Malvinas visiones sobre el conflicto

Por el aniversario de la guerra de Malvinas, en la revista digital ZOOM política y sociedad en foco, salieron algunos artículos interesantes sobre el tema.
Lo llamativo es que en cada nota, por las opiniones de los entrevistados, se parte y se toma una posición diferente sobre el conflicto.

Entrevista a Vicente Palermo

DE Página 12, 26 marzo 2007

Mario Wainfeld, destacado columnista del diario argentino Página 12, entrevista a Vicente Palermo a propósito de la publicación de su libro Sal en las heridas (Sudamericana, Buenos Aires, 2007), una revisión inclemente de la Guerra de las Malvinas, de cuyo estallido se cumplen ahora 25 años.

“Cuando un rasgo básico de nuestra identidad es la suda crónica sobre la misma, no es raro que recurramos con extrema facilidad a la retórica identitaria dar cuenta de comportamientos en cualquier campos”. Conceptos de este calibre dispara Vicente Palermo en su libro Sal en las heridas, recientemente publicado por Sudamericana en Buenos Aires.

En su flamante libro Sal en las heridas la emprende contra casi todos los consensos existentes sobre Malvinas. Para él, Argentina fue el país agresor, su política exterior previa fue agresiva, la manipulación contó poco en la adhesión popular y remalvinizar es “una lamentable regresión”.

En su afán de desmentir verdades instaladas, usted se la toma hasta con la semblanza de los ghurkas. ¿Ni siquiera los ghurkas eran lo que se contó de ellos, Palermo?


Los ghurkas son una tropa de elite, mercenaria del imperio británico. Su ferocidad convenía a una narrativa. Pero casi no llegaron a combatir, no encontré ninguna información que informe lo contrario o que hable de atrocidades cometidas por ellos. Se trata de una cuestión menor, comparada con otras, pero es expresiva de una mitología, de la profusión de hechos a los que se atribuyó un status de veracidad. Aunque reconozco que usted no es el primero que me señala el detalle. Un lector joven me retó sobre ese punto, “ya es demasiado” me dijo.

De cualquier modo, según usted, hay verdades sacralizadas más graves, como el acompañamiento popular a la dictadura o la perpetuación de la narrativa que describe la invasión como una gesta.

Claro que es más grave. Me parece, además que hay una regresión, como un movimiento en espiral. En el primer momento, en la posguerra y los ’80 hay una toma colectiva de distancia. La guerra se atribuía a militares aventureros, había sido una locura. No se explicaba mucho pero se tomaba distancia, se dejaba ahí. Lo de “gesta” existió al principio y retoma aceptación ahora. Hay una reconciliación indulgente (y autoindulgente) con una memoria que durante unos años no se quiso revolver mucho. Después de todo, se vuelve a decir, Rafael Bielsa dice algo así, “fue una gesta. La llevaron a cabo militares corrompidos, fue bastardeada. Pero fue una gesta”. Cosa que, en materia de derechos humanos, no ha sucedido, es interesante el contraste. Tomemos la idea de “error histórico” de (el historiador francés Ernesto) Renan. Renan decía que las comunidades para sentirse naciones necesitan, entre otras cosas, del olvido y del error histórico compartido. En derechos humanos hay un buen ejemplo de elaboración de memoria colectiva, digamos “correcta” entre comillas, con una suma de errores históricos individuales. Las mismas personas que tienen una conciencia bastante clara y que puede marcar un valioso punto de no retorno, en gran parte individualmente han tenido que hacer un esfuerzo para olvidar su postura de la época. En el caso de Malvinas hay, lamentablemente, una suerte de recuperación, “después de todo, fue una gesta”.

Repasemos otros tópicos que usted cuestiona. Por ejemplo, que “la invasión debía hacerse, los torpes militares lo hicieron pésimo. Con un buen Comando en Jefe...”

Hay interpretaciones asombrosas, por ejemplo Rodolfo Terragno piensa que la Argentina se podía haber quedado con las islas. Para él, el error no fue ocupar sino negociar mal después. A mi entender es errar mucho. Argentina no podía tomar una decisión como ésa sin quedar expuesta a lo que pasó. Se leen mal los motivos que tuvieron los británicos para reaccionar. Lo determinante no era, no podía ser, el valor que ellos les asignaban a las islas desde el punto de vista estratégico o material. Si ésa era la referencia, la magnitud de la reacción era totalmente desproporcionada.

¿No eran geopolíticamente importantes, no nadaban en petróleo?

En aquel entonces se habló de eso pero no hay ninguna evidencia. Yo creo que puede haber petróleo pero ni entonces ni en este cuarto de siglo posterior nadie comprobó que pueda ser explotable comercialmente. Lo que estaba en juego para Gran Bretaña era otra cosa. Argentina la desafió en su rol de potencia internacional secundaria. Secundaria, detrás de Estados Unidos y la Unión Soviética, pero potencia. Los militares argentinos fueron incapaces de ver que su acción cambiaba drásticamente la estructura de preferencias de ingleses y americanos. Así las cosas, no podían reaccionar de otro modo, contra lo que se dice.

Usted también rebate el argumento de que Argentina se había pasado de pacífica, que se habían agotado las vías internacionales.

Desde el punto del derecho internacional el 2 de abril fue una agresión, totalmente indefendible. Los títulos argentinos son más sólidos que los británicos, aunque tienen imperfecciones. Pero ¿eso es todo lo que importa? Desde luego que no. Eso no justificaba el raso uso de la fuerza, en el siglo XX. No estábamos en 1833. Si el estado de Buenos Aires hubiese podido organizar una expedición...

... una represalia, concomitante en el tiempo.

Claro. Hubiese sido completamente razonable. Pero estábamos en el siglo XX, funcionaba un derecho internacional distinto. Se estaba negociando. El Estado argentino cometió un acto de agresión. La visión instalada, profundamente equivocada, es que Argentina frente a un poder imperial recalcitrante y ardido tuvo infinita paciencia y se limitó a llevar la cuestión a organismos internacionales, quiso recuperar las islas por la vía pacífica, eso ya no conducía a nada. Si uno analiza el período previo, puede llegar a otras conclusiones. Hubo muchos momentos en los que sectores importantes del gobierno británico mostraron disposición a transferir las islas que encontraron reacciones internas de los habitantes de Malvinas y de los dos partidos en la Cámara de los Comunes. O sea, una Cancillería deseosa de sacarse el tema de Malvinas de encima. La retirada colonial inglesa fue, comparada con otras, bastante prolija. Hasta el ‘68 fue un caso más en el que “nos queremos ir, hay que encontrar la forma, no nos reporta ningún beneficio, es un dolor de cabeza. Además, a los argentinos les interesa mucho. El monto de intereses en juego en la relación bilateral es muy superior a lo que se puede ganar, onservando las islas”.

Aun siguiendo su planteo, esa era una posición profesional de la Cancillería que no tenía apoyo político doméstico.

Efectivamente, hubo una gran desilusión del gobierno argentino en 1968, otra dictadura militar. La Cancillería inglesa avanza una propuesta de transferencia de soberanía y el eco interno los hace retroceder. Les dicen que las cosas no estaban maduras.

En el ’82 ¿no se estaba ante un callejón sin salida?

Síííí, pero hay que pensar por qué. El comportamiento argentino era cada vez más intimidatorio. No era tiempo al tiempo, granjeémosnos la buena voluntad de los malvinenses, demos plena demostración de las intenciones pacíficas y asumamos que los malvinenses no quieran ser incorporados de sopetón a un país que no es el suyo, que tiene muchas turbulencias políticas. Esa idea lógica no cabía en la cabeza de casi ningún argentino.

Rebobinemos. ¿Comportamiento intimidatorio de Argentina?

Argentina tiene una retórica diplomática, política e intelectual de intimidación. Muy agresiva. “La única forma de que los ingleses entiendan es cambiando la correlación de fuerzas a nuestro favor, tomando las islas.”

Podría replicársele que perro que ladra no muerde. En 150 años no hubo una acción agresiva. ¿Era más intimidatoria esa retórica que la de otros países privados de territorio, que la de los españoles con Gibraltar?

Que la de los españoles con Gibraltar, seguro que sí. Pero si se toma en cuenta la documentación confidencial británica conocida en los últimos años los ingleses recelaban, lógicamente, de una agresión.

El argumento del gobierno de Galtieri, compartido masivamente, era muy otro: “Hemos esperado mansamente, nos hemos levantado como nación”.

Era falso, no se esperó mansamente. Se esperó con una retórica torva y además con acciones civiles y militares. El Operativo Cóndor, un operativo supuestamente secreto (que no lo fue tanto) de la Marina, la toma de la isla Thule. La verdad hay mucha evidencia de acciones agresivas. ¿Qué hacían los ingleses, en tanto? Hacían el, digamos, trabajo sucio de convencer a esos cabezas duras de los malvinenses.

Otro punto, muy meneado, que usted cuestiona. Se explica que la adhesión popular fue manipulada por el manejo avieso de la información.

No había libertad de prensa, es claro, pero tampoco es cierto que los medios gráficos transmitieran “en cadena”. La manipulación, que en alguna medida existió, explica muy poco. Había un deseo y una necesidad de creer. La mayoría de la gente creyó lo que quería creer. La existencia de una fiesta nacionalista, una comunión nacional.

Le endoso una pregunta que yo mismo me formulé en 1982. ¿Cómo puede explicarse que se le creyera a una dictadura cuyos desempeños, no sólo en materia de derechos humanos, eran horribles? ¿Cómo se conjuga eso con la movilización del 30 de marzo?

La relación de la opinión pública con el gobierno militar tiene sus matices, no es lineal. Las críticas que usted señala no estaban tan extendidas, en materia de derechos humanos, ni hablar. Tal vez fuera su posición particular pero el argumento “ésa era la peor dictadura de la historia” es, en términos masivos, muy postdatado. El humor de la sociedad con el gobierno no era el mejor. Pero, a desafiar a Galtieri el 30 de marzo fueron mil gatos.

Me parece que muchos más.

O diez mil, o quince mil. No tengo el número.

El número se potenciaba por el cambio que significaba salir a la calle, desafiar la represión. Era un cambio enorme, me parece. Antes no salían cuarenta, no salían sino las Madres.

Es cierto, frente al potencial de represión, así hayan sido diez mil, eran muchos. Lo que quiero decir es que el régimen tenía muchas cartas todavía. Por otro lado, la causa Malvinas había alcanzado un punto de madurez. Malvinas era un talismán, que funcionó como más fuerte que la ilegitimidad del régimen político. Una buena parte de la izquierda quiso ver como, objetivamente, los militares (más allá de sus intenciones originarias) terminaban cumpliendo otro papel. Un papel antiimperialista. Una izquierda sofisticada, con formación intelectual, dejaba en un plano secundario la legitimidad porque lo que se hacía era intrínsecamente bueno.

Usted rescata la significativa diferencia que tuvo Alfonsín con la enorme mayoría de la dirigencia política respecto de Malvinas.

Creo que fue muy valiente, esos comportamientos que demuestran un liderazgo. Como Churchill en 1938 o 1939, aunque no hago analogías, quiero expresar que hay momentos que expresan un liderazgo naciente. Alfonsín empieza con dudas, que luego deja de lado. Yo hablé con él, no me contó mucho y con gente que lo acompañó. Arrancó confuso, pero luego tomó clara distancia porque hizo un buen análisis. Se jugó.

Ironizando, uno podría decir que no leyó las encuestas.

Un discurso materialista diría que había que hacer lo contrario. Si la cosa salía mal, la responsabilidad se diluiría entre todos. Y si salía bien, podía ser costoso haberse puesto afuera. Alfonsín no hizo ese cálculo.

¿Por qué tituló así al libro?

La causa Malvinas y la propuesta identitaria del nacionalismo argentino son un conjunto de heridas: guerra, frustración, despojo, incompletitud del territorio. La idea de que nos falta nacionalismo, de que no somos capaces de aunarnos. Hay heridas viejas y nuevas, presentes en la causa Malvinas. La sal duele, pero cura. La idea de Sal en las heridas es esperanzada. Yo me divierto escribiendo, polemizando, pero al mismo tiempo cuando uno escribe, asume un compromiso personal, el tema lo moviliza, duele.

Con tamaño sentido común instalado, con tantos argumentos en contra, con tantas personas de bien o de mal convencidas, ¿cree de veras que puede convencer a alguien de revisar su punto de vista sobre Malvinas?

No creo que el apego a la causa Malvinas sea tan grande que inviabilice cualquier idea de cambio. No me compro esa idea. Para escribir el libro, les pasé el peine fino a muchas encuestas de opinión, creo a que a todas las que se conocen. Es muy interesante. ¿Aparece una sociedad activamente malvinizada? No. Los argentinos no colocan Malvinas entre las prioridades de la política. Ni siquiera entre las prioridades de política exterior. Ojo, que se trata de preguntas cerradas, que dan la oportunidad de identificar el punto, hay un ítem Malvinas. Ranquea bajísimo, menos del tres por ciento. Además, hay un corte generacional. Le di a leer borradores del libro a chicos.

Sub 30, imagino que quiere decir.

Eso, a personas de entre 20 y 30 años. La edad de nuestros hijos. Me decían, “está bien lo que decís, Vicente. Pero la causa Malvinas no está por todos lados, como vos contás”. No hay ningún mandato social con Malvinas, hay margen para el liderazgo político.

Una referencia existente, no tutelada por la sociedad, son los ex combatientes. Seguro que no piensan como usted. ¿Qué les diría?

Los ex combatientes son un problema después de toda guerra, aun si se gana. Es una hipoteca terrible para cualquier sociedad y para ellos. Hay que comprenderlos pero eso no impide discutir con ellos. No es cierto que los conscriptos en 1982 tenían la obligación de ir a la guerra. No la tenían, había una dictadura y el vínculo de obligación ciudadana estaba roto.

No sé si era tan sencillo plantear objeción de conciencia. Las reglas legales vigentes en Argentina reconocían potestad a los gobiernos de facto. Lo que es llamativo es que muchos (si no todos) fueron voluntariamente y con entusiasmo.

La idea del servicio militar obligatorio es francesa, laica y ciudadana. Si no hay vínculo ciudadano, no hay obligación. Claro, se decía que los llamaba la nación. (Se enfada.) ¡No los llamaba la nación, los llamaba Galtieri! (Baja la voz). Discutir esa cuestión es necesario. Los ex combatientes, muchos de ellos, han hecho un relato de afirmación de identidad personal. No les gusta que se diga que eran chicos, que fueron arrastrados. Un artículo publicado de Martín Bohmer y José Nesis (publicado en Clarín) propone “hay que ver a los combatientes como víctimas”. Conceptualmente es valiente, se puede compartir. Pero al otro día surgió la reacción, empezaron a aparecer cartas de ex combatientes que rehusaban ser tratados como víctimas, reclamaban haber tomado sus propias decisiones conscientes, haber participado en una gesta. Es muy comprensible. Son temas que no tienen una solución, sino que necesitan una problematización.

Fuente: Revista ZOOM
Link a nota: http://www.revista-zoom.com.ar/articulo1599.html
 
La segunda nota

Malvinas: el crimen, la guerra y el simulacro, 25 años después

Por Carlos Abel Suárez (*), gentileza Sin Permiso, especial para Causa Popular

Los 25 años transcurridos desde aquel 2 de abril de 1982 no han sido suficientes para hacer un balance compartido por la mayoría de los argentinos sobre la guerra de Malvinas. Más todavía: no hay un consenso para examinar, a la distancia, las posiciones y las actitudes del progresismo frente al acontecimiento. Guerra absurda, guerra inútil. Aventura criminal. Todos, calificativos posibles.

Con su aguda ironía, no siempre feliz en los temas políticos, decía Jorge Luis Borges pocos meses después de la capitulación de las tropas argentinas que “la de Malvinas fue una guerra entre dos calvos que se disputaban un peine”. Y agregaba: “los militares argentinos que gobiernan actualmente son ignorantes e incompetentes, y mucho más peligrosos para sus compatriotas que para el enemigo”.

Sin disputa, Malvinas fue un crimen, como toda guerra, y una aventura criminal, según quedó demostrado en todos los procesos abiertos posteriormente.

Las consecuencias de Malvinas fueron numerosas y tuvieron réplicas como las de un terremoto durante los últimos 25 años.

La primera fue el rápido desmoronamiento de la dictadura genocida y una apresurado retorno a la vigencia de la Constitución con las elecciones que consagraron a Raúl Alfonsín -contra todo pronóstico- en las elecciones de 1983.

Las Fuerzas Armadas, responsables primeras pero no únicas de la guerra absurda y criminal, comenzaron un acelerado proceso de desgaste, divisiones internas y búsquedas de chivos expiatorios, limitadas a defender con ahínco el secreto (el pacto mafioso) de las acciones aberrantes y de las desapariciones de miles de personas.

En realidad, en los años noventa culmina un ciclo de la historia del Ejército, y por arrastre, de la de sus colegas de la Marina y la Fuerza Aérea. El Ejército argentino moderno nació en dos guerras infames: la de la Triple Alianza, que descuartizó el Paraguay -último sobreviviente del antiguo Virreinato de la Plata, que había buscado un camino independiente de los imperios- y la de la mal llamada “conquista del Desierto”, que no fue otra cosa que la extinción sistemáticamente planificada de los pueblos originarios. En los dos casos se buscaba la extensión territorial, a fin de repartir las tierras entre los dueños del poder. Este fue el Ejército real, y no aquel de las leyendas escolares, que habría nacido del pueblo en la verdadera gesta de lucha contra las invasiones Inglesas, y luego, en las guerras por la Independencia. Ése, el de la epopeya, murió en los años 20, cuando se dejó a San Martín abandonado en Guayaquil, renunciando a la Patria Grande, mientras el resto se exterminaba en las guerras civiles.

El Ejército moderno, que tuvo su bautismo de fuego en el exterminio de paraguayos e indios, se forjó en la represión de los primeros de Mayo a comienzos del siglo pasado, en la Semana Trágica; en la Patagonia Rebelde -fusilando a los peones laneros-; en la matanza de los quebrachales, para proteger los intereses de la Forestal; en los golpes de Estado, los fusilamientos de anarquistas, de obreros, en los bombardeos aéreos a los civiles en Plaza de Mayo, en Trelew, en la Triple A. Y como broche de esa sangrienta trayectoria, en la masacre sistemática, planificada hasta en sus mínimos detalles, que comenzó en la madrugada del 24 de marzo de 1976. Allí transformaron a la Nación en su propio botín de guerra. Secuestrar, torturar, violar, robar los bebés a sus madres en cautiverio, para después asesinarlas. Finalmente, el fango de las peleas internas (cara blancas y caras pintadas) en diciembre de 1990, y su adicción incurable al contrabando de armas y otros ilícitos menores a lo largo de un cuarto de siglo. Todo fue posible. Pero también hay que decir que fue posible porque esas Fuerzas tenían mandantes. Autonomizadas por momentos, siempre respondieron cuando la dominación del poder hegemónico se veía amenazada.

Malvinas fue una aventura, pero no una improvisación.

Entre 1977 y 1982, la Argentina compró armas por unos 2.000 millones de dólares. Aviones Dagger (versión israelí del Mirage 5), tanques Kurassier, 6 fragatas misilísticas a Alemania. Helicópteros. Aviones franceses y misiles de Estados Unidos. En 1982, los bombarderos Super Etendard a Francia. Y durante la misma guerra de Malvinas -cuando estaba vigente el bloqueo a la venta de armas dispuesto por los aliados de Gran Bretaña- se gastaron centenares de millones de dólares en la compra de armas a Israel, mediante una operación de triangulación con el Banco Ambrosiano (del cadenal Marzincus) como intermediario.

“No había mejor opción que el uso de la Fuerza para llevar a la Gran Bretaña a la mesa de negociaciones”, aseguró el ex comandante de la Armada y ex Almirante Jorge Isaac Anaya, ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas que juzgó a los jefes de Malvinas. Y agregó: “En el año 1978 el almirante Massera propuso a los comandantes del Ejército y la Fuerza Aérea la ocupación de Malvinas. Tenía conocimiento de que el Comando de Operaciones Navales tenía planes secretos sobre cómo había que hacer para ocuparlas”. En la estrategia misma de superviviencia de la dictadura estaba, desde el inicio, algún conflicto territorial. Estuvieron a punto de llegar al enfrentamiento bélico con Chile, que hubiese significado pérdidas materiales en vidas humanas muy superiores a las de la guerra de Malvinas.

No se trataba, pues, de la ocurrencia de un general borracho, a quien en un delirio alchólico viniera la idea de ocupar las Islas. A Churchill le gustaba tanto el whisky como a Fortunato Galtieri, y ésa no fue la causa de la segunda Guerra Mundial, como no lo fue la “locura” de Hitler.

El sociólogo e historiador Vicente Palermo acaba de publicar el libro Sal en las heridas (Sudamericana, Buenos Aires, 2007), en donde desarrolla una interesante y necesaria polémica sobre Las Malvinas. No es un mero ensayo académico sobre la guerra, sino una verdadera provocación, en el mejor sentido del término: busca el significado de Malvinas en relación con la cultura de los argentinos. (Una entrevista a Palermo realizada por Mario Wainfeld reproducimos en esta misma entrega.)

Palermo no solamente echa sal en las partes de la herida de Malvinas aún abiertas, sino que reabre cicatrices ya cauterizadas para aumentar el escociente efecto de su sal. Compartiendo buena parte de su eficaz empeño desmitificador, me permitiré apuntar aquí algunas discrepancias.

Diría que Palermo subestima el paro y la movilización del 30 de marzo de 1982. Ciertamente, como él señala, eran unos pocos miles. Pero el carácter simbólico de ser el primer paro general de una central obrera apenas reconstituída tras la mayor masacre y derrota de la historia de los trabajadores argentinos -la de 1976-, no puede ser ignorado. Se manifestó en varias provincias, y hubo dos muertos. En la Capital, la columna que marchó con la bandera de Paz, Pan y Trabajo fue reprimida en una notable operación de la policía Federal, con empleo de gases de última generación. Los mismos, para quienes puedan haber olfateado sus efectos, que se tiraron la noche del 19 de diciembre, cuando comenzó la implosión del gobierno de Fernando de la Rúa.

La consigna de Paz, ese 30 de marzo, no fue casual: estaba en el ambiente que se preparaba una operación, la que se concretó el 2 de abril. Ya en febrero, un columnista de La Prensa, muy enterado de los entretelones de las operaciones de “inteligencia”, lo adelantó sin eufemismos.

Resistencias a la guerra

Palermo considera también irrelevante el rechazo a la guerra, en esos días, por una minoría de la sociedad argentina. Pero esa resistencia existió, silenciosa y silenciada, y produjo trabajos, documentos, testimonios importantes a la hora de un balance histórico.

A fines de abril comenzó a circular un pequeño folleto, ¿La verdad o la mística nacional?, firmado por el Círculo Espacio Independiente. Finaliza así: “analice esta declaración, critíquela, hágala circular, reprodúzcala por cualquier medio. En algún lugar de nuestro país tal vez nos encontremos”.

El trabajo, que había sido escrito por Carlos Alberto Brocato, poeta, intelectual de larga trayectoria en la lucha sindical y política, fue reproducido por el semanario judío Nueva Presencia. En ese número del semanario se expresaban muchas de las ideas del progresismo de la época sobre el conflicto. El editorial, firmado con las iniciales del director, HS, propone “Ganar la guerra y retornar a la democracia”. En sus páginas interiores, Raúl Alfonsín: “antes que nada hay que poner de manifiesto el resultado de una acción que se inscribe en la vieja aspiración de los argentinos. Las Fuerzas Armadas han producido un episodio que contó con el aval del pueblo. Se trata, en esencia, de un hecho que puede significar un arranque para terminar definitivamente con la decadencia” (Nueva Presencia, Nº 258)

Página seguida, el trabajo del Círculo Independiente (Brocato) denuncia que la mistificación de la “causa” Malvinas se montó sobre tres falacias. La falacia de una soberanía nacional, que escondía la evidencia de que el pueblo había sido despojado del ejercicio soberano del poder. Se llamaba soberanía a una cuestión territorial. Aquellos que no se inmutaban ante el remate del verdadero patrimonio nacional, y que habían llegado al poder matando y sometiendo a todo aquel que se les oponía, se constituían en los intérpretes y representantes de la soberanía. Una segunda falacia se montaba en relación al colonialismo. Aquí encontraba un argumento la izquierda malvinera. Se trata de la dictadura de un país oprimido que enfrenta a un imperio colonial, ergo una guerra justa; hay que aliarse a los hasta ayer genocidas torturadores. Aquí no se establece diferencia alguna, indica el documento, entre una usurpación de la soberanía nacional al estilo de la praticada por Francia en Argelia, por Bélgica en el Congo, por Inglaterra en la India, con una dominación como la de Gran Bretaña en el peñón de Gibraltar o la de los Estados Unidos en Guantánamo. Esto último es Malvinas.

Y la tercera falacia es “que se nos acabó la paciencia”. Que ya se habían agotado los tiempos de la negociación. “Hace ciento cuarenta años que los ingleses no quieren entregarnos las islas; hace sólo catorce años que le vienen dando largas a la resolución de las Naciones Unidas. ¿Por qué el 2 de abril de 1982 se ‘agotó la paciencia argentina’? Es una patraña. Una patraña en la que, a conciencia, entra toda la dirigencia política argentina”

A partir de la difusión de esta declaración se organizan una serie de reuniones donde participan activistas que comenzaban a organizar centros estudiantiles -particularmente de Ciencias Económicas y Ciencias Exactas-, junto a viejos militantes sindicales y políticos de izquierda (como José Lungarzo, Oscar “Miguel” Posse, Ignacio Moiragui, entre muchos otros), Madres de Plaza de Mayo, movimientos vecinales. Una actividad que confluye con el pronunciamiento pacifista de sectores cristianos, como el Servicio de Paz y Justicia, y los obispos Novack, de Quilmes, y Jaime de Nevares, de Neuquén, que van organizando reuniones en la línea de denunciar el engaño y la manipulación. Una pequeña pero efectiva red de esclarecimiento y debate.

En paralelo, el 7 de mayo de 1982, se publica en Le Monde una declaración que firman Julio Cortázar, Osvaldo Bayer, Osvaldo Soriano, entre los más conocidos de cientos de exiliados políticos argentinos residentes en París, Madrid y México, pronunciándose en términos similares a los de la resistencia interior.

Dos trabajos, entre muchos, publicados al calor de los acontecimientos dan cuenta de estas posiciones entre los exiliados argentinos. En Cuadernos Políticos, de México, Adolfo Gilly publica “La guerra del capital”, un ensayo en donde se señala la confluencia de dos crisis, la de los militares y la de Thatcher, como desencadenante de la guerra de Malvinas:

“En términos precisos lo dijo, desde el lado de la minoría británica que se opuso a la guerra colonial, el historiador Edward Thompson:

‘La guerra de las Malvinas no es sobre los habitantes de las islas. Es sobre `no perder la cara’. Es sobre la política interna. Es sobre lo que sucede cuando uno le tuerce la cola a un león... es un momento de atavismo imperial, mezclado con las nostalgias de quienes hoy llegan al final de su edad madura’.

Como era fácilmente previsible para cualquiera menos inepto e ignorante que los militares que gobiernan Buenos Aires, Thatcher no iba a dejar pasar esta oportunidad de hacer una guerra, posiblemente costosa pero seguramente ganada desde un comienzo, para unificar en su apoyo a la opinión pública británica y subordinar a su política imperial a la oposición laborista, jamás reacia a apoyar tales empresas”. (Gilly)

Tony Blair acaba de decir que él hubiese actuado igual que la dama de hierro. ¡Luego de la invasión a Irak, qué duda cabe!

En los documentos, ahora desclasificados, encontramos la prueba de esos análisis.

Apenas unas horas antes del desembarco de las tropas argentinas en Malvinas, se registra la siguiente comunicación telefónica, entre el presidente norteamericano Ronald Reagan y Galtieri:

Reagan ... “estimo imprescindible continuar con las negociaciones y buscar una alternativa al uso de la fuerza. Créame, señor presidente, que tengo buenas razones para afirmar que Gran Bretaña respondería con la fuerza a una acción militar argentina”.

Galtieri se niega a aceptar las indicaciones del jefe de occidente.

Alejandro Dabat y Luis Lorenzano escriben “Conflicto malvinense y crisis nacional” (Libros de Teoría y Política, México, 1982), en donde realizan una exhaustivo análisis y una documentada investigación sobre la crisis de la dictadura y de la sociedad argentina que desembocó en Malvinas.

Quedaron en desamparo, como bien lo señala Palermo, los ex combatientes. No pudieron entender la parte que les tocó en esta trágica opereta.

El capitán de infantería y paracaidista Carlos Arroyo describió al tribunal de las FFAA que juzgó los hechos las marchas y contramarchas del alto mando:

“Las raciones frías llegaban no a todas las posiciones. Pero inconsumibles porque los alimentos se congelaban a temperaturas de 10 y 12 grados bajo cero y no contaban con calentadores para descongelarlas. Inservibles. Falta de alimentación y de ropas adecuadas al frío. La movilidad del enemigo superó todo lo esperado.

El 50 por ciento de los soldados a su mando (150) o eran conscriptos con solo dos meses de instrucción o reincorporados de la clase anterior que habían hecho la colimba como cocineros, mozos, talabarteros, peluqueros, etc.” (Página 12)

A la hora de hacer su balance, el ex comandante del Ejército en tiempos de Carlos Menem, el teniente general Martín Balsa, admitió que “fuimos a un conflicto para el que no estábamos preparados...Se planificó sobre dos supuestos: que Gran Bretaña no iba a reaccionar y que Estados Unidos permanecería neutral. Ninguno de lo dos supuestos se dio”.

A 25 años de la guerra, las Fuerzas Armadas no han dado todavía a conocer oficialmente el informe de la comisión por ellos mismos designada, presidida por el teniente general retirado Benjamín Rattembach, para estudiar por qué perdieron la guerra. Sí se sabe que la comisión Rattembach pidió la pena de muerte para todos los jefes militares que dirigieron la guerra de las Malvinas.

Fuente: Revista ZOOM
Link a nota: http://www.revista-zoom.com.ar/articulo1598.html
 
La tercera y ultima nota

Debate a 25 años de la Guerra del Atlántico Sur

La ofensiva desmalvinizadora

Por Enrique Oliva, especial para Causa Popular

A pocos días de conmemorarse el cuarto de siglo de la recuperación de nuestras islas Malvinas, cuando la inmensa mayoría de los argentinos se dispone a rendir honores a los jóvenes que ofrendaron sus vidas por la Patria, una cantidad de escribidores se lanzan a una sospechosa campaña de desmalvinización de conciencias. Curiosa coincidencia.

Esos personajes concuerdan en moldes críticos repetidos, vulgaridades de lugares comunes. Que Argentina fue agresora, que no se trató de una gesta y se niegan méritos a muertos y sobrevivientes, faltándoles al respeto a ellos, sus familiares y al pueblo en general. Se insiste en cargar responsabilidades arbitrarias sin una propuesta de cómo ellos, los sabelotodo de café, recuperarían las Malvinas. Piensan que somos tan indignos e incapaces y mostrándose partidarios de dejárselas al colonialismo de las multinacionales.

Otro opinólogo famoso ha dicho, tan luego en estos días, que cuando él llegue al cielo (está seguro de merecerlo) a quien primero quisiera ver es a Liniers para reprocharle haber echado a los ingleses impidiéndoles que hicieran grandes a los argentinos. Menuda sorpresa se llevará cuando él le contestará con la verdad: para hacerla una colonia francesa.

Multiplican los recursos de siempre para desmoralizar al pueblo como si los sacrificios de los combatientes son fruto de engaños y no de un asumido ideal patrio que los llevó a ser protagonistas de una Gesta. Gesta con mayúsculas, la que no omite llegar a las últimas consecuencias. Según la Real Academia son gestas los “hechos señalados, hazañas y conjunto de hechos memorables”.

La gesta de Malvinas tiene vigencia

La Guerra de Malvinas, más allá de la victoria o la derrota, ésta no olvidable, ni imposible de revertir, es hoy el ejemplo de un pasado reciente honroso para confiar en un mejor futuro. El mundo entero se asombró del valor desplegado al batirse Argentina contra los gobiernos de las mayores potencias del mundo, no de sus pueblos, ni siquiera el inglés que nunca se manifestó en las calles contra nosotros. Nunca. Eso si, casi cotidianamente ocupaban grandes espacios en protestas a veces multitudinarias contra la guerra en el Atlántico Sur, el colonialismo y las armas nucleares que llevaba la flota.

Nosotros lo vimos en Londres. Cuando Ronald Reagan visitó ese país, el propio alcalde (intendente) de la capital británica, el gran anticolonialista Kin Levington, lo llamó persona no grata. En aquellos años esa función era atribuida por el gobierno central y poco después la señora Thatcher lo despidió. Años mas tarde, como ocurrió en Buenos Aires, se convirtió el cargo de alcalde en electivo y Kin Levington fue alentado a postularse como candidato de su partido, el Laborista, pero Tony Blair impuso a un amigo. Entonces se presentó como independiente y ganó holgadamente en las urnas. Hasta el momento, ocupa ese cargo y sigue siendo muy popular.

¿Argentina agresora?

Resulta por demás incomprensible que un argentino sostenga con muestras de convencimiento, que nuestro país fue el agresor de una potencia colonialista europea, de vieja vocación imperialista.

¿Agresores cuando se retoma algo que les pertenece, que fuera arrebatado a sangre y fuego y en más de 130 años de ese despojo fueron vanos todos los intentos de procurar justicia por vías pacíficas a pesar de ser apoyados por el derecho internacional y las Naciones Unidas con su Comité de Descolonización?

Si los que buscan la independencia plena de sus territorios son calificados de agresores, en la Argentina como en infinidad de otros países nos quedaríamos sin próceres. A nuestro Libertador General San Martín, como a tantos patriotas que lucharon para hacernos libres habría que condenarlos. Todos fueron agresores, haciendo la guerra con los medios posibles y esfuerzos sobrehumanos. Los inspiraban principios y el justo derecho a manejar sus vidas y territorio como mejor lo entendieran.

Nadie actuó con indignidad sino todo lo contrario, invocando al mismo Dios. En los campos de batalla se enfrentaron con los estandartes hispanos mostrando a la Virgen del Pilar, patrona de España. Y aquí en nuestra América se hizo lo mismo, con la inmaculada madre de Jesús, que es única aunque se la representa con distintos nombres. Ese fue el caso de San Martín quien dejó su bastón de mando a la Virgen del Carmen de Cuyo, venerada en la región donde formó su ejército.

La corona española aplicó a los sublevados calificativos muchísimo más agraviantes que el de agresor.

La vida brindada a conciencia

Nuestros soldados en Malvinas no eran “chicos inimputables”, mirándolos con lástima, cuando como fueron hombres hechos y derechos ofrendando sus vidas por algo que creían justo: lo que las mentiras de los manuales oportunistas quieren borrar. Pero nadie olvida cuanto nos enseñaron de niños las maestritas criollas a escribir: “las Malvinas son argentinas”. Así como en los libros, hoy la historia está de moda, también se la recrea insolventemente en programas televisivos farandulero, en especial mostrando aspectos negativos y falsedades de nuestro pasado. ¿Qué país puede enorgullecer más a su pueblo como cuando los argentinos vencieron a las dos potencias mundiales más grandes del Siglo XIX, Inglaterra y Francia, en sus repetidos intentos de años de tomar sin éxito a Buenos Aires y en cambio se vieron obligadas a retirarse rindiendo honores al pabellón nacional y firmando un reconocimiento de nuestra soberanía. Lamentablemente después llegaron los bancos de la usura internacional y aun debemos padecerlos para lo cual deben empañarse las grandezas criollas por los escribidores cipayos. Uno de sus objetivos es desmalvinizar nuestras conciencias por orden y pago del imperio.

Si vamos a desalojar de la historia a circunstanciales amantes del alcohol, aunque fueran valientes y responsables servidores patriotas (no nos referimos al vinculado a Malvinas) tendríamos que desmontar varios grandes monumentos bien ganados.


Fuente: Revista ZOOM
Link a nota: http://www.revista-zoom.com.ar/articulo1600.html

Saludos
 
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