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<blockquote data-quote="CondorArgento" data-source="post: 62142" data-attributes="member: 114"><p><strong>Viva la Confederación Argentina!!!</strong></p><p></p><p>Rosas inicia su segundo gobierno el 13 e abril de 1835 con una mayor recepción popular que la expresada en el primero. La Suma del Poder Público no significaba la anulación del poder judicial.</p><p></p><p>Rosas hubiese podido mantener la apariencia de un “equilibrio o división de poderes” e influir secreta y eficazmente en la legislación y en la justicia como lo hicieron todos los sucesores constitucionales, pero no era su estilo. No caminó por el andarivel de la hipocresía. San Martín, al tanto de los acontecimientos que se desarrollaban en su Patria, le escribió a Guido una carta el día 17 de diciembre de 1835, en la que le dijo:“…hace cerca de dos años escribí a Ud. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra que elestablecimiento de un Gobierno fuerte o más claro Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer…corrupción y guerra civil ha sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos sacrificios.Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño y para conseguir tan loable objetivo yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable, y no dudo que su opinión y las de todos los hombres que amen a su país pensarán como yo…”</p><p>Los conceptos de San Martín guardan una correspondencia total con los acontecimientos que se están sucediendo en el país.</p><p></p><p>En esos días en la Plaza del Fuerte se hacía justicia con los matadores de Quiroga, así los cuerpos de los Reynafé y Santos Pérez fueron colgados de una horca para que fueran exhibidos al público. A raíz del bloqueo francés declarado por la flota militar francesa en 1838, San Martín, por iniciativa propia, inició el 5 de agosto de 1838 la correspondencia personal con Rosas, expresándole su adhesión y ofreciéndose. Así comenzó un intercambio epistolar que no se interrumpió hasta la muerte del Libertador.</p><p></p><p>En carta que le escribió a Rosas, el 10 de junio de 1839, informado del ataque militar de Francia y que a ella se habían unido los unitarios que estaban en Montevideo, le dice: “... Lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...”.</p><p></p><p>A las dos cartas mencionadas, le siguen la del 30 de octubre dirigida a Arana, para conocimiento de Rosas, en la que desiste de su designación de Embajador en Perú; la del 30 de junio de 1845; la del 2 de noviembre de 1848; la del 29 de noviembre de 1849 y la del 6 de mayo de 1850, tres meses antes de su fallecimiento.</p><p></p><p>Ante la inminencia de la segunda intervención imperialista, esta vez Francia unida con Inglaterra, aunque no tiene noticias concretas, hace a Guido una apreciación de la situación con el acierto de su olfato político; en carta del 10 de abril de 1845: “¡Qué me dice Ud. de la intervención que se anuncia de la Inglaterra, Francia y el Brasil, en nuestra contienda con la Banda Oriental!...ella se prolongará por un tiempo indefinido y por consiguiente perjudicial a los intereses de los beligerantes y neutrales...”. Y ya declarado el bloqueo imperialista a la Confederación Argentina, San Martín le escribió a Guido el 20 de octubre de 1845, en donde denunció el atropello, expresándole: “...es inconcebible que las dos más grandes Naciones del Universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado Independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad! Y se atreven a invocarla los que han permitido –por el espacio de cuatro años- derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy de Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra toda intervención de los Estados Europeos....”.</p><p></p><p>Un prominente comerciante inglés, Jorge Federico Dickson, dirigió una respetuosa carta al Gral. San Martín requiriendo su opinión sobre la invasión anglofrancesa al Río de la Plata, sabiendo el comerciante que la opinión del Libertador, reconocido militar americano autoexiliado en Europa, tendría enorme influencia en las legislaturas de ambos países agresores y en la opinión pública, y desalentaría las intenciones de los más belicistas (en noviembre ya se había producido la guerra del Paraná y se temía una invasión terrestre). San Martín no perdió el tiempo y le contestó a dicho comerciante el 28 de diciembre de 1845 con el siguiente análisis: “...Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina...con siete u ocho mil hombres de caballería...fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente...”. Esta carta a Dickson, como era de esperar, provocó un gran revuelo. En carta a Guido del 10 de mayo de 1846 le expresa: “...ya sabía la acción de Obligado, de todos los interventores habrán visto por este echantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el abrir la boca...”</p><p></p><p>San Martín evaluó la trascendencia extraordinaria que tuvo aquella contienda que se estaba empeñando e, indirectamente, señala la ceguera de los unitarios que no advertían que el único partido en esa circunstancia era el de la Patria, ya que el honor de la misma estaba en juego, y que esa contienda tenía la misma “trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Después del bloqueo comenzaron a llegar al Río de la Plata los negociadores.</p><p></p><p><strong>Ya hacia 1844, adelantándose a su reloj biológico, escribió su testamento en donde consignó en la cláusula 3ra., su voluntad sobre el destino de su reliquia más apreciada: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Dn. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido, el honor de la República contra la injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla....”.</strong></p><p></p><p>Cuando ya no pudo silenciar el hecho comenzaron a elaborarse las alquimias interpretativas para desacreditar la significación del señalamiento testamentario. Se dijo que San Martín era muy viejo y chocheaba, por lo que no podía entender la política sudamericana y los acontecimientos del Río de la Plata. Otros expresaron que las simpatías de San Martín se originaron en reciprocidad al gesto que tuvo Rosas cuando designó Secretario de la Embajada de Francia al yerno del Libertador don Mariano Balcarce. La primera interpretación sobre la ancianidad de San Martín y sus facultades declinantes tienen su fuente en una carta que Sarmiento le envió a su amigo Antonio Aberastain, comentándole la visita que hizo al prócer en su casa de Grand Bourg. Esta carta del 4 de septiembre de 1846 entre otras cosas afirma: “...Va Ud a buscar la opinión de los americanos mismos y por todas partes encuentra la misma incapacidad de juzgar. San Martín es el ariete desmontado ya que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza; anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas el defensor de la independencia amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca....San Martín era hombre y viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez; habíamos vuelto a la época presente y nombrado a Rosas y su sistema. Aquella inteligencia tan clara en otro tiempo, declina ahora; aquellos ojos tan penetrantes que de una mirada forjaban una página de la historia, estaban ahora turbios y allá en la lejana tierra veía fantasmas extranjeros todas sus ideas se confundían, los españoles y las potencias extrajeras, la patria. aquella patria antigua, la estatua de piedra del antiguo héroe de la independencia, parecía enderezarse sobre su sarcófago para defender la América amenazada...”.</p><p></p><p>Ante las expresiones adversas sobre Rosas que Sarmiento trató de explicar a San Martín, el dueño de casa hubo de interrumpirle y exclamar: “Ese tirano de Rosas que los unitarios odian tanto, no debe ser tan malo como lo pintan cuando en un pueblo tan viril se puede sostener veinte años...me inclino a creer que ustedes exageran un poco y que sus enemigos lo pintan más arbitrario de lo que es...y si todos ellos y lo mejor del país, como ustedes dicen, no logran desmoronar a tan mal gobierno, es porque la mayoría convencida está de la necesidad de un gobierno fuerte y de mano firme, para que no vuelvan las bochornosas escenas del año 20 ni que cualquier comandante de cualquier batallón se levante a fusilar por su orden al Gobernador del Estado”.</p><p></p><p>En la segunda interpretación nos encontramos con un problema de ignorancia castrense, pero además es el cargo más grave porque degrada la conducta de San Martín, haciendo inclinar su orgullosa cerviz en agradecimiento a un supuesto requerimiento prebendario.</p><p></p><p>Pero hubo una tercera interpretación en esta alquimia hermenéutica, la expresada por Ricardo Rojas. Este polígrafo argentino de tan ponderable trayectoria en el terreno de las letras argentinas, envuelto en la tradición antirosista, argumentó que San Martín quiso distinguir en Rosas su defensa de la soberanía nacional, o sea sus méritos en orden a la política exterior solamente.</p><p></p><p>El argumento no deja de tener su atractivo. Dicha interpretación nos conduciría al siguiente disparate: Rosas es un patriota cuando defiende la Patria de las agresiones externas y es un tirano cuando combate a los unitarios que la estimulan, fomentan y se unen al extranjero en las agresiones a su propia patria. Resulta imposible separar a esos dos aspectos de una sola política enderezada a defender a la Patria “de las injustas pretensiones del extranjero que trataban de humillarla”, y por lo tanto de los unitarios y liberales que actuaban en connivencia con los orientales, los ingleses, los franceses y más tarde los brasileños, unión espuria que San Martín no trepidó en considerarla una “felonía que ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.</p><p></p><p>Por eso cuando la historiografía liberal exhibe esta cuestionada carta, la fragmenta y muestra la primera parte, ocultando la reflexión de San Martín en la que el Libertador señala la claudicación unitaria. Esta casuística deshonesta se utilizará varias veces en la hermenéutica de la historiografía liberal. Con fecha posterior a esta carta, seguirá escribiéndose con el Restaurador y con otras personalidades, y siempre en el sentido de ponderación y apoyo a Juan Manuel de Rosas, de tal manera que si en 1839 pensó lo que dijo en el primer párrafo de la carta aludida, bien pronto dejó de hacerlo, por lo que la especulación de Ricardo Rojas y sus repetidores no tienen validez histórica.Además hay un detalle que pocos habrán descubierto: el sable de San Martín, su reliquia más significativa pudo tener otros destinatarios. De los personajes civiles que pudieron aspirar a la herencia histórica recordamos a Juan Larrea sobreviviente de la Junta Provisional de Mayo, Vicente López y Planes indiscutido patricio que se contó entre sus corresponsales y autor del Himno Nacional.</p><p></p><p>Entre los que lo visitaron en el exilio y ya se destacaban en el campo de las letras recordamos a Juan Bautista Alberdi que en 1844 le hizo llegar una elogiosa semblanza que se imprimió en un folleto en París y también Sarmiento que había escrito su “Facundo”. Pero San Martín, imperturbable ante tantos merecimientos de diversos signos, distinguió al que encarnaba sus propios valores: soberanía, independencia, unidad, disciplina y honor nacional; surgía así indiscutible su heredero: don Juan Manuel de Rosas, señalándolo de esa manera como al argentino más grande de su época.</p><p></p><p>Una sana opinión pública y una identidad nacional se nutren y se fortifican en el conocimiento cierto de nuestras experiencias colectivas, o sea nuestra historia. El desconocer sus errores o silenciarlos nos condena a repetirlos. El silenciar sus aciertos nos conduce a la anomia y el descreimiento nacional. Y la tergiversación de la historia nos lleva a caminos erráticos y equivocados. Este trabajo tiende a evitarlos.</p><p></p><p>MONDRAGON, Alberto y SULE, Jorge Oscar, La Reciprocidad entre San Martín y Rosas.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="CondorArgento, post: 62142, member: 114"] [b]Viva la Confederación Argentina!!![/b] Rosas inicia su segundo gobierno el 13 e abril de 1835 con una mayor recepción popular que la expresada en el primero. La Suma del Poder Público no significaba la anulación del poder judicial. Rosas hubiese podido mantener la apariencia de un “equilibrio o división de poderes” e influir secreta y eficazmente en la legislación y en la justicia como lo hicieron todos los sucesores constitucionales, pero no era su estilo. No caminó por el andarivel de la hipocresía. San Martín, al tanto de los acontecimientos que se desarrollaban en su Patria, le escribió a Guido una carta el día 17 de diciembre de 1835, en la que le dijo:“…hace cerca de dos años escribí a Ud. que yo no encontraba otro arbitrio para cortar los males que por tanto tiempo han afligido a nuestra desgraciada tierra que elestablecimiento de un Gobierno fuerte o más claro Absoluto, que enseñase a nuestros compatriotas a obedecer…corrupción y guerra civil ha sido el fruto que la Patria ha recogido después de tantos sacrificios.Ya era tiempo de poner término a males de tal tamaño y para conseguir tan loable objetivo yo miro como bueno y legal todo gobierno que establezca el orden de un modo sólido y estable, y no dudo que su opinión y las de todos los hombres que amen a su país pensarán como yo…” Los conceptos de San Martín guardan una correspondencia total con los acontecimientos que se están sucediendo en el país. En esos días en la Plaza del Fuerte se hacía justicia con los matadores de Quiroga, así los cuerpos de los Reynafé y Santos Pérez fueron colgados de una horca para que fueran exhibidos al público. A raíz del bloqueo francés declarado por la flota militar francesa en 1838, San Martín, por iniciativa propia, inició el 5 de agosto de 1838 la correspondencia personal con Rosas, expresándole su adhesión y ofreciéndose. Así comenzó un intercambio epistolar que no se interrumpió hasta la muerte del Libertador. En carta que le escribió a Rosas, el 10 de junio de 1839, informado del ataque militar de Francia y que a ella se habían unido los unitarios que estaban en Montevideo, le dice: “... Lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer...”. A las dos cartas mencionadas, le siguen la del 30 de octubre dirigida a Arana, para conocimiento de Rosas, en la que desiste de su designación de Embajador en Perú; la del 30 de junio de 1845; la del 2 de noviembre de 1848; la del 29 de noviembre de 1849 y la del 6 de mayo de 1850, tres meses antes de su fallecimiento. Ante la inminencia de la segunda intervención imperialista, esta vez Francia unida con Inglaterra, aunque no tiene noticias concretas, hace a Guido una apreciación de la situación con el acierto de su olfato político; en carta del 10 de abril de 1845: “¡Qué me dice Ud. de la intervención que se anuncia de la Inglaterra, Francia y el Brasil, en nuestra contienda con la Banda Oriental!...ella se prolongará por un tiempo indefinido y por consiguiente perjudicial a los intereses de los beligerantes y neutrales...”. Y ya declarado el bloqueo imperialista a la Confederación Argentina, San Martín le escribió a Guido el 20 de octubre de 1845, en donde denunció el atropello, expresándole: “...es inconcebible que las dos más grandes Naciones del Universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado Independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad! Y se atreven a invocarla los que han permitido –por el espacio de cuatro años- derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy de Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra toda intervención de los Estados Europeos....”. Un prominente comerciante inglés, Jorge Federico Dickson, dirigió una respetuosa carta al Gral. San Martín requiriendo su opinión sobre la invasión anglofrancesa al Río de la Plata, sabiendo el comerciante que la opinión del Libertador, reconocido militar americano autoexiliado en Europa, tendría enorme influencia en las legislaturas de ambos países agresores y en la opinión pública, y desalentaría las intenciones de los más belicistas (en noviembre ya se había producido la guerra del Paraná y se temía una invasión terrestre). San Martín no perdió el tiempo y le contestó a dicho comerciante el 28 de diciembre de 1845 con el siguiente análisis: “...Bien es sabida la firmeza del carácter del Jefe que preside la República Argentina...con siete u ocho mil hombres de caballería...fuerza que con gran facilidad puede mantener el General Rosas, son suficientes para tener en un cerrado bloqueo terrestre a Buenos Aires, sino también impedir que un ejército europeo de 20.000 hombres, salga a más de treinta leguas de la capital, sin exponerse a una ruina completa por falta de recursos, tal es mi opinión y la experiencia lo demostrará a menos (como es de esperar) que el nuevo ministro inglés, no cambie la política seguida por el precedente...”. Esta carta a Dickson, como era de esperar, provocó un gran revuelo. En carta a Guido del 10 de mayo de 1846 le expresa: “...ya sabía la acción de Obligado, de todos los interventores habrán visto por este echantillon que los argentinos no son empanadas que se comen sin más trabajo que el abrir la boca...” San Martín evaluó la trascendencia extraordinaria que tuvo aquella contienda que se estaba empeñando e, indirectamente, señala la ceguera de los unitarios que no advertían que el único partido en esa circunstancia era el de la Patria, ya que el honor de la misma estaba en juego, y que esa contienda tenía la misma “trascendencia como la de nuestra emancipación de la España”. Después del bloqueo comenzaron a llegar al Río de la Plata los negociadores. [B]Ya hacia 1844, adelantándose a su reloj biológico, escribió su testamento en donde consignó en la cláusula 3ra., su voluntad sobre el destino de su reliquia más apreciada: “El sable que me ha acompañado en toda la Guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina Dn. Juan Manuel de Rosas, como una prueba de satisfacción que como Argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido, el honor de la República contra la injustas pretensiones de los extranjeros que tratan de humillarla....”.[/B] Cuando ya no pudo silenciar el hecho comenzaron a elaborarse las alquimias interpretativas para desacreditar la significación del señalamiento testamentario. Se dijo que San Martín era muy viejo y chocheaba, por lo que no podía entender la política sudamericana y los acontecimientos del Río de la Plata. Otros expresaron que las simpatías de San Martín se originaron en reciprocidad al gesto que tuvo Rosas cuando designó Secretario de la Embajada de Francia al yerno del Libertador don Mariano Balcarce. La primera interpretación sobre la ancianidad de San Martín y sus facultades declinantes tienen su fuente en una carta que Sarmiento le envió a su amigo Antonio Aberastain, comentándole la visita que hizo al prócer en su casa de Grand Bourg. Esta carta del 4 de septiembre de 1846 entre otras cosas afirma: “...Va Ud a buscar la opinión de los americanos mismos y por todas partes encuentra la misma incapacidad de juzgar. San Martín es el ariete desmontado ya que sirvió a la destrucción de los españoles; hombre de una pieza; anciano batido y ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas el defensor de la independencia amenazada y su ánimo noble se exalta y ofusca....San Martín era hombre y viejo, con debilidades terrenales, con enfermedades de espíritu adquiridas en la vejez; habíamos vuelto a la época presente y nombrado a Rosas y su sistema. Aquella inteligencia tan clara en otro tiempo, declina ahora; aquellos ojos tan penetrantes que de una mirada forjaban una página de la historia, estaban ahora turbios y allá en la lejana tierra veía fantasmas extranjeros todas sus ideas se confundían, los españoles y las potencias extrajeras, la patria. aquella patria antigua, la estatua de piedra del antiguo héroe de la independencia, parecía enderezarse sobre su sarcófago para defender la América amenazada...”. Ante las expresiones adversas sobre Rosas que Sarmiento trató de explicar a San Martín, el dueño de casa hubo de interrumpirle y exclamar: “Ese tirano de Rosas que los unitarios odian tanto, no debe ser tan malo como lo pintan cuando en un pueblo tan viril se puede sostener veinte años...me inclino a creer que ustedes exageran un poco y que sus enemigos lo pintan más arbitrario de lo que es...y si todos ellos y lo mejor del país, como ustedes dicen, no logran desmoronar a tan mal gobierno, es porque la mayoría convencida está de la necesidad de un gobierno fuerte y de mano firme, para que no vuelvan las bochornosas escenas del año 20 ni que cualquier comandante de cualquier batallón se levante a fusilar por su orden al Gobernador del Estado”. En la segunda interpretación nos encontramos con un problema de ignorancia castrense, pero además es el cargo más grave porque degrada la conducta de San Martín, haciendo inclinar su orgullosa cerviz en agradecimiento a un supuesto requerimiento prebendario. Pero hubo una tercera interpretación en esta alquimia hermenéutica, la expresada por Ricardo Rojas. Este polígrafo argentino de tan ponderable trayectoria en el terreno de las letras argentinas, envuelto en la tradición antirosista, argumentó que San Martín quiso distinguir en Rosas su defensa de la soberanía nacional, o sea sus méritos en orden a la política exterior solamente. El argumento no deja de tener su atractivo. Dicha interpretación nos conduciría al siguiente disparate: Rosas es un patriota cuando defiende la Patria de las agresiones externas y es un tirano cuando combate a los unitarios que la estimulan, fomentan y se unen al extranjero en las agresiones a su propia patria. Resulta imposible separar a esos dos aspectos de una sola política enderezada a defender a la Patria “de las injustas pretensiones del extranjero que trataban de humillarla”, y por lo tanto de los unitarios y liberales que actuaban en connivencia con los orientales, los ingleses, los franceses y más tarde los brasileños, unión espuria que San Martín no trepidó en considerarla una “felonía que ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”. Por eso cuando la historiografía liberal exhibe esta cuestionada carta, la fragmenta y muestra la primera parte, ocultando la reflexión de San Martín en la que el Libertador señala la claudicación unitaria. Esta casuística deshonesta se utilizará varias veces en la hermenéutica de la historiografía liberal. Con fecha posterior a esta carta, seguirá escribiéndose con el Restaurador y con otras personalidades, y siempre en el sentido de ponderación y apoyo a Juan Manuel de Rosas, de tal manera que si en 1839 pensó lo que dijo en el primer párrafo de la carta aludida, bien pronto dejó de hacerlo, por lo que la especulación de Ricardo Rojas y sus repetidores no tienen validez histórica.Además hay un detalle que pocos habrán descubierto: el sable de San Martín, su reliquia más significativa pudo tener otros destinatarios. De los personajes civiles que pudieron aspirar a la herencia histórica recordamos a Juan Larrea sobreviviente de la Junta Provisional de Mayo, Vicente López y Planes indiscutido patricio que se contó entre sus corresponsales y autor del Himno Nacional. Entre los que lo visitaron en el exilio y ya se destacaban en el campo de las letras recordamos a Juan Bautista Alberdi que en 1844 le hizo llegar una elogiosa semblanza que se imprimió en un folleto en París y también Sarmiento que había escrito su “Facundo”. Pero San Martín, imperturbable ante tantos merecimientos de diversos signos, distinguió al que encarnaba sus propios valores: soberanía, independencia, unidad, disciplina y honor nacional; surgía así indiscutible su heredero: don Juan Manuel de Rosas, señalándolo de esa manera como al argentino más grande de su época. Una sana opinión pública y una identidad nacional se nutren y se fortifican en el conocimiento cierto de nuestras experiencias colectivas, o sea nuestra historia. El desconocer sus errores o silenciarlos nos condena a repetirlos. El silenciar sus aciertos nos conduce a la anomia y el descreimiento nacional. Y la tergiversación de la historia nos lleva a caminos erráticos y equivocados. Este trabajo tiende a evitarlos. MONDRAGON, Alberto y SULE, Jorge Oscar, La Reciprocidad entre San Martín y Rosas. [/QUOTE]
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