un relato de una periodista. Lo copio aquì porque considero innecesàrio abrir un topic solo por esto.
Domingo 8 de octubre de 2006
F-16
Andrea Palet
Cuando me llegó una invitación de la Fuerza Aérea de Chile para viajar con ellos a la base de Cerro Moreno en Antofagasta, creí que era un broma. Luego me asusté (¿por qué me preguntaban por mi talla de ropa?). Luego pensé que deberían despedir al encargado de la base de datos. ¿Qué tenía que ir a hacer yo al dulce seno de los "viejos camaradas"?
No solo no ejerzo de periodista ni existe en mi familia ese extraño designio que te impulsa a obedecer, obedecer, obedecer, hasta que de pronto puedes mandar, mandar, mandar, siempre en preparación de un acaso, la guerra, que nunca sobreviene. No solo crecí en el colegio de Machuca, que desde septiembre de 1973 tuvo de rector a un coronel de aviación imponiendo su peculiar estilo pedagógico, el que incluía entonar el himno de la institución (la suya) todos los lunes en el acto cívico. No solo oía a mi madre llamar tonton macoutes a gente con gorra (no es francesa, solo leía el diario), sino que mi padre trabajó muchos años con víctimas de la dictadura.
Debo haber tenido nueve años cuando lo vi llorar por una de ellas, la hija del padrino de mi hermana, a quien torturaron como a tantos. Mi padre es un hombre gordo, cristiano y feliz, aclaro, y verlo llorar, esa única vez que se lo permitió, me golpeó tan fuerte que todavía puede verse, si se mira muy de cerca, el hematoma en mi interior.
Así, con esa carga indiscriminada de prejuicios y sentimientos, me fui esa mañana a conocer a los aviadores renovados de la nación. Si Michelle se había reconciliado con ellos, cómo no iba a hacerlo yo, que no soy nadie y además me gusta la tonterita tecnológica. Nos pasearon en unos Twin Otter como de juguete y luego partimos al norte en un Hércules, un avión enorme donde nadábamos en espacio y chocolates, y donde cada uno tenía al lado a una Persona Importante disponible para nuestras preguntas inexpertas. También iba César Antonio Santis, explicando obviedades y enfundado en un tierno mameluco de piloto.
Yo no quería preguntar nada y me aburrí mortalmente hasta el momento estrella del viaje, cuando cuatro cazas aparecieron de la nada y se pegaron a las alas del Hércules para repostar en vuelo. Qué susto, qué genial. La maniobra es alucinante, como lo fueron después los juegos de guerra en Cerro Moreno, los Mirage Elkan pasando ensordecedores sobre nosotros, la simulación de un ataque en una sala de controles como de los Thunderbirds, el Hawker Hunter que tenían ahí de adorno (y del que nadie dijo una palabra), la rara camaradería.
En fin, la operación de relaciones públicas rindió sus frutos, aun cuando no pude deshacerme de la sensación de que no estaban hablando en serio, de que todo era un juego, esos avioncitos, esos puntitos en el radar, esas arengas solemnes y vacías, esos pañuelitos tan monos que usan al cuello, la explicación de algo así como una mente aérea más que militar, por decirlo de algún modo...
Sigo sin entender el gen uniformado, pero ahora respeto la destreza técnica y la vocación. La casaca de piloto con interior reflectante que nos regalaron (para eso querían mi talla) permanece intocada en mi clóset, pero cuando supe que habían llegado los F-16, me alegré por mis anfitriones de ese día. Lo contentos que deben estar, pensé. Ahora, escribiendo sobre ellos, veo que se salieron con la suya. Pero yo también.