Su voz alta y caudalosa no deja escapar las emociones que uno puede imaginar intensas cuando lo que recuerda es un dramático combate aéreo, del cual fue principal protagonista. Pero el brigadier Carlos Antonio Tomba (60) le pone a su relato un tono de pareja serenidad, minucioso y metódico, y así cuenta todo, incluida su opinión de que la guerra por las Islas Malvinas "fue un error político" de la dictadura militar.
Tomba era mayor de la Fuerza Aérea Argentina cuando llegó a las Malvinas —como voluntario— para solucionar problemas electrónicos en los aviones Pucará. Y se quedó para combatir, hasta que fue derribado por un Sea Harrier inglés. "Siento los impactos, me quedo sin comando del avión y me eyecto a 5 metros del suelo", nos dice al mirar la foto de los restos de su máquina, tomada 25 años después por un editor de Clarín en la tundra de Pradera del Ganso (Goose Green) (Ganso Verde).
El piloto clava la vista en la foto, se acerca y se aleja de la imagen, mira los detalles en silencio y finalmente asiente con un "sí, es el Alfa 511", matrícula del IA58 Pucará que conducía. Agrega: "fueron apenas segundos en los que pude estallar y morir, pero se ve que Dios no lo quiso".
Tomba está retirado de la Fuerza Aérea Argentina y trabaja en una compañía que mide parámetros de calidad empresaria. Hasta hace poco se desempeñó como gerente de Aeropuertos 2000 en la aeroestación El Plumerillo, de Mendoza. Está casado y tiene 3 hijos y 5 nietos. Asegura que es mendocino de "pura cepa" porque su bisabuelo, el italiano Antonio Tomba, fundó en 1895 la bodega que lleva su nombre. Y tampoco disimula su orgullo por el origen familiar del club de fútbol Godoy Cruz Antonio Tomba.
"El 22 de abril de 1982 estaba en el segundo año del curso superior de la Escuela de Guerra, cuando me enviaron a las Malvinas porque la salinidad del viento impedía los contactos electrónicos de los Pucará y tampoco se podían lanzar los cohetes ni las bombas", señala.
Las dificultades tecnológicas pudo superarlas en 4 días, pero en vez de retornar al continente, decidió quedarse para pelear. Su destino fue Pradera del Ganso (Goose Green), en la Gran Malvina, donde se improvisó una de las bases, con 14 Pucará. Otros 10 estaban en Puerto Argentino.
Tomba hace un repaso del lugar: había un caserío ocupado por kelpers británicos y una escuela, que los pilotos argentinos tomaron como vivienda. La pista fue trazada en un potrero, de unos 400 metros de largo por 60 de ancho. "La hicimos sobre un colchón de turba y los aviones al comienzo se enterraban, por lo que resolvimos salir con menos combustible para poder llevar más explosivos, hasta que fuimos ocupando las mismas huellas para superar la resistencia del piso", apunta.
La misión de estos biturbo con hélices, de fabricación nacional y montados con motores franceses, era la de "barrer" las Islas a baja altura para complicar las operaciones de los helicópteros enemigos. "Es un aparato muy maniobrable, puede transportar hasta 1.500 kilos y desarrollar velocidades de hasta 600 kilómetros por hora", recalca Tomba.
El primero de mayo ocurrió el primer ataque aéreo británico. Tomba revive esos momentos con precisión: "En ese avance nos lanzaron bombas beluga, que dispersan mucha munición, y mataron a un piloto de apellido Jukic, que estaba en la cabina del avión, listo para salir, y a 12 suboficiales mecánicos".
La vida en Malvinas era dura por el frío, la humedad persistente, el terreno blando y la niebla, que limitaban algunas operaciones. Refiere que una vez salió con un compañero para vigilar el estrecho de San Carlos y que al volver, un grupo comando que había desembarcado, les lanzó un misil que pasó entre los aviones, sin tocarlos. En otra salida, atacaron a otro grupo inglés, enmascarado en un pozo. "Los barrimos, no quedó nada", asegura.
El 21 de Mayo, día del desembarco masivo de los británicos en San Carlos, partieron 4 Pucará hacia el estrecho, alertados por el radar sobre movimientos en el agua. Se dividieron en dos grupos. Eran las 10.30. Tomba sigue con su relato: "Vimos tres fragatas y nos empezaron a tirar. Ahí, el piloto de otro Pucará me dice: ¡guarda, los Harrier! Miro hacia arriba y veo dos encima nuestro. Estábamos a 30 ó 50 metros del suelo. Comenzamos a desplegar maniobras defensivas con círculos muy cerrados para no entrar en zona final de tiro y siento una vibración. Noto que el plano (ala) izquierdo está desflorado. Trato de pegarme al suelo pero un tercer avión, que no vi, me descarga una ráfaga. Se prende fuego un motor, el avión se descontrola y por puro instinto me eyecto".
Salió disparado 90 metros hacia arriba. Cayó a 100 metros del avión, que en esos momentos explotaba, envuelto en llamas. Se quedó inmóvil para evitar ser blanco de la metralla del Harrier, que sobrevoló el lugar un par de veces. Luego el avión británico desapareció. Tomba salió ileso. Eran las 11.15 cuando inició la marcha a pie hacia la base, en medio de la soledad y el silencio de los vecinos de Pradera del Ganso (Goose Green).
"Muerto de frío, anduve unos 20 kilómetros en 7 horas y a eso de las 18 me refugié en una casilla abandonada de pastores de ovejas. Una hora después escuché el zumbido de un helicóptero, tiré una bengala y volví a esconderme, hasta que me rescataron: era un aparato argentino", nos dice.
Había sido su sexta y última misión en la guerra del Atlántico Sur. Desde entonces, trabajó en la base, soportando el ataque diario de los aviones y de la flota inglesa. Hace notar que el bombardeo era muy preciso porque, lo supo luego, en el pueblo los ingleses "habían infiltrado un equipo de comunicaciones con el cual pasaban las coordenadas de nuestra posición". Sin embargo, reconoce que "desde el punto de vista profesional, el enemigo era digno de admiración".
Fue detenido el 26 de mayo, cuando los ingleses tomaron la base de Pradera del Ganso (Goose Green), defendida por el Ejército. Asegura que estuvo 10 días junto a otros 12 argentinos en una habitación, "durmiendo en el suelo, sin ropa de abrigo, sólo con agua y una lata de paté diario". Y nos muestra un dibujo al lápiz realizado por un compañero de cautiverio, en el que están todos, con el sugestivo título "Los 12 del Patíbulo", parodiando una famosa película.
Allí mismo supo por un médico inglés que quien lo había derribado era el comandante Nigel David Ward (a) "sharkey" (tiburoncito), a cargo del escuadrón 801. "Con un médico inglés que nos atendía en Pradera del Ganso (Goose Green), Ward me mandó saludos y una felicitación" afirma (ver La versión). Ese médico es Rick Jolly. Salvó a 70 soldados argentinos heridos y en 1999 vino a Buenos Aires para recibir reconocimientos por aquella misión humanitaria. Y le devolvió a Tomba su casco blanco de combate, que el piloto argentino abandonó al caer su avión en Pradera del Ganso (Goose Green).
En Malvinas, la Fuerza Aérea Argentina perdió 75 aviones y 55 hombres. Tomba reconoce que la decisión política de retomar las Malvinas "fue un error". Dice no compartir aquella decisión, que "no se debió a una sola razón". Pero menciona la que para él es la más importante: las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para una guerra de este tipo y por lo tanto se convirtió "en un absoluto despropósito".
Tomba sostiene que el combate, su incursión por la guerra, no le dejaron secuelas psicológicas, aunque su vida se dividió "en un antes y un después" de Malvinas. "Gracias a Dios, llevo una vida normal, en familia, con aquel recuerdo que es también una marca para siempre", resalta.
Pero una y otra vez insiste en que tiene una deuda pendiente: volver a las Islas para rendir homenaje a sus camaradas y amigos que allí quedaron. Lo dice con el mismo tono inalterable de su voz, con una medida emoción, serenamente.
De la Redacción Clarín.
Saludos.
Ale.-
Tomba era mayor de la Fuerza Aérea Argentina cuando llegó a las Malvinas —como voluntario— para solucionar problemas electrónicos en los aviones Pucará. Y se quedó para combatir, hasta que fue derribado por un Sea Harrier inglés. "Siento los impactos, me quedo sin comando del avión y me eyecto a 5 metros del suelo", nos dice al mirar la foto de los restos de su máquina, tomada 25 años después por un editor de Clarín en la tundra de Pradera del Ganso (Goose Green) (Ganso Verde).
El piloto clava la vista en la foto, se acerca y se aleja de la imagen, mira los detalles en silencio y finalmente asiente con un "sí, es el Alfa 511", matrícula del IA58 Pucará que conducía. Agrega: "fueron apenas segundos en los que pude estallar y morir, pero se ve que Dios no lo quiso".
Tomba está retirado de la Fuerza Aérea Argentina y trabaja en una compañía que mide parámetros de calidad empresaria. Hasta hace poco se desempeñó como gerente de Aeropuertos 2000 en la aeroestación El Plumerillo, de Mendoza. Está casado y tiene 3 hijos y 5 nietos. Asegura que es mendocino de "pura cepa" porque su bisabuelo, el italiano Antonio Tomba, fundó en 1895 la bodega que lleva su nombre. Y tampoco disimula su orgullo por el origen familiar del club de fútbol Godoy Cruz Antonio Tomba.
"El 22 de abril de 1982 estaba en el segundo año del curso superior de la Escuela de Guerra, cuando me enviaron a las Malvinas porque la salinidad del viento impedía los contactos electrónicos de los Pucará y tampoco se podían lanzar los cohetes ni las bombas", señala.
Las dificultades tecnológicas pudo superarlas en 4 días, pero en vez de retornar al continente, decidió quedarse para pelear. Su destino fue Pradera del Ganso (Goose Green), en la Gran Malvina, donde se improvisó una de las bases, con 14 Pucará. Otros 10 estaban en Puerto Argentino.
Tomba hace un repaso del lugar: había un caserío ocupado por kelpers británicos y una escuela, que los pilotos argentinos tomaron como vivienda. La pista fue trazada en un potrero, de unos 400 metros de largo por 60 de ancho. "La hicimos sobre un colchón de turba y los aviones al comienzo se enterraban, por lo que resolvimos salir con menos combustible para poder llevar más explosivos, hasta que fuimos ocupando las mismas huellas para superar la resistencia del piso", apunta.
La misión de estos biturbo con hélices, de fabricación nacional y montados con motores franceses, era la de "barrer" las Islas a baja altura para complicar las operaciones de los helicópteros enemigos. "Es un aparato muy maniobrable, puede transportar hasta 1.500 kilos y desarrollar velocidades de hasta 600 kilómetros por hora", recalca Tomba.
El primero de mayo ocurrió el primer ataque aéreo británico. Tomba revive esos momentos con precisión: "En ese avance nos lanzaron bombas beluga, que dispersan mucha munición, y mataron a un piloto de apellido Jukic, que estaba en la cabina del avión, listo para salir, y a 12 suboficiales mecánicos".
La vida en Malvinas era dura por el frío, la humedad persistente, el terreno blando y la niebla, que limitaban algunas operaciones. Refiere que una vez salió con un compañero para vigilar el estrecho de San Carlos y que al volver, un grupo comando que había desembarcado, les lanzó un misil que pasó entre los aviones, sin tocarlos. En otra salida, atacaron a otro grupo inglés, enmascarado en un pozo. "Los barrimos, no quedó nada", asegura.
El 21 de Mayo, día del desembarco masivo de los británicos en San Carlos, partieron 4 Pucará hacia el estrecho, alertados por el radar sobre movimientos en el agua. Se dividieron en dos grupos. Eran las 10.30. Tomba sigue con su relato: "Vimos tres fragatas y nos empezaron a tirar. Ahí, el piloto de otro Pucará me dice: ¡guarda, los Harrier! Miro hacia arriba y veo dos encima nuestro. Estábamos a 30 ó 50 metros del suelo. Comenzamos a desplegar maniobras defensivas con círculos muy cerrados para no entrar en zona final de tiro y siento una vibración. Noto que el plano (ala) izquierdo está desflorado. Trato de pegarme al suelo pero un tercer avión, que no vi, me descarga una ráfaga. Se prende fuego un motor, el avión se descontrola y por puro instinto me eyecto".
Salió disparado 90 metros hacia arriba. Cayó a 100 metros del avión, que en esos momentos explotaba, envuelto en llamas. Se quedó inmóvil para evitar ser blanco de la metralla del Harrier, que sobrevoló el lugar un par de veces. Luego el avión británico desapareció. Tomba salió ileso. Eran las 11.15 cuando inició la marcha a pie hacia la base, en medio de la soledad y el silencio de los vecinos de Pradera del Ganso (Goose Green).
"Muerto de frío, anduve unos 20 kilómetros en 7 horas y a eso de las 18 me refugié en una casilla abandonada de pastores de ovejas. Una hora después escuché el zumbido de un helicóptero, tiré una bengala y volví a esconderme, hasta que me rescataron: era un aparato argentino", nos dice.
Había sido su sexta y última misión en la guerra del Atlántico Sur. Desde entonces, trabajó en la base, soportando el ataque diario de los aviones y de la flota inglesa. Hace notar que el bombardeo era muy preciso porque, lo supo luego, en el pueblo los ingleses "habían infiltrado un equipo de comunicaciones con el cual pasaban las coordenadas de nuestra posición". Sin embargo, reconoce que "desde el punto de vista profesional, el enemigo era digno de admiración".
Fue detenido el 26 de mayo, cuando los ingleses tomaron la base de Pradera del Ganso (Goose Green), defendida por el Ejército. Asegura que estuvo 10 días junto a otros 12 argentinos en una habitación, "durmiendo en el suelo, sin ropa de abrigo, sólo con agua y una lata de paté diario". Y nos muestra un dibujo al lápiz realizado por un compañero de cautiverio, en el que están todos, con el sugestivo título "Los 12 del Patíbulo", parodiando una famosa película.
Allí mismo supo por un médico inglés que quien lo había derribado era el comandante Nigel David Ward (a) "sharkey" (tiburoncito), a cargo del escuadrón 801. "Con un médico inglés que nos atendía en Pradera del Ganso (Goose Green), Ward me mandó saludos y una felicitación" afirma (ver La versión). Ese médico es Rick Jolly. Salvó a 70 soldados argentinos heridos y en 1999 vino a Buenos Aires para recibir reconocimientos por aquella misión humanitaria. Y le devolvió a Tomba su casco blanco de combate, que el piloto argentino abandonó al caer su avión en Pradera del Ganso (Goose Green).
En Malvinas, la Fuerza Aérea Argentina perdió 75 aviones y 55 hombres. Tomba reconoce que la decisión política de retomar las Malvinas "fue un error". Dice no compartir aquella decisión, que "no se debió a una sola razón". Pero menciona la que para él es la más importante: las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para una guerra de este tipo y por lo tanto se convirtió "en un absoluto despropósito".
Tomba sostiene que el combate, su incursión por la guerra, no le dejaron secuelas psicológicas, aunque su vida se dividió "en un antes y un después" de Malvinas. "Gracias a Dios, llevo una vida normal, en familia, con aquel recuerdo que es también una marca para siempre", resalta.
Pero una y otra vez insiste en que tiene una deuda pendiente: volver a las Islas para rendir homenaje a sus camaradas y amigos que allí quedaron. Lo dice con el mismo tono inalterable de su voz, con una medida emoción, serenamente.
De la Redacción Clarín.
Saludos.
Ale.-