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Area Militar General
Malvinas 1982
EXOCET-SUE/Malvinas: Un relato de intrigas...
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<blockquote data-quote="Stormnacht" data-source="post: 812409" data-attributes="member: 341"><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/mirages.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/mirageataque.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p><img src="http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/sirgalahad.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p></p><p><strong> Los únicos clientes de pequeño bar del puerto de St.-Martin eran Villiers y Jackson. La patrona, una mujer robusta, de aspecto maternal y bondadoso se acercó.</strong></p><p><strong> - ¿Es verdad que hay una pista aérea cerca de aquí?</strong></p><p><strong> - Sí, en Lancy, pero está clausurada desde hace años – les sirvió café caliente -. ¿Vienen por razones de negocios caballeros?</strong></p><p><strong> - No – dijo Villiers -. Desde hace una semana estamos recorriendo Bretaña en coche. ¿Dónde podríamos alojarnos?</strong></p><p><strong> - A un par de manzanas de aquí está el hotel Pomme d`Or, pero no se los recomiendo. Es muy sucio. Hugo, el agente inmobiliario, tiene casa para alquilar. Chalets, cabañas… Estará encantado de ayudarlos. Ya no tenemos tantos turistas como antes. Su oficina está a unos metros de aquí, por la misma calle.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Monsieur Hugo era un hombre canoso y afable que aparentemente no tenía empleado que lo ayudara. Resultó de lo más servicial. De la pared colgaba un gran mapa de la zona, con banderitas rojas clavadas con alfileres para indicar la ubicación de las fincas.</strong></p><p><strong> - Si quieren un alojamiento en el pueblo, puedo conseguírselo sin dificultad – dijo -. Desde luego, sería por un período mínimo de una semana. </strong></p><p><strong> - Perfecto – dijo Villiers -. Preferiría un lugar en el campo. Un amigo mío de París, que estuvo aquí hace algunos años, mencionó una casa llamada Maison Blanche.</strong></p><p><strong> El anciano asintió, se quitó las gafas y señaló una de las banderitas.</strong></p><p><strong> - Efectivamente, es una casa hermosa, pero demasiado grande para lo que usted necesita. Un chalet pequeño y moderno llamado Whispering Winds, construido hace cinco años por un maestro de Nantes, que piensa venir a vivir aquí al jubilarse. Por ahora, la usa en vacaciones. Totalmente amueblada, con dos dormitorios. Puedo alquilársela por quinientos francos a la semana, más una garantía contra daños de cien francos. Por adelantado, claro. – Sonrió con aire de pedir excusas -. Es triste, Monsieur, pero mi experiencia me enseña que muchos se van sin pagar.</strong></p><p><strong> - Comprendo perfectamente.</strong></p><p><strong> Villiers sacó su billetera y dejó el dinero sobre la mesa.</strong></p><p><strong> - ¿Quiere que lo lleve hasta allá y le muestro la casa? – preguntó el viejo.</strong></p><p><strong> - No es necesario. Estoy seguro de que tiene mucho que hacer. Por favor, entrégueme la llave.</strong></p><p><strong> - Desde luego, Monsieur.- El viejo cogió la llave de un tablero y se la entrego -. Hay un excelente almacén de artículos generales muy cerca de aquí. Madame Dubois tendrá todo lo que usted necesite.</strong></p><p><strong> Villiers salió y subió al Citroën.</strong></p><p><strong> - ¿Todo bien? – preguntó Harvey Jackson.</strong></p><p><strong> - Creo que sí. Ya he descubierto dónde está la Maison Blanche y he alquilado un chalet en las cercanías.- Mostró la llave-. Se llama Whispering Winds.</strong></p><p><strong> Villiers se apoyó en el asiento y encendió un cigarrillo. Todo iba bien. Sólo faltaba que llegara Donner, Raúl Montero y Gabrielle para que empezara el juego.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Cuando el Chieftain aterrizó en Lancy, poco antes del mediodía, Stavrou los esperaba con una camioneta Peugeot. Oculto entre los árboles, Villiers los observaba con sus prismáticos. Los pasajeros bajaron del avión, que luego se dirigió hasta uno de los hangares; Stavrou había abierto las puertas para que entrara. Él y Rabier las cerraron y se situaron con los demás en el Peugeot.</strong></p><p><strong> - ¿Gabrielle está con ellos? – preguntó Jackson.</strong></p><p><strong> Villiers asintió. Rabier se sentó junto a Stavrou en el asiento delantero y el Peugeot partió.</strong></p><p><strong> - Bueno, volvamos al chalet y almorcemos. Yo llamaré al brigadier. Así nuestros amigos podrán instalarse. Espiaremos la Maison Blanche más tarde.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Harry Fox estaba almorzando cuando llamó Villiers.</strong></p><p><strong> - Él no se encuentra aquí, Tony. Está en una reunión del Estado Mayor Conjunto en el Ministerio de Defensa. Volverá en menos de una hora. ¿Dónde estás tú?</strong></p><p><strong> - En el corazón de Bretaña. En un chalet de descanso que se llama, créase o no, Whispering Winds.</strong></p><p><strong> - ¿Y Donner?</strong></p><p><strong> - Muy cerca.</strong></p><p><strong> - Perfecto. Dame tu número de teléfono y te llamaré apenas vuelva el brigadier.</strong></p><p><strong> Donner acompañó a Montero y Gabrielle a uno de los dormitorios en el primer piso. Era una sala anticuada, de techo alto y ventanas angostas. La atmósfera era sombría debido al empapelado de color Burdeos. Había una cama muy alta, de aspecto incómodo.</strong></p><p><strong> - El baño está allí – dijo Donner -. Tenemos todas las comodidades. Stavrou dice que el almuerzo estará servido en media hora. Los veré entonces.</strong></p><p><strong> Salió. Montero se sentó sobre la cama y la hizo crujir. Ella se sentó a su lado.</strong></p><p><strong> - No me gusta este lugar, Raúl. Y no me gusta él.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Villiers se sentó en la sala a tomar un trago mientras aguardaba la llamada de Ferguson. Jackson apareció de la cocina.</strong></p><p><strong> - Estoy escuchando la radio de París. Noticia de última hora. El Segundo de Paracaidistas cayó sobre Pradera del Ganso (Goose Green) esta mañana.</strong></p><p><strong> - ¿Cómo está la situación?</strong></p><p><strong> - Las agencias norteamericanas dicen que hay fuertes combates.</strong></p><p><strong> Villiers pateó una silla.</strong></p><p><strong> - Y aquí estamos, jugando como niños.</strong></p><p><strong> - No sea idiota – dijo Jackson, terminante -. He preparado una sopa y hay pan francés y queso. Si quiere comer, venga a la cocina. Si prefiere quedarse en la cantina de oficiales, es cosa suya.</strong></p><p><strong> En ese momento sonó el teléfono.</strong></p><p><strong> - ¿Cómo está todo, Tony? – preguntó Tony.</strong></p><p><strong> - Perfectamente – dijo Villiers, y le dio los detalles.</strong></p><p><strong> - Muy bien – dijo Ferguson -, cuando conozca cuáles son las intenciones de Donner, llámame de inmediato. Que el sargento Jackson permanezca cerca del teléfono, por si necesito comunicarme con usted urgentemente.</strong></p><p><strong> - Entendido, señor –dijo Villiers -. Acabamos de escuchar las noticias sobre los combates en Pradera del Ganso (Goose Green).</strong></p><p><strong> - Dios mío – dijo Ferguson -. Aquí todavía no han difundido las noticias.</strong></p><p><strong> - ¿Qué sucede?</strong></p><p><strong> - El avance es difícil, Tony. El Servicio de Inteligencia falló. Los argentinos son muchos más de lo que pensábamos. Parece que cayó el comandante, pero hemos recibido poca información desde el frente. Me comunicaré más atrde.</strong></p><p><strong> Villiers cortó la comunicación y se dirigió lentamente a la cocina con el rostro sombrío.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> El almuerzo consistió en una gran cantidad de salmón ahumado y caviar Beluga, rociado con champaña Krug.</strong></p><p><strong> - Estoy a régimen – dijo Donner -, de modo que, si yo sufro, mis invitados sufren conmigo. ¿usted no bebe, comodoro?</strong></p><p><strong> - Ya le dije que el champaña me sienta mal.</strong></p><p><strong> - ¿Qué prefiere, entonces? Un buen anfititrión debe satisfacer al más quisquilloso de sus huéspedes.</strong></p><p><strong> Montero miró a Gabrielle, quien sonrió, sabiendo de antemano lo que diría. </strong></p><p><strong> - Me gustaría una buena taza de té.</strong></p><p><strong> - Dios me libre – gimió Donner, y miró a Stavrou, de pie junto a la puerta -. A ver si puedes hacer algo.</strong></p><p><strong> Stavrou salió y Montero se dirigió a Donner:</strong></p><p><strong> - Tenemos que hablar, Donner. Arreglar nuestros asuntos. Si le parece bien.</strong></p><p><strong> - Perfectamente. – Donner se dirigió a Gabrielle y Wanda -: ¿Nos disculpan, señoritas?</strong></p><p><strong> - Por supuesto – dijo Gabrielle -. Saldré a caminar un rato.- Miró a Wanda-: ¿Me acompaña?</strong></p><p><strong> La joven se sonrojó y se puso de pie.</strong></p><p><strong> - Gracias, iré a deshacer las maletas.</strong></p><p><strong> Donner se dirigió a Gabrielle cuando Wanda se hubo ido.</strong></p><p><strong> - Una sola advertencia. Por razones de negocios el establo es zona prohibida. Puede pasear libremente por el resto del terreno.</strong></p><p><strong> Gabrielle abrió la puerta y salió.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Donner y Montero se sentaron junto a la chimenea en la sala.</strong></p><p><strong> - ¿Usted garantiza que no habrá tropiezos? – dijo Montero.</strong></p><p><strong> - Absolutamente ninguno. Mis agentes en Italia me aseguraron esta mañana por la mañana, sin dificultades. Espero que el oro en Ginebra esté igualmente disponible.</strong></p><p><strong> - Le aseguro que no habrá problemas con eso.</strong></p><p><strong> Donner encendió un cigarrillo.</strong></p><p><strong> - Usted volará en el Hércules. ¿Mademoiselle Legrand irá con usted?</strong></p><p><strong> - Es muy probable – dijo Montero -. Trataré de convencerla. – Se puso de pie -: Creo que yo también saldré a caminar.</strong></p><p><strong> - Lo acompaño – dijo Donner -. A mí también me vendrá bien el aire fresco.</strong></p><p><strong> No había forma de negarse, de modo que salieron juntos.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Oculto entre los pastizales junto al muro que rodeaba la finca, Villiers había observado varias cosas interesantes. Por ejemplo, que de tanto en tanto Stavrou salía por la puerta de atrás de la casa e iba al establo. Había alguien allí, alcanzaba a divisar un rostro cuando se abría la puerta.</strong></p><p><strong> Entonces apareció Gabrielle, que cruzó la terraza y el parque hacia la arboleda, camino hacia un pequeño chalet. La siguió con sus prismáticos. El ojo experto de Villiers detectó movimientos entre los árboles junto al lago. Al enfocar sus prismáticos, vio aparecer un hombre con jeans remendados y cabello largo bajo una gorra de tweed. Llevaba una escopeta y seguía a Gabrielle, oculto en la maleza. Villiers se pasó y atravesó la arboleda a la carrera.</strong></p><p><strong> Gabrielle abrió la puerta deteriorada del chalet y entró. Había una mesa, un par de sillas y hogar de piedra, algunas ventanas rotas, el suelo húmedo por la lluvia. De pronto oyó un ruido a su espalda.</strong></p><p><strong> El joven de rostro enfermizo, mirada hosca, llevaba una escopeta de dos cañones. </strong></p><p><strong> - ¿Qué quiere? – preguntó ella.</strong></p><p><strong> Él se secó los labios con el revés de la mano. Sus ojos brillaban al mirarla. </strong></p><p><strong> - Eso le pregunto yo a usted. Soy el guardián de la finca.</strong></p><p><strong> - Ah, comprendo. – Se apoyó en la mesa -: ¿Cómo se llama?</strong></p><p><strong> - Me alegro de que se muestre más amable – dijo con una sonrisa desagradable -. Me llamo Paul, Paul Gaubert.</strong></p><p><strong> Ella lo apartó y salió.</strong></p><p><strong> - Oiga, venga para acá – exclamó.</strong></p><p><strong> La tomó del brazo derecho.</strong></p><p><strong> - No sea idiota. Soy huésped de Monsieur Donner.</strong></p><p><strong> Soltó su brazo de un tirón y le dio un fuerte empujón con las dos manos. El hombre se tambaleó, la miró estupefacto y luego con furia. Soltó la escopeta y trató de atraparla. Gabrielle le dio un rodillazo en la ingle.</strong></p><p><strong> Donner y Montero llegaron a la cumbre de la colina que dominaba el lago justo a tiempo para presenciar la escena, que incluyó la llegada oportuna de Villiers, aunque a esa distancia no pudieron ver la furia helada en sus ojos cuando agarró a Paul Gaubert del cuello y el cinturón, y lo arrojó de cabeza al lago. El muchacho volvió a la superficie y trepó a la orilla.</strong></p><p><strong> - ¡Gaubert! – gritó Donner, mientras él y Montero bajaban la cuesta a la carrera.</strong></p><p><strong> El joven lo miró aterrado y escapó.</strong></p><p><strong> - ¿estás bien? – le preguntó Villiers a Gabrielle.</strong></p><p><strong> - Muy bien – dijo ella -, pero trata de cambiar de libreto. Esto se vuelve monótono. Y cuidado, viene alguien.</strong></p><p><strong> - Soy un irlandés de vacaciones, alojado en un chalet cerca de aquí. Michael O`Hagan.</strong></p><p><strong> Debido a la situación en Irlanda, el SAS había montado un laboratorio de idiomas donde los soldados aprendían los acentos regionales irlandeses. Villiers era capaz de hablar como un hombre nacido y criado a cinco millas de Crossmaglen, y no era la primera vez que usaba el seudónimo de Michael O`Hagan.</strong></p><p><strong> Montero llegó corriendo, muy preocupado.</strong></p><p><strong> - ¿Te encuentras bien, Gabrielle?</strong></p><p><strong> - Sí, gracias a este caballero.</strong></p><p><strong> - O`Hagan – dijo Villiers alegremente, en irlandés -. Michael O`Hagan.</strong></p><p><strong> - Se lo agradezco, señor – dijo Donner, estrechándole la mano -. Soy Felix Donner. Esta es mi finca, y le presento al señor Montero. La dama a quien usted rescató es la señorita Legrand. El salvaje que la atacó es un gitano que se llama Gaubert; le di permiso para acampar en mis tierras. Esto demuestra lo que sucede cuando uno trata a esa gentuza como si fueran seres humanos.</strong></p><p><strong> - Encantado de conocerlos – dijo Villiers.</strong></p><p><strong> - ¿De dónde venía usted, señor O`Hagan?</strong></p><p><strong> - Estaba en la arboleda junto al camino – dijo Villiers, señalando el lugar -. Trataba de orientarme con un mapa, cuando vi a ese sujeto, que evidentemente seguía a la señorita Legrand con una escopeta. El resto es historia conocida, como suelen decir.</strong></p><p><strong> - Entiendo. ¿Se aloja cerca de aquí?</strong></p><p><strong> No tenía objeto tratar de ocultarlo.</strong></p><p><strong> - En un chalet cercano, con un amigo. Estamos recorriendo Bretaña en coche.</strong></p><p><strong> Quería aparecer como un tipo sencillo, franco e ingenuo, y aparentemente lo había logrado.</strong></p><p><strong> - Venga a tomar un trago – dijo Donner -. Y traiga a su amigo.</strong></p><p><strong> - De acuerdo. Pero no lo comprometo a él. Quizá tenga otros planes.</strong></p><p><strong> - Lo espero a las siete y media. Cenaremos a las ocho.</strong></p><p><strong> Villiers se alejó a buen paso</strong></p><p><strong> - Suerte que andaba por aquí – dijo Montero.</strong></p><p><strong> - ¿Verdad que sí? – dijo Donner con expresión tosca.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> De regreso en el chalet, Villiers se duchó y afeitó. Al salir a la cocina vestía pantalones, camisa oscura y una chaqueta tweed. Tenía una PPK en una mano y un rollo de cinta adhesiva en la otra. Puso su pie izquierdo sobre una silla, se levantó el pantalón y fijó el arma por encima del tobillo.</strong></p><p><strong> - Daniel en la cueva de los leones – dijo Jackson.</strong></p><p><strong> - Nunca se sabe. Es bueno llevar un as en la manga. Pórtate bien.</strong></p><p><strong> Salió y partió en el Citroën. Jackson se sirvió otra taza de café y extendió la mano para encender la radio. En ese momento sintió una brisa fresca en la nuca, como si alguien hubiera abierto la puerta. Se volvió rápidamente y se encontró frente a Yanni Stavrou que entraba pistola en mano, seguido por dos de los reclutas de Roux.</strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> Por las puertas ventanas se veían las bayas del parque como siluetas recortadas contra un cielo color de fuego. La sala estaba cálida y confortable.</strong></p><p><strong> Gabrielle vestía su pantalón de peto amarillo. Montero jeans y camisa franela azul. Para Donner, la informalidad era un suéter de mohair en lugar de chaqueta.</strong></p><p><strong> Miró hacia fuera antes de cerrar la ventana.</strong></p><p><strong> - El clima podría empeorar mañana.</strong></p><p><strong> - Espero que no – dijo Montero -. La cena estuvo deliciosa.</strong></p><p><strong> - Es mérito de Wanda.</strong></p><p><strong> - Pues estuvo más que buena – dijo Gabrielle.</strong></p><p><strong> - En ese momento entró Wanda con una bandeja. Su indumentaria era la más formal de todas: traje sastre con pantalón de pana negra.</strong></p><p><strong> Sirvió té a Gabrielle y Montero.</strong></p><p><strong> - Los irlandeses también beben té, ¿verdad, O`Hagan?</strong></p><p><strong> - No todos – dijo Villiers alegremente -. Yo prefiero el café.</strong></p><p><strong> La muchacha sirvió las bebidas con mano temblorosa. Gabrielle se volvió hacia Montero.</strong></p><p><strong> - Quiero tomar aire fresco. ¿Salimos a pasear?</strong></p><p><strong> - Por supuesto.</strong></p><p><strong> El argentino abrió la puerta ventana y salieron.</strong></p><p><strong> - Hermosa pareja, ¿no le parece? – dijo Donner.</strong></p><p><strong> Villiers fingió una leve sorpresa.</strong></p><p><strong> - Pues, sí, así lo creo.</strong></p><p><strong> - ¿Cuál es su profesión, señor O`Hagan?</strong></p><p><strong> - Ingeniero en ventas. Más que nada, bombas petroleras.</strong></p><p><strong> - Es un buen sector, ahora que descubrieron yacimientos en el Mar del Norte.</strong></p><p><strong> - Así es. - Villiers miró su reloj -. Ha sido una velada maravillosa, pero debo partir. Mañana debo despertarme temprano.</strong></p><p><strong> - Lo lamento. Ha sido un placer tenerlo aquí.- Donner lo acompañó a la puerta y la abrió -. Le agradezco nuevamente lo que hizo hoy. Encomendé a Stavrou, mi empleado, que le diera su merecido al gitano, pero cuando llegó al campamento ya habían partido.</strong></p><p><strong> Se estrecharon las manos y Villiers bajó la escalera. Donner volvió a la sala.</strong></p><p><strong> - ¿Necesitas algo? – dijo Wanda.</strong></p><p><strong> - No. Vete a la cama.</strong></p><p><strong> Al salir Wanda entró Stavrou.</strong></p><p><strong> - ¿El coche está listo? – preguntó Donner.</strong></p><p><strong> - Sí.</strong></p><p><strong> Donner fue a la ventana abierta. Alcanzó a ver la brasa encendida del cigarrillo de Montero, quien conversaba con Gabrielle en el otro extremo del parque.</strong></p><p><strong> - ¡Oigan! – gritó -. Debo salir un rato. Si quieren beber algo, sírvanse.- Volvió a la sala y le dijo a Stavrou -: En marcha…</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Montero fumaba, apoyado en la balaustrada.</strong></p><p><strong> - No he hecho más que hablar de mi madre y mi hija. Debes estar aburrida.</strong></p><p><strong> - Son parte de ti, Raúl. Quiero que me hables de estas cosas. Son importantes.</strong></p><p><strong> - Sí – dijo él -. La vida no vale nada si uno no tiene raíces. Todos necesitan un lugar donde apoyar la cabeza de vez en cuando. Un lugar del que se tenga la certeza de que uno será comprendido.</strong></p><p><strong> - Ojalá existiera un lugar así para mí – dijo ella, con una angustia en la voz que le llegó al corazón.</strong></p><p><strong> - Ese lugar existe, mi amor. Mañana volaré a la Argentina desde aquí.</strong></p><p><strong> - No comprendo.</strong></p><p><strong> - Desde Lancy. Un avión aterrizará allí con material bélico. Un avión de transporte Hércules. Puedes venir conmigo.</strong></p><p><strong> En verdad podía. Sería tan fácil. Por un momento estuvo a punto de confesarle toda la verdad.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Villiers abrió la puerta del chalet y entró.</strong></p><p><strong> - Harvey, ¿dónde estás?</strong></p><p><strong> No hubo respuesta. Desde el fondo de la casa llegaba el sonido de una radio. Reconoció la melodía. Un tema para nostálgicos, Al Bowlly, entonaba Moonlight on the Highway.</strong></p><p><strong> La puerta del dormitorio estaba entornada y Villiers se detuvo en el umbral. Jackson estaba sentado a una mesa al otro lado de la cama, junto a un pequeño aparato de radio.</strong></p><p><strong> - ¿Qué diablos pasa, Harvey?</strong></p><p><strong> Al acercarse, vio que Jackson estaba atado a la cama. Tenía el rostro cubierto de ampollas, producidas probablemente por cigarrillos encendidos. En la sien derecha tenía un orifico de bala, de pequeño calibre ya que no había orificio de salida. Los ojos estaban fijos en la pared.</strong></p><p><strong> Villiers se dejó caer en la cama, abatido, y lo miró largamente. Adén, Omán, Borneo, Irlanda. Tantas guerras, tantas muertes, para acabar de esa forma.</strong></p><p><strong> Una puerta a su espalda se cerró con estrépito. Su mano ya buscaba la Walther, cuando giró y se encontró frente a frente con Stavrou y dos hombres armados.</strong></p><p><strong> - Duro, el hijo de **** – dijo Stavrou -. No pudimos sacarle una sola palabra.</strong></p><p><strong> - El SAS les brinda un entrenamiento de primera, mayor Villiers – dijo Donner -. Debo reconocer eso.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Montero y Gabrielle se hallaban junto al fuego, conversando en susurros, cuando se abrió la puerta y entró Donner, quien fue a pararse de espaldas a la chimenea.</strong></p><p><strong> - Qué ambiente más agradable. Fuera hace un frío de mil demonios.</strong></p><p><strong> - ¿Tuvo que caminar mucho? – preguntó Montero amablemente.</strong></p><p><strong> - Bastante. Sucede que esta tarde me llamó un amigo desde París. Estuvo verificando algunos datos acerca de su amiguita, aquí presente.</strong></p><p><strong> - ¿A qué diablos se refiere? – dijo Montero, furioso.</strong></p><p><strong> - Me refiero a la señorita Legrand o, si lo prefiere, la señora Gabrielle Villiers. ¿No sabía que era casada?</strong></p><p><strong> - Divorciada – dijo Montero -. Me parece que su informante está sumamente atrasado.</strong></p><p><strong> Gabrielle paralizada, esperaba el golpe final.</strong></p><p><strong> - Muy bien – dijo Donner -, pero, ¿quién es el señor Villiers, o mejor, el mayor Villiers? Un tipo notable. Regimiento de Granaderos y escuadrón 22 del SAS, créase o no. Cuando mi amigo me pasó estos datos por teléfono, empecé a comprender una serie de hechos muy interesantes.</strong></p><p><strong> Fue a la puerta, la abrió y entró Stavrou con el prisionero.</strong></p><p><strong> - Comodoro Raúl Montero, permítame presentarle al mayor Anthony Villiers. Me atrevería a decir que ustedes dos tienen muchísimo en común…</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> Dos de los mercenarios de Roux se situaron de espaldas a la pared con fusiles Armalite. Stavrou empujó a Villiers hacia el medio de la sala y le arrojó la Walther PPK a Donner, quien la atrapó con pericia.</strong></p><p><strong> - La tenía oculta en la pierna, sujeta con tela adhesiva.</strong></p><p><strong> Donner se volvió hacia Montero.</strong></p><p><strong> - Lo ve, un auténtico profesional. Como usted comprenderá, comodoro, esto suscitó una serie de dudas en cuanto al papel de la bella Gabrielle en este asunto. Tengo la sensación de que ella no ha sido enteramente franca con usted. La única explicación posible es que sea una abnegada agente del otro bando.</strong></p><p><strong> - ¿Es verdad? – le preguntó Montero serenamente.</strong></p><p><strong> - Sí –replicó Gabrielle.</strong></p><p><strong> - Ahora comprendo. La cosa empezó en Londres. Todo estaba perfectamente calculado. Y luego París y el Bois…</strong></p><p><strong> Los ojos de Gabrielle ardían. Quería hablar pero no podía. Simplemente lo miraba. Abrió la boca, pero no pudo decir una sola palabra. Villiers habló por ella.</strong></p><p><strong> - Trate de comprenderla, Montero. Su hermanastro era piloto de helicóptero y murió en una incursión a Stanley.</strong></p><p><strong> Gabrielle sólo atinaba a clavarse las uñas en las palmas de las manos y a temblar convulsivamente. Entonces Raúl Montero tuvo un gesto maravilloso. La tomó de las manos, se las estrechó, la ayudó a ponerse de pie.</strong></p><p><strong> - Está bien – dijo -. Tranquila.</strong></p><p><strong> Le habló como si se hallaran solos y le rodeó los hombros con el brazo.</strong></p><p><strong> - Qué escena tan conmovedora – dijo Donner. Cruzó el cuarto y abrió una puerta forrada de tela verde -. Llévela allá, comodoro. Hagan las paces, o lo que quieran. Necesito hablar con este gallardo espía.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> </strong></p><p><strong> En París, Nikolai Belov estaba a punto de acostarse a dormir cuando sonó el teléfono. Irana contestó.</strong></p><p><strong> - Te llama Donner.</strong></p><p><strong> Belov tomó el auricular.</strong></p><p><strong> - ¿Cómo va todo por allá?</strong></p><p><strong> - La situación es muy interesante. Deja que te cuente. – Le hizo una breve síntesis de los acontecimientos del día, y al concluir preguntó -: ¿Has investigado el asunto con tu gente en la Inteligencia francesa?</strong></p><p><strong> A pesar de que la mayoría de los agentes de la KGB infiltrados en la Inteligencia francesa habían quedado al descubierto tras el escándalo provocado por el asunto Sapphire, todavía quedaban agentes de Belov en algunos de los puestos más importantes.</strong></p><p><strong> - Hemos verificado todo hasta el último detalle y estamos al corriente. Recibí el último informe hace una hora. Pensaba llamarte por la mañana. Nadie sabe nada de tus actividades. No hay agentes esperándote ni trampas.</strong></p><p><strong> - Pero la Inteligencia británica estaba al corriente. Me pregunto cómo me descubrieron.</strong></p><p><strong> - Quizás a través de la mujer y su relación con Montero. Él es el eslabón perdido. Lo conoció en Londres y luego se reunieron en París, aparentemente por casualidad. Pero ahora sabemos que no hubo casualidad. La Inteligencia británica conocía el viaje de él. Si nos han traicionado, yo diría que eso debió ocurrir en la Argentina.</strong></p><p><strong> - Parece lógico.</strong></p><p><strong> - ¿Seguirás adelante de todas maneras?</strong></p><p><strong> - No hay razón para no hacerlo.</strong></p><p><strong> - Perfecto. ¿Puedo ayudarte en algo?</strong></p><p><strong> - Ya lo creo. Me parece que es hora de volver a la patria, por si este asunto trae cola. El Chieftain puede llegar a Finlandia sin dificultades. ¿Puedes recomendarme alguna pista aérea adecuada?</strong></p><p><strong> - Por supuesto. La de Perinó. La usamos con frecuencia. Yo mismo me ocuparé del traslado a Moscú. ¡Ah!, hay otra noticia interesante. Encontraron el cadáver del profesor Paul Bernard en un almacén cerca del Sena, con un balazo en la cabeza.</strong></p><p><strong> - ¿No me digas? ¿Conoces los detalles?</strong></p><p><strong> - La policía investiga. ¿Tú sabes qué ocurrió?</strong></p><p><strong> - Claro que sí. Te llamaré más tarde.</strong></p><p><strong> Belov cortó y se sentó al borde de la cama, pensativo.</strong></p><p><strong> - ¿Qué pasa? – preguntó Irana.</strong></p><p><strong> - Ahora mismo podemos tomar el vuelo de Aeroflot de las siete de la mañana.</strong></p><p><strong> - Esto huele mal, ¿verdad?</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> La habitación en la que Donner había encerrado a Montero y Gabrielle parecía una combinación de alacena y bodega, con barrotes pesados en la ventana. Ella se sentó sobre un cajón. Montero encendió un cigarrillo y esperó.</strong></p><p><strong> Ella tomó aliento y lo miró.</strong></p><p><strong> - ¿Me permites que te lo explique?</strong></p><p><strong> - Creo que sería lo mejor.</strong></p><p><strong> - Tony y yo estuvimos casados durante cinco años. El divorcio fue hace seis meses. Todo lo demás es la pura verdad. Sólo omití decirte que mi madre es inglesa y, cuando yo era niña, se casó por segunda vez; su marido actual es inglés.</strong></p><p><strong> - Lo que explica la existencia de un hermanastro.</strong></p><p><strong> - Sí. Soy periodista, tal como te dije, pero tengo facilidades para los idiomas. Tony trabajaba con el Grupo Cuatro, el departamento antiterrorista de la Inteligencia británica. El jefe del departamento es el brigadier Ferguson, quien me pidió que colaborara con ellos en una serie de ocasiones. No era trabajo sucio. Todo se debía a mi facilidad para los idiomas.</strong></p><p><strong> - ¿Yo fui una de esas ocasiones?</strong></p><p><strong> - Así es – dijo ella llanamente -. Tenía que averiguar si vosotros pensabais atacar las Malvinas.</strong></p><p><strong> Él lanzó una carcajada.</strong></p><p><strong> - Por Dios, no tenía la menor idea. – meneó la cabeza -. Es el serendipity. Un acontecimiento inesperado y absolutamente feliz.</strong></p><p><strong> - Eso fue lo que arruinó todos los planes. Yo nunca había conocido el amor. Hasta esa noche en que entré en la sala de la Embajada Argentina y te vi.</strong></p><p><strong> - Sí, fue una ocasión inolvidable.</strong></p><p><strong> - Cuando te fuiste no podía dejar de pensar en ti. Estaba angustiada aunque no sabía que pilotabas jets. Y entonces empezó este horrible asunto de los Exocets y Ferguson me mandó llamar. Me dijo que eras el enemigo.</strong></p><p><strong> - Tenía razón.</strong></p><p><strong> - Yo quería abandonar este asunto, no me sentía capaz de seguir mintiendo y engañándote después de que me diste el anillo.</strong></p><p><strong> - Y fue entonces cuando supiste lo de tu hermano.</strong></p><p><strong> - Quiero que esto termine, Raúl, las muertes de ambos bandos… Si llevas esos Exocets a la Argentina mañana, habrá más derramamiento de sangre.</strong></p><p><strong> Él suspiró y meneó la cabeza.</strong></p><p><strong> - Estamos perdiendo la guerra, Gabrielle. Sólo nos queda el Exocet. ¿Qué quieres que haga? Soy argentino. Tu brigadier Ferguson tiene razón. Soy el enemigo.</strong></p><p><strong> Gabrielle se le acercó, él le rodeó la cintura con el brazo.</strong></p><p><strong> - Estoy cansada, Raúl, muy cansada. Sólo sé con certeza que te amo.</strong></p><p><strong> Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y él besó la dorada cabellera, en silencio.</strong></p><p><strong></strong></p><p><strong> - Y ahora, ¿qué? – preguntó Villiers cuando Donner volvió a la sala -. ¿Quiere divertirse un rato más con el juego de los cigarrillos?</strong></p><p><strong> - No es necesario – dijo Donner -. Mis informantes en París dicen que puedo proceder de acuerdo con el plan. Dicho sea de paso, ¿fue usted el responsable de la despedida del viejo Bernard?</strong></p><p><strong> - No sé de quién me habla – dijo Villiers.</strong></p><p><strong> - Ya me parecía – sonrió Donner -. ¿De qué le hablo? ¿De los convoyes que van a St.-Martin? Tonterías. Mi plan es mucho mejor. – Se sirvió un whisky -. Además ni soñaría con hacerle daño a esta altura del partido, mayor. El cuartel general de la KGB en Moscú lo querrá intacto. Usted será una extraordinaria fuente de información. Últimamente se han descubierto unas drogas maravillosas… - Le hizo una señal a Stavrou -. Trae a los otros.</strong></p><p><strong> Stavrou abrió la puerta del almacén y momentos más tarde salieron Montero y Gabrielle.</strong></p><p><strong> - ¿Qué hará con ellos? – preguntó Montero.</strong></p><p><strong> - Lo más importante es lo que haré con usted, comodoro…</strong></p><p><strong> Se produjo una pausa.</strong></p><p><strong> - Sí – dijo Montero serenamente -, debí haber sospechado de un tipo como usted.</strong></p><p><strong> - Claro que sí. El mayor Villiers pensaba que yo obtendría los Exocets mediante una emboscada al conboy de Aerospatiale que llega a St.-Martin mañana. De allí transbordan los milies a la Ile de Roc, que se utiliza para pruebas.</strong></p><p><strong> - ¿Y bien?</strong></p><p><strong> - Y usted espera que mañana aterrice en Lancy un avión de transporte Hércules proveniente de Italia, cargado con diez Exocets, cortesía del coronel Kadhafi y los libios. –Sonrió -. Pero los dos se equivocan… </strong></p><p><strong></strong></p><p><strong></strong></p><p></p><p></p><p></p><p>Parte 17</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Stormnacht, post: 812409, member: 341"] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/mirages.jpg[/IMG] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/mirageataque.jpg[/IMG] [IMG]http://i63.photobucket.com/albums/h154/cactus-1/sirgalahad.jpg[/IMG] [B] Los únicos clientes de pequeño bar del puerto de St.-Martin eran Villiers y Jackson. La patrona, una mujer robusta, de aspecto maternal y bondadoso se acercó. - ¿Es verdad que hay una pista aérea cerca de aquí? - Sí, en Lancy, pero está clausurada desde hace años – les sirvió café caliente -. ¿Vienen por razones de negocios caballeros? - No – dijo Villiers -. Desde hace una semana estamos recorriendo Bretaña en coche. ¿Dónde podríamos alojarnos? - A un par de manzanas de aquí está el hotel Pomme d`Or, pero no se los recomiendo. Es muy sucio. Hugo, el agente inmobiliario, tiene casa para alquilar. Chalets, cabañas… Estará encantado de ayudarlos. Ya no tenemos tantos turistas como antes. Su oficina está a unos metros de aquí, por la misma calle. Monsieur Hugo era un hombre canoso y afable que aparentemente no tenía empleado que lo ayudara. Resultó de lo más servicial. De la pared colgaba un gran mapa de la zona, con banderitas rojas clavadas con alfileres para indicar la ubicación de las fincas. - Si quieren un alojamiento en el pueblo, puedo conseguírselo sin dificultad – dijo -. Desde luego, sería por un período mínimo de una semana. - Perfecto – dijo Villiers -. Preferiría un lugar en el campo. Un amigo mío de París, que estuvo aquí hace algunos años, mencionó una casa llamada Maison Blanche. El anciano asintió, se quitó las gafas y señaló una de las banderitas. - Efectivamente, es una casa hermosa, pero demasiado grande para lo que usted necesita. Un chalet pequeño y moderno llamado Whispering Winds, construido hace cinco años por un maestro de Nantes, que piensa venir a vivir aquí al jubilarse. Por ahora, la usa en vacaciones. Totalmente amueblada, con dos dormitorios. Puedo alquilársela por quinientos francos a la semana, más una garantía contra daños de cien francos. Por adelantado, claro. – Sonrió con aire de pedir excusas -. Es triste, Monsieur, pero mi experiencia me enseña que muchos se van sin pagar. - Comprendo perfectamente. Villiers sacó su billetera y dejó el dinero sobre la mesa. - ¿Quiere que lo lleve hasta allá y le muestro la casa? – preguntó el viejo. - No es necesario. Estoy seguro de que tiene mucho que hacer. Por favor, entrégueme la llave. - Desde luego, Monsieur.- El viejo cogió la llave de un tablero y se la entrego -. Hay un excelente almacén de artículos generales muy cerca de aquí. Madame Dubois tendrá todo lo que usted necesite. Villiers salió y subió al Citroën. - ¿Todo bien? – preguntó Harvey Jackson. - Creo que sí. Ya he descubierto dónde está la Maison Blanche y he alquilado un chalet en las cercanías.- Mostró la llave-. Se llama Whispering Winds. Villiers se apoyó en el asiento y encendió un cigarrillo. Todo iba bien. Sólo faltaba que llegara Donner, Raúl Montero y Gabrielle para que empezara el juego. Cuando el Chieftain aterrizó en Lancy, poco antes del mediodía, Stavrou los esperaba con una camioneta Peugeot. Oculto entre los árboles, Villiers los observaba con sus prismáticos. Los pasajeros bajaron del avión, que luego se dirigió hasta uno de los hangares; Stavrou había abierto las puertas para que entrara. Él y Rabier las cerraron y se situaron con los demás en el Peugeot. - ¿Gabrielle está con ellos? – preguntó Jackson. Villiers asintió. Rabier se sentó junto a Stavrou en el asiento delantero y el Peugeot partió. - Bueno, volvamos al chalet y almorcemos. Yo llamaré al brigadier. Así nuestros amigos podrán instalarse. Espiaremos la Maison Blanche más tarde. Harry Fox estaba almorzando cuando llamó Villiers. - Él no se encuentra aquí, Tony. Está en una reunión del Estado Mayor Conjunto en el Ministerio de Defensa. Volverá en menos de una hora. ¿Dónde estás tú? - En el corazón de Bretaña. En un chalet de descanso que se llama, créase o no, Whispering Winds. - ¿Y Donner? - Muy cerca. - Perfecto. Dame tu número de teléfono y te llamaré apenas vuelva el brigadier. Donner acompañó a Montero y Gabrielle a uno de los dormitorios en el primer piso. Era una sala anticuada, de techo alto y ventanas angostas. La atmósfera era sombría debido al empapelado de color Burdeos. Había una cama muy alta, de aspecto incómodo. - El baño está allí – dijo Donner -. Tenemos todas las comodidades. Stavrou dice que el almuerzo estará servido en media hora. Los veré entonces. Salió. Montero se sentó sobre la cama y la hizo crujir. Ella se sentó a su lado. - No me gusta este lugar, Raúl. Y no me gusta él. Villiers se sentó en la sala a tomar un trago mientras aguardaba la llamada de Ferguson. Jackson apareció de la cocina. - Estoy escuchando la radio de París. Noticia de última hora. El Segundo de Paracaidistas cayó sobre Pradera del Ganso (Goose Green) esta mañana. - ¿Cómo está la situación? - Las agencias norteamericanas dicen que hay fuertes combates. Villiers pateó una silla. - Y aquí estamos, jugando como niños. - No sea idiota – dijo Jackson, terminante -. He preparado una sopa y hay pan francés y queso. Si quiere comer, venga a la cocina. Si prefiere quedarse en la cantina de oficiales, es cosa suya. En ese momento sonó el teléfono. - ¿Cómo está todo, Tony? – preguntó Tony. - Perfectamente – dijo Villiers, y le dio los detalles. - Muy bien – dijo Ferguson -, cuando conozca cuáles son las intenciones de Donner, llámame de inmediato. Que el sargento Jackson permanezca cerca del teléfono, por si necesito comunicarme con usted urgentemente. - Entendido, señor –dijo Villiers -. Acabamos de escuchar las noticias sobre los combates en Pradera del Ganso (Goose Green). - Dios mío – dijo Ferguson -. Aquí todavía no han difundido las noticias. - ¿Qué sucede? - El avance es difícil, Tony. El Servicio de Inteligencia falló. Los argentinos son muchos más de lo que pensábamos. Parece que cayó el comandante, pero hemos recibido poca información desde el frente. Me comunicaré más atrde. Villiers cortó la comunicación y se dirigió lentamente a la cocina con el rostro sombrío. El almuerzo consistió en una gran cantidad de salmón ahumado y caviar Beluga, rociado con champaña Krug. - Estoy a régimen – dijo Donner -, de modo que, si yo sufro, mis invitados sufren conmigo. ¿usted no bebe, comodoro? - Ya le dije que el champaña me sienta mal. - ¿Qué prefiere, entonces? Un buen anfititrión debe satisfacer al más quisquilloso de sus huéspedes. Montero miró a Gabrielle, quien sonrió, sabiendo de antemano lo que diría. - Me gustaría una buena taza de té. - Dios me libre – gimió Donner, y miró a Stavrou, de pie junto a la puerta -. A ver si puedes hacer algo. Stavrou salió y Montero se dirigió a Donner: - Tenemos que hablar, Donner. Arreglar nuestros asuntos. Si le parece bien. - Perfectamente. – Donner se dirigió a Gabrielle y Wanda -: ¿Nos disculpan, señoritas? - Por supuesto – dijo Gabrielle -. Saldré a caminar un rato.- Miró a Wanda-: ¿Me acompaña? La joven se sonrojó y se puso de pie. - Gracias, iré a deshacer las maletas. Donner se dirigió a Gabrielle cuando Wanda se hubo ido. - Una sola advertencia. Por razones de negocios el establo es zona prohibida. Puede pasear libremente por el resto del terreno. Gabrielle abrió la puerta y salió. Donner y Montero se sentaron junto a la chimenea en la sala. - ¿Usted garantiza que no habrá tropiezos? – dijo Montero. - Absolutamente ninguno. Mis agentes en Italia me aseguraron esta mañana por la mañana, sin dificultades. Espero que el oro en Ginebra esté igualmente disponible. - Le aseguro que no habrá problemas con eso. Donner encendió un cigarrillo. - Usted volará en el Hércules. ¿Mademoiselle Legrand irá con usted? - Es muy probable – dijo Montero -. Trataré de convencerla. – Se puso de pie -: Creo que yo también saldré a caminar. - Lo acompaño – dijo Donner -. A mí también me vendrá bien el aire fresco. No había forma de negarse, de modo que salieron juntos. Oculto entre los pastizales junto al muro que rodeaba la finca, Villiers había observado varias cosas interesantes. Por ejemplo, que de tanto en tanto Stavrou salía por la puerta de atrás de la casa e iba al establo. Había alguien allí, alcanzaba a divisar un rostro cuando se abría la puerta. Entonces apareció Gabrielle, que cruzó la terraza y el parque hacia la arboleda, camino hacia un pequeño chalet. La siguió con sus prismáticos. El ojo experto de Villiers detectó movimientos entre los árboles junto al lago. Al enfocar sus prismáticos, vio aparecer un hombre con jeans remendados y cabello largo bajo una gorra de tweed. Llevaba una escopeta y seguía a Gabrielle, oculto en la maleza. Villiers se pasó y atravesó la arboleda a la carrera. Gabrielle abrió la puerta deteriorada del chalet y entró. Había una mesa, un par de sillas y hogar de piedra, algunas ventanas rotas, el suelo húmedo por la lluvia. De pronto oyó un ruido a su espalda. El joven de rostro enfermizo, mirada hosca, llevaba una escopeta de dos cañones. - ¿Qué quiere? – preguntó ella. Él se secó los labios con el revés de la mano. Sus ojos brillaban al mirarla. - Eso le pregunto yo a usted. Soy el guardián de la finca. - Ah, comprendo. – Se apoyó en la mesa -: ¿Cómo se llama? - Me alegro de que se muestre más amable – dijo con una sonrisa desagradable -. Me llamo Paul, Paul Gaubert. Ella lo apartó y salió. - Oiga, venga para acá – exclamó. La tomó del brazo derecho. - No sea idiota. Soy huésped de Monsieur Donner. Soltó su brazo de un tirón y le dio un fuerte empujón con las dos manos. El hombre se tambaleó, la miró estupefacto y luego con furia. Soltó la escopeta y trató de atraparla. Gabrielle le dio un rodillazo en la ingle. Donner y Montero llegaron a la cumbre de la colina que dominaba el lago justo a tiempo para presenciar la escena, que incluyó la llegada oportuna de Villiers, aunque a esa distancia no pudieron ver la furia helada en sus ojos cuando agarró a Paul Gaubert del cuello y el cinturón, y lo arrojó de cabeza al lago. El muchacho volvió a la superficie y trepó a la orilla. - ¡Gaubert! – gritó Donner, mientras él y Montero bajaban la cuesta a la carrera. El joven lo miró aterrado y escapó. - ¿estás bien? – le preguntó Villiers a Gabrielle. - Muy bien – dijo ella -, pero trata de cambiar de libreto. Esto se vuelve monótono. Y cuidado, viene alguien. - Soy un irlandés de vacaciones, alojado en un chalet cerca de aquí. Michael O`Hagan. Debido a la situación en Irlanda, el SAS había montado un laboratorio de idiomas donde los soldados aprendían los acentos regionales irlandeses. Villiers era capaz de hablar como un hombre nacido y criado a cinco millas de Crossmaglen, y no era la primera vez que usaba el seudónimo de Michael O`Hagan. Montero llegó corriendo, muy preocupado. - ¿Te encuentras bien, Gabrielle? - Sí, gracias a este caballero. - O`Hagan – dijo Villiers alegremente, en irlandés -. Michael O`Hagan. - Se lo agradezco, señor – dijo Donner, estrechándole la mano -. Soy Felix Donner. Esta es mi finca, y le presento al señor Montero. La dama a quien usted rescató es la señorita Legrand. El salvaje que la atacó es un gitano que se llama Gaubert; le di permiso para acampar en mis tierras. Esto demuestra lo que sucede cuando uno trata a esa gentuza como si fueran seres humanos. - Encantado de conocerlos – dijo Villiers. - ¿De dónde venía usted, señor O`Hagan? - Estaba en la arboleda junto al camino – dijo Villiers, señalando el lugar -. Trataba de orientarme con un mapa, cuando vi a ese sujeto, que evidentemente seguía a la señorita Legrand con una escopeta. El resto es historia conocida, como suelen decir. - Entiendo. ¿Se aloja cerca de aquí? No tenía objeto tratar de ocultarlo. - En un chalet cercano, con un amigo. Estamos recorriendo Bretaña en coche. Quería aparecer como un tipo sencillo, franco e ingenuo, y aparentemente lo había logrado. - Venga a tomar un trago – dijo Donner -. Y traiga a su amigo. - De acuerdo. Pero no lo comprometo a él. Quizá tenga otros planes. - Lo espero a las siete y media. Cenaremos a las ocho. Villiers se alejó a buen paso - Suerte que andaba por aquí – dijo Montero. - ¿Verdad que sí? – dijo Donner con expresión tosca. De regreso en el chalet, Villiers se duchó y afeitó. Al salir a la cocina vestía pantalones, camisa oscura y una chaqueta tweed. Tenía una PPK en una mano y un rollo de cinta adhesiva en la otra. Puso su pie izquierdo sobre una silla, se levantó el pantalón y fijó el arma por encima del tobillo. - Daniel en la cueva de los leones – dijo Jackson. - Nunca se sabe. Es bueno llevar un as en la manga. Pórtate bien. Salió y partió en el Citroën. Jackson se sirvió otra taza de café y extendió la mano para encender la radio. En ese momento sintió una brisa fresca en la nuca, como si alguien hubiera abierto la puerta. Se volvió rápidamente y se encontró frente a Yanni Stavrou que entraba pistola en mano, seguido por dos de los reclutas de Roux. Por las puertas ventanas se veían las bayas del parque como siluetas recortadas contra un cielo color de fuego. La sala estaba cálida y confortable. Gabrielle vestía su pantalón de peto amarillo. Montero jeans y camisa franela azul. Para Donner, la informalidad era un suéter de mohair en lugar de chaqueta. Miró hacia fuera antes de cerrar la ventana. - El clima podría empeorar mañana. - Espero que no – dijo Montero -. La cena estuvo deliciosa. - Es mérito de Wanda. - Pues estuvo más que buena – dijo Gabrielle. - En ese momento entró Wanda con una bandeja. Su indumentaria era la más formal de todas: traje sastre con pantalón de pana negra. Sirvió té a Gabrielle y Montero. - Los irlandeses también beben té, ¿verdad, O`Hagan? - No todos – dijo Villiers alegremente -. Yo prefiero el café. La muchacha sirvió las bebidas con mano temblorosa. Gabrielle se volvió hacia Montero. - Quiero tomar aire fresco. ¿Salimos a pasear? - Por supuesto. El argentino abrió la puerta ventana y salieron. - Hermosa pareja, ¿no le parece? – dijo Donner. Villiers fingió una leve sorpresa. - Pues, sí, así lo creo. - ¿Cuál es su profesión, señor O`Hagan? - Ingeniero en ventas. Más que nada, bombas petroleras. - Es un buen sector, ahora que descubrieron yacimientos en el Mar del Norte. - Así es. - Villiers miró su reloj -. Ha sido una velada maravillosa, pero debo partir. Mañana debo despertarme temprano. - Lo lamento. Ha sido un placer tenerlo aquí.- Donner lo acompañó a la puerta y la abrió -. Le agradezco nuevamente lo que hizo hoy. Encomendé a Stavrou, mi empleado, que le diera su merecido al gitano, pero cuando llegó al campamento ya habían partido. Se estrecharon las manos y Villiers bajó la escalera. Donner volvió a la sala. - ¿Necesitas algo? – dijo Wanda. - No. Vete a la cama. Al salir Wanda entró Stavrou. - ¿El coche está listo? – preguntó Donner. - Sí. Donner fue a la ventana abierta. Alcanzó a ver la brasa encendida del cigarrillo de Montero, quien conversaba con Gabrielle en el otro extremo del parque. - ¡Oigan! – gritó -. Debo salir un rato. Si quieren beber algo, sírvanse.- Volvió a la sala y le dijo a Stavrou -: En marcha… Montero fumaba, apoyado en la balaustrada. - No he hecho más que hablar de mi madre y mi hija. Debes estar aburrida. - Son parte de ti, Raúl. Quiero que me hables de estas cosas. Son importantes. - Sí – dijo él -. La vida no vale nada si uno no tiene raíces. Todos necesitan un lugar donde apoyar la cabeza de vez en cuando. Un lugar del que se tenga la certeza de que uno será comprendido. - Ojalá existiera un lugar así para mí – dijo ella, con una angustia en la voz que le llegó al corazón. - Ese lugar existe, mi amor. Mañana volaré a la Argentina desde aquí. - No comprendo. - Desde Lancy. Un avión aterrizará allí con material bélico. Un avión de transporte Hércules. Puedes venir conmigo. En verdad podía. Sería tan fácil. Por un momento estuvo a punto de confesarle toda la verdad. Villiers abrió la puerta del chalet y entró. - Harvey, ¿dónde estás? No hubo respuesta. Desde el fondo de la casa llegaba el sonido de una radio. Reconoció la melodía. Un tema para nostálgicos, Al Bowlly, entonaba Moonlight on the Highway. La puerta del dormitorio estaba entornada y Villiers se detuvo en el umbral. Jackson estaba sentado a una mesa al otro lado de la cama, junto a un pequeño aparato de radio. - ¿Qué diablos pasa, Harvey? Al acercarse, vio que Jackson estaba atado a la cama. Tenía el rostro cubierto de ampollas, producidas probablemente por cigarrillos encendidos. En la sien derecha tenía un orifico de bala, de pequeño calibre ya que no había orificio de salida. Los ojos estaban fijos en la pared. Villiers se dejó caer en la cama, abatido, y lo miró largamente. Adén, Omán, Borneo, Irlanda. Tantas guerras, tantas muertes, para acabar de esa forma. Una puerta a su espalda se cerró con estrépito. Su mano ya buscaba la Walther, cuando giró y se encontró frente a frente con Stavrou y dos hombres armados. - Duro, el hijo de **** – dijo Stavrou -. No pudimos sacarle una sola palabra. - El SAS les brinda un entrenamiento de primera, mayor Villiers – dijo Donner -. Debo reconocer eso. Montero y Gabrielle se hallaban junto al fuego, conversando en susurros, cuando se abrió la puerta y entró Donner, quien fue a pararse de espaldas a la chimenea. - Qué ambiente más agradable. Fuera hace un frío de mil demonios. - ¿Tuvo que caminar mucho? – preguntó Montero amablemente. - Bastante. Sucede que esta tarde me llamó un amigo desde París. Estuvo verificando algunos datos acerca de su amiguita, aquí presente. - ¿A qué diablos se refiere? – dijo Montero, furioso. - Me refiero a la señorita Legrand o, si lo prefiere, la señora Gabrielle Villiers. ¿No sabía que era casada? - Divorciada – dijo Montero -. Me parece que su informante está sumamente atrasado. Gabrielle paralizada, esperaba el golpe final. - Muy bien – dijo Donner -, pero, ¿quién es el señor Villiers, o mejor, el mayor Villiers? Un tipo notable. Regimiento de Granaderos y escuadrón 22 del SAS, créase o no. Cuando mi amigo me pasó estos datos por teléfono, empecé a comprender una serie de hechos muy interesantes. Fue a la puerta, la abrió y entró Stavrou con el prisionero. - Comodoro Raúl Montero, permítame presentarle al mayor Anthony Villiers. Me atrevería a decir que ustedes dos tienen muchísimo en común… Dos de los mercenarios de Roux se situaron de espaldas a la pared con fusiles Armalite. Stavrou empujó a Villiers hacia el medio de la sala y le arrojó la Walther PPK a Donner, quien la atrapó con pericia. - La tenía oculta en la pierna, sujeta con tela adhesiva. Donner se volvió hacia Montero. - Lo ve, un auténtico profesional. Como usted comprenderá, comodoro, esto suscitó una serie de dudas en cuanto al papel de la bella Gabrielle en este asunto. Tengo la sensación de que ella no ha sido enteramente franca con usted. La única explicación posible es que sea una abnegada agente del otro bando. - ¿Es verdad? – le preguntó Montero serenamente. - Sí –replicó Gabrielle. - Ahora comprendo. La cosa empezó en Londres. Todo estaba perfectamente calculado. Y luego París y el Bois… Los ojos de Gabrielle ardían. Quería hablar pero no podía. Simplemente lo miraba. Abrió la boca, pero no pudo decir una sola palabra. Villiers habló por ella. - Trate de comprenderla, Montero. Su hermanastro era piloto de helicóptero y murió en una incursión a Stanley. Gabrielle sólo atinaba a clavarse las uñas en las palmas de las manos y a temblar convulsivamente. Entonces Raúl Montero tuvo un gesto maravilloso. La tomó de las manos, se las estrechó, la ayudó a ponerse de pie. - Está bien – dijo -. Tranquila. Le habló como si se hallaran solos y le rodeó los hombros con el brazo. - Qué escena tan conmovedora – dijo Donner. Cruzó el cuarto y abrió una puerta forrada de tela verde -. Llévela allá, comodoro. Hagan las paces, o lo que quieran. Necesito hablar con este gallardo espía. En París, Nikolai Belov estaba a punto de acostarse a dormir cuando sonó el teléfono. Irana contestó. - Te llama Donner. Belov tomó el auricular. - ¿Cómo va todo por allá? - La situación es muy interesante. Deja que te cuente. – Le hizo una breve síntesis de los acontecimientos del día, y al concluir preguntó -: ¿Has investigado el asunto con tu gente en la Inteligencia francesa? A pesar de que la mayoría de los agentes de la KGB infiltrados en la Inteligencia francesa habían quedado al descubierto tras el escándalo provocado por el asunto Sapphire, todavía quedaban agentes de Belov en algunos de los puestos más importantes. - Hemos verificado todo hasta el último detalle y estamos al corriente. Recibí el último informe hace una hora. Pensaba llamarte por la mañana. Nadie sabe nada de tus actividades. No hay agentes esperándote ni trampas. - Pero la Inteligencia británica estaba al corriente. Me pregunto cómo me descubrieron. - Quizás a través de la mujer y su relación con Montero. Él es el eslabón perdido. Lo conoció en Londres y luego se reunieron en París, aparentemente por casualidad. Pero ahora sabemos que no hubo casualidad. La Inteligencia británica conocía el viaje de él. Si nos han traicionado, yo diría que eso debió ocurrir en la Argentina. - Parece lógico. - ¿Seguirás adelante de todas maneras? - No hay razón para no hacerlo. - Perfecto. ¿Puedo ayudarte en algo? - Ya lo creo. Me parece que es hora de volver a la patria, por si este asunto trae cola. El Chieftain puede llegar a Finlandia sin dificultades. ¿Puedes recomendarme alguna pista aérea adecuada? - Por supuesto. La de Perinó. La usamos con frecuencia. Yo mismo me ocuparé del traslado a Moscú. ¡Ah!, hay otra noticia interesante. Encontraron el cadáver del profesor Paul Bernard en un almacén cerca del Sena, con un balazo en la cabeza. - ¿No me digas? ¿Conoces los detalles? - La policía investiga. ¿Tú sabes qué ocurrió? - Claro que sí. Te llamaré más tarde. Belov cortó y se sentó al borde de la cama, pensativo. - ¿Qué pasa? – preguntó Irana. - Ahora mismo podemos tomar el vuelo de Aeroflot de las siete de la mañana. - Esto huele mal, ¿verdad? La habitación en la que Donner había encerrado a Montero y Gabrielle parecía una combinación de alacena y bodega, con barrotes pesados en la ventana. Ella se sentó sobre un cajón. Montero encendió un cigarrillo y esperó. Ella tomó aliento y lo miró. - ¿Me permites que te lo explique? - Creo que sería lo mejor. - Tony y yo estuvimos casados durante cinco años. El divorcio fue hace seis meses. Todo lo demás es la pura verdad. Sólo omití decirte que mi madre es inglesa y, cuando yo era niña, se casó por segunda vez; su marido actual es inglés. - Lo que explica la existencia de un hermanastro. - Sí. Soy periodista, tal como te dije, pero tengo facilidades para los idiomas. Tony trabajaba con el Grupo Cuatro, el departamento antiterrorista de la Inteligencia británica. El jefe del departamento es el brigadier Ferguson, quien me pidió que colaborara con ellos en una serie de ocasiones. No era trabajo sucio. Todo se debía a mi facilidad para los idiomas. - ¿Yo fui una de esas ocasiones? - Así es – dijo ella llanamente -. Tenía que averiguar si vosotros pensabais atacar las Malvinas. Él lanzó una carcajada. - Por Dios, no tenía la menor idea. – meneó la cabeza -. Es el serendipity. Un acontecimiento inesperado y absolutamente feliz. - Eso fue lo que arruinó todos los planes. Yo nunca había conocido el amor. Hasta esa noche en que entré en la sala de la Embajada Argentina y te vi. - Sí, fue una ocasión inolvidable. - Cuando te fuiste no podía dejar de pensar en ti. Estaba angustiada aunque no sabía que pilotabas jets. Y entonces empezó este horrible asunto de los Exocets y Ferguson me mandó llamar. Me dijo que eras el enemigo. - Tenía razón. - Yo quería abandonar este asunto, no me sentía capaz de seguir mintiendo y engañándote después de que me diste el anillo. - Y fue entonces cuando supiste lo de tu hermano. - Quiero que esto termine, Raúl, las muertes de ambos bandos… Si llevas esos Exocets a la Argentina mañana, habrá más derramamiento de sangre. Él suspiró y meneó la cabeza. - Estamos perdiendo la guerra, Gabrielle. Sólo nos queda el Exocet. ¿Qué quieres que haga? Soy argentino. Tu brigadier Ferguson tiene razón. Soy el enemigo. Gabrielle se le acercó, él le rodeó la cintura con el brazo. - Estoy cansada, Raúl, muy cansada. Sólo sé con certeza que te amo. Ella apoyó la cabeza sobre su hombro y él besó la dorada cabellera, en silencio. - Y ahora, ¿qué? – preguntó Villiers cuando Donner volvió a la sala -. ¿Quiere divertirse un rato más con el juego de los cigarrillos? - No es necesario – dijo Donner -. Mis informantes en París dicen que puedo proceder de acuerdo con el plan. Dicho sea de paso, ¿fue usted el responsable de la despedida del viejo Bernard? - No sé de quién me habla – dijo Villiers. - Ya me parecía – sonrió Donner -. ¿De qué le hablo? ¿De los convoyes que van a St.-Martin? Tonterías. Mi plan es mucho mejor. – Se sirvió un whisky -. Además ni soñaría con hacerle daño a esta altura del partido, mayor. El cuartel general de la KGB en Moscú lo querrá intacto. Usted será una extraordinaria fuente de información. Últimamente se han descubierto unas drogas maravillosas… - Le hizo una señal a Stavrou -. Trae a los otros. Stavrou abrió la puerta del almacén y momentos más tarde salieron Montero y Gabrielle. - ¿Qué hará con ellos? – preguntó Montero. - Lo más importante es lo que haré con usted, comodoro… Se produjo una pausa. - Sí – dijo Montero serenamente -, debí haber sospechado de un tipo como usted. - Claro que sí. El mayor Villiers pensaba que yo obtendría los Exocets mediante una emboscada al conboy de Aerospatiale que llega a St.-Martin mañana. De allí transbordan los milies a la Ile de Roc, que se utiliza para pruebas. - ¿Y bien? - Y usted espera que mañana aterrice en Lancy un avión de transporte Hércules proveniente de Italia, cargado con diez Exocets, cortesía del coronel Kadhafi y los libios. –Sonrió -. Pero los dos se equivocan… [/B] Parte 17 [/QUOTE]
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