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Malvinas 1982
Imágenes del conflicto de Malvinas < fotos >
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<blockquote data-quote="nestorboca" data-source="post: 2175507" data-attributes="member: 15889"><p><strong>Testimonio del entonces </strong></p><p><strong>Teniente Primero de Infantería y Oficial de Comandos </strong></p><p><strong>Don <em>Jose Martiniano Duarte</em></strong></p><p></p><p></p><p></p><p><img src="http://www.mediafire.com/convkey/508e/bnx9gfixhfro58uzg.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p><strong></strong></p><p><strong>Un pacto de soldados - José Martiniano Duarte</strong></p><p></p><p>Esa mañana del 26 de mayo de 1982, el avión Hércules C-130 que llevaba a bordo a la Compañía de Comandos 602, había despegado de la base aérea de El Palomar a treinta kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos Aires y estaba aterrizado para hacer combustible en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, el centro geográfico del golfo San Jorge, en la provincia del Chubut.</p><p></p><p>Dos horas después rodaba pesada y lentamente para alcanzar la cabecera de pista. Su destino era Puerto Argentino, la capital de las Islas Malvinas y el trámite, en principio, parecía que iba a ser rápido.</p><p></p><p>Había que llegar a como sea. ¿Acaso no era eso lo que querían y deseaban, no era eso para lo que se habían preparado desde muy jóvenes? Todo había ocurrido hasta aquí según lo conjeturado y planeado por su mentor. Mucho más rápido aún de lo que él mismo imaginaba hacía apenas unas semanas. Ahora la suerte estaba echada.</p><p></p><p>Para casi todos esos hombres, el despegue en esas condiciones, era una experiencia cotidiana; la visión caótica, aparentemente anárquica del fuselaje desnudo, las vibraciones que provoca el roncar furibundo de las turbinas, el tintineo metálico de una escalerilla floja, los arneses cuadriculados de los largos asientos de paracaidistas, el zumbido intermitente de los cables de mando al moverse, el bamboleo y traqueteo que produce el rodaje previo al despegue, el olor a JP-1 quemándose en los motores.</p><p></p><p>Para unos pocos en ese viaje, dos o tres suboficiales y tres soldados conscriptos, era una vivencia nueva que no habían conocido nunca y que no iban a olvidar jamás. La visión de un tripulante auxiliar enfundado de gris brillante con escudos en los hombros y en los brazos, grandes auriculares y micrófono, que pasó tomándose del cable estático y los parantes de aluminio, caminando sobre los asientos, enfrascado vaya a saber en qué tarea y hablando con palabras inentendibles quien sabe con quién, los llenó de asombro y los liberó por unos segundos de la aprensión, de la ansiedad y del miedo.</p><p></p><p>Porque ahora iban a enfrentar al océano en una travesía incierta. Y es que en estos casos de extremo peligro, donde se está entregado a las cosas que no dependen de uno, en realidad, siempre es mejor la inexperiencia y la ignorancia. Conocer, saber mucho, implica estar plenamente consciente de la realidad; y saber de tal manera, estimula la imaginación. Entender todo lo que podría pasar, todas las probabilidades, puede aterrorizar.</p><p></p><p>Casi todos eran paracaidistas y contabilizaban más decolajes que aterrizajes sobre una aeronave. Algunos rezaban en silencio, otros ponían la mente en blanco, algunos recordaban a sus familiares cercanos, esposa, hijos…; según era el método propio ensayado para superar la impaciencia del despegue y anular la imaginación, a la espera de que pase ese momento de angustia previo a la partida. Una situación que estaba más allá de su control…</p><p></p><p>Esta vez no era un lanzamiento en paracaídas o un desembarco de rutina, estaban partiendo para cumplir la que creían que era, con seguridad, la misión más importante de sus vidas. Para muchos, iba a ser la última misión de sus vidas. A algunos de ellos los separaban el mar y apenas 48 horas de su combate final. ¿Quién podía saberlo con certeza, pero quién podía descartarlo en aquel momento? Ninguno; muchos, seguramente lo presentían.</p><p></p><p>Iban sentados sobre los asientos de paracaidistas en cuatro hileras a lo largo del avión, dos y dos frente a frente y el equipo prolijamente aparcado con precisión aeronáutica sobre la gran rampa trasera. Al oír rugir los motores un acto reflejo aprendido y repetido cientos de veces les hizo entrecruzar los brazos unos con otros, aferrándose mutuamente.</p><p></p><p>La fuerza de los motores al ser liberada los empujó hacia el fondo de la aeronave obligándolos a resistir hombro con hombro, brazo con brazo. El avión se elevó rápidamente y sólo lo necesario. Lo suficiente para sortear los obstáculos que lo separaban del mar. Luego, poco a poco, fue acercando su panza gris al agua azul. Iba a hacer la travesía en vuelo táctico, casi rozando la superficie del agua, para intentar eludir los radares de vigilancia de la flota enemiga, que había establecido el cerco a las Islas y que era, o intentaba ser, inexpugnable.</p><p></p><p><img src="http://www.mediafire.com/convkey/2896/l9f52nvnvnuei8wzg.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="nestorboca, post: 2175507, member: 15889"] [B]Testimonio del entonces Teniente Primero de Infantería y Oficial de Comandos Don [I]Jose Martiniano Duarte[/I][/B] [IMG]http://www.mediafire.com/convkey/508e/bnx9gfixhfro58uzg.jpg[/IMG] [B] Un pacto de soldados - José Martiniano Duarte[/B] Esa mañana del 26 de mayo de 1982, el avión Hércules C-130 que llevaba a bordo a la Compañía de Comandos 602, había despegado de la base aérea de El Palomar a treinta kilómetros al noroeste de la ciudad de Buenos Aires y estaba aterrizado para hacer combustible en el aeropuerto de Comodoro Rivadavia, el centro geográfico del golfo San Jorge, en la provincia del Chubut. Dos horas después rodaba pesada y lentamente para alcanzar la cabecera de pista. Su destino era Puerto Argentino, la capital de las Islas Malvinas y el trámite, en principio, parecía que iba a ser rápido. Había que llegar a como sea. ¿Acaso no era eso lo que querían y deseaban, no era eso para lo que se habían preparado desde muy jóvenes? Todo había ocurrido hasta aquí según lo conjeturado y planeado por su mentor. Mucho más rápido aún de lo que él mismo imaginaba hacía apenas unas semanas. Ahora la suerte estaba echada. Para casi todos esos hombres, el despegue en esas condiciones, era una experiencia cotidiana; la visión caótica, aparentemente anárquica del fuselaje desnudo, las vibraciones que provoca el roncar furibundo de las turbinas, el tintineo metálico de una escalerilla floja, los arneses cuadriculados de los largos asientos de paracaidistas, el zumbido intermitente de los cables de mando al moverse, el bamboleo y traqueteo que produce el rodaje previo al despegue, el olor a JP-1 quemándose en los motores. Para unos pocos en ese viaje, dos o tres suboficiales y tres soldados conscriptos, era una vivencia nueva que no habían conocido nunca y que no iban a olvidar jamás. La visión de un tripulante auxiliar enfundado de gris brillante con escudos en los hombros y en los brazos, grandes auriculares y micrófono, que pasó tomándose del cable estático y los parantes de aluminio, caminando sobre los asientos, enfrascado vaya a saber en qué tarea y hablando con palabras inentendibles quien sabe con quién, los llenó de asombro y los liberó por unos segundos de la aprensión, de la ansiedad y del miedo. Porque ahora iban a enfrentar al océano en una travesía incierta. Y es que en estos casos de extremo peligro, donde se está entregado a las cosas que no dependen de uno, en realidad, siempre es mejor la inexperiencia y la ignorancia. Conocer, saber mucho, implica estar plenamente consciente de la realidad; y saber de tal manera, estimula la imaginación. Entender todo lo que podría pasar, todas las probabilidades, puede aterrorizar. Casi todos eran paracaidistas y contabilizaban más decolajes que aterrizajes sobre una aeronave. Algunos rezaban en silencio, otros ponían la mente en blanco, algunos recordaban a sus familiares cercanos, esposa, hijos…; según era el método propio ensayado para superar la impaciencia del despegue y anular la imaginación, a la espera de que pase ese momento de angustia previo a la partida. Una situación que estaba más allá de su control… Esta vez no era un lanzamiento en paracaídas o un desembarco de rutina, estaban partiendo para cumplir la que creían que era, con seguridad, la misión más importante de sus vidas. Para muchos, iba a ser la última misión de sus vidas. A algunos de ellos los separaban el mar y apenas 48 horas de su combate final. ¿Quién podía saberlo con certeza, pero quién podía descartarlo en aquel momento? Ninguno; muchos, seguramente lo presentían. Iban sentados sobre los asientos de paracaidistas en cuatro hileras a lo largo del avión, dos y dos frente a frente y el equipo prolijamente aparcado con precisión aeronáutica sobre la gran rampa trasera. Al oír rugir los motores un acto reflejo aprendido y repetido cientos de veces les hizo entrecruzar los brazos unos con otros, aferrándose mutuamente. La fuerza de los motores al ser liberada los empujó hacia el fondo de la aeronave obligándolos a resistir hombro con hombro, brazo con brazo. El avión se elevó rápidamente y sólo lo necesario. Lo suficiente para sortear los obstáculos que lo separaban del mar. Luego, poco a poco, fue acercando su panza gris al agua azul. Iba a hacer la travesía en vuelo táctico, casi rozando la superficie del agua, para intentar eludir los radares de vigilancia de la flota enemiga, que había establecido el cerco a las Islas y que era, o intentaba ser, inexpugnable. [IMG]http://www.mediafire.com/convkey/2896/l9f52nvnvnuei8wzg.jpg[/IMG] [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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