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Los pueblos originarios
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<blockquote data-quote="Hymenoptero" data-source="post: 873813" data-attributes="member: 117"><p><em>LA CONQUISTA MILITAR DEL ESPACIO INDÍGENA</em></p><p><em>Fue en el contexto antes descripto que se efectuaron en pocos años, en lo que toca al sur del país, una serie de campañas con distintas estrategias militares para someter a los grupos indígenas de la región. Desde la “zanja” defensiva ideada en 1876 por Adolfo Alsina, Ministro de Guerra del Presidente Avellaneda, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, hasta el avance definitivo sobre el río Negro llevado a cabo por su sucesor, Julio Argentino Roca, en el año 1879, con el financiamiento de los propios sectores interesados. Según se disponía en la llamada “Ley del Empréstito” Nº 947 de 1876, el gasto que demandase el establecimiento de la línea de frontera sobre la margen izquierda de los ríos Negro y Neuquén, previo sometimiento del indígena, se imputaría al producido de las tierras nacionales que se conquistasen. Sobre esta base, el Estado lanzó una suscripción pública para financiar la expedición militar. Así, las tierras que sucesivamente se ocuparon al avanzar la línea de fronteras fueron en gran parte concedidas a particulares por amortización de títulos del empréstito.</em></p><p><em>Simultáneamente se dictó, en octubre de 1878, la ley Nº 954, denominada “Ley de Fronteras”,</em></p><p><em>por la cual se disponía la creación de la Gobernación de la Patagonia con jurisdicción sobre la zona comprendida entre el río Colorado y el Cabo de Hornos, colocando a su frente al Cnel. Álvaro Barros. La población fronteriza de Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires, perdió así su jurisdicción sobre la margen sur del río Negro, lugar donde la población de Mercedes de Patagones -desde entonces Viedma- se constituiría en la capital de la nueva gobernación. Sería ésta una verdadera cuña orientada hacia el interior patagónico desde donde se desplazarían sucesivas expediciones militares contra los grupos indígenas de la región.</em></p><p><em>Desde la significativamente denominada "Campaña al Desierto" de 1879 en adelante –donde "desierto" debe entenderse como sinónimo de "barbarie" o, lo que es lo mismo, "vacío de civilización"-, las sucesivas etapas en que se planeó el definitivo sometimiento de la sociedad indígena regional se centraron particularmente en el área del actual territorio del Neuquén, o "territorio del triángulo" como se lo denominaba en la época, cuyos fértiles valles cordilleranos estaban, según vimos, densamente poblados. Su accidentada geografía ofrecía un refugio seguro a los grupos indígenas en sus intentos defensivos, inútiles por otra parte frente a la superioridad tecnológica del ejército nacional que había incorporado el uso de armas a repetición y del telégrafo.</em></p><p><em>De acuerdo con el plan trazado por Roca, la primera y cuarta divisiones -de las cinco que integraban la expedición de 1879- debían cerrar en movimiento de pinzas el territorio pampeanonorpatagónico ubicado entre la antigua línea de frontera y la nueva; en tanto que las otras tres debían "barrer sistemáticamente" el territorio de La Pampa para evitar que quedaran "tribus hostiles" detrás del nuevo avance. De las dos divisiones antes mencionadas, sólo la cuarta penetró realmente en el territorio de Neuquén. Partiendo del Fuerte San Martín en el sur de Mendoza, debía someter a los indígenas que pretendiesen huir de La Pampa y refugiarse en este territorio. A las órdenes del Cnel. Uriburu, esta división recorrió el noroeste neuquino estableciendo su asiento general en el Fuerte IV División –luego Chos Malal-, en la confluencia de los ríos Curi-Leuvu y Neuquén, en un lugar central como nudo de circulación y tránsito de los grupos indígenas de la región. Desde allí se desplazaron fuerzas con destino a la confluencia del Limay con el Neuquén para encontrarse con la primera división al mando de Roca. En el transcurso de la marcha se estableció una línea de fortines a lo largo del curso del río Neuquén que, al unirse con la primera división en cercanías de la confluencia, pretendía consolidar la nueva línea de defensa que tenía el comando general en Choele Choel. Esta frontera quedó a cargo del Gral. Conrado Villegas, quien había acompañado al Roca como Jefe del Estado Mayor. A pesar del enorme avance, sólo el noroeste y el curso del río Neuquén habían sido efectivamente ocupados por las fuerzas militares en esta primera etapa. En enero de 1880 partirían nuevamente tropas desde el Fuerte IV División hacia el sur, con el objeto de costear el río Agrio y dominar los valles controlados por el cacique Purran, a quien se hizo prisionero. Esta campaña permitió ocupar definitivamente el área dominada por este importante jefe picunche, consolidando la línea de defensa a lo largo del río Neuquén para evitar futuros desplazamientos de los grupos indígenas entre las pampas y la cordillera.</em></p><p><em>El reconocimiento y ocupación del resto del territorio neuquino sería objeto de la expedición de</em></p><p><em>1881, llamada "Campaña del Nahuel Huapi", dirigida por el Gral. Villegas. La misma se desarrolló en un movimiento simultáneo de tres brigadas que partiendo de distintos puntos debían reunirse en el gran lago. La primera recorrió todo el costado oriental de la cordillera. La segunda debía entrar por la confluencia de los ríos Neuquén y Limay y penetrar en la margen norte de este último buscando las tolderías de Reuquecura, objetivo éste que no pudo alcanzar porque el cacique y su gente habían ya cruzado la cordillera refugiándose en Chile. La tercera, por su parte, debía recorrer la margen sur del río Limay, por el actual territorio rionegrino. De este modo se pretendía impedir cualquier intento de retirada que pudieran poner en práctica los últimos caciques que aún se resistían al avance del "huinca" y a la usurpación de sus dominios.</em></p><p><em>Los grupos indígenas que se habían refugiado en la cordillera o en Chile regresaron al territorio</em></p><p><em>un año más tarde y atacaron el fortín Primera División, ubicado en la margen izquierda del río Neuquén, próximo a su confluencia con el Limay. Este importante avance sirvió para justificar la necesidad de ejercer un control más efectivo de los principales pasos cordilleranos, en especial luego de haberse iniciado en Chile la campaña militar contra la Araucanía, que de hecho provocaría nuevos desplazamientos indígenas a través de los Andes. Así se proyectó una tercera campaña durante los años 1882-83, llamada "Campaña a los Andes de la Patagonia", otra vez al mando del Gral. Villegas aunque con una nueva estrategia militar. En vez de avanzar en grandes columnas, se procedería a establecer una serie de asentamientos militares en el área andina, creándose una nueva línea de fortines en el curso del río Agrio y a lo largo de la cordillera para controlar los valles cordilleranos e impedir el posible reingreso de los grupos indígenas. De esta manera se completó la total dominación militar del territorio de Neuquén, ocupando los territorios de los antiguos indios “aliados”, como era el caso de los manzaneros.</em></p><p><em>Desde otro frente, una serie de acciones militares dirigidas por el General Vintter, ahora gobernador de la Patagonia, llegaron hasta Rawson por la vía marítima y desde allí por tierra hasta Valcheta, importante punto de comunicación de los grupos indígenas de la región sur. Desde el fuerte instalado en ese lugar partió la expedición del Cnel. Lino Roa que barrió toda la meseta central patagónica hasta la precordillera haciendo prisioneros al cacique Orkeke y su gente, que nunca se habían resistido a la autoridad de los blancos. Desde Nahuel Huapi salieron finalmente los grupos militares que llegarían hasta el noroeste de Santa Cruz, persiguiendo a los últimos grupos sobrevivientes por territorios que sólo se conocían a través de los relatos de viajeros y científicos, como Musters y el Perito Moreno. La batalla de los llanos de Appeleg, librada en febrero de 1883 entre las tribus de Inacayal y Foyel y las tropas de Villegas, quebró finalmente la resistencia indígena abriendo el acceso a los ricos valles chubutenses. Recién hacia 1885 se lograría la rendición total de los últimos caciques patagónicos como Sayhueque, hasta poco antes digno soberano del "País de las Manzanas". En la Patagonia austral, el control del territorio no requirió de nuevas campañas militares. Al sur de Deseado fueron los nuevos dueños de la tierra los encargados de imponer el orden social.</em></p><p><em>Más tarde, en 1895, se creó la División de los Andes con asiento en General Roca, en el Territorio de Río Negro, bajo el mando del Gral. Enrique Godoy, quien consideró conveniente reforzar la presencia de fuerzas militares frente a la cordillera con el asentamiento de población civil para asegurar la línea de defensa. De este modo se dispuso la creación de varios pueblos en Neuquén. Tal es el caso de Las Lajas en 1896 y, más adelante, San Martín de los Andes en 1898. Hasta donde sabemos, ningún asentamiento blanco argentino había en esta región a la llegada de las fuerzas militares. Sólo pobladores chilenos integraban la sociedad fronteriza conviviendo con los indígenas y compartiendo sin mayores conflictos el uso de la tierra y los recursos económicos, tal y como lo demuestra la población de Malbarco (hoy Varvarco), ubicada en el noroeste neuquino, con casi 600 habitantes entre indios, chilenos y mestizos. Según se describe en el diario de marcha de la campaña militar de Uriburu, dos estancieros provenientes de Chile -Méndez Urréjola y Price- estaban firmemente instalados en la región en tierras que alquilaban a los caciques picunche. Esta situación, sin duda heredada de los antiguos vínculos existentes, permite suponer un grado de complejidad en el funcionamiento social de la región todavía no totalmente estudiado para la segunda mitad del siglo XIX.</em></p><p><em></em></p><p><em>LA DESESTRUCTURACIÓN SOCIO-CULTURAL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS</em></p><p><em></em></p><p><em>El proceso de consolidación del Estado y el consecuente éxito de la conquista militar de los espacios indígenas, derivó entonces en la afirmación de la definitiva soberanía del Estado nacional sobre estas regiones. A medida que las tribus fueron diezmadas (…) se fue produciendo una nueva modalidad de ocupación del espacio patagónico. Las tierras de las comunidades indígenas pasaron entonces al Estado, quien las transfirió a nuevos dueños. Paralelamente, el proceso abierto en la década de 1880 provocaría una intensa y sistemática destrucción de las culturas nativas. Aunque la actividad económica dominante siguió siendo la ganadería en sus formas extensivas y las relaciones comerciales con Chile poco se modificaron con los nuevos límites geográficos y políticos impuestos a la región -al menos durante lo que resta del siglo XIX y primeros años del XX-, la gradual presencia estatal implicó la imposición de nuevas formas de relaciones sociales, particularmente visibles en el proceso de apropiación privada de los recursos naturales, con lo cual se dañaba el basamento principal de la cultura nativa: su relación con la tierra. La venta indiscriminada de alcohol, por su parte, fue quizá el elemento de penetración más fuerte y destructivo de la sociedad blanca sobre la indígena y base del enriquecimiento de no pocos comerciantes de la región. Otro esfuerzo importante se centró en erradicar las formas de la religiosidad indígena, para lo cual se insistió en la conversión de los pueblos originarios al catolicismo. El bautismo de los indios fue parte de la conquista espiritual que siguió a la dominación política. La instalación de formas capitalistas se materializó también en la presencia de una serie de conflictos, compartidos con la sociedad blanca subalterna, que fueron minando en todo sentido la organización social interna de los pueblos originarios. La aparición del cuatrerismo, asociado al robo de ganado, fue una constante en la época, dando lugar al surgimiento de una franja marginal de población, integrada por indios, blancos y mestizos, que usaban la cordillera como ámbito de protección y vía de salida comercial de los bienes capturados. Puede decirse que, de aquí en más, fueron los contrafuertes andinos los espacios físicos privilegiados para el ejercicio de una libertad condicionada que permitió, en alguna medida, la reproducción de la ahora marginal cultura nativa.</em></p><p><em>La desintegración social y cultural de los grupos indígenas habría derivado finalmente en su incorporación a la sociedad blanca en términos absolutamente marginales. A la desestructuración de las familias en el exilio forzoso, donde los hombres fueron hechos prisioneros y las mujeres y niños destinados al servicio personal de las familias porteñas, se agregaron distintas formas de sobrevivencia en la región misma, siempre sobre la base de pequeños grupos reducidos en terrenos de mala calidad, bajo condiciones materiales de vida que aumentaron la marginalidad y la pobreza, propiciando la integración de sus miembros a la oferta de mano de obra de otros grupos subalternos en el ámbito patagónico. La “cuestión indígena”, varias veces instalada en la preocupación nacional sobre principios de siglo, no derivó sin embargo en ningún plan orgánico ni legislación apropiada que permitiese la reivindicación de estos grupos, invariablemente sometidos a los inescrupulosos intereses de los grandes comerciantes y latifundistas patagónicos. </em></p><p><em>Puede hacerse, sin embargo, una distinción entre el tratamiento reservado a los considerados “indios amigos” de aquel que se dio a los que se resistieron a la conquista. Entre los primeros, cabe mencionar el caso de Valentín Sayhueque. Luego de su rendición a las fuerzas militares, el cacique y parte de su gente fueron embarcados a Buenos Aires en febrero de 1885. El hecho tuvo en ese entonces amplia cobertura periodística. Luego de una entrevista con el Presidente Roca, apelando a su condición anterior de “indio amigo”, se le prometió la concesión de tierras. Regresó entonces a la Patagonia instalándose en Chichinales, en el valle del río Negro. El grupo permaneció diez años en ubicaciones provisorias hasta que en 1898 se decidió su definitiva localización en una zona del Chubut denominada Las Salinas, en el Departamento Tehuelches. Allí ocupó Sayhueque, con 222 miembros de su tribu, la “Colonia Pastoril Gral. San Martín”. Del arrendamiento de dos leguas efectuado por el cacique a un comerciante, que fuera después transferido a una importante firma comercial patagónica –Lahusen y Cía-, se habría generado una presunta deuda impaga de la familia Sayhueque que derivó en un juicio de larguísimo trámite como resultado del cual las tierras se remataron en 1930. Otro desalojo, de repercusión importante, sufrió el grupo en 1944. Los descendientes del otrora poderoso jefe manzanero, muerto en 1903, debieron abandonar el área y sobrevivir dispersos en la total indigencia.</em></p><p><em>También al cacique Miguel Ñacuche Nahuelquir se le otorgaron 100 leguas de campo en la zona precordillerana del territorio del Chubut -no sin largas tramitaciones y permanentes apelaciones a su condición de “indio amigo” que había prestado servicios en las fuerzas estatales-, para la formación de la “Colonia Indígena Agrícola y Pastoril Cushamen”. Este jefe indio, nacido en Junín de los Andes, había estado inicialmente vinculado a los grupos manzaneros del sur de Neuquén, liderados por Sayhueque. Había peleado contra el ejército nacional hasta que decidió rendirse, sirviendo luego como capitán de baqueanos en las mismas fuerzas cumpliendo funciones varias para el Estado en las fronteras del sur, entre ellas servir de guía a Moreno y a Onelli en oportunidad de los peritajes limítrofes realizados en el área. La Colonia Cushamen, de 125.000 hectáreas en total, se distribuyó en 200 lotes de 625 ha cada uno. (…) la zona de su emplazamiento (…) un área árida y de pasturas deficientes, ocupada por pequeñas comunidades de crianceros que se nuclean alrededor de centros de servicios como son las poblaciones de Ñorquinco y El Maitén (…). Las reducidas dimensiones de los lotes para la práctica obligada de la ganadería ovina y caprina y la degradación de los suelos por efecto de la recarga de animales, impiden hasta la actualidad la posibilidad de estos grupos de obtener excedentes que les permitan mejorar la calidad de su producción. A esto se agrega un sistema de comercialización intermediado por los grupos mercantiles del lugar que se vuelve claramente ineficiente para estos grupos, puesto que terminan cambiando bajo el sistema de trueque su producción de lana y pelo de chivo por los productos básicos que garantizaban su supervivencia. Por otra parte, al estar rodeados de propiedades particulares sufren permanentes presiones sobre las tierras ocupadas. Un informe de tierras del año 1930 ya mostraba el “angustioso estado de miseria” en que se encontraban los pobladores de la colonia, que seguían haciendo gestiones para conseguir los títulos definitivos de sus propiedades aludiendo a su condición de descendientes de un cacique aliado de los blancos.</em></p><p><em>(…) Cabe agregar que, con la sola excepción de estos pocos “indios amigos” que ocuparon colonias, la mayoría de los casi 13.000 indios que fueron hechos prisioneros después de las campañas militares, entre combatientes y no combatientes, se derivaron a Buenos Aires o a otras capitales de provincias. (…) en Buenos Aires se los remitía en calidad de “prisioneros de</em></p><p><em>guerra” a la isla Martín García o a otros puntos de concentración en la ciudad como los cuarteles de Palermo y Retiro, hasta tanto se decidiera su distribución y destino, tarea que estaba a cargo, entre otros, de la Sociedad de Beneficencia. Las condiciones infrahumanas de estas prisiones-alojamientos han sido señaladas en diversos documentos y profusamente trabajadas en las investigaciones realizadas sobre el particular. Desde allí, las mujeres jóvenes y los niños se distribuían entre las familias como criados, en tanto que los hombres se derivaban a otras provincias como Tucumán, donde se los destinaba a mano de obra en la producción azucarera, o se los incorporaba al servicio en el ejército o la armada. Los viejos, descartables a esos fines, quedaban a cargo de las instituciones estatales sobreviviendo como podían. De esa manera, al desmembrarse las familias, se aseguraba la discontinuidad de la reproducción física y cultural.</em></p><p><em>(…)</em></p><p><em>De hecho, entonces, puede señalarse la falta de una política clara por parte del Estado nacional respecto a qué hacer con los indios sobrevivientes. Sin embargo, luego de la conquista militar, surgió en algunos la preocupación por la incorporación “ciudadana” de los indios como parte del orden social que se pretendía imponer. Este tema se tornó central para uno de los hombres que participó en la conquista, el polifacético Secretario del Cuartel General Expedicionario y Jefe del Gabinete Militar del Gral. Roca, Cnel. Manuel José Olascoaga. El pensamiento y obra de quien fuera luego primer Gobernador del Territorio Nacional de Neuquén, entre 1884 y 1890, es una muestra fiel del reformismo social que impregnaba el pensamiento de algunos hombres de Estado en la Argentina finisecular. En efecto, en el clima de ideas imperante, la “cuestión social” y, por desprendimiento, la “cuestión indígena”, pasaron a formar parte de la agenda de problemas que inquietaban a una parte importante de los liberales de la época, en tanto otros consideraban al indio como irrecuperable para la civilización(…). La preocupación de algunos por incluir al indígena –previamente civilizado-, como parte de una comunidad culturalmente homogénea que se defina como “argentina”, se vinculaba también con la necesidad de generar identidades nacionales diferenciadas con “el otro”, en este caso chileno, en el pensamiento de Olascoaga. El indio se transformaba entonces en parte de un pasado nacional que había que construir –y la historia y la educación cumplían en ello un rol esencial-, donde se lo reconocía como parte del poblamiento originario y portador de culturas autóctonas, pero se justificaba también su dominación en aras “de la civilización y el progreso”, rechazando cualquier posibilidad de reconocimiento de la pluralidad étnica y la interculturalidad. Olascoaga agregaba a estas ideas un profundo conocimiento de la zona cordillerana y una visión muy clara de las posibilidades de desarrollo económico del área norpatagónica, entonces muy integrada al sur chileno, y del rol que en ello cumplía la ocupación efectiva de las fronteras con población estable identificada con “la nación”. No casualmente eligió Chos Malal como primera capital del territorio de Neuquén, un asentamiento -antigua sede del Fortín IV Divisiónubicado en el área antecordillerana, en el centro de una zona de intensa circulación y tránsito en la etapa de control indígena y con marcada influencia socio-cultural del país trasandino. La afirmación de la “argentinidad” aparecía fuertemente vinculada al “problema indígena” en el pensamiento de este funcionario territorial.</em></p><p></p><p>Las partes por mi editadas corresponden a ejemplos o asuntos menores con el solo fin de reducir el tamaño del post.</p><p></p><p>Importante para mi resaltar de esta primera parte:</p><p></p><p>o La llamada conquista del desierto nace como consecuencia del fortalecimiento del estado nacional una ves terminada las guerras intestinas. </p><p>o Los dirigentes de este primer estado nacional son a la ves los mas afectados por los malones y lo mas interesados en expandir sus fronteras productivas.</p><p>o Esto queda de manifiesto por el avance no solo sobre comunidades hostiles si no también sobre comunidades amigas y reconocidas por el Estado Argentino.</p><p>o Estas comunidades amigas vivían en paz con habitantes blancos; galeses y chilenos.</p><p>o Estas comunidades enarbolaban el pabellón nacional, lo defendieron e incluso lo sostuvieron ante intentos de chantaje por parte del gobierno chileno.</p><p>o El avance de la frontera no significo para los territorios conquistados un cambio en el modelo productivo imperante. Solo significo un “cambio de manos”.</p><p>o Este cambio de manos no significo una distribución de la tierra entre los nuevos inmigrantes, las comunidades y los gauchos. Todo lo contrario, se baso en la figura del latifundio, con todo los inconvenientes sociales y económicos que este tipo de explotación acarrea y aun perduran.<span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"><span style="font-size: 9px">---------- Post added at 11:06 ---------- Previous post was at 11:03 ----------</span></span></p><p><span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"></span>Seria interesante si alguien puede aportar los mapas del avance de las columnas del EA.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Hymenoptero, post: 873813, member: 117"] [I]LA CONQUISTA MILITAR DEL ESPACIO INDÍGENA Fue en el contexto antes descripto que se efectuaron en pocos años, en lo que toca al sur del país, una serie de campañas con distintas estrategias militares para someter a los grupos indígenas de la región. Desde la “zanja” defensiva ideada en 1876 por Adolfo Alsina, Ministro de Guerra del Presidente Avellaneda, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, hasta el avance definitivo sobre el río Negro llevado a cabo por su sucesor, Julio Argentino Roca, en el año 1879, con el financiamiento de los propios sectores interesados. Según se disponía en la llamada “Ley del Empréstito” Nº 947 de 1876, el gasto que demandase el establecimiento de la línea de frontera sobre la margen izquierda de los ríos Negro y Neuquén, previo sometimiento del indígena, se imputaría al producido de las tierras nacionales que se conquistasen. Sobre esta base, el Estado lanzó una suscripción pública para financiar la expedición militar. Así, las tierras que sucesivamente se ocuparon al avanzar la línea de fronteras fueron en gran parte concedidas a particulares por amortización de títulos del empréstito. Simultáneamente se dictó, en octubre de 1878, la ley Nº 954, denominada “Ley de Fronteras”, por la cual se disponía la creación de la Gobernación de la Patagonia con jurisdicción sobre la zona comprendida entre el río Colorado y el Cabo de Hornos, colocando a su frente al Cnel. Álvaro Barros. La población fronteriza de Carmen de Patagones, en la provincia de Buenos Aires, perdió así su jurisdicción sobre la margen sur del río Negro, lugar donde la población de Mercedes de Patagones -desde entonces Viedma- se constituiría en la capital de la nueva gobernación. Sería ésta una verdadera cuña orientada hacia el interior patagónico desde donde se desplazarían sucesivas expediciones militares contra los grupos indígenas de la región. Desde la significativamente denominada "Campaña al Desierto" de 1879 en adelante –donde "desierto" debe entenderse como sinónimo de "barbarie" o, lo que es lo mismo, "vacío de civilización"-, las sucesivas etapas en que se planeó el definitivo sometimiento de la sociedad indígena regional se centraron particularmente en el área del actual territorio del Neuquén, o "territorio del triángulo" como se lo denominaba en la época, cuyos fértiles valles cordilleranos estaban, según vimos, densamente poblados. Su accidentada geografía ofrecía un refugio seguro a los grupos indígenas en sus intentos defensivos, inútiles por otra parte frente a la superioridad tecnológica del ejército nacional que había incorporado el uso de armas a repetición y del telégrafo. De acuerdo con el plan trazado por Roca, la primera y cuarta divisiones -de las cinco que integraban la expedición de 1879- debían cerrar en movimiento de pinzas el territorio pampeanonorpatagónico ubicado entre la antigua línea de frontera y la nueva; en tanto que las otras tres debían "barrer sistemáticamente" el territorio de La Pampa para evitar que quedaran "tribus hostiles" detrás del nuevo avance. De las dos divisiones antes mencionadas, sólo la cuarta penetró realmente en el territorio de Neuquén. Partiendo del Fuerte San Martín en el sur de Mendoza, debía someter a los indígenas que pretendiesen huir de La Pampa y refugiarse en este territorio. A las órdenes del Cnel. Uriburu, esta división recorrió el noroeste neuquino estableciendo su asiento general en el Fuerte IV División –luego Chos Malal-, en la confluencia de los ríos Curi-Leuvu y Neuquén, en un lugar central como nudo de circulación y tránsito de los grupos indígenas de la región. Desde allí se desplazaron fuerzas con destino a la confluencia del Limay con el Neuquén para encontrarse con la primera división al mando de Roca. En el transcurso de la marcha se estableció una línea de fortines a lo largo del curso del río Neuquén que, al unirse con la primera división en cercanías de la confluencia, pretendía consolidar la nueva línea de defensa que tenía el comando general en Choele Choel. Esta frontera quedó a cargo del Gral. Conrado Villegas, quien había acompañado al Roca como Jefe del Estado Mayor. A pesar del enorme avance, sólo el noroeste y el curso del río Neuquén habían sido efectivamente ocupados por las fuerzas militares en esta primera etapa. En enero de 1880 partirían nuevamente tropas desde el Fuerte IV División hacia el sur, con el objeto de costear el río Agrio y dominar los valles controlados por el cacique Purran, a quien se hizo prisionero. Esta campaña permitió ocupar definitivamente el área dominada por este importante jefe picunche, consolidando la línea de defensa a lo largo del río Neuquén para evitar futuros desplazamientos de los grupos indígenas entre las pampas y la cordillera. El reconocimiento y ocupación del resto del territorio neuquino sería objeto de la expedición de 1881, llamada "Campaña del Nahuel Huapi", dirigida por el Gral. Villegas. La misma se desarrolló en un movimiento simultáneo de tres brigadas que partiendo de distintos puntos debían reunirse en el gran lago. La primera recorrió todo el costado oriental de la cordillera. La segunda debía entrar por la confluencia de los ríos Neuquén y Limay y penetrar en la margen norte de este último buscando las tolderías de Reuquecura, objetivo éste que no pudo alcanzar porque el cacique y su gente habían ya cruzado la cordillera refugiándose en Chile. La tercera, por su parte, debía recorrer la margen sur del río Limay, por el actual territorio rionegrino. De este modo se pretendía impedir cualquier intento de retirada que pudieran poner en práctica los últimos caciques que aún se resistían al avance del "huinca" y a la usurpación de sus dominios. Los grupos indígenas que se habían refugiado en la cordillera o en Chile regresaron al territorio un año más tarde y atacaron el fortín Primera División, ubicado en la margen izquierda del río Neuquén, próximo a su confluencia con el Limay. Este importante avance sirvió para justificar la necesidad de ejercer un control más efectivo de los principales pasos cordilleranos, en especial luego de haberse iniciado en Chile la campaña militar contra la Araucanía, que de hecho provocaría nuevos desplazamientos indígenas a través de los Andes. Así se proyectó una tercera campaña durante los años 1882-83, llamada "Campaña a los Andes de la Patagonia", otra vez al mando del Gral. Villegas aunque con una nueva estrategia militar. En vez de avanzar en grandes columnas, se procedería a establecer una serie de asentamientos militares en el área andina, creándose una nueva línea de fortines en el curso del río Agrio y a lo largo de la cordillera para controlar los valles cordilleranos e impedir el posible reingreso de los grupos indígenas. De esta manera se completó la total dominación militar del territorio de Neuquén, ocupando los territorios de los antiguos indios “aliados”, como era el caso de los manzaneros. Desde otro frente, una serie de acciones militares dirigidas por el General Vintter, ahora gobernador de la Patagonia, llegaron hasta Rawson por la vía marítima y desde allí por tierra hasta Valcheta, importante punto de comunicación de los grupos indígenas de la región sur. Desde el fuerte instalado en ese lugar partió la expedición del Cnel. Lino Roa que barrió toda la meseta central patagónica hasta la precordillera haciendo prisioneros al cacique Orkeke y su gente, que nunca se habían resistido a la autoridad de los blancos. Desde Nahuel Huapi salieron finalmente los grupos militares que llegarían hasta el noroeste de Santa Cruz, persiguiendo a los últimos grupos sobrevivientes por territorios que sólo se conocían a través de los relatos de viajeros y científicos, como Musters y el Perito Moreno. La batalla de los llanos de Appeleg, librada en febrero de 1883 entre las tribus de Inacayal y Foyel y las tropas de Villegas, quebró finalmente la resistencia indígena abriendo el acceso a los ricos valles chubutenses. Recién hacia 1885 se lograría la rendición total de los últimos caciques patagónicos como Sayhueque, hasta poco antes digno soberano del "País de las Manzanas". En la Patagonia austral, el control del territorio no requirió de nuevas campañas militares. Al sur de Deseado fueron los nuevos dueños de la tierra los encargados de imponer el orden social. Más tarde, en 1895, se creó la División de los Andes con asiento en General Roca, en el Territorio de Río Negro, bajo el mando del Gral. Enrique Godoy, quien consideró conveniente reforzar la presencia de fuerzas militares frente a la cordillera con el asentamiento de población civil para asegurar la línea de defensa. De este modo se dispuso la creación de varios pueblos en Neuquén. Tal es el caso de Las Lajas en 1896 y, más adelante, San Martín de los Andes en 1898. Hasta donde sabemos, ningún asentamiento blanco argentino había en esta región a la llegada de las fuerzas militares. Sólo pobladores chilenos integraban la sociedad fronteriza conviviendo con los indígenas y compartiendo sin mayores conflictos el uso de la tierra y los recursos económicos, tal y como lo demuestra la población de Malbarco (hoy Varvarco), ubicada en el noroeste neuquino, con casi 600 habitantes entre indios, chilenos y mestizos. Según se describe en el diario de marcha de la campaña militar de Uriburu, dos estancieros provenientes de Chile -Méndez Urréjola y Price- estaban firmemente instalados en la región en tierras que alquilaban a los caciques picunche. Esta situación, sin duda heredada de los antiguos vínculos existentes, permite suponer un grado de complejidad en el funcionamiento social de la región todavía no totalmente estudiado para la segunda mitad del siglo XIX. LA DESESTRUCTURACIÓN SOCIO-CULTURAL DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS El proceso de consolidación del Estado y el consecuente éxito de la conquista militar de los espacios indígenas, derivó entonces en la afirmación de la definitiva soberanía del Estado nacional sobre estas regiones. A medida que las tribus fueron diezmadas (…) se fue produciendo una nueva modalidad de ocupación del espacio patagónico. Las tierras de las comunidades indígenas pasaron entonces al Estado, quien las transfirió a nuevos dueños. Paralelamente, el proceso abierto en la década de 1880 provocaría una intensa y sistemática destrucción de las culturas nativas. Aunque la actividad económica dominante siguió siendo la ganadería en sus formas extensivas y las relaciones comerciales con Chile poco se modificaron con los nuevos límites geográficos y políticos impuestos a la región -al menos durante lo que resta del siglo XIX y primeros años del XX-, la gradual presencia estatal implicó la imposición de nuevas formas de relaciones sociales, particularmente visibles en el proceso de apropiación privada de los recursos naturales, con lo cual se dañaba el basamento principal de la cultura nativa: su relación con la tierra. La venta indiscriminada de alcohol, por su parte, fue quizá el elemento de penetración más fuerte y destructivo de la sociedad blanca sobre la indígena y base del enriquecimiento de no pocos comerciantes de la región. Otro esfuerzo importante se centró en erradicar las formas de la religiosidad indígena, para lo cual se insistió en la conversión de los pueblos originarios al catolicismo. El bautismo de los indios fue parte de la conquista espiritual que siguió a la dominación política. La instalación de formas capitalistas se materializó también en la presencia de una serie de conflictos, compartidos con la sociedad blanca subalterna, que fueron minando en todo sentido la organización social interna de los pueblos originarios. La aparición del cuatrerismo, asociado al robo de ganado, fue una constante en la época, dando lugar al surgimiento de una franja marginal de población, integrada por indios, blancos y mestizos, que usaban la cordillera como ámbito de protección y vía de salida comercial de los bienes capturados. Puede decirse que, de aquí en más, fueron los contrafuertes andinos los espacios físicos privilegiados para el ejercicio de una libertad condicionada que permitió, en alguna medida, la reproducción de la ahora marginal cultura nativa. La desintegración social y cultural de los grupos indígenas habría derivado finalmente en su incorporación a la sociedad blanca en términos absolutamente marginales. A la desestructuración de las familias en el exilio forzoso, donde los hombres fueron hechos prisioneros y las mujeres y niños destinados al servicio personal de las familias porteñas, se agregaron distintas formas de sobrevivencia en la región misma, siempre sobre la base de pequeños grupos reducidos en terrenos de mala calidad, bajo condiciones materiales de vida que aumentaron la marginalidad y la pobreza, propiciando la integración de sus miembros a la oferta de mano de obra de otros grupos subalternos en el ámbito patagónico. La “cuestión indígena”, varias veces instalada en la preocupación nacional sobre principios de siglo, no derivó sin embargo en ningún plan orgánico ni legislación apropiada que permitiese la reivindicación de estos grupos, invariablemente sometidos a los inescrupulosos intereses de los grandes comerciantes y latifundistas patagónicos. Puede hacerse, sin embargo, una distinción entre el tratamiento reservado a los considerados “indios amigos” de aquel que se dio a los que se resistieron a la conquista. Entre los primeros, cabe mencionar el caso de Valentín Sayhueque. Luego de su rendición a las fuerzas militares, el cacique y parte de su gente fueron embarcados a Buenos Aires en febrero de 1885. El hecho tuvo en ese entonces amplia cobertura periodística. Luego de una entrevista con el Presidente Roca, apelando a su condición anterior de “indio amigo”, se le prometió la concesión de tierras. Regresó entonces a la Patagonia instalándose en Chichinales, en el valle del río Negro. El grupo permaneció diez años en ubicaciones provisorias hasta que en 1898 se decidió su definitiva localización en una zona del Chubut denominada Las Salinas, en el Departamento Tehuelches. Allí ocupó Sayhueque, con 222 miembros de su tribu, la “Colonia Pastoril Gral. San Martín”. Del arrendamiento de dos leguas efectuado por el cacique a un comerciante, que fuera después transferido a una importante firma comercial patagónica –Lahusen y Cía-, se habría generado una presunta deuda impaga de la familia Sayhueque que derivó en un juicio de larguísimo trámite como resultado del cual las tierras se remataron en 1930. Otro desalojo, de repercusión importante, sufrió el grupo en 1944. Los descendientes del otrora poderoso jefe manzanero, muerto en 1903, debieron abandonar el área y sobrevivir dispersos en la total indigencia. También al cacique Miguel Ñacuche Nahuelquir se le otorgaron 100 leguas de campo en la zona precordillerana del territorio del Chubut -no sin largas tramitaciones y permanentes apelaciones a su condición de “indio amigo” que había prestado servicios en las fuerzas estatales-, para la formación de la “Colonia Indígena Agrícola y Pastoril Cushamen”. Este jefe indio, nacido en Junín de los Andes, había estado inicialmente vinculado a los grupos manzaneros del sur de Neuquén, liderados por Sayhueque. Había peleado contra el ejército nacional hasta que decidió rendirse, sirviendo luego como capitán de baqueanos en las mismas fuerzas cumpliendo funciones varias para el Estado en las fronteras del sur, entre ellas servir de guía a Moreno y a Onelli en oportunidad de los peritajes limítrofes realizados en el área. La Colonia Cushamen, de 125.000 hectáreas en total, se distribuyó en 200 lotes de 625 ha cada uno. (…) la zona de su emplazamiento (…) un área árida y de pasturas deficientes, ocupada por pequeñas comunidades de crianceros que se nuclean alrededor de centros de servicios como son las poblaciones de Ñorquinco y El Maitén (…). Las reducidas dimensiones de los lotes para la práctica obligada de la ganadería ovina y caprina y la degradación de los suelos por efecto de la recarga de animales, impiden hasta la actualidad la posibilidad de estos grupos de obtener excedentes que les permitan mejorar la calidad de su producción. A esto se agrega un sistema de comercialización intermediado por los grupos mercantiles del lugar que se vuelve claramente ineficiente para estos grupos, puesto que terminan cambiando bajo el sistema de trueque su producción de lana y pelo de chivo por los productos básicos que garantizaban su supervivencia. Por otra parte, al estar rodeados de propiedades particulares sufren permanentes presiones sobre las tierras ocupadas. Un informe de tierras del año 1930 ya mostraba el “angustioso estado de miseria” en que se encontraban los pobladores de la colonia, que seguían haciendo gestiones para conseguir los títulos definitivos de sus propiedades aludiendo a su condición de descendientes de un cacique aliado de los blancos. (…) Cabe agregar que, con la sola excepción de estos pocos “indios amigos” que ocuparon colonias, la mayoría de los casi 13.000 indios que fueron hechos prisioneros después de las campañas militares, entre combatientes y no combatientes, se derivaron a Buenos Aires o a otras capitales de provincias. (…) en Buenos Aires se los remitía en calidad de “prisioneros de guerra” a la isla Martín García o a otros puntos de concentración en la ciudad como los cuarteles de Palermo y Retiro, hasta tanto se decidiera su distribución y destino, tarea que estaba a cargo, entre otros, de la Sociedad de Beneficencia. Las condiciones infrahumanas de estas prisiones-alojamientos han sido señaladas en diversos documentos y profusamente trabajadas en las investigaciones realizadas sobre el particular. Desde allí, las mujeres jóvenes y los niños se distribuían entre las familias como criados, en tanto que los hombres se derivaban a otras provincias como Tucumán, donde se los destinaba a mano de obra en la producción azucarera, o se los incorporaba al servicio en el ejército o la armada. Los viejos, descartables a esos fines, quedaban a cargo de las instituciones estatales sobreviviendo como podían. De esa manera, al desmembrarse las familias, se aseguraba la discontinuidad de la reproducción física y cultural. (…) De hecho, entonces, puede señalarse la falta de una política clara por parte del Estado nacional respecto a qué hacer con los indios sobrevivientes. Sin embargo, luego de la conquista militar, surgió en algunos la preocupación por la incorporación “ciudadana” de los indios como parte del orden social que se pretendía imponer. Este tema se tornó central para uno de los hombres que participó en la conquista, el polifacético Secretario del Cuartel General Expedicionario y Jefe del Gabinete Militar del Gral. Roca, Cnel. Manuel José Olascoaga. El pensamiento y obra de quien fuera luego primer Gobernador del Territorio Nacional de Neuquén, entre 1884 y 1890, es una muestra fiel del reformismo social que impregnaba el pensamiento de algunos hombres de Estado en la Argentina finisecular. En efecto, en el clima de ideas imperante, la “cuestión social” y, por desprendimiento, la “cuestión indígena”, pasaron a formar parte de la agenda de problemas que inquietaban a una parte importante de los liberales de la época, en tanto otros consideraban al indio como irrecuperable para la civilización(…). La preocupación de algunos por incluir al indígena –previamente civilizado-, como parte de una comunidad culturalmente homogénea que se defina como “argentina”, se vinculaba también con la necesidad de generar identidades nacionales diferenciadas con “el otro”, en este caso chileno, en el pensamiento de Olascoaga. El indio se transformaba entonces en parte de un pasado nacional que había que construir –y la historia y la educación cumplían en ello un rol esencial-, donde se lo reconocía como parte del poblamiento originario y portador de culturas autóctonas, pero se justificaba también su dominación en aras “de la civilización y el progreso”, rechazando cualquier posibilidad de reconocimiento de la pluralidad étnica y la interculturalidad. Olascoaga agregaba a estas ideas un profundo conocimiento de la zona cordillerana y una visión muy clara de las posibilidades de desarrollo económico del área norpatagónica, entonces muy integrada al sur chileno, y del rol que en ello cumplía la ocupación efectiva de las fronteras con población estable identificada con “la nación”. No casualmente eligió Chos Malal como primera capital del territorio de Neuquén, un asentamiento -antigua sede del Fortín IV Divisiónubicado en el área antecordillerana, en el centro de una zona de intensa circulación y tránsito en la etapa de control indígena y con marcada influencia socio-cultural del país trasandino. La afirmación de la “argentinidad” aparecía fuertemente vinculada al “problema indígena” en el pensamiento de este funcionario territorial.[/I] Las partes por mi editadas corresponden a ejemplos o asuntos menores con el solo fin de reducir el tamaño del post. Importante para mi resaltar de esta primera parte: o La llamada conquista del desierto nace como consecuencia del fortalecimiento del estado nacional una ves terminada las guerras intestinas. o Los dirigentes de este primer estado nacional son a la ves los mas afectados por los malones y lo mas interesados en expandir sus fronteras productivas. o Esto queda de manifiesto por el avance no solo sobre comunidades hostiles si no también sobre comunidades amigas y reconocidas por el Estado Argentino. o Estas comunidades amigas vivían en paz con habitantes blancos; galeses y chilenos. o Estas comunidades enarbolaban el pabellón nacional, lo defendieron e incluso lo sostuvieron ante intentos de chantaje por parte del gobierno chileno. o El avance de la frontera no significo para los territorios conquistados un cambio en el modelo productivo imperante. Solo significo un “cambio de manos”. o Este cambio de manos no significo una distribución de la tierra entre los nuevos inmigrantes, las comunidades y los gauchos. Todo lo contrario, se baso en la figura del latifundio, con todo los inconvenientes sociales y económicos que este tipo de explotación acarrea y aun perduran.[COLOR="Silver"] [SIZE=1]---------- Post added at 11:06 ---------- Previous post was at 11:03 ----------[/SIZE] [/COLOR]Seria interesante si alguien puede aportar los mapas del avance de las columnas del EA. [/QUOTE]
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