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Los actores extrarregionales en América Latina (I): China
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<blockquote data-quote="Shadow" data-source="post: 358363" data-attributes="member: 158"><p><strong>EEUU y China: el giro a la izquierda en América Latina</strong></p><p></p><p>La postura de EEUU frente a la ofensiva china en América Latina es dispar y está más basada en percepciones, especulaciones y temores sobre el futuro que en hechos concretos. Las diferentes actitudes se pueden explicar a partir de dos preguntas bastante sencillas aunque de bastante trascendencia: ¿la presencia china en América Latina significa realmente una amenaza para las posiciones estadounidenses (para el conjunto de ellas) en su llamado “patio trasero”? En el caso de que efectivamente esto sea así, la segunda pregunta es: ¿cuánto pierde EEUU por esta presencia? Las cuestiones vinculadas con estos interrogantes permiten explicar por qué, más allá de la creciente preocupación de las autoridades, de los políticos y de la prensa norteamericana sobre el despliegue chino en América Latina, no hay una clara unanimidad sobre el grado de desafío que esa presencia representa para su economía y para la seguridad nacional.</p><p></p><p>En los últimos años, numerosas fuentes, especialmente aquellas provenientes de los sectores más conservadores, o próximos a ellos, han enfatizado el hecho de que la Administración Bush, demasiado pendiente de Irak y del “gran Oriente Medio”, se ha despreocupado de América Latina pese a la creciente amenaza venezolana. En lo que respecta al tema que aquí estamos tratando, el argumento es que mientras China ha estado aumentando de forma clara sus lazos económicos, políticos y militares en la región, la parálisis del gobierno de Washington ha sido casi total. De momento, nada de eso ha ocurrido, y en la perspectiva de la IED, como se muestra más arriba, la diferencia entre la inversión estadounidense (especialmente en función del stock acumulado) y la china sigue siendo abismal. Por eso, es importante no perder de vista la perspectiva temporal y formularse las preguntas en el medio y largo plazo. En esta línea, Cynthia Watson no piensa que la actual presencia de China en América Latina suponga una seria amenaza para la seguridad de su país, aunque estima que la estrategia china de establecer lazos cada vez más estrechos con la región si puede afectar, en el largo plazo, esa seguridad.[11]</p><p></p><p>En Washington, en las distintas instancias de la Administración, no hay unanimidad sobre el tema. De un lado, el Departamento de Defensa manifiesta un cierto temor de que China se termine convirtiendo en la principal fuente de entrenamiento militar para algunos ejércitos, en parte por la vigencia de la ley norteamericana que prohíbe dar ayuda militar a aquellos países que permitan arrestar a soldados norteamericanos para ser procesados por la Corte Penal Internacional (CPI). También le preocupan las actuaciones chinas en inteligencia y guerra cibernética en la región, especialmente desde Cuba. Por su parte, el Departamento de Estado no ve a China como una amenaza concreta en América Latina, sino como un país en crecimiento que demanda una gran cantidad de combustible y materias primas. En realidad, se parte de la idea que su gran preocupación por la forma en que se desarrolla su propia situación interna, la evolución de la coyuntura china, le resta energías para desarrollar aventuras fuera de sus fronteras, comenzando por América Latina.[12]</p><p></p><p>De todos modos, la administración Bush está preocupada por la presencia china en la región y buena prueba de ello fue la visita de Thomas Shannon, subsecretario de Asuntos Hemisféricos, a Beijing, en abril de 2006, invitado especialmente por Zeng Gang, el responsable de América Latina en el Ministerio chino de Exteriores. El viaje se produjo poco después de la gira del presidente Hu Jintao por EEUU y fue la primera vez que un alto funcionario del Departamento de Estado fue a Beijing para discutir directamente cuestiones relacionadas con China, América Latina y EEUU. En Beijing se ve como normal la atención de EEUU en estas cuestiones y la mirada atenta que presta al desembarco chino.[13]</p><p></p><p>Desde esta perspectiva, es entendible la cautela con que el gobierno chino se relaciona con los gobiernos de izquierda en América Latina, especialmente con aquellos englobados dentro de la órbita populista, como los de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Como se ha señalado más arriba, su creciente proteccionismo, sumado al nacionalismo rampante de que hacen gala y su mayor imprevisibilidad los convierten en menos atractivos para unos actores que, más allá de su estatismo y de sus afinidades ideológicas, suelen actuar fuera de su país con la lógica de los agentes económicos y por eso son visualizados como extranjeros, con todos los problemas que esto puede acarrear. Por otro lado, el gobierno de la República Popular no ha sido demasiado partidario de algunas conductas aventuradas, como ocurrió con Sendero Luminoso en Perú. Pese a que este grupo terrorista se había definido como maoísta, Beijing lo condenó por su revisionismo contrarrevolucionario.[14]</p><p></p><p><strong>La cooperación en Defensa</strong></p><p></p><p>Se trata de un campo con un protagonismo creciente y donde las expectativas, por ambas partes, van en aumento. De este modo, es bastante frecuente ver como militares latinoamericanos siguen diferentes programas en la Universidad Nacional de la Defensa del Ejército Popular Chino, programas a los que no se suele invitar a otros oficiales occidentales.[15] Las relaciones en la materia han incluido un número mayor de instancias de diálogo y después de la gira del presidente Jiang en 2001, hemos visto al ministro de Defensa, el general Chi Haotian, manteniendo conversaciones con autoridades de la Defensa de Colombia y Venezuela (una nueva prueba del pragmatismo chino en la región).</p><p></p><p>Desde la perspectiva de la Defensa hay un tema que interesa especialmente a China, en especial en lo que se refiere a las relaciones que mantiene con Brasil y Surinam. En ambos países, debido a su ubicación geográfica, existen facilidades para el lanzamiento de satélites y naves espaciales que desarrollen órbitas ecuatoriales, también utilizadas por otras potencias espaciales, como la UE. Dadas las dificultades para encontrar enclaves de este tipo en China, se explica el interés de su gobierno en estas cuestiones. En esta línea, tampoco se debe olvidar el interés venezolano en que los chinos construyan y pongan en órbita el satélite Simón Bolívar.</p><p></p><p>Estos y otros hechos explican el creciente temor de EEUU, más palpable en los medios próximos al Departamento de Defensa, de que China se convierta en el principal apoyo militar para algunos gobiernos radicales de la región, como Venezuela. El recuerdo de lo que en el pasado significó la Unión Soviética para Cuba sigue estando demasiado próximo. En esta línea hay que ver el intento venezolano de adquirir en China una parte importante del armamento con que se quiere reforzar a su Fuerza Armada Nacional (FAN), a efectos de enfrentar los desafíos de lo que el comandante Chávez ha definido como “guerra asimétrica”.[16]</p><p></p><p><strong>América Latina y China</strong></p><p></p><p>En lo relativo a las relaciones entre América Latina y China, es tan difícil generalizar como lo es en otros aspectos de la realidad regional. Esto significa que el conjunto de las distintas respuestas nacionales no es nada homogéneo y depende, en buena medida, de las expectativas y resultados de cada país frente al crecimiento chino y a su mayor presencia en un mundo globalizado. Si en líneas generales se puede decir que de un modo agregado América Latina tiene un ligero superávit comercial con China,[17] esto no ocurre por igual si tenemos en cuenta a cada país de forma individual, ya que existen algunos casos donde las cosas no van tan bien, siendo México el que tiene el mayor déficit comercial, seguido de Panamá, que importa anualmente 1.000 millones de dólares en textiles chinos. Dada la moderada importancia de las inversiones directas chinas, y de su todavía escaso impacto en el sector productivo latinoamericano –la IED china en América Latina en 2005 fue algo menos del 10% de la IED total de China en el mundo–, es evidente que el mayor o menor entusiasmo de los distintos países latinoamericanos dependerá, en buena medida, de cómo le vayan las cosas en su relación comercial y de las expectativas puestas en los otros órdenes de las agendas bilaterales.</p><p></p><p>Precisamente, desde el punto de vista bilateral, los países que tienen las mayores relaciones políticas y económicas con China son: Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá, Perú y Venezuela. Chile es uno de los países de América Latina con los que China mantiene contactos más estrechos. En su apuesta por la globalización y por la apertura a todos los mercados, Chile mira al Pacífico y en especial a China, que es el tercer mercado para sus exportaciones y su segundo proveedor de importaciones. Chile cuenta con un TLC con China, firmado en 2005. En ese entonces Chile se caracterizó por haber sido el primer país no asiático en negociar con China un tratado de esta índole, que en este caso particular está acotado estrictamente al intercambio de bienes. Posteriormente, en lo que debería ser una segunda etapa del TLC, Chile apuesta por transformarse en una plataforma para las inversiones chinas en la región en lo referente a los sectores de energía, minería, infraestructura y agricultura. Este punto debería complementarse a través de la creación de alianzas empresariales sino-chilenas y de inversiones chinas en los sectores minero, forestal, pesquero y de servicios.</p><p></p><p>América Latina lleva un lustro creciendo, los últimos cinco años a tasas superiores al 4%, y es manifiesto que, al menos, en 2007 esta tendencia se mantendrá. Este crecimiento genuino de la región –en los últimos años todos los países han crecido al mismo tiempo aunque a ritmos diferentes– responde en buena medida a factores externos, siendo la pujanza y la demanda de los mercados chinos un factor explicativo de primer orden. Al margen de las demandas típicas de la economía china, cualquier cambio en los hábitos de consumo, dado el gran tamaño de su mercado, puede repercutir en el futuro de los más variados productos. Éste ha sido el caso de la carne, cuya demanda ha crecido sustancialmente en los últimos años, y también del café. En este caso, si bien no hay una respuesta masiva de los consumidores chinos a favor de esta bebida, el solo hecho de que varios cientos de miles de personas se hayan aficionado a su consumo es un dato positivo para los productores latinoamericanos. De este modo, la demanda oriental afecta a buena parte de los diferentes países latinoamericanos, con independencia del color político o de la ideología de sus gobiernos y del mayor o menor grado de eficacia de sus políticas económicas. De ahí que sea inevitable la mirada a los mercados chinos, demandantes de un buen número de materias primas.</p><p></p><p><strong>La competencia de las manufacturas chinas</strong></p><p></p><p>Los más variados sectores industriales de diversos países latinoamericanos ven con preocupación el ingreso masivo de manufacturas chinas de bajo coste en sus mercados interiores, más o menos protegidos según los casos. Es allí donde los productos manufacturados chinos compiten con ventaja con la producción local, debido básicamente a los bajos salarios existentes en el país asiático, a los créditos estatales para los empresarios chinos, a las barreras impuestas a sus competidores, a la capacidad de copia con que se benefician sus empresas y la aceptación internacional de sus productos. A esto se suman las migraciones del campo a la ciudad, que mantienen una gran oferta de mano de obra barata y sin cualificar, que realiza largas jornadas laborales.</p><p></p><p>Esta situación es la que origina una serie de muy amargas y aceradas críticas contra las importaciones chinas, que se han convertido en algo bastante frecuente en países como Argentina[18] y México. De todos los países latinoamericanos afectados por esta competencia, sin duda el que la ve con mayor preocupación es México. Desde la perspectiva de los empresarios implicados, resulta muy difícil que los productos latinoamericanos de baja calidad, menos protegidos y menos favorecidos por su entorno socio-político y económico, puedan competir con los chinos. Los temores empresariales son mayores en algunos sectores muy concretos, como el del textil o el del calzado, que habían tenido un cierto desarrollo en numerosos países de la región y donde la competencia de la producción china es muy grande. Sin embargo, el problema de la competencia china no se limita sólo a lo que ocurre en los respectivos mercados internos, que aún siendo dura permite a los empresarios locales una mayor flexibilidad por su conocimiento de las reglas de juego, sino también en otros mercados regionales. Este es el caso de los industriales mexicanos, que contemplan con preocupación la competencia de los productos chinos en el mercado de EEUU, que habían conquistado gracias al NAFTA, o de los brasileños que deben competir por los mercados latinoamericanos del Océano Pacífico.</p><p></p><p>Y si bien a consecuencia de la competencia china se han producido algunas deslocalizaciones de maquilas, en lo referente a la lucha por la conquista de los mercados estadounidenses, México mantiene las ventajas de su renta de localización. Ésta viene dada fundamentalmente por su cercanía a los mercados existentes al otro lado de su frontera norte, como prueban las inversiones realizadas en plantas de producción y armado de automóviles realizadas por las principales empresas japonesas del sector. Éste ha sido el caso de Toyota, que en poco tiempo se ha convertido en un importante líder del mercado regional norteamericano. Hay que señalar que si esto fue posible se debió en buena medida a la existencia de un TLC firmado entre Japón y México. Y si bien la cercanía a los mercados norteamericanos le otorga a México un interés especial para los chinos, las relaciones bilaterales son muy complejas, como prueba el hecho de que México fue el último país con el que China negoció su ingreso a la OMC. En Brasil también se han producido algunas deslocalizaciones provocadas por la “invasión” china, aunque aquí también hay fenómenos contradictorios. Un caso notable es el de una empresa brasileña de calzado, que exportaba su producción a los países del Pacífico americano y que para poder seguir compitiendo en condiciones ha decidido establecerse en China y de ese modo poder beneficiarse de unos salarios y otros costes de producción más bajos que los de su país.</p><p></p><p><strong>China como contrapeso a EEUU y la UE</strong></p><p></p><p>Brasil, México, Chile, Argentina y Panamá son los mayores socios comerciales de China en América Latina. Inclusive para otros países, como Perú, que tienen un volumen comercial más modesto, la importancia de China es decisiva. En este caso, China se ha convertido en poco tiempo en el segundo mercado peruano. Al mismo tiempo, China es el tercer socio comercial de Brasil y el cuarto de Argentina. Brasil no sólo es el primer socio comercial de China en América Latina, sino también el país más importante de la región desde su perspectiva estratégica. Él sólo absorbe el 42% de las exportaciones regionales a los mercados chinos. Ambos países han desarrollado una “asociación estratégica” desde 1994, comparten visiones similares sobre el orden internacional (unieron sus fuerzas contra EEUU y la UE en las negociaciones de la OMC sobre la Ronda de Doha) y están englobados dentro de los BRIC.[19] En 2002, China desplazó a Japón como el primer socio comercial en Asia y muchas empresas brasileñas han conquistado los mercados chinos o invertido en ellos. Este es el caso de la petrolera Petrobras, de la siderúrgica CVRD (Companhia Vale do Rio Doce), de Embraco (equipos de refrigeración) y de la aeronáutica Embraer.</p><p></p><p>Por su parte, Argentina es para China su segundo socio más importante en América Latina. Tiene con la República Popular relaciones diplomáticas desde la época del segundo gobierno de Perón (1972) y confía en el carácter de China como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para resolver su reivindicación por las islas Malvinas,[20] un tema que por motivos políticos se ha convertido en una de las prioridades en materia de política exterior del gobierno de Néstor Kirchner.</p><p></p><p>Todos estos hechos, junto a algunos más de los que se han ido describiendo a lo largo de este trabajo, han instalado en la mente de muchos gobernantes latinoamericanos la idea de que China podría convertirse el día de mañana en un contrapeso, o eventualmente en el relevo, de EEUU en la región. De ahí, las elevadas expectativas con que se mira todo lo relacionado con China y, también, las numerosas especulaciones sobre la cuantía y el destino de sus inversiones, así como de los apoyos políticos que algunas de sus medidas más polémicas podrían recibir de China en los organismos internacionales.</p><p></p><p>Con todo, China genera actitudes ambivalentes en las elites y en la opinión pública latinoamericanas. Por un lado, es mucho lo que los latinoamericanos esperan de China. Se confía, según los casos, en la llegada de una verdadera riada de inversiones, que hagan innecesarias las provenientes de EEUU o incluso de la UE, en que inclusive la industria china de armamentos desplaza a otros proveedores tradicionales, y también, como se acaba de señalar, en el respaldo político de Beijing. Llevado a su extremo esto implicaría la posibilidad, algún día, de que el empuje y poder del gigante asiático termine desterrando para siempre la resistida omnipresencia del imperialismo norteamericano. Sin embargo, por el otro lado, el gran desconocimiento existente sobre la realidad china, sobre las reales intenciones del país y sobre su poderío militar, sumado a los recelos frente al a veces agresivo estilo chino de negociar, a la forma en que se ha deteriorado el medio ambiente, al escaso respeto a los derechos humanos y a otras formas de legalidad, han instalado un cierto temor y resistencia a un acercamiento que se mira con sentimientos contradictorios. Desde esta perspectiva, el desembarco chino en África es seguido con bastante interés en las capitales latinoamericanas, especialmente en todo lo relacionado con la metodología china de consumar sus inversiones en aquél continente, incluyendo el traslado de mano de obra china para trabajar en sus proyectos africanos.</p><p></p><p>En 2004, las opiniones públicas de Argentina, Brasil, Chile y México veían con mejores ojos la creciente influencia china en el mundo, así como su crecimiento económico, pero eran mucho más recelosas frente a su creciente poder militar. Si Chile (56%) y Brasil (53%) eran los que veían con mejores ojos el papel internacional de China, los más recelosos eran Argentina (44%) y México. En lo relativo al crecimiento económico, los mexicanos eran los más entusiastas (54%), seguidos de brasileños y chilenos (48%), mientras que los argentinos, quizá por su fuerte nacionalismo y el mayor proteccionismo de su política económica (30%), eran los más refractarios. Respecto al poder militar, las miradas negativas primaban sobre las positivas y los más temerosos eran los argentinos (58%), seguidos de Chile (53%) y Brasil (50%), mientras que México, vecino de EEUU, sólo tenía un 37% de percepción negativa.[21]</p><p></p><p><strong>China, Cuba y Venezuela</strong></p><p></p><p>Como ya se ha dicho, el desembarco chino en América Latina ha sido, hasta ahora, sumamente cuidadoso, tratando de no irritar a EEUU. Así, por ejemplo, la visita de Hu a la región en 2004 no incluyó a Venezuela y a su paso por Cuba, éste intentó mantener un perfil más bien bajo, centrado en algunos proyectos comunes, especialmente en el terreno de la biotecnología. Y si bien China intenta reforzar sus lazos con Caracas, especialmente en materia petrolera, la prudencia en sus movimientos denota una clara voluntad de no provocar efectos no deseados en otros actores presentes en la región.</p><p></p><p>Comenzando por Cuba, vemos como tras el largo período en que el régimen de Fidel Castro tuvo una alianza estratégica con la Unión Soviética, mantenida hasta el desplome del bloque soviético, las relaciones con China sólo comenzaron a mejorar después de junio de 1989, cuando el gobierno de La Habana respaldó a las autoridades de Beijing durante la represión de Tiananmen y su política contraria a la apertura política. Desde entonces, ambos países han apoyado internacionalmente sus mutuas reivindicaciones, como la denuncia del embargo de EEUU a Cuba, o la de postura china contra la secesión de Taiwán, en 2005. Como ha sido público y notorio, Raúl Castro y otros altos dirigentes cubanos han buscado inspiración, pese a la postura más cerrada de Fidel, en el modelo chino de desarrollo.</p><p></p><p>Cuba ha podido sobrevivir con muchos esfuerzos a la crisis económica de la década de 1990, tras el desmoronamiento del bloque soviético, de quien dependía su supervivencia. Posteriormente, el gobierno cubano ha intentado recomponer sus alianzas internacionales, centrándose en dos países, Venezuela y la República Popular China. Sin embargo, mientras con Venezuela, en la superficie, la relación es plenamente satisfactoria y bien lubricada por los más de 90.000 barriles de petróleo diarios que el gobierno de Chávez les vende a precio subvencionado, con China las cosas son bastante más complicadas, como sostiene William Ratliff,[22], debido fundamentalmente al mayor pragmatismo con que enfocan sus relaciones internacionales, lo que implica dejar el ideologismo de lado. Si bien China espera importar cantidades de níquel cubano, de momento las exportaciones de Cuba son mínimas, aunque China es el tercer socio comercial cubano, detrás sólo de Venezuela y Cuba.</p><p></p><p>Las relaciones bilaterales se apoyan en tres grandes ejes: el político, el económico y el estratégico. Mientras Cuba saca partido del apoyo político y económico chino, China se beneficia de los datos de inteligencia que obtiene sobre EEUU que obtiene del gobierno cubano. Fidel y Raúl Castro, y muchos de los principales dirigentes cubanos visitaron, al menos, China una o dos veces; y dos presidentes chinos (Hu Jintao en noviembre de 2004), y muchos otros dirigentes chinos, estuvieron en Cuba. China apoya, de diferente manera, la educación, las exploraciones petroleras, la minería del níquel, el desarrollo tecnológico y la infraestructura de transportes cubanos. Aquí también China apuesta por el sector energético y por la existencia de importantes yacimientos en aguas cubanas del Golfo de México, donde Sinopec realiza prospecciones. China, por su parte, tiene en Cuba un buen punto de observación para vigilar a EEUU. Mientras el gobierno de Washington y sus agencias de inteligencia tienen numerosos puntos de observación y seguimiento de China, comenzando por Taiwán, China sólo dispone de Cuba para estos efectos. De algún modo se puede señalar que la relación de Cuba con China es mucho más intensa que con otros países de la región.</p><p></p><p>La energía es la base de la relación privilegiada que mantienen China y Venezuela, que han establecido “una alianza estratégica para el desarrollo común”.[23] Desde la perspectiva china, y pese a las dificultades que impone la distancia, Venezuela tiene una gran importancia estratégica como proveedor de petróleo para su creciente demanda, pero también como plataforma de inversión para las firmas chinas del sector que buscan entrar en el negocio de explotación de los yacimientos de petróleo extrapesado de la Franja del Orinoco. Se trata de un negocio que según algunos analistas y, especialmente, el gobierno venezolano, sería la base de espectaculares ganancias futuras. En diciembre de 2004, en una de sus tantas visitas a China, el presidente venezolano Hugo Chávez aseguró que sus anfitriones invertirían grandes cantidades en el sector petrolero venezolano. Algo más de dos años más tarde, en marzo de 2007, se anunció solemnemente la creación de un fondo de inversión de 6.000 millones de dólares (2.000 millones serían aportados por Venezuela y 4.000 millones por China). Sin embargo, hasta la fecha, China sólo ha invertido algo más de 1.000 millones de dólares en Venezuela, una cantidad que no cubre, en absoluto, las grandes necesidades que requiere el sector energético venezolano. Incluso los 6.000 millones del último anuncio siguen siendo claramente insuficientes, una prueba más de lo complicado que resulta poner en marcha esa “alianza estratégica para el desarrollo común”.</p><p></p><p>En su citada visita de diciembre de 2004, Chávez también apuntó que los chinos no sólo invertirían cantidades multimillonarias en el sector energético, lo que a la fecha no se ha producido, sino también que habría un aumento sustancial en el comercio bilateral. Incluso mencionó que en 2005 éste alcanzaría los 3.000 millones de dólares (más del doble que en 2004). Esto sí ocurrió, ya que según las estadísticas oficiales de la República Popular China, en 2006 el intercambio comercial bilateral llegó a 4.338 millones de dólares, un incremento del 102,5% en comparación con la cifra del año anterior y muy por encima del pronóstico para 2005.</p><p></p><p>Continua...</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shadow, post: 358363, member: 158"] [B]EEUU y China: el giro a la izquierda en América Latina[/B] La postura de EEUU frente a la ofensiva china en América Latina es dispar y está más basada en percepciones, especulaciones y temores sobre el futuro que en hechos concretos. Las diferentes actitudes se pueden explicar a partir de dos preguntas bastante sencillas aunque de bastante trascendencia: ¿la presencia china en América Latina significa realmente una amenaza para las posiciones estadounidenses (para el conjunto de ellas) en su llamado “patio trasero”? En el caso de que efectivamente esto sea así, la segunda pregunta es: ¿cuánto pierde EEUU por esta presencia? Las cuestiones vinculadas con estos interrogantes permiten explicar por qué, más allá de la creciente preocupación de las autoridades, de los políticos y de la prensa norteamericana sobre el despliegue chino en América Latina, no hay una clara unanimidad sobre el grado de desafío que esa presencia representa para su economía y para la seguridad nacional. En los últimos años, numerosas fuentes, especialmente aquellas provenientes de los sectores más conservadores, o próximos a ellos, han enfatizado el hecho de que la Administración Bush, demasiado pendiente de Irak y del “gran Oriente Medio”, se ha despreocupado de América Latina pese a la creciente amenaza venezolana. En lo que respecta al tema que aquí estamos tratando, el argumento es que mientras China ha estado aumentando de forma clara sus lazos económicos, políticos y militares en la región, la parálisis del gobierno de Washington ha sido casi total. De momento, nada de eso ha ocurrido, y en la perspectiva de la IED, como se muestra más arriba, la diferencia entre la inversión estadounidense (especialmente en función del stock acumulado) y la china sigue siendo abismal. Por eso, es importante no perder de vista la perspectiva temporal y formularse las preguntas en el medio y largo plazo. En esta línea, Cynthia Watson no piensa que la actual presencia de China en América Latina suponga una seria amenaza para la seguridad de su país, aunque estima que la estrategia china de establecer lazos cada vez más estrechos con la región si puede afectar, en el largo plazo, esa seguridad.[11] En Washington, en las distintas instancias de la Administración, no hay unanimidad sobre el tema. De un lado, el Departamento de Defensa manifiesta un cierto temor de que China se termine convirtiendo en la principal fuente de entrenamiento militar para algunos ejércitos, en parte por la vigencia de la ley norteamericana que prohíbe dar ayuda militar a aquellos países que permitan arrestar a soldados norteamericanos para ser procesados por la Corte Penal Internacional (CPI). También le preocupan las actuaciones chinas en inteligencia y guerra cibernética en la región, especialmente desde Cuba. Por su parte, el Departamento de Estado no ve a China como una amenaza concreta en América Latina, sino como un país en crecimiento que demanda una gran cantidad de combustible y materias primas. En realidad, se parte de la idea que su gran preocupación por la forma en que se desarrolla su propia situación interna, la evolución de la coyuntura china, le resta energías para desarrollar aventuras fuera de sus fronteras, comenzando por América Latina.[12] De todos modos, la administración Bush está preocupada por la presencia china en la región y buena prueba de ello fue la visita de Thomas Shannon, subsecretario de Asuntos Hemisféricos, a Beijing, en abril de 2006, invitado especialmente por Zeng Gang, el responsable de América Latina en el Ministerio chino de Exteriores. El viaje se produjo poco después de la gira del presidente Hu Jintao por EEUU y fue la primera vez que un alto funcionario del Departamento de Estado fue a Beijing para discutir directamente cuestiones relacionadas con China, América Latina y EEUU. En Beijing se ve como normal la atención de EEUU en estas cuestiones y la mirada atenta que presta al desembarco chino.[13] Desde esta perspectiva, es entendible la cautela con que el gobierno chino se relaciona con los gobiernos de izquierda en América Latina, especialmente con aquellos englobados dentro de la órbita populista, como los de Bolivia, Ecuador y Venezuela. Como se ha señalado más arriba, su creciente proteccionismo, sumado al nacionalismo rampante de que hacen gala y su mayor imprevisibilidad los convierten en menos atractivos para unos actores que, más allá de su estatismo y de sus afinidades ideológicas, suelen actuar fuera de su país con la lógica de los agentes económicos y por eso son visualizados como extranjeros, con todos los problemas que esto puede acarrear. Por otro lado, el gobierno de la República Popular no ha sido demasiado partidario de algunas conductas aventuradas, como ocurrió con Sendero Luminoso en Perú. Pese a que este grupo terrorista se había definido como maoísta, Beijing lo condenó por su revisionismo contrarrevolucionario.[14] [B]La cooperación en Defensa[/B] Se trata de un campo con un protagonismo creciente y donde las expectativas, por ambas partes, van en aumento. De este modo, es bastante frecuente ver como militares latinoamericanos siguen diferentes programas en la Universidad Nacional de la Defensa del Ejército Popular Chino, programas a los que no se suele invitar a otros oficiales occidentales.[15] Las relaciones en la materia han incluido un número mayor de instancias de diálogo y después de la gira del presidente Jiang en 2001, hemos visto al ministro de Defensa, el general Chi Haotian, manteniendo conversaciones con autoridades de la Defensa de Colombia y Venezuela (una nueva prueba del pragmatismo chino en la región). Desde la perspectiva de la Defensa hay un tema que interesa especialmente a China, en especial en lo que se refiere a las relaciones que mantiene con Brasil y Surinam. En ambos países, debido a su ubicación geográfica, existen facilidades para el lanzamiento de satélites y naves espaciales que desarrollen órbitas ecuatoriales, también utilizadas por otras potencias espaciales, como la UE. Dadas las dificultades para encontrar enclaves de este tipo en China, se explica el interés de su gobierno en estas cuestiones. En esta línea, tampoco se debe olvidar el interés venezolano en que los chinos construyan y pongan en órbita el satélite Simón Bolívar. Estos y otros hechos explican el creciente temor de EEUU, más palpable en los medios próximos al Departamento de Defensa, de que China se convierta en el principal apoyo militar para algunos gobiernos radicales de la región, como Venezuela. El recuerdo de lo que en el pasado significó la Unión Soviética para Cuba sigue estando demasiado próximo. En esta línea hay que ver el intento venezolano de adquirir en China una parte importante del armamento con que se quiere reforzar a su Fuerza Armada Nacional (FAN), a efectos de enfrentar los desafíos de lo que el comandante Chávez ha definido como “guerra asimétrica”.[16] [B]América Latina y China[/B] En lo relativo a las relaciones entre América Latina y China, es tan difícil generalizar como lo es en otros aspectos de la realidad regional. Esto significa que el conjunto de las distintas respuestas nacionales no es nada homogéneo y depende, en buena medida, de las expectativas y resultados de cada país frente al crecimiento chino y a su mayor presencia en un mundo globalizado. Si en líneas generales se puede decir que de un modo agregado América Latina tiene un ligero superávit comercial con China,[17] esto no ocurre por igual si tenemos en cuenta a cada país de forma individual, ya que existen algunos casos donde las cosas no van tan bien, siendo México el que tiene el mayor déficit comercial, seguido de Panamá, que importa anualmente 1.000 millones de dólares en textiles chinos. Dada la moderada importancia de las inversiones directas chinas, y de su todavía escaso impacto en el sector productivo latinoamericano –la IED china en América Latina en 2005 fue algo menos del 10% de la IED total de China en el mundo–, es evidente que el mayor o menor entusiasmo de los distintos países latinoamericanos dependerá, en buena medida, de cómo le vayan las cosas en su relación comercial y de las expectativas puestas en los otros órdenes de las agendas bilaterales. Precisamente, desde el punto de vista bilateral, los países que tienen las mayores relaciones políticas y económicas con China son: Argentina, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá, Perú y Venezuela. Chile es uno de los países de América Latina con los que China mantiene contactos más estrechos. En su apuesta por la globalización y por la apertura a todos los mercados, Chile mira al Pacífico y en especial a China, que es el tercer mercado para sus exportaciones y su segundo proveedor de importaciones. Chile cuenta con un TLC con China, firmado en 2005. En ese entonces Chile se caracterizó por haber sido el primer país no asiático en negociar con China un tratado de esta índole, que en este caso particular está acotado estrictamente al intercambio de bienes. Posteriormente, en lo que debería ser una segunda etapa del TLC, Chile apuesta por transformarse en una plataforma para las inversiones chinas en la región en lo referente a los sectores de energía, minería, infraestructura y agricultura. Este punto debería complementarse a través de la creación de alianzas empresariales sino-chilenas y de inversiones chinas en los sectores minero, forestal, pesquero y de servicios. América Latina lleva un lustro creciendo, los últimos cinco años a tasas superiores al 4%, y es manifiesto que, al menos, en 2007 esta tendencia se mantendrá. Este crecimiento genuino de la región –en los últimos años todos los países han crecido al mismo tiempo aunque a ritmos diferentes– responde en buena medida a factores externos, siendo la pujanza y la demanda de los mercados chinos un factor explicativo de primer orden. Al margen de las demandas típicas de la economía china, cualquier cambio en los hábitos de consumo, dado el gran tamaño de su mercado, puede repercutir en el futuro de los más variados productos. Éste ha sido el caso de la carne, cuya demanda ha crecido sustancialmente en los últimos años, y también del café. En este caso, si bien no hay una respuesta masiva de los consumidores chinos a favor de esta bebida, el solo hecho de que varios cientos de miles de personas se hayan aficionado a su consumo es un dato positivo para los productores latinoamericanos. De este modo, la demanda oriental afecta a buena parte de los diferentes países latinoamericanos, con independencia del color político o de la ideología de sus gobiernos y del mayor o menor grado de eficacia de sus políticas económicas. De ahí que sea inevitable la mirada a los mercados chinos, demandantes de un buen número de materias primas. [B]La competencia de las manufacturas chinas[/B] Los más variados sectores industriales de diversos países latinoamericanos ven con preocupación el ingreso masivo de manufacturas chinas de bajo coste en sus mercados interiores, más o menos protegidos según los casos. Es allí donde los productos manufacturados chinos compiten con ventaja con la producción local, debido básicamente a los bajos salarios existentes en el país asiático, a los créditos estatales para los empresarios chinos, a las barreras impuestas a sus competidores, a la capacidad de copia con que se benefician sus empresas y la aceptación internacional de sus productos. A esto se suman las migraciones del campo a la ciudad, que mantienen una gran oferta de mano de obra barata y sin cualificar, que realiza largas jornadas laborales. Esta situación es la que origina una serie de muy amargas y aceradas críticas contra las importaciones chinas, que se han convertido en algo bastante frecuente en países como Argentina[18] y México. De todos los países latinoamericanos afectados por esta competencia, sin duda el que la ve con mayor preocupación es México. Desde la perspectiva de los empresarios implicados, resulta muy difícil que los productos latinoamericanos de baja calidad, menos protegidos y menos favorecidos por su entorno socio-político y económico, puedan competir con los chinos. Los temores empresariales son mayores en algunos sectores muy concretos, como el del textil o el del calzado, que habían tenido un cierto desarrollo en numerosos países de la región y donde la competencia de la producción china es muy grande. Sin embargo, el problema de la competencia china no se limita sólo a lo que ocurre en los respectivos mercados internos, que aún siendo dura permite a los empresarios locales una mayor flexibilidad por su conocimiento de las reglas de juego, sino también en otros mercados regionales. Este es el caso de los industriales mexicanos, que contemplan con preocupación la competencia de los productos chinos en el mercado de EEUU, que habían conquistado gracias al NAFTA, o de los brasileños que deben competir por los mercados latinoamericanos del Océano Pacífico. Y si bien a consecuencia de la competencia china se han producido algunas deslocalizaciones de maquilas, en lo referente a la lucha por la conquista de los mercados estadounidenses, México mantiene las ventajas de su renta de localización. Ésta viene dada fundamentalmente por su cercanía a los mercados existentes al otro lado de su frontera norte, como prueban las inversiones realizadas en plantas de producción y armado de automóviles realizadas por las principales empresas japonesas del sector. Éste ha sido el caso de Toyota, que en poco tiempo se ha convertido en un importante líder del mercado regional norteamericano. Hay que señalar que si esto fue posible se debió en buena medida a la existencia de un TLC firmado entre Japón y México. Y si bien la cercanía a los mercados norteamericanos le otorga a México un interés especial para los chinos, las relaciones bilaterales son muy complejas, como prueba el hecho de que México fue el último país con el que China negoció su ingreso a la OMC. En Brasil también se han producido algunas deslocalizaciones provocadas por la “invasión” china, aunque aquí también hay fenómenos contradictorios. Un caso notable es el de una empresa brasileña de calzado, que exportaba su producción a los países del Pacífico americano y que para poder seguir compitiendo en condiciones ha decidido establecerse en China y de ese modo poder beneficiarse de unos salarios y otros costes de producción más bajos que los de su país. [B]China como contrapeso a EEUU y la UE[/B] Brasil, México, Chile, Argentina y Panamá son los mayores socios comerciales de China en América Latina. Inclusive para otros países, como Perú, que tienen un volumen comercial más modesto, la importancia de China es decisiva. En este caso, China se ha convertido en poco tiempo en el segundo mercado peruano. Al mismo tiempo, China es el tercer socio comercial de Brasil y el cuarto de Argentina. Brasil no sólo es el primer socio comercial de China en América Latina, sino también el país más importante de la región desde su perspectiva estratégica. Él sólo absorbe el 42% de las exportaciones regionales a los mercados chinos. Ambos países han desarrollado una “asociación estratégica” desde 1994, comparten visiones similares sobre el orden internacional (unieron sus fuerzas contra EEUU y la UE en las negociaciones de la OMC sobre la Ronda de Doha) y están englobados dentro de los BRIC.[19] En 2002, China desplazó a Japón como el primer socio comercial en Asia y muchas empresas brasileñas han conquistado los mercados chinos o invertido en ellos. Este es el caso de la petrolera Petrobras, de la siderúrgica CVRD (Companhia Vale do Rio Doce), de Embraco (equipos de refrigeración) y de la aeronáutica Embraer. Por su parte, Argentina es para China su segundo socio más importante en América Latina. Tiene con la República Popular relaciones diplomáticas desde la época del segundo gobierno de Perón (1972) y confía en el carácter de China como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para resolver su reivindicación por las islas Malvinas,[20] un tema que por motivos políticos se ha convertido en una de las prioridades en materia de política exterior del gobierno de Néstor Kirchner. Todos estos hechos, junto a algunos más de los que se han ido describiendo a lo largo de este trabajo, han instalado en la mente de muchos gobernantes latinoamericanos la idea de que China podría convertirse el día de mañana en un contrapeso, o eventualmente en el relevo, de EEUU en la región. De ahí, las elevadas expectativas con que se mira todo lo relacionado con China y, también, las numerosas especulaciones sobre la cuantía y el destino de sus inversiones, así como de los apoyos políticos que algunas de sus medidas más polémicas podrían recibir de China en los organismos internacionales. Con todo, China genera actitudes ambivalentes en las elites y en la opinión pública latinoamericanas. Por un lado, es mucho lo que los latinoamericanos esperan de China. Se confía, según los casos, en la llegada de una verdadera riada de inversiones, que hagan innecesarias las provenientes de EEUU o incluso de la UE, en que inclusive la industria china de armamentos desplaza a otros proveedores tradicionales, y también, como se acaba de señalar, en el respaldo político de Beijing. Llevado a su extremo esto implicaría la posibilidad, algún día, de que el empuje y poder del gigante asiático termine desterrando para siempre la resistida omnipresencia del imperialismo norteamericano. Sin embargo, por el otro lado, el gran desconocimiento existente sobre la realidad china, sobre las reales intenciones del país y sobre su poderío militar, sumado a los recelos frente al a veces agresivo estilo chino de negociar, a la forma en que se ha deteriorado el medio ambiente, al escaso respeto a los derechos humanos y a otras formas de legalidad, han instalado un cierto temor y resistencia a un acercamiento que se mira con sentimientos contradictorios. Desde esta perspectiva, el desembarco chino en África es seguido con bastante interés en las capitales latinoamericanas, especialmente en todo lo relacionado con la metodología china de consumar sus inversiones en aquél continente, incluyendo el traslado de mano de obra china para trabajar en sus proyectos africanos. En 2004, las opiniones públicas de Argentina, Brasil, Chile y México veían con mejores ojos la creciente influencia china en el mundo, así como su crecimiento económico, pero eran mucho más recelosas frente a su creciente poder militar. Si Chile (56%) y Brasil (53%) eran los que veían con mejores ojos el papel internacional de China, los más recelosos eran Argentina (44%) y México. En lo relativo al crecimiento económico, los mexicanos eran los más entusiastas (54%), seguidos de brasileños y chilenos (48%), mientras que los argentinos, quizá por su fuerte nacionalismo y el mayor proteccionismo de su política económica (30%), eran los más refractarios. Respecto al poder militar, las miradas negativas primaban sobre las positivas y los más temerosos eran los argentinos (58%), seguidos de Chile (53%) y Brasil (50%), mientras que México, vecino de EEUU, sólo tenía un 37% de percepción negativa.[21] [B]China, Cuba y Venezuela[/B] Como ya se ha dicho, el desembarco chino en América Latina ha sido, hasta ahora, sumamente cuidadoso, tratando de no irritar a EEUU. Así, por ejemplo, la visita de Hu a la región en 2004 no incluyó a Venezuela y a su paso por Cuba, éste intentó mantener un perfil más bien bajo, centrado en algunos proyectos comunes, especialmente en el terreno de la biotecnología. Y si bien China intenta reforzar sus lazos con Caracas, especialmente en materia petrolera, la prudencia en sus movimientos denota una clara voluntad de no provocar efectos no deseados en otros actores presentes en la región. Comenzando por Cuba, vemos como tras el largo período en que el régimen de Fidel Castro tuvo una alianza estratégica con la Unión Soviética, mantenida hasta el desplome del bloque soviético, las relaciones con China sólo comenzaron a mejorar después de junio de 1989, cuando el gobierno de La Habana respaldó a las autoridades de Beijing durante la represión de Tiananmen y su política contraria a la apertura política. Desde entonces, ambos países han apoyado internacionalmente sus mutuas reivindicaciones, como la denuncia del embargo de EEUU a Cuba, o la de postura china contra la secesión de Taiwán, en 2005. Como ha sido público y notorio, Raúl Castro y otros altos dirigentes cubanos han buscado inspiración, pese a la postura más cerrada de Fidel, en el modelo chino de desarrollo. Cuba ha podido sobrevivir con muchos esfuerzos a la crisis económica de la década de 1990, tras el desmoronamiento del bloque soviético, de quien dependía su supervivencia. Posteriormente, el gobierno cubano ha intentado recomponer sus alianzas internacionales, centrándose en dos países, Venezuela y la República Popular China. Sin embargo, mientras con Venezuela, en la superficie, la relación es plenamente satisfactoria y bien lubricada por los más de 90.000 barriles de petróleo diarios que el gobierno de Chávez les vende a precio subvencionado, con China las cosas son bastante más complicadas, como sostiene William Ratliff,[22], debido fundamentalmente al mayor pragmatismo con que enfocan sus relaciones internacionales, lo que implica dejar el ideologismo de lado. Si bien China espera importar cantidades de níquel cubano, de momento las exportaciones de Cuba son mínimas, aunque China es el tercer socio comercial cubano, detrás sólo de Venezuela y Cuba. Las relaciones bilaterales se apoyan en tres grandes ejes: el político, el económico y el estratégico. Mientras Cuba saca partido del apoyo político y económico chino, China se beneficia de los datos de inteligencia que obtiene sobre EEUU que obtiene del gobierno cubano. Fidel y Raúl Castro, y muchos de los principales dirigentes cubanos visitaron, al menos, China una o dos veces; y dos presidentes chinos (Hu Jintao en noviembre de 2004), y muchos otros dirigentes chinos, estuvieron en Cuba. China apoya, de diferente manera, la educación, las exploraciones petroleras, la minería del níquel, el desarrollo tecnológico y la infraestructura de transportes cubanos. Aquí también China apuesta por el sector energético y por la existencia de importantes yacimientos en aguas cubanas del Golfo de México, donde Sinopec realiza prospecciones. China, por su parte, tiene en Cuba un buen punto de observación para vigilar a EEUU. Mientras el gobierno de Washington y sus agencias de inteligencia tienen numerosos puntos de observación y seguimiento de China, comenzando por Taiwán, China sólo dispone de Cuba para estos efectos. De algún modo se puede señalar que la relación de Cuba con China es mucho más intensa que con otros países de la región. La energía es la base de la relación privilegiada que mantienen China y Venezuela, que han establecido “una alianza estratégica para el desarrollo común”.[23] Desde la perspectiva china, y pese a las dificultades que impone la distancia, Venezuela tiene una gran importancia estratégica como proveedor de petróleo para su creciente demanda, pero también como plataforma de inversión para las firmas chinas del sector que buscan entrar en el negocio de explotación de los yacimientos de petróleo extrapesado de la Franja del Orinoco. Se trata de un negocio que según algunos analistas y, especialmente, el gobierno venezolano, sería la base de espectaculares ganancias futuras. En diciembre de 2004, en una de sus tantas visitas a China, el presidente venezolano Hugo Chávez aseguró que sus anfitriones invertirían grandes cantidades en el sector petrolero venezolano. Algo más de dos años más tarde, en marzo de 2007, se anunció solemnemente la creación de un fondo de inversión de 6.000 millones de dólares (2.000 millones serían aportados por Venezuela y 4.000 millones por China). Sin embargo, hasta la fecha, China sólo ha invertido algo más de 1.000 millones de dólares en Venezuela, una cantidad que no cubre, en absoluto, las grandes necesidades que requiere el sector energético venezolano. Incluso los 6.000 millones del último anuncio siguen siendo claramente insuficientes, una prueba más de lo complicado que resulta poner en marcha esa “alianza estratégica para el desarrollo común”. En su citada visita de diciembre de 2004, Chávez también apuntó que los chinos no sólo invertirían cantidades multimillonarias en el sector energético, lo que a la fecha no se ha producido, sino también que habría un aumento sustancial en el comercio bilateral. Incluso mencionó que en 2005 éste alcanzaría los 3.000 millones de dólares (más del doble que en 2004). Esto sí ocurrió, ya que según las estadísticas oficiales de la República Popular China, en 2006 el intercambio comercial bilateral llegó a 4.338 millones de dólares, un incremento del 102,5% en comparación con la cifra del año anterior y muy por encima del pronóstico para 2005. Continua... [/QUOTE]
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