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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 1059969" data-attributes="member: 50"><p>Apenas balbucea el español pero se reivindica argentino. Durante la Segunda Guerra Mundial, en la Francia invadida por los nazis, salvó a miles de personas del Holocausto fabricando documentos falsos. Y cuando terminó la guerra siguió abrazando causas justas, como le gusta decir. Tanto que durante 30 años vivió en la clandestinidad. Y aunque en los 70 decidió parar, no hubiera salido de su anonimato si su hija Sarah no desovillaba el pasado. En este otoño que parece verano en París, padre e hija recibieron a <strong>Clarín</strong> para compartir su historia, la de <strong>Adolfo Kaminsky, El falsificador</strong> , una biografía que acaba de publicarse en la Argentina.</p><p>“Yo vivía por fin tranquilo, pero a mi hija se le ocurrió preguntar”, bromea Adolfo. “Sí, la culpa es mía”, admite Sarah. Ríen en un cuarto piso de la Rue Bernard Shaw, en un departamento alquilado en el que los Kaminsky han desplegado pasaportes belgas, franceses y alemanes. Todos falsos. Siguen siendo escalofriantes esas tapas con esvásticas. E increibles los métodos de falsificación que revela Adolfo. Están allí algunos de los objetos que lo acompañaron toda la vida. Una pipa que jamás fumó pero usó para frotar papeles, una máqunia Singer que trajeron de la Argentina: sirvió para las costuras de su padre sastre y para los troqueles del falsificador.</p><p>El falsificador se hizo a los golpes. Hijo de madre rusa y padre judío, nació en la Argentina en 1925, pero su familia decidió regresar a Francia cuando tenía cuatro años. La mayor parte de su infancia la pasó en Vire, en la campiña francesa. De chico trabajó de tintorero y despuntó el gusto por la química. Hasta que llegaron los nazis. Persiguieron a su tío y le entregaron a su madre muerta. El mundo de los Kaminsky había cambiado. Los deportaron a Drancy, escala a Auschwitz. Incluso allí, en ese manicomio de tortura y muerte, Adolfo siguió estudiando. “Adquirió su dimensión política”, le dice Sarah. Se salvó gracias a su nacionalidad argentina, pero el horror lo transformó en un futuro héroe, con apenas 17 años se descubrió judío y se sumó a la Resistencia, de la que sería una pieza clave.</p><p>Empezó una vida clandestina, de anonimato y encierro. “Mis contactos eran muy poca gente, vivía en el laboratorio fabricando papeles”, recuerda ahora, 70 años después. No tomó las armas porque siempre estuvo contra la violencia, pero se jugó la vida decenas de veces.Viene de familia marxista, fue trotskysta, anarquista, republicano, pero nunca terminó de adherir a ningún partido. “Me propuse siempre luchar contra el colonialismo, el racismo y las dictaduras, donde me necesitaran”, cuenta.</p><p>A Sarah le preocupaba que su libro fuera demasiado hermético, que la historia no se entendiera. Temió que denostaran a su padre por haber seguido falsificando después de la guerra. Se refiere a Israel y sobre todo al servicio que le prestó a los rebeldes argelinos, en su lucha por liberarse de los franceses. “Argelia sigue siendo un tema espinoso aquí”, dice Sarah. Fueron muchas las batallas de Adolfo. Ya retirado, dice que “el combate sigue siendo el mismo”.</p><p>Ni fronteras ni banderas ni pasaportes. Para Adolfo lo mejor sería que no haya documentos, ni cuestiones de credo ni de color. Para Sarah la expresión nacionalidad es muy compleja. En Argelia se sentía argelina porque hablaba árabe. “Me decían que no, que era argentina y cuando llegué a Europa dijeron que mi apellido era ruso...”.</p><p>Sarah está agradecida y orgullosa por esta historia compartida. “Me alegra no haberla sabido, descubrirla nos trajo conocimiento y un orgullo muy grande”, dice. Y muestra una infinidad de cartas y mensajes de agradecimiento que su padre viene recibiendo desde que se publicó el libro. El saca rápido el sobre que le envió el consulado argentino y vuelve a contar anécdotas. “Llegaban algunos muy malos, y él tenía que aclarar que a esos no los había fabricado”, cuenta Sarah.</p><p>“Siempre quise ser pintor, no pude, hoy soy un joven fotógrafo”, dice Adolfo. Sarah lo alienta y cuenta que en marzo expuso por primera vez. El hombre que vio morir a tantos compañeros y familiares, que sufrió el suicidio de amigos y camaradas que hasta perdió un ojo no se ha endurecido. “Tiene una profunda melancolía, pero su terapia es haber salvado tantas vidas”, dice Sarah. El amor por su familia, por su mujer y sus hijos, compensó de algún modo la tragedia. “Ahora soy un militante del amor”, bromea Adolfo. El brillo en sus mirada dice que siempre lo ha sido</p><p>CLARIN</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 1059969, member: 50"] Apenas balbucea el español pero se reivindica argentino. Durante la Segunda Guerra Mundial, en la Francia invadida por los nazis, salvó a miles de personas del Holocausto fabricando documentos falsos. Y cuando terminó la guerra siguió abrazando causas justas, como le gusta decir. Tanto que durante 30 años vivió en la clandestinidad. Y aunque en los 70 decidió parar, no hubiera salido de su anonimato si su hija Sarah no desovillaba el pasado. En este otoño que parece verano en París, padre e hija recibieron a [B]Clarín[/B] para compartir su historia, la de [B]Adolfo Kaminsky, El falsificador[/B] , una biografía que acaba de publicarse en la Argentina. “Yo vivía por fin tranquilo, pero a mi hija se le ocurrió preguntar”, bromea Adolfo. “Sí, la culpa es mía”, admite Sarah. Ríen en un cuarto piso de la Rue Bernard Shaw, en un departamento alquilado en el que los Kaminsky han desplegado pasaportes belgas, franceses y alemanes. Todos falsos. Siguen siendo escalofriantes esas tapas con esvásticas. E increibles los métodos de falsificación que revela Adolfo. Están allí algunos de los objetos que lo acompañaron toda la vida. Una pipa que jamás fumó pero usó para frotar papeles, una máqunia Singer que trajeron de la Argentina: sirvió para las costuras de su padre sastre y para los troqueles del falsificador. El falsificador se hizo a los golpes. Hijo de madre rusa y padre judío, nació en la Argentina en 1925, pero su familia decidió regresar a Francia cuando tenía cuatro años. La mayor parte de su infancia la pasó en Vire, en la campiña francesa. De chico trabajó de tintorero y despuntó el gusto por la química. Hasta que llegaron los nazis. Persiguieron a su tío y le entregaron a su madre muerta. El mundo de los Kaminsky había cambiado. Los deportaron a Drancy, escala a Auschwitz. Incluso allí, en ese manicomio de tortura y muerte, Adolfo siguió estudiando. “Adquirió su dimensión política”, le dice Sarah. Se salvó gracias a su nacionalidad argentina, pero el horror lo transformó en un futuro héroe, con apenas 17 años se descubrió judío y se sumó a la Resistencia, de la que sería una pieza clave. Empezó una vida clandestina, de anonimato y encierro. “Mis contactos eran muy poca gente, vivía en el laboratorio fabricando papeles”, recuerda ahora, 70 años después. No tomó las armas porque siempre estuvo contra la violencia, pero se jugó la vida decenas de veces.Viene de familia marxista, fue trotskysta, anarquista, republicano, pero nunca terminó de adherir a ningún partido. “Me propuse siempre luchar contra el colonialismo, el racismo y las dictaduras, donde me necesitaran”, cuenta. A Sarah le preocupaba que su libro fuera demasiado hermético, que la historia no se entendiera. Temió que denostaran a su padre por haber seguido falsificando después de la guerra. Se refiere a Israel y sobre todo al servicio que le prestó a los rebeldes argelinos, en su lucha por liberarse de los franceses. “Argelia sigue siendo un tema espinoso aquí”, dice Sarah. Fueron muchas las batallas de Adolfo. Ya retirado, dice que “el combate sigue siendo el mismo”. Ni fronteras ni banderas ni pasaportes. Para Adolfo lo mejor sería que no haya documentos, ni cuestiones de credo ni de color. Para Sarah la expresión nacionalidad es muy compleja. En Argelia se sentía argelina porque hablaba árabe. “Me decían que no, que era argentina y cuando llegué a Europa dijeron que mi apellido era ruso...”. Sarah está agradecida y orgullosa por esta historia compartida. “Me alegra no haberla sabido, descubrirla nos trajo conocimiento y un orgullo muy grande”, dice. Y muestra una infinidad de cartas y mensajes de agradecimiento que su padre viene recibiendo desde que se publicó el libro. El saca rápido el sobre que le envió el consulado argentino y vuelve a contar anécdotas. “Llegaban algunos muy malos, y él tenía que aclarar que a esos no los había fabricado”, cuenta Sarah. “Siempre quise ser pintor, no pude, hoy soy un joven fotógrafo”, dice Adolfo. Sarah lo alienta y cuenta que en marzo expuso por primera vez. El hombre que vio morir a tantos compañeros y familiares, que sufrió el suicidio de amigos y camaradas que hasta perdió un ojo no se ha endurecido. “Tiene una profunda melancolía, pero su terapia es haber salvado tantas vidas”, dice Sarah. El amor por su familia, por su mujer y sus hijos, compensó de algún modo la tragedia. “Ahora soy un militante del amor”, bromea Adolfo. El brillo en sus mirada dice que siempre lo ha sido CLARIN [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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