La frontera de fuego afgana-pakistaní
Tras el atentado, revindicado por el
Daesh pakistaní,
Wilayat Khorasan, al templo sufí de Sehwan Sharif en el sur de Pakistán, el 16 de febrero pasado, que dejó 88 muertos y 343 heridos, las autoridades de Islamabad decidieron cerrar los pasos de Torkham y Chaman, en la provincia suroccidental de Baluchistán, que se comunican con Afganistán, intentado presionar a Kabul para que incentive su lucha contra los extremistas tanto del
Daesh como el Talibán, que, según Islamabad, huyen a Afganistán tras producir ataques en el país.
La medida agrava todavía más las deterioradas relaciones entre Islamabad y Kabul, tensionadas por la guerra que se libra de uno y otro lado de la frontera contra el integrismo religioso, además de las sospechas pakistaníes, de que el presidente Ghani, desde su llegada al gobierno en 2014, no solo opera a favor de India, sino también con los grupos separatistas de Baluchistán, los dos puntos más conflictivos de la política de Islamabad más allá del terrorismo integrista.
La crisis ha provocado que ni el presidente afgano Ashraf Ghani, ni el poderoso presidente ejecutivo Abdullah-Abdullah asistan a la decimotercera cumbre de integración regional de la Organización de Cooperación Económica (ECO), que comenzó el 1 de marzo, en la capital pakistaní. A excepción del Ghani y el presidente Uzbekistán llegarán las máximas autoridades de los diez países miembros: Irán, Turquía, Kazajstán, Kirguistán, Azerbaiyán, Tayikistán, Afganistán, Uzbekistán y Turkmenistán y el anfitrión Pakistán, donde se discutirá sobre políticas de comercio, transporte y energía. A pesar de que la cumbre es vital para la crítica situación económica afgana, Kabul decidió enviar una delegación de segundo orden, encabezado por su embajador en Pakistán, Omar Zakhilwal.
Por el aumento de la actividad extremista en ambos países es que el Primer Ministro pakistaní Nawaz Sharif, ha optado por una nueva política respecto a la frontera afgana, como la construcción de vallas con el fin de obstaculizar el cruce de integristas al país.
También el ejército de Pakistán, en el marco de la operación Raddul Fasaad, lanzada en junio de 2014 con el fin de contener las acciones tanto de Wilayat Khorasan como del Tehreek-e-Taliban Pakistan (TTP), desplegó artillería pesada en las zonas Chaman e incrementó los patrullajes en los siempre conflictivos sectores de Waziristán del Norte y del Sur, en la región de Peshawar, la capital salvaje de Pakistán. Aunque desde la independencia de Pakistán en 1947, Waziristán, nunca ha sido leal ni a Afganistán ni a Pakistán, su juego ambivalente tampoco le ha reditado grandes logros.
El cierre de los pasos fronterizos ha generado protestas por parte de Kabul, que presentará una queja ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) ya que le acarrea un perjuicio diario de cerca de 4 millones. Se estima que a lo largo de los 2430 kilómetros de frontera entre los dos países han quedado varados más de 5 mil vehículos, en su mayoría con carga perecedera.
A la vez, centenares de afganos han quedado atrapados en la frontera, muchos ellos estaban allí para recibir atención médica en hospitales pakistaníes, que no pueden volver a sus casas.
La crisis es de muy difícil resolución ya que más allá de las operaciones militares en marcha y los furtivos y esporádicos ataque con drones norteamericanos en los lindes entre Pakistán y Afganistán, nada se resolverá mientras Islamabad sostenga y tolere la mezquitas y madrassas
wahabitas, verdaderas fábricas de extremistas, que, desde la época de la guerra contra la Unión Soviética en Afganistán, se abrieron en Pakistán, con fondos de Arabia Saudita.
En 2001, un informe del Banco Mundial estimó que no había menos de 20 mil
madrassas, no todas ellas
wahabitas, a las que asistían 2 millones de
talib (estudiantes del Corán); el mismo informe revelaba que más del 20% de esos estudiantes estaban recibiendo entrenamiento militar.
Una de las
madrassas más importantes del país es la Darul Uloom Haqqania, de cuyos seminarios emergieron, entre otros muchos jefes talibanes, nada menos que su fundador el
mullah Mohamed Omar y su sucesor el
mullah Akhtar Mohamed Mansur.
Afganistán: la muerte en la calles
Mientras Pakistán intenta echar toda la culpa del accionar de las
lashkar (brigadas) extremistas, en su territorio Afganistán se encuentra sometido a constante ataques del Talibán, que ya no solo actúan el interior de las provincias, sino que sacuden, a su antojo, las calles de Kabul, e incluso aventuran a sus
shahids (mártires) en los edificios de la seguridad afgana.
Como una respuesta a la muerte del
mullah Abdul Salam Akhund, responsable del talibán en la provincia de Kunduz y estratega del asalto a la capital provincial en agosto de 2015, que fue alcanzado, junto a otros ocho combatientes, entre ellos el temible Qari Amin, por un dron norteamericano en la ciudad de Dasht-e Archi, provincia de Kunduz, este último domingo, se han iniciado una serie de ataques por parte del talibán, que pueden prolongarse durante días.
Este lunes, un infiltrado talibán en la fuerza policial ejecutó a once policías en un puesto de Lashkar Gah en la provincia de Helmand. El terrorista, ejecutó a los 11 policías mientras dormían para después escapar con armas y municiones.
En Helmand, provincia fronteriza con Pakistán, centro del cultivo de amapola para la producción de opio, al sur del país, se prologa una dura batalla desde mediados de 2016, con la participación de la temible
Sara Khitta (Brigada Roja) compuesta por veteranos de Tayikistán, Turkmenistán, Uzbekistán, Azerbaiyán, Pakistán y Chechenia. Algunos de ellos veteranos de los diez años de guerra (1999-2009) contra el ejército ruso en Chechenia. La prolongación de esta batalla ha obligado a Estados Unidos a enviar al sector 1800 infantes de Marina y de la División Aerotransportada 101, sin contar el personal de la CIA que actú en los dos lados de la frontera.
En la mañana del día miércoles primero de marzo, el Talibán, realizó dos ataques simultáneos en un centro de reclutamiento policial, en la ciudad de Kabul, que dejaron casi 40 muertos y 55 heridos. La operación ya ha sido reivindicada en la red social Twitter, por los hombres del
mullah Haibatullah Akhundzada, el actual líder talibán
El ataque fue perpetrado por un terrorista suicida que hizo estallar su coche bomba en un pasaje que daba a los fondos de la repartición, en el distrito seis de la capital, lo que dio oportunidad a otros cuatro atacantes para entrar disparando. El tiroteo entre los atacantes y los policías duró más de cinco horas.
El segundo ataque se llevó a cabo contra la principal agencia de inteligencia afgana, la oficina del Directorio Nacional de Seguridad en la zona policial número 12, en el este de la capital, que dejó un muerto y cinco heridos.
A lo largo de 2016 las bajas entre las fuerzas de seguridad afganas sobrepasaron los 7500 hombres, según el Inspector Especial General para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR), que también informa que el talibán ya controla un 43 % del país.
La crítica situación afgana y la creciente actividad extremista en Pakistán han puesto a su extensa línea fronteriza en alerta roja, tan roja como el fuego.
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