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Area Militar General
Malvinas 1982
La silenciada proeza del cabo Baruzzo
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<blockquote data-quote="hbaume" data-source="post: 876546" data-attributes="member: 167"><p>ULTIMA PARTE ASI LUCHARON </p><p></p><p></p><p>En el lugar donde yo estaba los- ingleses habían puesto ciento cincuenta "monos, segurísimo, de entrada. Los habíamos visualizado por las bengalas; eran comandos, por el tipo de ropa y por las armas que tenían. El fuego era intenso y trataban de avanzar por la izquierda. Ahí les hacíamos- fuego reunido; yo ya tenía un hombre encargado de cada sección.</p><p></p><p>Acá debo señalar que al recibir gente vino un cabo con una bolsa, que era como una funda de almohada, llena de munición, y aparecieron - dos soldados con pistola. Al cabo lo subí a una altura de tres metros en la oscuridad porque tenía un visor nocturno, el que nos sirvió para ver los movimientos y los bultos. El cabo me avisaba que venían cinco o seis ingleses y como yo conocía muy bien la zona y me entendía con él, tiraba una trazante hacia donde me indicaba y les decía a los soldados que vieran la trazante y ordenaba fuego reunido sobre ese sector. O sea, el cabo los descubría con el visor y me decía: "Se acuerda dónde estaba tal cosa? Bueno, de ese lugar vienen tres ínglesitos".</p><p></p><p>Entonces tiraba yo la trazante y les decía a mis hombres: "Vieron todos? ¿Sí? ¡ ¡Entonces, fuego reunido! "</p><p></p><p>Los ingleses que intentaban avanzar estaban en el mismo cerro que yo, como en una saliente que quedaba enfrente de nosotros, que era como una mesetita más alta que el lugar donde estábamos. En el centro, había una gran roca en un pequeño vallecito. Los ingleses entonces se ponían ahí, porque les surtíamos por todos lados. Corrían y trataban de llegar e inclusive sorprendimos infiltrados abajo y les dimos con todo también. Otra vez se replegaron, los que pudieron, y alguno habrá caído. También yo veía con alguna bengala todo el lateral derecho de ellos y veía que seguía subiendo gente y algunos que querían bajar. Es decir detrás del cerro, a trescientos metros, seguían subiendo pero cerca de mí, digamos a unos setenta metros, trataban de bajar para acaso rodearme por la derecha. También ahí los estudiaba y decía a uno que tirara sobre una roca, a otro que tirara donde cayó la bengala y ni el nombre sabía de los soldados porque no eran míos. A uno le decía "petiso" o "correntino" y cada uno ~e las arreglaba para entender. No sé el nombre ni las caras, ni del cabo conozco la cara. Si lo encuentro en la calle no lo reconozco, y me salvó la vida, realmente. Lo mismo el soldado G. que fue mi guardaespaldas; yo le decía: "G., vamos!" y G. con una habilidad tremenda venía y nos metíamos en la boca del fuego. Unas veces estuvimos planchados contra una roca de veinte centímetros y no podíamos movernos, ni siquiera una rodilla. Justamente la segunda vez que veníamos del puesto cuando nos dieron con todo: silbaban las balas y rebotaban en las piedras.</p><p></p><p>Volviendo a nuestra situación, nos habían tirado cuatro de esos morteros descartables pero pegaron a cinco o seis metros. Uno pegó justamente cerca de la piedra de los heridos.</p><p></p><p>Al soldado S. ya no lo escuchaba para esa hora y tampoco oía mucho volumen de fuego de la parte izquierda mía, o sea del- subteniente S. Era un fuego disperso totalmente, la intensidad del combate había disminuido excepto al frente, donde estaba el teniente primero C.A.A. con su compañía, desde donde se escuchaba un volumen de fuego mucho mayor. Se ve que pudieron cambiar de posición, porque estaban combatiendo muy fuerte; en fin, ignoro los detalles porque todavía no he hablado con ellos.</p><p></p><p>La cuestión es que seguí en el cerro, ya tenía los dos heridos y seguíamos resistiendo bien. En ese momento teníamos tres soldados a la retaguardia, tres FAL más conmigo que cambiábamos de posición en unos quince metros de frente por cinco, y el cabo con el visor y los heridos. Era un pequeño lugar que dominábamos bien.</p><p></p><p>Ya en ese momento en el monte Dos Hermanas había empezado el combate. Sobre todo una ametralladora que desde allí tiraba para nuestro sector que era el monte Harriet; ahí era donde nos encontrábamos combatiendo. En Dos Hermanas estaba otra de nuestras compañías con el oficial de operaciones que era el capitán C.A.L.P. La distancia entre nosotros y ellos en el Dos Hermanas era de unos dos mil metros y vi, como dije, el fuego de esa ametralladora. Después ya vi un fuego generalizado de trazantes para el cielo, para abajo o rebotando y empecé también a escuchar fuego de armas pesadas —morteros y artillería—. El ataque a ellos no fue aparentemente coordinado con el ataque a nosotros.</p><p></p><p>La cuestión es que continuamos el combate. La piedra mía era tan chica como la altura de una silla, tanto es así que no podía siquiera arrodillarme y estaba totalmente encogido. Como la luna me daba sombra para la izquierda, entonces tuve que empezar a tirar como zurdo. Lo que fue algo nuevo para mí, que soy diestro. Debía evitar que la luna me delatara. Además, estos ingleses desgraciados veían como los dioses porque el fuego era realmente preciso: a esa piedra mía le pegaban por todos lados; aunque a Dios gracias a mí no. Yo veía el fuego en mi cabeza, por mis piernas, era todo fuego. Lo mismo, por supuesto, a mis soldados y por eso hacíamos pausa de fuego.</p><p></p><p>En momentos les hacíamos cinco disparos y nos metíamos de nuevo en el lugar, o si podíamos cambiábamos de piedras. Pero ya no teníamos el movimiento de poco antes. En ese momento se provocó un tercer herido. Yo no sé dónde le pegaron realmente, sólo escuché quejidos y quedó abajo, digamos, del cabo B., que era el del visor. Para cambiar el cargador tenía que recogerme en la piedra de espaldas al suelo y recogidas las piernas, hacerlo pegándome el cañón del FAL a la frente, para evitar que los disparos me hicieran blanco.</p><p></p><p>Estaba en esto cuando oí que gritaban: "¡Me tiran! ¡Me tiran1 ¡Mi teniente primero!" y vi a alguien que salía arrastrándose del lado de donde había dejado a los heridos y vi todas las trazantes que le llegaban. Creí que le habían dado todas. Veía la cortina de trazantes y la figura de él en la oscuridad —clarita— porque ya había luna, pero le pasaron por detrás. Se arrastraba rápidamente hacia la izquierda con la cola en el suelo y con una mano se impulsaba, no sé bien cómo lo hacía. Me di cuenta de que era el soldado P. que había sido herido antes en la pierna, y yo había dejado junto al cabo herido y desvanecido. Por el tipo de fuego que escuché y la brevedad, pensé que era un infiltrado el inglés ese y me preocupó el cabo que estaba herido ahí. Que el otro herido era el soldado P. me enteré luego en el "Uganda" que fue cuando él me lo contó, porque yo no sabia —como dije— el nombre ni conocía las caras de antes.</p><p></p><p>En ese momento fui para atrás de esa gran piedra, que era como una cama. A lo mejor era también un argentino que estaba tirando mal pero lo que no me explicaba era qué había pasado con los tres míos. En ese momento advertí que del lado del subteniente S., el combate ya había cesado, a mi derecha ya no oía más al soldado S. y unos minutos antes el soldado G. me informaba que el puesto de comando ya se había podido mover entre los ingleses a otro lugar.</p><p></p><p>Después me enteré de que el subteniente S. había desaparecido; supe allá que fue herido en el combate pero no sé si falleció o no; tengo la esperanza todavía de que aparezca, Dios sabe por qué.</p><p></p><p>La cuestión es que en ese lado ya no se combatía, pero en Dos Hermanas sí se veía el entrecruzamiento de disparos. Yo, como dije, no me imaginaba qué había pasado con mis tres soldados de la retaguardia y me preguntaba qué había ocurrido con esos changos mientras combatía hacia el frente. Después desgraciadamente, incluso a través de los ingleses, comprobé que estaban muertos.</p><p></p><p>Pero en el momento pensé que era un inglés infiltrado o un argentino equivocado el que estaba tirando. Fui a retaguardia, aparecí en una piedra justo pegada al lado de donde tenía qué estar el cabo herido —que estaba no más— y sentí una ráfaga terrible que venía, pero me tiré para atrás y entonces la piedra la rechazó, pero uno me tomó el brazo izquierdo. Fue un inglés como a quince o veinte metros de mí; estaba en una piedrita agazapado. Tenía entonces un inglés adelante, ingleses a la derecha e ingleses alrededor. Pero vi a uno solo. Me dio en el brazo izquierdo; pude medio recogerme, sentí como el golpe de un palo fuerte y me quedó agarrotada la mano, pero sostenía el FAL. Como a mí me quedaba una granada, la saqué y la armé, dejando la última chaveta —un segurito que se saca con el pulgar— y la metí en el bolsillo derecho. Hice un cambio de posición.</p><p></p><p>No nos olvidemos de que a mí ya me estaban tirando de la espalda donde no tenía ninguna cubierta y había recibido fuego de adelante. Hice unos cinco metros para ir a una piedra y caí. Quedé junto a un escalón de diez metros que se prolongaba por unos cien. Hasta los ingleses en el cerro y hasta el puesto de comando, se ha ese escalón. Pensé que en ese lugar que había sombra, podía aparecer, listo para localizar al inglés por si se me había movido. Mientras tanto, los míos que habían quedado adelante seguían tirando y les pedí que me apoyaran, que iba a lanzar la granada, y cuando comenzaba a ver al hombre me sorprendió de golpe detrás de la piedra misma ver a cuatro ingleses. Pero no pegados a la piedra, sino que estaban a cinco metros como reunidos o algo así. Estaban, creo, sobre los tres soldados míos, muertos, porque era el sector ese. Al ver a los cuatro, la reacción mía fue tirarles con FAL, pero no llegué a tirarles porque de abajo de ese escalón de diez metros que se iba después hacia el valle suavemente, vi ya tarde, la figura del tipo este: medio cuerpo le vi, y del estómago salió toda una estufa de cuarzo que se me vino encima. Digo estufa de cuarzo porque fue toda una cosa roja que se me vino encima. Cuando lo advertí —algo me lo advirtió— y miré, vi que se me venía un mundo de rojo encima, que eran todas las trazantes que me tiraban. Ya fue todo en cámara lenta.</p><p></p><p>Ahí sí caí justo antes del precipicio y quedé colgadito. Digo precipicio pero era el escalón de diez metros y lo que yo recuerdo es todo en cámara lenta. Fue un segundo fatal —digamos— porque me di cuenta de que me habían dado porque estaba sin casco, con el fusil, y caí sobre las rodillas y los codos y pensé que tenía que evitar que me remataran. Corrí —no sé bien cómo— hacia el frente donde estaba el del visor y caí. Llegó el momento en que no daba más y caí y quedé entre dos piedras —a Dios gracias— bastante bien colocadas. Me quise mover y no "iba" más. Entonces le dije al cabo B. que saliera por donde pudiera con los dos soldados que eran los únicos que quedaban sanos, que trataran de salir y combatir, y de salvarse. El cabo dijo que no, que no me iba a dejar y le dije que era una orden y que saliera, que yo ya estaba bien. Me iluminó el cabo y ahí me di cuenta de que estaba realmente tocado por todos lados. Este cabo empezó a gritarles a los dos soldados que me ayudaran, que me pusieran una manta y algo en la cabeza y él lloraba y me decía que no me iba a dejar y yo le decía: "Dejame, dejame que estoy con Dios; dejame rezar</p><p></p><p>Yo tenía una paz muy especial, me iba muy adentro y tenía un calor muy especial. Le hablaba como si Dios estuviese para mí solo y le agradecía todo. Yo siempre le había pedido a través de todas esas noches dignidad para cualquier cosa. Lo único que quería era dignidad para vivir y creo que me la dio y no lo digo para afuera sino que lo digo sinceramente.</p><p></p><p>Y fue así, me fui yendo lentamente, me sentía desangrar. Sentía el olor de la carne, realmente un "bifacho" tenía encima, las trazantes queman, y me iba, me iba... empecé a sentir una especie de silencio mayor. Evidentemente me estaba desvaneciendo. El cabo B. lloraba:</p><p></p><p>"¡Usted no se va a morir! ¡Usted no se va a morir, mi teniente primero! ¡Yo lo voy a cuidar! ¡Yo lo voy a sacar!", me decía el cabo.</p><p></p><p>Algo decía, que quería hacer una camilla. Pero estaba en el medio de los tiros y además ya los ingleses nos empezaban a tirar a ese lugar, que era un sector como de un pasillito del tamaño de una cama. Los ingleses nos tiraban descartables —morteros—, uno pegó y nos dejó sordos. A mí por lo menos durante tres días, hasta llegar al "Uganda" estaba todavía medio tonto. Porque pegó muy cerca, a dos metros. Después al llegar acá, al hospital, me enteré de que me cayeron esquirlas y se me metieron en las rodillas.</p><p></p><p>En el lugar en que uno está herido ve la sangre, siente, y uno se da cuenta ‘de que le empieza a entrar un frío: empieza a transpirar, transpira. Le repetí que me dejara, que estaba muy sereno, que no sentía gran dolor pero que me dejara, que estaba en paz. Y cl’ cabo no salía. Entonces le dije que bueno, que íbamos a jugarnos, si Dios lo quería, que se rindiera, que hiciera lo imposible. Pero el cabo no quería rendirse, quería sacarme a mí y lloraba. Lloraba a los pies justamente y me decía que no me iba a morir, que me iba a cuidar.</p><p></p><p>Ahora que lo pienso era dramático ese momento. Y el tipo me puso mantas y me acuerdo que le pedí agua y me dio whisky, me llenó la boca de whisky y me daba whisky...</p><p></p><p>Y adiós, telón, muy cerca ‘de Dios, lo juro por Él. Era un Ser que estaba muy pegado a mí, era el único Ser al que estaba confiado totalmente. Yo ya estaba desde hacía mucho tiempo despedido mentalmente de mi familia, creo que todos teníamos esa preparación espiritual. Eso lo hablamos con los capellanes. Creíamos todos hacer una gesta realmente gloriosa y en la cual no íbamos a fallar.</p><p></p><p>Después me enteré —con orgullo— de otros detalles de la acción de mi regimiento. El jefe se había ido hacia la primera línea, la compañía "B" del teniente primero C.A.A., con lo que quedaba del puesto de comando, para seguir dirigiendo las acciones.</p><p></p><p>Sé que a la madrugada vino un oficial inglés al cual me rendí y pedí que cuidara al cabo y a los soldados que me quedaban.</p><p></p><p>La idea nuestra fue siempre llegar a combatir de día porque ahí éramos más parejos, digamos; pero no pudimos llegar al día, por lo menos en mi caso.</p><p></p><p>La cuestión es que apareció luego el oficial inglés. Antes, en la oscuridad, apareció un comando inglés y se empezó a tirar también artillería- sobre nuestra zona.</p><p></p><p>Luego de una serie de vuelos en helicóptero, aparecí en el "Uganda". Allí, por primera vez hablé y tomé conciencia de todo lo que había pasado, o sea, volví realmente en mí.</p><p></p><p>Al primero que encontré fue a un subteniente M., que me saludó. El estaba recién operado y es de los recién egresados del Colegio Militar, los que fueron egresados antes de tiempo. Una bravura tremenda los pibes estos realmente tenían todas las "chinches" en la cabeza. Hubo uno que hubo que doparlo porque habían pasado dos días y seguía la guerra para él.</p><p></p><p>También un soldado que estaba en la camilla de abajo, me preguntó si era el teniente primero J.A.E.</p><p></p><p>En el "Uganda" me dijeron también que había un señor de la Cruz Roja, un señor muy bien puesto, suizo después me enteré, que quería hablar conmigo. Le dije que por favor no, por los dolores que tenía. No sé cuánto tiempo habré estado ahí, como en un pasillo; después me pusieron en una fila de camillas y pasé a una sala.</p><p></p><p>A mí ya me habían operado tres veces los ingleses.</p><p></p><p>Ahí en la sala, antes de que me asignaran una cama, encontré al borde de la camilla a un argentino que me dijo que era el soldado P., si no me acordaba de él. Me explicó, y era el que estaba herido, el que me avisó gritando que le tiraban.</p><p></p><p>Hablamos de las cosas que les gritábamos a los ingleses, de los insultos, y me contó que a él lo habían retirado de la zona, que habían llevado a todos los heridos y los muertos. Me contó todo lo que me hicieron y no me hicieron, porque iba adelante de mí en la camilla. Así supe qué me habían hecho en San Carlos y todo eso. Como él estaba sólo herido en la pierna, estaba bien consciente. Por él sé el resto de la historia.</p><p></p><p>Después, a través de prisioneros y relatos de toda la gente que encontré en el "Uganda" y en los hospitales, fui enterándome de todo. Estos soldaditos que estuvieron conmigo son de los que tienen los pies helados y el corazón caliente. gente del norte, muy sufrida, muy respetuosos. Gente muy adaptada, y sobre todo, corajuda. Para cualquier cosa había voluntarios, no había problemas; hasta ir a buscar la comida entre la artillería era toda una proeza, y siempre había voluntarios. -</p><p></p><p>Ahí me encontré en total con diecinueve argentinos: cuatro oficiales, cinco suboficiales y diez soldados. Me enteré de muchas cosas que sucedieron en otros sectores de mi unidad, que desconocía. También en el "Uganda" tuvimos un cura católico, inglés, que era un santo. Nos alentaba, nos venía a confesar uno por uno, nos hablaba, nos higienizaba. Hablaba un castellano medio "indígena" y nosotros lo cargábamos.</p><p></p><p>Estuve antes de esto en distintas salas donde vi mucha gente de ellos, mucha gente en estado grave; evidentemente ellos tuvieron muchas bajas. Los FAL nuestros eran de un calibre muy superior, que provocaban daños mucho más graves que las armas que usaron ellos.</p><p></p><p>No obstante, charlábamos con los ingleses, venían los enfermeros, nos hacían bromas, les hacíamos bromas a ellos; pero siempre inmóviles a merced de la medicina.</p><p></p><p>Me enteré también en el "Uganda" que el soldado S. había recibido justo el último descartable cuando ya estaba a tres metros de la 12,7, porque se había quedado sin munición. A la ametralladora 12,7 la destrozaron. Él, combatiendo, cortó camino entre las filas inglesas y llegó a Puerto Argentino.</p><p></p><p>También me enteré de los nombres de alguna gente que estuvo conmigo esa noche en el Harriet, cuyos rostros —salvo de dos— no reconozco. Por los apellidos trato ahora de localizarlos. El cabo B. y los dos soldados fueron tomados prisioneros y entregados sanos, y el soldado G. también está sano.</p><p></p><p>La compañía "B", que yo había supuesto que había podido cambiar de posición ya que se veía un gran volumen de fuego en su zona, había podido combatir a medida que se acercaba a Puerto Argentino hasta desprenderse de los ingleses y llegar al pueblo con una importante fracción de tropa.</p><p></p><p>El capitán C.A.L.P. junto con parte de una compañía también pudo combatir y replegarse desde el Dos Hermanas hasta unos cuatro kilómetros atrás. Ahí nuevamente dio frente junto con el Escuadrón de Exploración de Caballería -creo que X— del capitán R.A.Z., y aguantaron el ataque hasta, creo, el mismo día de la rendición.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="hbaume, post: 876546, member: 167"] ULTIMA PARTE ASI LUCHARON En el lugar donde yo estaba los- ingleses habían puesto ciento cincuenta "monos, segurísimo, de entrada. Los habíamos visualizado por las bengalas; eran comandos, por el tipo de ropa y por las armas que tenían. El fuego era intenso y trataban de avanzar por la izquierda. Ahí les hacíamos- fuego reunido; yo ya tenía un hombre encargado de cada sección. Acá debo señalar que al recibir gente vino un cabo con una bolsa, que era como una funda de almohada, llena de munición, y aparecieron - dos soldados con pistola. Al cabo lo subí a una altura de tres metros en la oscuridad porque tenía un visor nocturno, el que nos sirvió para ver los movimientos y los bultos. El cabo me avisaba que venían cinco o seis ingleses y como yo conocía muy bien la zona y me entendía con él, tiraba una trazante hacia donde me indicaba y les decía a los soldados que vieran la trazante y ordenaba fuego reunido sobre ese sector. O sea, el cabo los descubría con el visor y me decía: "Se acuerda dónde estaba tal cosa? Bueno, de ese lugar vienen tres ínglesitos". Entonces tiraba yo la trazante y les decía a mis hombres: "Vieron todos? ¿Sí? ¡ ¡Entonces, fuego reunido! " Los ingleses que intentaban avanzar estaban en el mismo cerro que yo, como en una saliente que quedaba enfrente de nosotros, que era como una mesetita más alta que el lugar donde estábamos. En el centro, había una gran roca en un pequeño vallecito. Los ingleses entonces se ponían ahí, porque les surtíamos por todos lados. Corrían y trataban de llegar e inclusive sorprendimos infiltrados abajo y les dimos con todo también. Otra vez se replegaron, los que pudieron, y alguno habrá caído. También yo veía con alguna bengala todo el lateral derecho de ellos y veía que seguía subiendo gente y algunos que querían bajar. Es decir detrás del cerro, a trescientos metros, seguían subiendo pero cerca de mí, digamos a unos setenta metros, trataban de bajar para acaso rodearme por la derecha. También ahí los estudiaba y decía a uno que tirara sobre una roca, a otro que tirara donde cayó la bengala y ni el nombre sabía de los soldados porque no eran míos. A uno le decía "petiso" o "correntino" y cada uno ~e las arreglaba para entender. No sé el nombre ni las caras, ni del cabo conozco la cara. Si lo encuentro en la calle no lo reconozco, y me salvó la vida, realmente. Lo mismo el soldado G. que fue mi guardaespaldas; yo le decía: "G., vamos!" y G. con una habilidad tremenda venía y nos metíamos en la boca del fuego. Unas veces estuvimos planchados contra una roca de veinte centímetros y no podíamos movernos, ni siquiera una rodilla. Justamente la segunda vez que veníamos del puesto cuando nos dieron con todo: silbaban las balas y rebotaban en las piedras. Volviendo a nuestra situación, nos habían tirado cuatro de esos morteros descartables pero pegaron a cinco o seis metros. Uno pegó justamente cerca de la piedra de los heridos. Al soldado S. ya no lo escuchaba para esa hora y tampoco oía mucho volumen de fuego de la parte izquierda mía, o sea del- subteniente S. Era un fuego disperso totalmente, la intensidad del combate había disminuido excepto al frente, donde estaba el teniente primero C.A.A. con su compañía, desde donde se escuchaba un volumen de fuego mucho mayor. Se ve que pudieron cambiar de posición, porque estaban combatiendo muy fuerte; en fin, ignoro los detalles porque todavía no he hablado con ellos. La cuestión es que seguí en el cerro, ya tenía los dos heridos y seguíamos resistiendo bien. En ese momento teníamos tres soldados a la retaguardia, tres FAL más conmigo que cambiábamos de posición en unos quince metros de frente por cinco, y el cabo con el visor y los heridos. Era un pequeño lugar que dominábamos bien. Ya en ese momento en el monte Dos Hermanas había empezado el combate. Sobre todo una ametralladora que desde allí tiraba para nuestro sector que era el monte Harriet; ahí era donde nos encontrábamos combatiendo. En Dos Hermanas estaba otra de nuestras compañías con el oficial de operaciones que era el capitán C.A.L.P. La distancia entre nosotros y ellos en el Dos Hermanas era de unos dos mil metros y vi, como dije, el fuego de esa ametralladora. Después ya vi un fuego generalizado de trazantes para el cielo, para abajo o rebotando y empecé también a escuchar fuego de armas pesadas —morteros y artillería—. El ataque a ellos no fue aparentemente coordinado con el ataque a nosotros. La cuestión es que continuamos el combate. La piedra mía era tan chica como la altura de una silla, tanto es así que no podía siquiera arrodillarme y estaba totalmente encogido. Como la luna me daba sombra para la izquierda, entonces tuve que empezar a tirar como zurdo. Lo que fue algo nuevo para mí, que soy diestro. Debía evitar que la luna me delatara. Además, estos ingleses desgraciados veían como los dioses porque el fuego era realmente preciso: a esa piedra mía le pegaban por todos lados; aunque a Dios gracias a mí no. Yo veía el fuego en mi cabeza, por mis piernas, era todo fuego. Lo mismo, por supuesto, a mis soldados y por eso hacíamos pausa de fuego. En momentos les hacíamos cinco disparos y nos metíamos de nuevo en el lugar, o si podíamos cambiábamos de piedras. Pero ya no teníamos el movimiento de poco antes. En ese momento se provocó un tercer herido. Yo no sé dónde le pegaron realmente, sólo escuché quejidos y quedó abajo, digamos, del cabo B., que era el del visor. Para cambiar el cargador tenía que recogerme en la piedra de espaldas al suelo y recogidas las piernas, hacerlo pegándome el cañón del FAL a la frente, para evitar que los disparos me hicieran blanco. Estaba en esto cuando oí que gritaban: "¡Me tiran! ¡Me tiran1 ¡Mi teniente primero!" y vi a alguien que salía arrastrándose del lado de donde había dejado a los heridos y vi todas las trazantes que le llegaban. Creí que le habían dado todas. Veía la cortina de trazantes y la figura de él en la oscuridad —clarita— porque ya había luna, pero le pasaron por detrás. Se arrastraba rápidamente hacia la izquierda con la cola en el suelo y con una mano se impulsaba, no sé bien cómo lo hacía. Me di cuenta de que era el soldado P. que había sido herido antes en la pierna, y yo había dejado junto al cabo herido y desvanecido. Por el tipo de fuego que escuché y la brevedad, pensé que era un infiltrado el inglés ese y me preocupó el cabo que estaba herido ahí. Que el otro herido era el soldado P. me enteré luego en el "Uganda" que fue cuando él me lo contó, porque yo no sabia —como dije— el nombre ni conocía las caras de antes. En ese momento fui para atrás de esa gran piedra, que era como una cama. A lo mejor era también un argentino que estaba tirando mal pero lo que no me explicaba era qué había pasado con los tres míos. En ese momento advertí que del lado del subteniente S., el combate ya había cesado, a mi derecha ya no oía más al soldado S. y unos minutos antes el soldado G. me informaba que el puesto de comando ya se había podido mover entre los ingleses a otro lugar. Después me enteré de que el subteniente S. había desaparecido; supe allá que fue herido en el combate pero no sé si falleció o no; tengo la esperanza todavía de que aparezca, Dios sabe por qué. La cuestión es que en ese lado ya no se combatía, pero en Dos Hermanas sí se veía el entrecruzamiento de disparos. Yo, como dije, no me imaginaba qué había pasado con mis tres soldados de la retaguardia y me preguntaba qué había ocurrido con esos changos mientras combatía hacia el frente. Después desgraciadamente, incluso a través de los ingleses, comprobé que estaban muertos. Pero en el momento pensé que era un inglés infiltrado o un argentino equivocado el que estaba tirando. Fui a retaguardia, aparecí en una piedra justo pegada al lado de donde tenía qué estar el cabo herido —que estaba no más— y sentí una ráfaga terrible que venía, pero me tiré para atrás y entonces la piedra la rechazó, pero uno me tomó el brazo izquierdo. Fue un inglés como a quince o veinte metros de mí; estaba en una piedrita agazapado. Tenía entonces un inglés adelante, ingleses a la derecha e ingleses alrededor. Pero vi a uno solo. Me dio en el brazo izquierdo; pude medio recogerme, sentí como el golpe de un palo fuerte y me quedó agarrotada la mano, pero sostenía el FAL. Como a mí me quedaba una granada, la saqué y la armé, dejando la última chaveta —un segurito que se saca con el pulgar— y la metí en el bolsillo derecho. Hice un cambio de posición. No nos olvidemos de que a mí ya me estaban tirando de la espalda donde no tenía ninguna cubierta y había recibido fuego de adelante. Hice unos cinco metros para ir a una piedra y caí. Quedé junto a un escalón de diez metros que se prolongaba por unos cien. Hasta los ingleses en el cerro y hasta el puesto de comando, se ha ese escalón. Pensé que en ese lugar que había sombra, podía aparecer, listo para localizar al inglés por si se me había movido. Mientras tanto, los míos que habían quedado adelante seguían tirando y les pedí que me apoyaran, que iba a lanzar la granada, y cuando comenzaba a ver al hombre me sorprendió de golpe detrás de la piedra misma ver a cuatro ingleses. Pero no pegados a la piedra, sino que estaban a cinco metros como reunidos o algo así. Estaban, creo, sobre los tres soldados míos, muertos, porque era el sector ese. Al ver a los cuatro, la reacción mía fue tirarles con FAL, pero no llegué a tirarles porque de abajo de ese escalón de diez metros que se iba después hacia el valle suavemente, vi ya tarde, la figura del tipo este: medio cuerpo le vi, y del estómago salió toda una estufa de cuarzo que se me vino encima. Digo estufa de cuarzo porque fue toda una cosa roja que se me vino encima. Cuando lo advertí —algo me lo advirtió— y miré, vi que se me venía un mundo de rojo encima, que eran todas las trazantes que me tiraban. Ya fue todo en cámara lenta. Ahí sí caí justo antes del precipicio y quedé colgadito. Digo precipicio pero era el escalón de diez metros y lo que yo recuerdo es todo en cámara lenta. Fue un segundo fatal —digamos— porque me di cuenta de que me habían dado porque estaba sin casco, con el fusil, y caí sobre las rodillas y los codos y pensé que tenía que evitar que me remataran. Corrí —no sé bien cómo— hacia el frente donde estaba el del visor y caí. Llegó el momento en que no daba más y caí y quedé entre dos piedras —a Dios gracias— bastante bien colocadas. Me quise mover y no "iba" más. Entonces le dije al cabo B. que saliera por donde pudiera con los dos soldados que eran los únicos que quedaban sanos, que trataran de salir y combatir, y de salvarse. El cabo dijo que no, que no me iba a dejar y le dije que era una orden y que saliera, que yo ya estaba bien. Me iluminó el cabo y ahí me di cuenta de que estaba realmente tocado por todos lados. Este cabo empezó a gritarles a los dos soldados que me ayudaran, que me pusieran una manta y algo en la cabeza y él lloraba y me decía que no me iba a dejar y yo le decía: "Dejame, dejame que estoy con Dios; dejame rezar Yo tenía una paz muy especial, me iba muy adentro y tenía un calor muy especial. Le hablaba como si Dios estuviese para mí solo y le agradecía todo. Yo siempre le había pedido a través de todas esas noches dignidad para cualquier cosa. Lo único que quería era dignidad para vivir y creo que me la dio y no lo digo para afuera sino que lo digo sinceramente. Y fue así, me fui yendo lentamente, me sentía desangrar. Sentía el olor de la carne, realmente un "bifacho" tenía encima, las trazantes queman, y me iba, me iba... empecé a sentir una especie de silencio mayor. Evidentemente me estaba desvaneciendo. El cabo B. lloraba: "¡Usted no se va a morir! ¡Usted no se va a morir, mi teniente primero! ¡Yo lo voy a cuidar! ¡Yo lo voy a sacar!", me decía el cabo. Algo decía, que quería hacer una camilla. Pero estaba en el medio de los tiros y además ya los ingleses nos empezaban a tirar a ese lugar, que era un sector como de un pasillito del tamaño de una cama. Los ingleses nos tiraban descartables —morteros—, uno pegó y nos dejó sordos. A mí por lo menos durante tres días, hasta llegar al "Uganda" estaba todavía medio tonto. Porque pegó muy cerca, a dos metros. Después al llegar acá, al hospital, me enteré de que me cayeron esquirlas y se me metieron en las rodillas. En el lugar en que uno está herido ve la sangre, siente, y uno se da cuenta ‘de que le empieza a entrar un frío: empieza a transpirar, transpira. Le repetí que me dejara, que estaba muy sereno, que no sentía gran dolor pero que me dejara, que estaba en paz. Y cl’ cabo no salía. Entonces le dije que bueno, que íbamos a jugarnos, si Dios lo quería, que se rindiera, que hiciera lo imposible. Pero el cabo no quería rendirse, quería sacarme a mí y lloraba. Lloraba a los pies justamente y me decía que no me iba a morir, que me iba a cuidar. Ahora que lo pienso era dramático ese momento. Y el tipo me puso mantas y me acuerdo que le pedí agua y me dio whisky, me llenó la boca de whisky y me daba whisky... Y adiós, telón, muy cerca ‘de Dios, lo juro por Él. Era un Ser que estaba muy pegado a mí, era el único Ser al que estaba confiado totalmente. Yo ya estaba desde hacía mucho tiempo despedido mentalmente de mi familia, creo que todos teníamos esa preparación espiritual. Eso lo hablamos con los capellanes. Creíamos todos hacer una gesta realmente gloriosa y en la cual no íbamos a fallar. Después me enteré —con orgullo— de otros detalles de la acción de mi regimiento. El jefe se había ido hacia la primera línea, la compañía "B" del teniente primero C.A.A., con lo que quedaba del puesto de comando, para seguir dirigiendo las acciones. Sé que a la madrugada vino un oficial inglés al cual me rendí y pedí que cuidara al cabo y a los soldados que me quedaban. La idea nuestra fue siempre llegar a combatir de día porque ahí éramos más parejos, digamos; pero no pudimos llegar al día, por lo menos en mi caso. La cuestión es que apareció luego el oficial inglés. Antes, en la oscuridad, apareció un comando inglés y se empezó a tirar también artillería- sobre nuestra zona. Luego de una serie de vuelos en helicóptero, aparecí en el "Uganda". Allí, por primera vez hablé y tomé conciencia de todo lo que había pasado, o sea, volví realmente en mí. Al primero que encontré fue a un subteniente M., que me saludó. El estaba recién operado y es de los recién egresados del Colegio Militar, los que fueron egresados antes de tiempo. Una bravura tremenda los pibes estos realmente tenían todas las "chinches" en la cabeza. Hubo uno que hubo que doparlo porque habían pasado dos días y seguía la guerra para él. También un soldado que estaba en la camilla de abajo, me preguntó si era el teniente primero J.A.E. En el "Uganda" me dijeron también que había un señor de la Cruz Roja, un señor muy bien puesto, suizo después me enteré, que quería hablar conmigo. Le dije que por favor no, por los dolores que tenía. No sé cuánto tiempo habré estado ahí, como en un pasillo; después me pusieron en una fila de camillas y pasé a una sala. A mí ya me habían operado tres veces los ingleses. Ahí en la sala, antes de que me asignaran una cama, encontré al borde de la camilla a un argentino que me dijo que era el soldado P., si no me acordaba de él. Me explicó, y era el que estaba herido, el que me avisó gritando que le tiraban. Hablamos de las cosas que les gritábamos a los ingleses, de los insultos, y me contó que a él lo habían retirado de la zona, que habían llevado a todos los heridos y los muertos. Me contó todo lo que me hicieron y no me hicieron, porque iba adelante de mí en la camilla. Así supe qué me habían hecho en San Carlos y todo eso. Como él estaba sólo herido en la pierna, estaba bien consciente. Por él sé el resto de la historia. Después, a través de prisioneros y relatos de toda la gente que encontré en el "Uganda" y en los hospitales, fui enterándome de todo. Estos soldaditos que estuvieron conmigo son de los que tienen los pies helados y el corazón caliente. gente del norte, muy sufrida, muy respetuosos. Gente muy adaptada, y sobre todo, corajuda. Para cualquier cosa había voluntarios, no había problemas; hasta ir a buscar la comida entre la artillería era toda una proeza, y siempre había voluntarios. - Ahí me encontré en total con diecinueve argentinos: cuatro oficiales, cinco suboficiales y diez soldados. Me enteré de muchas cosas que sucedieron en otros sectores de mi unidad, que desconocía. También en el "Uganda" tuvimos un cura católico, inglés, que era un santo. Nos alentaba, nos venía a confesar uno por uno, nos hablaba, nos higienizaba. Hablaba un castellano medio "indígena" y nosotros lo cargábamos. Estuve antes de esto en distintas salas donde vi mucha gente de ellos, mucha gente en estado grave; evidentemente ellos tuvieron muchas bajas. Los FAL nuestros eran de un calibre muy superior, que provocaban daños mucho más graves que las armas que usaron ellos. No obstante, charlábamos con los ingleses, venían los enfermeros, nos hacían bromas, les hacíamos bromas a ellos; pero siempre inmóviles a merced de la medicina. Me enteré también en el "Uganda" que el soldado S. había recibido justo el último descartable cuando ya estaba a tres metros de la 12,7, porque se había quedado sin munición. A la ametralladora 12,7 la destrozaron. Él, combatiendo, cortó camino entre las filas inglesas y llegó a Puerto Argentino. También me enteré de los nombres de alguna gente que estuvo conmigo esa noche en el Harriet, cuyos rostros —salvo de dos— no reconozco. Por los apellidos trato ahora de localizarlos. El cabo B. y los dos soldados fueron tomados prisioneros y entregados sanos, y el soldado G. también está sano. La compañía "B", que yo había supuesto que había podido cambiar de posición ya que se veía un gran volumen de fuego en su zona, había podido combatir a medida que se acercaba a Puerto Argentino hasta desprenderse de los ingleses y llegar al pueblo con una importante fracción de tropa. El capitán C.A.L.P. junto con parte de una compañía también pudo combatir y replegarse desde el Dos Hermanas hasta unos cuatro kilómetros atrás. Ahí nuevamente dio frente junto con el Escuadrón de Exploración de Caballería -creo que X— del capitán R.A.Z., y aguantaron el ataque hasta, creo, el mismo día de la rendición. [/QUOTE]
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