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Marseille: El as del AfrikaKorps
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<blockquote data-quote="daniel" data-source="post: 753190" data-attributes="member: 103"><p><span style="font-size: 18px">El día más grande en la vida del capitán Marseille</span></p><p></p><p>Las hazañas de la Luftwaffe en la campaña de Africa del Norte requerirán algún día una página especial cuando se escriba la historia de esta guerra. Igualan en grandeza a las proezas de los hombres que luchan en tierra. Pero sin la Luftwaffe – los pilotos de caza, los pilotos de bombarderos, los pilotos de reconocimiento local y de gran radio, los aviadores de los transportes – mucho, si no todo lo que fue logrado por los hombres de Rommel y los soldados de Italia habría sido impensable.</p><p></p><p>Debemos considerar que ellos se encuentran en un terreno muy diferente y en un clima desacostumbrado. Hay que añadir el apoyo indirecto a los soldados del Eje que luchan en las arenas y rocas desiertas de Libia, o sea, la lucha contra convoyes del Mediterráneo que abastecen al enemigo de municiones, material y provisiones; o la neutralización de Malta, la isla portaaviones desde la cual los aviones tácticos amenazaban con perturbar y desbaratar el sistema de abastecimiento alemán e italiano.</p><p></p><p>Más abajo, el corresponsal de guerra primer teniente Fritz Dettman nos cuenta acerca de uno de ellos, el más exitosos, capitán Hans Joachim Marseille, comandante de escuadrilla en el ala de caza. El dio su vida por Alemania después de 158 victorias aéreas. Sólo se describirá un único día en la vida de este aviador: el 1 de septiembre de 1942, cuando Marseille logró abatir, él solo, diecisiete aviones enemigos, hazaña sin paralelos en la corta historia de la guerra aérea y que probablemente no será igualada en mucho tiempo.</p><p></p><p>En las páginas siguientes se comenta apreciativamente este hecho y debe decirse que, aunque nadie ha igualado esta proeza, la misma es típica del espíritu prevaleciente en la Luftwaffe. La Luftwaffe tiene que luchar en condiciones que, como las del norte de Africa, exigen una entrega total de cada individuo.</p><p></p><p>Tenemos ante nosotros un documento oficial que es un silencioso testimonio de la mayor proeza de un piloto de caza en esta guerra hasta la fecha. El documento refiere, en términos desapasionados, la actividad de una escuadrilla del 1 de septiembre de 1942, cuando Hans Joachim Marseille, de veintidós años, despegó tres veces y destruyo diecisiete enemigos ingleses y norteamericanos, todos ellos en aviones de cazas. Hojeamos el documento y sólo nos lleva unos pocos minutos sentir el impacto del texto. He aquí el caso de un solo hombre librando una batalla, un soldado en el cielo sobre el Alamein, que voló en medio de enjambres enemigos como un Marte alado.</p><p></p><p>Cuando el capitán Marseille, entonces todavía primer teniente, se dirigió hacia su avión a las 7,30 del primero de septiembre, nada indicaba que ése sería un día especial. Marseille hacia días que se mostraba lleno de energías; el tiempo estaba despejado, como siempre en Africa del norte. A la mañana temprano el sol brillaba con un calor casi incómodo y sólo soplaba una brisa ligera desde el mar.</p><p></p><p>La escuadrilla tenía orden de proporcionar escolta a una misión de Stukas que se dirigía a un blanco al sur de Imayid. A las 7,50 la escuadrilla se reunió con la unidad Stuka, no lejos del aeródromo. Los aviones partieron hacia el este en el claro cielo azul del área de combate.</p><p></p><p>Cerca del blanco ascendieron a tres mil quinientos metros, cuando el jefe informó por radio que se acercaban aviones enemigos. Contó diez aviones, pequeños puntos que se aproximaban rápidamente. Cuando estuvieron cerca del blanco, los Stukas se prepararon a atacar.</p><p></p><p>Marseille se elevó en una cerrada curva hacia la derecha. Entonces, los demás lo oyeron decir: --¡Estoy atacando!</p><p></p><p>Tres segundo más tarde su compañero de ala vio que el comandante de escuadrilla giraba hacia la izquierda para colocarse detrás de la cola de un caza Curtiss de la formación que ahora se estaba alejando. Disparó desde una distancia de cien metros.</p><p></p><p>Como si un puño lo hubiera aferrado y retorcido en su rápido vuelo, el avión enemigo se inclinó sobre su ala izquierda y se precipitó casi verticalmente a tierra, como si fuera una roca. Al hacer impacto estalló en llamas. El piloto no pudo salvarse. El compañero de ala de Marseille miró su reloj cuando el hongo de humo se elevó desde abajo. Eran las 8,20. Después verificó la sección del mapa: 18 Km al SSE de Imayid.</p><p></p><p><img src="http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/2-3.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p>El compañero de ala no tuvo que buscar mucho a su jefe. Inmediatamente después del primer ataque, Marseille cambió de su giro a la izquierda desde el Curtiss que había derribado hacia el siguiente. Dos kilómetros más al este caía un avión, dejando una estela negra. Eran las 8,30. Las llamas del segundo incendio se elevaron a sólo unos centenares de metros del avión destruido dos minutos más antes. Esta vez, también las balas hicieron impacto directo en la cabina.</p><p></p><p>Para entonces, los Stukas habían arrojado sus bombas. Los camaradas ya habían emprendido el regreso y volaban a baja altura, aproximadamente cien metros. La escuadrilla, que mientras tanto había girado al norte y ahora, volando bajo, trataba de acercarse a los bombarderos en picados alemanes.</p><p></p><p>A las 8,33, cuando el aparato enemigo se disponía a atacar, se dio la oportunidad para el capitán. Hizo un giro cerrado a la izquierda y su ráfaga de balas dio en el blanco con precisión milimétrica. A unos pocos centenares de metros más abajo la superficie de la tierra iluminóse súbitamente como un relámpago gigantesco y el fuego consumió hombre y avión. Esto fue un kilómetro al SE de Imayid.</p><p></p><p>Justamente cuando la escuadrilla deseaba alejarse hacia el oeste, el grito de "¡Spitfire!" Atronó por la radio. Las otras tripulaciones ya iban al frente con los Stukas. Solo con su compañero de ala, Marseille parecía vulnerable a los seis aviones enemigos que se lanzaban sobre él verticalmente, en formación cerrada. Pero Marseille supo cuál era el momento adecuado para actuar. Aguardó ese momento perfecto. Se elevó hacia atrás y hacia la izquierda, observó el avión enemigo guía que se había separado del resto y se acercó casi a distancia de fuego.</p><p></p><p>Podía ver claramente las bocas del cañón y las ametralladoras. Pero como decía él, "mientras mire directamente a las bocas de los cañones, nada puede sucederme". Brotaron llamas de los cañones y las finas y sedosas estelas de humo quedaron flotando en el aire, el Inglés, disparando constantemente, se había acercado a unos 150 metros del joven capitán. En ese momento, Marseille hizo súbitamente un giro cerrado a la izquierda. Los spitfires pasaron rugiendo bajo Marseille y su compañero de ala. Esta era su oportunidad.</p><p></p><p>Ahora los alemanes podían invertir las coas aprovechándose del gran radio de giro que tenían que hacer los ingleses para ponerse nuevamente en posición de atacar. Marseille calculó correctamente. Viró a la derecha y en segundos estuvo ochenta metros atrás del último inglés, disparó y acertó. El enemigo cayó a tierra dejando una estela de humo negro. Tampoco esta vez el piloto derrotado tuvo tiempo de abrir su cabina y saltar.</p><p></p><p>Eran las 8,39 y los restos del Spitfire estrellado quedaron ardiendo a 20 Km al ESE de El Imayid.</p><p></p><p>A la 9,l4 la escuadrilla de Marseille aterrizó. Los mecánicos de vuelo y los encargados del armamento se acercaron y felicitaron al jefe, aunque sin demasiada excitación, porque no era desusado que Marseille derribara cuatro adversarios en una misión. El armero reemplazó las cintas de munición. Los mecánicos de vuelo ya se ocupaban del motor. Los mecánicos de radio y los electricistas revisaban los circuitos. Cuando el armero volvió a llenar la cinta de munición, comprobó que el jefe había gastado veinte proyectiles de cañón y sesenta de balas de ametralladora. Eso tampoco era algo especial. Era el consumo normal de munición en Marseille.</p><p></p><p>Alam El Halfa no es una ciudad ni un campamento. Es un punto en el desierto, treinta o cuarenta kilómetros al sudeste de la costa, con unas pocas chozas nativas azotadas por el viento. Aquí, apenas dos horas después, Marseille iba a obtener su triunfo más grande.</p><p></p><p>Nuevamente se ordenó a su escuadrilla escoltar un ataque de Stukas en esa zona. A la 10,20 el jefe despegó. Justo antes del objetivo de los Stukas, a sólo ocho o diez kilómetros al sur de su posición, Marseille avistó súbitamente dos formaciones de bombarderos británicos – quince o dieciocho aviones en cada una – y dos formaciones de cazas escoltas, cada una con veinticinco a treinta aviones.</p><p></p><p></p><p>La superioridad numérica de sus enemigos nunca impresionaba a Marseille. Estaba familiarizado con la superioridad numérica británica desde antes de llegar a Africa. Marseille sabía que no es el número de aviones lo que decide el resultado sino el hombre mejor. Ahora esperó unos momentos hasta que vio lo que estaba anticipando.</p><p></p><p>Una escuadrilla de los cazas escoltas británicos con ocho Curtiss P-36 (**) se separó de su tarea de escolta y salió en pos de los Stukas. Marseille y su compañero de ala los encontraron a mitad de camino. Los ingleses vieron lo que se venía. Viraron y formaron un círculo defensivo. Esta medida táctica normalmente hubiera bastado, pero no con Marseille.</p><p></p><p>Ajustando su velocidad, súbitamente estuvo en el centro del tiovivo enemigo y derribó un Curtiss desde cincuenta metros luego de un violento giro a la izquierda. Medio minuto después, el segundo enemigo caía con casi la misma maniobra. Abruptamente, los aviones que habían mantenido el circulo defensivo se dispersaron. Su jefe había perdido el coraje.</p><p></p><p>Los cazas británicos restantes se dividieron en parejas y giraron hacia el noroeste. Dos minutos más tarde, Marseille se había acercado otra vez a menos de cinco metros. Un tercer avión se precipitó a tierra. Los otros cinco Curtiss viraron hacia el este y adoptaron nuevamente la formación cerrada. Marseille salió en pos de sus enemigos.</p><p></p><p>Cuando ellos tomaron rumbo un rumbo noroeste hacia el Mediterráneo en un descenso gradual desde tres mil quinientos metros, sólo quedaban cuatro. Dos minutos después, a las 11,01, caía el quinto P-36. Impactos directos del cañón de Marseille hicieron estallar el aparato británico en el aire. El sexto caza cayó a las 11,02 cuando el tenaz Marseille, desde un giro hacia arriba y a la izquierda, ametralló al avión restante.</p><p></p><p>Mientras tanto, los combatientes habían tomado rumbo al este. La formación de dos aviones de Marseille volaba unida y ascendiendo cuando abajo aparecieron más cazas que volaban hacia el este. No vieron a los alemanes. Marseille, volando recto, se lanzó hacia ellos como una flecha, tomándolos desde atrás y a la derecha. Bajo el impacto de los cañones de Marseille, estalló el fuselaje de un Curtiss.</p><p></p><p><img src="http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/4-1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p>Ahora el joven capitán llevó sus dos aviones hacia el norte para regresar al aeródromo. Nuevamente apareció un Curtiss pocos metros mas abajo, volando hacia el este con una estela de humo blanco. Marseille atacó inmediatamente, disparando desde una distancia de ochenta metros, y vio desintegrase el fuselaje y la cola. El fuselaje cayó en barrena y cuando pasó el avión, el vencedor pudo ver al piloto muerto en el asiento.</p><p></p><p>Ocho aviones enemigos habían sido abatidos por sus disparos. Marseille había salido victorioso contra toda una escuadrilla en una batalla aérea de diez minutos. Hasta que no pongamos una al lado de otra las horas de cada victoria no obtendremos una imagen clara de esta sorprendente proeza: 10,55; 10,56: 10,58; 10,59; 11,01; 11,02; 11,03; 11,05.</p><p></p><p>Media hora más tarde Marseille aparecía en el cuartel de operaciones de la escuadrilla. Había llegado el mariscal de campo Kesselring. Marseille informó del regreso de su escuadrilla de su misión, con doce victorias.</p><p></p><p></p><p>¿ cuántas de esas doce fueron suyas? – Preguntó el mariscal.</p><p></p><p></p><p>¡Doce, señor!</p><p></p><p>El mariscal estrechó la mano del joven oficial, tomó una silla y sentóse sin decir palabra.</p><p></p><p>Ahora el día habíase puesto caluroso y opresivo. Cualquier otro hubiera considerado completa la jornada. Marseille también, quizás, en algún otro día. Pero en este día se sentía lleno de energías, con fuerzas suficientes, para volver a volar. Aguardó la próxima misión en el refugio antiaéreo de su escuadrilla. Pero cuando llegó la hora de despegar. A las 13,58, debió quedarse. Su avión tenía un neumático desinflado. </p><p></p><p>Eran casi las 17,00 cuando despegó nuevamente con su escuadrilla en su tercera misión.</p><p></p><p>Una vez más los cazas escoltarían bombarderos, esta vez Ju-88, a Imayid. Lo que ahora sucedió fue similar a la acción de la mañana.</p><p></p><p>Una formación de quince Curtiss P-40 trató de atacar a los Ju-88 cuando los grandes bombarderos se lanzaban en picado sobre su blanco. Marseille se introdujo entre los cazas británicos con su escuadrilla y dispersó a la formación enemiga. El combate que siguió duró seis minutos. En ese tiempo, a alturas entre mil quinientos y cien metros, Marseille derribó cinco aviones ingleses.</p><p></p><p>Los primeros cuatro cayeron a intervalos exactos de un minuto entre las 17,45 y las 17,50. El quinto fue derribado a las 17.53. los sitios de las victorias fueron 7 Km al sur, 8 Km al sudeste, 6 Km al sudeste, 9Km al sudsudoeste y 7 Km al sudsudoeste de Imayid.</p><p></p><p>Con un total d diecisiete victorias en un día (dieciséis fueron comunicadas en el informe de la Wehrmacht porque una no fue confirmada hasta doce horas más tarde por la declaración de un testigo), el capitán Marseille estableció algo que no admite comparación. Una hazaña de grandeza singular, una victoria magnífica enaltecida por la falta de bajas en la escuadrilla. En un día lleno de lucha, no perdieron ningún hombre ni avión.</p><p></p><p>La proeza de Marseille fue superada por un único piloto. El mayor Emil Lang, volando en el frente ruso, obtuvo dieciocho victorias confirmadas en un día. Contra la RAF, la hazaña de Marseille es récord de todos los tiempos.</p><p></p><p>Esta tremenda cosecha de aviones ingleses ha sido, desde el fin de la guerra, tema de muchos comentarios escépticos. En 1964 los autores investigaron exhaustivamente en Alemania los archivos alemanes sobre el acontecimiento, como parte de una prolongada y completa revisión de las victorias aéreas reclamada por los alemanes.</p><p></p><p>El registro de victorias fue realizado con exactitud, tal como indica el relato de Die Wehrmacht. La atribución de victorias fue precisa y meticulosa. Evidencias de esta clase deberían zanjar la cuestión del gran día de Marseille a favor del sorprendente as de Berlín.</p><p></p><p>Después de este deslumbrante primer día de septiembre, el joven piloto alemán vivió el último mes de vida con un brillo salvaje.</p><p></p><p>En las cuatro semanas siguientes añadió cuarenta y cuatro victorias más, llegando así al total de sesenta y una victorias en un mes. La enjoyada condecoración tuvo que ser hecha por pedido especial del Führer. Hitler había decidido entregarla personalmente a Marseille en una ceremonia de características especiales a realizarse es mismo año. Estos planes jamás se materializaron debido a la muerte del as. Hasta donde pudieron determinar los autores, sus Diamantes jamás fueron entregados a la familia.</p><p></p><p>Con esta cuatro fieras semanas de septiembre detrás y con la distinción adicional de ser el capitán más joven de la Luftwaffe, Marseille trepó a su "Amarillo 14" para un vuelo sobre el área de El Cairo. El avión era un Me-109. El Afrika Korps había llegado a sus límites en tierra y aguardaba el inevitable ataque aliado en El Alamein. La JG-27 trataba de mantenerse agresiva en el aire.</p><p></p><p>El avión de Marseille había sido modificado especialmente para lograr un mayor rendimiento y con este margen adicional de potencia el joven as esperaba obtener más victorias. Esta vez ningún caza de la RAF acudió al desafío. El día 30 de septiembre de 1942 parecía un día vacío para el agresivo y joven capitán alemán. Marseille, desilusionado y reticente, dio media vuelta y emprendió el regreso a su base. </p><p></p><p>A las 11,35 los pilotos compañeros de Marseille advirtieron una estela de humo negro que dejaba su aparato. Simultáneamente, encendióse el transmisor de radio de Marseille:</p><p></p><p></p><p>Hay humo en mi cabina- dijo, terminando su mensaje con un acceso de tos.</p><p></p><p>El humo empezó a surgir más espeso. Marseille abrió la escotilla de la cabina hacia un costado. Brotaron negras y densas nubes de humo.</p><p></p><p>Dentro de la cabina podía verse a Marseille retorciéndose en su asiento y agitando frenéticamente su cabeza de lado a lado. Tenía la cara completamente blanca. Parecía que estaba perdiendo el control. Sus alarmados compañeros de escuadrilla trataron de guiarlo, de darle indicaciones por radio.</p><p></p><p></p><p>No veo... No puedo ver- fue la terrible respuesta.</p><p></p><p>Al este del El Alamein, el control de tierra alemán escuchaba con creciente consternación las conversaciones radiales de Marseille y sus pilotos. El coronel Eduard Neumann, Kommodore de la JG-27, llegó al control de tierra en medio de estas crípticas indicaciones de tragedia. Neumann tomó el micrófono y trató de averiguar la naturaleza del problema de Marseille, dirigiendo sus preguntas a "Amarillo 14".</p><p></p><p>Marseille ignoró estas indicaciones. Probablemente contaba con que podría llevar de alguna manera a su dañado caza a territorio alemán. Ser tomado prisionero por el ejército enemigo habría sido un desafortunado final para la carrera de la "estrella de Africa". Probablemente pensó en eso.</p><p></p><p>Cualquiera que haya sido la razón, Marseille decidió permanecer en su aparato y ello le costó la vida.</p><p></p><p>El sofocado Marseille inclinó su avión para deshacerse de la tapa de la cabina que cayó girando y brillando entre el humo. Ahora el esbelto muchacho de Berlín [trató] de salir, pero sin la tapa, la corriente de aire manteníalo pegado al asiento. Debió estar debilitado por su principio de asfixia.</p><p></p><p>En un picado a casi 600 kilómetros por hora, su Me-109 sería su ataúd si no podía liberarse. Mientras sus angustiados camaradas observaban, la esbelta silueta de Marseille salió gradualmente de su cabina. El grito de alegría que surgió en las gargantas de sus camaradas cuando el as por fin se liberó fue ahogado por un súbito shock. El cuerpo de Marseille estrellóse contra el plano de cola del avión. Cayó dando vueltas al desierto, como un lío de trapos. Sus camaradas, que esperaban ver abrirse el blanco salvavidas de su paracaídas, aguardaron en vano.</p><p></p><p>El cuerpo de la insuperada y joven águila fue hallado a siete kilómetros al sur de Sidi Abdel Raman, una blanca tumba en el desierto usada como referencia por aviadores de ambos bandos. Fue sepultado donde cayó. Un pequeño monumento erigido en el desierto señala el sitio de descanso definitivo de la "estrella de Africa". Le faltaban dos mese escasos para cumplir veintitrés años.</p><p></p><p><img src="http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/matias4.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /><img src="http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/matias3.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>El cuerpo sin vida de Marseille</p><p></p><p>Es el as de caza alemán número veintisiete por la cantidad de sus victorias aéreas. En un aspecto especial los supera a todos, incluido von Rirchthofen de la Primera Guerra Mundial. Hans Joachim Marseille derribó más aviones británicos que cualquier otro piloto de caza alemán que vivió jamás. </p><p></p><p>El general Adolf Galland acuño el nombre de "virtuoso de los pilotos de caza" para Marseille, raro tributo del hombre que dirigió personalmente a los ases más grandes de Alemania. Sin embargo, debe señalarse que Marseille encontró su camino a la inmortalidad tanto por sus cualidades personales como por sus victorias y habilidades para el combate. Sin su distintiva personalidad, sería tan desconocido como otros quince o veinte ases alemanes que derribaron más enemigos que él.</p><p></p><p>Marseille fue un anacronismo. Fue un caballero nacido unos siglos demasiado tarde, un "beatnik" nacido quince años demasiado pronto. Fue suficientemente humano para detestar la disciplina militar y exhibir muchos atributos de un pobre soldado, en el sentido clásico. Estos rasgos, contrastando marcadamente con sus dotes para el combate aéreo, han hecho que él sea visto, en retrospectiva, quizás un poco más humano y un poco más comprensible que muchos de sus contemporáneos alemanes.</p><p></p><p>(*) Una maniobra similar costó la vida al as norteamericano número dos en un combate durante la Segunda Guerra Mundial. El mayor Thomas B. McGuire (38 victorias), en un intento de hacer impacto en un avión japonés, giró en forma demasiado cerrada y su P-38 entró en barrena a baja altura.</p><p>(**) Los aviones que en este artículo de guerra se mencionan como P-36 eran, probablemente, P-40.</p><p></p><p></p><p><strong>Fuentes:</strong> </p><p></p><p>“Hans J.Marseille-The Star of Africa” de Franz Kurowski</p><p>"Los Ases de la Luftwaffe" de Raymond F. Toliver, Trevor J. Costable </p><p></p><p></p><p></p><p></p><p>Saludos</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="daniel, post: 753190, member: 103"] [SIZE="5"]El día más grande en la vida del capitán Marseille[/SIZE] Las hazañas de la Luftwaffe en la campaña de Africa del Norte requerirán algún día una página especial cuando se escriba la historia de esta guerra. Igualan en grandeza a las proezas de los hombres que luchan en tierra. Pero sin la Luftwaffe – los pilotos de caza, los pilotos de bombarderos, los pilotos de reconocimiento local y de gran radio, los aviadores de los transportes – mucho, si no todo lo que fue logrado por los hombres de Rommel y los soldados de Italia habría sido impensable. Debemos considerar que ellos se encuentran en un terreno muy diferente y en un clima desacostumbrado. Hay que añadir el apoyo indirecto a los soldados del Eje que luchan en las arenas y rocas desiertas de Libia, o sea, la lucha contra convoyes del Mediterráneo que abastecen al enemigo de municiones, material y provisiones; o la neutralización de Malta, la isla portaaviones desde la cual los aviones tácticos amenazaban con perturbar y desbaratar el sistema de abastecimiento alemán e italiano. Más abajo, el corresponsal de guerra primer teniente Fritz Dettman nos cuenta acerca de uno de ellos, el más exitosos, capitán Hans Joachim Marseille, comandante de escuadrilla en el ala de caza. El dio su vida por Alemania después de 158 victorias aéreas. Sólo se describirá un único día en la vida de este aviador: el 1 de septiembre de 1942, cuando Marseille logró abatir, él solo, diecisiete aviones enemigos, hazaña sin paralelos en la corta historia de la guerra aérea y que probablemente no será igualada en mucho tiempo. En las páginas siguientes se comenta apreciativamente este hecho y debe decirse que, aunque nadie ha igualado esta proeza, la misma es típica del espíritu prevaleciente en la Luftwaffe. La Luftwaffe tiene que luchar en condiciones que, como las del norte de Africa, exigen una entrega total de cada individuo. Tenemos ante nosotros un documento oficial que es un silencioso testimonio de la mayor proeza de un piloto de caza en esta guerra hasta la fecha. El documento refiere, en términos desapasionados, la actividad de una escuadrilla del 1 de septiembre de 1942, cuando Hans Joachim Marseille, de veintidós años, despegó tres veces y destruyo diecisiete enemigos ingleses y norteamericanos, todos ellos en aviones de cazas. Hojeamos el documento y sólo nos lleva unos pocos minutos sentir el impacto del texto. He aquí el caso de un solo hombre librando una batalla, un soldado en el cielo sobre el Alamein, que voló en medio de enjambres enemigos como un Marte alado. Cuando el capitán Marseille, entonces todavía primer teniente, se dirigió hacia su avión a las 7,30 del primero de septiembre, nada indicaba que ése sería un día especial. Marseille hacia días que se mostraba lleno de energías; el tiempo estaba despejado, como siempre en Africa del norte. A la mañana temprano el sol brillaba con un calor casi incómodo y sólo soplaba una brisa ligera desde el mar. La escuadrilla tenía orden de proporcionar escolta a una misión de Stukas que se dirigía a un blanco al sur de Imayid. A las 7,50 la escuadrilla se reunió con la unidad Stuka, no lejos del aeródromo. Los aviones partieron hacia el este en el claro cielo azul del área de combate. Cerca del blanco ascendieron a tres mil quinientos metros, cuando el jefe informó por radio que se acercaban aviones enemigos. Contó diez aviones, pequeños puntos que se aproximaban rápidamente. Cuando estuvieron cerca del blanco, los Stukas se prepararon a atacar. Marseille se elevó en una cerrada curva hacia la derecha. Entonces, los demás lo oyeron decir: --¡Estoy atacando! Tres segundo más tarde su compañero de ala vio que el comandante de escuadrilla giraba hacia la izquierda para colocarse detrás de la cola de un caza Curtiss de la formación que ahora se estaba alejando. Disparó desde una distancia de cien metros. Como si un puño lo hubiera aferrado y retorcido en su rápido vuelo, el avión enemigo se inclinó sobre su ala izquierda y se precipitó casi verticalmente a tierra, como si fuera una roca. Al hacer impacto estalló en llamas. El piloto no pudo salvarse. El compañero de ala de Marseille miró su reloj cuando el hongo de humo se elevó desde abajo. Eran las 8,20. Después verificó la sección del mapa: 18 Km al SSE de Imayid. [img]http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/2-3.jpg[/img] El compañero de ala no tuvo que buscar mucho a su jefe. Inmediatamente después del primer ataque, Marseille cambió de su giro a la izquierda desde el Curtiss que había derribado hacia el siguiente. Dos kilómetros más al este caía un avión, dejando una estela negra. Eran las 8,30. Las llamas del segundo incendio se elevaron a sólo unos centenares de metros del avión destruido dos minutos más antes. Esta vez, también las balas hicieron impacto directo en la cabina. Para entonces, los Stukas habían arrojado sus bombas. Los camaradas ya habían emprendido el regreso y volaban a baja altura, aproximadamente cien metros. La escuadrilla, que mientras tanto había girado al norte y ahora, volando bajo, trataba de acercarse a los bombarderos en picados alemanes. A las 8,33, cuando el aparato enemigo se disponía a atacar, se dio la oportunidad para el capitán. Hizo un giro cerrado a la izquierda y su ráfaga de balas dio en el blanco con precisión milimétrica. A unos pocos centenares de metros más abajo la superficie de la tierra iluminóse súbitamente como un relámpago gigantesco y el fuego consumió hombre y avión. Esto fue un kilómetro al SE de Imayid. Justamente cuando la escuadrilla deseaba alejarse hacia el oeste, el grito de "¡Spitfire!" Atronó por la radio. Las otras tripulaciones ya iban al frente con los Stukas. Solo con su compañero de ala, Marseille parecía vulnerable a los seis aviones enemigos que se lanzaban sobre él verticalmente, en formación cerrada. Pero Marseille supo cuál era el momento adecuado para actuar. Aguardó ese momento perfecto. Se elevó hacia atrás y hacia la izquierda, observó el avión enemigo guía que se había separado del resto y se acercó casi a distancia de fuego. Podía ver claramente las bocas del cañón y las ametralladoras. Pero como decía él, "mientras mire directamente a las bocas de los cañones, nada puede sucederme". Brotaron llamas de los cañones y las finas y sedosas estelas de humo quedaron flotando en el aire, el Inglés, disparando constantemente, se había acercado a unos 150 metros del joven capitán. En ese momento, Marseille hizo súbitamente un giro cerrado a la izquierda. Los spitfires pasaron rugiendo bajo Marseille y su compañero de ala. Esta era su oportunidad. Ahora los alemanes podían invertir las coas aprovechándose del gran radio de giro que tenían que hacer los ingleses para ponerse nuevamente en posición de atacar. Marseille calculó correctamente. Viró a la derecha y en segundos estuvo ochenta metros atrás del último inglés, disparó y acertó. El enemigo cayó a tierra dejando una estela de humo negro. Tampoco esta vez el piloto derrotado tuvo tiempo de abrir su cabina y saltar. Eran las 8,39 y los restos del Spitfire estrellado quedaron ardiendo a 20 Km al ESE de El Imayid. A la 9,l4 la escuadrilla de Marseille aterrizó. Los mecánicos de vuelo y los encargados del armamento se acercaron y felicitaron al jefe, aunque sin demasiada excitación, porque no era desusado que Marseille derribara cuatro adversarios en una misión. El armero reemplazó las cintas de munición. Los mecánicos de vuelo ya se ocupaban del motor. Los mecánicos de radio y los electricistas revisaban los circuitos. Cuando el armero volvió a llenar la cinta de munición, comprobó que el jefe había gastado veinte proyectiles de cañón y sesenta de balas de ametralladora. Eso tampoco era algo especial. Era el consumo normal de munición en Marseille. Alam El Halfa no es una ciudad ni un campamento. Es un punto en el desierto, treinta o cuarenta kilómetros al sudeste de la costa, con unas pocas chozas nativas azotadas por el viento. Aquí, apenas dos horas después, Marseille iba a obtener su triunfo más grande. Nuevamente se ordenó a su escuadrilla escoltar un ataque de Stukas en esa zona. A la 10,20 el jefe despegó. Justo antes del objetivo de los Stukas, a sólo ocho o diez kilómetros al sur de su posición, Marseille avistó súbitamente dos formaciones de bombarderos británicos – quince o dieciocho aviones en cada una – y dos formaciones de cazas escoltas, cada una con veinticinco a treinta aviones. La superioridad numérica de sus enemigos nunca impresionaba a Marseille. Estaba familiarizado con la superioridad numérica británica desde antes de llegar a Africa. Marseille sabía que no es el número de aviones lo que decide el resultado sino el hombre mejor. Ahora esperó unos momentos hasta que vio lo que estaba anticipando. Una escuadrilla de los cazas escoltas británicos con ocho Curtiss P-36 (**) se separó de su tarea de escolta y salió en pos de los Stukas. Marseille y su compañero de ala los encontraron a mitad de camino. Los ingleses vieron lo que se venía. Viraron y formaron un círculo defensivo. Esta medida táctica normalmente hubiera bastado, pero no con Marseille. Ajustando su velocidad, súbitamente estuvo en el centro del tiovivo enemigo y derribó un Curtiss desde cincuenta metros luego de un violento giro a la izquierda. Medio minuto después, el segundo enemigo caía con casi la misma maniobra. Abruptamente, los aviones que habían mantenido el circulo defensivo se dispersaron. Su jefe había perdido el coraje. Los cazas británicos restantes se dividieron en parejas y giraron hacia el noroeste. Dos minutos más tarde, Marseille se había acercado otra vez a menos de cinco metros. Un tercer avión se precipitó a tierra. Los otros cinco Curtiss viraron hacia el este y adoptaron nuevamente la formación cerrada. Marseille salió en pos de sus enemigos. Cuando ellos tomaron rumbo un rumbo noroeste hacia el Mediterráneo en un descenso gradual desde tres mil quinientos metros, sólo quedaban cuatro. Dos minutos después, a las 11,01, caía el quinto P-36. Impactos directos del cañón de Marseille hicieron estallar el aparato británico en el aire. El sexto caza cayó a las 11,02 cuando el tenaz Marseille, desde un giro hacia arriba y a la izquierda, ametralló al avión restante. Mientras tanto, los combatientes habían tomado rumbo al este. La formación de dos aviones de Marseille volaba unida y ascendiendo cuando abajo aparecieron más cazas que volaban hacia el este. No vieron a los alemanes. Marseille, volando recto, se lanzó hacia ellos como una flecha, tomándolos desde atrás y a la derecha. Bajo el impacto de los cañones de Marseille, estalló el fuselaje de un Curtiss. [img]http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/4-1.jpg[/img] Ahora el joven capitán llevó sus dos aviones hacia el norte para regresar al aeródromo. Nuevamente apareció un Curtiss pocos metros mas abajo, volando hacia el este con una estela de humo blanco. Marseille atacó inmediatamente, disparando desde una distancia de ochenta metros, y vio desintegrase el fuselaje y la cola. El fuselaje cayó en barrena y cuando pasó el avión, el vencedor pudo ver al piloto muerto en el asiento. Ocho aviones enemigos habían sido abatidos por sus disparos. Marseille había salido victorioso contra toda una escuadrilla en una batalla aérea de diez minutos. Hasta que no pongamos una al lado de otra las horas de cada victoria no obtendremos una imagen clara de esta sorprendente proeza: 10,55; 10,56: 10,58; 10,59; 11,01; 11,02; 11,03; 11,05. Media hora más tarde Marseille aparecía en el cuartel de operaciones de la escuadrilla. Había llegado el mariscal de campo Kesselring. Marseille informó del regreso de su escuadrilla de su misión, con doce victorias. ¿ cuántas de esas doce fueron suyas? – Preguntó el mariscal. ¡Doce, señor! El mariscal estrechó la mano del joven oficial, tomó una silla y sentóse sin decir palabra. Ahora el día habíase puesto caluroso y opresivo. Cualquier otro hubiera considerado completa la jornada. Marseille también, quizás, en algún otro día. Pero en este día se sentía lleno de energías, con fuerzas suficientes, para volver a volar. Aguardó la próxima misión en el refugio antiaéreo de su escuadrilla. Pero cuando llegó la hora de despegar. A las 13,58, debió quedarse. Su avión tenía un neumático desinflado. Eran casi las 17,00 cuando despegó nuevamente con su escuadrilla en su tercera misión. Una vez más los cazas escoltarían bombarderos, esta vez Ju-88, a Imayid. Lo que ahora sucedió fue similar a la acción de la mañana. Una formación de quince Curtiss P-40 trató de atacar a los Ju-88 cuando los grandes bombarderos se lanzaban en picado sobre su blanco. Marseille se introdujo entre los cazas británicos con su escuadrilla y dispersó a la formación enemiga. El combate que siguió duró seis minutos. En ese tiempo, a alturas entre mil quinientos y cien metros, Marseille derribó cinco aviones ingleses. Los primeros cuatro cayeron a intervalos exactos de un minuto entre las 17,45 y las 17,50. El quinto fue derribado a las 17.53. los sitios de las victorias fueron 7 Km al sur, 8 Km al sudeste, 6 Km al sudeste, 9Km al sudsudoeste y 7 Km al sudsudoeste de Imayid. Con un total d diecisiete victorias en un día (dieciséis fueron comunicadas en el informe de la Wehrmacht porque una no fue confirmada hasta doce horas más tarde por la declaración de un testigo), el capitán Marseille estableció algo que no admite comparación. Una hazaña de grandeza singular, una victoria magnífica enaltecida por la falta de bajas en la escuadrilla. En un día lleno de lucha, no perdieron ningún hombre ni avión. La proeza de Marseille fue superada por un único piloto. El mayor Emil Lang, volando en el frente ruso, obtuvo dieciocho victorias confirmadas en un día. Contra la RAF, la hazaña de Marseille es récord de todos los tiempos. Esta tremenda cosecha de aviones ingleses ha sido, desde el fin de la guerra, tema de muchos comentarios escépticos. En 1964 los autores investigaron exhaustivamente en Alemania los archivos alemanes sobre el acontecimiento, como parte de una prolongada y completa revisión de las victorias aéreas reclamada por los alemanes. El registro de victorias fue realizado con exactitud, tal como indica el relato de Die Wehrmacht. La atribución de victorias fue precisa y meticulosa. Evidencias de esta clase deberían zanjar la cuestión del gran día de Marseille a favor del sorprendente as de Berlín. Después de este deslumbrante primer día de septiembre, el joven piloto alemán vivió el último mes de vida con un brillo salvaje. En las cuatro semanas siguientes añadió cuarenta y cuatro victorias más, llegando así al total de sesenta y una victorias en un mes. La enjoyada condecoración tuvo que ser hecha por pedido especial del Führer. Hitler había decidido entregarla personalmente a Marseille en una ceremonia de características especiales a realizarse es mismo año. Estos planes jamás se materializaron debido a la muerte del as. Hasta donde pudieron determinar los autores, sus Diamantes jamás fueron entregados a la familia. Con esta cuatro fieras semanas de septiembre detrás y con la distinción adicional de ser el capitán más joven de la Luftwaffe, Marseille trepó a su "Amarillo 14" para un vuelo sobre el área de El Cairo. El avión era un Me-109. El Afrika Korps había llegado a sus límites en tierra y aguardaba el inevitable ataque aliado en El Alamein. La JG-27 trataba de mantenerse agresiva en el aire. El avión de Marseille había sido modificado especialmente para lograr un mayor rendimiento y con este margen adicional de potencia el joven as esperaba obtener más victorias. Esta vez ningún caza de la RAF acudió al desafío. El día 30 de septiembre de 1942 parecía un día vacío para el agresivo y joven capitán alemán. Marseille, desilusionado y reticente, dio media vuelta y emprendió el regreso a su base. A las 11,35 los pilotos compañeros de Marseille advirtieron una estela de humo negro que dejaba su aparato. Simultáneamente, encendióse el transmisor de radio de Marseille: Hay humo en mi cabina- dijo, terminando su mensaje con un acceso de tos. El humo empezó a surgir más espeso. Marseille abrió la escotilla de la cabina hacia un costado. Brotaron negras y densas nubes de humo. Dentro de la cabina podía verse a Marseille retorciéndose en su asiento y agitando frenéticamente su cabeza de lado a lado. Tenía la cara completamente blanca. Parecía que estaba perdiendo el control. Sus alarmados compañeros de escuadrilla trataron de guiarlo, de darle indicaciones por radio. No veo... No puedo ver- fue la terrible respuesta. Al este del El Alamein, el control de tierra alemán escuchaba con creciente consternación las conversaciones radiales de Marseille y sus pilotos. El coronel Eduard Neumann, Kommodore de la JG-27, llegó al control de tierra en medio de estas crípticas indicaciones de tragedia. Neumann tomó el micrófono y trató de averiguar la naturaleza del problema de Marseille, dirigiendo sus preguntas a "Amarillo 14". Marseille ignoró estas indicaciones. Probablemente contaba con que podría llevar de alguna manera a su dañado caza a territorio alemán. Ser tomado prisionero por el ejército enemigo habría sido un desafortunado final para la carrera de la "estrella de Africa". Probablemente pensó en eso. Cualquiera que haya sido la razón, Marseille decidió permanecer en su aparato y ello le costó la vida. El sofocado Marseille inclinó su avión para deshacerse de la tapa de la cabina que cayó girando y brillando entre el humo. Ahora el esbelto muchacho de Berlín [trató] de salir, pero sin la tapa, la corriente de aire manteníalo pegado al asiento. Debió estar debilitado por su principio de asfixia. En un picado a casi 600 kilómetros por hora, su Me-109 sería su ataúd si no podía liberarse. Mientras sus angustiados camaradas observaban, la esbelta silueta de Marseille salió gradualmente de su cabina. El grito de alegría que surgió en las gargantas de sus camaradas cuando el as por fin se liberó fue ahogado por un súbito shock. El cuerpo de Marseille estrellóse contra el plano de cola del avión. Cayó dando vueltas al desierto, como un lío de trapos. Sus camaradas, que esperaban ver abrirse el blanco salvavidas de su paracaídas, aguardaron en vano. El cuerpo de la insuperada y joven águila fue hallado a siete kilómetros al sur de Sidi Abdel Raman, una blanca tumba en el desierto usada como referencia por aviadores de ambos bandos. Fue sepultado donde cayó. Un pequeño monumento erigido en el desierto señala el sitio de descanso definitivo de la "estrella de Africa". Le faltaban dos mese escasos para cumplir veintitrés años. [img]http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/matias4.jpg[/img][img]http://i69.photobucket.com/albums/i64/g5cfaa/aviacion%20militar/matias3.jpg[/img] El cuerpo sin vida de Marseille Es el as de caza alemán número veintisiete por la cantidad de sus victorias aéreas. En un aspecto especial los supera a todos, incluido von Rirchthofen de la Primera Guerra Mundial. Hans Joachim Marseille derribó más aviones británicos que cualquier otro piloto de caza alemán que vivió jamás. El general Adolf Galland acuño el nombre de "virtuoso de los pilotos de caza" para Marseille, raro tributo del hombre que dirigió personalmente a los ases más grandes de Alemania. Sin embargo, debe señalarse que Marseille encontró su camino a la inmortalidad tanto por sus cualidades personales como por sus victorias y habilidades para el combate. Sin su distintiva personalidad, sería tan desconocido como otros quince o veinte ases alemanes que derribaron más enemigos que él. Marseille fue un anacronismo. Fue un caballero nacido unos siglos demasiado tarde, un "beatnik" nacido quince años demasiado pronto. Fue suficientemente humano para detestar la disciplina militar y exhibir muchos atributos de un pobre soldado, en el sentido clásico. Estos rasgos, contrastando marcadamente con sus dotes para el combate aéreo, han hecho que él sea visto, en retrospectiva, quizás un poco más humano y un poco más comprensible que muchos de sus contemporáneos alemanes. (*) Una maniobra similar costó la vida al as norteamericano número dos en un combate durante la Segunda Guerra Mundial. El mayor Thomas B. McGuire (38 victorias), en un intento de hacer impacto en un avión japonés, giró en forma demasiado cerrada y su P-38 entró en barrena a baja altura. (**) Los aviones que en este artículo de guerra se mencionan como P-36 eran, probablemente, P-40. [b]Fuentes:[/b] “Hans J.Marseille-The Star of Africa” de Franz Kurowski "Los Ases de la Luftwaffe" de Raymond F. Toliver, Trevor J. Costable Saludos [/QUOTE]
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Marseille: El as del AfrikaKorps
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