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<blockquote data-quote="CONDOR COMAHUE" data-source="post: 314820" data-attributes="member: 1764"><p>Los líderes del federalismo siempre fueron de la clase terrateniente, y por lo tanto sus puntos de vista, a veces muy lúcidos en cuanto a la organización nacional, siempre estuvieron teñidos de su particular punto de vista de clase. Es por eso que muchos de ellos escogieron el camino del localismo y la defensa del particularismo regional antes que la organización nacional. </p><p>Sus figuras fueron los caudillos, los "hombres fuertes", aquellos que carismáticamente se transformaron en "directores" de amplias masas populares, que los seguían por haberse identificado con la cultura del campo, de lo autóctono, de la religión y las costumbres vernáculas. El caudillo federal aparecía como un "gaucho", amante de las tradiciones del campo, y con esa imagen cautivó a aquellas masas rurales que, movilizadas con la guerra de la independencia, buscaban un lugar en la lucha política posrevolucionaria. No obstante, los caudillos no dejaron nunca de ser grandes terratenientes, y lo que en rigor hicieron fue utilizar el apoyo popular para afianzar su poder pero sin poner nunca en entredicho su dominación de clase y sus privilegios políticos y sociales. Desviaron el odio popular hacia la élite unitaria pero afianzaron las relaciones de producción feudales y el sistema económico heredado de la colonia. </p><p>En este espectro político, Rosas es el caudillo federal por excelencia, el que aparece como el "gran padre" para gauchos y peones, el que "se hace gaucho como ellos", para dominarlos y dirigirlos por senderos que no estorben a la aristocracia terrateniente. Y su maniobra política fundamental es crear una división entre todos aquellos que lo apoyan (los partidarios de la "Santa Federación") y todos los que se le oponen (que, en adelante, pasarán a ser, independientemente de su pensamiento político, los "salvajes unitarios"). Así, el descontento popular es descargado en los "enemigos" de la federación y atacados como tales. A esto contribuiría el desprecio de la élite unitaria para con el pueblo llano.</p><p>Un ejemplo característico de esta participación popular en la oposición a los antirrosistas es el caso de la "Revolución de los Restauradores", en la que es el gauchaje y el pueblo llano el que participa en el derrocamiento de los federales "lomos negros", que si bien parecían proponer medidas progresistas como la redacción de una constitución y se quejaban contra el personalismo de Rosas, estaban socialmente más cerca de los "doctores" que de los gauchos rosistas. Así, una lucha interna entre dos sectores de las clases dominantes, que comenzó siendo un conflicto en el seno de las instituciones (como la Legislatura), pasó a ser un debate en la opinión pública a través de los periódicos y terminó siendo una rebelión popular que estableció definitivamente la hegemonía de Rosas en el escenario político de la provincia y su proyección en el país.</p><p>Las disidencias del Interior y del Litoral</p><p>En el momento de la lucha entre unitarios y federales en Buenos Aires, que terminaría con los pactos de Cañuelas y Barracas, en el interior se estaba conformando un bloque de provincias cuyo objetivo principal era la lucha contra los porteños. A la cabeza de este bloque se hallaba el General Paz, liderando su Liga Unitaria, lo que comprueba que el unitarismo no fue solo un fenómeno porteño sino nacional, aunque siempre minoritario. El objetivo declarado por Paz, el de "constituir la nación", fracasó por la escasez de apoyo popular que sufrieron los unitarios. Es por eso que esta Liga, gestada a partir de cuerpos militares que volvían de la guerra con el Brasil, caería pronto al caer su jefe, y serían reconquistadas todas las posiciones por los caudillos federales, entre los que se destacaría Quiroga. El apoyo de Quiroga a la solución rosista refleja la miopía de miras de algunos caudillos federales, y determinaría el resurgimiento del poder porteño que, forjando alianzas con los "hombres fuertes" federales del interior y del litoral, llegaría a ser el jefe indiscutido de la laxa unión que supuso la Confederación Argentina. Sin embargo, la política de puerto único y su rechazo por la unión constitucional pronto despertaron en las provincias movimientos opositores que, en general, cometerían el error de confiar en fuerzas extranjeras para conseguir sus objetivos. </p><p>Sería el viejo unitario del golpe decembrista de 1828 el que encabezaría otra coalición desde el interior del país, y esta vez con apoyo del Litoral: Juan Lavalle, aquel que había mandado ejecutar a Dorrego, ahora enarbolaría la bandera federal al grito de: "¡Viva el gobierno republicano representativo federal!". Aquí las denominaciones (aparentemente tanto Rosas como Lavalle son "federales") no nos deben confundir: el conflicto era claramente entre las provincias y Buenos Aires. Y el propio Lavalle sirvió como instrumento de los gobernadores provinciales, que eran los que verdaderamente detentaban el poder económico. (De la misma manera que había servido como instrumento de los unitarios complotados en 1828 para derrocar al gobierno dorreguista).</p><p>La primera expedición al mando de Lavalle había sido mentada por los unitarios de Uruguay y los litoraleños argentinos; la segunda representó además a los gobiernos del interior en la "Liga del Norte". En la primera se puede observar el error de los disidentes: buscar el apoyo francés para deshacerse de la tiranía porteña sin comprender que Francia hacía su propio negocio colonialista. Error que Lavalle pagaría caro, porque los franceses lo abandonarían antes del ataque decisivo.</p><p>Sin embargo, y pese a las derrotas que Rosas propinó a las resistencias provinciales, Corrientes sería su más severo adversario. Como provincia litoral, comenzaba a competir por colocar sus productos (en gran medida los mismos que Buenos Aires) en ultramar. Así Ferré (defensor del proteccionismo y de la aceleración en dictar una Constitución en 1831) como Berón de Astrada y los hermanos Madariaga, encabezarían sucesivas rebeliones contra la política de "cerrojo" rosista. Y mucho peor fue cuando, después de haber comerciado en el momento de los bloqueos, la paz volvió a dar a Rosas un mayor "poder de vigilancia". Entonces ya ni Entre Ríos, a cuyo frente estaba su subordinado Urquiza, apoyó su política. Ya los tratados de Alcaraz, firmados entre Urquiza en representación de un "rosista" Entre Ríos y los correntinos, serían el primer punto de encuentro entre ambas provincias. El "pronunciamiento" no tardaría en llegar. </p><p>En 1851, como en otras oportunidades, Rosas renunció a la representación exterior esperando la ratificación de su mandato por las provincias. Pero la de Entre Ríos no llegó. Urquiza (encarnando la alianza entrerriano-correntina), el imperio brasileño y Uruguay (los colorados) se coligaron en la denominada Triple Alianza, lograron levantar el sitio de Montevideo y vencieron a las tropas rosistas en Caseros.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="CONDOR COMAHUE, post: 314820, member: 1764"] Los líderes del federalismo siempre fueron de la clase terrateniente, y por lo tanto sus puntos de vista, a veces muy lúcidos en cuanto a la organización nacional, siempre estuvieron teñidos de su particular punto de vista de clase. Es por eso que muchos de ellos escogieron el camino del localismo y la defensa del particularismo regional antes que la organización nacional. Sus figuras fueron los caudillos, los "hombres fuertes", aquellos que carismáticamente se transformaron en "directores" de amplias masas populares, que los seguían por haberse identificado con la cultura del campo, de lo autóctono, de la religión y las costumbres vernáculas. El caudillo federal aparecía como un "gaucho", amante de las tradiciones del campo, y con esa imagen cautivó a aquellas masas rurales que, movilizadas con la guerra de la independencia, buscaban un lugar en la lucha política posrevolucionaria. No obstante, los caudillos no dejaron nunca de ser grandes terratenientes, y lo que en rigor hicieron fue utilizar el apoyo popular para afianzar su poder pero sin poner nunca en entredicho su dominación de clase y sus privilegios políticos y sociales. Desviaron el odio popular hacia la élite unitaria pero afianzaron las relaciones de producción feudales y el sistema económico heredado de la colonia. En este espectro político, Rosas es el caudillo federal por excelencia, el que aparece como el "gran padre" para gauchos y peones, el que "se hace gaucho como ellos", para dominarlos y dirigirlos por senderos que no estorben a la aristocracia terrateniente. Y su maniobra política fundamental es crear una división entre todos aquellos que lo apoyan (los partidarios de la "Santa Federación") y todos los que se le oponen (que, en adelante, pasarán a ser, independientemente de su pensamiento político, los "salvajes unitarios"). Así, el descontento popular es descargado en los "enemigos" de la federación y atacados como tales. A esto contribuiría el desprecio de la élite unitaria para con el pueblo llano. Un ejemplo característico de esta participación popular en la oposición a los antirrosistas es el caso de la "Revolución de los Restauradores", en la que es el gauchaje y el pueblo llano el que participa en el derrocamiento de los federales "lomos negros", que si bien parecían proponer medidas progresistas como la redacción de una constitución y se quejaban contra el personalismo de Rosas, estaban socialmente más cerca de los "doctores" que de los gauchos rosistas. Así, una lucha interna entre dos sectores de las clases dominantes, que comenzó siendo un conflicto en el seno de las instituciones (como la Legislatura), pasó a ser un debate en la opinión pública a través de los periódicos y terminó siendo una rebelión popular que estableció definitivamente la hegemonía de Rosas en el escenario político de la provincia y su proyección en el país. Las disidencias del Interior y del Litoral En el momento de la lucha entre unitarios y federales en Buenos Aires, que terminaría con los pactos de Cañuelas y Barracas, en el interior se estaba conformando un bloque de provincias cuyo objetivo principal era la lucha contra los porteños. A la cabeza de este bloque se hallaba el General Paz, liderando su Liga Unitaria, lo que comprueba que el unitarismo no fue solo un fenómeno porteño sino nacional, aunque siempre minoritario. El objetivo declarado por Paz, el de "constituir la nación", fracasó por la escasez de apoyo popular que sufrieron los unitarios. Es por eso que esta Liga, gestada a partir de cuerpos militares que volvían de la guerra con el Brasil, caería pronto al caer su jefe, y serían reconquistadas todas las posiciones por los caudillos federales, entre los que se destacaría Quiroga. El apoyo de Quiroga a la solución rosista refleja la miopía de miras de algunos caudillos federales, y determinaría el resurgimiento del poder porteño que, forjando alianzas con los "hombres fuertes" federales del interior y del litoral, llegaría a ser el jefe indiscutido de la laxa unión que supuso la Confederación Argentina. Sin embargo, la política de puerto único y su rechazo por la unión constitucional pronto despertaron en las provincias movimientos opositores que, en general, cometerían el error de confiar en fuerzas extranjeras para conseguir sus objetivos. Sería el viejo unitario del golpe decembrista de 1828 el que encabezaría otra coalición desde el interior del país, y esta vez con apoyo del Litoral: Juan Lavalle, aquel que había mandado ejecutar a Dorrego, ahora enarbolaría la bandera federal al grito de: "¡Viva el gobierno republicano representativo federal!". Aquí las denominaciones (aparentemente tanto Rosas como Lavalle son "federales") no nos deben confundir: el conflicto era claramente entre las provincias y Buenos Aires. Y el propio Lavalle sirvió como instrumento de los gobernadores provinciales, que eran los que verdaderamente detentaban el poder económico. (De la misma manera que había servido como instrumento de los unitarios complotados en 1828 para derrocar al gobierno dorreguista). La primera expedición al mando de Lavalle había sido mentada por los unitarios de Uruguay y los litoraleños argentinos; la segunda representó además a los gobiernos del interior en la "Liga del Norte". En la primera se puede observar el error de los disidentes: buscar el apoyo francés para deshacerse de la tiranía porteña sin comprender que Francia hacía su propio negocio colonialista. Error que Lavalle pagaría caro, porque los franceses lo abandonarían antes del ataque decisivo. Sin embargo, y pese a las derrotas que Rosas propinó a las resistencias provinciales, Corrientes sería su más severo adversario. Como provincia litoral, comenzaba a competir por colocar sus productos (en gran medida los mismos que Buenos Aires) en ultramar. Así Ferré (defensor del proteccionismo y de la aceleración en dictar una Constitución en 1831) como Berón de Astrada y los hermanos Madariaga, encabezarían sucesivas rebeliones contra la política de "cerrojo" rosista. Y mucho peor fue cuando, después de haber comerciado en el momento de los bloqueos, la paz volvió a dar a Rosas un mayor "poder de vigilancia". Entonces ya ni Entre Ríos, a cuyo frente estaba su subordinado Urquiza, apoyó su política. Ya los tratados de Alcaraz, firmados entre Urquiza en representación de un "rosista" Entre Ríos y los correntinos, serían el primer punto de encuentro entre ambas provincias. El "pronunciamiento" no tardaría en llegar. En 1851, como en otras oportunidades, Rosas renunció a la representación exterior esperando la ratificación de su mandato por las provincias. Pero la de Entre Ríos no llegó. Urquiza (encarnando la alianza entrerriano-correntina), el imperio brasileño y Uruguay (los colorados) se coligaron en la denominada Triple Alianza, lograron levantar el sitio de Montevideo y vencieron a las tropas rosistas en Caseros. [/QUOTE]
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