrarse en el Ejército británico. Pero eso no le importa. Si usted no responde a mis preguntas, le volaré su rótula izquierda con esto. – Tomó el Smith & Wesson -. Una broma bastante pesada que nos enseñó el IRA en el Ulster. Si con esto no basta, le volaré la derecha. Tendrá que caminar con muletas el resto de su vida. Había una maceta con una planta sobre un estante en el otro extremo de la oficina. Villiers apuntó el Smith & Wesson. El sonido del disparo fue apagado y la maceta se desintegró. - ¿Qué sabe usted de Donner? – preguntó Bernard. - Sé que en los próximos días piensa entregar varios misiles Exocet a los agentes argentinos que se encuentran en este país. ¿Dónde piensa obtenerlos? - No me lo han dicho – dijo Bernard -. En realidad, creo que no se lo ha dicho a nadie. Villiers alzó el Smith & Wesson como si fuera a apuntarle. - ¡No, no, escuche...! – dijo Bernard, asustado. - Está bien, lo escucho, pero diga lo que sabe. - Hay una base de pruebas de Exocets en una isla frente a la costa de Bretaña. Donner alquiló una casa allí. Creo que su plan es secuestrar uno de los camiones de Aerospatiale que los transportan al puerto para ser llevados a la isla. Su rostro estaba pálido y bañado en sudor; evidentemente, decía la verdad tal como la conocía. Villiers asintió tranquilamente. - Espérame en el coche, Harvey. Jackson salió y sus pasos resonaron en los escalones de madera. Villiers dejó el Smith & Wesson sobre el escritorio, encendió un cigarrillo y se puso de pie, con las manos en los bolsillos del impermeable. - Usted no quiere mucho a los ingleses, ¿verdad? ¿A qué se debe? - Ustedes nos abandonaron a los boches en 1940. Fusilaron a mi padre, incendiaron la aldea. A mi madre... Se encogió de hombros, agobiado por los años y la desesperación. Villiers se dirigió al otro extremo de la oficina y empezó a leer el tablero de informaciones. Bernard echó una mirada nerviosa al Smith & Wesson sobre la mesa. - Mi padre estaba en el SOE durante la guerra – dijo Villiers -. La sección francesa. Entró tres veces en Francia en paracaídas para colaborar con la resistencia. La última vez lo traicionaron, lo arrestaron y condujeron al cuartel de la GESTAPO en la Rue de Saussaies. Un lugar horrible en un barrio elegante. Lo interrogaron durante tres días, de manera tan brutal que su pie derecho quedó inútil desde entonces. Al volverse, siempre con las manos en los bolsillos del impermeable, vio que Bernard seguía sentado pero tenía el Smith & Wesson en la mano. - Le ruego que me deje terminar, profesor, porque falta lo mejor. Su torturador era un francés al servicio de la Gestapo. Uno de esos fascistas que uno se encuentra por todas partes. Bernard lanzó un breve grito y disparó. Pero Villiers ya estaba de rodilla en tierra, y su mano sostenía una Walter PPK que había sacado del bolsillo. El francés cayó hacia atrás con un agujero en la frente. Villiers recuperó el Smith & Wesson, apagó la luz, bajó la escalera y salió a la noche. Calle arriba se encendieron los faros de un coche, y el Citroën se detuvo junto a la acera, conducido por Jackson. Villiers se instaló en el asiento de atrás. - ¿Le dio una oportunidad? – preguntó Jackson. - Por supuesto. - Me lo imaginaba. ¿Por qué no lo mató de entrada? ¿A qué estaba jugando? ¿Se siente mejor así? - En marcha, sargento – dijo Villiers, y encendió un cigarrillo. - Le ofrezco mis disculpas – dijo Jackson -. Confío en que el señor mayor sabrá disculparme. Puso primera y partieron. Donner pidió otra botella de champaña. - Su copa está vacía – le dijo a Montero, y trató de llenársela. - No, gracias. El champaña me sienta mal. Montero se lo impidió con un gesto. - Tonterías – dijo Donner -. El hombre que rechaza el champaña rechaza la vida, ¿no le parece, Mademoiselle Legrand? - En realidad, eso es una idiotez – contestó ella -. No tiene la menor lógica. Donner rió. - Me gusta la mujer que dice lo que piensa. Que no calla. Wanda jamás dice lo que piensa. Ella sólo dirá lo que cree que usted quiere escuchar. ¿No es así, Wanda? La muchacha no puso ocultar su sentimiento de humillación. Aferró su cartera, cubierta de lentejuelas, para contener el temblor en las manos. Gabrielle abrió la boca para dar rienda suelta a su ira, pero Raúl le dio una palmada en la mano. - Si me permite, señorita Jones, será para mí un gran placer demostrale como bailamos el tango en la Argentina. Ella lo miró con asombro y luego miró brevemente a Donner. Él la ignoró y se sirvió más champaña. - Creo que me gustaría – dijo Wanda y fue hacia la pista. - No tardaré – susurró Montero a Gabrielle con una sonrisa -. Si éste te molesta, dímelo y le haré lo mismo que al barbudo. - ¿Crees que podrás? Él se inclinó y la besó, haciendo caso omiso de la presencia de Donner, y luego fue a la pista, donde lo esperaba Wanda. - Hermoso – dijo Donner -. Bello espectáculo. ¿Podré bailar yo también? Gabrielle sorbió la champaña. - Bajo ninguna circunstancia estaría dispuesta a bailar con usted, por la sencilla razón que me desagrada. Los ojos de Donner relampaguearon por un instante, pero su expresión afable no se alteró. Antes que pudiera responder, se acercó el maître. - ¿Moiseur Donner? - Hay una llamada para usted. Donner lo siguió a la mesa de recepción y tomó el teléfono. - Aquí Donner. - Habla Nikolai. Escucha, me llamó García. Bernard le dejó una nota esta tarde, con una lista de convoyes que parten de St.-Martin a la Ile de Roc en los próximos cuatro días. Hay uno solo que reúne las condiciones, y estará en el lugar exacto en la madrugada del 29. - Es decir, pasado mañana. - Exactamente, ¿podrás hacerlo? - No hay problema. Volaremos en el Chieftain mañana por la mañana. Llevaré al comodoro conmigo. - Muy bien. ¿Qué te parece la chica Legrand? - Me ha impresionado. Quizá le sugiera que viaje con nosotros. - ¿Crees que lo hará? - Tal vez. Es evidente que están locamente enamorados. - En realidad, es una buena idea – dijo Belov. - ¿Por qué? - No sé. Hay algo extraño en ella, es mi instinto. - Entonces, verifica quién es. - Lo haré. Mañana te llamaré. Donner colgó el teléfono, encendió un cigarrillo, mientras contemplaba a Gabrielle y pensaba en lo que Belov le había dicho. Era una mujer hermosa, pero había algo más. Wanda lo vio desde la pista, percibió la expresión en su mirada y le dijo a Montero: - ¿La dama que lo acompaña significa mucho para usted? - Lo significa todo para mí. - Entonces, cuídese de él – dijo Wanda-. Está acostumbrado a conseguir todo lo que se propone. Al terminar la pieza el sonrió y le besó la mano. - Usted merece algo mejor que él. Ella sonrió con tristeza. Llegaron a la mesa al mismo tiempo que Donner. - Acaban de llamarme por teléfono – le dijo a Montero -. Nuestra transacción tendrá lugar el sábado. Deberemos volar a Lancy mañana por la mañana. He alquilado una antigua residencia campestre, la Maison Blanche. Buen lugar de descanso. Montero se sintió embargado por la tristeza. Donner se volvió hacia Gabrielle. - ¿Le gustaría pasar un par de días en el campo? - Creo que no –dijo ella. Al ver la expresión de Montero y comprender que les quedaba poco tiempo juntos, olvidó la misión que le había encomendado Ferguson. - Piénselo esta noche – dijo Donner. Ella se puso de pie. - Les ruego que me disculpen. Estoy muy cansada. - Por supuesto – dijo Donner -. Ha sido un placer. Los miró partir con expresión hosca, pagó su cuenta y salió sin decir palabra alguna a Wanda. Gabrielle se preparó un whisky sour en su apartamento, y se paseó por la sala, furiosa. - Ese hombre es la cosa más repugnante que he visto en mi vida. ¿Tienes negocios con él? - Me temo que sí, pero olvídalo – dijo -. Te traigo un obsequio. – Sacó un paquete de su bolsillo -. Cuando nos separamos esta tarde llamé un taxi y me fui de compras. El elegante envoltorio decía Cartier. Gabrielle lo abrió y se encontró con un estuche forrado en terciopelo. En su interior había un anillo, o mejor, tres anillos de oro de distintas tonalidades, entrelazados. - Es un anillo de compromiso ruso – dijo-. Se lleva en el meñique de la mano izquierda. - Lo sé. Ella tendió la mano y él le colocó el anillo. - Me parece que está flojo. Ella meneó la cabeza y lo miró. - No – susurró.- Encaja perfectamente. - Es una prenda –dijo -. En señal de… Ha llegado el momento y no tengo palabras. Que Dios me ayude, debo hacer esto bien. Dime, ¿existe la menor posibilidad de que te interese casarte con un anciano piloto de combate que se está volviendo demasiado viejo para volar en un jet y podría resultar difícil convivir? Ella lo tomó del brazo. Había lágrimas en sus ojos. - Raúl, quiero pedirte algo. - Lo que quieras. - Ve a dar un paseo. Quiero estar sola un rato. Él la miró con preocupación. - Lo lamento. Volveré a mi apartamento. Tal vez podamos vernos por la mañana, antes de mi partida. - No – susurró Gabrielle, con un dejo de pánico en la voz -. Quiero que vuelvas. - Por supuesto, mi amor. - La besó con suavidad -. Volveré luego. - Soy Gabrielle – dijo ella cuando Villiers tomó el teléfono. - ¿Tienes algo que informar? Tomó aliento antes de hablar. - Donner estuvo con nosotros esta noche. Le dijo a Raúl que la transacción tendría lugar el sábado por la mañana y que volarán a Lancy. No sé dónde es. - Bretaña – dijo él -. Eso encaja con lo que ya sabíamos. - Sugirió que viajara con ellos. Se alojarán en una casa llamada Maison Blanche. - ¿Aceptaste? - Quiero terminar con esto. No lo soporto más. - Es duro, lo sé, pero hay que hacerlo. Ya sé lo que sientes por Montero. Lo admiro como hombre, Gabrielle, pero es nuestro enemigo y éste no es un problema de personas. Se trata de detener una partida de Exocets. - No me convencerás – dijo ella. - Está bien. No te presionaré. Pero debes informar a Ferguson. Si cambias de parecer, llámame mañana. Villiers cortó comunicación e inmediatamente marcó el número del apartamento de Cavendish Place, en Londres. Harry Fox atendió la comunicación. - Malas novedades en el frente – dijo Villiers -. Gabrielle me ha llamado. Los planes están en marcha, pero ella no o soporta más. Quiere abandonar. - Está bien – dijo Fox -. Yo me ocuparé. Gabrielle se sirvió otra copa y la bebió de un trago para tranquilizarse. Había que hacerlo. Marcó el número de Ferguson en Londres. Él respondió de inmediato. - Habla Ferguson. - Soy Gabrielle. Su voz se alteró. - Mi querida niña, ¿dónde has estado? Te he llamado varias veces. - He salido a cenar, ¿por qué? Hubo una pausa, ella tuvo una premonición. - No me resulta fácil decírtelo – dijo -. He tratado de comunicarme con tu madre y tu padrastro, pero parece que están en un crucero por las islas griegas. - ¿Richard? – susurró Gabrielle. - Sí, querida. Me duele tener que transmitirte esta noticia. Desaparecido, probablemente muerto en acción cerca de Puerto Argentino. - Dios mío – dijo Gabrielle. Por un instante lo recordó en el desfile de graduación, un joven sonriente, bien parecido, muy elegante con su uniforme oficial. - Comprendo que esto te afectará mucho – dijo Ferguson -. Dadas las circunstancias, será mejor que abandones. - No – replicó ella con cansancio -. No tiene objeto. Ya no. Gracias, que tenga buenas noches, brigadier. Miró el teléfono un instante, luego tomó el auricular y marcó nuevamente el número de Villiers. Él respondió de inmediato. - He cambiado de parecer, Tony. Mañana iré con Raúl y Donner a Lancy. No conozco la ubicación de la casa de Donner allí. - No te preocupes por eso. Harvey y yo iremos esta noche en coche. Ya la encontraremos. –Vaciló -. ¿Algún problema? ¿Por qué has cambiado de parecer? - Richard murió en acción – dijo -. Hay que poner fin a todo esto, por el bien de todos, Tony. Ya hay demasiados muertos. - Dios mío – dijo Villiers, y ella cortó. Al regresar, Montero vio que la puerta estaba entornada. La cerró y pasó a la sala. - ¿Gabrielle? - Aquí estoy. Yacía en la cama, en la oscuridad. El quiso encender la luz. - No, no la enciendas, Raúl – pidió ella con voz suave. Él se sentó al borde de la cama, preocupado. - Mi amor, si no te sientes bien, puedo irme. No hay problema. - No. – Le tomó del brazo -. No me dejes. Acuéstate conmigo. Ella no pudo contener más su dolor y angustia. Las lágrimas empezaron a fluir, cálidas y lentas. Él la acarició y posó sus labios en su frente como si fuera una niña, hasta que ella se durmió. Villiers y Jackson viajaron toda la noche, pasaron por Orleáns, Tours y Nantes y de allí al sur. Llegaron temprano a Lancy. Al llegar a la alambrada exterior del viejo aeródromo, Jackson disminuyó la marcha del Citroën. Detuvo el coche al borde del camino, bajo una arboleda. Luego echaron un vistazo a la pista aérea. - Da la impresión de ser de la época de la guerra – dijo Villiers. - No hay señales de vida – dijo Jackson -. Detesto esta clase de lugares. Me recuerdan a los miles de hombres buenos que han muerto. - Te comprendo – asintió Villiers. - ¿Qué haremos ahora? - Vamos a St.-Martin. Tenemos que descubrir la casa de Donner. Tendida de espaldas, Gabrielle contemplaba el techo. De pronto giró la cabeza. Montero la miraba. - ¿Quieres hablar de ello? - No hay nada que contar. Son fantasmas del pasado, nada más –le apretó la mano -. Este asunto con Donner en Bretaña es muy importante, ¿verdad? - Sí. Digamos que él puede proporcionarnos ciertos materiales que mi gobierno necesita, porque el embargo de armas ha cerrado las vías normales. - Y cuando concluyas el negocio volverás a la Argentinas, ¿verdad? ¿Cuándo, Raúl? ¿En dos días? ¿Tal vez tres? - No tengo alternativa – dijo él, llanamente. - Ni yo. Debo aprovechar el tiempo que me queda contigo, aun cuando deba compartirlo con ese desgraciado de Donner. Iré con vosotros a Lancy. - ¿Estás segura? - Muy segura. Donner se paseaba impaciente, en Brie-Comte-Robert, fumando un cigarrillo tras otro. Wanda estaba apoyada en la pared del hangar y Rabier esperaba en el Chieftain,. - ¿Dónde diablos se habrá metido? – preguntó Donner. En ese momento un taxi atravesó el portón principal. Raúl Montero vestía unos jeans y la vieja chaqueta de aviador. Bajó del taxi y le tendió una mano a Gabrielle para ayudarla. Donner sintió que su furia se desvanecía, y fue a su encuentro con una expresión de verdadero placer. - De modo que ha resuelto acompañarnos. - Sí. Lo pensé y decidí que no tenía nada mejor que hacer. Montero sacó los bolsos del taxi y pagó al chofer. Gabrielle estaba hermosa con sus jeans e impermeable azul, y Donner la contemplaba maravillado. Era una sensación rara y nueva. Todos se encaminaron hacia el Chieftain. 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