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Los pueblos originarios
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<blockquote data-quote="Hymenoptero" data-source="post: 873812" data-attributes="member: 117"><p>El presente thread tiene por finalidad aclarar que derechos los asiste, cuales son sus alcances y a quienes protege. A la vez es un intento de demostrar la falsedad de algunos mitos “urbanos” respecto de los pueblos originarios y su lucha ancestral. Mitos que por ignorancia, temor (que al fin y al cabo es producto de la ignorancia) o por mala intención perduran en el tiempo.</p><p></p><p>Entiendo que este no es un foro de la Facultad de Filosofías y Letras de la UBA y más de uno me va a tirar con lo que tenga a mano. Pero creo que sin llegar a la falta de respeto al menos se puede intentar llevar una discusión interesante (llegado el caso cada uno se queda con su postura y listo).</p><p></p><p>Mi objetivo no es convencer a nadie, si no el de acercar material para poder discutir sobre algunos "lugares comunes" como son; los Mapuches son chilenos, quieren hacer su propio país, el indio vive (o pretende) “de la caza y de la pesca”, son vagos y borrachos y los dos mas interesantes; Roca conquisto un desierto y era la conquista o se perdía la patagonia (malones o chilenos).</p><p></p><p>El material que voy a utilizar proviene de los archivos con los que rendí “Sociología Rural y Extensión” y el que se uso en la defensa de un trabajo particular mío, tratando de minimizar apreciaciones personales (salvo en las conclusiones personales de cada post) para no torcer la discusión. Por esto es que esta fuertemente sesgado a la patagonia, quedando en el aire el otro gran espacio que fue la zona chaqueña.</p><p></p><p>Cuál es la relación de todo esto con la defensa, bueno, vasta para eso mirar algunas discusiones que se deron en el foro y o alguna de las notas salidas en la “DeySeg”.</p><p></p><p>Sin mas preámbulos, la primera parte (principios de 1800 – principios de 1900) extraída de </p><p></p><p>S. BANDIERI, Historia de la Patagonia, Colección Historia Argentina, Bs. As., Editorial</p><p>Sudamericana, 2005.</p><p></p><p>Antes de continuar me parece importante resaltar someramente para el periodo que se trata en esta primera parte algunas consideración del contexto internacional.</p><p></p><p>o Surgimiento de los estados tal como hoy los conocemos con la desaparición de las sociedades Monárquicas.</p><p>o Surgimiento del capitalismo, la revolución industrial y el feudalismo.</p><p>o Decadencia del Imperio Británico.</p><p></p><p>A nivel nacional y respecto a lo que atañe el thraed lo más relevante a nivel macro son las consecuencias políticas de la batalla de Pavon.</p><p></p><p><em>CAPITULO VI (fragmento)</em></p><p><em></em></p><p><em>LA EXPANSIÓN DE LAS FRONTERAS</em></p><p><em></em></p><p><em>EL MARCO DE LA DOMINACIÓN</em></p><p><em></em></p><p><em>Desde fines del siglo XVIII preocupaban las prácticas de los grupos indígenas de trasladar haciendas desde la llanura bonaerense al mercado chileno por los valles de los ríos norpatagónicos. Recuérdese que el propio Villarino había sugerido en esos años establecer un fuerte en la confluencia de los ríos Limay y Neuquén y ocupar con fuerzas militares la isla de Choele Choel para cortar el permanente tráfico comercial y las incursiones indígenas hacia el este.</em></p><p><em>Los primeros gobiernos republicanos, envueltos en permanentes luchas externas e internas, sólo habían efectuado algunas campañas militares contra los grupos indígenas del sudoeste bonaerense cuando la creciente expansión ganadera comenzó a exigir, luego de 1820, la ampliación de las fronteras productivas, pero el interior patagónico seguía siendo dominio indiscutido de los caciques. Luego de 1833, cuando Juan Manuel de Rosas efectuó su campaña hasta el río Negro, una hábil política cooptativa de acuerdos y alianzas, propiciada por el propio gobernador bonaerense, se instaló entre la sociedad blanca y la indígena abriendo un período de convivencia posible no exento de conflictos. Este mundo fronterizo así construido sólo fue posible en la medida en que los sectores dominantes del país no reclamaban todavía la ampliación del área ganadera en función de las limitadas necesidades exportadoras del sistema. Pero en la segunda mitad del siglo XIX las condiciones mundiales cambiaron y Argentina se insertó mas decididamente en el mercado internacional, que día a día aumentaba su demanda de materias primas y alimentos. La ampliación de las fronteras productivas se convirtió entonces en una necesidad ineludible del sistema.</em></p><p><em>Con el avance del capitalismo en el ámbito internacional y debido al importante crecimiento de</em></p><p><em>la ganadería extensiva destinada a la exportación, desarrollada en grandes estancias de propiedad particular, la hacienda cimarrona, que era la base económica de las sociedades indígenas y el producto fundamental de su comercio, comenzó a escasear y aún a desaparecer, incrementándose en consecuencia la práctica del malón. Es en ese contexto que este acto de saqueo organizado debe ser también entendido como una estrategia de supervivencia económica de dichas sociedades frente al avance en la privatización de los recursos productivos. Sin duda que la práctica del malón, que asolaba a las poblaciones fronterizas, afectaba también en forma directa los intereses de los ganaderos bonaerenses, generando una fuerte competencia entre estancieros y caciques y aumentando la preocupación de los distintos gobiernos por extender la denominada “frontera interna”, consolidando definitivamente la soberanía nacional en los territorios patagónicos.</em></p><p><em>Si en el nuevo contexto económico la convivencia ya no era posible, tampoco lo era en el</em></p><p><em>político. A la expansión del país en el marco del capitalismo dependiente, le correspondió en el mismo período el crecimiento del poder estatal como necesaria instancia articuladora de la sociedad civil. Esto se relacionaba directamente con la necesidad de conformar un sistema de dominación estable que permitiese imponer el “orden” y asegurar el “progreso” de los sectores hegemónicos con la preservación del sistema. </em></p><p><em>Los gobiernos nacionales surgidos después del triunfo porteño de Mitre sobre Urquiza en Pavón, en el año 1861, aseguraron las condiciones propicias para la institucionalización del poder estatal que se consolidaría en las décadas siguientes con alcances nacionales. Se pondrían entonces en práctica formas más definitivas para el control de los territorios indígenas con el objeto de incorporarlos definitivamente al sistema productivo dominante y al nuevo esquema de dominación, esta vez con la participación mas activa del ejército nacional en tanto efectivo instrumento del aparato estatal.</em></p><p><em>Si bien el dominio de los territorios indígenas tuvo entonces una clara justificación ideológica a</em></p><p><em>través del explicitado objetivo de superar “la barbarie” para asegurar “la civilización y el progreso”, tuvo también un motivo de orden práctico que devino de los intereses concretos de los sectores socioeconómicos dominantes, para entonces seriamente afectados por los malones indios y el permanente fluir de sus haciendas a Chile. La persistencia de la frontera interna entre indios y blancos se había convertido en la principal traba a la expansión de estos sectores, vinculados comercial y financieramente a las principales potencias económicas del momento, particularmente Inglaterra, que marcaban el perfil de la inserción de Argentina en el mercado mundial cuando las economías europeas no estaban todavía en condiciones de subsidiar su propia producción primaria.</em></p><p><em>Al mismo tiempo, la expansión económica del país, hasta ese momento predominantemente pecuaria, comenzaba a exigir la incorporación de nuevas tierras que aliviaran la presión pastoril sobre la llanura bonaerense a la vez que permitiesen el incremento de los volúmenes de producción para una correcta respuesta a la demanda europea de carnes y lanas. A comienzos de la década de 1870 los territorios pampeanos se encontraban alarmantemente sobrepastoreados por la presencia simultánea de vacunos y ovinos, con una carga mayor que la que su receptividad natural admitía, lo cual indicaba la urgente necesidad de canalizar el excedente ganadero a nuevas tierras marginales (…) el surgimiento de la industria frigorífica y la utilización del sistema de congelado hacia 1880 valorizaron primero la carne ovina y luego la vacuna, provocando una importante reorientación productiva en la búsqueda de razas con mejores aptitudes carniceras. El proceso así iniciado se expandió rápidamente por las tierras del sur bonaerense, cuyos campos húmedos, bajos y más cercanos a los frigoríficos, admitían animales más exigentes en la alimentación. Esto provocó el desplazamiento de los ovinos de raza Merino hacia tierras marginales de la Patagonia con condiciones aptas para la producción</em></p><p><em>de lana, en tanto que la pampa húmeda se reservaba para la crianza de animales mas refinados, especialmente vacunos, y el cultivo de cereales.</em></p><p><em>La necesidad de incorporación de suelos menos favorecidos para la expansión de la ganadería extensiva en sus diferentes rubros, más la inversión especulativa en tierras, muy importante en esos años, son entonces el macro nivel de análisis en el que necesariamente debe inscribirse el modelo de expansión territorial con baja densidad de población que en términos generales caracterizó la ocupación de los territorios patagónicos. El agente de ocupación, si lo hubo, fue el ganado y no el hombre y esto daría particularidades propias al proceso de poblamiento regional. En este sentido, se profundizó en la Patagonia la consolidación del latifundio como forma mas característica de la apropiación de la tierra pública desde los primeros avances de la frontera, acorde también con las formas extensivas de la actividad ganadera dominante y las características productivas de la región.</em></p><p><em></em></p><p><em>“INDIOS ARGENTINOS”, “INDIOS ALIADOS”, “INDIOS CHILENOS”</em></p><p><em>LAS ADSCRIPCIONES POLÍTICAS COMO FORMAS DE SOBREVIVENCIA</em></p><p><em>También la sociedad indígena comenzó a desplegar, a medida que avanzaba el proyecto de penetración estatal de la segunda mitad de siglo XIX, una serie de estrategias políticas para intentar una convivencia pacífica con el blanco. Uno de los efectos más claros de las transformaciones producidas al interior de estas sociedades parece haber sido, aunque todavía bajo discusión entre los investigadores, el proceso de concentración del poder y la jerarquización de las jefaturas, hecho sin duda favorecido por el accionar de las autoridades estatales, que a la hora de parlamentar o firmar tratados reconocían a los caciques como jefes de determinados territorios físicamente identificables, con lo cual se ganaban aliados estratégicos para el proyecto de dominación.</em></p><p><em>En la etapa comprendida entre comienzos de la década de 1820 y el fin de los gobiernos rosistas habían aumentado, según vimos, en el área pampeano-norptagónica, los enfrentamientos intertribales como consecuencia de la “guerra a muerte” y del accionar de los grupos pro-realistas refugiados en los contrafuertes andinos del norte del actual Neuquén. Asimismo, se habían agudizado las diferencias entre los grupos de ascendencia tehuelche septentrional y los voroga -araucanos provenientes de Chile instalados en las fronteras bonaerenses A ello se sumaba la intervención de los aucas –indios no araucanos pero sí araucanizados- del sur de Chile. Esto hizo que los jefes indígenas profundizaran sus enfrentamientos por el control de las principales fuentes de ganado y sal. Coliqueo se había instalado en las Salinas Grandes, de donde fuera expulsado por Callfucura en 1834 con el supuesto apoyo de Rosas.</em></p><p><em>Este último cacique, iniciador de la dinastía de los “Piedra”, se convertiría, luego de la matanza de los caciques voroga Rondeau y Melin en 1835, en una de las figuras más importantes dentro de las estructuras de poder indígenas, cuando fue reconocido como jefe del área de las Salinas Grandes y extendió su influencia hasta el oeste bonaerense y sur de la pampa. Otros jefes controlaban distintas zonas, como es el caso de Chocori, que ejerció su poder territorial sobre toda la cuenca del río Negro.</em></p><p><em>Estos importantes caciques formarían nuevos líderes en la persona de sus hijos: Sayhueque –hijo de Chocori-, Foyel -hijo de Paillacan-, Inacayal, -hijo de Huincahual- y José María Bulnes Yanquetruz –hijo de Cheuqueta-, entre otros, quienes debieron enfrentar el trato con las autoridades del nuevo Estadonación sobre la base de la experiencia acumulada por sus padres, ejerciendo nuevos tipos de liderazgos.</em></p><p><em>Este proceso de concentración del poder político parece haberse acentuado en la medida en que el proceso de formación de los Estados nacionales iba imponiendo nuevas “identidades”, ahora vinculadas a la adscripción política a los respectivos poderes de uno u otro país, Argentina y Chile. La situación se profundizó con las estrategias puestas en práctica por el muy hábil gobernador de Buenos Aires, que aprovechó las diferencias intertribales para mejorar su posición. Luego del avance de Martín Rodríguez entre los años 1821 y 1824, los indios todavía reclamaban como propios los dominios pampeano-bonaerenses hasta casi las puertas de Buenos Aires. Luego del arrinconamiento a que Rosas obligó a Chocori después de su campaña de 1833, cuando ocupó la isla de Choele Choel, la situación cambió drásticamente. Si bien el nuevo avance no garantizó el control sobre la totalidad del área pampeano-norpatagónica, tuvo efectos punitivos muy importantes sobre la sociedad indígena obligándola</em></p><p><em>a replantearse, de aquí en más, sus estrategias políticas.</em></p><p><em></em></p><p><em></em></p><p><em>Foto Isla</em></p><p><em></em></p><p><em>Los grupos que habitaban esta zona tenían para ese entonces orígenes étnicos diversos, complejizados por lazos de parentesco, matrimonios y acuerdos políticos. El viajero Guillermo Cox, proveniente de Chile, menciona en 1863 haber encontrado en el área del Nahuel Huapi individuos de distintas procedencias, incluidos pehuenche del norte y tehuelche septentrionales, tal y como, por otra parte, parecían denunciar sus rasgos físicos, con la presencia dominante de hombres altos y corpulentos.</em></p><p><em>Chocori, quien entonces dominaba la zona, estaba emparentado con el cacique tehuelche Cheuqueta, con el linaje de los Yanquetruz y con el pampeano Catriel, manteniendo además relaciones de vieja data con los araucanos. Llama la atención del viajero el hecho de que se hablara en la zona tanto la lengua de este último origen como la tehuelche septentrional.</em></p><p><em>Una vasta red de parentescos y alianzas había permitido a Chocori dominar amplios territorios</em></p><p><em>entre la cordillera y el mar. El control de la isla de Choele Choel, paradero obligado de quienes pretendían circular en uno u otro sentido, le permitía manejar toda la circulación del área a través de los grupos aliados, cobrando peaje y derechos de pastura a los ganados que transitaban el lugar, ya fuera para el abastecimiento del Carmen como para su traslado al mercado chileno demandante. Luego de la campaña de Rosas, el cacique quedó aislado en sus dominios cordilleranos del sudoeste del actual Neuquén. En 1845 fue reconocido como “indio amigo” entrando al sistema del “negocio pacífico de indios”. A partir de entonces recibiría dinero, caballos y raciones –provisión de alimentos y vicios- del gobierno a los efectos de mantener su condición de aliado, situación que se mantendría luego de la caída de Rosas y que heredaría su hijo, Valentín Sayhueque. A partir de entonces, la vida del grupo, replegado en la “Gobernación de las Manzanas” (…) fue relativamente tranquila, en un sitio rico en recursos y estratégicamente ubicado para el control de los pasos cordilleranos que comunicaban con el sur de ese país. Esta especial situación de autonomía habría afirmado la identidad “manzanera” de estos grupos –en tanto identidad política y no étnica-, permitiendo el fortalecimiento de sus caciques (…). El 20 de mayo de 1863 firmó un convenio con el gobierno nacional por el cual se comprometía a “proteger y apoyar la defensa da Patagones” a cambio de recibir la misma protección del gobierno ante eventuales enemigos. A partir de entonces, Sayhueque y su gente se identificarían como “indios argentinos” diferenciándose explícitamente de los “indios chilenos”.</em></p><p><em>Retomamos aquí una idea ya planteada en los primeros capítulos, respecto de las divergencias</em></p><p><em>existentes entre aquellos estudiosos que sostienen la concentración del poder en grandes cacicatos en esta etapa del siglo XIX y quienes argumentan que, por el contrario, la sociedad indígena se habría fragmentado como estrategia política frente al cambio de situación. A modo de hipótesis pensamos que es muy probable que ambas formas hayan coexistido en la complejidad del mundo fronterizo de entonces. Es decir, mientras más cercanas estaban las parcialidades del área dominada por los blancos, mayor parece haber sido la cantidad y variedad de figuras políticas con las cuales había que negociar. En la medida en que el asentamiento de las tribus se alejaba de los controles territoriales, la concentración del poder parece haber sido una característica dominante, incluso fomentada por las autoridades blancas. Sin duda era estratégicamente más útil reconocer el poder de un cacique aliado, permitiendo que se fortaleciera dentro de ciertos límites, para simultáneamente controlar así otras parcialidades rebeldes. El poder de estos caciques, a su vez, podía reproducirse en la medida en que su figura centralizaba y garantizaba la distribución de las raciones que recibía de los blancos, sobre todo de los “vicios”, de los cuales la sociedad indígena no podía ya prescindir. Al ser relativamente débil la inserción de Argentina en el mercado mundial la convivencia entre la sociedad blanca y la indígena era todavía posible, aunque en los términos que la primera imponía cada vez con mayor determinación. Poco tiempo después, cuando la expansión de las fronteras productivas fue una necesidad ineludible del sistema, se impondría una solución más drástica y definitiva al “problema indígena”, donde ni siquiera la condición de aliado tendría valor.</em></p><p><em>(…)</em></p><p><em>Ineludibles referencias al funcionamiento político de las tribus de la norpatagonia en la segunda</em></p><p><em>mitad del siglo XIX, brindan también las versiones de los tres viajeros que estuvieron en la zona en los años inmediatamente anteriores a la concreción de la campaña militar de Roca: los ya mencionados Guillermo Cox, George Musters y Francisco Moreno. En los tres casos queda claro el poder de los jefes indígenas cuando, pese a la buena acogida brindada a los visitantes, se les prohibió, en el caso de Cox – quien traía como se recordará instrucciones precisas de estudiar las posibilidades de expansión chilena en el oriente cordillerano-, avanzar hacia Carmen de Patagones y, en los casos de Musters y Moreno, cruzar a Chile desde Neuquén. Recuérdese que Moreno no pudo averiguar por boca de Sayhueque cuales eran los pasos usados para trasponer los Andes.</em></p><p><em>Cuando Cox describe a la sociedad indígena cordillerana se evidencia una organización política de tipo horizontal, donde las decisiones se tomaban en parlamentos y el poder de los jefes se sostenía a partir de su capacidad de redistribuir los bienes que ingresaban. El sometimiento a los mismos era voluntario, de allí la variedad de procedencias étnicas que se reconocían en las tolderías. En ese momento –1863-, quienes controlaban los intercambios entre Carmen de Patagones y Chile eran los tehuelche septentrionales Huincahual y Paillacan, junto con sus hijos Inacayal y Foyel. Siete años después, en 1870, Musters ya reconocía la autoridad de Sayhueque –Cheoeque en sus escritos- sobre los jefes subordinados, así como sobre el control de los pasos cordilleranos. El poder parece entonces haberse centralizado.</em></p><p><em>Quienes así lo interpretan, deducen en ello una estrategia indígena para posicionarse mejor frente a la avanzada del blanco. Estrategia que, paralelamente, los habría vuelto más vulnerables.</em></p><p><em>Recuérdese también cómo llamó poderosamente la atención del viajero inglés la existencia de residencias estables de la tribu, sobre todo en el cuartel general de Caleufu –que Musters asemeja a una estancia de frontera-; la extensión territorial del poder de Sayhueque –que llegaba hasta “cerca de los bosques de araucaria” (aproximadamente el lago Huechulafquen en la actual provincia de Neuquén)-; y su considerable riqueza: “...aparte de numerosos rebaños y corrales tenía uno de los toldos exclusivamente para depósito, y en el se ponían a buen recaudo sus adornos de plata, ponchos, mantas, etc.”, lo cual permite suponer una acumulación importante de excedentes. Esa misma razón había ya distanciado a Sayhueque de Foyel, quien terminaría afirmando sus dominios al sur del Limay.</em></p><p><em>En su recorrido de sur a norte por territorio patagónico, Musters menciona también el encuentro</em></p><p><em>y la relación que entabló con Casimiro, padre de San Slick que entonces lo acompañaba como guía, en el establecimiento de Luis Piedra Buena en la isla Pavón. El viajero inglés destaca la autoridad del cacique como “jefe de los tehuelche meridionales”, hecho que, según se recordará, también había sido reconocido por las autoridades chilenas y argentinas que intentaron ganarlo a su favor. Finalmente, a instancias de Piedra Buena, el presidente Mitre había otorgado a Casimiro el título de “Cacique General de San Gregorio”, además del grado de teniente coronel del ejército argentino, ración anual y un sello metálico demostrativo de su autoridad. Su misión era “guardar las costas y el territorio patagónico”. A cambio, Casimiro firmó un tratado el 5 de julio de 1866 en representación de todos los caciques que habitaban entre el río Chubut y el estrecho de Magallanes, por el cual se declaraba súbdito del gobierno,</em></p><p><em>comprometiéndose a obedecer a las autoridades de Carmen de Patagones que anualmente le entregarían sus raciones. A partir de ese momento, el cacique se reconoció como argentino e izó la bandera nacional en sus tolderías, como observa el propio Musters. Más tarde, en una clara adscripción identitaria, Casimiro llegó a rechazar nueve onzas de oro que le ofreció el gobierno chileno en una visita a Punta Arenas para ponerlo a su servicio, por cuanto el “no era chileno, sino argentino”.</em></p><p><em>Durante la estancia de Musters en Pavón también se acercó Orkeke, entonces acampado con su hermano Tankelow y su gente en el río Chico, mientras pasaban el invierno. El viajero inglés reconoció al cacique como “jefe de los tehuelche del norte” que debían acompañarlo hasta el río Negro. Sus dominios, nos dice, llegaban desde este último río hasta el Chubut, “aunque a veces se desplazaban hasta el río Santa Cruz”. Ambos grupos –tehuelche del norte y del sur- hablaban por entonces la misma lengua, aunque con distinto acento, y estaban muy mezclados porque los matrimonios eran frecuentes. No obstante, conservaban su “división en tribus” y tomaban “posesiones del contrario en las frecuentes reyertas”. Con los dos caciques trabó amistad el viajero inglés, estableciéndose una relación muy cordial. Como puede verse en las impresiones de Musters, no sólo se reconoce el poder de estos jefes sino también el criterio de territorialidad que las jefaturas tehuelche suponían, ya con un criterio claro de subordinación a las autoridades argentinas. Fue en ese mismo momento, el 3 de noviembre de 1869, cuando se celebró un parlamento por el cual Orkeke, Hinchel y otros jefes decidieron elegir a Casimiro como “jefe principal de los tehuelche”, poniéndose a sus órdenes y comprometiéndose a defender a Patagones de cualquier posible invasión de los indios de la margen norte del río Negro, liderados por Callfucurá. Nuevamente se ponía de manifiesto una clara adscripción a la condición de “indio amigo”.</em></p><p><em>La posición aliada de estos caciques pronto rindió sus frutos a la avanzada blanca. Cuando las</em></p><p><em>tropas atacaron al cacique salinero Namuncura, hijo de Callfucura, tradicional enemigo de los manzaneros, Sayhueque se mantuvo neutral. Más tarde, en 1879, sus lanzas tampoco reaccionaron frente al avance de Roca hasta tierras de Neuquén. Debe recordarse, sin embargo, que poco tiempo atrás, en su tercer viaje a la región, Moreno fue detenido en las tolderías de Caleufu en calidad de rehén para ser intercambiado por unos indios que habían caído prisioneros. Las relaciones ya no eran las mismas. Las versiones de un próximo ataque a las tribus de la norpatagonia circulaban con insistencia, en tanto que las raciones a los “indios amigos” se habían cortado. En 1883, Sayhueque escribiría una conmovedora carta al presidente del Consejo de la colonia galesa de Chubut, Lewis Jones, con el cual mantenía correspondencia, pidiéndole que intercediera ante el gobierno para asegurar la paz y tranquilidad de su pueblo, pues sus tierras y animales le habían sido arrebatados, aun cuando el no era “un extraño de otro país” sino “un criollo noble, nacido y criado en esta tierra y un argentino leal al gobierno”. “Yo, amigo - decia Sayhueque-, nunca realicé malones, ni maté a nadie, ni tomé cautivos”.</em></p><p><em>Una vez derrotadas las tribus rebeldes, las sucesivas campañas de Villegas al Nahuel Huapi romperían la alianza con Sayhueque. El cacique manzanero, junto a Inacayal y Foyel, decepcionados del blanco, habían prometido “pelear hasta morir”. Finalmente, Sayhueque fue el último cacique en rendirse a las fuerzas nacionales en Junín de los Andes, el 1° de enero de 1885, junto a algunos capitanejos, 700 indios de lanza y 2.500 de chuzma.</em></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Hymenoptero, post: 873812, member: 117"] El presente thread tiene por finalidad aclarar que derechos los asiste, cuales son sus alcances y a quienes protege. A la vez es un intento de demostrar la falsedad de algunos mitos “urbanos” respecto de los pueblos originarios y su lucha ancestral. Mitos que por ignorancia, temor (que al fin y al cabo es producto de la ignorancia) o por mala intención perduran en el tiempo. Entiendo que este no es un foro de la Facultad de Filosofías y Letras de la UBA y más de uno me va a tirar con lo que tenga a mano. Pero creo que sin llegar a la falta de respeto al menos se puede intentar llevar una discusión interesante (llegado el caso cada uno se queda con su postura y listo). Mi objetivo no es convencer a nadie, si no el de acercar material para poder discutir sobre algunos "lugares comunes" como son; los Mapuches son chilenos, quieren hacer su propio país, el indio vive (o pretende) “de la caza y de la pesca”, son vagos y borrachos y los dos mas interesantes; Roca conquisto un desierto y era la conquista o se perdía la patagonia (malones o chilenos). El material que voy a utilizar proviene de los archivos con los que rendí “Sociología Rural y Extensión” y el que se uso en la defensa de un trabajo particular mío, tratando de minimizar apreciaciones personales (salvo en las conclusiones personales de cada post) para no torcer la discusión. Por esto es que esta fuertemente sesgado a la patagonia, quedando en el aire el otro gran espacio que fue la zona chaqueña. Cuál es la relación de todo esto con la defensa, bueno, vasta para eso mirar algunas discusiones que se deron en el foro y o alguna de las notas salidas en la “DeySeg”. Sin mas preámbulos, la primera parte (principios de 1800 – principios de 1900) extraída de S. BANDIERI, Historia de la Patagonia, Colección Historia Argentina, Bs. As., Editorial Sudamericana, 2005. Antes de continuar me parece importante resaltar someramente para el periodo que se trata en esta primera parte algunas consideración del contexto internacional. o Surgimiento de los estados tal como hoy los conocemos con la desaparición de las sociedades Monárquicas. o Surgimiento del capitalismo, la revolución industrial y el feudalismo. o Decadencia del Imperio Británico. A nivel nacional y respecto a lo que atañe el thraed lo más relevante a nivel macro son las consecuencias políticas de la batalla de Pavon. [I]CAPITULO VI (fragmento) LA EXPANSIÓN DE LAS FRONTERAS EL MARCO DE LA DOMINACIÓN Desde fines del siglo XVIII preocupaban las prácticas de los grupos indígenas de trasladar haciendas desde la llanura bonaerense al mercado chileno por los valles de los ríos norpatagónicos. Recuérdese que el propio Villarino había sugerido en esos años establecer un fuerte en la confluencia de los ríos Limay y Neuquén y ocupar con fuerzas militares la isla de Choele Choel para cortar el permanente tráfico comercial y las incursiones indígenas hacia el este. Los primeros gobiernos republicanos, envueltos en permanentes luchas externas e internas, sólo habían efectuado algunas campañas militares contra los grupos indígenas del sudoeste bonaerense cuando la creciente expansión ganadera comenzó a exigir, luego de 1820, la ampliación de las fronteras productivas, pero el interior patagónico seguía siendo dominio indiscutido de los caciques. Luego de 1833, cuando Juan Manuel de Rosas efectuó su campaña hasta el río Negro, una hábil política cooptativa de acuerdos y alianzas, propiciada por el propio gobernador bonaerense, se instaló entre la sociedad blanca y la indígena abriendo un período de convivencia posible no exento de conflictos. Este mundo fronterizo así construido sólo fue posible en la medida en que los sectores dominantes del país no reclamaban todavía la ampliación del área ganadera en función de las limitadas necesidades exportadoras del sistema. Pero en la segunda mitad del siglo XIX las condiciones mundiales cambiaron y Argentina se insertó mas decididamente en el mercado internacional, que día a día aumentaba su demanda de materias primas y alimentos. La ampliación de las fronteras productivas se convirtió entonces en una necesidad ineludible del sistema. Con el avance del capitalismo en el ámbito internacional y debido al importante crecimiento de la ganadería extensiva destinada a la exportación, desarrollada en grandes estancias de propiedad particular, la hacienda cimarrona, que era la base económica de las sociedades indígenas y el producto fundamental de su comercio, comenzó a escasear y aún a desaparecer, incrementándose en consecuencia la práctica del malón. Es en ese contexto que este acto de saqueo organizado debe ser también entendido como una estrategia de supervivencia económica de dichas sociedades frente al avance en la privatización de los recursos productivos. Sin duda que la práctica del malón, que asolaba a las poblaciones fronterizas, afectaba también en forma directa los intereses de los ganaderos bonaerenses, generando una fuerte competencia entre estancieros y caciques y aumentando la preocupación de los distintos gobiernos por extender la denominada “frontera interna”, consolidando definitivamente la soberanía nacional en los territorios patagónicos. Si en el nuevo contexto económico la convivencia ya no era posible, tampoco lo era en el político. A la expansión del país en el marco del capitalismo dependiente, le correspondió en el mismo período el crecimiento del poder estatal como necesaria instancia articuladora de la sociedad civil. Esto se relacionaba directamente con la necesidad de conformar un sistema de dominación estable que permitiese imponer el “orden” y asegurar el “progreso” de los sectores hegemónicos con la preservación del sistema. Los gobiernos nacionales surgidos después del triunfo porteño de Mitre sobre Urquiza en Pavón, en el año 1861, aseguraron las condiciones propicias para la institucionalización del poder estatal que se consolidaría en las décadas siguientes con alcances nacionales. Se pondrían entonces en práctica formas más definitivas para el control de los territorios indígenas con el objeto de incorporarlos definitivamente al sistema productivo dominante y al nuevo esquema de dominación, esta vez con la participación mas activa del ejército nacional en tanto efectivo instrumento del aparato estatal. Si bien el dominio de los territorios indígenas tuvo entonces una clara justificación ideológica a través del explicitado objetivo de superar “la barbarie” para asegurar “la civilización y el progreso”, tuvo también un motivo de orden práctico que devino de los intereses concretos de los sectores socioeconómicos dominantes, para entonces seriamente afectados por los malones indios y el permanente fluir de sus haciendas a Chile. La persistencia de la frontera interna entre indios y blancos se había convertido en la principal traba a la expansión de estos sectores, vinculados comercial y financieramente a las principales potencias económicas del momento, particularmente Inglaterra, que marcaban el perfil de la inserción de Argentina en el mercado mundial cuando las economías europeas no estaban todavía en condiciones de subsidiar su propia producción primaria. Al mismo tiempo, la expansión económica del país, hasta ese momento predominantemente pecuaria, comenzaba a exigir la incorporación de nuevas tierras que aliviaran la presión pastoril sobre la llanura bonaerense a la vez que permitiesen el incremento de los volúmenes de producción para una correcta respuesta a la demanda europea de carnes y lanas. A comienzos de la década de 1870 los territorios pampeanos se encontraban alarmantemente sobrepastoreados por la presencia simultánea de vacunos y ovinos, con una carga mayor que la que su receptividad natural admitía, lo cual indicaba la urgente necesidad de canalizar el excedente ganadero a nuevas tierras marginales (…) el surgimiento de la industria frigorífica y la utilización del sistema de congelado hacia 1880 valorizaron primero la carne ovina y luego la vacuna, provocando una importante reorientación productiva en la búsqueda de razas con mejores aptitudes carniceras. El proceso así iniciado se expandió rápidamente por las tierras del sur bonaerense, cuyos campos húmedos, bajos y más cercanos a los frigoríficos, admitían animales más exigentes en la alimentación. Esto provocó el desplazamiento de los ovinos de raza Merino hacia tierras marginales de la Patagonia con condiciones aptas para la producción de lana, en tanto que la pampa húmeda se reservaba para la crianza de animales mas refinados, especialmente vacunos, y el cultivo de cereales. La necesidad de incorporación de suelos menos favorecidos para la expansión de la ganadería extensiva en sus diferentes rubros, más la inversión especulativa en tierras, muy importante en esos años, son entonces el macro nivel de análisis en el que necesariamente debe inscribirse el modelo de expansión territorial con baja densidad de población que en términos generales caracterizó la ocupación de los territorios patagónicos. El agente de ocupación, si lo hubo, fue el ganado y no el hombre y esto daría particularidades propias al proceso de poblamiento regional. En este sentido, se profundizó en la Patagonia la consolidación del latifundio como forma mas característica de la apropiación de la tierra pública desde los primeros avances de la frontera, acorde también con las formas extensivas de la actividad ganadera dominante y las características productivas de la región. “INDIOS ARGENTINOS”, “INDIOS ALIADOS”, “INDIOS CHILENOS” LAS ADSCRIPCIONES POLÍTICAS COMO FORMAS DE SOBREVIVENCIA También la sociedad indígena comenzó a desplegar, a medida que avanzaba el proyecto de penetración estatal de la segunda mitad de siglo XIX, una serie de estrategias políticas para intentar una convivencia pacífica con el blanco. Uno de los efectos más claros de las transformaciones producidas al interior de estas sociedades parece haber sido, aunque todavía bajo discusión entre los investigadores, el proceso de concentración del poder y la jerarquización de las jefaturas, hecho sin duda favorecido por el accionar de las autoridades estatales, que a la hora de parlamentar o firmar tratados reconocían a los caciques como jefes de determinados territorios físicamente identificables, con lo cual se ganaban aliados estratégicos para el proyecto de dominación. En la etapa comprendida entre comienzos de la década de 1820 y el fin de los gobiernos rosistas habían aumentado, según vimos, en el área pampeano-norptagónica, los enfrentamientos intertribales como consecuencia de la “guerra a muerte” y del accionar de los grupos pro-realistas refugiados en los contrafuertes andinos del norte del actual Neuquén. Asimismo, se habían agudizado las diferencias entre los grupos de ascendencia tehuelche septentrional y los voroga -araucanos provenientes de Chile instalados en las fronteras bonaerenses A ello se sumaba la intervención de los aucas –indios no araucanos pero sí araucanizados- del sur de Chile. Esto hizo que los jefes indígenas profundizaran sus enfrentamientos por el control de las principales fuentes de ganado y sal. Coliqueo se había instalado en las Salinas Grandes, de donde fuera expulsado por Callfucura en 1834 con el supuesto apoyo de Rosas. Este último cacique, iniciador de la dinastía de los “Piedra”, se convertiría, luego de la matanza de los caciques voroga Rondeau y Melin en 1835, en una de las figuras más importantes dentro de las estructuras de poder indígenas, cuando fue reconocido como jefe del área de las Salinas Grandes y extendió su influencia hasta el oeste bonaerense y sur de la pampa. Otros jefes controlaban distintas zonas, como es el caso de Chocori, que ejerció su poder territorial sobre toda la cuenca del río Negro. Estos importantes caciques formarían nuevos líderes en la persona de sus hijos: Sayhueque –hijo de Chocori-, Foyel -hijo de Paillacan-, Inacayal, -hijo de Huincahual- y José María Bulnes Yanquetruz –hijo de Cheuqueta-, entre otros, quienes debieron enfrentar el trato con las autoridades del nuevo Estadonación sobre la base de la experiencia acumulada por sus padres, ejerciendo nuevos tipos de liderazgos. Este proceso de concentración del poder político parece haberse acentuado en la medida en que el proceso de formación de los Estados nacionales iba imponiendo nuevas “identidades”, ahora vinculadas a la adscripción política a los respectivos poderes de uno u otro país, Argentina y Chile. La situación se profundizó con las estrategias puestas en práctica por el muy hábil gobernador de Buenos Aires, que aprovechó las diferencias intertribales para mejorar su posición. Luego del avance de Martín Rodríguez entre los años 1821 y 1824, los indios todavía reclamaban como propios los dominios pampeano-bonaerenses hasta casi las puertas de Buenos Aires. Luego del arrinconamiento a que Rosas obligó a Chocori después de su campaña de 1833, cuando ocupó la isla de Choele Choel, la situación cambió drásticamente. Si bien el nuevo avance no garantizó el control sobre la totalidad del área pampeano-norpatagónica, tuvo efectos punitivos muy importantes sobre la sociedad indígena obligándola a replantearse, de aquí en más, sus estrategias políticas. Foto Isla Los grupos que habitaban esta zona tenían para ese entonces orígenes étnicos diversos, complejizados por lazos de parentesco, matrimonios y acuerdos políticos. El viajero Guillermo Cox, proveniente de Chile, menciona en 1863 haber encontrado en el área del Nahuel Huapi individuos de distintas procedencias, incluidos pehuenche del norte y tehuelche septentrionales, tal y como, por otra parte, parecían denunciar sus rasgos físicos, con la presencia dominante de hombres altos y corpulentos. Chocori, quien entonces dominaba la zona, estaba emparentado con el cacique tehuelche Cheuqueta, con el linaje de los Yanquetruz y con el pampeano Catriel, manteniendo además relaciones de vieja data con los araucanos. Llama la atención del viajero el hecho de que se hablara en la zona tanto la lengua de este último origen como la tehuelche septentrional. Una vasta red de parentescos y alianzas había permitido a Chocori dominar amplios territorios entre la cordillera y el mar. El control de la isla de Choele Choel, paradero obligado de quienes pretendían circular en uno u otro sentido, le permitía manejar toda la circulación del área a través de los grupos aliados, cobrando peaje y derechos de pastura a los ganados que transitaban el lugar, ya fuera para el abastecimiento del Carmen como para su traslado al mercado chileno demandante. Luego de la campaña de Rosas, el cacique quedó aislado en sus dominios cordilleranos del sudoeste del actual Neuquén. En 1845 fue reconocido como “indio amigo” entrando al sistema del “negocio pacífico de indios”. A partir de entonces recibiría dinero, caballos y raciones –provisión de alimentos y vicios- del gobierno a los efectos de mantener su condición de aliado, situación que se mantendría luego de la caída de Rosas y que heredaría su hijo, Valentín Sayhueque. A partir de entonces, la vida del grupo, replegado en la “Gobernación de las Manzanas” (…) fue relativamente tranquila, en un sitio rico en recursos y estratégicamente ubicado para el control de los pasos cordilleranos que comunicaban con el sur de ese país. Esta especial situación de autonomía habría afirmado la identidad “manzanera” de estos grupos –en tanto identidad política y no étnica-, permitiendo el fortalecimiento de sus caciques (…). El 20 de mayo de 1863 firmó un convenio con el gobierno nacional por el cual se comprometía a “proteger y apoyar la defensa da Patagones” a cambio de recibir la misma protección del gobierno ante eventuales enemigos. A partir de entonces, Sayhueque y su gente se identificarían como “indios argentinos” diferenciándose explícitamente de los “indios chilenos”. Retomamos aquí una idea ya planteada en los primeros capítulos, respecto de las divergencias existentes entre aquellos estudiosos que sostienen la concentración del poder en grandes cacicatos en esta etapa del siglo XIX y quienes argumentan que, por el contrario, la sociedad indígena se habría fragmentado como estrategia política frente al cambio de situación. A modo de hipótesis pensamos que es muy probable que ambas formas hayan coexistido en la complejidad del mundo fronterizo de entonces. Es decir, mientras más cercanas estaban las parcialidades del área dominada por los blancos, mayor parece haber sido la cantidad y variedad de figuras políticas con las cuales había que negociar. En la medida en que el asentamiento de las tribus se alejaba de los controles territoriales, la concentración del poder parece haber sido una característica dominante, incluso fomentada por las autoridades blancas. Sin duda era estratégicamente más útil reconocer el poder de un cacique aliado, permitiendo que se fortaleciera dentro de ciertos límites, para simultáneamente controlar así otras parcialidades rebeldes. El poder de estos caciques, a su vez, podía reproducirse en la medida en que su figura centralizaba y garantizaba la distribución de las raciones que recibía de los blancos, sobre todo de los “vicios”, de los cuales la sociedad indígena no podía ya prescindir. Al ser relativamente débil la inserción de Argentina en el mercado mundial la convivencia entre la sociedad blanca y la indígena era todavía posible, aunque en los términos que la primera imponía cada vez con mayor determinación. Poco tiempo después, cuando la expansión de las fronteras productivas fue una necesidad ineludible del sistema, se impondría una solución más drástica y definitiva al “problema indígena”, donde ni siquiera la condición de aliado tendría valor. (…) Ineludibles referencias al funcionamiento político de las tribus de la norpatagonia en la segunda mitad del siglo XIX, brindan también las versiones de los tres viajeros que estuvieron en la zona en los años inmediatamente anteriores a la concreción de la campaña militar de Roca: los ya mencionados Guillermo Cox, George Musters y Francisco Moreno. En los tres casos queda claro el poder de los jefes indígenas cuando, pese a la buena acogida brindada a los visitantes, se les prohibió, en el caso de Cox – quien traía como se recordará instrucciones precisas de estudiar las posibilidades de expansión chilena en el oriente cordillerano-, avanzar hacia Carmen de Patagones y, en los casos de Musters y Moreno, cruzar a Chile desde Neuquén. Recuérdese que Moreno no pudo averiguar por boca de Sayhueque cuales eran los pasos usados para trasponer los Andes. Cuando Cox describe a la sociedad indígena cordillerana se evidencia una organización política de tipo horizontal, donde las decisiones se tomaban en parlamentos y el poder de los jefes se sostenía a partir de su capacidad de redistribuir los bienes que ingresaban. El sometimiento a los mismos era voluntario, de allí la variedad de procedencias étnicas que se reconocían en las tolderías. En ese momento –1863-, quienes controlaban los intercambios entre Carmen de Patagones y Chile eran los tehuelche septentrionales Huincahual y Paillacan, junto con sus hijos Inacayal y Foyel. Siete años después, en 1870, Musters ya reconocía la autoridad de Sayhueque –Cheoeque en sus escritos- sobre los jefes subordinados, así como sobre el control de los pasos cordilleranos. El poder parece entonces haberse centralizado. Quienes así lo interpretan, deducen en ello una estrategia indígena para posicionarse mejor frente a la avanzada del blanco. Estrategia que, paralelamente, los habría vuelto más vulnerables. Recuérdese también cómo llamó poderosamente la atención del viajero inglés la existencia de residencias estables de la tribu, sobre todo en el cuartel general de Caleufu –que Musters asemeja a una estancia de frontera-; la extensión territorial del poder de Sayhueque –que llegaba hasta “cerca de los bosques de araucaria” (aproximadamente el lago Huechulafquen en la actual provincia de Neuquén)-; y su considerable riqueza: “...aparte de numerosos rebaños y corrales tenía uno de los toldos exclusivamente para depósito, y en el se ponían a buen recaudo sus adornos de plata, ponchos, mantas, etc.”, lo cual permite suponer una acumulación importante de excedentes. Esa misma razón había ya distanciado a Sayhueque de Foyel, quien terminaría afirmando sus dominios al sur del Limay. En su recorrido de sur a norte por territorio patagónico, Musters menciona también el encuentro y la relación que entabló con Casimiro, padre de San Slick que entonces lo acompañaba como guía, en el establecimiento de Luis Piedra Buena en la isla Pavón. El viajero inglés destaca la autoridad del cacique como “jefe de los tehuelche meridionales”, hecho que, según se recordará, también había sido reconocido por las autoridades chilenas y argentinas que intentaron ganarlo a su favor. Finalmente, a instancias de Piedra Buena, el presidente Mitre había otorgado a Casimiro el título de “Cacique General de San Gregorio”, además del grado de teniente coronel del ejército argentino, ración anual y un sello metálico demostrativo de su autoridad. Su misión era “guardar las costas y el territorio patagónico”. A cambio, Casimiro firmó un tratado el 5 de julio de 1866 en representación de todos los caciques que habitaban entre el río Chubut y el estrecho de Magallanes, por el cual se declaraba súbdito del gobierno, comprometiéndose a obedecer a las autoridades de Carmen de Patagones que anualmente le entregarían sus raciones. A partir de ese momento, el cacique se reconoció como argentino e izó la bandera nacional en sus tolderías, como observa el propio Musters. Más tarde, en una clara adscripción identitaria, Casimiro llegó a rechazar nueve onzas de oro que le ofreció el gobierno chileno en una visita a Punta Arenas para ponerlo a su servicio, por cuanto el “no era chileno, sino argentino”. Durante la estancia de Musters en Pavón también se acercó Orkeke, entonces acampado con su hermano Tankelow y su gente en el río Chico, mientras pasaban el invierno. El viajero inglés reconoció al cacique como “jefe de los tehuelche del norte” que debían acompañarlo hasta el río Negro. Sus dominios, nos dice, llegaban desde este último río hasta el Chubut, “aunque a veces se desplazaban hasta el río Santa Cruz”. Ambos grupos –tehuelche del norte y del sur- hablaban por entonces la misma lengua, aunque con distinto acento, y estaban muy mezclados porque los matrimonios eran frecuentes. No obstante, conservaban su “división en tribus” y tomaban “posesiones del contrario en las frecuentes reyertas”. Con los dos caciques trabó amistad el viajero inglés, estableciéndose una relación muy cordial. Como puede verse en las impresiones de Musters, no sólo se reconoce el poder de estos jefes sino también el criterio de territorialidad que las jefaturas tehuelche suponían, ya con un criterio claro de subordinación a las autoridades argentinas. Fue en ese mismo momento, el 3 de noviembre de 1869, cuando se celebró un parlamento por el cual Orkeke, Hinchel y otros jefes decidieron elegir a Casimiro como “jefe principal de los tehuelche”, poniéndose a sus órdenes y comprometiéndose a defender a Patagones de cualquier posible invasión de los indios de la margen norte del río Negro, liderados por Callfucurá. Nuevamente se ponía de manifiesto una clara adscripción a la condición de “indio amigo”. La posición aliada de estos caciques pronto rindió sus frutos a la avanzada blanca. Cuando las tropas atacaron al cacique salinero Namuncura, hijo de Callfucura, tradicional enemigo de los manzaneros, Sayhueque se mantuvo neutral. Más tarde, en 1879, sus lanzas tampoco reaccionaron frente al avance de Roca hasta tierras de Neuquén. Debe recordarse, sin embargo, que poco tiempo atrás, en su tercer viaje a la región, Moreno fue detenido en las tolderías de Caleufu en calidad de rehén para ser intercambiado por unos indios que habían caído prisioneros. Las relaciones ya no eran las mismas. Las versiones de un próximo ataque a las tribus de la norpatagonia circulaban con insistencia, en tanto que las raciones a los “indios amigos” se habían cortado. En 1883, Sayhueque escribiría una conmovedora carta al presidente del Consejo de la colonia galesa de Chubut, Lewis Jones, con el cual mantenía correspondencia, pidiéndole que intercediera ante el gobierno para asegurar la paz y tranquilidad de su pueblo, pues sus tierras y animales le habían sido arrebatados, aun cuando el no era “un extraño de otro país” sino “un criollo noble, nacido y criado en esta tierra y un argentino leal al gobierno”. “Yo, amigo - decia Sayhueque-, nunca realicé malones, ni maté a nadie, ni tomé cautivos”. Una vez derrotadas las tribus rebeldes, las sucesivas campañas de Villegas al Nahuel Huapi romperían la alianza con Sayhueque. El cacique manzanero, junto a Inacayal y Foyel, decepcionados del blanco, habían prometido “pelear hasta morir”. Finalmente, Sayhueque fue el último cacique en rendirse a las fuerzas nacionales en Junín de los Andes, el 1° de enero de 1885, junto a algunos capitanejos, 700 indios de lanza y 2.500 de chuzma.[/I] [/QUOTE]
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