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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 1461789" data-attributes="member: 50"><p><span style="font-size: 22px"><strong>Matar y morir en Auschwitz, ante la lente de un criminal de las SS</strong></span></p><p><span style="font-size: 12px"><strong>El oficial nazi Karl Höcker alternó sus servicios en ese campo de exterminio con el ejercicio de la fotografía. En 2006 , aparecieron 112 imágenes que tomó allí. Un documento estremecedor. Y el final inesperado de una historia.</strong></span></p><p></p><p></p><p><img src="http://www.infonews.com/advf/imagenes/2013/11/5291e76c86bc4_200x124.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p><a href="http://tiempo.infonews.com/"><u>Nota de Tiempo Argentino</u></a></p><p>El ciudadano alemán Karl Höcker tuvo una larga vida y un funeral discreto. Había fallecido el 30 de enero de 2000 en la pequeña ciudad de Preussisch Oldendorf, en Renania del Norte-Westfalia, a escasa distancia del sitio de su nacimiento, 89 años antes, cuando dicha urbe aún se llamaba Engershausen. Esposo diligente, con dos hijos ya sesentones y seis nietos que, a su vez, lo hicieron bisabuelo, aquel hombre ya frágil y quebradizo, luego de jubilarse como cajero del banco regional de Lübbecke, supo mitigar las horas muertas de la vejez repartido entre su colección de estampillas y la jardinería. Cuando fue enterrado en el cementerio local, su vida durante la última gran guerra era todavía un misterio, pero un misterio vencido, del cual apenas quedaban rastros y muy poca intención de esclarecerlo. Hasta 2006.</p><p>A fines de ese año, el Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos recibió un álbum de fotografías, donado por un antiguo oficial del ejército norteamericano, quien lo encontró después de la caída del Tercer Reich en un departamento abandonado de Frankfurt. Se trataba de un documento histórico particularmente valioso: 122 imágenes de Auschwitz, el principal campo de exterminio de la era nazi, tomadas entre el verano y el otoño de 1944. Esas imágenes no sólo exhiben a los jerarcas del lugar y sus ceremonias oficiales sino también a los verdugos con sus familias en las horas de descanso, con almuerzos al aire libre, excursiones compartidas y festejos de todo tipo para aliviar el rigor que les exigía la Madre Patria. La colección –junto con otra, a la que se denominó El Álbum de Jacob, hallada por una sobreviviente de ese apellido también al concluir la guerra– constituye uno de los pocos vestigios visuales de Auschwitz. El autor fue un Obersturmführer (teniente primero) de las SS con cargo de "adjunto" en la comandancia de ese sitio. Su nombre: Karl Höcker.</p><p><strong>LA FÁBRICA DEL MAL ABSOLUTO</strong>. A mediados de 1944, llegó con puntualidad un tren cargado de judíos húngaros a la siniestra rampa de Birkenau, en donde se realizaba la selección de quienes vivirían y quiénes no. La atmósfera era surrealista. Sonaba un vals. La banda musical del campo se encontraba en medio de un ensayo. La melodía era suave y bella. Los recién llegados no podían imaginar que estaban en las puertas mismas del infierno. Entre ellos, estaba la joven Lili Jacob. Un oficial –cuyo rostro ella jamás olvidaría– elegía a dedo a los candidatos inmediatos a la cámara de gas.</p><p>El complejo de Auschwitz, situado a 50 kilómetros de la ciudad polaca de Cracovia, parecía una enorme planta industrial, impresión robustecida por las chimeneas siempre humeantes de los hornos crematorios. Constaba de tres campos principales: Auschwitz I, Birkenau y Buna-Monowitz. Este último era usado como unidad de trabajo esclavo por la empresa química IG Farben, que, además, producía el gas letal Zyklon B, con el cual fueron asesinados millones de hombres mujeres y niños. En resumidas cuentas, se trataba de una verdadera fábrica de exterminio; una fábrica cuya cadena de producción –gestionada en todas sus fases por unos 7000 efectivos de la SS– no dejaba detalle librado al azar.</p><p>El día en que llegó la adolescente Jacob, aquel oficial de las SS eligió a sus abuelos para las cámaras de gas, mientras ella y sus dos hermanos menores eran arreados hacia unas sombrías barracas. El uniformado lucía tenso.</p><p>En Auschwitz y en otros campos alemanes de exterminio, para atenuar el enorme peso psicológico de las tareas asignadas, los SS cultivaban una camaradería inquebrantable. Y una vida social no menos intensa, a pesar de que vivían en un barrio periférico a las instalaciones del exterminio.</p><p>Eso bien lo supo Höcker, quien fue la mano derecha del comandante del campo, Richard Baer. Criado en Engershausen, empezó a trabajar de empleado en una sucursal bancaria de Lübbecke. No tardó en presentar la renuncia para ingresar a las SS, donde recibió entrenamiento militar. En 1943 fue destinado al campo de exterminio más importante de la Alemania nazi. Allí dio rienda suelta a otra de sus pasiones: la fotografía. Pero no se trataba de un artista escabroso. Por el contrario, Höcker documentó con su cámara la buena predisposición de los criminales hacia sus hijos, esposas y amigos durante las horas de descanso.</p><p>Es al respecto notable una serie de imágenes de su autoría, captadas en Solahütte, una base de las SS ubicada a unos 30 kilómetros de Auschwitz. Allí, el régimen nazi recompensaba con una semana de vacaciones a los guardias de Auschwitz que se destacaban en sus quehaceres. Hay muchas fotos tomadas por Höcker en ese lugar; una de ellas documenta un encuentro social para la jerarquía de las SS. Entre los presentes estaban algunos de los oficiales más conocidos de los campos, como Rudolf Höss y el doctor Josef Ménguele, célebre por utilizar seres humanos para sus experimentos.</p><p>Otras fotos, tomadas el 22 de julio de 1944, muestran un grupo de las SS Helferinnen (mujeres que trabajaban para las SS como auxiliares y operadoras en comunicaciones) durante una excursión, al bajar corriendo por una rampa acompañadas por la música de un acordeonista. Otras seis fotos tituladas "Hier gibt es Blaubeeren" (Acá están las moras azules) exhiben a Höcker distribuyendo platos de moras a esas mismas mujeres, sentadas sobre una cerca. Al terminar de comer las moras con fingido dramatismo para la cámara, una chica posa con lágrimas falsas y un platito invertido. En ese mismo instante, a poca distancia de allí, unos 300 prisioneros ingresaban en las cámaras de gas.</p><p>En 1945, poco antes de que el Ejército Rojo liberara a los prisioneros de Auschwitz, Baer y Höcker ya habían puesto los pies en polvorosa. Se sabe que un oficial norteamericano –cuyo nombre nunca trascendió– hallaría su tesoro fotográfico en Frankfurt. </p><p>A su vez, Lili Jacob daría con el otro álbum en una oficina del campo Dora-Mittelbau, en donde había sido trasladada por los captores en vísperas de la caída de Auschwitz. Asombra como ambos conjuntos de fotografías se entrelazarían en una misma historia.</p><p><strong>LA CAÍDA DE LOS DIOSES</strong>. En 1945, Höcker permanecía prófugo. Pero los británicos lo capturaron cerca de Hamburgo con una falsa identidad. Y fue liberado a fines de 1946, tras sólo 18 meses de confinamiento en un campo de prisioneros de guerra. Entonces, regresó con su familia a Engerhausen, en donde fue readmitido como empleado en el banco de Lübbecke. Perdería su empleo al ser sentado en el banquillo de los acusados del juicio a los verdugos de Auschwitz celebrado en Frankfurt a partir de 1963.</p><p>Allí, junto a él estaba el comandante segundo del campo, Robert Mulka, un antiguo despachante de aduana que en Auschwitz se ocupaba de garantizar el suministro de Zyklon B; el delegado de la Gestapo, Wilhelm Borger, un antiguo empleado contable que en Auschwitz investigaba a los prisioneros por hurtos y fugas; el jefe de enfermería Josef Klher, un antiguo carpintero que en Auschwitz mató con inyecciones venenosas a miles de prisioneros enfermos. Y el farmacéutico Víctor Capesius, un antiguo visitador médico de la IG Farben que en Auschwitz tenía bajo su mando el manejo de las cámaras de gas. Borger fue condenado a perpetua y Mulka, a 14 años, en tanto que el resto obtuvo entre nueve años y la absolución, dado que fueron juzgados con un código del siglo XIX que no preveía el delito de genocidio.</p><p>En el juicio, Höcker se mostró como un individuo tímido, afable, como la mayoría de los hombres que había fotografiado en su paso por Auschwitz. Pese a los testimonios en su contra, el tribunal no pudo probar su rol de "seleccionador" en la rampa de Birkenau. En consecuencia, fue sentenciado solamente a siete años de prisión. Ya libre en 1970, recuperó su trabajo como jefe cajero del banco regional de Lubbecke, en donde ya había estado antes de ingresar a las SS.</p><p>Sus fotos y las del Álbum de Jacob, fueron recientemente analizadas por expertos para determinar si en alguna se podía ver al oficial-retratista en la rampa de selección. En una se observa un hombre con su mismo aspecto. La imagen fue adaptada a un software especial. Ese desconocido no era otro que Höcker.</p><p><u><strong>El hallazgo: 122 fotografías</strong></u></p><p>Un ex oficial del ejército de los Estados Unidos halló el álbum de Höcker en un departamento de Frankfurt, tras la caída de Hitler. En 2006, lo donó al Museo del Holocausto.</p><p><u><strong>La muerte y la impunidad</strong></u></p><p>Al fallecer en 2000, el paso de Höcker por la guerra era un episodio vencido, del cual apenas quedaban rastros. Seis años más tarde, su condición de criminal saldría finalmente a la luz. Ya era tarde. </p><p>infonews</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 1461789, member: 50"] [SIZE=6][B]Matar y morir en Auschwitz, ante la lente de un criminal de las SS[/B][/SIZE] [SIZE=3][B]El oficial nazi Karl Höcker alternó sus servicios en ese campo de exterminio con el ejercicio de la fotografía. En 2006 , aparecieron 112 imágenes que tomó allí. Un documento estremecedor. Y el final inesperado de una historia.[/B][/SIZE] [IMG]http://www.infonews.com/advf/imagenes/2013/11/5291e76c86bc4_200x124.jpg[/IMG] [URL='http://tiempo.infonews.com/'][U]Nota de Tiempo Argentino[/U][/URL] El ciudadano alemán Karl Höcker tuvo una larga vida y un funeral discreto. Había fallecido el 30 de enero de 2000 en la pequeña ciudad de Preussisch Oldendorf, en Renania del Norte-Westfalia, a escasa distancia del sitio de su nacimiento, 89 años antes, cuando dicha urbe aún se llamaba Engershausen. Esposo diligente, con dos hijos ya sesentones y seis nietos que, a su vez, lo hicieron bisabuelo, aquel hombre ya frágil y quebradizo, luego de jubilarse como cajero del banco regional de Lübbecke, supo mitigar las horas muertas de la vejez repartido entre su colección de estampillas y la jardinería. Cuando fue enterrado en el cementerio local, su vida durante la última gran guerra era todavía un misterio, pero un misterio vencido, del cual apenas quedaban rastros y muy poca intención de esclarecerlo. Hasta 2006. A fines de ese año, el Museo Conmemorativo del Holocausto de los Estados Unidos recibió un álbum de fotografías, donado por un antiguo oficial del ejército norteamericano, quien lo encontró después de la caída del Tercer Reich en un departamento abandonado de Frankfurt. Se trataba de un documento histórico particularmente valioso: 122 imágenes de Auschwitz, el principal campo de exterminio de la era nazi, tomadas entre el verano y el otoño de 1944. Esas imágenes no sólo exhiben a los jerarcas del lugar y sus ceremonias oficiales sino también a los verdugos con sus familias en las horas de descanso, con almuerzos al aire libre, excursiones compartidas y festejos de todo tipo para aliviar el rigor que les exigía la Madre Patria. La colección –junto con otra, a la que se denominó El Álbum de Jacob, hallada por una sobreviviente de ese apellido también al concluir la guerra– constituye uno de los pocos vestigios visuales de Auschwitz. El autor fue un Obersturmführer (teniente primero) de las SS con cargo de "adjunto" en la comandancia de ese sitio. Su nombre: Karl Höcker. [B]LA FÁBRICA DEL MAL ABSOLUTO[/B]. A mediados de 1944, llegó con puntualidad un tren cargado de judíos húngaros a la siniestra rampa de Birkenau, en donde se realizaba la selección de quienes vivirían y quiénes no. La atmósfera era surrealista. Sonaba un vals. La banda musical del campo se encontraba en medio de un ensayo. La melodía era suave y bella. Los recién llegados no podían imaginar que estaban en las puertas mismas del infierno. Entre ellos, estaba la joven Lili Jacob. Un oficial –cuyo rostro ella jamás olvidaría– elegía a dedo a los candidatos inmediatos a la cámara de gas. El complejo de Auschwitz, situado a 50 kilómetros de la ciudad polaca de Cracovia, parecía una enorme planta industrial, impresión robustecida por las chimeneas siempre humeantes de los hornos crematorios. Constaba de tres campos principales: Auschwitz I, Birkenau y Buna-Monowitz. Este último era usado como unidad de trabajo esclavo por la empresa química IG Farben, que, además, producía el gas letal Zyklon B, con el cual fueron asesinados millones de hombres mujeres y niños. En resumidas cuentas, se trataba de una verdadera fábrica de exterminio; una fábrica cuya cadena de producción –gestionada en todas sus fases por unos 7000 efectivos de la SS– no dejaba detalle librado al azar. El día en que llegó la adolescente Jacob, aquel oficial de las SS eligió a sus abuelos para las cámaras de gas, mientras ella y sus dos hermanos menores eran arreados hacia unas sombrías barracas. El uniformado lucía tenso. En Auschwitz y en otros campos alemanes de exterminio, para atenuar el enorme peso psicológico de las tareas asignadas, los SS cultivaban una camaradería inquebrantable. Y una vida social no menos intensa, a pesar de que vivían en un barrio periférico a las instalaciones del exterminio. Eso bien lo supo Höcker, quien fue la mano derecha del comandante del campo, Richard Baer. Criado en Engershausen, empezó a trabajar de empleado en una sucursal bancaria de Lübbecke. No tardó en presentar la renuncia para ingresar a las SS, donde recibió entrenamiento militar. En 1943 fue destinado al campo de exterminio más importante de la Alemania nazi. Allí dio rienda suelta a otra de sus pasiones: la fotografía. Pero no se trataba de un artista escabroso. Por el contrario, Höcker documentó con su cámara la buena predisposición de los criminales hacia sus hijos, esposas y amigos durante las horas de descanso. Es al respecto notable una serie de imágenes de su autoría, captadas en Solahütte, una base de las SS ubicada a unos 30 kilómetros de Auschwitz. Allí, el régimen nazi recompensaba con una semana de vacaciones a los guardias de Auschwitz que se destacaban en sus quehaceres. Hay muchas fotos tomadas por Höcker en ese lugar; una de ellas documenta un encuentro social para la jerarquía de las SS. Entre los presentes estaban algunos de los oficiales más conocidos de los campos, como Rudolf Höss y el doctor Josef Ménguele, célebre por utilizar seres humanos para sus experimentos. Otras fotos, tomadas el 22 de julio de 1944, muestran un grupo de las SS Helferinnen (mujeres que trabajaban para las SS como auxiliares y operadoras en comunicaciones) durante una excursión, al bajar corriendo por una rampa acompañadas por la música de un acordeonista. Otras seis fotos tituladas "Hier gibt es Blaubeeren" (Acá están las moras azules) exhiben a Höcker distribuyendo platos de moras a esas mismas mujeres, sentadas sobre una cerca. Al terminar de comer las moras con fingido dramatismo para la cámara, una chica posa con lágrimas falsas y un platito invertido. En ese mismo instante, a poca distancia de allí, unos 300 prisioneros ingresaban en las cámaras de gas. En 1945, poco antes de que el Ejército Rojo liberara a los prisioneros de Auschwitz, Baer y Höcker ya habían puesto los pies en polvorosa. Se sabe que un oficial norteamericano –cuyo nombre nunca trascendió– hallaría su tesoro fotográfico en Frankfurt. A su vez, Lili Jacob daría con el otro álbum en una oficina del campo Dora-Mittelbau, en donde había sido trasladada por los captores en vísperas de la caída de Auschwitz. Asombra como ambos conjuntos de fotografías se entrelazarían en una misma historia. [B]LA CAÍDA DE LOS DIOSES[/B]. En 1945, Höcker permanecía prófugo. Pero los británicos lo capturaron cerca de Hamburgo con una falsa identidad. Y fue liberado a fines de 1946, tras sólo 18 meses de confinamiento en un campo de prisioneros de guerra. Entonces, regresó con su familia a Engerhausen, en donde fue readmitido como empleado en el banco de Lübbecke. Perdería su empleo al ser sentado en el banquillo de los acusados del juicio a los verdugos de Auschwitz celebrado en Frankfurt a partir de 1963. Allí, junto a él estaba el comandante segundo del campo, Robert Mulka, un antiguo despachante de aduana que en Auschwitz se ocupaba de garantizar el suministro de Zyklon B; el delegado de la Gestapo, Wilhelm Borger, un antiguo empleado contable que en Auschwitz investigaba a los prisioneros por hurtos y fugas; el jefe de enfermería Josef Klher, un antiguo carpintero que en Auschwitz mató con inyecciones venenosas a miles de prisioneros enfermos. Y el farmacéutico Víctor Capesius, un antiguo visitador médico de la IG Farben que en Auschwitz tenía bajo su mando el manejo de las cámaras de gas. Borger fue condenado a perpetua y Mulka, a 14 años, en tanto que el resto obtuvo entre nueve años y la absolución, dado que fueron juzgados con un código del siglo XIX que no preveía el delito de genocidio. En el juicio, Höcker se mostró como un individuo tímido, afable, como la mayoría de los hombres que había fotografiado en su paso por Auschwitz. Pese a los testimonios en su contra, el tribunal no pudo probar su rol de "seleccionador" en la rampa de Birkenau. En consecuencia, fue sentenciado solamente a siete años de prisión. Ya libre en 1970, recuperó su trabajo como jefe cajero del banco regional de Lubbecke, en donde ya había estado antes de ingresar a las SS. Sus fotos y las del Álbum de Jacob, fueron recientemente analizadas por expertos para determinar si en alguna se podía ver al oficial-retratista en la rampa de selección. En una se observa un hombre con su mismo aspecto. La imagen fue adaptada a un software especial. Ese desconocido no era otro que Höcker. [U][B]El hallazgo: 122 fotografías[/B][/U] Un ex oficial del ejército de los Estados Unidos halló el álbum de Höcker en un departamento de Frankfurt, tras la caída de Hitler. En 2006, lo donó al Museo del Holocausto. [U][B]La muerte y la impunidad[/B][/U] Al fallecer en 2000, el paso de Höcker por la guerra era un episodio vencido, del cual apenas quedaban rastros. Seis años más tarde, su condición de criminal saldría finalmente a la luz. Ya era tarde. infonews [/QUOTE]
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