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Las Navas de Tolosa (16 de Julio de 1212)
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<blockquote data-quote="JQ01" data-source="post: 82007" data-attributes="member: 40"><p>Continuamos pues con el desarrollo de esta gran batalla.</p><p></p><p><strong>EL PASTOR DE LAS NAVAS</strong></p><p></p><p>Los cristianos necesitaban un milagro y el milagro ocurrió. Al menos eso sostiene la tradición. Ante Alfonso VIII se presentó un pastor que decía conocer un paso seguro que los almohades no vigilaban. Nada se perdía con probar. Don Diego López de Haro y un destacamento de exploradores acompañaron al rústico que los llevó primero hacia el oeste y luego hacia el sur, a través de los actuales parajes del Puerto del Rey y Salto del Fraile. Así fueron a salir, esquivando los relieves más comprometidos de aquellas montañas, a la explanada de la Mesa del Rey, donde se establecieron. Don Diego López de Haro comunicó al rey que el paso del pastor era perfecto, justamente lo que necesitaban. En cuanto amaneció el día siguiente, el grueso del ejército levantó el campamento y fue a acampar en la Mesa del Rey.</p><p></p><p>Por fin se encontraban los dos inmensos ejércitos frente a frente sin obstáculo natural que los separase. Perdida su ventaja inicial, Al-Nasir decidió plantear la batalla lo antes posible para evitar que los cansados cristianos y sus caballos se repusieran de las fatigas de la caminata. Formó pues a su ejército en orden de combate, se situó favorablemente sobre el terreno y envió columnas de caballería y arqueros para que hostigaran a los cristianos en sus posiciones. Pero los reyes cristianos no mordieron el anzuelo y la actividad bélica de la jornada se redujo a pequeñas escaramuzas sin importancia.</p><p></p><p>Al día siguiente, domingo, 15 de Julio los almohades amanecieron formados en orden de combate y se mantuvieron de esta guisa hasta mediodía, pero los cristianos eludieron nuevamente el encuentro y se contentaron con escaramuzar. Los adalides de uno y otro bando analizaban la fuerza y disposición del adversario y tomaban las medidas oportunas para asegurarse la mejor fortuna en la batalla campal que se avecinaba.</p><p></p><p><strong>LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS</strong></p><p></p><p>Pocos conseguirían conciliar el sueño en los campamentos de las Navas la noche del día 15 de Julio de 1212. Unos y otros contemplarían el parpadeo de las luces del campamento enemigo mientras esperaban impacientes la amanecida del día decisivo. Todavía era de noche cuando en el campamento cristiano circuló la orden de prepararse para el combate. Pasaron los clérigos administrando la absolución a los cruzados que aprestaban arreos y armas.</p><p></p><p>Cuando clareo el día ya se habían desplegado las fuerzas. En el campo cristiano tres cuerpos de ejército dispuestos en línea ocupaban la llanura. El central estaba formado por las tropas de Castilla; a su izquierda, las de Aragón con Pedro II al frente y a la derecha los navarros de Sancho el Fuerte. Las dos alas habían sido forzadas con tropas de varios concejos castellanos. Cada uno de estos cuerpos estaba a su vez dividido en tres líneas ordenadas en profundidad.</p><p></p><p>La vanguardia del cuerpo central, que sería el eje de la lucha, iba mandada por el veterano don Diego López de Haro. En la segunda línea se ordenaban los caballeros templarios, al mando del Maestre de la Orden, Gómez Ramírez; los caballeros hospitalarios, los de Uclés y los de Calatrava.</p><p></p><p>En la retaguardia iba Alfonso VIII acompañado por el arzobispo de Toledo y otra media docena de obispos castellanos y aragoneses y probablemente también por el arzobispo de Narbona. Los nobles caballeros y freires de las órdenes militares eran guerreros profesionales y se hacían acompañar de peones y servidores igualmente experimentados, pero a las tropas de los concejos, aportadas por las ciudades castellanas, les faltaba experiencia guerrera y entrenamiento. Por eso se había dispuesto que combatieran mezcladas con las tropas profesionales. De este modo la calidad sería más homogénea y la infantería y la caballería se prestarían mutuo apoyo.</p><p></p><p>El ejército almohade presentaba también tres cuerpos: en el primero un núcleo de tropas ligeras; en el segundo, el heterogéneo conjunto del ejército integrado por voluntarios de todo el dilatado imperio, incluyendo a los contingentes de al-Andalus; en la retaguardia, los almohades propiamente dichos ocupando la ladera del cerro de los Olivares en cuya cima Al-Nasir había plantado su emblemática tienda roja, en el centro de una fortificación de campaña construida por una amplia empalizada de troncos unidos y reforzados por cadenas. Este ingenio desempeñaba el papel de las alambradas en la guerra moderna. Defendía la empalizada una nutrida guardia de voluntarios armados de picas, arcos y hondas. Es de notar que muchos de éstos estaban atados por los muslos y enterrados hasta las rodillas. Al-Nasir, sentado sobre su escudo a la puerta de la tienda, leía el Corán e impetraba la protección de Alá en el apurado trance de aquella batalla decisiva.</p><p></p><p><strong>UNA INFINITA MUCHEDUMBRE</strong></p><p></p><p>¿Cuantos combatientes se enfrentaron en las Navas de Tolosa? Los cronistas árabes hablan de seiscientos mil combatientes musulmanes y de una innumerable muchedumbre de cristianos. Los cristianos se refieren a casi doscientos mil jinetes musulmanes y la consabida infinita muchedumbre de peones. Modernos estudiosos de la batalla cifran los efectivos almohades entre 100000 y 150000 combatientes (probablemente el primer número se más exacto que el segundo) y los cristianos entre 60000 y 80000. Incluso admitiendo las cifras más modestas, hemos de reconocer que el choque debió ser de los más espectaculares y sangrientos de la historia medieval.</p><p></p><p>En general puede decirse que los cristianos estaban mejor armados que los musulmanes, especialmente en lo tocante a armamento defensivo: escudos, cotas de malla y yelmos de metal o cuero. El ofensivo abarcaba una amplia panoplia: lanza, espada, cuchillo, maza o hacha, alabarda, arco y honda. Por la parte almohade el armamento defensivo se limitaba prácticamente al escudo. Sus peones iban provistos de lanzas y espadas, azagayas, arcos y hondas. El predominio de las armas arrojadizas en el campo musulmán se refleja en las enormes reservas de flechas y venablos que cayeron en manos de los cristianos. El arzobispo de Narbona calculó que dos mil acémilas no serían suficientes para transportar las cajas de flechas encontradas.</p><p></p><p>La táctica empleada por los ejércitos almohade y cristiano se basaba en concepciones del arte militar diametralmente opuestas y ambas igualmente eficaces. Por la parte cristiana, Alfonso VIII había tenido mucho tiempo para meditar sobre las enseñanzas de Alarcos. Además conocería las contramedidas que los cruzados habían desarrollado en Siria y Palestina para hacer frente a similares tácticas musulmanas. Frente al formidable bloque de la caballería cristiana que cargaba frontalmente en compacta formación, los musulmanes oponían tropas ligeras capaces de dispersarse ágilmente en todas direcciones, hurtando el blanco a la acometida enemiga, para luego agruparse y desplazándose rápidamente, envolver el enemigo y devolver el golpe en sus puntos vulnerables, la retaguardia y los flancos. Algo parecido ocurrió en Alarcos: los almohades desorganizaron las tropas de los concejos que formaban las alas del ejército castellano y rodearon al núcleo de la caballería atacándolo por los lados. Por eso, en las Navas, Alfonso VIII dispuso que los concejos combatieran mezclados con guerreros profesionales, freires o caballeros. Además reforzó convenientemente los bordes exteriores de las alas.</p><p></p><p>El plan de combate de los reyes cristianos debía algo a la experiencia ajena, a los cruzados de Siria. Después del encuentro de Doriela, que enfrentó por vez primera en batalla campal a cruzados y turcos en 1097, los cristianos desarrollaron nuevas tácticas para evitar que las ligeras y ágiles tropas musulmanas los cercaran. Bohemundo, el gran táctico cristiano, ideó proteger los flancos del ejército con obstáculos naturales, conservar la formación cerrada para evitar el desmoronamiento de las líneas y sobre todo, mantener un cuerpo de reserva con el que atacar al enemigo cuando intentara cercar al cuerpo principal. En Palestina, la reserva era mandada por Bohemundo personalmente. En las Navas de Tolosa vemos a Alfonso VIII al frente del cuerpo de retaguardia. De la oportuna intervención de esta reserva, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, dependía el resultado de la batalla.</p><p></p><p><strong>EL EJERCITO DE AL-NASIR</strong></p><p></p><p>El dispositivo almohade no era menos formidable que el cristiano. Tropas de las más variadas procedencias, representantes de cada cábila y tribu del imperio, habían convivido durante un año y medio y se habían preparado para este encuentro. El plan de batalla almohade era simple, tópico y efectivo.</p><p></p><p>Primero sus tropas ligeras desorganizarían y cansarían al enemigo. En la vanguardia pondría sus peores tropas, la muchedumbre de fanáticos voluntarios árabes, bereberes, almohades y andalusíes atraídos por la Guerra Santa, los que aspiraban a ganar el Paraíso. Mientras los cristianos se cebaban en esta carne se cañón y la perseguían hasta posiciones desventajosas, los hábiles arqueros de Al-Nasir sembrarían la muerte en las líneas castellanas. Cuando el enemigo estuviera cansado y en terreno desventajoso, entrarían en combate los almohades para dar el golpe de gracia. Si alguna carga de los cruzados llegaba hasta el cuerpo de zaga o retaguardia almohade, las formidables defensas de su palenque y la guardia bastarían para detenerla.</p><p></p><p>Los componentes de la guardia del palenque no eran, como sostiene la tradición historiográfica cristiana, desgraciados esclavos negros encadenados unos con otros para evitar su huida y obligados a combatir hasta la muerte. Más probablemente se trataba de fanáticos voluntarios, los llamados imesebelen (desposados) los que, ligados por un juramento, ofrecían sus vidas en defensa del Islam y se hacían atar por las rodillas para asegurarse de que se sacrificarían llegado el caso. La de los imesebelen es una institución que ha perdurado hasta nuestros días. Escribe Huici: "Los franceses han sido muchas veces testigos de su valor en las campañas argelinas. En 1854 dos columnas francesas penetraron en la Gran Cabilia y encontraron soldados desnudos hasta la cintura, vestidos tan sólo con un calzón corto y atados unos a otros por las rodillas para no huir: eran los imesebelen a quienes había que rematar a bayonetazos sin conseguir que se rindiesen"</p><p></p><p>Una fuente árabe sostiene que en las Navas combatieron diez mil arqueros Agzaz. Esta tribu de arqueros turcos había llegado al imperio almohade, vía Egipto, unos veinticinco años atrás. El padre de Al-Nasir, el vencedor de Alarcos, uno de los más expertos generales de su tiempo, los incorporó a su ejército y los pagaba espléndidamente. El secreto de los arqueros turcos radicaba en sus arcos especialmente potentes y en la táctica que empleaban. Podían disparar con el caballo a todo galope y en cualquier dirección. Fueron, en Siria y Palestina, la pesadilla de los cruzados hasta que estos desarrollaron tácticas capaces de contrarrestar sus ataques. Es evidente que los servicios de información de ambos ejércitos funcionaban a la perfección y que cada bando conocía de antemano los efectivos del contrario y el uso que probablemente haría de ellos. Los dos estados mayores tomaron las contramedidas oportunas, aunque el cristiano se probó más acertado al adoptar las tácticas avaladas por los cruzados en Oriente.</p><p></p><p><strong>COMIENZA LA BATALLA</strong></p><p></p><p>Cuando amaneció, los dos ejércitos estaban formados frente a frente a una cierta distancia. En la vanguardia del cristiano, capitaneando sus tropas de choque, don Diego López de Haro escuchaba esta advertencia de labios de su hijo: "Padre, que lo hagáis de modo que no me llamen hijo de traidor y que recuperéis la honra perdida en Alarcos". A lo que el viejo guerrero respondió: "Os llamaran hijo de ****, pero no hijo de traidor". (Lo decía don Diego porque su esposa era de costumbres libres y lo había abandonado.) Don Lope prometió a su padre: "Seréis guardado por mi como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis".</p><p></p><p>La caballería cristiana capitaneada por don Diego cargó por la pendiente de la Mesa del Rey abajo al encuentro enemigo. El terreno era difícil, cubierto de monte bajo, arbolado y tajado por un barranco. Al choque, las avanzadas musulmanas se deshicieron y dispersaron como si huyeran, sin dejar ni un muerto en el campo, y los cristianos prosiguieron su galopada en busca del blanco firme que se ofrecía en los altozanos contiguos, donde estaba apostada una muchedumbre. Allí se produjeron los primeros choques pero los atacantes atravesaron esta segunda línea sin mayor dificultad y todavía les quedó impulso para arremeter contra el grueso del ejército almohade.</p><p></p><p>El terreno favorecía a los musulmanes, que estaban en alto. Los cristianos llegaban a ellos cansados por la cabalgata y desorganizados por los previos encuentros. Por otra parte, las tropas que los esperaban eran de mejor calidad que las de vanguardia. No sólo rechazaron el ataque fácilmente sino que contraatacaron pendiente abajo con gran grita y ruido de los tambores de la zaga y obligaron a los cristianos a ceder terreno. Las tropas de los concejos comenzaron a desmayar, la situación no podía sostenerse ni siquiera con los refuerzos que llegaban de la segunda línea de los cruzados. Fatalmente la vanguardia cristiana se había desorganizado y desmoronado ante el empuje almohade.</p><p></p><p>Hasta este punto rodo parecía desarrollarse con arreglo a la estrategia musulmana. Desde su puesto en la tercera línea, el rey Alfonso VIII contemplaba, entre la polvareda lejana, la retirada de las banderas de sus tropas. Creyó distinguir entre ellas el pendón de don Diego López de Haro y volviéndose al arzobispo de Toledo que a su vera estaba, comentó con disgusto: "Mirad como vuelve la seña de don Diego" Andrés Roca, ciudadano del concejo de Medina del Campo, escuchó lo que el rey decía y le replicó: "Cierto no es aquella la seña de don Diego, mas mirad adelante y veréis vuestra seña y don Diego con la suya. Los que huyen los villanos somos, que los hidalgos no, que aquella que huye la seña es de Madrid". Por menospreciarlos ante el rey con estas palabras, los aludidos asesinarían luego a Andrés Roca.</p><p></p><p>Don Diego y los suyos se mantenían a pie firme sin ceder terreno, pero era evidente que las dos primeras líneas cristianas, asaltadas desde mejores posiciones por los veteranos almohades y penetradas y envueltas por caballería ligera del enemigo, se hallaban en desesperada situación, desorganizadas y al borde del colapso. Además, ofrecían un blanco casi inmóvil a los arqueros y hondero se Al-Nasir. Estaba claro que las fuerzas cristianas en liza no podrían, por si solas, salvar la situación. Alfonso VIII creyó llegado el momento de dirigir la carga decisiva, de cuyo resultado dependía la suerte de la jornada.</p><p></p><p>Según la crónica, el rey dijo al arzobispo de Toledo: "Arzobispo, vos y yo aquí muramos". Y sin más plática cargaron al frente de la tercera línea para socorrer a los que estaban batallando en la ladera del palenque del Miramamolin. Al propio tiempo, sincronizando su movimiento con el del cuerpo central, entraban en combate las reservas de las alas, al mando de los reyes de Aragón y Navarra.</p><p></p><p><strong>LA CARGA DE LOS TRES REYES</strong></p><p></p><p>Tal como se había planteado el encuentro del lado cristiano, esta carga tenía que ser la última y decisiva. De que fuese capaz de perforar todo el dispositivo almohade dependía la suerte final de la batalla. Si era frenada y perdía su conexión hasta verse infiltrada y desorganizada por los elementos ligeros musulmanes, como había ocurrido con los destacamentos precedentes, era seguro que la nueva derrota dejaría en mantillas al desastre de Alarcos. Los historiadores cristianos rodean la acción de Alfonso VIII de una aureola de heroísmo, como si en el supremo instante su decisión y valentía personal hubiesen salvado una batalla que estaba perdida. En realidad, como estamos viendo, la batalla no estaba decidida sino que iba discurriendo, por uno y otro bando, con arreglo a planes preconcebidos y cuidadosamente ejecutados.</p><p></p><p>Los cruzados jugaban su última carta que era la carga definitiva de cuy éxito todo dependía. A esta oponían los musulmanes la resistencia pasiva pero formidable de una de las fortificaciones de campaña calculadas para sustituir con ventaja la falta de una caballería pesada.</p><p></p><p>La carga de los tres reyes enfiló su objetivo y cruzó el campo de batalla sin perder cohesión: con su ímpetu inicial apenas mermado llegó al palenque del Miramamolín. De aquel momento supremo y verdaderamente decisivo del combate apenas tenemos noticias fiables. Fuentes tardías sostienen que fue Sancho el Fuerte de Navarra el primero en romper las cadenas y pasar la empalizada, lo que justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra, pero el caso es que las cadenas y palos ardiendo aparecen en los escudos nobiliarios de muchas casas que podrían blasonar igualmente de la hazaña. Lo más probable es que la empalizada, directamente atacada en toda su extensión, fuese penetrada simultáneamente por vario lugares. Los imesebelen sucumbieron en sus puestos, fieles a su promesa.</p><p></p><p>El degüello dentro de la fortificación del Miramamolín fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la coincidencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carda de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo (todavía no se había divulgado en Europa el arco largo galés y las armas de fuego que darán al traste con la caballería en los dos siglos siguientes, como en su momento veremos). En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, principalmente por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente, cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida.</p><p></p><p><strong>EL ALCANCE</strong></p><p></p><p>Lo que sucedió al enfrentamiento no fue menos terrible que el propio combate. El "alcance" que coronaba la batalla medieval dio comienzo. La caballería cristiana, dispersa en pequeños destacamentos, prosiguió su carrera alanceando y derribando a los fugitivos. La cifra de bajas almohades fue tan crecida porque en el alcance perecieron casi tantos hombres como en el combate propiamente dicho. Perseguidos y perseguidores atravesaron el abandonado campamento almohade y prosiguieron hacia el sur. Los fugitivos intentaban refugiarse en la fortaleza de Vilches, la más cercana al lugar de la batalla. Un cronista tardío escribe: "Hallaban a los moros en las encinas y en los alcornoques y allí les daban muchas lanzadas y así los derribaban".</p><p></p><p>Los jefes cristianos habían prohibido, bajo pena de excomunión, dedicarse al saqueo de los despojos y campamento enemigos antes de que los almohades hubiesen sido completamente exterminados. Esta medida estaba plenamente justificada: sabían por experiencia que algunas batallas que parecían ganadas se comprometían o acababan en franca derrota por causa de la codicia de la soldadesca que , creyendo favorablemente decidido el combate, desatendía la lucha por saquear las tiendas de los vencidos.</p><p></p><p>Sofocada toda resistencia almohade, los cruzados se precipitaron sobre el bien abastecido campamento enemigo, ya arrasado y en completa confusión, en busca de objetos valiosos, oro, plata, seda y vestidos, además de armas, caballos y vituallas. De todo hallaron en cantidad -- exagera probablemente el cronista-- que, aunque cada uno tomó lo que quiso, dejaron todavía mas de lo que cogieron.</p><p></p><p>Mientras tanto, el arzobispo de Toledo y los otros obispos y clérigos que acompañaban a la expedición entonaron el Te Deum Laudamus en el mismo campo de batalla, en acción de gracias por la victoria.</p><p></p><p>Antes de que anocheciera, los cristianos levantaron el campamento de la Mesa del Rey y lo trasladaron al emplazamiento donde había estado el campamento almohade. Luego sepultaron a sus muertos.</p><p></p><p>Nadie contó los cadáveres de sarracenos que quedaron en el campo para pasto de alimañas. Los cronistas cristianos cifran los muertos en unos cien mil, lo que parece exagerado. Por el lado cristiano, hablan de veinticinco o treinta muertos, una cifra absolutamente inaceptable que sólo se explica por el deseo de revestir el encuentro con el carisma de lo milagroso. También aseguran que, a pesar de la espantosa carnicería producida, no se encontraron en el campo manchas de sangre. En cuanto al pastor que mostró a los cristianos un paso alternativo del desfiladero de la Losa, aseguran que era un ángel del cielo o San Isidro labrador en persona (otros dicen que era humano y se llamaba Martín Halaja).</p><p></p><p><strong>A SANGRE Y FUEGO</strong></p><p></p><p>El ejército cristiano descansó en su nuevo campamento durante dos noches y un día. Durante este tiempo los vencedores alimentaron sus hogueras con lanzas, arcos y flechas almohades recogidos en el campo o en los depósitos capturados. A pesar de ello, sólo se pudieron deshacer de una mínima parte del material disponible.</p><p></p><p>El miércoles 18, los cruzados trasladaron el campamento más al sur probablemente porque, con los valores de julio, la putrefacción de los cadáveres se había acelerado y el hedor llegaba a las tiendas. Algunos destacamentos tomaron los cercanos castillos de Vilches, Baños y Tolosa y degollaron a sus defensores y a los fugitivos de la batalla refugiados en ellos.</p><p></p><p>Las noticias de estas matanzas sembraron el terror en la región. Cuando el ejército cristiano llegó a Baeza, tres días después de la batalla, encontró la ciudad despoblada e excepción de algunos ancianos e impedidos que se habían acogido a la mezquita mayor. Los conquistadores incendiaron el templo con cuanto contenía.</p><p></p><p>Al día siguiente los cruzados cercaron Ubeda, ciudad populosa y bien defendida pero abarrotada de refugiados. Los cristianos dejaron pasar un día sin atacar, escrupulosos observadores del domingo, y el lunes 23 asaltaron las murallas por varios puntos simultáneamente. El Rey de Aragón consiguió desmoronar una torre minando sus cimientos. Los cruzados irrumpieron por la brecha e invadieron la ciudad. Los musulmanes que pudieron se refugiaron tras una segunda línea defensiva que cercaba el barrio alto de la ciudad y ofrecieron a los cristianos comprar la paz y sus vidas mediante fuerte rescate. Los tres reyes accedieron a cambio del pago de un millón de maravedíes en oro, una enorme suma imposible de reunir por los sitiados. Pero estos desgraciados tenían un problema aún mayor: las dignidades eclesiásticas que formaban parte de la expedición y velaban por el cumplimiento de sus ideales de cruzada hicieron saber que los cánones eclesiásticos prohibían todo trato con infieles. Por lo tanto Ubeda fue destruida y su población degollada después de espigar los que valían para esclavos.</p><p></p><p>Con la base del sistema defensivo almohade completamente desmantelada parecía que la conquista del resto de Andalucía era empresa fácil y hacedera. Pero una epidemia de disentería, causada por la falta de higiene y el calor, a la que cabría añadir el agotamiento de la tropa (no sólo de la batalla y los asedios sino también de sus excesos con las moras cautivas), postraron en sus tiendas a gran número de cruzados. Hubo que suspender la expedición.</p><p></p><p>Cubiertos de gloria y cargados de botín, los expedicionarios desandaron lo andado y regresaron a Castilla. La conquista de la fértil Andalucía quedaba aplazada para mejor ocasión.</p><p></p><p>Alfonso VIII, embriagado por la gloria de su señalada victoria y cumplidamente vengado de Alarcos, entró triunfalmente en Toledo y derramó bienes y promesas sobre cuantos habían contribuido a la Cruzada. El rey de León, que no sólo no lo había apoyado sino que, aprovechando la escasa guarnición de la frontera castellana, le había tomado algunos lugares, temía que Alfonso VIII cayera sobre él con su victorioso ejército. Pero Alfonso generoso y magnánimo, no sólo le ofreció la paz sino que renunció a sus derechos sobre los lugares en disputa. A Sancho de Navarra, su enconado enemigo, que había asistido a las Navas, también le entregó los castillos y lugares fronterizos que codiciaba.</p><p></p><p>La batalla de las Navas de Tolosa maraca un hito en la historia de España: alejó el peligro de una invasión musulmana de los reinos cristianos y contribuyó, aunque no de modo tan decisivo como se pretende, al desmembramiento y ruina del imperio almohade. Además hizo saltar el cerrojo de la puerta de Andalucía y consolidó la frontera castellana en Sierra Morena facilitando las grandes conquistas castellanas en el siglo XIII.</p><p></p><p>Al-Nasir nunca se repuso del desastre de las Navas. Abdicó en su hijo, se encerró en su palacio de Marraquech y se entregó a los placeres y al vino. Murió, quizá envenenado a los dos años escasos de su derrota. Alfonso VIII sólo lo sobrevivió unos meses. Pedro II de Aragón, el rey caballero, pereció al año siguiente en la batalla de Muret, combatiendo a los cruzados que Inocencio III había convocado contra los herejes albigenses (Pedro II estaba auxiliando a su cuñado Raimundo IV de Tolosa), Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivió veintidós años a la batalla. Al final de su vida, atacado de alguna especie de neurastenia "a causa de su mucha grossura y de la poca salud que tenía", se recluyó en su palacio de Tudela, donde permaneció encerrado hasta su muerte en 1234.</p><p></p><p>Juan Eslava Galán</p><p></p><p></p><p>La victoria de las Navas fue pues decisiva. El Sucesor de Alfonso VIII, su nieto Fernando III el Santo, tomó Córdoba, la capital califal, en 1236, apenas 24 años después, y Sevilla en 1248. Conquistó toda andalucía menos el último reducto musulmán, el reino de Granada, pero tributario de Castilla.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="JQ01, post: 82007, member: 40"] Continuamos pues con el desarrollo de esta gran batalla. [B]EL PASTOR DE LAS NAVAS[/B] Los cristianos necesitaban un milagro y el milagro ocurrió. Al menos eso sostiene la tradición. Ante Alfonso VIII se presentó un pastor que decía conocer un paso seguro que los almohades no vigilaban. Nada se perdía con probar. Don Diego López de Haro y un destacamento de exploradores acompañaron al rústico que los llevó primero hacia el oeste y luego hacia el sur, a través de los actuales parajes del Puerto del Rey y Salto del Fraile. Así fueron a salir, esquivando los relieves más comprometidos de aquellas montañas, a la explanada de la Mesa del Rey, donde se establecieron. Don Diego López de Haro comunicó al rey que el paso del pastor era perfecto, justamente lo que necesitaban. En cuanto amaneció el día siguiente, el grueso del ejército levantó el campamento y fue a acampar en la Mesa del Rey. Por fin se encontraban los dos inmensos ejércitos frente a frente sin obstáculo natural que los separase. Perdida su ventaja inicial, Al-Nasir decidió plantear la batalla lo antes posible para evitar que los cansados cristianos y sus caballos se repusieran de las fatigas de la caminata. Formó pues a su ejército en orden de combate, se situó favorablemente sobre el terreno y envió columnas de caballería y arqueros para que hostigaran a los cristianos en sus posiciones. Pero los reyes cristianos no mordieron el anzuelo y la actividad bélica de la jornada se redujo a pequeñas escaramuzas sin importancia. Al día siguiente, domingo, 15 de Julio los almohades amanecieron formados en orden de combate y se mantuvieron de esta guisa hasta mediodía, pero los cristianos eludieron nuevamente el encuentro y se contentaron con escaramuzar. Los adalides de uno y otro bando analizaban la fuerza y disposición del adversario y tomaban las medidas oportunas para asegurarse la mejor fortuna en la batalla campal que se avecinaba. [B]LOS EJÉRCITOS ENFRENTADOS[/B] Pocos conseguirían conciliar el sueño en los campamentos de las Navas la noche del día 15 de Julio de 1212. Unos y otros contemplarían el parpadeo de las luces del campamento enemigo mientras esperaban impacientes la amanecida del día decisivo. Todavía era de noche cuando en el campamento cristiano circuló la orden de prepararse para el combate. Pasaron los clérigos administrando la absolución a los cruzados que aprestaban arreos y armas. Cuando clareo el día ya se habían desplegado las fuerzas. En el campo cristiano tres cuerpos de ejército dispuestos en línea ocupaban la llanura. El central estaba formado por las tropas de Castilla; a su izquierda, las de Aragón con Pedro II al frente y a la derecha los navarros de Sancho el Fuerte. Las dos alas habían sido forzadas con tropas de varios concejos castellanos. Cada uno de estos cuerpos estaba a su vez dividido en tres líneas ordenadas en profundidad. La vanguardia del cuerpo central, que sería el eje de la lucha, iba mandada por el veterano don Diego López de Haro. En la segunda línea se ordenaban los caballeros templarios, al mando del Maestre de la Orden, Gómez Ramírez; los caballeros hospitalarios, los de Uclés y los de Calatrava. En la retaguardia iba Alfonso VIII acompañado por el arzobispo de Toledo y otra media docena de obispos castellanos y aragoneses y probablemente también por el arzobispo de Narbona. Los nobles caballeros y freires de las órdenes militares eran guerreros profesionales y se hacían acompañar de peones y servidores igualmente experimentados, pero a las tropas de los concejos, aportadas por las ciudades castellanas, les faltaba experiencia guerrera y entrenamiento. Por eso se había dispuesto que combatieran mezcladas con las tropas profesionales. De este modo la calidad sería más homogénea y la infantería y la caballería se prestarían mutuo apoyo. El ejército almohade presentaba también tres cuerpos: en el primero un núcleo de tropas ligeras; en el segundo, el heterogéneo conjunto del ejército integrado por voluntarios de todo el dilatado imperio, incluyendo a los contingentes de al-Andalus; en la retaguardia, los almohades propiamente dichos ocupando la ladera del cerro de los Olivares en cuya cima Al-Nasir había plantado su emblemática tienda roja, en el centro de una fortificación de campaña construida por una amplia empalizada de troncos unidos y reforzados por cadenas. Este ingenio desempeñaba el papel de las alambradas en la guerra moderna. Defendía la empalizada una nutrida guardia de voluntarios armados de picas, arcos y hondas. Es de notar que muchos de éstos estaban atados por los muslos y enterrados hasta las rodillas. Al-Nasir, sentado sobre su escudo a la puerta de la tienda, leía el Corán e impetraba la protección de Alá en el apurado trance de aquella batalla decisiva. [B]UNA INFINITA MUCHEDUMBRE[/B] ¿Cuantos combatientes se enfrentaron en las Navas de Tolosa? Los cronistas árabes hablan de seiscientos mil combatientes musulmanes y de una innumerable muchedumbre de cristianos. Los cristianos se refieren a casi doscientos mil jinetes musulmanes y la consabida infinita muchedumbre de peones. Modernos estudiosos de la batalla cifran los efectivos almohades entre 100000 y 150000 combatientes (probablemente el primer número se más exacto que el segundo) y los cristianos entre 60000 y 80000. Incluso admitiendo las cifras más modestas, hemos de reconocer que el choque debió ser de los más espectaculares y sangrientos de la historia medieval. En general puede decirse que los cristianos estaban mejor armados que los musulmanes, especialmente en lo tocante a armamento defensivo: escudos, cotas de malla y yelmos de metal o cuero. El ofensivo abarcaba una amplia panoplia: lanza, espada, cuchillo, maza o hacha, alabarda, arco y honda. Por la parte almohade el armamento defensivo se limitaba prácticamente al escudo. Sus peones iban provistos de lanzas y espadas, azagayas, arcos y hondas. El predominio de las armas arrojadizas en el campo musulmán se refleja en las enormes reservas de flechas y venablos que cayeron en manos de los cristianos. El arzobispo de Narbona calculó que dos mil acémilas no serían suficientes para transportar las cajas de flechas encontradas. La táctica empleada por los ejércitos almohade y cristiano se basaba en concepciones del arte militar diametralmente opuestas y ambas igualmente eficaces. Por la parte cristiana, Alfonso VIII había tenido mucho tiempo para meditar sobre las enseñanzas de Alarcos. Además conocería las contramedidas que los cruzados habían desarrollado en Siria y Palestina para hacer frente a similares tácticas musulmanas. Frente al formidable bloque de la caballería cristiana que cargaba frontalmente en compacta formación, los musulmanes oponían tropas ligeras capaces de dispersarse ágilmente en todas direcciones, hurtando el blanco a la acometida enemiga, para luego agruparse y desplazándose rápidamente, envolver el enemigo y devolver el golpe en sus puntos vulnerables, la retaguardia y los flancos. Algo parecido ocurrió en Alarcos: los almohades desorganizaron las tropas de los concejos que formaban las alas del ejército castellano y rodearon al núcleo de la caballería atacándolo por los lados. Por eso, en las Navas, Alfonso VIII dispuso que los concejos combatieran mezclados con guerreros profesionales, freires o caballeros. Además reforzó convenientemente los bordes exteriores de las alas. El plan de combate de los reyes cristianos debía algo a la experiencia ajena, a los cruzados de Siria. Después del encuentro de Doriela, que enfrentó por vez primera en batalla campal a cruzados y turcos en 1097, los cristianos desarrollaron nuevas tácticas para evitar que las ligeras y ágiles tropas musulmanas los cercaran. Bohemundo, el gran táctico cristiano, ideó proteger los flancos del ejército con obstáculos naturales, conservar la formación cerrada para evitar el desmoronamiento de las líneas y sobre todo, mantener un cuerpo de reserva con el que atacar al enemigo cuando intentara cercar al cuerpo principal. En Palestina, la reserva era mandada por Bohemundo personalmente. En las Navas de Tolosa vemos a Alfonso VIII al frente del cuerpo de retaguardia. De la oportuna intervención de esta reserva, ni demasiado pronto ni demasiado tarde, dependía el resultado de la batalla. [B]EL EJERCITO DE AL-NASIR[/B] El dispositivo almohade no era menos formidable que el cristiano. Tropas de las más variadas procedencias, representantes de cada cábila y tribu del imperio, habían convivido durante un año y medio y se habían preparado para este encuentro. El plan de batalla almohade era simple, tópico y efectivo. Primero sus tropas ligeras desorganizarían y cansarían al enemigo. En la vanguardia pondría sus peores tropas, la muchedumbre de fanáticos voluntarios árabes, bereberes, almohades y andalusíes atraídos por la Guerra Santa, los que aspiraban a ganar el Paraíso. Mientras los cristianos se cebaban en esta carne se cañón y la perseguían hasta posiciones desventajosas, los hábiles arqueros de Al-Nasir sembrarían la muerte en las líneas castellanas. Cuando el enemigo estuviera cansado y en terreno desventajoso, entrarían en combate los almohades para dar el golpe de gracia. Si alguna carga de los cruzados llegaba hasta el cuerpo de zaga o retaguardia almohade, las formidables defensas de su palenque y la guardia bastarían para detenerla. Los componentes de la guardia del palenque no eran, como sostiene la tradición historiográfica cristiana, desgraciados esclavos negros encadenados unos con otros para evitar su huida y obligados a combatir hasta la muerte. Más probablemente se trataba de fanáticos voluntarios, los llamados imesebelen (desposados) los que, ligados por un juramento, ofrecían sus vidas en defensa del Islam y se hacían atar por las rodillas para asegurarse de que se sacrificarían llegado el caso. La de los imesebelen es una institución que ha perdurado hasta nuestros días. Escribe Huici: "Los franceses han sido muchas veces testigos de su valor en las campañas argelinas. En 1854 dos columnas francesas penetraron en la Gran Cabilia y encontraron soldados desnudos hasta la cintura, vestidos tan sólo con un calzón corto y atados unos a otros por las rodillas para no huir: eran los imesebelen a quienes había que rematar a bayonetazos sin conseguir que se rindiesen" Una fuente árabe sostiene que en las Navas combatieron diez mil arqueros Agzaz. Esta tribu de arqueros turcos había llegado al imperio almohade, vía Egipto, unos veinticinco años atrás. El padre de Al-Nasir, el vencedor de Alarcos, uno de los más expertos generales de su tiempo, los incorporó a su ejército y los pagaba espléndidamente. El secreto de los arqueros turcos radicaba en sus arcos especialmente potentes y en la táctica que empleaban. Podían disparar con el caballo a todo galope y en cualquier dirección. Fueron, en Siria y Palestina, la pesadilla de los cruzados hasta que estos desarrollaron tácticas capaces de contrarrestar sus ataques. Es evidente que los servicios de información de ambos ejércitos funcionaban a la perfección y que cada bando conocía de antemano los efectivos del contrario y el uso que probablemente haría de ellos. Los dos estados mayores tomaron las contramedidas oportunas, aunque el cristiano se probó más acertado al adoptar las tácticas avaladas por los cruzados en Oriente. [B]COMIENZA LA BATALLA[/B] Cuando amaneció, los dos ejércitos estaban formados frente a frente a una cierta distancia. En la vanguardia del cristiano, capitaneando sus tropas de choque, don Diego López de Haro escuchaba esta advertencia de labios de su hijo: "Padre, que lo hagáis de modo que no me llamen hijo de traidor y que recuperéis la honra perdida en Alarcos". A lo que el viejo guerrero respondió: "Os llamaran hijo de ****, pero no hijo de traidor". (Lo decía don Diego porque su esposa era de costumbres libres y lo había abandonado.) Don Lope prometió a su padre: "Seréis guardado por mi como nunca lo fue padre de hijo, y en el nombre de Dios entremos en batalla cuando queráis". La caballería cristiana capitaneada por don Diego cargó por la pendiente de la Mesa del Rey abajo al encuentro enemigo. El terreno era difícil, cubierto de monte bajo, arbolado y tajado por un barranco. Al choque, las avanzadas musulmanas se deshicieron y dispersaron como si huyeran, sin dejar ni un muerto en el campo, y los cristianos prosiguieron su galopada en busca del blanco firme que se ofrecía en los altozanos contiguos, donde estaba apostada una muchedumbre. Allí se produjeron los primeros choques pero los atacantes atravesaron esta segunda línea sin mayor dificultad y todavía les quedó impulso para arremeter contra el grueso del ejército almohade. El terreno favorecía a los musulmanes, que estaban en alto. Los cristianos llegaban a ellos cansados por la cabalgata y desorganizados por los previos encuentros. Por otra parte, las tropas que los esperaban eran de mejor calidad que las de vanguardia. No sólo rechazaron el ataque fácilmente sino que contraatacaron pendiente abajo con gran grita y ruido de los tambores de la zaga y obligaron a los cristianos a ceder terreno. Las tropas de los concejos comenzaron a desmayar, la situación no podía sostenerse ni siquiera con los refuerzos que llegaban de la segunda línea de los cruzados. Fatalmente la vanguardia cristiana se había desorganizado y desmoronado ante el empuje almohade. Hasta este punto rodo parecía desarrollarse con arreglo a la estrategia musulmana. Desde su puesto en la tercera línea, el rey Alfonso VIII contemplaba, entre la polvareda lejana, la retirada de las banderas de sus tropas. Creyó distinguir entre ellas el pendón de don Diego López de Haro y volviéndose al arzobispo de Toledo que a su vera estaba, comentó con disgusto: "Mirad como vuelve la seña de don Diego" Andrés Roca, ciudadano del concejo de Medina del Campo, escuchó lo que el rey decía y le replicó: "Cierto no es aquella la seña de don Diego, mas mirad adelante y veréis vuestra seña y don Diego con la suya. Los que huyen los villanos somos, que los hidalgos no, que aquella que huye la seña es de Madrid". Por menospreciarlos ante el rey con estas palabras, los aludidos asesinarían luego a Andrés Roca. Don Diego y los suyos se mantenían a pie firme sin ceder terreno, pero era evidente que las dos primeras líneas cristianas, asaltadas desde mejores posiciones por los veteranos almohades y penetradas y envueltas por caballería ligera del enemigo, se hallaban en desesperada situación, desorganizadas y al borde del colapso. Además, ofrecían un blanco casi inmóvil a los arqueros y hondero se Al-Nasir. Estaba claro que las fuerzas cristianas en liza no podrían, por si solas, salvar la situación. Alfonso VIII creyó llegado el momento de dirigir la carga decisiva, de cuyo resultado dependía la suerte de la jornada. Según la crónica, el rey dijo al arzobispo de Toledo: "Arzobispo, vos y yo aquí muramos". Y sin más plática cargaron al frente de la tercera línea para socorrer a los que estaban batallando en la ladera del palenque del Miramamolin. Al propio tiempo, sincronizando su movimiento con el del cuerpo central, entraban en combate las reservas de las alas, al mando de los reyes de Aragón y Navarra. [B]LA CARGA DE LOS TRES REYES[/B] Tal como se había planteado el encuentro del lado cristiano, esta carga tenía que ser la última y decisiva. De que fuese capaz de perforar todo el dispositivo almohade dependía la suerte final de la batalla. Si era frenada y perdía su conexión hasta verse infiltrada y desorganizada por los elementos ligeros musulmanes, como había ocurrido con los destacamentos precedentes, era seguro que la nueva derrota dejaría en mantillas al desastre de Alarcos. Los historiadores cristianos rodean la acción de Alfonso VIII de una aureola de heroísmo, como si en el supremo instante su decisión y valentía personal hubiesen salvado una batalla que estaba perdida. En realidad, como estamos viendo, la batalla no estaba decidida sino que iba discurriendo, por uno y otro bando, con arreglo a planes preconcebidos y cuidadosamente ejecutados. Los cruzados jugaban su última carta que era la carga definitiva de cuy éxito todo dependía. A esta oponían los musulmanes la resistencia pasiva pero formidable de una de las fortificaciones de campaña calculadas para sustituir con ventaja la falta de una caballería pesada. La carga de los tres reyes enfiló su objetivo y cruzó el campo de batalla sin perder cohesión: con su ímpetu inicial apenas mermado llegó al palenque del Miramamolín. De aquel momento supremo y verdaderamente decisivo del combate apenas tenemos noticias fiables. Fuentes tardías sostienen que fue Sancho el Fuerte de Navarra el primero en romper las cadenas y pasar la empalizada, lo que justifica la incorporación de cadenas al escudo de Navarra, pero el caso es que las cadenas y palos ardiendo aparecen en los escudos nobiliarios de muchas casas que podrían blasonar igualmente de la hazaña. Lo más probable es que la empalizada, directamente atacada en toda su extensión, fuese penetrada simultáneamente por vario lugares. Los imesebelen sucumbieron en sus puestos, fieles a su promesa. El degüello dentro de la fortificación del Miramamolín fue terrible. El hacinamiento de defensores y atacantes en este punto y la coincidencia de estar dilucidando la suerte suprema de la batalla, espolearía el desesperado valor de unos y otros. Pero no existía en aquella época ninguna forma humana de detener una carda de caballería pesada cuando se abatía sobre un objetivo fijo y lograba el cuerpo a cuerpo (todavía no se había divulgado en Europa el arco largo galés y las armas de fuego que darán al traste con la caballería en los dos siglos siguientes, como en su momento veremos). En las Navas, los arqueros musulmanes, principal y temible enemigo de los caballeros, principalmente por la vulnerabilidad de sus caballos, no podrían actuar debidamente, cogidos ellos mismos en medio del tumulto. La carnicería en aquella colina fue tal que después de la batalla los caballos apenas podían circular por ella, de tantos cadáveres como había amontonados. El ejército de Al-Nasir se desintegró. En la terrible confusión cada cual buscó su propia salvación en la huida. [B]EL ALCANCE[/B] Lo que sucedió al enfrentamiento no fue menos terrible que el propio combate. El "alcance" que coronaba la batalla medieval dio comienzo. La caballería cristiana, dispersa en pequeños destacamentos, prosiguió su carrera alanceando y derribando a los fugitivos. La cifra de bajas almohades fue tan crecida porque en el alcance perecieron casi tantos hombres como en el combate propiamente dicho. Perseguidos y perseguidores atravesaron el abandonado campamento almohade y prosiguieron hacia el sur. Los fugitivos intentaban refugiarse en la fortaleza de Vilches, la más cercana al lugar de la batalla. Un cronista tardío escribe: "Hallaban a los moros en las encinas y en los alcornoques y allí les daban muchas lanzadas y así los derribaban". Los jefes cristianos habían prohibido, bajo pena de excomunión, dedicarse al saqueo de los despojos y campamento enemigos antes de que los almohades hubiesen sido completamente exterminados. Esta medida estaba plenamente justificada: sabían por experiencia que algunas batallas que parecían ganadas se comprometían o acababan en franca derrota por causa de la codicia de la soldadesca que , creyendo favorablemente decidido el combate, desatendía la lucha por saquear las tiendas de los vencidos. Sofocada toda resistencia almohade, los cruzados se precipitaron sobre el bien abastecido campamento enemigo, ya arrasado y en completa confusión, en busca de objetos valiosos, oro, plata, seda y vestidos, además de armas, caballos y vituallas. De todo hallaron en cantidad -- exagera probablemente el cronista-- que, aunque cada uno tomó lo que quiso, dejaron todavía mas de lo que cogieron. Mientras tanto, el arzobispo de Toledo y los otros obispos y clérigos que acompañaban a la expedición entonaron el Te Deum Laudamus en el mismo campo de batalla, en acción de gracias por la victoria. Antes de que anocheciera, los cristianos levantaron el campamento de la Mesa del Rey y lo trasladaron al emplazamiento donde había estado el campamento almohade. Luego sepultaron a sus muertos. Nadie contó los cadáveres de sarracenos que quedaron en el campo para pasto de alimañas. Los cronistas cristianos cifran los muertos en unos cien mil, lo que parece exagerado. Por el lado cristiano, hablan de veinticinco o treinta muertos, una cifra absolutamente inaceptable que sólo se explica por el deseo de revestir el encuentro con el carisma de lo milagroso. También aseguran que, a pesar de la espantosa carnicería producida, no se encontraron en el campo manchas de sangre. En cuanto al pastor que mostró a los cristianos un paso alternativo del desfiladero de la Losa, aseguran que era un ángel del cielo o San Isidro labrador en persona (otros dicen que era humano y se llamaba Martín Halaja). [B]A SANGRE Y FUEGO[/B] El ejército cristiano descansó en su nuevo campamento durante dos noches y un día. Durante este tiempo los vencedores alimentaron sus hogueras con lanzas, arcos y flechas almohades recogidos en el campo o en los depósitos capturados. A pesar de ello, sólo se pudieron deshacer de una mínima parte del material disponible. El miércoles 18, los cruzados trasladaron el campamento más al sur probablemente porque, con los valores de julio, la putrefacción de los cadáveres se había acelerado y el hedor llegaba a las tiendas. Algunos destacamentos tomaron los cercanos castillos de Vilches, Baños y Tolosa y degollaron a sus defensores y a los fugitivos de la batalla refugiados en ellos. Las noticias de estas matanzas sembraron el terror en la región. Cuando el ejército cristiano llegó a Baeza, tres días después de la batalla, encontró la ciudad despoblada e excepción de algunos ancianos e impedidos que se habían acogido a la mezquita mayor. Los conquistadores incendiaron el templo con cuanto contenía. Al día siguiente los cruzados cercaron Ubeda, ciudad populosa y bien defendida pero abarrotada de refugiados. Los cristianos dejaron pasar un día sin atacar, escrupulosos observadores del domingo, y el lunes 23 asaltaron las murallas por varios puntos simultáneamente. El Rey de Aragón consiguió desmoronar una torre minando sus cimientos. Los cruzados irrumpieron por la brecha e invadieron la ciudad. Los musulmanes que pudieron se refugiaron tras una segunda línea defensiva que cercaba el barrio alto de la ciudad y ofrecieron a los cristianos comprar la paz y sus vidas mediante fuerte rescate. Los tres reyes accedieron a cambio del pago de un millón de maravedíes en oro, una enorme suma imposible de reunir por los sitiados. Pero estos desgraciados tenían un problema aún mayor: las dignidades eclesiásticas que formaban parte de la expedición y velaban por el cumplimiento de sus ideales de cruzada hicieron saber que los cánones eclesiásticos prohibían todo trato con infieles. Por lo tanto Ubeda fue destruida y su población degollada después de espigar los que valían para esclavos. Con la base del sistema defensivo almohade completamente desmantelada parecía que la conquista del resto de Andalucía era empresa fácil y hacedera. Pero una epidemia de disentería, causada por la falta de higiene y el calor, a la que cabría añadir el agotamiento de la tropa (no sólo de la batalla y los asedios sino también de sus excesos con las moras cautivas), postraron en sus tiendas a gran número de cruzados. Hubo que suspender la expedición. Cubiertos de gloria y cargados de botín, los expedicionarios desandaron lo andado y regresaron a Castilla. La conquista de la fértil Andalucía quedaba aplazada para mejor ocasión. Alfonso VIII, embriagado por la gloria de su señalada victoria y cumplidamente vengado de Alarcos, entró triunfalmente en Toledo y derramó bienes y promesas sobre cuantos habían contribuido a la Cruzada. El rey de León, que no sólo no lo había apoyado sino que, aprovechando la escasa guarnición de la frontera castellana, le había tomado algunos lugares, temía que Alfonso VIII cayera sobre él con su victorioso ejército. Pero Alfonso generoso y magnánimo, no sólo le ofreció la paz sino que renunció a sus derechos sobre los lugares en disputa. A Sancho de Navarra, su enconado enemigo, que había asistido a las Navas, también le entregó los castillos y lugares fronterizos que codiciaba. La batalla de las Navas de Tolosa maraca un hito en la historia de España: alejó el peligro de una invasión musulmana de los reinos cristianos y contribuyó, aunque no de modo tan decisivo como se pretende, al desmembramiento y ruina del imperio almohade. Además hizo saltar el cerrojo de la puerta de Andalucía y consolidó la frontera castellana en Sierra Morena facilitando las grandes conquistas castellanas en el siglo XIII. Al-Nasir nunca se repuso del desastre de las Navas. Abdicó en su hijo, se encerró en su palacio de Marraquech y se entregó a los placeres y al vino. Murió, quizá envenenado a los dos años escasos de su derrota. Alfonso VIII sólo lo sobrevivió unos meses. Pedro II de Aragón, el rey caballero, pereció al año siguiente en la batalla de Muret, combatiendo a los cruzados que Inocencio III había convocado contra los herejes albigenses (Pedro II estaba auxiliando a su cuñado Raimundo IV de Tolosa), Sancho el Fuerte de Navarra sobrevivió veintidós años a la batalla. Al final de su vida, atacado de alguna especie de neurastenia "a causa de su mucha grossura y de la poca salud que tenía", se recluyó en su palacio de Tudela, donde permaneció encerrado hasta su muerte en 1234. Juan Eslava Galán La victoria de las Navas fue pues decisiva. El Sucesor de Alfonso VIII, su nieto Fernando III el Santo, tomó Córdoba, la capital califal, en 1236, apenas 24 años después, y Sevilla en 1248. Conquistó toda andalucía menos el último reducto musulmán, el reino de Granada, pero tributario de Castilla. [/QUOTE]
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Las Navas de Tolosa (16 de Julio de 1212)
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