Posteado por Eternauta
Historia de las Malvinas, un poco más de investigación
Historia de las Malvinas
Relativa importancia tiene el “descubrimiento” de las Malvinas, porque su mero hecho –y menos sin arraigar en colonización- no puede fundar derecho contra los títulos españoles sobre América del sur. Los españoles de la San Antonio, que se separó de la flota de Magallanes en 1520, descubrieron las islas, en 1540 le correspondió a Esteban Gómez, los piratas Davies y Hawkins que atravesaron el estrecho dejaron la relación de una isla que llamaron Pepys, pero por su dimensión y distancia del continente no puede ser ninguna de las Malvinas; el holandés Sebaldo de Weert llegó a ellas, en 1600, pero no desembarcó: sólo dejó un nombre –Sebaldas o Sebaldinas- que no prosperaría; también anduvieron por allí los franceses De la Roche y Beauchenne en 1675 y 1701 respectivamente, sin tomar posesión.
Boungainville y el establecimiento francés en las Malvinas.
Fue el ministro de Luís XV, Choiseul, quien resolvió posesionarse de las islas y formar un establecimiento francés que en parte compensara a Francia de la pérdida de Canadá y Luisiana por la paz de 1763.
La expedición se hizo, no obstante el Pacto de Familia que aliaba a Francia con España, y se confió al capitán Luis Antonio de Boungainville, nacido en Saint Maló. Zarpado de ese puerto en setiembre de 1763, llegó a destino el 31 de enero del año siguiente: tomó posesión del archipiélago en nombre de Luis XV dándole el nombre de Malouines (de allí “Malvinas”) por su ciudad natal, y echó las bases de un fuerte y pequeña población que llamó Port-Louis.
Al enterarse el gobierno español, elevó una formal protesta, Choiseul propuso la compra de las islas, que los españoles rechazaron. Entonces, no queriendo rozar a su aliado, envió al mismo Boungainville a Madrid para concertar el traspaso de la colonia a España pagándose los gastos, más una indemnización fijada en seiscientas mil libras tornesas.
España toma posesión de las Malvinas.
Según el convenio, Bounganville pasó a Buenos Aires y se puso de acuerdo con el gobernador Bucarelli para el traspaso de la colonia y reconocimiento del dominio español en el archipiélago. El 28 de febrero de 1767 zarpó de Buenos Aires la flota franco-española con Felipe Ruiz Puente, designado gobernador; el 1 de abril se realizó en Puerto Soledad (como se llamaría la población en adelante) la ceremonia de arriar la bandera francesa e izar la española. Algunos franceses quedaron, embarcándose los demás de regreso a Saint Maló.
El establecimiento francés de Port-Luis fundado en 1764, fue devuelto a los españoles en 1767 que lo llamaron Puerto Soledad. Algo más costaría sacar a los ingleses de la isla Trinidad que habían levantado clandestinamente en 1765 Port-Egmont, creyéndose en la fabulosa isla Pepys mencionada por sus piratas.
Los ingleses.
Inglaterra tenía con España una cuenta por un compromiso arrancado al arzobispo de Manila, en Filipinas, de pagar cuatro millones de pesetas. España se negaba a hacerlo porque no podía responder de las obligaciones de un arzobispo, y porque el compromiso le había sido exigido por la fuerza al prelado al apoderarse y saquear los ingleses a Manila en la guerra terminada en 1763.
Resueltos a cobrarse los cuatro millones, buscaron los ingleses un valor de cambio que obligara a España. Al mando de John Byron (abuelo del poeta) sale una expedición en junio de 1764 a posesionarse “de la isla de S.M.B.” (Pepys), que inútilmente buscaron por las costas patagónicas. Después de recalar en Puerto Deseado y visto lo inhallable que era Pepys, Byron resuelve establecer una base en la isla Trinidad, un islote de las islas Malvinas que supone que estas estaban abandonadas.
Diversas peripecias lo demoran, y solamente el 11 de enero (de 1765) establece un fortín en una caleta, denominado Port-Egdomt en homenaje al primer Lord del Almirantazgo. No existe constancia que tomara posesión de “la isla”. Sino simplemente que estableció una pequeña base a la espera de lo que saliera. Poco después el comodoro Mac Bride, sucesor de Byron, al explorar las islas descubre la colonia de Port-Luis, todavía en poder de los franceses: se vuelve a Inglaterra a informar a los superiores, quienes se limitaron a instruirle de mantener la base en esa isla sin inmiscuirse en lo que pasaba en la isla Oriental.
Mientras tanto España ha tomado posesión de Puerto Soledad, y reclama por la intrusión, después de averiguar si en las islas donde decían haberse establecido los ingleses correspondía a alguna de las Malvinas. Pitt se limita a decir –el 22 de noviembre de 1766- que abandonaría Port-Egmont a condición de pagarse el rescate del arzobispo de Manila y darse a Inglaterra libertad de navegar el Pacífico (Considerado “mar español” por unir Filipinas a México y Perú). España no acepta; el gobernador de Buenos Aires Francisco Bucarelli ordena la expulsión de los intrusos y envía (mayo de 1770) una escuadrilla al mando del capitán Juan Ignacio Madariaga a cumplirla. Tras un corto combate el 6 de junio, los ingleses se rinden. La pequeña base queda a cargo de un oficial español.
La expulsión repercute en Londres. Jorge III exige de España la desautorización de Bucarelli y devolución de la base de Port-Egdmont, o de lo contrario iría a la guerra “por la ofensa inferida”. Por consejo de Luis XV, aliado de España que no quería ir a la guerra, Carlos III se compromete a “desagraviar a Jorge III” con la devolución de la base, bajo el compromiso de retirarse los ingleses por sí solos (22 de enero de 1771). Así, el 13 de setiembre, por pura fórmula, se devuelve la base.
Retirada de los ingleses
Los ingleses demoraron el cumplimiento del abandono. Y cuando, estrechados, lo hacen (el 20 de mayo de 1774), El virrey ordena la destrucción de la base inglesa en el islote Trinidad.
Tranquila posesión española
Desde que Boungainville dio posesión al gobernador español en el entonces Port-Luís en 1767, los españoles mantuvieron el pleno goce del archipiélago malvinense. Confirmado por el abandono de la base inglesa (nunca pasó de allí) del islote Trinidad, al norte de la isla Gran Malvina. Las islas Malvinas fue sede de los gobernadores españoles, dependientes del gobernador de Buenos Aires y luego el virrey del mismo título. Se contaron una veintena de gobernadores desde 1767 hasta 1811.
Invasión y apoderamiento de las islas Malvinas por los ingleses en 1833.
Los españoles estuvieron en el dominio de las islas desde 1767 hasta 1811. El 14 de enero de 1811 la junta española de guerra, de Montevideo, resolvió por razones de defensa, abandonar Puerto Soledad. Durante nueve años no hubo autoridad en las islas Malvinas, hasta el 27 de octubre de 1820 en que el comandante David Jewett del corsario argentino Heroína, cumpliendo órdenes dadas en marzo por el gobierno de Sarratea, entró en el abandonado Puerto Soledad, tomando posesión en nombre del gobierno de Buenos Aires, la bandera argentina quedó izada en un mástil, fue saludada por salvas reglamentarias y se pasó nota a los capitanes de los buques anclados en las inmediaciones –que mataban lobos o se abastecían con carne de las ovejas salvajes reproducidas en gran cantidad- para reconocer la jurisdicción argentina. Así lo hicieron. Ningún gobierno reclamó en los años siguientes las islas.
Desde 1823 el argentino Jorge Pacheco tenía una concesión del gobierno de Buenos Aires para explotar el ganado lanar en las islas Malvinas. Formó una sociedad con el alemán Luis Vernet y armó una expedición para reconstruir Puerto Soledad, puesta al mando del capitán de milicia Pablo Areguati. En 1826 la base de Soledad esta reinstalada. El 3 de enero de 1828 Dorrego, a un requerimiento de Vernet y Pacheco, les concedía en propiedad parcelas de tierras fiscales; el 10 de junio de 1829, el gobierno revolucionario de Lavalle creaba la comandancia política y militar de Soledad con jurisdicción en las islas Malvinas “e islas adyacentes al cabo de hornos”, nombrando a Vernet que la instaló el 29 de agosto.
El afincamiento argentino en las islas Malvinas esquiló ovejas, levantó saladeros para faenar ovinos (desde 1826 a 1831 fueron trabajadas 5.553 reses, vendidas a los balleneros que tocaban Puerto Soledad), y extendió sus actividades hasta la isla de los Estados donde llevó ganado vacuno. Reglamentó la pesca de ballenas y cacería de lobos, cobrando derecho de anclaje a quienes lo hacían.
Conflicto con los norteamericanos: atropello de la “Lexington” (diciembre de 1831).
Las expoliaciones que los buques balleneros, especialmente los norteamericanos armados en Nantucket, hacían al apoderarse sin freno de ballenas y lobos marinos, llevaron a Viamonte a dictar el 29 de octubre de 1829 un decreto que prohibía la “pesca de anfibios”, cuyo cumplimiento encargó a Vernet, comandante en el cargo-, como no tenía buques para vigilar las costas patagónicas y malvineras, Anchorena, ministro de Rosas –que mantuvo a Vernet en el cargo-, lo derogó el 6 de julio de 1831 sustituyéndolo “por ahora” con un impuesto de cinco pesos por tonelada de buque pesquero.
En su cumplimiento Vernet apresó a algunos buques de bandera norteamericana, reteniéndolos como garantía de los derechos. Enterado el cónsul norteamericano en Buenos Aires, Jorge W. Slacum, a cargo interinamente de la legación, reclamó al gobierno. Pero sin esperar sus resultados mandó a la corbeta de guerra Lexington a rescatar las presas y someter a las autoridades argentinas en las islas. La Lexington disimulándose con pabellón francés entró a Puerto Soledad el 28 de diciembre: se apoderó del comandante delegado Brisbane –Vernet había ido a Buenos Aires-, secuestró a los argentinos que no consiguieron escapar, clavó la artillería, quemó la pólvora, destruyó las pocas armas, saqueó las propiedades y destruyó las casas. Los argentinos capturados fueron llevados a Montevideo en febrero de 1832, y los balleneros norteamericanos pudieron pescar en libertad.
Balcarce, a cargo interinamente del gobierno, protestó a los Estados Unidos “por una conducta tan opuesta al derecho de las naciones como contraria a las relaciones de amistad y buena inteligencia que conservan ambas Repúblicas”, pidiendo que desautorizara al comandante de la Lexington e indemnizase el daño causado.
Rosas canceló la patente del cónsul Slacum y dio sus pasaportes al ministro Bayles como “persona no grata”. Este debió irse de Buenos Aires el 26 de setiembre de 1832, aconsejando al secretario de Estado, Livingstone, que “los Estados Unidos declarasen la guerra al gobierno de Buenos Aires”. La guerra no llegó al río de la plata porque el presidente Jackson de los Estados Unidos no tomó más medida que dejar sin proveer la legación norteamericana en Buenos Aires. Rosas mantuvo acéfala en Washington hasta 1838 en que se nombró a Alvear, con instrucciones “de entenderse directamente con la secretaría de Estado” sobre la reclamación por el atropello. Como a poco se había producido la agresión inglesa a las islas Malvinas, el problema con los norteamericanos pasó a segundo plano.
Atropello inglés de la “Clío” (3 enero de 1833)
Inglaterra dejó de hablar de su pretensión a las islas desde que los españoles estuvieron en posesión en 1767, que, por otra parte, no se fundaba en ningún derecho positivo y establecido. Pero hacia 1829 la colonización inglesa de Australia y Tasmania, cuyo tránsito se hacía en gran parte por el cabo de Hornos, señaló la conveniencia de poseer una base cerca de este. Desde luego se pensó en las Malvinas.
El Foreign Office, desempeñado en 1829 por Lord Aberdeen, encomendó al abogado real, Heberto Jenner, un estudio de los derechos ingleses a la isla Occidental. Jenner se expidió en julio de 1829 sosteniendo el título del descubrimiento. El 8 de agosto el Foreign ordenó a Parish dejar constancia al gobierno argentino de las “pretensiones” británicas a Puerto Egdmont (un islote en la isla Occidental de las Malvinas) “por ser altamente deseable la posesión de algún punto seguro donde los buques que hacen el tránsito para el Pacífico puedan abastecerse y ser carenados”, pero advirtiéndole “que no está en mis medios (del Foreign) informar ahora a usted acerca de la determinación final del gobierno británico con respecto a esas islas”. En su cumplimiento Parish dejó esa constancia en Buenos Aires el 17 de setiembre de 1830, de las pretensiones inglesas “a Puerto Egdmont” en una nota rutinaria.
La despoblación forzada de Puerto Soledad por el atropello de la Lexington, movieron al almirantazgo británico a apoderase nuevamente de Puerto Egdmont. No parecía interesarle todo el archipiélago, sino solamente una base para reparo de sus buques.
El 29 de noviembre de 1832 el capitán John James Onslow con la nave Clío, levó anclas en Río de Janeiro con instrucciones de tomar posesión de la caleta de la isla Occidental. Semanas más tarde llegó a la desolada bahía, después, y sin instrucciones, se presentó el 2 de enero de 1833 frente a Puerto Soledad en la isla Oriental.
Rosas había nombrado comandante de las islas Malvinas, mientras durase la ausencia de Vernet, al mayor de artillería Esteban Mestivier. En la goleta Sarandí, al mando de José María Pinedo, llegada a Soledad en octubre (de 1832), se habían traído algunos presos comunes para fundar una colonia penal, que fueron desembarcados. Mientras Pinedo con la Sarandí recorría las costas ahuyentando a los pesqueros norteamericanos, los confinados se sublevaron matando a Mestivier (30 de noviembre). A su regreso a Soledad en diciembre Pinedo consiguió imponerse.
El 2 de enero se presentaba Onslow con la Clío en puerto Soledad intimando a Pinedo el reconocimiento de la soberanía inglesa, aduciendo falsamente haberse convenido así entre los gobiernos argentino y británico. Pinedo, con pocas fuerzas para resistirse, se limitó a poner en un mástil en tierra la bandera argentina y dejar que los ingleses hicieran un acto de fuerza; al día siguiente 3 de enero, los británicos desembarcaron, arriaron la bandera argentina e izaron la inglesa sin que Pinedo –como dice el investigador francés Groussac- se sintiera “capaz de intentar una heroica locura”. Se limitó a ir a Buenos Aires a informar al gobierno de Balcarse.
Reclamaciones argentinas.
Conocido el atropello inglés, mereció la censura unánime de la prensa porteña. Hubo reuniones “de notables” y se convocó a la legislatura el 24 de enero. El ministro de relaciones exteriores, Maza, después de pedir –y no conseguir- una explicación del ministro inglés Gore, circuló a las provincias y a los gobiernos americanos el atropello británico. El 14 de febrero dio instrucciones a Manuel Moreno, ministro argentino en Londres, de formular una protesta “poniendo en claro los fundamentos sólidos en que se apoya deducidos de la historia”. Moreno se había adelantado el 24 de abril al enterarse por los diarios londinenses, y pedido explicaciones al gobierno, que no se le dieron. En virtud de las órdenes de Maza presentó un memorial el 17 de junio que hizo publicar en el Times de Londres junto con la nota de su gobierno.
La Argentina no podía asumir otra actitud, por su situación de deudora del empréstito Baring. Un deudor no puede romper relaciones con su acreedor, y la Argentina no estaba en condiciones de pagar su deuda y asumir la actitud gallarda correspondiente. Esto, por lo demás lo sabía perfectamente el gabinete británico.
No quedó a la Confederación más actitud que la protesta lírica.
Historia de las Malvinas, un poco más de investigación
Historia de las Malvinas
Relativa importancia tiene el “descubrimiento” de las Malvinas, porque su mero hecho –y menos sin arraigar en colonización- no puede fundar derecho contra los títulos españoles sobre América del sur. Los españoles de la San Antonio, que se separó de la flota de Magallanes en 1520, descubrieron las islas, en 1540 le correspondió a Esteban Gómez, los piratas Davies y Hawkins que atravesaron el estrecho dejaron la relación de una isla que llamaron Pepys, pero por su dimensión y distancia del continente no puede ser ninguna de las Malvinas; el holandés Sebaldo de Weert llegó a ellas, en 1600, pero no desembarcó: sólo dejó un nombre –Sebaldas o Sebaldinas- que no prosperaría; también anduvieron por allí los franceses De la Roche y Beauchenne en 1675 y 1701 respectivamente, sin tomar posesión.
Boungainville y el establecimiento francés en las Malvinas.
Fue el ministro de Luís XV, Choiseul, quien resolvió posesionarse de las islas y formar un establecimiento francés que en parte compensara a Francia de la pérdida de Canadá y Luisiana por la paz de 1763.
La expedición se hizo, no obstante el Pacto de Familia que aliaba a Francia con España, y se confió al capitán Luis Antonio de Boungainville, nacido en Saint Maló. Zarpado de ese puerto en setiembre de 1763, llegó a destino el 31 de enero del año siguiente: tomó posesión del archipiélago en nombre de Luis XV dándole el nombre de Malouines (de allí “Malvinas”) por su ciudad natal, y echó las bases de un fuerte y pequeña población que llamó Port-Louis.
Al enterarse el gobierno español, elevó una formal protesta, Choiseul propuso la compra de las islas, que los españoles rechazaron. Entonces, no queriendo rozar a su aliado, envió al mismo Boungainville a Madrid para concertar el traspaso de la colonia a España pagándose los gastos, más una indemnización fijada en seiscientas mil libras tornesas.
España toma posesión de las Malvinas.
Según el convenio, Bounganville pasó a Buenos Aires y se puso de acuerdo con el gobernador Bucarelli para el traspaso de la colonia y reconocimiento del dominio español en el archipiélago. El 28 de febrero de 1767 zarpó de Buenos Aires la flota franco-española con Felipe Ruiz Puente, designado gobernador; el 1 de abril se realizó en Puerto Soledad (como se llamaría la población en adelante) la ceremonia de arriar la bandera francesa e izar la española. Algunos franceses quedaron, embarcándose los demás de regreso a Saint Maló.
El establecimiento francés de Port-Luis fundado en 1764, fue devuelto a los españoles en 1767 que lo llamaron Puerto Soledad. Algo más costaría sacar a los ingleses de la isla Trinidad que habían levantado clandestinamente en 1765 Port-Egmont, creyéndose en la fabulosa isla Pepys mencionada por sus piratas.
Los ingleses.
Inglaterra tenía con España una cuenta por un compromiso arrancado al arzobispo de Manila, en Filipinas, de pagar cuatro millones de pesetas. España se negaba a hacerlo porque no podía responder de las obligaciones de un arzobispo, y porque el compromiso le había sido exigido por la fuerza al prelado al apoderarse y saquear los ingleses a Manila en la guerra terminada en 1763.
Resueltos a cobrarse los cuatro millones, buscaron los ingleses un valor de cambio que obligara a España. Al mando de John Byron (abuelo del poeta) sale una expedición en junio de 1764 a posesionarse “de la isla de S.M.B.” (Pepys), que inútilmente buscaron por las costas patagónicas. Después de recalar en Puerto Deseado y visto lo inhallable que era Pepys, Byron resuelve establecer una base en la isla Trinidad, un islote de las islas Malvinas que supone que estas estaban abandonadas.
Diversas peripecias lo demoran, y solamente el 11 de enero (de 1765) establece un fortín en una caleta, denominado Port-Egdomt en homenaje al primer Lord del Almirantazgo. No existe constancia que tomara posesión de “la isla”. Sino simplemente que estableció una pequeña base a la espera de lo que saliera. Poco después el comodoro Mac Bride, sucesor de Byron, al explorar las islas descubre la colonia de Port-Luis, todavía en poder de los franceses: se vuelve a Inglaterra a informar a los superiores, quienes se limitaron a instruirle de mantener la base en esa isla sin inmiscuirse en lo que pasaba en la isla Oriental.
Mientras tanto España ha tomado posesión de Puerto Soledad, y reclama por la intrusión, después de averiguar si en las islas donde decían haberse establecido los ingleses correspondía a alguna de las Malvinas. Pitt se limita a decir –el 22 de noviembre de 1766- que abandonaría Port-Egmont a condición de pagarse el rescate del arzobispo de Manila y darse a Inglaterra libertad de navegar el Pacífico (Considerado “mar español” por unir Filipinas a México y Perú). España no acepta; el gobernador de Buenos Aires Francisco Bucarelli ordena la expulsión de los intrusos y envía (mayo de 1770) una escuadrilla al mando del capitán Juan Ignacio Madariaga a cumplirla. Tras un corto combate el 6 de junio, los ingleses se rinden. La pequeña base queda a cargo de un oficial español.
La expulsión repercute en Londres. Jorge III exige de España la desautorización de Bucarelli y devolución de la base de Port-Egdmont, o de lo contrario iría a la guerra “por la ofensa inferida”. Por consejo de Luis XV, aliado de España que no quería ir a la guerra, Carlos III se compromete a “desagraviar a Jorge III” con la devolución de la base, bajo el compromiso de retirarse los ingleses por sí solos (22 de enero de 1771). Así, el 13 de setiembre, por pura fórmula, se devuelve la base.
Retirada de los ingleses
Los ingleses demoraron el cumplimiento del abandono. Y cuando, estrechados, lo hacen (el 20 de mayo de 1774), El virrey ordena la destrucción de la base inglesa en el islote Trinidad.
Tranquila posesión española
Desde que Boungainville dio posesión al gobernador español en el entonces Port-Luís en 1767, los españoles mantuvieron el pleno goce del archipiélago malvinense. Confirmado por el abandono de la base inglesa (nunca pasó de allí) del islote Trinidad, al norte de la isla Gran Malvina. Las islas Malvinas fue sede de los gobernadores españoles, dependientes del gobernador de Buenos Aires y luego el virrey del mismo título. Se contaron una veintena de gobernadores desde 1767 hasta 1811.
Invasión y apoderamiento de las islas Malvinas por los ingleses en 1833.
Los españoles estuvieron en el dominio de las islas desde 1767 hasta 1811. El 14 de enero de 1811 la junta española de guerra, de Montevideo, resolvió por razones de defensa, abandonar Puerto Soledad. Durante nueve años no hubo autoridad en las islas Malvinas, hasta el 27 de octubre de 1820 en que el comandante David Jewett del corsario argentino Heroína, cumpliendo órdenes dadas en marzo por el gobierno de Sarratea, entró en el abandonado Puerto Soledad, tomando posesión en nombre del gobierno de Buenos Aires, la bandera argentina quedó izada en un mástil, fue saludada por salvas reglamentarias y se pasó nota a los capitanes de los buques anclados en las inmediaciones –que mataban lobos o se abastecían con carne de las ovejas salvajes reproducidas en gran cantidad- para reconocer la jurisdicción argentina. Así lo hicieron. Ningún gobierno reclamó en los años siguientes las islas.
Desde 1823 el argentino Jorge Pacheco tenía una concesión del gobierno de Buenos Aires para explotar el ganado lanar en las islas Malvinas. Formó una sociedad con el alemán Luis Vernet y armó una expedición para reconstruir Puerto Soledad, puesta al mando del capitán de milicia Pablo Areguati. En 1826 la base de Soledad esta reinstalada. El 3 de enero de 1828 Dorrego, a un requerimiento de Vernet y Pacheco, les concedía en propiedad parcelas de tierras fiscales; el 10 de junio de 1829, el gobierno revolucionario de Lavalle creaba la comandancia política y militar de Soledad con jurisdicción en las islas Malvinas “e islas adyacentes al cabo de hornos”, nombrando a Vernet que la instaló el 29 de agosto.
El afincamiento argentino en las islas Malvinas esquiló ovejas, levantó saladeros para faenar ovinos (desde 1826 a 1831 fueron trabajadas 5.553 reses, vendidas a los balleneros que tocaban Puerto Soledad), y extendió sus actividades hasta la isla de los Estados donde llevó ganado vacuno. Reglamentó la pesca de ballenas y cacería de lobos, cobrando derecho de anclaje a quienes lo hacían.
Conflicto con los norteamericanos: atropello de la “Lexington” (diciembre de 1831).
Las expoliaciones que los buques balleneros, especialmente los norteamericanos armados en Nantucket, hacían al apoderarse sin freno de ballenas y lobos marinos, llevaron a Viamonte a dictar el 29 de octubre de 1829 un decreto que prohibía la “pesca de anfibios”, cuyo cumplimiento encargó a Vernet, comandante en el cargo-, como no tenía buques para vigilar las costas patagónicas y malvineras, Anchorena, ministro de Rosas –que mantuvo a Vernet en el cargo-, lo derogó el 6 de julio de 1831 sustituyéndolo “por ahora” con un impuesto de cinco pesos por tonelada de buque pesquero.
En su cumplimiento Vernet apresó a algunos buques de bandera norteamericana, reteniéndolos como garantía de los derechos. Enterado el cónsul norteamericano en Buenos Aires, Jorge W. Slacum, a cargo interinamente de la legación, reclamó al gobierno. Pero sin esperar sus resultados mandó a la corbeta de guerra Lexington a rescatar las presas y someter a las autoridades argentinas en las islas. La Lexington disimulándose con pabellón francés entró a Puerto Soledad el 28 de diciembre: se apoderó del comandante delegado Brisbane –Vernet había ido a Buenos Aires-, secuestró a los argentinos que no consiguieron escapar, clavó la artillería, quemó la pólvora, destruyó las pocas armas, saqueó las propiedades y destruyó las casas. Los argentinos capturados fueron llevados a Montevideo en febrero de 1832, y los balleneros norteamericanos pudieron pescar en libertad.
Balcarce, a cargo interinamente del gobierno, protestó a los Estados Unidos “por una conducta tan opuesta al derecho de las naciones como contraria a las relaciones de amistad y buena inteligencia que conservan ambas Repúblicas”, pidiendo que desautorizara al comandante de la Lexington e indemnizase el daño causado.
Rosas canceló la patente del cónsul Slacum y dio sus pasaportes al ministro Bayles como “persona no grata”. Este debió irse de Buenos Aires el 26 de setiembre de 1832, aconsejando al secretario de Estado, Livingstone, que “los Estados Unidos declarasen la guerra al gobierno de Buenos Aires”. La guerra no llegó al río de la plata porque el presidente Jackson de los Estados Unidos no tomó más medida que dejar sin proveer la legación norteamericana en Buenos Aires. Rosas mantuvo acéfala en Washington hasta 1838 en que se nombró a Alvear, con instrucciones “de entenderse directamente con la secretaría de Estado” sobre la reclamación por el atropello. Como a poco se había producido la agresión inglesa a las islas Malvinas, el problema con los norteamericanos pasó a segundo plano.
Atropello inglés de la “Clío” (3 enero de 1833)
Inglaterra dejó de hablar de su pretensión a las islas desde que los españoles estuvieron en posesión en 1767, que, por otra parte, no se fundaba en ningún derecho positivo y establecido. Pero hacia 1829 la colonización inglesa de Australia y Tasmania, cuyo tránsito se hacía en gran parte por el cabo de Hornos, señaló la conveniencia de poseer una base cerca de este. Desde luego se pensó en las Malvinas.
El Foreign Office, desempeñado en 1829 por Lord Aberdeen, encomendó al abogado real, Heberto Jenner, un estudio de los derechos ingleses a la isla Occidental. Jenner se expidió en julio de 1829 sosteniendo el título del descubrimiento. El 8 de agosto el Foreign ordenó a Parish dejar constancia al gobierno argentino de las “pretensiones” británicas a Puerto Egdmont (un islote en la isla Occidental de las Malvinas) “por ser altamente deseable la posesión de algún punto seguro donde los buques que hacen el tránsito para el Pacífico puedan abastecerse y ser carenados”, pero advirtiéndole “que no está en mis medios (del Foreign) informar ahora a usted acerca de la determinación final del gobierno británico con respecto a esas islas”. En su cumplimiento Parish dejó esa constancia en Buenos Aires el 17 de setiembre de 1830, de las pretensiones inglesas “a Puerto Egdmont” en una nota rutinaria.
La despoblación forzada de Puerto Soledad por el atropello de la Lexington, movieron al almirantazgo británico a apoderase nuevamente de Puerto Egdmont. No parecía interesarle todo el archipiélago, sino solamente una base para reparo de sus buques.
El 29 de noviembre de 1832 el capitán John James Onslow con la nave Clío, levó anclas en Río de Janeiro con instrucciones de tomar posesión de la caleta de la isla Occidental. Semanas más tarde llegó a la desolada bahía, después, y sin instrucciones, se presentó el 2 de enero de 1833 frente a Puerto Soledad en la isla Oriental.
Rosas había nombrado comandante de las islas Malvinas, mientras durase la ausencia de Vernet, al mayor de artillería Esteban Mestivier. En la goleta Sarandí, al mando de José María Pinedo, llegada a Soledad en octubre (de 1832), se habían traído algunos presos comunes para fundar una colonia penal, que fueron desembarcados. Mientras Pinedo con la Sarandí recorría las costas ahuyentando a los pesqueros norteamericanos, los confinados se sublevaron matando a Mestivier (30 de noviembre). A su regreso a Soledad en diciembre Pinedo consiguió imponerse.
El 2 de enero se presentaba Onslow con la Clío en puerto Soledad intimando a Pinedo el reconocimiento de la soberanía inglesa, aduciendo falsamente haberse convenido así entre los gobiernos argentino y británico. Pinedo, con pocas fuerzas para resistirse, se limitó a poner en un mástil en tierra la bandera argentina y dejar que los ingleses hicieran un acto de fuerza; al día siguiente 3 de enero, los británicos desembarcaron, arriaron la bandera argentina e izaron la inglesa sin que Pinedo –como dice el investigador francés Groussac- se sintiera “capaz de intentar una heroica locura”. Se limitó a ir a Buenos Aires a informar al gobierno de Balcarse.
Reclamaciones argentinas.
Conocido el atropello inglés, mereció la censura unánime de la prensa porteña. Hubo reuniones “de notables” y se convocó a la legislatura el 24 de enero. El ministro de relaciones exteriores, Maza, después de pedir –y no conseguir- una explicación del ministro inglés Gore, circuló a las provincias y a los gobiernos americanos el atropello británico. El 14 de febrero dio instrucciones a Manuel Moreno, ministro argentino en Londres, de formular una protesta “poniendo en claro los fundamentos sólidos en que se apoya deducidos de la historia”. Moreno se había adelantado el 24 de abril al enterarse por los diarios londinenses, y pedido explicaciones al gobierno, que no se le dieron. En virtud de las órdenes de Maza presentó un memorial el 17 de junio que hizo publicar en el Times de Londres junto con la nota de su gobierno.
La Argentina no podía asumir otra actitud, por su situación de deudora del empréstito Baring. Un deudor no puede romper relaciones con su acreedor, y la Argentina no estaba en condiciones de pagar su deuda y asumir la actitud gallarda correspondiente. Esto, por lo demás lo sabía perfectamente el gabinete británico.
No quedó a la Confederación más actitud que la protesta lírica.