Sobrino de Fernando Belaúnde Terry, de quien fue secretario cuando su tío era presidente de Perú y Galtieri desembarcó en las Malvinas, Víctor Andrés García Belaúnde cuenta sus vivencias directas de la iniciativa peruana de buenos oficios.
Diputado por la Alianza Parlamentaria, que no está con el presidente Ollanta Humala ni con el fujimorismo, el congresista Víctor García Belaúnde visitó la Argentina dispuesto a contar la historia íntima de la intervención diplomática de su tío presidente en 1982.
–¿Por qué a su tío se le ocurrió elevar una propuesta diplomática después del 2 de abril de 1982? ¿Por qué se metió en el conflicto de las Malvinas?
–Me he hecho la pregunta veinte veces.
–¿Con qué respuestas?
–El origen de todo es la lectura, por parte de mi tío, de la resolución 502 de las Naciones Unidas.
–Eso fue al día siguiente del desembarco. El Consejo de Seguridad pedía el retiro de las fuerzas argentinas y les decía a Gran Bretaña y la Argentina que buscasen una solución diplomática a sus diferencias.
–Esa última parte le interesó al presidente Belaúnde porque vio una posibilidad de desarrollar una estrategia de buenos oficios. Rápidamente se comunicó con Buenos Aires y Washington. En Washington recibió la comunicación directamente Thomas Enders, el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos. Se la trasladó al secretario de Estado, Alexander Haig, que justo estaba embarcando para Buenos Aires. A Haig le pareció interesante que Perú ofreciera sus buenos oficios. El problema es que algunos, en los Estados Unidos y en la Argentina, y también en Perú, no entendieron el fondo de la preocupación de mi tío.
–¿En qué sentido?
–Tenían una apreciación equivocada de la realidad. Pensaban que no habría guerra, y entonces se preguntaban para qué tanta batahola si no pasaría nada. Pero Belaúnde conocía bien la cultura inglesa. Sabía que por tradición los ingleses irían a la confrontación bélica y por eso planteó varias veces la negociación, aunque cada intento fracasara y fracasara porque no era escuchado. El 30 de abril de 1982, el propio Haig, evidentemente preocupado, se comunicó con mi tío, que hablaba inglés fluido, y le dijo: “Lo llamo a usted por encargo directo del presidente Ronald Reagan”. Haig no era cualquier general sino un jefe con honores y medallas, héroe de la guerra de Corea, asistente del general Douglas Mac Arthur. “¿Qué quiere que haga?”, preguntó Belaúnde. “Llame usted a Galtieri”, le dijo Haig, y le explicó que era útil la buena relación de Perú con la Argentina. Haig no sabía que mi tío había sido deportado por la dictadura de Juan Carlos Onganía y que no simpatizaba con los dictadores argentinos o peruanos, pero es verdad que Perú tenía buenas relaciones con el Estado argentino. Cuando Belaúnde acepta que llamará, Haig agrega: “Oiga, esto se lo digo como militar y como general. Gran Bretaña ganará de todas maneras, y mandará los barcos y los aviones que tenga que mandar hasta triunfar. Intervenga ante Galtieri porque no hay vueltas”.
–¿Galtieri contestó rápido?
–No. Se demoró. Atendió Nicanor Costa Méndez, el canciller, y recién después Galtieri. Empezaron a conversar sobre las sugerencias que mi tío había desarrollado con Haig, y que incluían el retiro de las dos fuerzas y las negociaciones.
–¿Qué le dijo Belaúnde a Galtieri?
–Esto: “Yo he notado que Haig ha hecho un gran esfuerzo para convencer a los británicos, que no están muy de acuerdo. Le imploro que acepte usted y mañana firmamos el acuerdo en Lima”. Galtieri, que lo venía llamando presidente y doctor, cuando mi tío era arquitecto, le contesta: “No me exija darle una respuesta ahora. Yo también tengo mi Senado”.
–¿La Junta Militar?
–No lo explicó. Mi tío se preguntaba qué Senado, en parte porque era una dictadura y en parte porque las decisiones de política exterior en un Estado las toma el presidente, no el Senado. “Ni yo consultaría a mi Senado por una cosa así”, me dijo. Ahí se frustró el tema, porque poco después Belaúnde recibió una llamada de Haig informándole sobre el hundimiento del Belgrano. Belaúnde llamó igual otra vez más a Galtieri, que estaba excitadísimo, y le mandó una perorata: le dijo que cómo era posible que hubieran hecho eso los ingleses, que justo los argentinos estaban por estudiar la propuesta, que estaban en reunión de la Junta cuando llegó el almirante Jorge Anaya con la noticia... Belaúnde le dijo: “En este tipo de conflictos, las horas y los minutos también son importantes. Se debió contestar en su momento y no se hizo. Hubiéramos evitado las consecuencias”. Galtieri siguió con su perorata. “No nos vamos a arrodillar”, repetía. Fue una pena, porque Margaret Thatcher, tal como señala en sus memorias, no estaba de acuerdo en compartir soberanía ni siquiera como fórmula transitoria, y llegar al texto y a la posibilidad de una reunión había costado mucho.
–Las dos claves parecen ser la falta de voluntad de aceptación de la Junta y de Galtieri y el hundimiento del Belgrano.
–La discusión es interminable, pero a mí me parece claro, por lo que saben los investigadores, que la decisión de hundir el Belgrano fue política más que militar. Los ingleses sólo habían aceptado a regañadientes la fórmula de paz de Belaúnde. Claro, luego de producido el hundimiento se cortaron las comunicaciones. Pero hubo una oportunidad más, luego del hundimiento del Sheffield. El planteo era el retiro simultáneo. Galtieri dijo: “Ya es muy tarde, hemos dejado todo en manos de la ONU y de Pérez de Cuellar”. Un absurdo. Javier Pérez de Cuellar era tan peruano como Belaúnde, pero estamos hablando del secretario general de la ONU que respondía ya, a esa altura de los acontecimientos, al Consejo de Seguridad. Mire, mi abuelo...
–Tío de su tío el presidente Belaúnde.
–Sí. Mi abuelo estuvo 25 años en la ONU como embajador. Presidió varias veces el Consejo de Seguridad y fue presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en un período, entre 1959 y 1961. Decía: “Si dos países recurren a la ONU, pueden pasar varias cosas. Si se enfrentan dos pequeños, triunfa la ONU. Si se enfrentan uno grande y uno pequeño, triunfa el grande. Y si se enfrentan dos grandes, se acaba la ONU”. Pero bueno, ocurrió lo segundo y se perdió otra oportunidad de negociar.
–¿Qué cálculo político, qué combinación de solidaridad e intereses guió a su tío en ese despliegue diplomático?
–Primero, la solidaridad con la Argentina. Haig le dijo que Gran Bretaña iba a ganar sí o sí, pero recuerde lo que le dije: Belaúnde ya lo pensaba por sí mismo. Fracasado el intento diplomático, Galtieri le pidió que recibiera a su secretario general de Presidencia, Héctor Iglesias. Llegaron con un petitorio de armas. Pidieron aviones Mig, soviéticos. Pero era ridículo, porque sólo los tenían Perú y Cuba. Perú acordó entonces darles Mirage V, más modernos que los Mirage III que tenía la Argentina. Se habían comprado en el ‘68. Era muy modernos y estaban muy bien mantenidos. También hubo envío de misiles, de tanques para los Mirage argentinos, de aviones de transporte del estilo de los Hércules.
–¿Cómo salió Perú de las gestiones y de la guerra?
–Con la Argentina, las relaciones fueron iguales o mejores hasta el incidente de la venta de armas a Ecuador.
Con los Estados Unidos se mantuvieron bien.
Con Inglaterra se enfriaron. Se lo muestran dos hechos. No hubo más intercambio militar, ni siquiera visitas de cortesía e incluso, durante 25 años, al Perú no le daban el visto bueno para tener agregado militar, de aviación y de ejército en Londres.
Sin embargo, en los últimos años, la inversión inglesa en minería ha sido importante. Claro, la minería es un negocio que no tiene ruedas.
–Recientemente, el gobierno peruano impidió que atracara en El Callao un buque de guerra británico.
–Sí, es la política peruana tradicional. Lástima que en este caso hubo una descoordinación entre Defensa y Cancillería, y entonces primero se le dio autorización y luego no, porque el gobierno cayó en la cuenta de que llegaba justo en el aniversario número 30º de la guerra. No era una visita de amistad. Era una demostración de poderío. Además, antes tampoco Chile había autorizado que atracara allí la fragata.
–El mundo en el que intervino su tío buscando buenos oficios o entregando armas a la Argentina era el de la Guerra Fría. El de hoy es otro mundo. ¿Cómo juega para Perú la cuestión de las Malvinas?
–Hay algo que no cambió. Es un remanente del colonialismo del siglo XIX instalado en el siglo XXI. Hay que hacer presión dentro de América latina y de todos los países para que cese el colonialismo, empezando por no dar facilidades a Gran Bretaña en el continente. Si no hay un cierrapuertas, será muy difícil que cambie de posición. Perú tiene muy buenas relaciones con la Argentina, seguirá manteniendo con Londres relaciones cordiales o algo frías y conserva una buena relación con los Estados Unidos, que en ese momento vieron en nuestro país un actor mediador importante que se la jugó hasta el final con cartas limpias, con actitud caballerosa, transparente y decente. Los Estados Unidos de alguna manera creen que el colonialismo debe desaparecer, pero no le impondrán nada a Inglaterra. ¿Sabe qué dijo Galtieri en una de las conversaciones con mi tío?
–Cuénteme.
–“Yo no puedo esperar 150 años.” E hizo todo lo posible para esperarlo. La guerra no da derechos, pero haberla perdido de esta manera tan absurda es una segunda derrota. No sólo militar sino diplomática. Ahora, un punto importante será el nivel de los contactos y puentes que la Argentina construya con sus vecinos latinoamericanos. Hasta Chile con Sebastián Piñera está cambiando de posición. Basta compararla con el momento en que Thatcher visitó a Pinochet en Londres y le agradeció el apoyo en la guerra. El apoyo y la información, ¿no? El objetivo de la Argentina, y de sus amigos, debería ser neutralizar la solidez de la posición británica y producir mayores costos para lograr que un día busque, sin arriar sus banderas, una negociación para hallar una salida honrosa y llegar a un acuerdo que cambie la situación de hoy.
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Diputado por la Alianza Parlamentaria, que no está con el presidente Ollanta Humala ni con el fujimorismo, el congresista Víctor García Belaúnde visitó la Argentina dispuesto a contar la historia íntima de la intervención diplomática de su tío presidente en 1982.
–¿Por qué a su tío se le ocurrió elevar una propuesta diplomática después del 2 de abril de 1982? ¿Por qué se metió en el conflicto de las Malvinas?
–Me he hecho la pregunta veinte veces.
–¿Con qué respuestas?
–El origen de todo es la lectura, por parte de mi tío, de la resolución 502 de las Naciones Unidas.
–Eso fue al día siguiente del desembarco. El Consejo de Seguridad pedía el retiro de las fuerzas argentinas y les decía a Gran Bretaña y la Argentina que buscasen una solución diplomática a sus diferencias.
–Esa última parte le interesó al presidente Belaúnde porque vio una posibilidad de desarrollar una estrategia de buenos oficios. Rápidamente se comunicó con Buenos Aires y Washington. En Washington recibió la comunicación directamente Thomas Enders, el secretario adjunto para Asuntos Interamericanos. Se la trasladó al secretario de Estado, Alexander Haig, que justo estaba embarcando para Buenos Aires. A Haig le pareció interesante que Perú ofreciera sus buenos oficios. El problema es que algunos, en los Estados Unidos y en la Argentina, y también en Perú, no entendieron el fondo de la preocupación de mi tío.
–¿En qué sentido?
–Tenían una apreciación equivocada de la realidad. Pensaban que no habría guerra, y entonces se preguntaban para qué tanta batahola si no pasaría nada. Pero Belaúnde conocía bien la cultura inglesa. Sabía que por tradición los ingleses irían a la confrontación bélica y por eso planteó varias veces la negociación, aunque cada intento fracasara y fracasara porque no era escuchado. El 30 de abril de 1982, el propio Haig, evidentemente preocupado, se comunicó con mi tío, que hablaba inglés fluido, y le dijo: “Lo llamo a usted por encargo directo del presidente Ronald Reagan”. Haig no era cualquier general sino un jefe con honores y medallas, héroe de la guerra de Corea, asistente del general Douglas Mac Arthur. “¿Qué quiere que haga?”, preguntó Belaúnde. “Llame usted a Galtieri”, le dijo Haig, y le explicó que era útil la buena relación de Perú con la Argentina. Haig no sabía que mi tío había sido deportado por la dictadura de Juan Carlos Onganía y que no simpatizaba con los dictadores argentinos o peruanos, pero es verdad que Perú tenía buenas relaciones con el Estado argentino. Cuando Belaúnde acepta que llamará, Haig agrega: “Oiga, esto se lo digo como militar y como general. Gran Bretaña ganará de todas maneras, y mandará los barcos y los aviones que tenga que mandar hasta triunfar. Intervenga ante Galtieri porque no hay vueltas”.
–¿Galtieri contestó rápido?
–No. Se demoró. Atendió Nicanor Costa Méndez, el canciller, y recién después Galtieri. Empezaron a conversar sobre las sugerencias que mi tío había desarrollado con Haig, y que incluían el retiro de las dos fuerzas y las negociaciones.
–¿Qué le dijo Belaúnde a Galtieri?
–Esto: “Yo he notado que Haig ha hecho un gran esfuerzo para convencer a los británicos, que no están muy de acuerdo. Le imploro que acepte usted y mañana firmamos el acuerdo en Lima”. Galtieri, que lo venía llamando presidente y doctor, cuando mi tío era arquitecto, le contesta: “No me exija darle una respuesta ahora. Yo también tengo mi Senado”.
–¿La Junta Militar?
–No lo explicó. Mi tío se preguntaba qué Senado, en parte porque era una dictadura y en parte porque las decisiones de política exterior en un Estado las toma el presidente, no el Senado. “Ni yo consultaría a mi Senado por una cosa así”, me dijo. Ahí se frustró el tema, porque poco después Belaúnde recibió una llamada de Haig informándole sobre el hundimiento del Belgrano. Belaúnde llamó igual otra vez más a Galtieri, que estaba excitadísimo, y le mandó una perorata: le dijo que cómo era posible que hubieran hecho eso los ingleses, que justo los argentinos estaban por estudiar la propuesta, que estaban en reunión de la Junta cuando llegó el almirante Jorge Anaya con la noticia... Belaúnde le dijo: “En este tipo de conflictos, las horas y los minutos también son importantes. Se debió contestar en su momento y no se hizo. Hubiéramos evitado las consecuencias”. Galtieri siguió con su perorata. “No nos vamos a arrodillar”, repetía. Fue una pena, porque Margaret Thatcher, tal como señala en sus memorias, no estaba de acuerdo en compartir soberanía ni siquiera como fórmula transitoria, y llegar al texto y a la posibilidad de una reunión había costado mucho.
–Las dos claves parecen ser la falta de voluntad de aceptación de la Junta y de Galtieri y el hundimiento del Belgrano.
–La discusión es interminable, pero a mí me parece claro, por lo que saben los investigadores, que la decisión de hundir el Belgrano fue política más que militar. Los ingleses sólo habían aceptado a regañadientes la fórmula de paz de Belaúnde. Claro, luego de producido el hundimiento se cortaron las comunicaciones. Pero hubo una oportunidad más, luego del hundimiento del Sheffield. El planteo era el retiro simultáneo. Galtieri dijo: “Ya es muy tarde, hemos dejado todo en manos de la ONU y de Pérez de Cuellar”. Un absurdo. Javier Pérez de Cuellar era tan peruano como Belaúnde, pero estamos hablando del secretario general de la ONU que respondía ya, a esa altura de los acontecimientos, al Consejo de Seguridad. Mire, mi abuelo...
–Tío de su tío el presidente Belaúnde.
–Sí. Mi abuelo estuvo 25 años en la ONU como embajador. Presidió varias veces el Consejo de Seguridad y fue presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas en un período, entre 1959 y 1961. Decía: “Si dos países recurren a la ONU, pueden pasar varias cosas. Si se enfrentan dos pequeños, triunfa la ONU. Si se enfrentan uno grande y uno pequeño, triunfa el grande. Y si se enfrentan dos grandes, se acaba la ONU”. Pero bueno, ocurrió lo segundo y se perdió otra oportunidad de negociar.
–¿Qué cálculo político, qué combinación de solidaridad e intereses guió a su tío en ese despliegue diplomático?
–Primero, la solidaridad con la Argentina. Haig le dijo que Gran Bretaña iba a ganar sí o sí, pero recuerde lo que le dije: Belaúnde ya lo pensaba por sí mismo. Fracasado el intento diplomático, Galtieri le pidió que recibiera a su secretario general de Presidencia, Héctor Iglesias. Llegaron con un petitorio de armas. Pidieron aviones Mig, soviéticos. Pero era ridículo, porque sólo los tenían Perú y Cuba. Perú acordó entonces darles Mirage V, más modernos que los Mirage III que tenía la Argentina. Se habían comprado en el ‘68. Era muy modernos y estaban muy bien mantenidos. También hubo envío de misiles, de tanques para los Mirage argentinos, de aviones de transporte del estilo de los Hércules.
–¿Cómo salió Perú de las gestiones y de la guerra?
–Con la Argentina, las relaciones fueron iguales o mejores hasta el incidente de la venta de armas a Ecuador.
Con los Estados Unidos se mantuvieron bien.
Con Inglaterra se enfriaron. Se lo muestran dos hechos. No hubo más intercambio militar, ni siquiera visitas de cortesía e incluso, durante 25 años, al Perú no le daban el visto bueno para tener agregado militar, de aviación y de ejército en Londres.
Sin embargo, en los últimos años, la inversión inglesa en minería ha sido importante. Claro, la minería es un negocio que no tiene ruedas.
–Recientemente, el gobierno peruano impidió que atracara en El Callao un buque de guerra británico.
–Sí, es la política peruana tradicional. Lástima que en este caso hubo una descoordinación entre Defensa y Cancillería, y entonces primero se le dio autorización y luego no, porque el gobierno cayó en la cuenta de que llegaba justo en el aniversario número 30º de la guerra. No era una visita de amistad. Era una demostración de poderío. Además, antes tampoco Chile había autorizado que atracara allí la fragata.
–El mundo en el que intervino su tío buscando buenos oficios o entregando armas a la Argentina era el de la Guerra Fría. El de hoy es otro mundo. ¿Cómo juega para Perú la cuestión de las Malvinas?
–Hay algo que no cambió. Es un remanente del colonialismo del siglo XIX instalado en el siglo XXI. Hay que hacer presión dentro de América latina y de todos los países para que cese el colonialismo, empezando por no dar facilidades a Gran Bretaña en el continente. Si no hay un cierrapuertas, será muy difícil que cambie de posición. Perú tiene muy buenas relaciones con la Argentina, seguirá manteniendo con Londres relaciones cordiales o algo frías y conserva una buena relación con los Estados Unidos, que en ese momento vieron en nuestro país un actor mediador importante que se la jugó hasta el final con cartas limpias, con actitud caballerosa, transparente y decente. Los Estados Unidos de alguna manera creen que el colonialismo debe desaparecer, pero no le impondrán nada a Inglaterra. ¿Sabe qué dijo Galtieri en una de las conversaciones con mi tío?
–Cuénteme.
–“Yo no puedo esperar 150 años.” E hizo todo lo posible para esperarlo. La guerra no da derechos, pero haberla perdido de esta manera tan absurda es una segunda derrota. No sólo militar sino diplomática. Ahora, un punto importante será el nivel de los contactos y puentes que la Argentina construya con sus vecinos latinoamericanos. Hasta Chile con Sebastián Piñera está cambiando de posición. Basta compararla con el momento en que Thatcher visitó a Pinochet en Londres y le agradeció el apoyo en la guerra. El apoyo y la información, ¿no? El objetivo de la Argentina, y de sus amigos, debería ser neutralizar la solidez de la posición británica y producir mayores costos para lograr que un día busque, sin arriar sus banderas, una negociación para hallar una salida honrosa y llegar a un acuerdo que cambie la situación de hoy.
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