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<blockquote data-quote="Frouxeira" data-source="post: 3075512" data-attributes="member: 60232"><p><img src="https://images-wixmp-ed30a86b8c4ca887773594c2.wixmp.com/f/a4f8719f-b9df-450b-a031-f40c09f5af17/df31253-f82b1225-e7a3-41cf-92aa-f67b31577605.jpg/v1/fill/w_837,h_955,q_70,strp/269814567_313336464131854_5650503837922424131_n_by_frouxeira_df31253-pre.jpg?token=eyJ0eXAiOiJKV1QiLCJhbGciOiJIUzI1NiJ9.eyJzdWIiOiJ1cm46YXBwOjdlMGQxODg5ODIyNjQzNzNhNWYwZDQxNWVhMGQyNmUwIiwiaXNzIjoidXJuOmFwcDo3ZTBkMTg4OTgyMjY0MzczYTVmMGQ0MTVlYTBkMjZlMCIsIm9iaiI6W1t7ImhlaWdodCI6Ijw9MTQ1NyIsInBhdGgiOiJcL2ZcL2E0Zjg3MTlmLWI5ZGYtNDUwYi1hMDMxLWY0MGMwOWY1YWYxN1wvZGYzMTI1My1mODJiMTIyNS1lN2EzLTQxY2YtOTJhYS1mNjdiMzE1Nzc2MDUuanBnIiwid2lkdGgiOiI8PTEyNzcifV1dLCJhdWQiOlsidXJuOnNlcnZpY2U6aW1hZ2Uub3BlcmF0aW9ucyJdfQ.f1wZpqoESj_UlmaWzY2-kNUQgFGkenqz4D6k9I6sOX0" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="width: 440px" /></p><p></p><p>El Nazi bueno? Berthold Konrad Hermann Albert Speer.</p><p></p><p>Cuando Geoffrey Lawrence, presidente del Tribunal Militar Internacional de Núremberg, preguntó a los máximos dirigentes del nazismo cómo se declaraban respecto a las acusaciones, Albert Speer contestó: “No culpable”.</p><p>Aunque había visitado el campo de concentración de Mauthausen, dijo no conocer la dramática situación de los internados. También dijo no saber nada acerca de la denominada Solución Final. Sin embargo, admitió el empleo de trabajadores forzados en las fábricas bajo su jurisdicción y, en su declaración final, condenó expresamente la figura de Hitler. Quizá por ello Speer se salvó de la horca.</p><p>Aun así, el tribunal le halló culpable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y le condenó a 20 años de reclusión. Liberado a los 61 años, el que había sido el ministro más joven de Hitler dedicó el resto de su vida a lavar su imagen. Los libros que escribió al respecto se vendieron por millones, mientras él concedía entrevistas y aparecía en televisión contando “su historia” y repitiendo que no sabía nada sobre el Holocausto.</p><p>Centrado en su profesión, Speer sentía poco interés por la política. Sin embargo, a finales de 1930 sus alumnos le arrastraron a un mitin de Hitler. Quedó fascinado tanto por él como por su discurso. Al año siguiente ingresó en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Sus primeros tiempos en el NSDAP no supusieron grandes ventajas, pero todo cambió con la llegada al poder del partido a principios de 1933.</p><p>Pronto formó un excelente equipo y se trasladó cerca de la residencia de Hitler en el Obersalzberg, al igual que otros líderes nazis. Sería habitual ver a sus retoños de la mano del canciller, en especial a su hija Hilde, o jugando con los hijos de Martin Bormann, futuro presidente de la Cancillería.</p><p>Entre Hitler y Speer se había establecido una estrecha relación. Probablemente, el canciller había visto en él a un inteligente profesional capaz de plasmar en piedra sus sueños de grandeza. La relación era tan fluida que a veces el Führer lo recibía con un “¡Heil Speer!”, cosa que nunca hizo con nadie más.</p><p>Para algunos, este sujeto es el ejemplo de que existían muchos políticos germanos que no sabían lo que sucedía en los Campos de concentración. Para otros, fue simplemente un aprovechado que se valió de mano de obra esclava (la de decenas de miles de judíos, soviéticos y un largo etc.) para producir el denominado «milagro del armamento alemán».</p><p>Es decir, la creación masiva de carros de combate, cazas, bombarderos y munición en una Alemania que empezaba a ser cercada por sus enemigos y en la que hubo que enterrar (literalmente) las fábricas bajo montañas debido a que las bombas aliadas impedían la producción en la superficie.</p><p>Así, empezaron a llegar a las fábricas germanas (principalmente las subterráneas) miles de reos soviéticos, franceses y, en definitiva, cualquiera que se encontrara cerca de los campos de concentración cercanos a las nuevas bases. </p><p>Las cifras varían atendiendo al historiador que las maneje, pero se podría acercar a los dos y millones y medio de personas. Y eso, sin contar con los cinco millones más de rusos que fueron capturados (cuyo paradero fue, en muchos casos, desconocido).</p><p>Al parecer, y aunque Speer señaló durante los Juicios de Nuremberg que estaba en contra de aquellas condiciones infrahumanas, envió varios telegramas a los jefes de los campos felicitándoles por su labor.</p><p>Las crueles condiciones en las que vivían fueron explicadas abiertamente por Ted Misiewicz (un adolescente sacado de su casa por la fuerza para trabajar en dichas fábricas) en una entrevista concedida a la BBC. «Llegamos en junio de 1942 a trabajar de inmediato. </p><p>Comencé en una cantera. Sacábamos piedra, y era algo extenuante. También denigrante. Comía mal, muy mal. Veías caminar esqueletos, nada más que esqueletos. Si al caminar se caían se quedaban en el suelo, nadie los levantaba».</p><p>Tras la caída de Berlín, Speer fue detenido por los aliados y juzgado en Nuremberg. Allí llevó a cabo una defensa magistral ya que, aunque se declaró «no culpable» por la muerte de millones de judíos, si afirmó estar arrepentido por haber usado a los prisioneros como mano de obra esclava. Fue el único que lo hizo, y aquello caló hondo en el tribunal.</p><p>Aquellas palabras le valieron eludir la horca, aunque sí pasó 20 años en prisión. Posteriormente, cuando recuperó la libertad, hizo una fortuna publicando en varios libros sus memorias</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Frouxeira, post: 3075512, member: 60232"] [IMG width="440px"]https://images-wixmp-ed30a86b8c4ca887773594c2.wixmp.com/f/a4f8719f-b9df-450b-a031-f40c09f5af17/df31253-f82b1225-e7a3-41cf-92aa-f67b31577605.jpg/v1/fill/w_837,h_955,q_70,strp/269814567_313336464131854_5650503837922424131_n_by_frouxeira_df31253-pre.jpg?token=eyJ0eXAiOiJKV1QiLCJhbGciOiJIUzI1NiJ9.eyJzdWIiOiJ1cm46YXBwOjdlMGQxODg5ODIyNjQzNzNhNWYwZDQxNWVhMGQyNmUwIiwiaXNzIjoidXJuOmFwcDo3ZTBkMTg4OTgyMjY0MzczYTVmMGQ0MTVlYTBkMjZlMCIsIm9iaiI6W1t7ImhlaWdodCI6Ijw9MTQ1NyIsInBhdGgiOiJcL2ZcL2E0Zjg3MTlmLWI5ZGYtNDUwYi1hMDMxLWY0MGMwOWY1YWYxN1wvZGYzMTI1My1mODJiMTIyNS1lN2EzLTQxY2YtOTJhYS1mNjdiMzE1Nzc2MDUuanBnIiwid2lkdGgiOiI8PTEyNzcifV1dLCJhdWQiOlsidXJuOnNlcnZpY2U6aW1hZ2Uub3BlcmF0aW9ucyJdfQ.f1wZpqoESj_UlmaWzY2-kNUQgFGkenqz4D6k9I6sOX0[/IMG] El Nazi bueno? Berthold Konrad Hermann Albert Speer. Cuando Geoffrey Lawrence, presidente del Tribunal Militar Internacional de Núremberg, preguntó a los máximos dirigentes del nazismo cómo se declaraban respecto a las acusaciones, Albert Speer contestó: “No culpable”. Aunque había visitado el campo de concentración de Mauthausen, dijo no conocer la dramática situación de los internados. También dijo no saber nada acerca de la denominada Solución Final. Sin embargo, admitió el empleo de trabajadores forzados en las fábricas bajo su jurisdicción y, en su declaración final, condenó expresamente la figura de Hitler. Quizá por ello Speer se salvó de la horca. Aun así, el tribunal le halló culpable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad y le condenó a 20 años de reclusión. Liberado a los 61 años, el que había sido el ministro más joven de Hitler dedicó el resto de su vida a lavar su imagen. Los libros que escribió al respecto se vendieron por millones, mientras él concedía entrevistas y aparecía en televisión contando “su historia” y repitiendo que no sabía nada sobre el Holocausto. Centrado en su profesión, Speer sentía poco interés por la política. Sin embargo, a finales de 1930 sus alumnos le arrastraron a un mitin de Hitler. Quedó fascinado tanto por él como por su discurso. Al año siguiente ingresó en el Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Sus primeros tiempos en el NSDAP no supusieron grandes ventajas, pero todo cambió con la llegada al poder del partido a principios de 1933. Pronto formó un excelente equipo y se trasladó cerca de la residencia de Hitler en el Obersalzberg, al igual que otros líderes nazis. Sería habitual ver a sus retoños de la mano del canciller, en especial a su hija Hilde, o jugando con los hijos de Martin Bormann, futuro presidente de la Cancillería. Entre Hitler y Speer se había establecido una estrecha relación. Probablemente, el canciller había visto en él a un inteligente profesional capaz de plasmar en piedra sus sueños de grandeza. La relación era tan fluida que a veces el Führer lo recibía con un “¡Heil Speer!”, cosa que nunca hizo con nadie más. Para algunos, este sujeto es el ejemplo de que existían muchos políticos germanos que no sabían lo que sucedía en los Campos de concentración. Para otros, fue simplemente un aprovechado que se valió de mano de obra esclava (la de decenas de miles de judíos, soviéticos y un largo etc.) para producir el denominado «milagro del armamento alemán». Es decir, la creación masiva de carros de combate, cazas, bombarderos y munición en una Alemania que empezaba a ser cercada por sus enemigos y en la que hubo que enterrar (literalmente) las fábricas bajo montañas debido a que las bombas aliadas impedían la producción en la superficie. Así, empezaron a llegar a las fábricas germanas (principalmente las subterráneas) miles de reos soviéticos, franceses y, en definitiva, cualquiera que se encontrara cerca de los campos de concentración cercanos a las nuevas bases. Las cifras varían atendiendo al historiador que las maneje, pero se podría acercar a los dos y millones y medio de personas. Y eso, sin contar con los cinco millones más de rusos que fueron capturados (cuyo paradero fue, en muchos casos, desconocido). Al parecer, y aunque Speer señaló durante los Juicios de Nuremberg que estaba en contra de aquellas condiciones infrahumanas, envió varios telegramas a los jefes de los campos felicitándoles por su labor. Las crueles condiciones en las que vivían fueron explicadas abiertamente por Ted Misiewicz (un adolescente sacado de su casa por la fuerza para trabajar en dichas fábricas) en una entrevista concedida a la BBC. «Llegamos en junio de 1942 a trabajar de inmediato. Comencé en una cantera. Sacábamos piedra, y era algo extenuante. También denigrante. Comía mal, muy mal. Veías caminar esqueletos, nada más que esqueletos. Si al caminar se caían se quedaban en el suelo, nadie los levantaba». Tras la caída de Berlín, Speer fue detenido por los aliados y juzgado en Nuremberg. Allí llevó a cabo una defensa magistral ya que, aunque se declaró «no culpable» por la muerte de millones de judíos, si afirmó estar arrepentido por haber usado a los prisioneros como mano de obra esclava. Fue el único que lo hizo, y aquello caló hondo en el tribunal. Aquellas palabras le valieron eludir la horca, aunque sí pasó 20 años en prisión. Posteriormente, cuando recuperó la libertad, hizo una fortuna publicando en varios libros sus memorias [/QUOTE]
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